LAS TRIBUS: LOS AZTECAS

Pueblo guerrero que en el siglo XIII se estableció en la meseta del Anáhuac. Fundaron una ciudad enorme a la cual llamaron Tenochtitlán, en lo que hoy día se conoce como México, y estaban gobernados por un jefe militar (tlacatecuhtli), y uno civil (cihuacóhuatl), mientras estos a su vez dependían de un consejo (tlatocan), formado por representantes de los diferentes pueblos de una confederación de tribus. Eran demócratas, puesto que el cargo del jefe militar, la figura más importante del imperio, era electivo y no hereditario, aunque vitalicio. Pretendían tributos de los pueblos conquistados, no asimilarlos territorial o culturalmente.
En sentido general, los Aztecas fueron crueles e imperialistas. Astrónomos avanzados (estrelleros, como los Mayas o los Quichés), y adoradores extremos de la sangre, cuyo valor tenía un sentido místico. Les asombraba enormemente el fenómeno de la muerte, así que procuraron hacerla protagonista imprescindible de sus rituales religiosos. Realizaban sacrificios humanos, como los griegos, los germanos y los celtas. Su religión no tenía valores que consideramos, hoy día, fundamentales en toda creencia mística, como la esperanza y la virtud. Como los griegos, tenían un infierno, en donde terminaban cayendo los espíritus de todos los muertos, buenos o malos; para llegar a él se cruzaba el río Chicunoapa (el griego Erebo), y su regente era Mictlanteculi (el Hades griego). Dominaron a la mayoría de las tribus vecinas, cuyos esclavos sacrificaban al dios Sol (Huitzilopochtli). Su civilización evolucionó de tal manera que empezó a repugnarles sacrificar a sus propios ciudadanos, así que muchas de sus guerras tenían el objetivo de encontrar esclavos para los sacrificios rituales (el Canto a Huitzilopochtli nos confirma: “¡Los de Pipitlan son nuestros enemigos! ¡Ven a unirte a mí! Con combate se hace la guerra: ¡Ven a unirte a mí!”) El Sol nace, combate y muere cada día, no hay mayor prueba de esta lucha que la llegada perturbadora de la luna (sentían un pánico incomparable, entonces, al caer la noche); para que Huitzilopochtli se recupere y renazca al día siguiente satisfecho y fuerte para el combate, necesita ser alimentado con la sangre de los hombres. Puesto que el Sol, como cualquier otro dios, rechaza los alimentos destinados a los humanos, y se alimenta sólo de la vida misma contenida en la sangre. Los dioses se sacrificaron para crear a los hombres; los hombres debían sacrificarse para alimentar a los dioses. Como el Sol insistía en morir diariamente, los sacrificios eran especialmente sangrientos, puesto que en la sangre se encuentra la sustancia mágica de la vida (aún hoy día, los Testigos de Jehová creen en esta aseveración alquímica). El sacerdote sacaba el corazón con habilidad de carnicero, y, casi siempre, en los rituales se encontraban las familias de los sacrificados, a los cuales se les exigía que demostraran su dolor de manera sumamente gestual. Recurrían a la astrología para reconocer los días adecuados para estos sacrificios; reconocían cuando el Sol necesitaba corazones por la recurrencia de los eclipses, la extensión excesiva de los inviernos, de los días nublados y de las noches especialmente oscuras.

