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Las 10 mejores novelas latinoamericanas de todos los tiempos

Es sumamente difícil, prácticamente imposible, entregar un listado de las diez mejores novelas latinoamericanas de todos los tiempos. Es más difícil aún teniendo en cuenta que hablamos
de Novelas Latinoamericanas, es decir que no hablamos sólo de libros hispanoamericanos, por lo que cabrían en el ranking, por lo menos, las novelas brasileñas, escritas en portugués. Luego de ser ignorada por siglos debido al eurocentrismo propio de los colonialistas y los colonizados, la literatura de Latinoamérica (como un todo, no de manera individual a través de algunos escritores destacados) empezó a ser apreciada en el siglo XX como lo que es: uno de los más grandes legados culturales de todo un continente a la humanidad, debido a la diversidad, al sincretismo, la promiscuidad propia de una cultura mestiza cuyos grandes problemas se resolvían siempre a través de la imaginación.
     Pero vamos a ser, quizás por primera vez, esencialmente prácticos. Hay seis países latinoamericanos, cinco hispanoamericanos, en donde existe la mayor industria editorial de nuestra región, es decir, los países en los que más se venden libros. Esos países son: México, Colombia, Argentina, Chile, Perú y Brasil. Los hispanoamericanos son los cinco primeros, por supuesto. Las excepciones son Cuba y Uruguay, países en los que se leen muchos libros, que no es lo mismo a que se vendan muchos libros, debido a las limitaciones económicas y al tamaño del mercado en Cuba, y debido a la poca cantidad de habitantes en Uruguay, es decir, debido también al reducido tamaño de su mercado. Sin embargo, el volumen de lectores de esos dos países también ha provocado que tengan escritores de primera línea, con amplio reconocimiento internacional. De los seis países latinoamericanos en los que más se venden libros, cuatro ya tienen premios Nobel de Literatura: Chile (2), y Perú, Colombia y México uno cada cual. Es decir, que el que piense que las cosas, aún en el ámbito literario, artístico, suceden debido al azar, se encuentra muy equivocado.
     Los dos países restantes, Argentina y Brasil, no han tenido aún ningún Premio Nobel, pero todos sabemos que algunos escritores argentinos o brasileños han merecido ese premio con creces, desde Borges, Cortázar, Bioy Casares y Sábato en Argentina, hasta Jorge Amado, Joao Guimaraes Rosa o Clarice Lispector en Brasil. Sin contar la larga lista de excelentes escritores que no son tan conocidos como los mencionados, pero cuya obra, a veces injustamente anónima, podría ganar cualquier premio de este tipo.




     Pero en fin, que obviando una serie de grandes novelas latinoamericanas que merecen encontrarse en un hit parade de las mejores diez novelas de Latinoamérica, aquí está una posible lista, aunque de antemano sabemos que es puramente personal, arbitraria, injusta, reduccionista, y que obvia como regla las nuevas novelas, o por lo menos las relativamente recientes, debido a que no han pasado la criba asesina del tiempo. No se encuentran en orden numérico, lo que significa que la primera que se mencione no tiene que ser necesariamente la mejor, ni la última la peor. Aquí están diez, y cada quien puede realizar luego su particular conteo de diez, quizás muy diferente a éste:

-Pedro Páramo, Juan Rulfo.
-Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.
-Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa.
-La Vida Breve, Juan Carlos Onetti.
-El Siglo de las Luces, Alejo Carpentier.
-Un Mundo para Julius, Alfredo Bryce Echenique.
-Gran Sertón, Veredas, Joao Guimaraes Rosa.
-La Invención de Morel, Adolfo Bioy Casares.
-La Región Más Transparente, Carlos Fuentes.
-Rayuela, Julio Cortázar.

     Estamos dejando una cantidad de grandes novelas fuera de la lista, de Donoso, de Roa Bastos, de Rómulo Gallegos, de Jorge Amado, de Machado de Asís, de Miguel Ángel Asturias, etc., etc. Mea culpa, la lista era sólo de diez. Algo sumamente interesante es que no aparece ninguna escritora, lo cual se explica no debido a ninguna misoginia de mi parte, sino porque las mujeres en nuestros países prácticamente no escribían (debido a problemas sociales y culturales de prevalencia del hombre que no vamos a analizar aquí), y cuando lo hacían se dedicaban más bien a la poesía, lo que explica que Chile tenga una poeta Premio Nobel. El video lo explica mejor que estas palabras.

