Me parece que el valor de la película Blade Runner (Rydley Scott, 1982) se encuentra más allá de una
interpretación sociológica de lo que plantea (o más bien: Blade Runner no
plantea solamente un problema sociológico que tiene que ver con la esclavitud y
la opresión). Los Replicantes de la
película mantienen, a lo largo de todo el metraje, una búsqueda puramente
metafísica, ontológica. Lo que quieren es alargar su vida, que solamente dura
cuatro años (fueron construidos para que durasen cuatro años, lo que significa
que sus creadores decidieron que iban a vivir tan poco tiempo), y esta búsqueda
es notablemente significativa y dolorosa en el líder del grupo rebelde, el más
inteligente y el que llega más lejos en esta búsqueda (hasta el punto de que
logra destruir a su creador, y de que el blade runner Rick Deckard,
interpretado por Harrison Ford, es incapaz de acabar con él), el Nexus 6 Roy Batty interpretado por
Rutger Hauer. Y debemos recordar también que la película está basada en una
novela de Philip K. Dick, es decir, que su historia no es original, de manera
que, aunque la película presente algunas variaciones con respecto al libro, a
veces dramáticas, el valor del filme, entonces, se encuentra a un nivel formal,
no en la configuración de una historia; es decir, a un nivel puramente
estético. La creación de ese mundo oscuro, racialmente sincrético hasta niveles
ridículos, promiscuo, densamente poblado, ecológicamente desastroso,
tecnológicamente apabullante –aunque los seres humanos sigan siendo los mismos
seres humanos de siempre, los pobres que venden comida rápida en las calles
siguen siendo los mismos pobres aunque cocinen con nuevos y sofisticados
aparatos, y los poderosos siguen siendo los mismos poderosos aunque vivan en un
penthouse sacado de uno de los decorados de la Metrópolis
de Fritz Lang (homenaje posmodernista que se repite varias veces en la
película), o aunque hayan abandonado el planeta porque para ellos es
“inhabitable”-, es lo que valida esta obra maestra. El inicio del filme,
presentándonos las imágenes de esa ciudad vista desde arriba, desde uno de esos
automóviles voladores del futuro, con las chimeneas de las fábricas lanzando
esas lenguas de fuego, y todos aquellos gigantescos anuncios publicitarios
electrónicos, es algo que no se había visto anteriormente (es bueno resaltar
esta cualidad), y que ha sido copiado cantidad de veces, por lo que se
convierte en uno de los inicios cinematográficos más impresionantes de la
historia del cine, por su tono tremendo y épico, solamente comparable al Apocalipse Now de Francis Ford Coppola,
o a la propia Metrópolis de Lang:
sabemos que nunca antes hemos visto algo así.
Pero toda la película se dirige hacia
la búsqueda de la vida de este grupo de Replicantes: si soy creado por el ser
humano, y no por Dios, entonces, ¿adónde iré cuando muera? ¿No hay ninguna
posibilidad de trascendencia? El Nexus 6 asesina a su creador de una forma
terrible, con una ira que solamente explica el existencialismo: para qué me
dieron una vida que no he elegido, y que ahora me trae el insoportable dolor
por la muerte (la cual es más dolorosa debido a que solamente vivo cuatro
años). Los Nexus 6 han hecho y han visto cosas terribles, y han sido obligados
a actuar de esa forma por sus creadores, los seres humanos.
Y la siguiente reflexión tiene que ver con la presencia, en la
historia, de la vejez y la memoria: se les insertó en el cerebro una memoria
falsa a los nuevos Replicantes (aunque no a los Nexus 6, que saben que tienen
cuatro años), para que creyesen que han envejecido, que han vivido una vida
anterior. Tienen recuerdos de una infancia que nunca vivieron, de unos padres
que no existieron. Al mismo tiempo, los Replicantes no pueden envejecer
físicamente: cuando se encuentran con Sebastian, un científico con mentalidad
adolescente en el cuerpo de un anciano, puesto que sufre de progeria, se
sienten identificados con él, porque Sebastian también sabe que no durará, sólo
que en el sentido contrario (en el sentido humano, podríamos decir): ellos no
pueden envejecer, mientras que él lo hace de forma acelerada. Ellos envejecen
mentalmente, pero no pueden hacerlo físicamente; el cuerpo de Sebastian
envejece apresuradamente, mientras su mente continúa siendo la de un joven.
