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El ministerio de cultura que se va, el otro que viene (como si estuviéramos en navidad):

MINISTERIO 2

Llegan nuevas autoridades al Ministerio de Cultura de la República Dominicana, y con ellas arriba una nueva esperanza que, como siempre, no será cumplida a cabalidad. Pero nuestra intención aquí es reseñar y analizar el pasado, no pronosticar un futuro que no sabemos realmente cómo será. No hay ninguna intención en nosotros de adivinar o profetizar estos 4 años que esperamos de todo corazón que se cumplan trayendo bienestar para el pueblo dominicano.

No obstante, aclarado esto con alguna sinceridad, nuestra intención se concentra en el sector cultural, como se sabe, en los artistas y en los ciudadanos dominicanos que consumen ese arte y esa cultura, y en las condiciones lamentables en que se encuentra en estos momentos un ministerio que ha llegado a desaparecer, que ya no existe, en una especie de acto de prestidigitación que ha dejado a los artistas azorados y abandonados. Y no me refiero sólo al ministerio de la ciudad capital, adonde van dirigidos todos los recursos y los esfuerzos puesto que concentra la mayor cantidad de votantes del país (prácticamente el 50% de la población), sino en la ciudad de Santiago, en la que he decidido vivir a pesar de las tentaciones y los afanes profesionales para tratar de sacarme de aquí: porque, para nosotros, Santiago no es sólo una ciudad sino un sentimiento. Una emoción. Y basándome en ese sentimiento fui director de instituciones culturales en Santiago, y basado en esa emoción amurallada creí con todo el corazón y todas las ganas de creer en algo, que podía ser reformado con mucho trabajo y esfuerzo el sector cultural de mi ciudad y mi país.

Toda la infraestructura de las instituciones culturales de la ciudad se encuentra destruida. Desde el Monumento a los Héroes de la Restauración, que es el símbolo de la ciudad y que fue recuperado durante la gestión del Ministro de Cultura José Rafael Lantigua, hasta el punto de que a través de los medios de comunicación se ha solicitado que, si el ministerio de cultura no tiene recursos para atenderlo, que lo entregue a otra institución del estado con un poco más de capital económico: el Ayuntamiento de Santiago, por ejemplo, o el Ministerio de Turismo. El Monumento a los Héroes de la Restauración no recibe absolutamente ningún subsidio de parte del ministerio de cultura, de manera que todos sus recursos se conseguían con el alquiler de su parqueo a diferentes empresas del espectáculo: ciudades mecánicas, organizadores de eventos artísticos, circos mexicanos o rusos, empresas licoreras. Pero el Ayuntamiento de la ciudad, abrogándose un derecho que no tiene, ha prohibido el alquiler del parqueo, por lo cual el símbolo de la ciudad se encuentra en condiciones tan lamentables que sólo puede apreciarse el verdor de sus jardines cuando cae la lluvia. Y, al mismo tiempo, cuando llueve se encuentra tan lleno de filtraciones que se teme por la condición de los murales de Vela Zanetti y Jacinto Domínguez en sus paredes, y por toda la edificación monumental.

El Centro de la Cultura de Santiago, fundado y organizado para que los artistas de la ciudad no emigraran a Santo Domingo para estudiar arte, de manera que la propia ciudad y la región contara con su propia cantera de artistas, pintores, teatristas, músicos, técnicos calificados, se encuentra en un estado tan lamentable que el decorado de mármol de sus columnas empezó a desprenderse de sus paredes frontales, con el peligro de que cayera sobre los alumnos, visitantes o solicitantes, por lo que hubo que realizar un trabajo de desprendimiento del mármol, lo cual ha dejado ese edificio prácticamente en ruinas. La sala Héctor Incháustegui Cabral se encuentra cerrada debido a las condiciones en que se encuentra. Es la sala de teatro más popular de la ciudad, pequeña, acogedora y con una acústica adecuada precisamente para las obras teatrales, lo que ha dejado a la ciudad no sólo huérfana de teatro -aunque existen otras instituciones de carácter privado que han tomado una iniciativa que debería ser estatal-, sino a los actores, directores y técnicos sin la única sala verdaderamente de teatro de la ciudad. El Teatro Popular del Centro (TPC), ya no existe. El edificio es casi inhabitable. Ha desaparecido su biblioteca, basada en libros de arte, su sala de exposiciones Yoryi Morel y el resto de los grupos culturales que habitan una institución que es patrimonio de la ciudad. ¿Dónde está el Ballet Folklórico de Santiago, el grupo de baile folclórico más importante del país, ganador de Premios El Dorado, del Premio Casandra, de todos los premios que entregaban Freddy Beras Goyco y Meny Almonte, que en estos momentos tiene una directora interina cuyo nombramiento como Directora General no llega nunca? ¿Qué hace el Taller Literario del Centro (TLC), que una vez existió allí?