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El Centenario de Julio Cortázar

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     El primer libro que compré y leí de Julio Cortázar fue Las Armas Secretas. Fue todo un descubrimiento, por supuesto, como le sucede a cualquier joven latinoamericano que lee por primera vez a Cortázar, encontrarse con ese maestro, el más viejo de los escritores del boom latinoamericano, escribiendo de una manera tan fresca, tan original, tan libre. Como un joven, precisamente. Luego empecé a comprar todos sus libros: Bestiario, Final del Juego, Deshoras, antologías en las que aparecían sus mejores cuentos, antologías en las que aparecían sus mejores libros, ediciones que mezclaban dos libros suyos en un solo volumen, hasta llegar a Rayuela. En mi país, la República Dominicana, a la Rayuela le decimos Peregrina, un nombre igual de hermoso que el argentino. Yo llegué a jugar a la peregrina muchas veces durante mi infancia, aunque es sobre todo juego femenino, no sé por qué. En Rayuela, Cortázar le dedica una línea a la ciudad de Santo Domingo: la describe como la ciudad más ruidosa del mundo. Y tiene razón, por supuesto. Yo soy de Santiago, y vivo en Santiago, y Cortázar no habló de Santiago aunque sí del país en Rayuela, de la ciudad capital.
      El escritor Eugenio Camacho me confesó un día que él no leía a Cortázar cuando estaba escribiendo algo, porque su estilo se contagia. Se pega, como decimos nosotros. En el libro Papeles Inesperados, que contiene páginas inéditas facilitadas por su viuda, que me hizo el gran favor de regalarme el escritor Luis Córdova, hay un cuento extraordinario que es posible que Cortázar no haya publicado porque no se corresponde con su estilo; hasta el final, parece el cuento de otra persona. Al final ya regresa por un momento esa forma de contar cortazariana, pero es injusto que haya dejado a los lectores sin descubrir ese cuento, que aunque no tiene su estilo me parece de los mejores suyos. Es un poco borgiano el cuento, aunque mantiene siempre la frescura de Cortázar, el hecho de que no sabemos nunca lo que va a suceder a medida que transcurre la historia, con una serie de vueltas de tuerca, porque cualquier cosa puede suceder en sus cuentos.
       Julio Cortázar no ganó el Premio Nobel de Literatura. Ni el Premio Cervantes, ni el Premio Juan Rulfo, no ganó muchos premios literarios. Quizás por indiferencia de su parte, o por negligencia de los encargados de otorgar los premios, la cuestión fue que no ganó muchos premios, aunque sospechamos que, por lo menos al principio, participó en algunos concursos. Uno de esos premios lo ganó Rayuela, compartido con Bomarzo de Manuel Mujica Lainez. Sabemos que envió sus cuentos a revistas y periódicos para que se los publicaran, como hace todo escritor principiante, porque Jorge Luis Borges fue el primero en publicar un cuento suyo en el periódico en el que trabajaba. A pesar de la distancia ideológica que los separaba, Cortázar nunca ocultó su admiración por Borges, así como Borges siempre se sintió orgulloso de haber sido el primer editor que le publicara algo a Cortázar.
       En el centenario del nacimiento de Julio Cortázar, siempre es bueno reconocer, recordar a un maestro. A un maestro indiscutible de las letras en idioma español, quizás en cualquier idioma. En un artículo que escribió Mario Vargas Llosa con motivo de su muerte, contaba cómo, la última vez que lo fue a visitar a París, Cortázar se lo quería llevar por las calles para comprar marihuana y revistas pornográficas: como si fuese eternamente joven, el eterno rebelde. Ese monumento que es Rayuela, en la que aparecen personajes divididos, fragmentados, duplicados, una novela que es muchas novelas, no sólo dos como al principio aparente y confiese el propio autor, es eso mismo: apariencia, imagen, percepción; la realidad no es lo que creemos que es, el mundo puede ser diferente a como se ha construido de forma imperfecta. Tenemos esa certeza leyendo esa novela. Rayuela, o Peregrina, un juego femenino (a pesar de la vejación que él hace de las mujeres en la novela, de la que luego se arrepintió en innumerables entrevistas) que yo jugaba cuando niño con mi hermana Ana María, pintada sobre la acera con una tiza blanca. En este centenario, vamos a comprar los libros de Cortázar, a leerlo y a mantenerlo vivo.

