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25 libros dominicanos para leer en tiempos de coronavirus:

     25 libros de la literatura dominicana para leer en estos tiempos de confinamiento. No hay que ser de la República Dominicana para leer estos libros, por supuesto, y están dirigidos a todo aquél que quiera leer una literatura caribeña algo desconocida a nivel internacional.

     Los libros no se encuentran en orden de importancia, y son sólo una parte de una literatura vasta y sólida. Muchos otros libros, algunos incluso más importante que estos, se han quedado fuera en una lista muy limitada, que no es un hit parade, ni un canon ni nada de eso, sino sólo algunos libros para aprovechar y leer mientras estamos en casa:

-Cuentos más que completos-Juan Bosch. Antología cuentística total del profesor Bosch, publicado por Alfaguara con prólogo del Premio Cervantes Sergio Ramírez.

-David, biografía de un rey-Juan Bosch. Ensayo narrativo que no habla sobre religión, sino acerca de ética y política, basado en la figura del más grande rey de Israel, un rey que era además, dicho sea de paso, poeta.

-El amor es el placer de la maldad-Pedro Peix. Antología cuentística de uno de los más importantes escritores dominicanos de todos los tiempos. En este libro se encuentran los clásicos "Pormenores de una servidumbre", "Los muchachos del Memphis" y "Pasión y oprobio en el hotel Shanghai".

-Trópico íntimo-Franklin Mieses Burgos. Un clásico de la poesía dominicana.

-Compadre Mon-Manuel del Cabral. El libro más acabado de un poeta prolífico que escribió grandes libros de poesía.

-Hay un país en el mundo-Pedro Mir. El Poeta Nacional dominicano escribió un poema extenso que describe su país a la perfección.

 



-Yelidá-Tomás Hernández Franco. Un poema sobre un amor interracial, que describe poéticamente nuestro sincretismo cultural: entre Europa y Africa.

-Agonías de distancia-Zacarías Espinal. Morfinómano, creador de las jitanjáforas y uno de los dos miembros del movimiento Vedrinista (el otro era su fundador y presidente, Vigil Díaz), Zacarías Espinal es un escritor de culto de la literatura dominicana.

-El poema de la hija reintegrada-Domingo Moreno Jimenes. Este poema fue escrito cuando el poeta vivía en Santiago de los Caballeros, a la sombra de un árbol en el terreno que hoy ocupa el hospital regional José María Cabral y Báez.

-La metamorfosis de McKandal-Manuel Rueda. Poema acerca de la vida y muerte de Francois MacKandal, esclavo cimarrón de la isla de Santo Domingo.

-Las máscaras de la seducción-José Alcántara Almánzar. Ese libro contiene el cuento "La reina y su secreto", una obra de orfebrería que ha influenciado notablemente mi propia literatura.

-La mosca soldado-Marcio Veloz Maggiolo. Publicado por la editorial Siruela, fue nominado al libro del año en España.

-Escalera para Electra-Aída Cartagena Portalatín. Finalista del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral.

-Entre dos silencios-Hilma Contreras. Un clásico de la literatura escrita por mujeres.

-En el barrio no hay banderas-René del Risco Bermúdez. Otro clásico del autor de "Ahora que vuelvo, Ton", un escritor que escribió poco y murió joven en un accidente automovilístico.





-La viuda de Martín Contreras y otros cuentos-Rafael Castillo. Con este libro, que es el único del autor, Castillo obtuvo el premio nacional de cuento, por encima de "Cuentos cortos con pantalones largos", de Manuel del Cabral.

-Enriquillo-Manuel de Jesús Galván. La primera novela romántica en América Latina.

-El evangelio según la muerte-José Acosta. Poemario ganador del premio Nicolás Guillén, en México.

-Eternidades-Ramón Peralta. El primer libro de Peralta. Los poemas de Ramón Peralta han llegado a titular algunos de mis libros, como este verso de "Eternidades": era lunes ayer, pero sé que no es martes.

-Alegoría vital-Dionisio López Cabral. Alcohólico, autor de poemas breves, falleció de ebriedad. Sin embargo, un gran poeta.

-La radio y otros boleros-René Rodríguez Soriano. El mejor libro de cuentos del escritor dominicano, recientemente fallecido por el coronavirus en Texas, Estados Unidos.



-El español en Santo Domingo-Pedro Henríquez Ureña. No podía faltar una de las obras del más grande intelectual dominicano de toda su historia.

-Y tu abuela dónde está-Carlos Esteban Deive. Ensayo del escritor domínico-español, antropólogo e historiador, sobre la influencia africana en la cultura dominicana.

-Al filo de la dominicanidad-Andrés L. Mateo. Artículos que tratan de definir la dominicanidad desgarrada.

-El ojo del arúspice-José Mármol. El primer libro del líder de la llamada Generación del 80, que nunca se definió entre movimiento o generación literaria.


     En fin, faltan muchos libros y muchos autores. Quizás haya que hacer una segunda, una tercera o una cuarta selección. Feliz lectura.




Alicia, cuento de Máximo Vega:



         Cuando lo vio desmontarse de la motocicleta Honda 70 con la camisa pegada al pecho por el sudor, el cromo aquel con el diente de oro y los pantalones acampanados,  y el afro que  regresaba y los dedos  llenos  de anillos de plata, se dio cuenta enseguida de que ese era el hombre para ella. No hubo ninguna clase de idealización, ningún ensueño. Se apeó del motor como de un caballo y se miró como al descuido las uñas pintadas con barniz natural, le hizo saber de inmediato a todas las mujeres del barrio  que él era el matatán nuevo de la cuadra y que, si quería, podía romper las palmeras bordadas de su guayabera con la inflexión de sus pectorales, y que el  ron que traía metido a las malas en el bolsillo trasero del pantalón y que le abultaba  la  nalga no era sólo un  beeper ocasional, no, que si se ajumaba era capaz de comerse a los buzos del vertedero municipal, que detuvieron su trabajo con sus caras sucias para verlo caminar hacia Alicia, la petiseca que  nadie nunca pretendió, el fleje que había llegado rápidamente a jamona  mientras veía a sus hermanas menores salir una a una de Rafey del brazo de hombres feos y bajitos que las pusieron a valer con casas en el Ejido y en Pueblo Nuevo. La indigesta Alicia, la que coleccionaba muñecas lanzadas al zafacón por niñas ricas que crecían o que las cambiaban por otros juegos virtuales o blackberrys infantiles, las barbies rubias y blancas que llegaban despedazadas al basurero. Cada palomo, cada buzo, cada vez que hallaba alguna en tan mal estado que no podría revenderse, se la llevaba como una ofrenda a la adolescente que se hizo vieja esperando al principesco tíguere azul que la sacaría del mal olor y la montaña de papeles de colores. Su madre sentía lástima por ella, por la flaca obsesionada con la carretera que sale de Rafey, mientras les comentaba a los vecinos: “Ah, mi niña que se hizo vieja, mi niña que nunca creció, que nunca  se matrimonió”, hasta que llegó el superhombre que la cargó hasta su motocicleta con el sillín adornado con el dibujo morado de una mujer en bikini. Se casó tres meses después con el piloto del motor de los flecos de colores, que  necesitaba una mujer que le cuidara la casa y que nunca saliera de ella, una mujer que le aguantara las infidelidades con cueros obscenos que usaban desodorante de cajita y soñaban con sus propios príncipes, mientras Alicia lo veía partir en la motocicleta, aunque antes  de  irse la besaba en la boca y le preguntaba, con ternura: ¿Y quién es tu hombre que  te quiere y que  te ama y que  no te va a dejar nunca por ninguna de esas putas que son namás que  para pasar el rato, para que recuerdes que tú eres la primera y que siempre te trato y te trataré como  una dama?