La importancia de la memoria en Blade
Runner solamente es comparable a la que tiene en la cinta Eternal Sunhine of the Spotless Mind, de Michel Gondry, es decir,
la manipulación de la memoria con fines científicos, y cómo lo humano, el
misterio, lo ontológico, está por encima de toda manipulación del sistema, de
toda manipulación científica, y cómo los más primitivos sentimientos humanos
(el amor, la solidaridad, la piedad, incluso el odio y el dolor) pueden
llevarnos al final a una redención. Podemos trasladar esas preocupaciones al
mundo actual: la proliferación del Alzheimer en nuestra sociedad, la
multiplicación de una enfermedad que destruye sistemáticamente nuestra memoria,
es decir, la destrucción del pasado y de la vida que hemos vivido.
Al final, me parece que es del todo
injusto comparar Blade Runner con películas como V for Vendetta, o con algunas otras con las que se le ha comparado
en algunos ensayos. Esas son películas menores, cuyo impacto en el espectador
no pasa del mero entretenimiento. En el caso de Vendetta, para poner sólo un ejemplo, su estructura formal es
inverosímil: se nos presenta un régimen despótico, terrible, policial, y sin
embargo acontece en la más absoluta normalidad, como si sucediera en cualquiera
de los países actuales del primer mundo. Y todos sabemos que las dictaduras no
son así, y que tratar de hacer crítica social con nuestro mundo actual no tiene
sentido por esa vía (por eso la película se desarma y deja mucho dinero, que es
lo que les interesa a los productores), además de que su importancia visual es
prácticamente nula. Si a algo se parece la historia (lo que significa: si a
algo se parece la novela original), sería al Frankenstein de Mary Shelley, y si a algo se parece Roy, es a un
Prometeo futurista. Al final, como estamos hablando de arte, en este caso de
cine, lo más importante es lo visual: no podemos deshacernos del rostro de una
belleza surreal de Rachael-Sean Young, de la visión de ese mundo
tecnológicamente melancólico, de la lluvia interminable sobre la ciudad siempre
oscura, de la figura de Rutger Hauer, hasta de su forma de vestir y de
peinarse, y de hablar, que han copiado tantos juegos de video. De la imagen de
Roy pronunciando su panegírico semidesnudo bajo la lluvia, de la paloma que nos
sugiere que el Replicante tenía un alma, y que la trascendencia existe, y que
él ha sido salvado porque a su vez salvó una vida. De la lentitud de su ritmo
narrativo, impropia de las películas de acción, aunque sí cercana al cine negro
norteamericano de la primera mitad del siglo XX. De su obsesión con los ojos,
con lo que se ve, que se repite a lo largo de todo el filme: Rick mirando la
ciudad que nosotros también vemos reflejada en uno de sus ojos, la prueba para
descubrir a los Replicantes se realiza a través de sus ojos, Roy y su compañero
investigan el paradero de su creador a través del científico genético que les
construyó los ojos, Pris-Daryl Hannah pintándose los ojos de negro con un
aerógrafo, Roy asesinando a su creador clavándole los dedos en sus ojos, hasta
llegar a la confesión antológica del último Nexus 6 sobre las cosas bellas y
terribles que ha visto a lo largo de su corta vida.
Blade Runner se parece más, en cuanto a sus aportes a la cinematografía, y a la
profundidad de sus planteamientos, a Metrópolis,
de Lang, a Farenheit 451, de
Truffaut, a La Naranja Mecánica ,
de Kubrick, o, aunque no le deba nada en el aspecto formal, aunque sí en sus
preocupaciones ontológicas sobre la ciencia y el futuro, a Solaris, de Tarkovsky, porque comparte con ella la genialidad de la
obra maestra de ciencia ficción, que perdura en la memoria de la gente y que
nos plantea algunas preguntas esenciales sobre nuestra propia humanidad, para
que las respondamos hoy, aquí y ahora.
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