El Violín de la Adúltera.

Palabras leídas en la puesta en circulación en Santiago del libro "El Violín de la Adúltera", de Andrés L. Mateo.



El Violín de la Adúltera, llamada alguna vez, según escuchamos en algún momento, El Violín de la Infiel, es la novela de un autor de pocos libros de ficción. A pesar de que la trayectoria de Andrés L. Mateo como ensayista e investigador es muy amplia –incluso los pocos datos biográficos que acompañan este volumen publicado por el Grupo Editorial Norma lo definen como un autor de numerosos libros sobre literatura dominicana -, como escritor de ficción, específicamente como novelista, es un autor de una obra escasa. Desde su primera novela, Pisar los Dedos de Dios, publicada en 1979, hasta El Violín de la Adúltera, han transcurrido 28 años, y en todos esos años hemos leído apenas las novelas La Otra Penélope y La Balada de Alfonsina Bairán. Haciendo un pequeño ejercicio mental, quizás inútil, si recordamos el primer momento en que escuchamos al señor Mateo referirse a esta novela, es decir, un poco después de la puesta en circulación de La Balada de Alfonsina Bairán, entonces debemos convenir en que, acaso, esa escasez novelística se deba a que el autor tarda varios años en reescribir y revisar concienzudamente sus novelas, de una forma desmedida e inusual, puesto que la edición de La Balada de Alfonsina Bairán realizada por Alianza Editorial data del año 1999.
El Violín de la Adúltera es el diario de Néstor Luciano Morera, quien transcribe, con un lenguaje impecable, dicho sea de paso, la vida que le ha tocado padecer durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Es, al mismo tiempo, la historia azarosa de un amor idealizado, el de Néstor Luciano por su esposa, Maribel Cicilio. Maribel es la famosa adúltera que da título al libro. Simultáneamente, es la novela de la memoria de una época, de la evocación de un espacio, que es la ciudad de Santo Domingo, que en la era narrada fue rebautizada como Ciudad Trujillo, y del tiempo que correspondió a la terrible dictadura trujillista. Los amantes se conocen en su adolescencia, ya instalada la dictadura; Néstor Luciano es ya un profesional casado con Maribel, y aún soporta el oprobio del régimen. El autor del diario trabaja en La Voz Dominicana, en los afanes de la celebración de la llamada Semana Aniversario, el gran espectáculo artístico anual que continuaba sus preparativos por todo el resto del año. Quizás esta idealización un tanto ingenua de este amor que se va corrompiendo a medida que transcurre la convivencia matrimonial, del encuentro con la mujer amada y su reconocimiento como tal por parte de Néstor Luciano, quien nos confiesa en algún momento del libro, refiriéndose al momento en que vio por primera vez a Maribel: “La inmovilidad indiferente de su quietud, desde la que me miraba, me hizo levantar del pupitre como impulsado por un resorte”, y dos páginas más adelante: “Ahora no puedo rehilar la certeza de lo que estaba ocurriendo en mis sentimientos, pero creo que desde ese día la amé”, quizás esta idealización, repito, nos oculte el verdadero tema de la novela, que consiste en la recreación de una época de ignominia y oscuridad, pero no en sus detalles más crueles, más atroces, sino en los más cotidianos, aunque igual de infames. Néstor Luciano, aspirante a escritor, un hombre tranquilo, sereno, serio y tolerante en demasía, aunque no sabemos exactamente si tolerante por convicción o pusilanimidad, eso lo decidirá cada lector, describe su vida doméstica y laboral, su trabajo en La Voz Dominicana, gobernada férreamente por el general José Arismendy, el infame Petán, representación atomizada de la propia nación oprimida. Con su gran capacidad de observación nos traza los personajes que aparecen en las oficinas donde se organiza la Semana Aniversario, Elso el homosexual, la exuberante Ligia Monsanto, el ejecutivo Perícles Santamaría, aún los artistas participantes de aquel circo anual, como payasos desdibujados y lejanos, que nunca son realmente como se los imaginan sus admiradores, que idealizan a sus ídolos, incluido el propio Néstor Luciano. En ese mundo de celajes y máscaras, en el que una entrañable amiga universitaria debe esconderse con su familia, y desaparecer para siempre, en ese espacio cerrado, isla al mismo tiempo de la que no se puede escapar, cuyo muro es siempre el mar, como nos recuerda el cantautor cubano Carlos Varela refiriéndose a su propia isla cerrada al mundo, en el que mil ojos desconocidos te observan y te espían y te envían anónimos sobre el comportamiento de tu esposa, un mundo opresivo, burocrático, claustrofóbico, en el cual la dictadura concentra sobre sí misma toda la imaginación y la fantasía, no existe nada más allá que su propia realidad degradada. La novela recurre a la memoria de un tiempo perdido e idealizado, inolvidable, aunque en este caso se utilice esta palabra para lo terrible, no para lo feliz. En alguna página nos dice Néstor, que piensa que escribe para sí mismo, sin percatarse de que nosotros, vouyeristas, estamos leyendo un diario que él se ha propuesto destruir: “Uno mueve la boca y del fondo de la nada las cosas regresan”, escribe Néstor Luciano, aunque en este caso admitiríamos que lo escribe el propio autor a través de un alter ego, una alabanza al lenguaje, a la lengua, como creadora de la memoria y el pensamiento. Más adelante, una referencia a la Penélope de la Odisea, la eterna desesperada que espera a un marido que tarda en llegar, la figura homérica de Penélope que es reiterativa en la obra del autor: “El poncho aquel de la fatalidad de Penélope”, continúa escribiendo el alter ego del autor, “que se hacía y se deshacía todas las mañanas, ¿no era, en realidad, la misma historia que regresaba, avasallada por el sentido de la revelación?” Incluso el protagonista fue bautizado con un nombre homérico: Néstor, aquel rey de Pilos que participó en la guerra de Troya en su honorable vejez, prototipo de la mesura y de la prudencia.

