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ARTURO RODRIGUEZ FERNANDEZ

En homenaje a Arturo Rodríguez Fernández, reproduzco una entrevista que tuve el privilegio de realizarle en agosto de 1994 y que fue publicada en el número 8 de la revista Vetas:

Por Jimmy Hungría.


Si acudimos a la Sala Ravelo, a la obra Palmeras al viento, o cualquier noche vemos una película en el cine Lumiere, o compramos un libro o revista o alquilamos un video o disco compacto en Supreme Quality Video, o leemos una crítica de cine en El Siglo o algún cuento en esta edición de Vetas, tendremos alguna vinculación artística, intelectual o comercial con Arturo Rodríguez Fernández, quien concedió la siguiente entrevista, exclusiva para Vetas.


JH.- Cordón umbilical, Refugio para cobardes, Hoy no toca la pianista gorda y Parecido a Sebastián, tus cuatro obras teatrales estrenadas hasta la fecha, son dramas intensos y fuertes. Ahora nos sorprendes con una comedia, Palmeras al viento, a presentarse del 7 al 30 de octubre en la Sala Ravelo, dentro de la temporada anual del Teatro Nacional. ¿Significa un giro en tu producción teatral? ¿Qué hay de común entre ésta y aquéllas? Háblanos sobre esta obra, de qué trata, quién la dirige y cuál es su reparto.



AR.- Aunque el tono sea de comedia, Palmeras al viento no rompe con las obras anteriores, sino que, más bien, reafirma la misma idea de siempre: la ausencia de algo, el elemento que no se realiza, el individuo que carece de algo, ese festival de cine que no se va a dar, es la pianista que no va a llegar, o es el Sebastián que ya está muerto, o es la madre que también será la gran ausencia en Cordón umbilical o la Rita de Refugio para cobardes. En Parecido a Sebastián ya se podía notar que cada cuadro que pasaba adquiriendo un tono diferente, y aunque acababa en drama, en una versión impuesta por las limitaciones de la Sala Ravelo, en realidad, en Parecido a Sebastián había cuadros en los que ya se podía notar el tono de comedia. Así que he querido dar un giro a tanto drama y hacer una obra en la que, por lo menos, no muere nadie. Yo creo que Palmeras al viento es la única obra mía en que no se muere nadie. La dirige Germana Quintana y el reparto está compuesto por Giovanni Cruz, Juan Carlos Pichardo, Liliana Díaz, Iván García, Niurka Mota, Lidia Ariza, Aidita Selman, Luis Dante Castillo, Osvaldo Añez y Ramsés Cairo. Es el reparto más extenso de todos los que he montado hasta ahora. Desde luego, queda la obra Todos menos Elizabeth, que tiene un reparto mucho más largo, y ahora Joaquín Sabina ha grabado una canción que se llama Todos menos tú, que es lo mismo. Suerte que mi obra está publicada de antes, pero ya cuando se vaya a montar no va a parecer tan original como pretendía.


JH.- Tengo entendido que Todos menos Elizabeth ibas a montarla este año, pero la has pospuesto. ¿La montarás el próximo año?


AR.- El problema de Todos menos Elizabeth es que, si el presupuesto para montar Palmeras al viento se dispara al extremo de que aunque fuese un éxito y un lleno diario, jamás pudiera cubrir los gastos, montar Todos menos Elizabeth sabemos de antemano que va a ser una catástrofe. Aquí no hay subvención para el teatro, es muy difícil. Palmeras al viento hubiera necesitado una sala intermedia, no es la obra para la Sala Ravelo pero tampoco para la Sala Principal del Teatro Nacional. La escenografía va a sacrificar una serie de cosas, aunque se van a tomar las primeras filas de la Sala Ravelo, pero aún así, no se puede lograr lo que el texto pretende.


JH.- ¿Y quizás en una sala como la de Bellas Artes o la de Nuevo Teatro?


AR.- Hubiera sido mucho mejor, aunque a mí no me gusta para nada Bellas Artes, porque con las remodelaciones que le han hecho, se ha perdido por completo la acústica.


JH.- Y si llueve, hay goteras.


AR.- Y si llueve, hay goteras, y si hay un apagón, no hay luz.


