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ENTREVISTAR ES PENSAR:

Hemos leído varios libros de entrevistas que han formado parte importante de nuestro conocimiento literario, o, en sentido general, cultural. Por ejemplo, tenemos el libro “El Oficio de Escritor“, que yo leí estando muy joven, con entrevistas a varios escritores universales, e incluso un libro extraño, llamado “Viaje al Centro de la Fábula”, firmado por Augusto Monterroso, con algunas de las entrevistas que le hicieron, extraño porque él decía que sus respuestas eran más importantes que las preguntas que le hacían, y por eso lo firmaba como si fuese suyo. Recuerdo también aquellos libros de entrevistas de la periodista italiana Oriana Fallacci, una entrevistadora excelente, porque sabía sacar respuestas de sus entrevistados que los mostraban como los seres humanos que eran, es decir, no solamente políticos o militares que tenían en sus manos las vidas de miles de personas. Hemos podido ver entrevistas extraordinarias a escritores como Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti a través de la televisión, pero las entrevistas son tan importantes que muy bien merecerían componer todo un libro. En el ámbito nacional, quizás la obra más importante de entrevistas a escritores la realizó hace muchos años Guillermo Piña Contreras, titulado “Doce en la Literatura Dominicana”, con entrevistas estrictamente sobre literatura a doce escritores dominicanos imprescindibles para entender el acontecer literario nacional en los últimos 50 años, desde Juan Bosch hasta Enriquillo Sánchez, ambos ya desaparecidos. José Rafael Lantigua también publicó un libro de entrevistas, “El Oficio de la Palabra”, que contiene encuentros con once escritores dominicanos, incluyendo una entrevista que se le hiciera al autor. En Santiago, Arelis Albino publicó hace unos años un libro con entrevistas a diez escritores de Santiago, en el que aparece la última entrevista que se le hizo a Dionisio López Cabral.
Este libro de Enegildo Peña, “Entrevistar es Pensar”, está compuesto por 10 entrevistas a reconocidos escritores e intelectuales dominicanos, y una entrevista final que le hace Arelis Albino al autor del libro. Los protagonistas absolutos son los entrevistados, y esto se encuentra claramente planteado por el entrevistador, cuyas preguntas son breves, concisas y no redundantes. En el volumen no solamente se habla de literatura, como podría creer alguien que se acerque por primera vez a estas entrevistas, sino también de cultura, de arte en sentido general, de la sociedad dominicana, de regímenes tan dispares como el dictatorial, representado por Rafael Leonidas Trujillo, y el democrático que vivimos actualmente. De la Revolución de Abril, de los 12 Años de Balaguer. De figuras insignes de nuestra literatura, como Domingo Moreno Jiménez, Franklin Mieses Burgos, Héctor Incháustegui Cabral, Manuel Rueda, e internacionales como Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Italo Calvino, Humberto Eco o Milán Kundera.
Las entrevistas son desiguales, pero eso no significa que alguna de ellas decaiga en cuanto a su importancia o a la profundidad de las respuestas. El más esquivo de todos los entrevistados es Diógenes Céspedes, quizás haciendo alarde de su categoría de polemista profesional, y es obvio también que es el más incómodo, el menos directo, aunque también es el más académico en cuanto a sus respuestas sobre crítica literaria. Las entrevistas más literarias son las de José Alcántara Almánzar, José Mármol y Plinio Chahín, las más inclinadas hacia la sociología las de Andrés L. Mateo y Silvio Torres Saillant, y las más preocupadas por asuntos culturales, con la cultura vista como un sistema, con unos códigos que pueden ser descifrados y enseñados, son las de Marcio Veloz Maggiolo y Mateo Morrison. Escritores como José Mármol y Plinio Chahín hablan sobre su quehacer más importante, que es el poético, así como León David habla sobre su labor escritural, pero también, y sobre todo, sobre sí mismo como escritor, puesto que el entrevistador quiere recordarnos que él es hijo de Juan Isidro Jiménez Grullón. José Rafael Lantigua conversa sobre cultura, sobre gestión cultural, sobre literatura, sobre el libro como depositario del pensamiento. Era necesario que en este volumen estuviese un intelectual de la diáspora, representado por Silvio Torres Saillant, es decir, un observador de la realidad dominicana desde el exterior, y ese papel lo cumple a cabalidad un santiaguero que desde la ciudad de Nueva York comenta sus opiniones, muchas veces sacadas a su vez de otros textos que lo han influenciado, acerca de la realidad cultural de los dominicanos en los Estados Unidos, o acerca de la realidad que él percibe lejanamente, por lo que tiene una opinión particular de cada hecho literario, cultural o social sucedido en nuestro país. En la entrevista al propio autor, éste nos hace un recorrido por su vida, por las limitaciones materiales que ha sufrido, por su labor destacada de gestor cultural, hasta llegar a ser el poeta que es y el Subsecretario de Estado de Cultura, con la mayor sinceridad y sin ninguna pose.
