El Agente Literario

La función del agente literario
Guillermo Schavelzon Agente literario

(Ponencia presentada al Encuentro Iberoamericano de Mujeres Narradoras, Lima, agosto 1999)


La situación actual del negocio editorial


Para explicar mejor cuál es la función de un agente literario, me resulta imprescindible hacer antes una panorámica de la situación actual del negocio editorial.
Las transformaciones económicas y políticas de todo el mundo han llegado, finalmente, a la industria editorial y al comercio del libro. La tan mencionada "globalización", que no es otra cosa que la concentración del capital y del conocimiento y la centralización de las decisiones, ha cambiado muy rápidamente todas las reglas de juego.
Miles de editoriales de distintos países del mundo se han ido agrupando, vendiendo o cerrando, al punto que termina el siglo y, en los Estados Unidos, el primer mercado del mundo en términos editoriales, el 25% de los libros publicados y un tercio de los que aparecen en la lista de Best Sellers del New York Times son de una sola compañía, el grupo Random House, orgullo de la tradición emprendedora y libre-empresaria norteamericana, que hoy pertenece en un 100% a un grupo alemán. Este ejemplo tiene suficiente valor simbólico como para que no sea necesario detenerme en otros más.
¿Qué importancia tiene esto para un escritor?: mucha, porque a partir de semejante concentración, el número de títulos publicados al año en los Estados Unidos tuvo una importante reducción. Y cuando una editorial reduce el número anual de nuevos títulos, la lógica de la rentabilidad lleva de manera automática a optar por aquellos más seguros, de éxito más probable y de menor riesgo comercial. Este criterio de selección suele estar reñido con la calidad literaria, la innovación y el aporte cultural. Vemos entonces como, en las grandes empresas editoras, las decisiones de contratación han pasado del área editorial al departamento comercial, algo que sucede en todos los países.



¿Cómo repercute esta tendencia mundial en los países periféricos, de bajo nivel educativo y cultural, y de pobre capacidad adquisitiva, como los nuestros?


Esta tendencia se manifiesta de las siguientes maneras:
Las pequeñas y medianas editoriales desaparecen debido a la falta de capital y, fundamentalmente, debido a dificultades de distribución.
Las librerías independientes, el canal comercial tradicional, se debilitan. Les cuesta sobrevivir porque las ventas no aumentan, sus clientes se empobrecen, o compran libros en otras partes.
Los grupos editoriales aumentan su capacidad para contratar los grandes best sellers internacionales, haciéndolo de manera globalizada y para todos los mercados, sobre todo en los casos en que pertenecen a un mismo grupo de empresas que posee desde el origen los derechos universales de ese autor, algo habitual en el área del libro científico y técnico.
El proceso de concentración y el volumen de la operación convierte a las editoriales en comercializadoras de sus propios libros, lo que debilita o hace desaparecer a los distribuidores tradicionales. Sin distribución disponible, desaparecen los editores medianos y pequeños, que en general son los que hacen un mayor aporte cultural.
El crecimiento de las librerías virtuales, cada vez más controladas por los grandes grupos editoriales y cada vez menos por los libreros. (Caso Barnes & Noble.com)
El desarrollo de las cadenas de librerías o supermercados con decisión de compra unificada, al igual que el criterio de rentabilidad de corto plazo como único factor de medición del éxito o fracaso del negocio editorial, transforma los criterios de contratación, modificando los catálogos y la política editorial. Se afecta a la pluralidad de la oferta, y desaparece todo proyecto literario o cultural, con lo cual se anulan las posibilidades de diferenciarse, o de hacer propuestas alternativas a los gustos masivos del mercado. El mercado señala, el mercado pauta, el mercado impone. Ya casi no existen esos editores que, hasta hace diez o veinte años, editaban para señalar tendencias, enriquecer y aportar. ¿Para qué correr
riesgos con libros de éxito dudoso, si se puede editar libros de éxito garantizado? Esta verdad, indiscutible desde la lógica del inversor, resulta aberrante desde la lógica cultural.
Si bien estoy convencido de que una empresa editorial debe ser rentable para poder subsistir, hoy el negocio del libro se habría acabado si la política editorial de las décadas anteriores hubiera seguido esta tendencia. Podríamos compararlo con la política de un laboratorio de productos medicinales, que decidiera suspender la inversión en investigación para reducir los gastos, y siguiera produciendo únicamente aquellas medicinas de éxito comprobado. ¿A quién le venderían sulfamidas hoy?.
Siguiendo el mismo razonamiento, ¿Quién publicaría, hoy en día, a un jovencito colombiano que inventara historias medio mágicas y hablara de cien años de soledad? Nadie. Hoy no podría surgir García Márquez, ni muchos otros escritores innovadores y exitosos.
Las costosas estructuras de las grandes compañías editoras, exigen una alta cifra de facturación. Y como los grandes éxitos no son fáciles de lograr, se construye la cifra de facturación publicando muchos títulos por mes, apuntando de manera indiscriminada al montón. Se produce entonces un fenómeno perverso, que los técnicos llaman "velocidad de rotación del producto en el punto de venta". Entiéndase esto de la siguiente sencilla manera: salen tantos libros por mes, que se mantienen en las librerías muy poco tiempo. Con la excepción del bajísimo porcentaje que tiene éxito inmediato, los demás libros desaparecen por arte de magia. Muchas veces conseguir un libro publicado hace un año es casi imposible.
De manera generalizada en Latinoamérica, nuestros países están entrando de lleno en ese descubrimiento tardío llamado "economía de mercado", cuando Europa está huyendo de ella aceleradamente. Esta abstención del estado para asumir todo tipo de responsabilidad, dejando paso al reino de la iniciativa privada, ha hecho desaparecer por completo las inversiones culturales. Tal es el caso de las bibliotecas públicas, una institución impuesta en Europa por la Revolución Francesa como un proyecto básico para el desarrollo social. En nuestros pobres países, los pobres no pueden leer, y los pobres no pueden dejar de ser pobres.
Para hacernos una idea de qué futuro nos estamos preparando, vean la siguiente estadística comparativa del número de libros de uso obligatorio que tiene un estudiante en el ciclo escolar primario. Mientras que en los Estados Unidos los niños leen 11 libros por año, en Francia 16 y en España 8, en Latinoamérica no se lee ni siquiera la mitad: 4 en Brasil y 0,9 libros por alumno al año en Argentina.
Con la excusa de la pobreza, nuestros gobiernos toleran el uso indiscriminado de fotocopias en todos los niveles de instrucción, lo que termina de demoler a la industria editorial, a las librerías, e impide la profesionalización del escritor, al despojarlo del cobro de sus derechos. No quiero extenderme en el problema de la piratería porque es largo. Sin embargo, si la mayoría de la sociedad no cree que el problema del hambre se resuelve robando supermercados, es curioso que no vea con malos ojos como, con la excusa pueril de que los libros son caros, se robe al escritor y al editor. La piratería no es un acto romántico, sino una simple falsificación, un delito más. Lamentablemente, los legisladores y jueces de muchos países que intentan modernizarse, no se deciden a entrar en la legalidad.