JH.- Pienso que sólo los espectadores que sean muy cinéfilos comprenderán a cabalidad las referencias al cine que hay en muchas situaciones y personajes de Palmeras al viento, por ejemplo, la Joan Novak que alude a las actrices Joan Collins y Kim Novak, que se dice fueron amantes de Porfirio Rubirosa y Ramfis Trujillo, o el de René Sierra, simbiosis de René Fortunato y Jimmy Sierra. ¿Te diriges fundamentalmente a ese público muy conocedor del cine? ¿No te interesa el resto del público?


AR.- Una de las razones por las cuales Palmeras al viento tiene un tono de comedia es precisamente para hacer que el público que no sabe de esas referencias cinéfilas (y eso de René Sierra, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), que ese público se divierta, aunque pierda una segunda o tercera lectura de la obra. Así puede funcionar a un nivel. Hemos exagerado, incluso, los toques de comedia en el montaje para hacer eso, que el público se ría de lo que está pasando, y muchas cosas las va a perder, pero eso no quiere decir que no se vaya a divertir.


JH.- Desde fines de los años sesenta, te has destacado como cuentista, habiendo ganado numerosos premios y menciones en varios concursos de Casa de Teatro y otras entidades, incluso a nivel internacional. Has publicado tres volúmenes de cuentos (La búsqueda de los desencuentros, Subir como una marea y Espectador de la nada) y una extraña novela experimental (Mutanville) que incluía breves textos de otros escritores invitados (Virgilio Díaz
Grullón, Manuel Rueda, Pedro Peix, Andrés L. Mateo, Alexis Gómez, Armando Almánzar, etc.) e ilustraciones de Fernando Peña Defilló, Jorge Severino, Cándido Bidó, Elsa Núñez, Angel Haché y otros artistas. Entiendo que tienes inéditos otros dos volúmenes de cuentos (Para que lo escriba otro y Forzando las puertas del paraíso) y otras dos novelas (La soledad de los otros y Las cenizas de la esperanza), ambas desde hace más de veinte años. Sin embargo, hace ocho años no publicas ningún libro, pero has montado cinco obras de teatro (incluyendo la que ahora estrenas: Palmeras al viento) y tienes varias otras escritas o en proyecto. Parece que has dejado el cuento y la novela por el teatro, aunque tus obras (al menos algunas) las basas en tus propios cuentos. ¿Qué ha pasado?


AR.- Hay una pequeña incorrección. Sí he publicado, o han publicado algo escrito por mí en los últimos años, que es el ensayo sobre cine hecho para la exposición de Angel Haché, que se llama Homenaje al cine. Pero lo que ha sucedido es lo siguiente: Para que lo escriba otro ganó un premio en la Biblioteca Nacional, primera vez que se hizo ese concurso, primera y última vez, y la Biblioteca Nacional tenía los derechos y la obligación de publicar ese volumen, cosa que nunca hizo.


JH.- ¿Y en qué año fue eso? ¿En qué gobierno?


AR.- Imagínate, eso fue en el último año del gobierno de Jorge Blanco, hace mucho tiempo ya. El asunto es que publicar ese libro me daba mucho trabajo y me ha frustrado un tanto, porque
considero que es lo mejor que he escrito; es el libro que a mí, particularmente, más me gusta.


JH.- ¿Y todavía permanece inédito?


AR.- Permanece inédito. Solamente se publicaron unos breves relatos una vez, en Isla Abierta, pero muy pocos. Y de Forzando las puertas del paraíso, inclusive el cuento principal lo transformé en una obra de teatro, también inédita, que se llama Un instante junto a los umbrales, que tiene un segundo título que es Las mujeres de enfrente. Pero, realmente permanecen inéditos por el alto costo de la publicación y la dificultad de la venta, eso limita a cualquier escritor, porque este país es de los pocos donde uno tiene que ir a mendigar anuncios, a buscar quien le publique, y después a no vender. O no a no vender, no, porque realmente los libros se venden si tienen un precio bajo, pero si uno pone el precio bajo, entonces uno está perdiendo doblemente.


JH.- ¿Crees que llegas a más público haciendo teatro? O sea, ¿el teatro tiene más público, más espectadores que lectores los libros?