El Gran Teatro Regional del Cibao, que fue pensado y construido como un centro cultural y una sala de espectáculos que sustituyera al Centro de la Cultura de Santiago, que ya quedaba pequeño debido al crecimiento de la región, tiene 8 años detenido en un limbo cultural que no genera ni espectáculos, ni gestión, ni animación cultural. El edificio se encuentra en lamentables condiciones, hundiéndose milímetro a milímetro debido a la falta de mantenimiento, provocando grietas en sus paredes, amén de sus filtraciones, la condición de sus baños y sus alfombras; de la desidia de las autoridades estatales. Llevamos a ingenieros de la OISOE a hacer un levantamiento y a prometernos que eso se resolvería: 4 años después se ha convertido en un edificio que no existe. Ni siquiera sus jardines, descuidados y horribles. Quizás sólo su fachada, para tomarse fotos como fondo para llevarlas a Nueva York o a Europa. Hace años que en el Gran Teatro Regional del Cibao no se realizan actividades de ningún tipo, de manera que se ha convertido, sobre todo su bar Moisés Zouain, en sitio único de conferencias sobre periodismo o marketing (lo cual no criticamos: nos referimos a que es lo único que se realiza allí), farándula o política, puesto que han desaparecido desde hace tanto tiempo, por falta de apoyo, la Tertulia "El Oficio de la Palabra", con su contenido literario; los talleres de apreciación musical del Dr. Stern; las obras pequeñas de teatro en su segunda sala. La Sala de la Restauración ha sucumbido a las goteras, al olor a alfombra vieja y mojada y a la destrucción de sus asientos. Es posible que no sea conocido por la mayoría de los ciudadanos, puesto que no se hace nada con eso, pero el Gran Teatro del Cibao tiene salas para exposiciones de artes plásticas (recordemos que la Bienal de E. León Jimenes se realizó allí hasta que fue trasladada al recién construido Centro Cultural Eduardo León Jimenes), para conferencias, charlas, y para presentaciones de libros. Es decir, como mencionamos con anterioridad, es un completo centro cultural que no se utiliza para nada.

La Escuela de Bellas Artes de Santiago fue fundada con el mismo propósito que el Centro de la Cultura, aunque es anterior. Según nos contó Yoryito Morel, hijo del artista Yoryi Morel, con admiración y nostalgia, el dictador Trujillo se obsesionó con su padre, por lo que le ofreció la creación y la dirección de la Escuela de Bellas Artes de Santo Domingo. Esa propuesta surgió de nuevo en nuestra ciudad, a la que se incorporaron profesores de la talla de Federico Izquierdo, Juan Bautista Gómez, Rosa Idalia García, Danilo de los Santos, el propio Yoryi y su hijo Yoryito Morel, que se convirtió en profesor, Subdirector de la Escuela, y en estos momentos profesor de nuevo, aunque ha llegado a una edad en la que debería ser pensionado. Pero esa graduación sistemática de artistas importantes que forman parte del acervo y la historia de la ciudad terminó una generación después de esa generación segunda (cuando salieron de allí Jairo Ferreira, José German Salcedo, Dionisio Peralta, etc.), de manera tal que ya no se gradúan allí los verdaderos artistas -músicos, teatristas, pintores, bailarines- de la ciudad. El horario de la Escuela de Bellas Artes coincide con el de la tanda extendida de las escuelas públicas, de manera que los estudiantes de los barrios populares no pueden estudiar allí -como debería ser, puesto que se encuentra dirigida a ellos: es una escuela gratuita- sino a los niños y jóvenes clase media alta (los cuales, por supuesto, también tienen todo el derecho de hacerlo). Pero no conocemos a los músicos, los actores, los bailarines, los pintores que han salido de allí desde hace 8 años, no sólo debido a la tanda extendida y a que, por esta razón, la población estudiantil ha ido menguando año tras año, sino porque hay que hacer allí una reingeniería con el pensum de cada materia. El pensum original fue creado por el artista, poeta y músico Manuel Rueda, ya fallecido hace muchos años, por lo que se usa  todavía aquel programa antiguo de los Doce Años de Joaquín Balaguer, como si el arte y la pedagogía artística no hubiesen evolucionado, como si viviésemos aún a mediados del siglo XX: no existe una sola computadora en la que se imparta arte digital, por ejemplo, o arte conceptual, o arte contemporáneo; los verdaderos músicos de la ciudad, o los verdaderos actores, directores, bailarines, no son profesores de la Escuela de Bellas Artes, puesto que se paga muy poco dinero, exceptuando a su director, que tiene un sueldo de lujo, y porque no hay un compromiso real con el mejoramiento artístico de la ciudad a través del estado, puesto que ya ningún artista -ni aquellos que dejan ahora las instituciones culturales, que se encuentran allí debido a sus sueldos de lujo, ni aquellos que llegarán- cree en ningún proyecto político actual. Aunque reconocemos la valía y el sacrificio, incluso económico, de aquellos profesores que tienen el valor de aportar a sus alumnos permaneciendo allí.