         Y Alicia, feliz. Su  cromo era la  envidia de sus  hermanas,  el moreno felino y vulgar era el deseo insatisfecho  de todas las muchachas  del barrio,  aun de aquellas  jovencitas  a  las que ella les llevaba casi 20 años. Lo que pasa  es que  no puedo irme con él, se excusaba con sus hermanas, lo que sucede es que él no puede montarme  en  la motocicleta y llevarme lejos,  mientras peinaba  las  muñecas medio  calvas,  pero  rubias,  que la  miraban sonreír con uno solo  de sus  ojos azules, con sus  piernas  o  sus  brazos mutilados. Nada nos  va a separar,  nada, ni  siquiera  los chismes que pululan  sobre las  constantes peleas  domésticas, o  los rumores de que  la policía lo busca por  venderle marihuana a los  buzos  menores de edad del vertedero; nada podrá corromper este amor  puro que ha llegado  tan a destiempo.  Ni  siquiera  la  trompada tremenda en la mejilla tersa, o aquellas palabras que le causaron un terror ambiguo, indefinido, cuando producto de un reclamo mal entendido le sugirió que lo dejara tranquilo, que  no se metiera en sus asuntos, que se limitara a lavarle y a plancharle y a mantenerle  la casa limpia para los socios que lo visitaban  los  fines de semana, o para los demás tígueres  sonámbulos  con los que  bebía hasta las tres de la mañana,  que  esperaban de ella, a esa  hora  extrema de  la  madrugada, algún sancocho caliente y espeso  para  matar  la  borrachera,  alguna sábana limpia para  dormir  en su  sofá de palitos  o en  el  suelo  pulcro.  Pero  nadie se  atrevía a  tocarla, pero  ninguno  se arriesgaba a profanarla mientras  su  marido estuviese allí  acariciándole  el cabello,  revisándole  los  moretones  de  los  ojos,  besándoselos  y lamiéndoselos  con una lengua larga  y babosa de reptil. Repitiéndole:  Pero  es que tú  eres  la culpable,  mi vida,  la culpable de que yo me  ponga  así  porque  me  llevas  la contraria  y me  aceleras,  y  yo entonces  me  encojono contigo como un niño  pero eso  es  porque te quiero demasiado.

         ¿Quién podría  dudar que tenía  un  matrimonio  estable, duradero? Ya sus hermanas no  la visitan, pero, ¿qué importa? Mientras  se revisa  en el  espejo la boca hinchada, sangrante,  mientras peina con fruición las muñecas viejas e imperfectas que se amontonan por cientos en los rincones de los dormitorios, se enfrenta a su madre que le pregunta por qué diablos continúa viviendo con ese hombre que la maltrata, por qué le aguanta esa vida, si eso que ella vive puede ser llamado vida.

Pobre mamá. No es capaz de imaginarse lo feliz que es. Le muestra una foto de su príncipe rabioso con el miembro que se le dibuja a través del pantalón ajustadísimo, lúbrico y enorme, aunque ni siquiera está erecto. Le acaricia el pecho, le besa la cara pequeñita de la fotografía. “Estás loca, mi hija”, le dice su madre, pero al mismo tiempo sabe que no puede dejar de visitarla, que no puede abandonarla como lo han hecho hace tiempo todas sus hermanas. Si le exige decidir entre ambos, está consciente de que su hija lo escogerá a él. Así que continúa yendo todos los días a la casa, a empujarle la silla de ruedas más allá de la calle de tierra y de la barranca al otro lado del basurero, para que Alicia por lo menos pueda ver, a lo  lejos, los techos de la ciudad perdida y los edificios altos, para esperar que algún día despierte y descubra que su cafre le muestra su diente de oro a mujeres que caminan y no son putas, que la soledad y el destierro del alma son preferibles al complejo, al castigo y a todas aquellas formas tan astutas del dolor.


 (Del libro "La Reacción Phillips")





Literatura Dominicana en el contexto del Caribe:


-I-

 

“El Caribe, frontera imperial”, escribió el profesor Juan Bosch en uno de sus ensayos, refiriéndose a este ámbito americano en el cual vivimos y padecemos. Las Antillas, México, Centroamérica, Venezuela, Guayana, Colombia, pero lo que nos interesa en estos momentos es indagar de manera superficial en la literatura sobre todo antillana, de la cual forma parte la República Dominicana, cuyas obras y autores –hay que mencionarlo desde el principio- son desconocidos por una serie de razones históricas, no estéticas, en una nación que cuenta con una cantidad de primicias coloniales importantes: la primera universidad del Nuevo Mundo, la primera catedral del Nuevo Mundo, la primera poeta americana, la primera ciudad colonial del Nuevo Mundo, la primera declaración de derechos humanos del Nuevo Mundo.

         Cuando hablamos de El Caribe, pues, para lo que nos ocupa en estas palabras, que no son más que la ampliación de una conferencia que dictamos en el 4to. Congreso de la Lengua y la Literatura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo –esa Primera Universidad del Nuevo Mundo que mencionamos-, que tiene un estilo más bien oral y por lo tanto algo descuidado, escrita para el oído y con un tiempo limitado, nos referimos al espacio antillano que baña el mar Caribe, por supuesto, que ha sido invadido, como repite en todo un libro el profesor Bosch, por una cantidad de imperios occidentales, y ha sido saqueado por piratas, filibusteros, bucaneros, esclavistas, cuya diferencia la aporta la presencia del negro secuestrado de África, que nos ha legado precisamente un mestizaje, una promiscuidad étnica y cultural que ha marcado buena parte de nuestra literatura, tengamos consciencia de ello o no.

         A pesar de lo que se piensa fuera de nuestro espacio, los caribeños no somos todos iguales. Existen los caribeños que pueblan las Antillas Menores, soberanos o no, puesto que algunas de esas islas continúan siendo provincias de naciones europeas –incluyendo Guayana, que no es isla-, que hablan francés, holandés, inglés; existen países como Haití, que escribe en francés pero habla en créole; u otros como Jamaica, que habla inglés. Las Antillas que hablan español tienen un componente mestizo mucho más amplio que las islas no hispanas, lo que podría significar que la explotación de la esclavitud no fue tan intensa como en las colonias francesas, holandesas e inglesas, y en el caso de la República Dominicana se tiene constancia histórica de ello. En Haití, la población negra ascendió a más de 300,000 personas, esclavos, mientras que los blancos no llegaban a 12,000. Las condiciones de los esclavos eran terribles. No sucedió lo mismo en la parte española de la isla, que llegó a ser la colonia más pobre del Nuevo Mundo, otra primicia importante.

         Pero no sólo estamos hablando de naciones colonizadas por diferentes imperios europeos, lo cual contribuyó a sus diferencias culturales, y no solamente nos referimos al período colonial, puesto que los habitantes de las naciones que hablan español de las Antillas Mayores tampoco son parecidos exactamente hoy día, y, como estamos hablando de literatura, no cuentan con un español común. El escritor cubano José Fernández Pequeño, que emigró de Cuba por razones políticas y vivió muchos años en la ciudad de Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana, explica claramente en su cuento “A. M.” el período de asombro y traducción continua que vivió cuando llegó al principio a la ciudad de Santo Domingo, y encontró un lenguaje diferente: “…aprendí que la papaya había cubierto la putería de su masa con el casto título de lechosa; la noble malanga ganaba punta y terminaba en yautía; la pimienta dulce, tan de mi gusto mosquita muerta, prefirió la vulgaridad de ser malagueta; la guitarrera naranja había tomado la contraseña exótica de china, tan falta de imaginación que ni siquiera llegaba al juguetón chinola; el boniato, dulce y buenagente hasta en sonido, ganó en batata arrogancia musical… y así, con la marcha de los días, fui cruzando un puente de palabras…”.