AR.- Por lo menos, tiene más público de inmediato. Yo, si al montar Cordón umbilical hubiera sido un fracaso de público, probablemente hubiera seguido escribiendo cuentos, hubiera dejado
el teatro. Pero al ir mucha gente a Cordón umbilical (dentro de lo que cabe considerar «mucha gente» como público de teatro en el país), y al tener éxito todas las obras que he montado en cuanto al número de espectadores, pues he decidido seguir con el teatro. También porque aquí hay muy pocos autores teatrales, creo que el país necesita más de teatristas que de cuentistas. Ahora mismo acabo de ser jurado del concurso de cuento de Casa de Teatro, eran más de cien cuentistas participando, y realmente había mucho talento ahí para escribir cuentos, sin embargo, cuando hay concursos de teatro, los participantes son muy pocos. Además, creo que el teatro es el género más difícil de escribir que existe, más difícil que una novela, un cuento o un ensayo.


JH.- ¿Cómo valoras la actual narrativa dominicana, tanto en cuento como en novela?


AR.- En las palabras que escribí para el acto de entrega de premios del concurso de cuento de Casa de Teatro, decía que en este país hay tres tipos de escritores: aquellos que escriben bien y que no tienen historias que contar, aquellos que tienen historias que contar pero que no saben escribir y aquellos que tienen historias que contar y saben escribir, que son los menos. El problema es que hay muchos escritores que escriben muy bien, pero se les ha acabado la imaginación. Eso parece casi un absurdo, en un país donde uno sale a la calle y se encuentra con un millón de historias, o lee la prensa o ve la televisión y hay millones de historias que contar. Pero estos escritores empiezan a elucubrar sobre cosas, a buscarse técnicas raras, y no llegan a nada, y hay otros que tienen un millón de vivencias, cuentan historias fabulosas, en este último concurso de cuento, por ejemplo, hay un relato que es una cosa formidable, y este relato no tiene ni una mención, no la tiene porque está muy mal escrito, y son muy pocos los escritores que pueden unir las dos cosas.


JH.- ¿Y qué opinas del actual teatro dominicano? ¿Te parece que ha tenido un auge en los últimos años?


AR.- Aquí, en Santo Domingo, vamos siempre al revés. Mientras en el resto del mundo el teatro está en plena decadencia por los altos costos de producción, porque la gente se queda en su casa viendo videos, por lo que sea, aquí el teatro ha tenido cierto auge, no hay duda. Antes nada más había presentaciones en Bellas Artes y duraban dos días, o en el Teatro Nacional sólo duraban un fin de semana. Ahora va mucho más público al teatro y hay mejores autores también que antes. Por lo menos hay una nueva generación que escribe muy bien, como es el caso de Reynaldo Disla, que es un autor a tener en cuenta, y Giovanni Cruz, que tiene obras como Amanda y El Sucesor, que son obras importantes para nuestro teatro de las últimas décadas. Acabo de ver una obra de Elizabeth Ovalle, que es una joven autora que ha escrito una obra muy auténtica, no es una gran obra, pero tiene una autenticidad que la coloca por encima de sus méritos literarios.


JH.- Además de cuentista, novelista, dramaturgo, crítico de cine, distribuidor de películas, gerente de cines y clubes de video, comentarista de radio y televisión, publicista, abogado y quinientos oficios más que has desempeñado en tu vida, ejerces otro oficio muy peculiar: jurado. Has sido jurado en certámenes literarios, en festivales internacionales de cine, en la Bienal Nacional de Artes Visuales y hasta en concursos de belleza y las Olimpíadas de Rock de Kin Sánchez. Sólo te falta ser jurado en el Festival Gastronómico y en el Concurso Nacional de Cocteles que organizan Asonahores y la Secretaría de Turismo, cosa que te encantaría, ¿verdad? ¿Cómo ves todo el rollo de los concursos, eventos competitivos y los premios en arte y literatura, con los que muchos no están de acuerdo y se niegan a participar, pero otros muchos sí?


AR.- Si no hubiera concursos, en países como el nuestro, nunca tendríamos escritores, porque la mayoría de los escritores salen, en estos países, de los concursos. Como no hay posibilidades económicas para muchos de publicar por su cuenta, tienen que valerse de los concursos para que sus obras de teatro, sus cuentos, sus poesías, salgan a la luz pública. Es la única forma, también, de lograr cierta notoriedad que permita seguir. Es un trampolín, no sólo necesario sino imprescindible en estos países. Yo no veo nada malo. El que no concursa es porque tiene miedo. No siempre hay que concursar para ganar, uno quiere ganar, pero si no ganan, hay escritores que se ofenden y no vuelven. En Casa de Teatro pasa lo siguiente: algunos escritores se quedan en bares y colmados cercanos por ahí y mandan a una serie de delegados, y cuando están leyendo los nombres de los premiados, van y los buscan, les dicen «¡ven, que ganaste!», y ahí vienen a recibir su premio, eso es una barbaridad, pero eso sucede. Uno tiene que saber también que los jurados no son infalibles, que cuando uno participa y está un jurado, a lo mejor gana, y si el jurado hubiera sido diferente, a lo mejor el resultado hubiera sido otro, pero es una lotería en la que obligatoriamente hay que jugar y participar.