La Oficina de Patrimonio Monumental no existe en cuanto su director es el único que no devenga un gran sueldo, por lo que tiene que dividir su tiempo entre su profesión verdadera, en este caso la arquitectura, y el trabajo de preservación del patrimonio de la ciudad. Lo cual indica la ignorancia en lo que tiene que ver con esta clase de preservación cultural: ni siquiera el Ayuntamiento cuenta con una oficina de preservación monumental. Más abajo de estas palabras, en un excelente video realizado por el arquitecto George Khoury, experto en Patrimonio Monumental, puede apreciarse la manera en la que se encuentran las casas santiagueras, algunas de ellas con columnas y balaustradas que son endémicas de la ciudad de Santiago y que fueron exportadas al resto del país, pero que desaparecen lentamente debido a la desidia del ministerio de cultura, arrastrando consigo nuestra memoria histórica, arquitectónica, identitaria y cultural.

En fin, los problemas culturales de la ciudad en un ministerio que ya no existe, que ha desaparecido, que no ha cumplido con su labor a pesar de su nómina abultada e inútil, no se resolverán de la noche a la mañana. En el tiempo en que estuvimos allí (fui funcionario y director de instituciones culturales por 14 años, un año y medio como Director Regional de Cultura), nos percatamos de que al gobierno actual, el saliente, presidido por el presidente Danilo Medina -con tres ministros de cultura que nunca se dieron cuenta, ni les interesaba, lo que tenían entre manos-, nunca le interesó la cultura, lo cual demostró con creces a través de sus ministros. El primero, el cantante, publicista y compositor de letras José Antonio Rodríguez, cuyo mayor logro fueron los Proyectos Culturales, a través de los cuales se entregaba dinero a los ganadores de los concursos de los proyectos sin ninguna supervisión, en una mayúscula insensatez administrativa que sólo puede ser posible en un país que se ha convertido en una cleptocracia. También se hicieron con mucha pompa y boato Festivales del Locrio y del Dulce de Leche.

Pero se asoman cambios, se acercan aires nuevos, que ya empiezan a parecernos viejos. Hemos llegado a nuestra etapa local de la incertidumbre y la desconfianza. Los artistas, los escritores, los animadores y gestores culturales nos estamos organizando para que no suceda de nuevo la peor gestión cultural de toda la historia de la ciudad, como se ha calificado a la gestión saliente, exceptuando, por lo menos de manera regional, el año y medio que dirigí la cultura estatal local con todos los inconvenientes, los sacrificios y las luchas, puesto que era preferible abandonar una gestión fallida que continuar cobrando un sueldo sin que hubiese la voluntad política de que se hiciera un trabajo serio, como ha sucedido irresponsablemente con los directores de las instituciones culturales que se han quedado allí sin que la ciudadanía los conozca ni los aprecie, puesto que sus instituciones han desaparecido por completo del mapa local. Cuando abandoné la Dirección Regional Norte de Cultura, el ministerio decidió desasistir los Puntos de Arte que realizamos en los barrios de Santiago, pero nosotros decidimos que íbamos a continuar impartiendo las clases de arte a niños y jóvenes de sectores de alto riesgo, a pesar del propio apoyo estatal del ministerio, por lo que ahí están, contando con más alumnos que la Escuela de Bellas Artes de Santiago y el Centro de la Cultura, en Santa Lucía y La Piña, en Cienfuegos, auspiciados por la Fundación Solidaridad y la Xunta de Galicia, en España, en la Escuela de Arte y Tiempo Libre Mauro Lorenzo que yo coordino. Se han realizado presentaciones de esos niños y jóvenes en las instituciones culturales descentralizadas de la ciudad, y en España. Con muchos sacrificios, sin el apoyo de ningún ministerio ni de ningún ayuntamiento, con el patrocinio, sí, de la Xunta de Galicia, del Club Activo 20-30, del Instituto de Rehabilitación que ha realizado operativos médicos para los niños, jóvenes y ancianos, con el apoyo incondicional de los profesores a los cuales no se les paga la cantidad que se debería, aportando a través de su docencia, hemos hecho un trabajo por encima de las instituciones culturales de la ciudad, que no funcionan, sin que sus directores sientan ningún remordimiento, a pesar de que son denostados diariamente a través de las redes sociales. Eso, al parecer, no les importa ni les indigna.

