PREMIOS FUNGLODE

Funglode y cultura publican ganadores de premios
Enviaron 230 cuentos, 109 poesías y 13 novelas

Escrito por: UBALDO GUZMAN MOLINA ( u.guzman@hoy.com.do )

Los escritores Máximo Vega, en novela corta; Gerhard Sehmid, en cuento, y Bismar Galán, en poesía, ganaron el primer lugar en los premios de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode).
El primer premio en ensayo fue obtenido por José Fernández y Jorge Vilor; en periodismo, Riamny Méndez y Linda Valdez; en cortometraje, María José Ripoll; en documental, Martha Checo, y en la categoría blanco y negro de fotografía, Fausto Ortiz.

Los galardonados fueron anunciados durante una rueda de prensa en la cual participaron el secretario de Cultura, José Rafael Lantigua, y de Funglode, Yamile Eusebio.

Vega ganó el galardón con su novela “El mar”. El segundo premio lo obtuvo Carmen Dinorah Coronado y el tercero Jorge Luis Núñez Pascual.
Shemid fue ganador con el cuento titulado “Menú para dos”. El segundo lugar lo obtuvo Danilo Rodríguez y el tercero Alexis Gómez Rosa.
El primer lugar en la categoría de fotografía a color lo obtuvo Miguel Cruz y en la digital Guadalupe Casanova.

En ensayo, el primer lugar fue obtenido por José Fernández y Jorge Vilor con su libro “Distantes y distintos: Comunicación profesor-estudiantes en la universidad dominicana”. El segundo fue adjudicado a Bismar Galán y el tercero a Roque Diómedes Santos.

Ripoll ganó en cortometraje con “La apuesta”. El segundo fue obtenido por Iván Bordas y el tercero por Vladimir Abud.

El segundo y tercer premios en periodismo recayeron sobre Arlene Reyes y Grisbel Medina, del Listín Diario.

País Inverosímil

DE IMPRENTA Libro de cuentos retrata idiosincrasia dominicana 

MANUEL EDUARDO SOTO 

 El Nuevo Herald República Dominicana es un país cuya idiosincrasia tiene variadas características, algunas de las cuales se incluyen en la recopilación de cuentos País inverosímil, que acaba de salir en Estados Unidos con el patrocinio del consulado del país caribeño. El escritor y periodista René Rodríguez Soriano fue el encargado de seleccionar los 23 cuentos de que consta el libro que fue lanzado el mes pasado en una ceremonia realizada en el Teatro Tower, presidida por el cónsul Manuel Almánzar Castillo, quien dijo que el objetivo era dar a conocer a su país entre las personas de distintas nacionalidades que viven en Estados Unidos y al mismo tiempo para que los dominicanos y sus descendientes nacidos aquí sepan cómo es la gente de la isla quisqueyana. Rodríguez Soriano explicó que decidió usar la palabra ''inverosímil'' en el título de la obra, inspirado por Hay un país en el mundo, del poeta dominicano Pedro Mir, quien dijo que es un lugar ``donde la tierra brota/ y se derrama y cruje como una vena rota,/ donde alcanza la estatura del vértigo,/ donde las aves nadan o vuelan, pero en el medio/ no hay más que tierra''. Entre los 23 cuentos de Un país inverosímil se destaca La mujer, de Juan Bosch, quien en 1961 se convirtió en el primer presidente electo democráticamente en República Dominicana tras la muerte del dictador Rafael Leónidas Trujillo, el que gira en torno a una dama asesinada en un sector rural, donde el escritor ambientó varias de sus obras. El libro no sólo incluye a escritores tradicionales como Bosch, sino que también tiene representantes de la ola intelectual actual, como Rey Emmanuel Andújar, de 31 años, y Máximo Vega, de 42. Andújar, quien reside en Puerto Rico, escribió La sangre de Philippe, sobre un hombre que trata de propasarse con una bailarina erótica que bailaba en el tubo de un cabaret, pero termina sangrando tras ser golpeado con una botella por la mujer y luego por la pareja de ella y por el dueño del local. Por su parte, el cuento de Vega se titula Historia de Diego y Clásica y es sobre un mecánico que utiliza los servicios sexuales de una prostituta haitiana que usa el nombre de guerra Clásica y es ''una de las más baratas'' que merodean en su barrio. De cliente ocasional pasa a ser su pareja, pero la relación tiene un sabor amargo. Soriano, por su parte, contribuye con su cuento La radio, donde juega con las letras de canciones que escuchaba en su juventud por las noches, en las emisoras de Santo Domingo, La Habana y San Juan. Así conoció a cantantes como ``Celina y Reutilio, Marquesita Radel, La Jarocha, Los Tres Ases y si el mundo te castiga, mujer me han clavado cien puñaladas en mitad del corazón, déjame que te cuente, limeña, déjame cruzar, que mi madre enferma me mandó llamar y en El Edén fue donde comenzó la gran historia y, más tarde, después, Onda Musical, La Onda y ¿qué es lo que pasa aquí?''. Pero la fantasía también tiene cabida en la recopilación de cuentos dominicanos a través de Ruidos, del sociólogo y ensayista José Alcántara Almánzar, el que narra la historia de un hombre que se muda de una casa a un apartamento céntrico, donde es torturado por los ``ruidos infernales noche y día''. El personaje central termina espiando a sus vecinos y luego no le basta con eso y se mete en sus apartamentos para sustraer objetos de poco valor, pero más adelante descubre que los otros inquilinos también lo espiaban a él y hasta se reúnen en su vivienda cuando él está observando desde la ventana de otro apartamento.•