JH.- ¿Ese mismo criterio lo extiendes a las artes visuales, digamos a la Bienal Nacional de Artes Visuales?


AR.- Sí. Muchas veces, los premios que se dan son totalmente injustos, pero tal vez en la próxima Bienal el jurado dé unos premios más justos y alguna vez salen, porque yo he participado en muchísimos concursos en mi vida y no siempre he ganado. Ya no participo en ciertos concursos, por ejemplo, el de cuento de Casa de Teatro, ya es un concurso al que yo no mando, no mando tampoco al Premio Nacional, al de la Secretaría de Educación, porque creo que ése siempre ha sido injusto, aunque yo haya ganado una vez. Pero los concursos siempre tienen que existir en este país, no hay otra salida para el escritor, ni siquiera para la muchacha que quiere sobresalir como modelo, ni para el bartender.


JH.- Lo que has dicho sobre los jurados es muy cierto y ahora recuerdo tres ejemplos. Martín López no pudo participar en la Bienal Nacional de Artes Visuales de este año porque el jurado de selección rechazó o no aceptó las obras que presentó en las categorías de video y fotografía, algo increíble, tratándose de un artista premiado en anteriores bienales (cuando las bienales eran bienales, como dice Faustino Pérez) y de mucho prestigio fuera de aquí, y que suele ser invitado a importantes eventos internacionales, como recientemente, en el Ludwig Forum, en Alemania, y en la selecta exposición «Arte Contemporáneo Dominicano» en America’s Society Gallery, en Nueva York. A otro fotógrafo dominicano, Jesús Rodríguez, no le colgaron tampoco ninguno de los trabajos que envió al concurso de fotografía de la Casa Fotográfica de Wifredo García, pero luego los remitió al concurso internacional de la revista Geomundo, compitiendo con 629 fotógrafos de muchísimos países y con más de seis mil fotografías, y ganó el segundo premio, valorado en seis mil dólares, equivalente a casi ochenta mil pesos, mucho más dinero que el de varios premios criollos juntos. Reynaldo Disla ni siquiera recibió mención por la obra que envió al concurso de teatro de Casa de Teatro, hace algunos años; luego la mandó a Cuba, al concurso de Casa de las Américas, compitiendo con decenas de obras de importantes autores de casi todos los países iberoamericanos y ganó el primer premio, único dominicano que ha ganado el primer premio de teatro en el concurso de Casa de las Américas. Pero no sigamos nadando en lo hondo y retornemos a la orilla. Pasando a otro tema, háblame de tu club de video, Supreme Quality. ¿Qué ofrece diferente a los demás?


AR .- Aquí hay una serie de videos que se están especializando en arte. Hay videos muy buenos como Cometa o como Molina, que han traído muchas películas artísticas, pero faltaba, a mi entender, un video que se ocupara del cine clásico. Por razones particulares, estos videos no se ocupaban, o no se ocupaban mayormente, del cine clásico. Yo he querido llenar ese vacío, y poco a poco he ido formando una videoteca de cine clásico, al menos norteamericano, de gran valía. Lo que sucede es que la mayoría de esas películas viene sin subtítulos, y entonces limita también la acogida del público. Ahora, gracias al llamado «close captioned», que tiene subtítulos en el mismo inglés, se consigue un público más extenso. De todas maneras, vamos a seguir por esa línea, mezcla de video artístico y video clásico, sin abandonar ni los clavos, porque obligatoriamente un video tiene que tener clavos, ni las películas infantiles, ni las películas de todo género, porque si una persona va a buscar una película artística o clásica al video, lleva a sus hijos, lleva a su esposa o esposo, lleva a su familia, que quiere ver otro tipo de cine, y hay que complacerlos a todos, y si no, pues, uno perdería. El cine de arte nunca es negocio, ni el video tampoco.