Tampoco les indigna que los montos del Premio Anual de Literatura sean rebajados año tras año, que la Bienal de Artes Visuales tenga 4 años sin realizarse, que los museos se encuentren cerrados, que los premios de arte y literatura se entreguen en los pasillos de la sede central del ministerio para tomar una foto para la prensa, que se le haya cambiado el nombre de Enriquillo Sánchez al auditorio de la sede central del ministerio por el de Juan Bosch, un humanista, un gran escritor y gestor cultural, un político que es el responsable en estos momentos de la existencia de cuatro partidos políticos, lo cual no es sólo excepcional sino propio de cualquier récord importante. No obstante, Bosch el intelectual, el humanista, el escritor, el político, el poeta, nunca hubiese aceptado un cambio de esa naturaleza.

 

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Los artistas, escritores y trabajadores culturales de la ciudad nos organizamos para que no sea posible que llegue otra gestión del tamaño del fracaso de la que termina. Para que no sólo se ocupen de nosotros cuando llegan las elecciones y se necesita una labor política, levantando falsas esperanzas que no serán cumplidas. Ya eso se terminó. Si los deseos y las esperanzas no se cumplen, ya decidiremos cuál camino tomar, sea cual sea.

El trabajo artístico va dirigido al ciudadano común, a la ciudadanía. Si las instituciones culturales no funcionan, hay algo que no funciona en nuestra identidad local o nacional, más aún teniendo en cuenta nuestra realidad insular y cerrada. No nos reconocemos como dominicanos, nos invaden y atropellan formas culturales foráneas, vecinas, porque no somos capaces de comprender nuestras propias manifestaciones culturales, que son espontáneas de los pueblos, que un Ministerio de Cultura de verdad con mayúsculas no debe tratar de crear o sustituir, puesto que ya existen, esa no es su función. Su función es apoyar, promover, recuperar cuando el caso lo amerite, internacionalizar el arte y la cultura dominicanos. Eso es lo que significa hacer animación y gestión cultural: crear un ciudadano ilustrado, un ser humano mejor, con educación y con cultura.



Pasos para degradar un ministerio:


A partir del año 1924, el poeta Domingo Moreno Jimenes empezó a recorrer las localidades rurales del país para impartir pequeñas conferencias, charlas improvisadas, en las cuales vendía sus libros de poesía por lo que quisieran pagarle los pocos campesinos ilustrados (quizás profesores de escuela o ejecutivos menores del gobierno) que podían leer lo que escribía. Domingo Moreno Jimenes falleció el 23 de septiembre del 1986, y el presidente de turno, Joaquín Balaguer, ordenó una salva de cañonazos y honores militares para el poeta que vendía folletos en las zonas rurales para ganarse la vida. Alguna vez Moreno Jimenes vivió en Santiago, donde trasladó la Colina Sacra del Postumismo a una casa que aún existe, en la calle Mella casi esquina Las Carreras. Debajo de un árbol donde hoy se encuentra el hospital regional José María Cabral y Báez, escribió sus versos más conocidos, el "Poema de la Hija Reintegrada”.