CRISANTEMOS Y MARGARITAS

La lectura de este libro ha resultado ser una agradable sorpresa para mí. Al principio, lo admito, pensé que iba a encontrarme con alguna obra de inspiración romántica, debido a que algo como eso presagiaba el título del libro: “Crisantemos y Margaritas”, pero por suerte no ha sido así. A Rosa Julia Vargas apenas la conocía como escritora, no sabía qué esperar, puesto que su primer libro publicado fue una novela: “El Rastro de Caín”, de 1998, y no había vuelto a publicar más. Pero no son flores las que nos lanza Rosa Julia en este volumen de cuentos, no son crisantemos, mucho menos margaritas. Este libro ha colocado a Rosa Julia en una línea común de la buena narrativa dominicana. Los cuentos están escritos con un estilo directo, crudo a veces, sin ambages, sus cuentos revelan un gran conocimiento del alma dominicana y, por supuesto, un gran conocimiento del lenguaje dominicano, de la dominicanidad.
El libro está dividido en dos partes con títulos casi irónicos: la primera, Los Crisantemos, compuesta por tres cuentos: “Tanto lo Querían”, “Herencia” y “No Fue Mi Carlitos”, y la segunda, Las Margaritas, con los cuentos: “Sábanas Dobladas”, un título muy hermoso para un cuento, “Jueves en la Tarde” y “Rearmando a Estela”, que dicho sea de paso ya se encuentra en una antología de narradores caribeños, y ese cuento yo lo conocía anteriormente de esa antología en la cual también aparece un cuento mío. Decimos que los títulos son irónicos porque nada nos advierte, mucho menos estas flores que adornan cada parte, acerca de estas historias tan vivas, tan dominicanas, actuales y reales que vamos a leer al abrir el volumen. Con un lenguaje de formas coloquiales, como si hablara con nosotros algún tíguere de barrio o un jevito santiaguero o una jamona amargada que vive de sus recuerdos, pero al mismo tiempo sin perder sus formas literarias imprescindibles y bien escritas, las historias se desenvuelven con un realismo que nos deja con la boca abierta, mientras escuchamos de fondo alguna canción de Joaquín Sabina o alguna música feliz, o infeliz, de nuestra infancia. Puesto que en estos cuentos de Rosa Julia puede aparecer Sherezada y Cien Años de Soledad, La Ilíada y el Génesis, pero también el cine pornográfico Apolo de la calle San Luis, la cárcel de Rafey o la urbanización el Embrujo. Con un lenguaje profundamente dominicano, lo que supone no una investigación léxica sino un conocimiento de primera mano del habla popular y santiaguera, las historias que nos cuenta la autora no son banales en el sentido light, ni banales porque cuentan la realidad y la cotidianidad a veces más rampante, a veces extraordinaria y atroz, no: por ejemplo, en el cuento “No Fue mi Carlitos”, que es mi preferido del libro, se nos refiere al Génesis, así como al rey griego Agamenón, a Ifigenia y a Clitemnestra, para tratar de explicar una historia filial mezclada con un crimen por motivos pasionales. Les sugiero que lean ese cuento para que comprueben directamente con la naturalidad con la que la autora aborda una historia familiar ensangrentada por un amor enfermo y una mujer fatal, bajada de su pedestal mítico hasta la realidad más verdadera y