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EL ARTICULO DE MARIO VARGAS LLOSA EN EL PAIS

Los parias del Caribe

PIEDRA DE TOQUE. La sentencia del Tribunal Constitucional de la República Dominicana sobre el caso de Juliana Regis Pierre es un desatino que niega la nacionalidad a los hijos de inmigrantes irregulares

 


FERNANDO VICENTE
 
 Juliana Deguis Pierre nació hace 29 años, de padres haitianos, en la República Dominicana y nunca ha salido de su tierra natal. Jamás aprendió francés ni créole y su única lengua es el bello y musical español de sabor dominicano. Con su certificado de nacimiento, Juliana pidió su carnet de identidad a la Junta Central Electoral (responsable del registro civil), pero este organismo se negó a dárselo y le decomisó su certificado alegando que sus " apellidos eran sospechosos ". Juliana apeló y el 23 de septiembre de 2013 el Tribunal Constitucional dominicano dictó una sentencia negando la nacionalidad dominicana a todos quienes, como aquella joven, sean hijos o descendientes de " migrantes " irregulares. La disposición del Tribunal ha puesto a la República Dominicana en la picota de la opinión pública internacional y ha hecho de Juliana Deguis Pierre un símbolo de la tragedia de cerca de 200.000 dominicanos de origen haitiano (según Laura Bingham, de la Open Society Justice Initiative) que, de este modo, la mayoría de ellos de manera retroactiva, pierden su nacionalidad y se convierten en apátridas.
La sentencia del Tribunal Constitucional dominicano es una aberración jurídica y parece directamente inspirada en las famosas leyes hitlerianas de los años treinta dictadas por los jueces alemanes nazis para privar de la nacionalidad alemana a los judíos que llevaban muchos años (muchos siglos) avecindados en ese país y eran parte constitutiva de su sociedad. Por lo pronto, se insubordina contra una disposición legal de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (de la que la República Dominicana forma parte) que, en septiembre de 2005, condenó a este país por negar su derecho a la nacionalidad a las niñas Dilcia Yean y Violeta Bosico, dominicanas como Juliana, e igual que ella hijas de haitianos. Con este precedente, es obvio que, si es consultada, la Corte Interamericana volverá a reafirmar aquel derecho y la República Dominicana tendrá que acatar esta decisión, a menos que decida —algo muy improbable— retirarse del sistema legal interamericano y convertirse a su vez en un país paria.
Hay que señalar, como lo hace The New York Times el 24 de Octubre, que dos miembros del Tribunal Constitucional dominicano dieron un voto disidente y salvaron el honor de la institución y de su país oponiéndose a una medida claramente racista y discriminatoria. El argumento utilizado por los miembros del Tribunal para negar la nacionalidad a personas como Juliana Deguis Pierre es que sus padres tienen una " situación irregular ". Es decir, hay que hacer pagar a los hijos (o a los nietos y bisnietos) un supuesto delito que habrían cometido sus antepasados. Como en la Edad Media y en los tribunales de la Inquisición, según esta sentencia, los delitos son hereditarios y se transmiten de padres a hijos con la sangre.
A la crueldad e inhumanidad de semejantes jueces se suma la hipocresía. Ellos saben muy bien que la migración " irregular " o ilegal de haitianos a la República Dominicana que comenzó a principios del siglo veinte es un fenómeno social y económico complejo, que en muchos períodos —los de mayor bonanza, precisamente— ha sido alentado por hacendados y empresarios dominicanos a fin de disponer de una mano de obra barata para las zafras de la caña de azúcar, la construcción o los trabajos domésticos, con pleno conocimiento y tolerancia de las autoridades, conscientes del provecho económico que obtenía el país —bueno, sus clases medias y altas— con la existencia de una masa de inmigrantes en situación irregular y que, por lo mismo, vivían en condiciones sumamente precarias, la gran mayoría de ellos sin contratos de trabajo, ni seguridad social ni protección legal alguna.