Recordamos 32 años después al poeta, Sumo Pontífice del Postumismo, pero, ¿quién puede recordar el nombre del alcalde del ayuntamiento de Santiago, del secretario de educación, del secretario de interior y policía en 1986? Juan Antonio Alix nació en Moca en el año 1833 y toda su vida transcurrió en la ciudad de Santiago, así que la alcaldía le dedicó un busto en el parque Duarte del centro de la ciudad, en un acto en el cual no se invitó a los poetas, ni a los artistas, precisamente a aquellos que, quizás, 32 años después de sus muertes, les dedicarán otros bustos en otros parques del futuro, mientras en su presente son despreciados por las autoridades que detentan el poder, aunque es posible que nadie las recuerde cuando se inauguren esos bustos del mañana.

Tal vez ya es un concepto del pasado la idea del poeta como guardián de su idioma. Es posible que yo mismo sea entonces un carcamán, un dinosaurio, un individuo escapado del pasado. Quizás la idea del artista como guardián de la cultura de su nación haya sucumbido al analfabetismo y a la popularidad de figuras mediáticas que hablan mucha paja, pero, según ellos, mucha paja “cultural”, “ilustrada", sacada de libros de autoayuda y canciones que predican la armonía universal. El Ministerio de Cultura, esa entelequia degradada a la que alguna vez yo pertenecí, debería ser el techo en el cual pudiesen cobijarse los artistas, los poetas, los intelectuales de un país lleno de arte que surge de manera espontánea, puesto que no tiene ningún apoyo del estado. Ministros ineptos de cultura, que pensaron alguna vez que iban a recibir el apoyo de su gobierno y que prefirieron embajadas millonarias al trabajo arduo, pudieron convencerme de que organizara actos inútiles y pronunciara discursos que ahora me avergüenzan, para ellos demostrar que podían ejercer una posición que les quedó demasiado grande. Recuerdo que, siendo director interino del Centro de la Cultura de Santiago, me encontré en una feria del libro con el ministro de cultura de ese tiempo, José Antonio Rodríguez, con su colita y unos pantalones de rayas enormes, y él ni siquiera sabía quién era yo, a pesar de que le dirigía una importante institución de su ministerio, y a pesar de que soy un escritor que, aunque no me gusta la notoriedad ni la autopromoción, he ganado una cantidad de concursos, he publicado una cantidad de libros y he sido traducido a varios idiomas. Recuerdo cuando participé en el libro “Cien Años de Genocidio Armenio”, que recopiló el activista armenio residente en España Arthur Ghukasian, cuando me hicieron un reportaje para la televisión de Armenia, y el mayor orgullo que sentí no fue el hecho de que hablaran elogiosamente de mí, lo cual era y es secundario, sino que colocaran imágenes de Santiago de los Caballeros, que vieran el Monumento a los Héroes de la Restauración, la calle del Sol, el parque Colón, los habitantes de un país que nunca antes habían escuchado hablar de la ciudad de Santiago ni, quizás, de la República Dominicana, como la mayoría de los dominicanos no han escuchado hablar de Armenia, y que eso se hubiese logrado a través de mí, un individuo discreto y desconocido que participó de ese libro porque Armenia conmemora el terrible acontecimiento de su genocidio el 24 de abril, el mismo día en que los dominicanos conmemoramos el inicio de la revolución de abril y la invasión norteamericana. Igual sucedió cuando me llamaron para que participara en un programa de radio en Uruguay, o en Cuba, o en México, o en España: yo soy de Santiago, les decía, una ciudad de la República Dominicana llena de grandes artistas desconocidos fuera de su país. Como no me conocía tampoco el funcionario que colocaron en la región, Jochy Sánchez, el musiquito que organizó un festival del locrio y una feria del dulce de leche, gastándose el dinero para patrocinar las artes en eso (con el apoyo incondicional del otro, del José Antonio que fue premiado como embajador de la UNESCO), y que hizo diecisiete mil montajes del espectáculo La Gallera cantado por Jhonny Ventura. Como tampoco me conoce el ministro actual, que no pertenece al sector cultural.