cotidiana, en un acto de desmitificación que sucede simplemente porque Rosa Julia llama a las cosas por su nombre y no trata de engañarnos con falsas promesas ni con dioses griegos que vendrán a salvarnos el día o a rescatarnos de la guerra. Pero la desmitificación es el pasado: la autora simplemente ha escrito una historia sobre una mujer fatal y dos amores corrosivos; la ha escrito desde nuestro punto de vista, culturalmente hablando, como dominicanos. En ese cuento, que tiene un final sorpresivo, se dan las claves de todos los demás cuentos del libro –como Rearmando a Estela, por ejemplo, o Sábanas Dobladas –en el sentido de que representa el estilo de la autora: es decir, la tremenda cotidianidad, con toda su carga de vulgaridad y tedio, es posible debido a que las historias están contadas con una gran naturalidad, sin juzgar a los personajes, sin estigmatizarlos como malos o buenos, sino simplemente admitiendo que son personajes que se dejan llevar por su propia naturaleza humana; es más, a veces da la impresión de que son personas reales, que podemos tropezarnos con ellos de repente caminando por la calle.
Al mismo tiempo, debemos reconocer en Rosa Julia que no escribe con ese “ojo femenino” del que se habla tanto ahora, refiriéndose a la literatura escrita por mujeres. A pesar de que la mayoría de los personajes son femeninos, no podemos decir, al leer los cuentos, que han sido escritos por una mujer, y tampoco nos importa. El erotismo intenso de algunas historias escritas por mujeres de esta época, o poemas escritos por mujeres en esta época, no se encuentra presente en este libro, también por suerte, y no reconocemos necesariamente en este volumen la pluma de una mujer, o una mirada femenina sobre las historias. Si leyésemos este libro sin saber quién es el autor, o la autora, no podríamos precisar si ha sido escrito por una mujer o por un hombre.
Entonces, debemos reconocer dos elementos importantes en este volumen de cuentos: la correcta utilización, desde el punto de vista estético, literario, de un lenguaje santiaguero que la autora escoge como propio, como parte de su estilo y de su personalidad como escritora, sin instrumentalizar ese lenguaje como sucede muchas veces con los escritores que no conocen el habla que están utilizando, sino que investigan, que buscan superficialmente, y segundo, el realismo más visceral para contar sus historias, que no dejan espacio para la fantasía ni para la metafísica. Aunque por supuesto queda algún resquicio para la invención, y esto lo demuestra el mecanismo preciso de las historias, es decir, la complicación del relato, y la precisión con que se encuentran escritas y contadas. El agradable encuentro con este libro, que posiciona a Rosa Julia dentro de las escritoras importantes de la República Dominicana, si continúa con una carrera literaria que a veces es muy difícil, casi imposible en nuestro país, ha sido el motivo principal de estas sinceras palabras y de este reconocimiento a su volumen.
Pero, a los lectores, debemos recordarles lo que les dijimos al principio: no son flores, no son crisantemos, ni margaritas, lo que nos lanza Rosa Julia con estas historias tan realistas y tan duras.