         Aunque lo que nos interesa es una literatura importante pero desconocida, aquella de la República Dominicana, país que ocupa una buena parte de la isla de Santo Domingo, exactamente en el centro de las Antillas Mayores y en el centro de El Caribe. Una centralidad y primicia que no la ha ayudado a ocupar el mismo lugar en las artes y la literatura.

 

 

-II-

 

 

En la República Dominicana, a partir del siglo XIX, con la aparición de la novela “Enriquillo” de Manuel de Jesús Galván y las aproximaciones poéticas, décimas y poemas con una estructura oral de Juan Antonio Alix (1833-1918), además de la aparición de los poetas de finales del siglo XIX como Salomé Ureña (1850-1897), Gastón Fernando Deligne (1861-1913) –ambos hermanos, Gastón y Rafael, pero sobre todo Gastón- y José Joaquín Pérez (1845-1900), empezó lo que podría llamarse la tradición literaria nacional, que a pesar de la novela romántica de Manuel de Jesús Galván tuvo siempre una impronta poética. El movimiento literario denominado Postumismo, nacido en el mes de marzo del 1921, con su sumo pontífice Domingo Moreno Jimenes, integrado además por Andrés Avelino, Rafael Augusto Zorrilla y otros escritores que surgieron a su alrededor, algunos que formaron sus propios movimientos como Vigil Díaz, fundador del Vedrinismo, al que sólo pertenecieron él y el poeta sancristobalense Zacarías Espinal; los Independientes del 40: Manuel del Cabral, Tomás Hernández Franco, Héctor Incháustegui Cabral y Pedro Mir; la Poesía Sorprendida, que apareció en 1943 ya como reacción al Postumismo, con Alberto Baeza Flores, Mariano Lebrón Saviñón, Aída Cartagena Portalatín, Antonio Fernández Spencer, Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda, etc., y la Generación del 48 con Abelardo Vicioso, Abel Fernández Mejía o Máximo Avilés Blonda, entre otros, tienen algo en común: todos son movimientos puramente poéticos. Para que apareciera en el contexto literario nacional un grupo que reuniera a los narradores, sobre todo al principio cuentistas, se tuvo que esperar con paciencia hasta el Frente Cultural surgido durante la Revolución de 1965, un movimiento que fue no sólo artístico sino, por supuesto, político, que abarcó no solamente a poetas sino a narradores, prosistas, artistas plásticos y periodistas, al que pertenecieron Abelardo Vicioso -venido de la Generación del 48-, Miguel Alfonseca, Ramón Francisco, René del Risco, Juan José Ayuso, Jeannette Miller, el poeta dominicano nacido en Haití y muerto durante la invasión norteamericana Jacques Viau Renaud, autor del largo poema en español “Permanencia del llanto”, entre otros, y a la Generación de Posguerra, a la que pertenecieron los escritores del Frente Cultural, además de advenedizos como Mateo Morrison, Tony Raful, Andrés L. Mateo, Alexis Gómez Rosa, Norberto James, Franklin Gutiérrez, Soledad Álvarez, Apolinar Núñez, Pedro Peix, Iván García, etc., con una literatura sumamente política y comprometida. Lo cual no significa que no aparecieran con anterioridad narradores esporádicos, solitarios y descontextualizados, aunque también poetas de medio tiempo: Marcio Veloz Maggiolo, Freddy Prestol Castillo, Ramón Marrero Aristy, Juan Bosch, Virgilio Díaz Grullón, Alfredo Fernández Simó, etc. Hasta llegar a la Generación del 70 (Juan Carlos Mieses, Radamés Reyes Vásquez, Chiqui Vicioso, José Enrique García, Pedro Pablo Fernández, Sabrina Román y Rafael García Bidó) -entre algunos otros que al final se adhirieron a la más conocida Generación del 80, como René Rodríguez Soriano, Tomás Castro, Juan Freddy Armando, Aquiles Julián, Roberto Marcallé Abreu, etc.-, los narradores José Alcántara Almánzar, Armando Almánzar, Arturo Rodríguez Fernández, etc., hasta llegar a la ya mencionada Generación del 80, con José Mármol, Basilio Belliard, León Félix Batista, Plinio Chahín, Jorge Piña, Julio Adames, Dionisio López Cabral, Dionisio de Jesús, Fernando Cabrera, Ruth Acosta, entre otros y otras, que abarcó sobre todo a poetas, pero de la cual formaron parte, a pesar de la autoproclamación de algunos de sus miembros -que decidían quién formaba parte y quién no, como si se tratara de un movimiento literario y no de una generación-, narradores como Avelino Stanley, Rafael García Romero, Rafael Peralta Romero, Manuel García Cartagena; poetas/narradores como Pastor de Moya, Ángela Hernández o René Rodríguez Soriano -que al final era más cuentista que poeta-, y que ha sido la más amplia de las generaciones literarias, en una pequeña nación en la cual las generaciones y los movimientos literarios se encuentran intrínsecamente ligados a la realidad nacional, a lo que acontece fuera de los ámbitos puramente literarios.

 

Se encuentran, por supuesto, los narradores descontextualizados de lo que sucedía alrededor de los movimientos poéticos, porque eran precisamente eso, es decir, narradores. Los movimientos literarios eran poéticos. Se encuentran, además, los escritores que vivían y hacían vida literaria fuera de la ciudad de Santo Domingo, la ciudad capital, que fueron invisibles hasta mucho tiempo después de su aparición publicando libros, y luego de su desaparición física, en un país pequeñito que, sin embargo, parece enorme, infinito para la cultura que se hace más allá del Distrito Nacional. Hemos escrito un ensayo sobre los escritores de la Región Norte del país, desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX. Es decir que no vale la pena insistir sobre ellos aquí.

 

Esta apretada selección de nombres, en la que no se encuentran todos los escritores, no tiene que ver con la calidad literaria o con algún estudio más enjundioso que sugiera cuál movimiento o generación ha entregado más escritores de profundo calado que los demás: es sólo una lista nominal, que no pretende juzgar y, como he dicho, incompleta, en la que faltan muchos nombres. En un país en el cual el siglo XX surgió casi como tragedia nacional, con dos invasiones norteamericanas, un dictador que gobernó por 31 años, un presidente posterior democrático derrocado, una guerra civil, la invasión norteamericana de 1965, los llamados Doce Años autoritarios del presidente Joaquín Balaguer, escritor él mismo; tres incursiones guerrilleras fracasadas, un presidente suicidado y otro encarcelado por corrupción, era obvio que se tenía que propiciar una literatura política, pero además un tipo de literatura que cambia a medida que también ha aparecido un cambio en el ámbito social o político. Por ejemplo, la dictadura trujillista propició de alguna manera el nacimiento de la Poesía Sorprendida; la Revolución del 65 produjo el Frente Cultural; la invasión norteamericana denominó incluso la Generación de Posguerra; la finalización de los Doce Años de Balaguer y la apertura democrática  de 1978 produjeron la Generación del 80; y la estabilidad política y social de finales del siglo XX y principios del siglo XXI ha propiciado el fin de los movimientos literarios y la independencia estética de los escritores. 

