OPINION:

FRANCISCO NOLASCO CORDERO:

Ha fallecido en Pimentel, República Dominicana, el escritor Francisco Nolasco Cordero. Ha muerto sin producir grandes titulares en los periódicos, sin largas filas en su casa rural; por suerte las autoridades de la Secretaría de Cultura, diligentemente, fueron a dar el último adiós a este poeta (a este escritor, narrador, artista; todos los artistas verdaderos son poetas).
No podemos decir, por supuesto, que a nadie le importa ese poeta, puesto que la sola existencia de estas líneas, escritas con prisa y descuido, me desmentiría. Como sucedió con Dionisio López Cabral, la muerte de este escritor ha pasado desapercibida, puesto que no puede haber grandes protocolos para aquellos a los que sólo les interesa el lenguaje –lo que nos separa, hasta ahora, de los robots y de los animales –, la belleza y el ser humano. Porque esos intereses son vanos, absurdos, inútiles. Aquellos que se quejan amargamente de nuestro país en los periódicos, en la televisión, en la radio llena de reguetones y mercancías, ni siquiera saben quién fue Nolasco Cordero. ¿Qué fue, un escritor, un pintor, un músico? ¿Fue un poeta, un novelista, un cuentista? Entonces, ¿para qué se quejan, de qué es que se quejan? ¿De no saber nada, de que sus vidas vacías de pequeños burgueses de supermercado se han visto contaminadas por la violencia, los negros, los haitianos, los homosexuales, los artistas; de que se ha afeado su prístino paisaje de arribistas? Está demás repetir cómo vamos perdiendo el sentido de la historia, de la identidad, de nuestra propia humanidad, debido al olvido o la indiferencia hacia aquellos encargados de preservar la memoria del lenguaje. No sabemos qué es ser dominicano, qué significa eso, para qué sirve. Por eso nos sentimos siempre desarraigados, ajenos a todo y a todos, desapegados de nuestra propia identidad cultural. Nómadas desperdigados por el mundo. No sabemos ni siquiera lo que somos. No existe por lo menos un rumbo educativo que avizore un cambio integral, una meta hacia la que deberíamos llegar, porque aquí no hay nada. Nuestras calles tienen nombres de políticos famosos, de empresarios de moda; pero en los Pepines vivió Domingo Moreno Jiménez, y hasta allí trasladó su célebre –antiguamente célebre, por supuesto –Colina Sacra; debajo de un árbol, en los terrenos donde hoy día se encuentra el hospital José María Cabral y Báez, escribió su Poema a la Hija Reintegrada, uno de los más bellos regalos a nuestra ciudad y a nuestro país, quizás a toda la humanidad. Pero, ¿a quién le importa eso? ¿El se ganó algún dinero con eso, se hizo rico con eso? Precisamente en los Pepines nació Manuel del Cabral, ¿cuántas calles de los Pepines se llaman Manuel del Cabral? Caminando por Lisboa encontramos estatuas de Camoens, de Eca de Queiroz, de Pessoa; muy pronto habrá otras de Saramago y de Lobo Antunes: se preserva el idioma portugués, una lengua que hablan pocos países; ellos custodian su propia identidad, su propia existencia cultural. En Roma, nos recibe una estatua de ese emperador magnífico que fue Marco Aurelio; el autor de las Meditaciones, sereno y enorme, nos da la bienvenida a su ciudad. En Santiago de Cuba podemos descansar bajo las sombras de José María Heredia y de José Martí, cuántos países pueden tener el privilegio de que un gran escritor sea, además, su apóstol. En Tamboril nació Tomás Hernández Franco, el autor de ese homenaje al mestizaje, al Caribe y a lo que somos que es Yelidá, pero, ¿cuántos niños en las escuelas han leído y analizado Yelidá, para que sepan de dónde vienen? ¿Cuántos profesores –aún los de literatura –saben lo que es Yelidá?
Y esto es sumamente lamentable, puesto que, hasta hace apenas unos años, la poesía formaba parte de la imaginería popular, pertenecía a la gente que participaba de su felicidad (como, por ejemplo, algunos trozos de Hay un País en el Mundo, de Pedro Mir, que la gente común citaba y recitaba, sin saber el nombre del autor, ni siquiera el nombre del poema. O Ahora que Vuelvo, Ton, cuya historia se recordaba sin saber que pertenecía a René del Risco; o los cuentos de Bosch).
Ha muerto Francisco Nolasco Cordero. Era escritor, era novelista.

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