ENTREVISTA A MÁXIMO VEGA.

Esta entrevista fue publicada originalmente en el blog: www.rosasilverio.blogspot.com, y fue hecha por la querida amiga Rosa Silverio.

[Un lobo pervertido, personificado por Aquiles, y una ingenua caperucita llamada Beatriz, son los protagonistas de esta historia fatal y oscura en donde todos los caminos conducen a la perdición.]


Máximo Vega es uno de los escritores dominicanos contemporáneos que más respeto y su literatura es de la que más me llega. Lo conocí hace ya varios años, cuando apenas empezaba a conocer el mundo literario y le llevaba unos cuentos malísimos para que me diera su opinión.Ha llovido mucho desde ese tiempo, pero Máximo sigue siendo para mí un escritor admirable, un camino a seguir, y sus obras me siguen pareciendo de lo mejor que se está escribiendo en el país.
Es un escritor sin poses, sin aires de divo, consistente, comprometido con el oficio y sobre todo coherente. He leído todos sus libros publicados y he encontrado en ellos algo que me toca hondamente y que me inquieta, algo que me hace pensar, que me mueve a la reflexión y a replantearme algunas cosas.A través de su literatura nos remite a un universo en donde predomina lo oscuro, la derrota, la infamia y el abismo. Una literatura en donde se nos muestran las cicatrices del alma humana y sus más viles o secretas aficiones, en donde los sueños se vuelven una causa perdida y en donde apenas queda un resquicio para la luz. Esa literatura honda, cruda y pesimista que muchas veces se contrapone a cualquier esperanza, logra remover los cimientos del lector y lo lleva a cuestionarse sobre la realidad que le rodea y sobre su propia naturaleza.Anteriormente ya lo había entrevistado para este blog: un acercamiento a este autor, sus inquietudes y su visión sobre la literatura. Ahora he querido entrevistarlo nuevamente para hablar sobre su novela corta Juguete de madera, un libro que me gusta muchísimo y que recomiendo por su calidad y por todo lo que nos queda cuando acabamos de leerlo.Espero que esta no sea la última entrevista, sino otra de muchas, pues este es un autor que a mí particularmente me interesa que ustedes conozcan, por una razón muy sencilla: creo en él y en su obra.
ROSA SILVERIO: Hablemos de Juguete de madera: de dónde surgió el tema, las motivaciones, el tiempo que te tomó escribir la historia, el proceso de corrección…
MÁXIMO VEGA: El tema surgió espontáneamente. Yo era muy joven y lo que quise fue escribir una historia sobre una niña que huye de su casa, y se encuentra con un señor que le da una bola y la pervierte. Algo muy simple. A mí se me ocurren las historias, y luego las relleno, las lleno de cosas que me gustan, o robo cosas de obras de otras gentes, o cosas que veo, etc. Por ejemplo, una vez vi una película, cuyo nombre no recuerdo, ni siquiera vi la película entera, vi un pedacito de una película en la que aparecía una camioneta transportando juguetes. Bueno, de esa visión salió el vendedor de juguetes, pero sólo la imagen, porque ya tenía la idea del vendedor de juguetes de madera, lo que me dio esa película fue la imagen. En la película “Deliverance”, aunque también es una novela, pero en la película aparece un niño deforme, y hay una anciana que lo atiende, y uno de los protagonistas los ve apenas cinco segundos; además, al lado de mi casa vivía un adolescente deforme, desahuciado, enfermo de algo que nunca supe exactamente, y esas dos imágenes se unieron para crear al niño monstruoso que aparece en el libro… y así. No sé si todos los escritores arman sus historias de esa manera, pero a mí me interesan mucho los detalles, los personajes secundarios, los accesorios, la atmósfera.
RS: Cuando la escribiste tenías apenas 18 años: un joven precoz que mostró tener el talento y la madurez como para escribir una historia dura, cruel y tan bien contada como esa. ¿Mientras la escribías sentiste que se te podía ir el tema de las manos o acaso pensaste que quizás, dado que eras un escritor incipiente, te sería más complicado alcanzar ciertos registros, en particular en cuanto a emoción y a verosimilitud se refieren?
