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El libro de los últimos días:

Entendiendo que un Ensayo es una composición en prosa sobre un tema de libre elección, en el que prevalece la opinión del autor, El libro de los últimos días, del escritor Máximo Vega, nos revela su mundo interior. Empieza con una cita de Manuel del Cabral “Tan cerca estoy de cosas que están siempre desnudas”. Y esta vez el escritor, nos deja ver más allá de la vida bohemia de Ana y los demás, más allá del realismo de El mar. Nos confiesa: “la única relación permanente que he tenido, y me parece me acompañará hasta la muerte… ha sido el arte”. Es precisamente de arte que tratan la mayoría de los ensayos y artículos de este libro. Aunque, por lo general, las biografías de Máximo Vega sólo indican que nació en el 1966, descubrimos que es 18 de noviembre, y que en el 2006 su cumpleaños coincidió con la muerte de nuestro querido poeta Dionisio López Cabral. Que conoció a don Virgilio Díaz Grullón “la tarde de un sábado lento”, quien “quería decirnos algo sobre el ser humano a lo que todavía no hemos sido capaces de acceder completamente”. Que Álvaro Mutis no es de sus escritores favoritos. El título del libro sugiere una idea apocalíptica, sin embargo, la portada, una magnífica escultura de Sacha Tebó, parece transportarnos al inicio de los tiempos. No porque Sacha haya vivido en el paleolítico como insinúa el autor, sino porque esa manera, tan original, de este artista haitiano, nos regresa a una época de inocencia primitiva. No sé si Sacha creía en la reencarnación, pero Vega, divaga sobre una idea: qué pensará Sacha cuando vea sus obras desde otro cuerpo, “quizás como un buey, quizás como un crítico de arte”. Máximo Vega habla sobre sus escritores preferidos, indudablemente Onetti y Faulkner llevan la delantera. Sin dejar de lado a Joao Gimaraes Rosa, Albert Camus, José Saramago. Nos dice que “reseñar un libro siempre es riesgoso…”.

Pienso que si la obra pertenece a un escritor, con quien te pudieras encontrar en cualquier momento, el riesgo es mayor. Por eso, la mejor manera de escribir libremente sobre Vega es imaginar que él vive en Xiros, la isla griega descrita en uno de los cuentos de Julio Cortázar, y que solo por un azar del internet pudiera leer lo que hoy escribo. Su mayor pasión es la Literatura, y se siente fuertemente atraído por la pintura, la música, el cine (como arte). Películas como El lado oscuro del corazón, le agradan tanto porque sus personajes se confunden con los que él describe en “Santiagueando”. Pero ¿quién podría ser Oliverio?: Puro Tejada, escribiendo en algún rincón, o Ramón Peralta seduciendo a la muerte con sus poemas. O el propio Vega (aunque no se define a sí mismo como poeta), incapaz de perdonarle a una mujer que “no sepa volar”.

Esta ventanilla que hoy se abre ante nosotros, nos refleja a un escritor consciente, seguro de sus ideas. El hombre y el artista se unen en un solo cuerpo, escribe con rabia y dolor sobre Juan Pablo Duarte. Es interesante que lo llame el Arquitecto, ya que Duarte pertenecía a la Logia Constante Unión (una hermandad masónica) y sus símbolos principales son la escuadra y el compás. Pero los ideales de este arquitecto han quedado rezagados a un pasado difuso y complejo. Y aquí no sabemos si el hombre, el artista o simplemente el dominicano se hace una pregunta que muchos nos hemos hecho “¿Qué hubiese pasado si Duarte hubiese sido presidente de la República?

Este olvido de los ideales Duartianos, que nos impulsa a pensar como norteamericanos, o más bien como estadounidenses , provocando la pérdida de nuestra identidad, la negación de nuestras raíces, ocultar que somos un pueblo de mulatos y mestizos, no de indios como dice nuestra cédula de identidad y electoral, por el capricho de un dictador. Hablar, escribir, pensar sobre estos temas siempre hacen hervir la sangre, tal vez por impotencia, quizás por incapacidad. Nos sorprende encontrar en El libro de los últimos días en medio de El Pozo de Onetti, de El Extranjero de Camus, de los Cien años de soledad de Márquez, estos ensayos que de alguna forma nos recuerdan que si no sabemos quiénes somos, ni hacia dónde vamos, entonces no llegaremos a ningún lugar.Volvamos al arte, reconocer que “una sola ficción puede salvar a un ser humano de la locura”, y llegar, por la magia de la literatura a Un sueño realizado.Todo escritor siente un deseo inagotable de comunicarse, En El libro de los últimos días, Máximo Vega además de compartir con nosotros algunas palabras, obras e imágenes, siente el deseo de criticarlo todo, incluso a sus amigos más cercanos. Cuando dice que Ramón Peralta publicó su primer y único libro eternidades en otro siglo, habla como lector. Reclamándole al poeta su egoísmo, es imposible que Peralta no haya escrito nada más. Alterando uno de sus poemas se me ocurre pensar: entonces uno toma varias copas, las llena, las bebe, llega a la casa de Ramón Peralta, lo ata a una silla y lo obliga a confesar dónde están sus demás poemas.