Mientras el Centro de la Cultura de Santiago “Srta. Ercilia Pepín” se cae a pedazos, al igual que El Gran Teatro Regional del Cibao sin nombre, el Monumento a los Héroes de la Restauración, la Escuela de Bellas Artes de Santiago o la Oficina Regional de Patrimonio Monumental, organismos que no funcionan no debido a la mala gestión de sus directores o subdirectores (a los cuales yo llevé hasta allí, a excepción de la directora del Gran Teatro Regional y del director de la Escuela de Bellas Artes), sino a que no tienen ningún apoyo gubernamental. Recuerdo además cuando asistí al acto de puesta en circulación del libro enciclopédico “La pintura en la sociedad dominicana”, de Danilo de los Santos, en el hotel El Embajador en Santo Domingo, y en la mesa principal se encontraban los miembros de la directiva del Grupo León Jimenes, además de intelectuales, los más importantes artistas del país, la vicepresidenta de la República Milagros Ortiz Bosch, que también era ministra de educación. Los tiempos han cambiado. Recuerdo también cuando Danilo de los Santos y el fotógrafo Domingo Batista fueron reconocidos como “Activos Culturales de la Nación” (lo que no sirvió para que se le rindieran otros honores a Danilo cuando falleció, puesto que Domingo Batista, por suerte, aún vive): se les rindieron honores militares frente a sus casas, mientras José Rafael Lantigua, el Ministro de Cultura, los acompañaba y los elogiaba, así como elogió al doctor Víctor Estrella, que fue reconocido también en el acto en homenaje a Domingo Batista. Lo único que puedo reprocharles a esos funcionarios que se han quedado recibiendo todas las críticas y vilipendios de la ciudadanía justificando un sueldo, es precisamente que se hayan quedado, puesto que la dignidad vale mucho más que eso. 

La degradación de un ministerio no significa la degradación de la cultura dominicana. Esta continuará funcionando, puesto que la cultura es una manifestación espontánea de los pueblos y de los individuos. Y este es un pueblo lleno de arte, que inventó un ritmo musical (la bachata) en un momento en el que se pensaba que ya esto no era posible, que todos los ritmos se habían creado. Ya llegarán mejores tiempos para el sector cultural. De acuerdo a Gramsci y a Lévi-Strauss, la cultura es toda creación humana, es decir que es sinónimo de civilización, pero los ministerios de cultura de nuestros países se concentran sobre todo en las artes y en el patrimonio, como lo indica la ley con la cual se creó el nuestro. La ciudad de Santiago, la región del Cibao, todo el país, está lleno de artistas, gestores, animadores culturales, que realizan su trabajo de forma privada debido a que no se les apoya. El Diagnóstico Cultural que un grupo de artistas e instituciones realizamos hace más de un mes, demostró que los proyectos, los artistas, los gestores, están allí, y lo único que necesitan es patrocinio y organización. Un patrocinio que no llegará desde un ministerio degradado. Que no llegará de las instituciones culturales que se caen a pedazos, literalmente, puesto que los mármoles y el yeso del Centro de la Cultura y del Gran Teatro se desprenden de las paredes y caen sobre el público o los estudiantes. Que no llegará de huacales que gastan todo aquello que debería invertirse en las artes en nóminas espurias. Pero, al mismo tiempo, empleados supuestamente de “baja categoría” ni siquiera alcanzan a ganar el sueldo mínimo, mientras sus directores ganan cientos de miles de pesos. La vida no es justa, Sancho, sólo es la vida.
En el siglo VIII a. de C. nació Homero, que escribió los poemas épicos “La Ilíada” y “La Odisea”. Yo tengo ambos libros en un librero, en mi oficina, en el año 2018. De “La Ilíada” poseo dos versiones. La primera parte de “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” fue publicada en 1605, hace 413 años. Tengo tres versiones del Quijote; una de ellas es un resumen de algo más de cien páginas que me regaló una estudiante a cambio de mi libro “Juguete de Madera”, que se lo habían puesto a leer en su escuela. Tengo las obras completas de Domingo Moreno Jiménez, incluso la biografía tan enjundiosa que escribió José Rafael Lantigua sobre el poeta; “Compadre Mon” de Manuel del Cabral; libros de Andrés Avelino y sobre Zacarías Espinal; todos los libros del profesor Juan Bosch; los de Pedro Mir; en las paredes de mi casa cuelgo cuadros de Claudio Pacheco, de Tony Saint-Hillaire, de Vitico Cabrera, de Dionisio Peralta, de Cuquito Peña; un dibujo regalo de Víctor Estrella; un escudo nacional tridimensional realizado por el hijo del pintor Ricardo Toribio. Los libros de poemas de Ramón Peralta, de Puro Tejada, de Jim Ferdinand, de Ruth cuando era Acosta, de Fernando Cabrera. Tengo música de Patricia Pereyra, de Luis Díaz, del grupo Convite; libros de Fradique Lizardo y de Franklin Mieses Burgos. ¿Quién reconoce el nombre del rey de España en el año 1605, del rey aqueo del siglo VIII a. de C.? Conocemos a Agamenón, Menelao, Aquiles o Ulises porque Homero los menciona en sus obras. ¿Quién recordará en el futuro los nombres del actual ministro de interior y policía, del ministro de administración pública o el de cultura? Absolutamente nadie.