MV: Yo la escribí a los 18 anos, pero cuando la iba a publicar la revisé muy bien, le quité cosas… Incluso, la tercera edición tiene otra corrección, que puede ser la definitiva, porque cuando uno es joven tiene algunos manierismos, yo utilizaba palabras que no eran dominicanas, por ejemplo, trataba de usar un lenguaje muy puro, y yo he abandonado eso, ahora estoy más consciente de mi identidad. Algunas palabras sacadas de los libros de Faulkner, que a mí me gustaba mucho en esa época, como “canilla” en vez de la llave del agua, o “porche” en vez de galería, que es como lo decimos los dominicanos, cosas así. Entonces a partir de la tercera edición la corregí, y ahora sale con palabras muy dominicanas que yo nunca hubiese utilizado en mi juventud… Pero estoy convencido de que era mejor escritor en esa época que ahora, porque en ese tiempo tenía una pasión, un compromiso… que ya no tengo, quizás porque uno se va desencantando poco a poco de la vida, ese es uno de los peligros de la edad.
RS: En Juguete de madera los personajes principales son Beatriz, la niña de doce años que huye de casa, y Aquiles, el vendedor de juguetes de madera que la recoge. ¿Cómo fue crear el perfil de estos personajes?
MV: Beatriz fue fácil. Una niña ingenua pero muy inteligente, maltratada y melancólica. Varios críticos, sobre todo extranjeros, porque a los críticos dominicanos no les interesan los libros dominicanos, han sacado a relucir que la historia se parece a La Caperucita Roja: Beatriz sería la Caperucita, y Aquiles el Lobo. Pero yo no pensé en eso cuando la escribí. Aquiles fue más difícil, porque es un personaje muy complicado, psicológicamente hablando. Aquiles se parece mucho a mí, sacándole el hecho de que yo sería incapaz de violar una niña, y de que en sentido general es un personaje mucho más oscuro que yo. Pero la realidad es que las cosas me salieron casi solas, yo no tuve que pensarlo mucho, la historia se escribió por sí misma, como sucede con todos mis libros, que son pocos: si le doy muchas vueltas a las cosas, no las escribo. Yo soy un escritor total: tengo la historia, y mientras la escribo todo surge espontáneamente.
RS: Los personajes femeninos de esta historia son mujeres maltratadas, víctimas, enfermas o criaturas perdidas. Me llamó la atención porque estos personajes también los he encontrado en otros textos tuyos. ¿Hay algún interés en particular de tu parte en abordar a la mujer desde esta perspectiva?
MV: No son sólo las mujeres. La mayoría de mis personajes son así. Yo crecí en un hogar dominado por mujeres: mi mamá se divorció y yo viví con mi mamá, mi abuela (la madre de mi mamá), y cuatro hermanas. Un hogar completamente femenino. Por eso también la mayoría de los personajes principales de mis obras son mujeres, algo inconsciente debe estar saliendo por ahí. Me jacto de conocer muy bien a las mujeres, porque mi vida ha estado rodeada de mujeres, hasta algunos de mis mejores amigos son mujeres. Una lectora me acusó una vez de misógino; creo que eso es algo que no soy, aunque soy muy tímido. Los hombres y las mujeres de mis obras son como has descrito en la pregunta.
RS: Resulta curioso que la edad de Beatriz sea la misma de Lolita, el personaje de la novela de Navokov que lleva por título ese mismo nombre. ¿Fue adrede, con la intención de hacer alusión a ese otro personaje y su historia o fue pura coincidencia?
MV: No. Yo no he leído Lolita, vi la película, y me parece una historia un poco light, y por eso no la he leído, no me atrae. Un hombre mayor que se enamora de una niña que lo destruye… se ha contado esa historia muchísimas veces, mucho antes que la Lolita de Navokov, en diferentes circunstancias, de forma diferente. Está en la Tristana de Benito Pérez Galdós, la Tristana que luego sería de Buñuel, sólo que ahí es una mujer, una inválida… No. La realidad es que Beatriz era mucho más joven. Al principio la puse muy joven, pero entonces pensé que un personaje tan joven no iba a ser creíble, debido a algunas cosas que hace Beatriz que no son de alguien demasiado joven, luego la puse más vieja, entonces pensé que el impacto en el lector no iba a ser el mismo si ella era una adolescente hecha y derecha… al final le puse una edad intermedia. No sabía que la Lolita de Navokov tenía esa edad, pensaba que era mayor, porque en la película de Kubrick es mayor.