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Pero, ¿qué llevaba a los Aztecas a esta orgía sangrienta, qué les atraía de esta violencia exacerbada? Puesto que el ser humano siente placer presenciando la muerte, justificando la violencia que es intrínseca a su naturaleza, los exoneraba el hecho de que creían que los muertos despertarían en el reino de Mictlanteculi, es decir que no eran asesinados realmente. Nos provocan repulsión la violencia y la muerte, por motivos estrictamente culturales, pero no su representación, que llena un vacío en nosotros. Así, el sumo sacerdote, espectacularmente delante de la mayoría del pueblo, ofrendaba la sangre recogida en los canales a orillas de la piedra sacrificial al dios Sol, mostraba al público sobrecogido la imagen de la muerte que no lo es realmente: el destino del inmolado no es la nada. El dios renacerá al día siguiente, así como el sacrificado remontará el Chicunoapa hacia su morada final.
Los Aztecas vencieron a Hernán Cortés cuando el infame conquistador intentó derrotar al imperio. Lo echaron vergonzosamente de sus tierras. Al retirarse, los españoles dejaron tras de sí una poderosa arma biológica: la viruela. Los indígenas fueron diezmados por el desconocimiento de este mal intratable por sus médicos. Sus habitantes pensaron: Huitzilopochtli nos ha traicionado, quiere que los enemigos recién llegados ofrenden nuestros corazones para alimentarlo. Evidentemente, murieron equivocados: el Sol estaba harto de tanta sangre evaporada por sus rayos, de tantos corazones recibidos, de tanta vida sacrificada que él, el dios magnánimo que sólo pretendía regalar su fulgor, nunca había pedido.


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Este es el poema por el que declararon a Gunter Grass persona non-grata en Israel:

Lo que hay que decir

Por qué guardo silencio, demasiado tiempo,
sobre lo que es manifiesto y se utilizaba
en juegos de guerra a cuyo final, supervivientes,
solo acabamos como notas a pie de página.
Es el supuesto derecho a un ataque preventivo
el que podría exterminar al pueblo iraní,
subyugado y conducido al júbilo organizado
por un fanfarrón,
porque en su jurisdicción se sospecha
la fabricación de una bomba atómica.
Pero ¿por qué me prohíbo nombrar
a ese otro país en el que
desde hace años —aunque mantenido en secreto—
se dispone de un creciente potencial nuclear,
fuera de control, ya que
es inaccesible a toda inspección?
El silencio general sobre ese hecho,
al que se ha sometido mi propio silencio,
lo siento como gravosa mentira
y coacción que amenaza castigar
en cuanto no se respeta;
"antisemitismo" se llama la condena.
Ahora, sin embargo, porque mi país,
alcanzado y llamado a capítulo una y otra vez
por crímenes muy propios
sin parangón alguno,
de nuevo y de forma rutinaria, aunque
enseguida calificada de reparación,
va a entregar a Israel otro submarino cuya especialidad
es dirigir ojivas aniquiladoras
hacia donde no se ha probado
la existencia de una sola bomba,
aunque se quiera aportar como prueba el temor...
digo lo que hay que decir.
¿Por qué he callado hasta ahora?
Porque creía que mi origen,
marcado por un estigma imborrable,
me prohibía atribuir ese hecho, como evidente,
al país de Israel, al que estoy unido
y quiero seguir estándolo.
¿Por qué solo ahora lo digo,
envejecido y con mi última tinta:
Israel, potencia nuclear, pone en peligro
una paz mundial ya de por sí quebradiza?
Porque hay que decir
lo que mañana podría ser demasiado tarde,
y porque —suficientemente incriminados como alemanes—
podríamos ser cómplices de un crimen
que es previsible, por lo que nuestra parte de culpa
no podría extinguirse
con ninguna de las excusas habituales.
Lo admito: no sigo callando
porque estoy harto
de la hipocresía de Occidente; cabe esperar además
que muchos se liberen del silencio, exijan
al causante de ese peligro visible que renuncie
al uso de la fuerza e insistan también
en que los gobiernos de ambos países permitan
el control permanente y sin trabas
por una instancia internacional
del potencial nuclear israelí
y de las instalaciones nucleares iraníes.
Solo así podremos ayudar a todos, israelíes y palestinos,
más aún, a todos los seres humanos que en esa región
ocupada por la demencia
viven enemistados codo con codo,
odiándose mutuamente,
y en definitiva también ayudarnos.

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