JH.- ¿Qué próximos ciclos de cine has programado para el Lumiere, en combinación con algunas embajadas?


AR.- Los próximos serán un ciclo de cine canadiense y un ciclo de cine español, ambos en noviembre, que incluyen una serie de títulos muy buenos. Son las dos últimas embajadas que se han acercado a nosotros y creo que van a ser los dos festivales más importantes de este año.


JH.- ¿Qué proyectos inmediatos tienes como escritor, tanto respecto a tu propia creación literaria como a las actividades de la Casa del Escritor, de la que eres fundador y directivo?


AR.- Proyectos propios está, muy probablemente (tengo una oferta, todavía es un plan), la traducción al inglés de Cordón Umbilical, lo cual para mí sería formidable y una forma de entrar a un mercado importante y tal vez salir del aprieto de hacer teatro aquí; y por otro lado, en cuanto a los planes de la Casa del Escritor, estábamos esperando a que se solucionara todo el problema político, que se calmaran las cosas, y pudiéramos volver a empezar. Hay en proyecto una exposición de pintura para recaudar fondos, el acto de entrega de premios a los mejores libros del año pasado, y hemos tenido encuentros literarios, por ejemplo, hace poco, con Ana Lydia Vega y Miguel Barnet, que han sido todo un éxito, y vamos a seguir por esa línea. Lo que pasa es que tampoco la Casa del Escritor tiene con qué sostenerse, hay que ir buscando la manera de seguir en un local realmente formidable, pero donde nosotros mismos, como directiva, tenemos que estar pagando una mensualidad para poder sostenerla.


JH.- ¿Dónde se encuentra y quienes integran su directiva?


AR.- Está ubicada en la calle Mercedes, frente a la Iglesia de las Mercedes, en la casa de Don Emilio Rodríguez Demorizi, cuya hija, Clara, nos la ha cedido, una parte de la casa, porque esa casa es inmensa y tampoco uno puede cargar con la responsabilidad de esa fabulosa biblioteca que tenía el señor Rodríguez Demorizi y que debería ser declarada Patrimonio Nacional y ver cómo se revaloriza todo lo que hay allí. Tenemos una directiva presidida por Pedro Vergés y de la cual forman parte escritores como Diógenes Céspedes, Jeannette Miller, Soledad Álvarez, José Mármol, José Enrique García y otros. Hasta ahora, hemos dirigido todas las actividades, pero puede integrarse cualquier escritor, cualquier persona que se interese por la literatura, para celebrar allí cualquier tipo de acto cultural. Se han puesto a circular libros, como el de Armando Almánzar, Cuentos en cortometraje y también se pueden dar charlas, es para cualquier cosa que tenga relación con la literatura.


Nota: Esta entrevista fue hecha a fines de agosto y debió publicarse a principios de octubre, mes en que ocurrieron algunos eventos mencionados en la misma, tales como la exposición de pintura y la entrega de premios de la Casa del Escritor y el estreno de Palmeras al viento, en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.

La Muerte de Arturo

A Arturo le conocí en Supreme Quality Video, un centro de alquiler de película que él tenía en Plaza Naco. Corría el año de 1993 y tenía poco días de haber llegado a Santo Domingo. Venía de la Piragua, Gaspar Hernández, bien verdecito. Con él aprendí a apreciar el Gran Cine. Recuerdo un día que me entregó "Las cartas de Alou" de Montxo Armendáriz, una excelente película europea. Luego le seguí a través de "Linterna mágica" que escribia en HOY y donde enseñaba a separar la paja del trigo en materia de cine. En fin, se nos va un hombre excepcional, amante del cine y un referente obligatorio a la hora de hablar de narrativa, cine, teatro y muchas otras cosas de las que sabía.

Adios Arturo, adios amigo...

VALENTIN AMARO


Demasiadas tristezas en poco tiempo. Aun no puedo pensar en mi madre, y unos dias despues fue Blas, y luego Luis. Alguno/a conoce algun remedio?

Chiqui Vicioso



Cuando Martha Sepúlveda desapareció de la vista de todos y nos dejó sin Martha Sepúlveda, me hice miles de interrogantes. Era lógico. Aunque ya no soy joven, tampoco soy tan viejo como para que mi generación se empiece a morir de causas más o menos naturales. ¿Qué pasará con los buzones de Martha?, me pregunté. ¿A dónde irán a parar todas esas palabras, fotografías y razones que ella atesoraba en sus cuentas cibernéticas?