RS: Sin embargo, en Juguete de madera, no podemos decir que el tema principal, como en Lolita, es la pederastia, sino cómo un niño que se aleja del hogar, que se expone a los peligros de las calles, no sólo pierde la ingenuidad y enfrenta grandes riesgos, sino que también puede ser conducido a la perdición.
MV: Juguete de Madera es una obra literaria. No tiene un mensaje definido, es una historia que se cuenta y ya, puede ser una obra moral, o inmoral, o amoral, no importa. Mis intenciones no fueron morales, es más, mi intención fue pervertir a la niña, mi intención se centró en la extraña relación entre ese hombre y la niña. Él no está enamorado de ella; ese hombre es un pervertido, es como un demonio que sufre; los peores demonios deben ser los que sufren. Pero por encima de cualquier otra cosa, mi intención fue escribir una obra literaria, es decir, escribir algo de una manera en la que el lector dijera: bueno, yo no había leído algo como esto nunca antes, esta es una cosa nueva. Estoy seguro que, en ese sentido, fracasé, pero mi intención fue legítima.
RS: Juguete de madera se desarrolla en una zona sub-rural o rural, con un personaje (Beatriz, la caperucita) que quiere llegar a la ciudad, la ciudad como Shangri-La, como oasis, como norte, solución, salvación y como futuro. Por otro lado, tenemos a Aquiles (el lobo feroz) a quien no le interesa ni le importa la ciudad. Esto resulta curioso porque muchas personas suelen ver a la ciudad como la fuente de todos los males y al campo con una mirada idealizada, como el único lugar en donde aún se preserva la bondad y la solidaridad. ¿Era esto una forma de mostrarnos que el peligro y la degradación humana habitan en todas partes?
MV: No. El libro transcurre en ningún lado. La ciudad es lo inalcanzable, el sueño de Beatriz. Tienes razón con lo del Shangri-La. La zona rural que tú dices, o semirural o lo que sea, es la realidad, lo que nos ha tocado vivir, donde estamos ahora. La ciudad es lo que la niña nunca alcanzará, el horizonte inaccesible. Ella nunca llegará a la ciudad, porque en la realidad de la obra, que es diferente a la realidad real, esa ciudad no existe. En la obra, por ejemplo, ellos se pasan el día entero andando en una camioneta, y no salen del lugar en el que están. Aquí, en República Dominicana, eso es imposible: en hora y media tú vas de Santiago a Santo Domingo. La geografía es imaginaria, el libro transcurre en un sitio del que no se puede escapar.
RS: A nivel técnico llama la atención la forma en que construiste la historia, con una combinación de distintos planos espacio-temporales, un cambio del punto de vista (la voz del narrador) e interesantes juegos narrativos. ¿Te proponías hacer escribir algo de ruptura, muy contemporáneo, alejado de cualquier aliento tradicional y decimonónico?
MV: Bueno… yo siempre he escrito así. Es más o menos mi estilo. Aunque parezca muy contemporáneo, etc., eso me ha traído problemas, porque lo que se quiere es que uno escriba de forma muy tradicional, con obritas bien hechecitas, sin darle muchas vueltas a las cosas, sino contando una historia y ya, con el lenguaje más impecable posible, incluso obras en las que se nota a leguas la técnica, el armazón, en las que se nota que el escritor se está esforzando por escribir todo como tiene que ir, en las que la técnica arropa la creación… Yo nunca voy a escribir así. Perderé todos los concursos literarios dominicanos (ya he ganado algunos, por suerte, fortuitamente), pero yo escribo como me da la gana, y como aquí un escritor es un ilustre desconocido, entonces voy a seguir escribiendo como me da la gana, porque lo único que se obtiene aquí es prestigio, y, también por suerte, fuera de este país he ido construyendo un prestigio algo limitado, pero sólido. Bueno, realmente no, más bien precario, pero prestigio al fin