Ahora bien, independientemente del peso específico de cada entrevistado en medio de la realidad cultural dominicana, que es mucho, es saludable, incluso necesario, que aparezcan libros de este tipo. Puesto que, en esta sociedad de lo ligero que estamos viviendo, de lo efímero, de lo intrascendente, de la reiteración, del amarillismo, deben aparecer voces que respondan con profundidad a preguntas hechas con la finalidad de entender el quehacer cultural dominicano. Si no nos entendemos como nación, nunca nos entenderemos individualmente como dominicanos. Si no entendemos nuestra identidad sincrética a través del reconocimiento de nuestro propio mestizaje, de nuestro lugar destacado en las letras y las artes caribeñas y universales, de que no tenemos la necesidad de ser justificados por el exterior, sobre todo por los Estados Unidos y por Europa, nunca reconoceremos nuestra propia mentalidad colonial, y las circunstancias históricas que nos han llevado hasta nuestra realidad actual.
Todo el libro se mueve alrededor de una sola preocupación, y esa preocupación es el hecho cultural. Para entendernos a nosotros mismos, debemos primero entender nuestra cultura, sus fortalezas y debilidades, qué manifestaciones culturales debemos cambiar, cuáles nos fortalecen como nación, cuáles nos unen y cuáles nos separan de nosotros mismos o de las demás naciones culturalmente diferentes. Cada respuesta de cada entrevistado a esa problemática que es la cultura, es diferente. Incluso, hay preguntas parecidas para varios escritores en el libro, y las respuestas son diferentes, no necesariamente contradictorias, pero sí únicas, que tienen que ver con la visión de la realidad que tiene cada uno de los entrevistados, es decir que cada uno de ellos intenta expresarse, decir su opinión sincera sobre la problemática que le plantea Enegildo. Andrés L. Mateo, por ejemplo, tiene una opinión diferente sobre el quehacer intelectual a la que tiene Diógenes Céspedes, lo cual no significa que estas opiniones sean contradictorias, así como Mateo Morrison tiene una opinión diferente sobre la gestión cultural a la que tiene Marcio Veloz Maggiolo, lo cual no quiere decir que sean opuestas. Andrés L. Mateo, un reconocido balaguerólogo dominicano, tiene una opinión oscura, pesimista, sobre los 12 años de Joaquín Balaguer, mientras que dos de los escritores de la Generación del Ochenta entrevistados aquí, Plinio Chahín y José Mármol, apenas se ocupan de alguna problemática social, y sólo conversan sobre literatura y poesía, lo cual está muy bien, porque como nos recuerda Diógenes Céspedes en este libro: El escritor no tiene función, la obra que produce tiene un funcionamiento idéntico al funcionamiento del lenguaje. Si un escritor se ocupa sólo del hecho literario, ya cumplió con creces con su papel existencial. Muy acertadamente responde Diógenes Céspedes en la primera pregunta del libro, que me parece es la pregunta que marca toda la intención del autor con respecto a sus entrevistados, y a lo que él como entrevistador le interesa que llegue a los lectores: Cuál es la diferencia entre un escritor y un intelectual?, le pregunta Enegildo; Todo escritor es un intelectual, pero no todo intelectual es un escritor, le responde Céspedes.
Al final, queremos llamar la atención del público acerca del título del libro, algo de lo que ya había hablado Andrés L. Mateo en la puesta en circulación en Santo Domingo: “Entrevistar es Pensar”, es decir, la entrevista como una forma de pensamiento, como una manera de comprender, a través de la razón, una realidad cultural, social, artística y política.
Saludamos la presencia de este libro en el ámbito cultural de nuestro país. Es un libro necesario, desde ya, para entender el quehacer literario actual en la República Dominicana, a través de la visión de un grupo de escritores que enriquecen el acervo dominicano. El volumen, aunque con un grupo limitado de intelectuales, lo cual es necesario puesto que si no lo fuera tendríamos un libro poco menos que infinito, es representativo de una forma de pensar y de hacer cultura en nuestra nación, que me parece es el objetivo principal del volumen: enriquecer el debate intelectual dominicano, a través de algunas de sus voces más destacadas; reconocer la realidad cultural dominicana, a través de preguntas y respuestas que nos ayuden a comprender la compleja definición de la dominicanidad.

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