Uno de los mayores crímenes cometidos durante la tiranía de Generalísimo Trujillo fue la matanza indiscriminada de haitianos de 1937 en la que, se dice, varias decenas de miles de estos miserables inmigrantes fueron asesinados por una masa enardecida con las fabricaciones apocalípticas de grupos nacionalistas fanáticos. No menos grave es, desde el punto de vista moral y cívico, la escandalosa sentencia del Tribunal Constitucional. Mi esperanza es que la oposición a ella, tanto interna como internacional, libre al Caribe de una injusticia tan bárbara y flagrante. Porque el fallo del Tribunal no se limita a pronunciarse sobre el caso de Juliana Deguis Pierre. Además, para que no quede duda de que quiere establecer jurisprudencia con el fallo, ordena a las autoridades someter a un escrutinio riguroso todos los registros de nacimientos en el país desde el año 1929 a fin de determinar retroactivamente quiénes no tenían derecho a obtener la nacionalidad dominicana y por lo tanto pueden ser ahora privados de ella.
Si semejante paralogismo jurídico prevaleciera, decenas de miles de familias dominicanas de origen haitiano (próximo o remoto) quedarían convertidas en zombies, en no personas, seres incapacitados para obtener un trabajo legal, inscribirse en una escuela o universidad pública, recibir un seguro de salud, una jubilación, salir del país, y víctimas potenciales por lo tanto de todos los abusos y atropellos. ¿Por qué delito? Por el mismo de los judíos a los que Hitler privó de existencia legal antes de mandarlos a los campos de exterminio: por pertenecer a una raza despreciada. Sé muy bien que el racismo es una enfermedad muy extendida y que no hay sociedad ni país, por civilizado y democrático que sea, que esté totalmente vacunado contra él. Siempre aparece, sobre todo cuando hacen falta chivos expiatorios que distraigan a la gente de los verdaderos problemas y de los verdaderos culpables de que los problemas no se resuelvan, pero, hemos vivido ya demasiados horrores a consecuencias del nacionalismo cerril (siempre máscara del racismo) como para que no salgamos a enfrentarnos a él apenas asoma, a fin de evitar las tragedias que causa a la corta o a la larga.
Afortunadamente hay en la sociedad civil dominicana muchas voces valientes y democráticas —de intelectuales, asociaciones de derechos humanos, periodistas— que, al igual que los dos jueces disidentes del Tribunal Constitucional, han denunciado la medida y se movilizan contra ella. Es penoso, eso sí, el silencio cómplice de tantos partidos políticos o líderes de opinión que callan ante la iniquidad o, como el prehistórico cardenal arzobispo de Santo Domingo, Nicolás de Jesús López Rodríguez, que la apoya, sazonándola de insultos contra quienes la condenan. Yo creía que los peruanos teníamos, con el Cardenal Juan Luis Cipriani, el triste privilegio de contar con el arzobispo más reaccionario y antidemocrático de América Latina, pero veo que su colega dominicano le disputa el cetro.
Quiero mucho a la República Dominicana, desde que visité ese país por primera vez, en 1974, para hacer un documental televisivo. Desde entonces he vuelto muchas veces y con alegría lo he visto democratizarse, modernizarse, en todos estos años, a un ritmo más veloz que el de muchos otros países latinoamericanos sin que se reconozca siempre su transformación como merecería. El segundo de mis hijos vive y trabaja allá y entrega todos sus esfuerzos a apoyar los derechos humanos en ese país, secundado por muchos admirables dominicanos. Por eso me apena profundamente ver la tempestad de críticas que llueven sobre el Tribunal Constitucional y su insensata sentencia. Éste es uno de esos momentos críticos que viven todos los países en su historia. Lo fue también cuando ocurrió el terrible terremoto que devastó a su país vecino, Haití, en enero de 2010. ¿Cómo actuó la República Dominicana en esa ocasión ? El Presidente Leonel Fernández voló de inmediato a Puerto Príncipe a ofrecer ayuda y ésta se volcó con una abundancia y generosidad formidables. Yo recuerdo todavía los hospitales dominicanos repletos de víctimas haitianas y los médicos y enfermeras dominicanos que volaron a Haití a prestar sus servicios. Esa es la verdadera cara de la República Dominicana que no puede verse desnaturalizada por las malandanzas de su Tribunal Constitucional.