y al cabo. Yo nunca voy a escribir así, y no lo hago ni siquiera por rebeldía: yo escribo como escribo, y me interesan las cosas que me interesan. Pero estoy muy consciente del mecanismo, de la gramática de la narrativa, eso también debemos tenerlo bien claro; yo sé muy bien lo que estoy haciendo. T. S. Elliot decía que un crítico no debe buscar originalidad en una obra, sino sinceridad. En ese sentido, creo que soy el escritor más sincero del mundo.RS: Muchos autores se arrepienten de haber publicado su primera obra y se avergüenzan de ella. ¿Te ha pasado eso a ti?MV: Sí. Juguete de Madera se salvó a chepa. La mayoría de los cuentos que escribí en esa época ya no existen.
RS: A nivel editorial y de ventas, Juguete de madera ha tenido un considerable éxito en la región del Cibao. ¿A qué crees que se deba esta aceptación? ¿Crees que sea falta de interés por el público capitalino o falta de gestión editorial lo que ha hecho que esta novela corta -que yo tanto he disfrutado y que me parece tan bella, tan interesante- apenas se conozca fuera del Cibao?
MV: Ha sido falta de gestión. Las primeras dos ediciones de Juguete de Madera las publiqué yo mismo, algo que es común entre nuestros escritores, sobre todo los jóvenes, pero a partir de la tercera edición, como tuvo tanto éxito, el poeta Ramón Peralta, que tiene una editorial, empezó a publicarla aquí en Santiago y en el Cibao, y ya lleva dos ediciones más, dentro de poco se publicará la quinta edición. Lleva cuatro ediciones y seis reimpresiones. Pero eso también explica la desconexión que existe entre La Capital y el resto del país, puesto que hay una centralización tremenda en Santo Domingo: a pesar del éxito que ha tenido en el Cibao, éxito editorial, por supuesto, a nadie le ha interesado sacarla de aquí, es decir, ni siquiera saben que existe esa obrita que ha circulado tan bien: hay gente que me detiene en la calle porque me ha reconocido por la foto del libro, he ido a lugares en los que me reconocen por el nombre. Y eso no tiene nada que ver con la calidad literaria del libro, porque precisamente mi duda sobre la calidad de Juguete de Madera es que a la gente le guste tanto una historia que yo creía tan pesimista y oscura.
RS: ¿Siguen siendo temas como el que abordas en este libro los que te preocupan actualmente? ¿De cuáles cosas te interesa escribir en la actualidad? ¿Hacia dónde te mueven tus preocupaciones?
MV: Sí. A mí me interesa el ser humano, la naturaleza humana. Los seres humanos comunes metidos en situaciones a veces extremas; me interesa lo común, lo mediocre, lo que no se ve pero que es interesantísimo. Pero, en general, los seres humanos. No me interesa la literatura como un absoluto que trasciende al propio ser humano; como dijo Santayana, el arte no es absoluto ni trascendente, porque está ligado al ser humano, y si uno se emociona con una novela, o llora con una película, o un cuento le cambia la vida, es porque las cosas que se cuentan ahí están ligadas a las demás actividades humanas, y a la naturaleza humana en sí misma. Estoy escribiendo una novela sobre la relación entre un hombre enfermo de sida, un moribundo, un desahuciado, y un niño huérfano que es haitiano, el pánico y la aceptación de la muerte de ese hombre que no tiene remedio, su obsesión con salvar una vida, él que está muriendo indefectiblemente, ese hombre viaja a la frontera de nuestro país para salvar una vida; cosas así son las que me interesan, cosas que tienen que ver con nuestra propia humanidad. Mi compromiso con la literatura y con la humanidad es total, y eso no tiene nada que ver con el reconocimiento, con los concursos o con la popularidad, que es tan esquiva siempre, ¿no?, que es superficial y que no sirve para nada. Pero yo no escribo así porque quiero ser demasiado serio, escribir sobre cosas importantes o profundas, no; es que yo soy así, no puedo evitarlo. Eso es lo que me sale cuando escribo. Algo que no comprendo me arrastra hacia eso. Mientras siga escribiendo y publicando sobre las cosas que me interesan, seré un hombre completamente feliz. Lo demás es accesorio.