 

Al mismo tiempo, la literatura dominicana es aficionada, de escritores que no se dedican nunca por completo a la literatura, a excepción de algunos privilegiados como Domingo Moreno Jimenes. La tradición literaria nacional ha sido el producto de esporádicas manifestaciones sobre todo poéticas, lo que ha provocado a su vez la aparición de generaciones poéticas nacionales que sin embargo no tienen nada que envidiarle a los movimientos o a las manifestaciones poéticas de otros países latinoamericanos, a pesar de que no es muy conocida o reconocida.  Poetas como Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, Salomé Ureña o Domingo Moreno Jimenes cuentan con una poesía de alta calidad literaria -aunque no soy muy dado a utilizar este término casi mercadológico-, y en cierto sentido con una gran literalidad y originalidad, puesto que, precisamente, uno de los problemas de las literaturas nacionales es que copian los movimientos sobre todo europeos, lo cual sucedía además en el resto de Hispanoamérica, adhiriéndolos a la realidad dominicana, dominicanizándolos. Este eurocentrismo, que tiene su explicación en nuestra identidad, en nuestro “ser” dominicano, en el que no vamos a profundizar en estos momentos, ha provocado al mismo tiempo que nos encontremos de espaldas al resto del Caribe, y que reconozcamos a otros escritores de nuestro idioma o de idiomas caribeños como el francés o el inglés como extraños a nuestra propia realidad. Es posible que debido a la condición de poetas de nuestros escritores, para los cuales la lengua, e incluso la idea cierta del poeta como guardián de su idioma, es tan importante, nos hemos alejado de temas, ideas y comportamientos de nuestra región particular, a la que pertenecemos inexorablemente, puesto que en el resto de las Antillas se habla en francés (incluyendo al créole), inglés u holandés (incluyendo el patois). Escritores como los haitianos Jacques Roumain, Jacques Stephen Alexis o René Depestre; martiniqueños como Aimé Césaire o Édouard Glissant; de Santa Lucía como Derek Walcott y su hermano gemelo Roderick, dramaturgo; cubanos como Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, José Soler Puig o José Lezama Lima y todo el grupo Orígenes, son reconocidos en el mundo entero, pero no así los dominicanos de sus respectivas generaciones, teniendo en cuenta además que la región del Caribe ha dado cinco premios Nobel de Literatura (hagan vida o no en el Caribe: caribeños por nacimiento): Saint-John Perse (Guadalupe), Derek Walcott (Santa Lucía), V. S. Naipaul (Trinidad y Tobago), Gabriel García Márquez (que es de Aracataca, Magdalena, en el Caribe colombiano) y Miguel Ángel Asturias (Caribe guatemalteco). A nuestro país nunca llegaron, por ejemplo, movimientos literarios como el “realismo mágico”, lo “real maravilloso” de Alejo Carpentier o el “realismo maravilloso” de Jacques Stephen Alexis, al que se han adherido en la República Dominicana no escritores, sino algunas obras de algunos escritores; como no llegaron tampoco a una isla como Puerto Rico, debido a su condición colonial con respecto a los Estados Unidos. Ahora bien, sí llegó una literatura de género fantástico influenciada por Julio Cortázar y los escritores argentinos, existencialista influenciada por Ernesto Sábato o Juan Carlos Onetti, e incluso una cantidad de poetas nacionales han identificado a Jorge Luis Borges, el más europeo de los escritores argentinos, como una gran influencia en su poesía.

 

Voy a contar un ejemplo sencillo. La poeta y novelista Aída Cartagena Portalatín (1918-1994) fue muy amiga de Aimé Césaire y Édouard Glissant, además del escritor africano Léopold Senghor, y participó con ellos de las ideas acerca de la “Negritud” y el colonialismo al que pertenecieron Aimé Césaire y Glissant, que se expandió a través de Europa y América en la década del 30 del siglo XX. Ella  viajó al África a diferentes congresos sobre la presencia africana en el Caribe, y escribió un libro de poemas cuyo tema era esa presencia africana de la cual era experta. Sin embargo, cuando escribió su primera novela, “Escalera para Electra” (1970), Aída buscó un tema europeo -el drama “Ifigenia en Tauros” de Eurípides-, para estructurar la novela, con su personaje principal, Swain, una Electra que vivía en la ciudad de Moca y asesinó a su madre Clitemnestra (en la novela de nombre Rosaura), mientras Helene, que es la propia Aída Cartagena, es una escritora que viaja por Europa, se detiene en Grecia y reflexiona sobre la novela como género literario, sobre la novela ideal que quiere escribir, citando a Jean Paul Sartre con respecto a sus reflexiones acerca de la “novela comprometida” contemporánea. A la autora dominicana no se le ocurrió escribir una metanovela sobre el Caribe o sobre África, o sobre la negritud de sus amigos Césaire y Glissant, o un largo poema griego-europeo pero sobre todo caribeño como el “Omeros” de Derek Walcott, puesto que sus intereses eran otros, lo cual pone de manifiesto no una hipocresía, sino la realidad de cómo pensamos los dominicanos acerca de África en el terreno intelectual, y sobre nuestro pasado étnico negro y esclavizado. Es decir, no podemos hablar por completo de una novela “transculturizada” o “híbrida”, sino que representa la dominicanidad tal como es, sin idealizaciones ni hipocresías. Aída nunca participó de ese surrealismo caribeño negro como esos habitantes de islas que son en realidad provincias francesas e inglesas, como lo hicieron Césaire y Glissant, a pesar de que perteneció al movimiento de la “Poesía Sorprendida”, que tenía influencias surrealistas, pero su realidad no era África sino una República Dominicana mezclada, más española que africana cuando se trataba de aspectos literarios; ni se parece a los narradores y poetas haitianos, cubanos o de otras islas del Caribe: su poesía, aunque excelente, busca más bien a España y a Europa, no una identidad mezclada con África. El espacio central literario caribeño en español lo ocupaba un país: Cuba, y Occidente no necesitaba duplicidades en ese sentido. Y ahora sí llegamos a un aspecto que no es necesariamente literario, sino al terreno mercadológico, al ámbito de la propaganda. Puesto que ese alejamiento de temas con los cuales se estereotipa desde espacios europeos, en los Estados Unidos y en el resto de Latinoamérica, a la región del Caribe, alejó a algunos escritores dominicanos de una preponderancia que estaba justificada en lo estético, no en las modas ni en los modelos artísticos o intelectuales pasajeros, como sucedió con el movimiento de La Negritud, aunque parezca contradictorio, puesto que el país caribeño más cercano formalmente al continente colonizador fue al mismo tiempo el más olvidado, puesto que no ofreció novedades como aquéllas de las islas negras (en un sentido literario, romántico, no racial), exóticas y “mágicas”. Es decir que estamos hablando de dos fenómenos diferentes: uno es el publicitario, el mercadológico, el de la propaganda, y el otro el estético, el literario, el poético, que se rige por nada más que la creatividad del autor y la empatía y el reconocimiento del lector.