Antiguamente, la gente solía dejar un baúl, una caja o cuando menos una oxidada lata con todos sus secretos (Los puentes de Madison es una historia que se sostiene solo en esa probabilidad). Pero en la era digital esas cosas no son tangibles, se tornan inextricables con apenas una combinación de letras y números que jamás nadie podrá adivinar.

El muro de Facebook de Arturo Rodríguez está lleno de mensajes que todos menos él podrán leer. Como siempre odió los finales obvios, le tocó una muerte impredecible. Ayer, a las 10:28 a.m., entró por última vez al Facebook y le agregó nuevas fotos a su galería “Pasa la vida sin decir adiós”.
Con un mojito en la mano y mirando a ninguna parte (raro desliz para alguien que estudió por años el peso de las miradas) Arturo se despide. Sus señales invisibles se perdieron para siempre.


Arturo Rodríguez Fernández, no sabremos nunca todo lo que perdimos al perderte



Por Aquiles Julián



Mi primer trato personal con Arturo Rodríguez Fernández fue en 1983. Antes de eso le veía de lejos, sin mayor contacto. En 1982 gané el primer lugar en el concurso de cuentos de Casa de Teatro y al año siguiente fui jurado del mismo, junto a Armando Almánzar Rodríguez y a Pedro Vergés.



Los tres convenimos, más por decisión de Pedro Vergés y mía que por la de Armando, más compasivo y fraternal, en no declarar ganadores, dejar desiertos los tres primeros premios y otorgar diez menciones. Fue un enmendar la plana a los participantes para que cuidaran los textos que enviaban a concurso. Freddy Ginebra aceptó el fallo, aunque siempre nos recomendó seleccionar los tres mejores y premiarlos. Pero la intransigencia de Pedro Vergés y mía en no premiar cuentos que habían sido enviados sin el cuidado apropiado para competir en un concurso, se impuso.



Arturo Rodríguez Fernández fue uno de los que participó en ese concurso. Y lo recuerdo porque fue tal vez si no el único, uno de los pocos que sin estar de acuerdo con nuestra decisión, la aceptó con humildad y con el cual conversé amablemente sobre la misma.



Hubo escritores que, antes del fallo, sabiendo que era jurado del mismo, se aproximaron a mí buscando camelarme. Y luego echaron chispas y dijeron barbaridades sobre mí y los demás jurados. El problema es que en el concurso se premian los textos, no las personas. Y si los cuentos no valen la pena o merecen ser premiados, aunque las personas sean excelentes, maravillosas, admirables, los textos no serán galardonados. Y créanme que, por su comportamiento, tampoco lo eran.



Así que algunos se enemistaron conmigo, dejaron de dirigirme la palabra. Otros enfriaron su actitud al máximo. Hubo quienes echaron pestes acerca de mí. Y quienes me desconocieron, al grado de que luego de más de diez primeros premios literarios, entre ellos dos de Casa de Teatro y el Premio de Literatura de la Universidad Central del Este, UCE, aquí se editan antologías literarias en las que aparece todo el mundo menos yo, lo que, por otro lado, no me quita el sueño. Total, el día que quiera hacer una antología en la que yo aparezca, la haré yo mismo y punto.



Saco el caso a colación porque algo similar sucede con Arturo Rodríguez Fernández. Brillante narrador, excelente dramaturgo, ¿dónde están las antologías que reconocen su obra y su talento?



A Arturo Rodríguez Fernández se le tenía envidia. Se le envidiaba su origen social: miembro de una familia de emigrantes españoles que prosperó e hizo fortuna en nuestro país, lo cual parece que algunos nativos lo viven como afrenta y no como ejemplo. Se le envidiaba su evidente talento: ganó premios nacionales e internacionales. Nadie se fijo en su infatigable capacidad de trabajo. En su pasión sin límites por el cine, que lo llevó desde la crítica de cine (era capaz de viajar al extranjero sólo a ver una película), a aventurarse financieramente instalando el Cine Lumiere, un cine de arte que muchos pudimos aprovechar, aunque no hubo el suficiente respaldo para hacer rentable la aventura; y que terminó por crear el Festival de Cine de Santo Domingo, que convirtió en base a trabajo arduo, relaciones personales (que las tenía de sobras en el mundo de cine), determinación y sacrificios en una institución respetable, al que concurrían cineastas y actores de renombre internacional a exhibir sus obras. Y fue un promotor entusiasta y dedicado de nuestro país como lugar ideal para rodar películas.