Quizás la cita anterior nos lleve a pensar equivocadamente que la novela es un arduo ejercicio reflexivo, pero no es así. Las existencialidades propias de Pisar los Dedos de Dios y La Otra Penélope, aún las de la Balada de Alfonsina Bairán, que es ya menos reflexiva, no se encuentran en El Violín de la Adúltera, que ha ganado en fluidez y narratividad. La naturalidad con que se encuentra contada la historia, sin ripios ni paráfrasis ni añadidos innecesarios, y al mismo tiempo la claridad de una prosa más transparente, aunque sin abandonar un estilo característico, una prosa que se concentra en los hechos, en lo que sucede, convierte a esta novela en la más fluida de todas las del autor. No existen ya algunos juegos formales propios de una época experimental, como sucedía en Pisar los Dedos de Dios, que añadía el collage y los saltos temporales a la estructura de la novela. El Violín de la Adúltera nos narra una historia lineal que se concentra en lo que percibe o recuerda su personaje principal, como debe suceder, por supuesto, debido a que se trata de un diario, Néstor Luciano es un relator. Ahora bien, debo advertir que yo provengo de un presente desacralizado, que desdeña las mitificaciones y los idealismos. Yo no podría intentar una mitificación de la sexualidad, del placer orgásmico o de la persona amada percibida no como persona sino prácticamente como imagen. Es posible que mi vida sea más chata o que tenga una visión menos esperanzada y más realista del mundo, pero este es mi tiempo y mi visión de la realidad. Incluso el propio estilo que podríamos calificar de un tanto manierista del autor, solamente es posible tratando de describir una época y un espacio y unos personajes que son los que él describe en sus novelas; es decir, hablando en términos estrictamente literarios, su estilo tiene que ver con su propia percepción de la realidad. Y si continuamos por un momento hablando del estilo, El Violín de la Adúltera puede ser considerada como la más dominicana de las novelas del autor, puesto que su lenguaje nos refiere a una media isla tropical y caribeña que nosotros, también dominicanos, identificamos inmediatamente. Su lenguaje casi siempre indirecto y repleto de imágenes mantiene una continuidad estilística que empieza con su primera novela, Pisar los Dedos de Dios, pero que ha ganado en transparencia y narratividad en El Violín de la Adúltera.
En fin, que los amores y los misterios del prudente Néstor Luciano y la opaca Maribel Cicilio en medio de la dictadura trujillista permanecerán largo tiempo en nuestra memoria, negándose a abandonarnos, así como el oprobio casi surreal de una era que por suerte no nos tocó padecer, pero que el autor ha sabido reflejar en esta novela que el Grupo Editorial Norma ha tenido la oportunidad de publicar: El Violín de la Adúltera, de Andrés L. Mateo.

2 comentarios:

  1. miren esa vaina ta mui larga ii cuando ballan a hacer otra cosa tan larga dejen por lo menos un espacio Dios .l.

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  2. hahaha estoy con el de arriba

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