Periodico El Pais 2013

LA TENTACION DE LO IMPOSIBLE


En el último capítulo de su libro “La Tentación de lo Imposible”, un análisis sobre la novela “Los Miserables” de Víctor Hugo, Mario Vargas Llosa convierte toda su tesis literaria inicial en un manifiesto político. Para él, en las “sociedades abiertas”, es decir, en las democráticas, la ficción literaria no es más que una forma de entretenimiento, mientras que en las dictaduras, en los gobiernos de fuerza, “fascistas, comunistas, fundamentalistas, religiosos y dictaduras militares tercermundistas”, ya no es así. Debido a un proceso sociológico exterior, por supuesto, a la propia obra, la literatura se convierte en otra cosa, muta su percepción en el lector, cambia.

A través de una crítica hecha por Lamartine a “Los Miserables”, en la que el político francés se concentra en la visión de la sociedad de su época que presenta la novela, Vargas Llosa llega a esta conclusión, en un capítulo final que tiene el mismo título que todo su ensayo. La literatura es una forma de entretenimiento “si se quiere, superior”, reconoce, que saca al lector de su propia vida aburrida por algún tiempo, llevándolo a experimentar otra vida, otras realidades, o irrealidades, o a vivir fantasías interesantes, como alguna película taquillera de Hollywood.

Hace algún tiempo, en una conferencia sobre el poeta dominicano Franklin Mieses Burgos, Diógenes Céspedes nos recordaba algo importante: el capitalismo cree que el arte es entretenimiento, mientras que el comunismo cree que es educación, pedagogía. Como ambos sistemas no son ingenuos, podríamos cambiar un verbo de la frase y afirmar: el capitalismo quiere que el arte sea entretenimiento, y el comunismo quiere que sea educación. Y concluía Céspedes que ambos sistemas están equivocados con respecto a algo tan simple, tan humano, que todo artista sabe lo que es, instintivamente, o que todo artista sabe lo que no es. Existen varios acercamientos, varias tentativas. Susan Sontag nos dice que: "...en términos muy generales: el arte (y su elaboración) es una forma de conciencia". O Jean Luc-Godard:"los novelistas y los cineastas estamos condenados a analizar el mundo, lo real".

El hecho de que este libro, muy lúcido, muy enjundioso, termine con una declaración de este tipo, indica cómo las ideas políticas de Vargas Llosa están afectando su obra. Si el libro se hubiese quedado en lo estrictamente literario –puesto que recuperar las críticas sociológicas o políticas hechas a la obra en su momento, no tiene mucho sentido más o menos 150 años después, a no ser que haya un interés arqueológico- hubiese sido un estupendo ensayo. La ficción literaria como entretenimiento puro es una aspiración de la economía de mercado –puesto que toda forma de entretenimiento es manipulable, mercadeable, reductible a estadísticas- que las propias novelas de Mario Vargas Llosa desmienten con creces.

LA ORGIA PERPETUA

En su libro La Orgía Perpetua, realmente tres ensayos sobre la Madame Bovary de Flaubert, el lector debe saber hablar español, y al mismo tiempo debe conocer el idioma francés. Mario Vargas Llosa, el autor, que es un buen escritor y al mismo tiempo un famoso escritor, una cosa rarísima en estos tiempos, es petulante en el libro, engreído, no sabemos si por inexperiencia, por inmadurez (tenía 39 años cuando lo publicó) o por afectación literaria. Una pena, puesto que su admiración por Flaubert parece ser muy profunda, y, sobre todo, sincera.

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