IDENTIDAD Y CULTURA:

Los valores culturales se adquieren a través de un proceso educativo.


         Cuando nos referimos a la identidad de una nación, o de una cultura determinada, debemos hacerlo teniendo en cuenta que esa identidad es, sobre todo, un proceso educativo. Es decir, tenemos una identidad porque se nos ha enseñado que debemos arraigarnos a unos valores que son educados alevosamente, o surgidos a través de la tradición y de la espontaneidad. Todo lo que somos, lo que creemos ser, los valores y las ideologías sobre las que nos sostenemos, precaria o firmemente, es adquirido a través de un proceso educativo.
         Más de una vez se confunde la raza con la cultura. No solamente la racialidad, sino simplemente el color de la piel con la cultura. Se piensa, por ejemplo, que un negro debe sentirse unido culturalmente a todos los demás negros. Esa forma de pensar, que es propia incluso de muchas personas de piel negra, se encuentra basada en el racismo. Una cosa es la raza, que es una condición biológica, genética, y otra la cultura. En ese sentido, existen variaciones culturales importantes que explican más o menos lo que queremos decir: no todos los musulmanes son árabes, por ejemplo. Los iraníes no son árabes, sino persas, y son musulmanes. Muchos iraquíes son árabes, otros no, y son musulmanes. Somalia es un país africano racialmente negro, pero es de mayoría musulmana. Los libios son africanos, y son árabes y musulmanes, y no son negros. Turquía es un país de mayoría musulmana, con una minoría étnica árabe y kurda, pero Turquía es un país europeo. Hay negros judíos, hay negros asiáticos, africanos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos. Es posible que los negros asiáticos, o algunas tribus de algunas islas del océano Pacífico, no tengan un origen común africano (obviando, claro está, que toda la humanidad tiene un origen africano), como los latinoamericanos y los norteamericanos; entonces, ¿por qué deben sentirse, culturalmente hablando, unidos o cercanos? Este embrollo ha querido ser resuelto separando la “raza” (el color de la piel, las características genéticas), de la “etnia” (las características culturales de esa raza o de una mezcla de razas).
         La importancia que tiene la raza, el color de la piel, en la civilización occidental, tiene su origen en los imperialismos europeos. A medida que un individuo era racialmente más oscuro, se pensaba que al mismo tiempo era inferior. Esto, por supuesto, excusaba la esclavitud y la discriminación racial. De acuerdo a las Leyes de Indias, en América había diferentes clasificaciones para los mestizos: segundones, tercerones, cuarterones. Eso significaba que un segundón era inferior en la escala social a un tercerón, porque estaba más cercano a un antepasado negro; un cuarterón, tenía más derechos ciudadanos que un tercerón, simplemente porque se alejaba generacionalmente de la negritud. En nuestra civilización, el color de la piel tiene una importancia exagerada, como ha sucedido pocas veces con anterioridad con otras civilizaciones multiétnicas y multiculturales. Ha habido imperios cuyos reyes son de raza negra, como sucedió con los faraones egipcios, que esclavizaron a los judíos, que eran racialmente más blancos que ellos; para los romanos, los sajones eran bárbaros, ignorantes e inferiores, a pesar de que los sajones eran altos, rubios, con los ojos verdes y azules.
         Los dominicanos no somos africanos. Debido al rechazo que existe en algunos estamentos del poder de nuestro país hacia la africanidad negra, esta afirmación tan rotunda podría aparentar una toma de posición desde la acera de enfrente, desde el punto de vista de los que nos consideran un país de gente blanca y de cultura española. No es así. Auspiciados por el dictador Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer y Manuel Arturo Peña Batlle trataron de convencernos de que éste era, o debía ser, un país de blancos. Evidentemente, salir a la calle nos demuestra lo contrario. Sin embargo, éste es un país sincrético, una mezcla de varias culturas, a pesar de que un sector de la vida nacional desprecia su propia negritud, nuestro pasado esclavo africano. Se ha llegado a decir que este es un país de negros que se cree blanco.