 

Sólo algunos escritores como Juan Sánchez Lamouth, Norberto James, Nadal Walcott, Mateo Morrison o Manuel Matos Moquete en algunas de sus novelas, debido a una conciencia racial interior, individual, decidieron escribir sobre el realismo mágico o maravilloso y sobre la presencia del negro en nuestra isla. También, por supuesto, Marcio Veloz Maggiolo y otros estudiosos de ritos mágico-religiosos, los cuales no formaban parte intrínseca de las obras, sino que aparecían como parte de la atmósfera de las historias (Veloz Maggiolo fue novelista, a diferencia de Norberto James o Mateo Morrison). Manuel del Cabral o Tomás Hernández Franco lo hicieron debido a una necesidad estética, pero no desde lo formal sino desde lo temático: casi desde fuera, desde la periferia. Y ellos no eran negros. Escritores como Juan Bosch o Pedro Peix, a quienes yo considero profundamente dominicanos y caribeños, eran sin embargo escritores realistas, a los cuales les interesó poco el realismo mágico o el realismo maravilloso, tratados por Bosch y por Peix en algunos cuentos (Peix en todo un libro) como experimentos (en el caso de Bosch, que fue anterior al boom latinoamericano, en el tratamiento temático de leyendas y cuentos orales dominicanos, muy parecido a lo que hizo posteriormente Veloz Maggiolo). Pedro Peix fue más cercano a Faulkner que a García Márquez, inventándose un pueblo ficticio ("Alcanfores"), más cercano al Yoknapatawpha faulkneriano que al Macondo garcíamarquiano. Un poema como “Yelidá” de Tomás Hernández Franco tiene como figura principal a una negra que es hija de una mujer haitiana –o de la parte occidental de la isla, puesto que en el tiempo del poema aún no existía Haití como nación- y de un noruego, Erick, obviando conscientemente la racialidad negra dominicana, desplazándola hacia Haití. Lo mismo hace “La metamorfosis de McKandal”, de Manuel Rueda: Mckandal es un héroe cimarrón que lideró la primera rebelión de esclavos en la parte occidental de la isla, hasta que fue atrapado, encarcelado y quemado vivo por los franceses. De acuerdo con un mito haitiano, McKandal no falleció en la hoguera, sino que se convirtió en un insecto alado que escapó volando de las llamas. Lo que queremos significar es que este alejamiento de nuestra región caribeña le quitó notoriedad a nuestra literatura, alejándola de los estereotipos antillanos. Como menciona un principio mercadológico que se aplica a cualquier clase de producto, los lectores buscan determinados temas que satisfagan sus necesidades de lectura en una época determinada; quien no esté dispuesto a escribir sobre esos temas corre el riesgo de no gustar. Uno de esos temas puede ser, quizás, “la magia de la vida latinoamericana” o lo maravilloso de una región exótica y negra. Sean estos estereotipos reales o no, puesto que estamos hablando de literatura.


 





-III-

 

 

En la UNESCO existe un Centro Regional para el Fomento del libro en América Latina y el Caribe (CERLALC). De acuerdo con las estadísticas entregadas por ese centro, en Hispanoamérica, o sea en nuestro idioma español, existen cinco países donde se venden más libros, y donde más se lee, que son México, Argentina, Perú, Chile y Colombia. El país en el cual más se lee y se venden libros es Argentina, seguido de Chile. Al mismo tiempo, en una coincidencia que no es tal, los premios Nobel de Literatura en idioma español, excluyendo a Miguel Angel Asturias, provienen de esos países, que son: Pablo Neruda y Gabriela Mistral, de Chile, Gabriel García Márquez de Colombia, Mario Vargas Llosa de Perú y Octavio Paz de México, aunque todos sabemos que Argentina hace mucho tiempo debió tener un premio Nobel de Literatura. También los componentes del llamado "boom" latinoamericano pertenecen a esos países donde más se lee: Mario Vargas Llosa de Perú, Carlos Fuentes de México, Julio Cortázar de Argentina, Gabriel García Márquez de Colombia, y José Donoso, que se autoproclamó en sus memorias ("Historia personal del Boom") como “la quinta pata del boom”, de Chile. También la mayoría de los ganadores de los Premios Cervantes de Literatura, o de concursos importantes literarios convocados por editoriales que realmente son multinacionales de la industria del libro, son ganados por escritores de esos países. Es decir, todo no sucede por puro azar, sino que la promoción de la literatura cuenta con un componente mercadológico que no es posible obviar. Un escritor dominicano, así como otros escritores de regiones ubicadas en la periferia, no podrá nunca acceder a este tipo de promoción, independientemente de la calidad de su literatura.

Decía el escritor salvadoreño Manlio Argueta, en su novela “El valle de las hamacas”, de forma sarcástica, que los centroamericanos “son unos resentidos, porque les tocó nacer en el culo del mundo y esa es una situación a perpetuidad”. Al mismo tiempo, no podemos contar con el estado para que propicie el apoyo y el fomento de la literatura dominicana, puesto que nada de esto ha sucedido aún. El estado dominicano prefiere promover la bachata o el merengue, la música popular, la industria cinematográfica en ciernes, porque tiene un propósito político, electoral, es decir que todo debe tener una finalidad económica, práctica y corrupta. Los autores dominicanos sólo son recordados cuando mueren o cuando ya pertenecen a la tradición, nunca en el presente, a no ser que tengan éxito, que ganen un concurso literario importante o que sean reconocidos como escritores, por alguna razón, fuera del país. Cuando se convierten en tradición, entonces los escritores dominicanos son recordados y reconocidos por el estado, incluso por el resto de la población.

En el presente, en este siglo XXI del cual ya han pasado tantos años, podemos notar algunas características de la literatura dominicana actual, no joven sino actual, que demuestra el cambio que se ha generado no sólo en la literatura, sino en la sociedad dominicana, puesto que ya dijimos que la literatura del país se encuentra demasiado arraigada a los vaivenes de nuestra realidad nacional, muchas veces política:

 

1-    Los narradores han sobrepasado en cantidad a los poetas. El renglón literario que más se escribe y que tiene más salida en el país es el ensayo histórico, sobre todo de la época de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, y en segundo lugar de los Doce Años de Joaquín Balaguer, o de sucesos históricos trascendentales cuyos testigos han querido dejar testimonio de su experiencia. La poesía casi no se lee. Algunos poetas se han dedicado a escribir ensayos sobre la tradición literaria nacional, como Fernando Cabrera, Basilio Belliard o José Mármol, sin abandonar la poesía, además de otros poetas que escriben memorias literarias o vitales como testigos de acontecimientos sociales o literarios, como sucede con Mateo Morrison, José Rafael Lantigua, Tony Raful, etc.

 

2- Luego de convertirse en tradición, como he dicho, aunque algunos de ellos se encuentren vivos, como ha sucedido con Pedro Peix, Marcio Veloz Maggiolo, Hilma Contreras, Aída Cartagena Portalatín y muchos otros, hemos empezado a reconocer la calidad indiscutible de su literatura, a pesar de que no son reconocidos internacionalmente a un nivel mercadológico o editorial.

 

3-    También hemos descubierto que existe una cantidad de escritores de otros países, sobre todo de países pequeños pero algunos también de grandes naciones -"grandes" en el sentido de la cantidad de habitantes-, que también son desconocidos a pesar de que cuentan con una gran calidad literaria, como sucede con Elena Garro, Antonio Di Benedetto, Manlio Argueta, Nivaria Tejera, José Soler Puig, Luis Rafael Sánchez, Carmen Naranjo, Inés Arredondo, etc.