Su entrega a sus pasiones: el cine, la literatura, era total. Siempre embarcado en un proyecto, siempre con planes a realizar, siempre con tareas pendientes de ejecución.



Cada vez que le veía, en esos escasos pero prodigiosos momentos en que una premiación nos acercaba, él como jurado la más de las veces, y yo como el afortunado ganador, le insistía en que quería hacer un libro digital con sus cuentos. Siempre me prometía enviármelos, pero las ocupaciones no le dejaban tiempo. Me regaló uno de sus últimos libros, lleno de cuentos admirables. Hoy la infortunada noticia de que un infarto fulminante nos lo arrancó de la vida, deja mi modesto proyecto de un libro digital que celebrara su talento y promoviera sus cuentos, trunco. Me debes esa, Arturo.



Al leer la noticia en la prensa digital, que reviso varias veces al día, quedé pasmado. Mi estupefacción hizo que mi esposa me preguntara qué me sucedía. Quise decirle que se me había desgarrado el corazón, porque Arturo Rodríguez Fernández era un ser sorprendente: tras la constante chanza, tras el choteo y la salida jocosa, se escondía un ser bueno, agradable, inteligente, talentoso y de una capacidad de trabajo y dedicación excepcionales.



Mañana su deceso no será publicado a ocho columnas en la prensa, ni se bajarán las banderas a media asta, tampoco se declararán tres días de duelo. Así mueren los grandes de verdad. Nadie como él para merecer todos los homenajes. Honró al país con su vida, con su obra, con su dedicación. Nos engrandeció con su trabajo. Nos dedicó lo mejor de sus años. Nos enseñó. Nos guió. Nos aportó de múltiples maneras.



Empantanados en frivolidades y circos: el circo de la política, el circo de la farándula; agobiados por los salarios ridículos que nos hacen desvivir buscando como arañar el peso para poder ganarnos el derecho a sobrevivir un día más; aturdidos por el alcohol, atronados por la bulla de las estruendosas bocinas de los discolights de los candidatos; de las radios escandalosas; enredados en la madeja de chismes en que consumimos el tiempo, la muerte de Arturo Rodríguez Fernández pasará poco menos que desapercibida.



No sabremos lo que perdimos. Pero, créanme, perdimos más de lo que podríamos darnos cuenta. Ese infarto nos arrebató al promotor de cine incansable, al alma del Festival de Cine de Santo Domingo, al artífice de múltiples iniciativas vinculadas al séptimo arte, al narrador dedicado, al dramaturgo talentoso, al dominicano que dio lustre y brillo al gentilicio, que honró con su vida y dignificó con su trabajo a esta tierra que tanto merece y a la que tantos dañamos y degradamos.



No saber lo que se tiene hasta que se pierde es un dicho de añeja sabiduría. Hice alarde, hace algún tiempo, en una presentación que escribí para uno de los libros digitales que edito, de mi amistad con Arturo Rodríguez Fernández. Como lo hice de mi amistad con Efraím Castillo, Alexis Gómez, Enrique Eusebio, Manuel Núñez, José Enrique García, Manuel García Cartagena y otros escritores.



Era una forma de encubrir mi admiración, mi respeto, mi aprecio, mi envidia si se quiere a sus maneras amables, a sus dones, a su generosidad, a su bonhomía, a su capacidad de trabajo, a su entrega, a sus aportes portentosos a la patria.



Quiero dejar constancia de esa admiración, de ese respeto, de que no tenemos con qué pagar ni cómo reconocer todo lo que él hizo y dio y legó a este país. Con la grandeza con que los mejores dominicanos lo hicieron: sin esperar nada en recompensa, pero con la satisfacción del deber cumplido.



Como dije, no sabremos lo que perdimos. Pero desde ya sentimos la inmensa falta que nos hace su partida. Que Dios premie en Su Reino a un hombre que como Arturo hizo mejor al mundo con su sola presencia y nos dio ejemplo de que la determinación de una sola persona puede lograr grandes propósitos si se dispone.

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