En esta era, donde la más avanzada tecnología puede llegar hasta nuestros bolsillos a través de los teléfonos inteligentes, Máximo Vega amante de los libros tradicionales, como los que leía Faulkner, Camus, Bosch, nos seduce con una idea tentadora. Pertenecer a una estirpe, encargada de proteger una biblioteca secreta que contenga los últimos volúmenes impresos en papel. En una pequeña isla del Caribe dividida en dos naciones... “mientras la gente común y corriente acuda a las mediatecas o bibliotecas virtuales”. “Al mismo tiempo que alguien pulsa un botón y espera que se ilumine una pantalla, un libro se abre y reaparecen los sueños de Onetti”. Y alrededor de estos sueños Andrés Acevedo, Pastor de Moya, Ubaldo Rosario, José Acosta, Abersio Núñez y por supuesto Máximo Vega.

Sandra Tavárez.

UN CUENTO DE SANDRA TAVAREZ, DE SU LIBRO: "MATEMOS A LAURA"


Sandra Tavárez
Licenciada en Contabilidad por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA). Habla inglés, italiano y francés. Sus cuentos han sido publicados en la revista Cuadernos de Ataecina de España, en el periódico La Información de Santiago y en el blog de escritores: escritoresdesantiago.blogspot.com. Fue ganadora de mención de honor en el Primer Concurso de Cuentos sobre Béisbol (2008) organizado por la Secretaría de Estado de Cultura.



El nieto de Doña Chea

Andrés se despertó súbitamente cuando sintió la claridad del día filtrándose por una rendija de su habitación. Encendió la radio con la esperanza de que dijeran que el paro era total. Esperó cinco minutos hasta escuchar que, aunque con temor, algunas personas se estaban aventurando a salir. Por eso no lo pensó más y se preparó tan rápido como pudo. Ya iba a salir cuando recordó a Doña Chea, su abuela, que esa mañana no le había preparado el desayuno, aquejada de una fuerte gripe. Conversó con ella y su abuela le aseguró que estaría bien. Sólo entonces encontró el valor para marcharse.
Al salir no le extrañó en lo absoluto el espectáculo: calles inundadas de desperdicios, troncos y ramas de árboles impidiendo el tránsito, y por último un carro viejo que hacía años alguien había abandonado, estaba atravesado justo en el centro de la vía. En ese momento deseó no haber salido, pero recordando la circular que habían pasado en la empresa el día anterior no le quedó más que continuar. Alcanzó a ver a uno de los muchachos del barrio vecino que se dirigía a su trabajo en una motocicleta y se fue con él hasta la fábrica. Al llegar, se encontró con el encargado de personal que se limitó a pasear la vista entre él y el reloj de la empresa que ya marcaba las 8:49 a.m. Andrés trató de ignorarlo, pero la impresión de su superior le causó un malestar que no se apartó en ningún momento de él. A la 1:00 ya lo habían despachado porque la huelga se había recrudecido y sólo algunos empleados se habían presentado a laborar. De haberlo imaginado se habría quedado en casa.
Pero volver no se presentaba tan fácil. Esto le tomó dos horas moviéndose por calles apartadas, saltando paredes y escondiéndose, cada vez que se armaba un corre-corre. Por fin llegó al barrio y alcanzó a ver la casa de madera de la abuela. Se sintió feliz porque el día ya se le hacía interminable. Cuando estaba a unos cincuenta metros de la casa, un grupo de revoltosos que era perseguido por la policía lo sorprendió corriendo en dirección contraria a la suya. No le quedó más remedio que unirse al grupo y darse a la fuga.
Cuando pudo detenerse, asfixiándose por la carrera, por el humo de las bombas lacrimógenas lanzadas por los policías y los neumáticos encendidos, pensó por un segundo en lo cerca que había estado de su casa. No se atrevía a regresar por temor a que lo confundieran. Así estuvo unos 30 minutos hasta que de repente vio aparecer una patrulla mixta de guardias y policías y detrás de ésta, otra y otra más. Una súbita lluvia de piedras empezó a caer desde los callejones hasta las patrullas. Los militares empezaron a disparar en toda dirección. Andrés se tiró al suelo, pero se puso de pie al ver que unos guardias se dispersaban detrás de los responsables. Era seguro que no le creerían si lo encontraban en aquel callejón. Por eso se arrastró, y cuando se consideró fuera de peligro empezó a correr. Mientras corría se encontró con otros muchachos, que también escapaban de la policía.
- Esto se va a poner feo, vale– le dijo un tipo al que Andrés nunca le había dirigido la palabra.
- Vámonos por este lado– dijo otro del grupo.
Andrés los seguía porque no tenía opción. No sabía qué hacer hasta que reconoció los patios por donde transitaban. Ahora sí llegaría a su casa. Ya se había apartado de los otros y saltaba la última pared, cuando el disparo le alcanzó la mano derecha. Cayó al suelo atontado por la novedad y la sorpresa. Cuando se miró la mano, apenas se vio tres dedos. Seguramente esto le habría preocupado si otro problema mayor no hubiese venido hacia él.
- ¡Ah! Conque otro tira piedras- Andrés abrió la boca para intentar explicar. Fue su último gesto conciente.

* * *

Tanto los sindicalistas como las autoridades se congratulaban al día siguiente. A pesar de la magnitud de la huelga, sólo hubo un muerto.

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