 

 

-IV-

 

Los escritores del presente no deberían abandonar la "gran calidad literaria", en la época de la literatura light, de los libros de autoayuda y de la pedagogía que pretende pasar como literatura. No hemos sobrepasado las condiciones que cambien la perspectiva de que un escritor dominicano que viva en el país sea conocido ampliamente fuera de la isla, pero esto puede ser una ventaja debido a que se puede ser ambicioso en extremo –en un sentido creativo- sin pensar en los resultados propagandísticos: sin detenerse en perseguir la fama. El escritor dominicano es un autor aficionado, en el sentido de que escribe en su tiempo libre, porque debe dedicarse a una infinidad de labores para ganarse la vida, entre ellas una reciente y lucrativa: ser funcionario cultural de los diferentes gobiernos. Es un autor de pocos libros, sean estos poéticos o narrativos. Eso no va a cambiar en lo inmediato. Debe lidiar con la exclusión, la marginación a lo interno de su propio país, la insularidad, la falta de lectores y la dejadez del estado. Ahora bien, al mismo tiempo debe dejar de permanecer de espaldas al Caribe, puesto que es su región y su realidad. Debería comprender que se encuentra adherido, le guste o no, a un pasado africano y esclavista, y que debe aceptar su caribeñidad en este siglo XXI como una cosa normal y definitiva, como nos explica Manlio Argueta con respecto a Centroamérica. Nuestro idioma es el español y nuestra región es el Caribe, nuestra raza y nuestra etnia es la mulata y la mestiza, entendiendo el mestizaje como una mezcla de diferentes razas, una promiscuidad positiva. Eso es lo que somos. Nuestra cultura es la caribeña. Y escribir sobre esto, aunque algunos escritores actuales empiecen a percibirlo como “pasado” puesto que han aceptado la caribeñidad como una realidad que ya no es colonial, puede traer resultados positivos en un país que muchas veces pasa desapercibido como nación, más aún como destino literario. Al mismo tiempo, somos representantes quizás ingenuos de esa caribeñidad, por lo cual se comete una injusticia al descalificar la literatura dominicana o la puertorriqueña –debido a la situación colonial de nuestra isla vecina con respecto a los Estados Unidos, una situación que es de hecho pero que no es cultural, debido a su independencia idiomática- como no antillana, tratando de definir desde el exterior, desde la ignorancia, lo que ya somos de forma natural.

 

¿Cómo se escribe en el resto de Latinoamérica? Se escribe sobre el presente, con una prosa muy directa, a veces muy cruda, puesto que ya no hay que escribir de forma simbólica por motivos de dictaduras políticas, religiosas o morales. Han desaparecido hace muchísimos años el Modernismo, el Surrealismo, el Concretismo, el Pluralismo, los movimientos literarios. La marca de la literatura actual es el eclecticismo. No existe una búsqueda de perennidad, sino que el éxito debe llegar en el aquí y en el ahora. Ya no es posible hacer un estudio de la literatura, no sólo latinoamericana sino del resto del mundo, sin referirse al mercado, puesto que las presiones de la industria editorial han condicionado la creatividad de los autores. Hemos accedido a un lenguaje sucio, agresivo, violento, vulgar a veces, que trata de reflejar sin metáforas ni simbolismos la realidad del país, sobre todo urbana. Es decir: hemos empezado a abandonar la belleza, o por lo menos la idea de belleza, como sucede hace mucho tiempo con otros géneros artísticos, sobre todo con las artes visuales. Esto lo compartimos con el resto de los escritores latinoamericanos. Y es posible que compartamos todas estas características con los escritores del mundo entero. Aunque estamos tratando de no caer en generalizaciones, y en el reduccionismo de analizar la literatura latinoamericana como un todo, como si los países latinoamericanos, con tradiciones literarias, realidades socioculturales, económicas e individualidades diferentes fuesen un solo país, lo cual no funciona ni siquiera para etiquetar a los emigrantes hacia el norte del continente americano. 

 

Debemos tener en cuenta que la calidad literaria no la dan los temas, sino la forma, la manera en la que se escribe. En una obra narrativa, por ejemplo, a un nivel académico se habla de una división entre la Historia de la narración, y el Relato. La Historia es el argumento, lo que se cuenta, mientras que el Relato es la forma en que se cuenta la Historia. Debe haber un equilibrio entre la Historia y el Relato, entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, por supuesto, pero hay un consenso general en que lo más importante es el Relato, la forma en la que yo, el escritor, cuento las cosas; o en el caso de la poesía lo más importante, por supuesto, son las palabras, la forma en la que escribo mi poema. La forma se erige incluso por encima del tema o el contenido que he elegido. El lenguaje, como dijo el filósofo y antes el cristiano, precede, de alguna manera, al propio ser.




-V-

 

 

La poesía y la narrativa dominicanas han sido subvaloradas por múltiples razones, algunas de ellas las hemos expuesto aquí, pero no podemos obviar tampoco que hemos tenido inmensos escritores relativamente desconocidos, como Pedro Henríquez Ureña, Manuel del Cabral, Pedro Mir, Franklin Mieses Burgos, Juan Bosch, Pedro Peix, Domingo Moreno Jimenes, Salomé Ureña, entre muchos otros, jóvenes o no, muertos, enterrados o aún vivos y creando. Aunque se escriba en el país durante el tiempo libre que nos deja una existencia caribeña llena de vicisitudes, para que no nos agobie el calor, la rutina, la cotidianidad y las dificultades económicas, eso no cambiará en lo inmediato. 

El escritor dominicano debe tratar por sí mismo de salir de su realidad insular, ahora que cuenta con más medios que nunca antes, que le permiten acceder al resto del mundo sin moverse de su isla, no solamente a un nivel personal o propagandístico, sino estético, que es lo que nos interesa como escritores, pero sobre todo como lectores.

Máximo Vega-escritor-2021.

3-    


   

ENTREVISTA A MÁXIMO VEGA:

Por Kianny Antigua.


1.   ¿Dónde te ves como escritor en cinco años y/o dónde ves tu literatura?

Me veo en el mismo lugar, pero me gustaría que me leyera el mundo entero. Muchísima gente. Pero estoy consciente del país en que vivo, un país pequeño en el Caribe, y lo que trato mientras eso sucede es de escribir, decir las cosas que quiero decir y hacerlo lo mejor posible. Aunque, claro, sé que eso nunca va a suceder. A mí me gusta escribir, soy feliz cuando escribo, no entiendo eso del “dolor del escritor” o que “escribir es como un parto”. Si yo sintiera que escribir es como un parto, no escribiría, dejaría eso.

2. Un sueño recurrente:  

Como escritor, mi sueño es tener las posibilidades económicas de dedicarme a escribir sin tener que hacer nada más. O sea, un sueño imposible. Como persona, siempre sueño que estoy desnudo en medio de la calle. Voy a comprar algo en la esquina y pienso: "Es cerca, me puedo ir sin ropa", pero cuando estoy en la calle me doy cuenta de que estoy desnudo y quiero regresar sin que nadie me vea. Los psiquiatras creen que eso tiene un significado existencial, no sé cuál sea.

3. Si pudieras ser un animal serías…

Mi animal preferido es el puerco. No sé por qué. Me gustaría ser un cerdo. Pero limpio, claro.

4. ¿Te consideras una persona alegre o con afinación a la tristeza? Desarrolla.

No creo que sea muy alegre, pero tampoco creo que sea triste. Soy, eso sí, una persona feliz. Ya tengo cierta edad, y he aprendido a aceptarme a mí mismo. Me han pasado cantidad de cosas malas, como a todo el mundo, he tenido que lidiar con las demás personas, con la naturaleza humana, cada vez más individualista. Pero creo que he tenido una buena vida, y que he sido feliz. Ahora conozco mejor el mecanismo del mundo. Yo he hecho de todo, he trabajado en cantidad de cosas, como sucede con los demás artistas del país y ha sucedido a lo largo de la historia con los escritores de todos los sitios. Es decir, creo que he tenido una vida intensa. Me han sucedido y he visto cosas terribles, pero también fantásticas. No soy un pesimista ni un reaccionario, veo mi porvenir con cierto optimismo.