         En primer lugar, este no es un país de negros. Es una nación de mestizos y de mulatos. El mito de la negritud es tan falso como el mito de la blancura. Algunos intelectuales extranjeros, sobre todo haitianos, nunca entendieron lo que significaba ser “blanco de la tierra”, es decir, que un hijo de un terrateniente español y una negra africana se considerara español, como su padre, y, siendo mulato, al heredar y poseer las propiedades paternas se considerase culturalmente español. Como nos dice Federico Henríquez Gratereaux, “la sociedad dominicana fue integrada por blancos españolizados, mulatos españolizados y negros españolizados”. La brutalidad con que se trataba a los esclavos africanos en la parte francesa de la isla, nunca sucedió de este lado, lo que propició el acercamiento racial y cultural entre negros y blancos. La República Dominicana debe ser el país con más mestizaje del mundo entero (utilizando la palabra "mestizo" no en su sentido antropológico, es decir la unión de un blanco con un indígena, sino como la unión de dos razas diferentes).
         Los europeos, que dicho sea de paso tratan de criminalizar la emigración ilegal, lo cual es una forma de xenofobia, aún mantienen esta mentalidad reaccionaria: cuando vienen a este país se asombran de que la gente tenga el color de la piel oscura, pero no se considere culturalmente africana. Para ellos, un negro francés no es francés en realidad, sino que es, también, africano. Un negro con los estereotipados modales ingleses es una especie de blasfemia: está negando sus raíces. Aunque no es conveniente generalizar como lo estamos haciendo, debemos recordar que esta mentalidad está equivocada, puesto que la mueve un principio xenófobo, es decir, la idea de la contaminación racial: para ellos, una persona que tenga una gota de sangre negra, ya es negro. Podríamos preguntarnos lo contrario: ¿por qué, entonces, una persona que tenga una gota de sangre blanca, no es blanco? Un negro inglés cuyo tatarabuelo emigró desde Sudáfrica a principios del siglo XX nunca será inglés realmente: seguirá siendo africano por los siglos de los siglos. Curiosamente, los norteamericanos han oficializado a través de las leyes y el lenguaje este pensamiento: un negro estadounidense ya no es un negro, ni siquiera un estadounidense, sino un “afroamericano”. Barack Obama, el reciente presidente norteamericano, tuvo un padre negro y una madre blanca, sin embargo es considerado el primer presidente “negro” de los Estados Unidos.
         La confusión con nuestra identidad acompaña a los dominicanos como un fardo. En la cédula de identificación personal somos de color “indio”. Existe el “indio claro” y el “indio oscuro”. En nuestra cotidianidad nos encontramos continuamente con estas peculiaridades: la museografía del Centro León de Santiago, por ejemplo, un centro cultural que también es galería y museo, está concebida de manera que los objetos africanos del Centro se encuentran semiescondidos. Intentan decirnos, con toda razón, que queremos ocultar nuestro pasado africano y nuestra identidad mezclada. En una universidad de Santiago se prohíbe a los estudiantes que entren con trenzas y afros, lo que significaría dejarse el cabello al natural, como debe ser, porque en este país la mayoría tenemos el cabello crespo, pero al mismo tiempo se permite a las jovencitas que tomen sus clases con desrizado, porque “ese es un estilo mucho más serio”, a pesar de que no se corresponde con su propia racialidad. Es decir, existe una confusión generalizada con respecto a nuestra identidad, que solamente puede explicarse a través de nuestras peculiaridades históricas, y a través del mestizaje.
         Por suerte, el tiempo, en un período democrático, empieza a encargarse por sí mismo de resolver estos desórdenes. En la calle vemos cantidad de jóvenes con trenzas, con el cabello al natural, con peinados más acordes con su racialidad. Pero debemos agradecer también a la intelectualidad y a la academia, a los medios de comunicación, a las redes sociales que nos traen formas de vida, visiones de la realidad que nos indican que la negritud no significa inferioridad, y que somos lo que somos, como decía el premio Nobel africano Wole Soyinka: un negro no debe pregonar su negritud, así como un tigre no pregona su tigritud. Somos lo que somos, y debemos estar orgullosos de ello. Notamos un acercamiento casi espontáneo a manifestaciones culturales de nuestro pasado esclavo, y sincrético, lo cual es saludable puesto que nos refiere a lo que somos realmente: un país de mestizos y de mulatos. Ni blanco ni negro. Una mezcla, un híbrido. Y el poder, que siempre se sale con la suya, en un período democrático debería educarnos en ese sentido.

Tomado de “El Libro de los Últimos Días”, año 2011.
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