Finalmente, para completar el panorama, hemos perdido treinta años, paralizados esperando el cumplimiento de la incuestionada profecía de Marshal MacLuhan, que en los años 60 anunció la desaparición del libro para finales del siglo, ante el avance de los medios electrónicos de comunicación.
El final del siglo llegó y en los países centrales el libro goza de mejor salud que nunca. El increíble avance de la tecnología —como la red Internet, que McLuhan ni siquiera imaginó— hoy sirve, entre otras cosas, para vender muchos libros más.
En el caso particular de nuestro continente, estos mismos veinte años han demostrado que el verdadero enemigo del libro no es la tecnología, sino la pobreza, el totalitarismo, la censura y la falta de alfabetización.

Aimé Cesaire.

Fort de France, Martinica.- Martiniqueño, caribeño y universal, Aimé Cesaire, el político e intelectual que elevó a categoría filosófica el concepto de la negritud, es homenajeado a viva voz hoy por su país y el mundo.El gobierno martiniqueño anunció este viernes que prepara funerales de Estado para Cesaire, quien falleció la víspera a los 94 años en un hospital de esta capital.Grande entre los enormes poetas que propulsaron el Caribe al escenario mundial, Cesaire fue coautor del concepto de negritud junto al senegalés Leopold Sedar Senghor y el guyanés Leon Gontran Damas.Las autoridades de Fort de France, donde trabajó hasta poco antes de su deceso, anunciaron que tras un velorio familiar, el féretro de Cesaire será llevado en andas por toda la ciudad y que los funerales pueden extenderse tres días.Las prédicas anticolonialistas de Cesaire comenzaron a tener impacto desde la publicación de su ensayo Discurso sobre el Colonialismo, de 1951.Su combate contra el colonialismo y el racismo tuvieron un vigoroso impacto en el Caribe, Europa y Estados Unidos, cuyo movimiento por los derechos civiles se nutrió de sus tesis.Un poesía marcada por el vigor y la convicción, junto a un acabado dominio del idioma, lo sitúan junto a otros epítomes de la literatura caribeña como su amigo el cubano Nicolás Guillén y el haitiano Jacques Roumain.

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