 5. ¿Eres responsable o el/la (estéreo)típic@ poeta bohemi@? & Tus amig@s, ¿te ven de la misma manera?

No, yo soy una persona muy seria. Muy responsable. Disciplinado. Por eso puedo trabajar y luego del trabajo sentarme a escribir, sobre todo cuentos y novelas, que quitan mucho tiempo. Y leer, leer mucho. Ese es el sacrificio del escritor, aunque realmente para mí no es ningún sacrificio porque disfruto todo eso. Aunque claro, también hay que disfrutar la vida, pero supongo que me ven como muy serio, muy circunspecto, aunque me río muchísimo, me paso el día riéndome.

6. ¿Sales detrás de/Te comunicas con las editoriales o esperas que ellas te contraten a ti, te «descubran»?

Trato de publicar mis libros, no espero que me llamen. Publicar es difícil, pero hace mucho tiempo que no publico mis libros por mí mismo, he publicado con editoriales locales o extranjeras, cuando ganas un concurso te publican la obra, etc. Las editoriales internacionales te pagan derechos de autor cuando te publican, y un escritor tiene que vivir de algo. Los dominicanos tenemos un problema, y es de mercado. Las editoriales, sobre todo las españolas, se afilian con los escritores de mercados más grandes porque les resulta más fácil recuperar la inversión o ganar dinero, vender muchos libros. Hay cinco países en Hispanoamérica en los cuales se venden más libros: Argentina, México, Colombia, Perú y Chile. Por eso los escritores de esos países son los más conocidos, y por eso cuatro de esos países ya tienen premios Nobel de Literatura, aunque a la Argentina hace tiempo que debió otorgársele un premio Nobel, empezando por Borges. La gente piensa que las cosas suceden de manera fortuita, pero no es así. En este país se instalaron dos editoriales grandes y tuvieron que marcharse porque no les era rentable. Pero el dominicano tiene que dejar esa mentalidad insular que tiene, pensando que si envía a una editorial y lo rechazan se está acabando el mundo. Hay que enviar a concursos internacionales y a editoriales internacionales, porque no creo tampoco que los escritores de otros países sean muy diferentes (en el aspecto formal) a los escritores dominicanos.


¿Qué te gustaría que la gente supiera de tí? 

Yo soy muy discreto y muy tranquilo. Me gustaría que la gente me viera como un escritor, como nada más, y que pensara en el futuro que yo fui un buen escritor. Si es que alguien me va a recordar, porque el mayor privilegio para un escritor es el olvido. Lo que debe quedar es la obra. Como dijo alguien mucho más importante que yo.

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ENTREVISTA A MAXIMO VEGA



Winston Paulino: ¿Cómo ve usted el panorama literario y cultural en la actualidad de Santiago de los Caballeros?

Máximo Vega: Bueno, como tú sabes Santiago de los Caballeros es una ciudad sumamente dinámica en el aspecto cultural, y la mayoría de las actividades que hace la ciudad y que hacen las personas ligadas a la cultura de Santiago se realizan de manera espontánea. Por ejemplo en Santiago existe el Centro León, hay una serie de entidades culturales del estado, algunas entidades culturales independientes y siempre Santiago ha sido una ciudad sumamente dinámica en ese sentido. Claro, tenemos que estar conscientes y saber que las actividades culturales en Santiago han disminuido debido a que el Ministerio de Cultura no está realizando su trabajo, pero la mayoría de las actividades se hacen de manera espontánea, es decir que no dependen de funcionarios ni de la política, por suerte, o sea que el santiaguero tiene un ambiente cultural sumamente sano.

W.P.: ¿Cuáles obras literarias ha publicado usted?

M.V.: Bueno, tú dijiste en la introducción que yo había publicado dos libros, pero realmente he publicado algunos más: “Juguete de Madera” que es el libro mío que más se ha leído, y fue el primer libro que yo publiqué. Luego “Ana y los Demás”, después un libro de ensayos: “El libro de los últimos días”, que me lo publicó el Ministerio de Cultura en la gestión anterior. También una antología de cuentistas de Santiago que se publicó durante la segunda feria del libro de la ciudad. También tengo libros de cuentos, por ejemplo gané el concurso de cuentos de la Universidad Central del Este con el libro “El Final del Sueño”, y ellos lo publicaron, y gané un concurso de la Fundación Global con una novela corta, “El Mar”, y ellos también publicaron esa novela.

 W.P.: ¿En qué consiste la novela “Juguete de madera”?

M.V.: “Juguete de Madera” es la historia de una niña que se escapa de su casa porque es maltratada por sus padres. Simplemente. Esa niña se encuentra con un señor que la recoge en una camioneta. Realmente es una historia de perversión, en un sentido clásico, al estilo de La Caperucita Roja, sólo que, quizás, para adultos. Es una constante en mi obra, soy reiterativo en eso, puesto que he hecho reconstrucciones de historias como las de Hansel y Gretel o Pinocho. La novelita ha tenido mucho éxito porque algunos lectores le han hallado una especie de moraleja que no existe, o por lo menos yo creo que no existe, y quieren que la lean los jóvenes. Por supuesto, ésa no fue mi intención cuando yo la escribí. Los lectores, sobre todo los profesores de escuela puesto que se ha vendido mucho más en escuelas y colegios, le encuentran un sentido moral a la novela que realmente yo no creo que lo tenga, pero el lector es el que tiene la última palabra, aunque en este caso me parece que algunos de esos profesores están equivocados, y deberían pensar muy bien sobre lo que le están poniendo a leer a esos estudiantes.

W.P.: ¿Cuáles proyectos literarios tiene en la actualidad?

M.V.: El Banco Central me va a editar una especie de recopilación de todos mis cuentos publicados titulada “Era Lunes Ayer”, título que es un trozo de un excelente poema de Ramón Peralta. Eso será este año, posiblemente en abril.

W.P.: ¿Cuáles concursos ha ganado? o ¿Cuáles premios ha obtenido?

M.V.: Bueno, como tú dijiste en la introducción gané el Premio Nacional de Ensayo que fue patrocinado por el Ministerio de Cultura y por la Embajada de Francia con un trabajo llamado “Víctor Hugo en la Historia”, conmemorando los doscientos años del nacimiento de Víctor Hugo. La embajada lo tradujo al francés. También gané el Primer Premio del Concurso de Novela Corta de la Fundación Global y Desarrollo (FUNGLODE) con la obra “El Mar”, un premio nacional de cuentos de la universidad Central Del Este (UCE) con mi libro “El Final del Sueño”, también concursos de cuento locales, como por ejemplo el concurso de la Alianza Cibaeña, etc. También he ganado o he sido finalista de algún concurso internacional. Pero yo no soy muy amigo de los concursos, y si no significaran una posibilidad de publicación del libro en un país en el que es tan difícil publicar, o una entrada extra de dinero, no participaría nunca. Y les recomiendo a los jóvenes que no se dejen encandilar por los concursos, que siempre son injustos.

W.P.: ¿Cuáles son las características que debe poseer una obra literaria?

M.V.: Lo primero que debe tener una obra es la calidad. La obra literaria tiene que estar bien escrita. Luego los niveles de calidad son relativos, ambiguos. Luego se buscan cuestiones estéticas, propias de la forma y del lenguaje. La historia, que debe ser lógica y creíble, debe estar indisolublemente ligada a ese lenguaje. Tú expresas tu pensamiento, tus sentimientos, de la manera más clara posible. La literatura es una forma de memoria, la más alta forma de memoria de nuestra civilización. Un escritor lo que tiene que hacer es expresarse. Cuando tú ves una película, por ejemplo, a veces te da deseos de reír, otras de llorar, etc., esa película lo que está haciendo es transmitiéndote con su historia una serie de emociones que tú las conviertes en tuyas. Hablo del cine para que me entiendan los jóvenes. Una película, un cuento o una novela son obras narrativas. Lo que uno debe hacer es expresarse, y tratar de esforzarse lo más posible, y ser lo más sincero posible.

 W.P.: ¿Cuáles son los grupos literarios en la actualidad que están realizando una labor ejemplar en la ciudad de Santiago?

M.V.: Bueno, en Santiago hay varios grupos. Está por ejemplo el Taller de Narradores de Santiago, que es un taller que yo fundé, y que es uno de los talleres más importantes de todo el país, como lo es también el taller Triple Llama, que se ha convertido en uno de los talleres más importantes no solamente de aquí de Moca o de la región, sino de todo el país. Entonces está el Taller de Narradores de Santiago, que es un taller que se dedica exclusivamente a la narrativa, o sea al cuento y la novela. Está también el taller Virgilio Díaz Grullón, que es el taller de la UASD, del Cursa, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo recinto Santiago, que dirige Enelgido Peña, y hay una serie de talleres en la ciudad que hacen una buena labor. A uno le gustaría por supuesto que hubiera más talleres, que hubiera más gente dedicada a la literatura, y en el caso específico mío yo estoy creando en los barrios de Santiago unos clubes de lectura, o sea que no son talleres literarios, no son para gente que quiera escribir, sino que son para gente que quiera leer. Por supuesto que ése es un proyecto solitario porque aquí no hay apoyo para esa clase de cosas. Pero mi vida está ligada a la gestión cultural, no puedo evitarlo.

W.P.: ¿Qué mensaje tú les envías a los jóvenes, de estímulo para que se dediquen a leer a escribir?

M.V.: Yo les voy a decir a los jóvenes lo siguiente: en el caso mío, o sea yo, aparte de ser un escritor soy un gestor cultural, es decir que hago gestión y animación cultural, como tú que eres un gestor cultural y como Pedro Ovalles que es un gestor cultural a través del Taller Triple Llama. Lamentablemente la República Dominicana no es un país que tenga un buen ambiente para la literatura. Uno hace las cosas porque hay una necesidad interior que te dirige, no porque haya un estímulo para que escribas. Recuerda: la literatura es la memoria mayor de la civilización. Un país sin literatura es un país sin identidad, sin pensamiento y sin memoria, es una sociedad estéril. A veces es al contrario: hay una serie de obstáculos que te presenta el ambiente literario nacional, la sociedad dominicana en general, que lastra al escritor. Lo que yo les digo a los jóvenes es que si van a escribir que no se desesperen, que lean mucho, un escritor tiene que ser un buen lector, que lean mucho, que sigan leyendo y que no se desesperen. Hay que tener eso en cuenta para ser un escritor en este país. Yo les recomendaría, con toda sinceridad: si quieren ser escritores, márchense del país. Por ejemplo en México terminó ahora la feria del libro de Guadalajara, que es la feria del libro más importante de Hispanoamérica, y los escritores dominicanos están marginados de esa feria. Tú ves las noticias internacionales y hablan de los escritores argentinos que pasaron por ahí, de los escritores puertorriqueños, de los escritores cubanos, los escritores mexicanos, los hondureños, los centroamericanos en sentido general, o sea una serie de escritores latinoamericanos de todos los países, y sin embargo los escritores dominicanos están marginados de ese evento. ¿Por qué? Nadie lo sabe, eso es un misterio, pero para eso precisamente es que existe el Estado, para estimular esa clase de cosas, para eso tenemos un Ministerio de Cultura que sin embargo no sirve para nada. Entonces va a llegar el momento en que uno, que se pasa la vida entera en esto, y que Pedro Ovalles, que se pasa la vida entera, y que tú, que te pasas la vida en esto, va a llegar el momento en que vamos a decir: ah, bueno, dejemos esto y vamos a dedicarnos a nuestras labores privadas, lucrativas, vamos a dejarles el país a los analfabetos y los corruptos y los ineptos, vamos a olvidarnos de la cultura porque no hay ningún estímulo.

W.P.: ¿Cuáles son tus lecturas favoritas y autores?

M.V.: Yo leo mucha narrativa. Más narrativa que cualquier otra cosa. Aunque también leo poesía. Hay cantidad de escritores que me gustan mucho y que han influenciado mi obra. Faulkner, por ejemplo, Juan Carlos Onetti, Cervantes, Shakespeare, Juan Rulfo, los clásicos españoles. Ahora estoy leyendo a Coetzee, que es Premio Nobel de Literatura, un sudafricano a propósito de que en estos días murió Mandela, a José Saramago, a J. M. G. Le Clézio, estoy releyendo a Camus porque estoy escribiendo un ensayo breve sobre “El Extranjero”. Me gustan mucho Bioy Casares, César Vallejo, Paul Celan. Los autores del boom que son imprescindibles, por ejemplo Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, algunos como Jorge Luis Borges o Carpentier, dominicanos como Juan Bosch o Pedro Peix, Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos, Virgilio Díaz Grullón… Es decir que hay una serie de escritores que a mí me gustan mucho y que han influenciado mucho mi obra.


W.P.: ¿En qué consiste tu novela “Ana y los Demás”? Y, ¿qué temática tiene y qué lenguaje? 
                                                          
M.V.: “Ana y los Demás” fue una novela que yo escribí muy joven. Es otra novela corta, escrita luego de “Juguete de Madera”. “Ana y los Demás” es una novela que está basada en el lenguaje, en la forma, que es mucho más importante que la historia. Es un experimento: yo trataba de encontrar un lenguaje urbano que coincidiera con una historia en una ciudad que crecía y que no sabía para dónde iba, que todavía no sabe para dónde va. La ciudad es un personaje más del libro. La historia es la de un señor, un hombre joven al cual su esposa lo abandona, y él entonces escribe una novela en la que ella muere. El personaje siempre se consideró poca cosa para esa mujer, en principio porque es un escritor frustrado, todos los escritores dominicanos sienten una especie de maldición cuando se dedican a algo como la literatura. Él trata de matarla a través de la literatura. Se dan una serie de aventuras que él tiene en algunos bares, en un motel, en un cementerio, en la puesta en circulación de un libro, en las calles de Santiago, destruidas para ser reconstruidas interminablemente durante el último gobierno de Joaquín Balaguer, etc., etc. En las obras que yo escribo siempre pasan muchas cosas, yo soy muy vital, yo no escribo ni reflexiva ni muy filosóficamente, todo tiene que estar en la historia. Aunque yo trato, sí, de no ser superficial, y creo que no lo soy. Pero en lo que yo escribo siempre pasan una cantidad de cosas. La novela trata precisamente de lo que él está escribiendo, de cómo esa mujer lo abandonó y él trata de matarla con la imaginación. Es una obra que trata, sobre todo, de la soledad, del abandono, de la imposibilidad de la poesía en países como el nuestro, del pesimismo.
    



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