La Ética Boschista.

El pensamiento del profesor Juan Bosch, toda su obra ensayística, sociológica, histórica, económica o política posterior al abandono definitivo de la ficción por el estudio de la realidad nacional, tiene que ver con la búsqueda de una ética del poder. Bosch, al igual que Joaquín Balaguer, estaba consciente de que los partidos políticos, no solamente dominicanos, sino latinoamericanos, están conformados por una pequeña burguesía frustrada, desencantada, que piensa que los problemas nacionales no tienen solución, y que utiliza los recursos del poder en provecho personal; pero Bosch y Balaguer recurrieron a este conocimiento con fines diferentes. Para Bosch, la conformación de un partido alternativo que reprimiera las apetencias de esa pequeña burguesía voraz e insaciable, y a la vez la concientización de la burguesía de que es la clase gobernante y que debe afrontar esta responsabilidad, eran necesidades perentorias. Influenciado por Hostos y su ideal de una ética laica y de una educación humanística, el pensamiento boschista se dirige en ese sentido: ¿cómo realizar un proyecto de nación con un pueblo semianalfabeto, incivilizado, cuyos políticos se lucran de forma desmedida, cuyos empresarios, como contrabandistas o mercaderes del siglo XIX, infringen las leyes para ganarse cinco centavos, sin darse cuenta de que su papel es constituir un estado de derecho que a ellos mismos les conviene en un sistema capitalista?.Las respuestas a estas interrogantes fueron, para él, primordialmente dos: Primero, formar un partido de cuadros incuestionables, incorruptibles, hasta tanto puedan crearse las leyes insoslayables que permitan la erradicación de la corrupción y la institucionalización del país, y segundo: educar al pueblo a través del conocimiento (por eso fundó un periódico, una revista, por eso escribió tantos libros sociológicos) para que se acerque a su propia historia y obtenga un criterio individual de por qué las cosas son como son, por qué somos así o por qué nos hemos convertido en lo que somos.El marco teórico de ese planteamiento no ha fracasado, puesto que aún no ha sido puesto en práctica; es decir, no ha pasado la prueba de la experimentación. Como nos dijo Nietzsche en uno de sus libros: Básicamente sólo hubo un cristiano y murió en la cruz. La única persona que podía poner en práctica la enorme empresa de organizar al país a través de la intransigencia y la intolerancia ante la corrupción, era Juan Bosch, porque su personalidad también era un poco así: recta, intransigente, psicorígida. La corrupción se combate diciendo: nadie más se va a corromper, porque el que lo haga y sea descubierto va a terminar en la cárcel. Pero primero hay que pensar en ello, luego hay que pregonarlo, ponerlo en práctica, al final hay que estar dispuesto a afrontar las consecuencias políticas.Cuando se dice que la corrupción no debe ser permitida, se habla siempre de un componente de ingenuidad en ese planteamiento, disparatado al parecer. Cuando se dice que el desorden puede ser resuelto, que no debe permitirse la violación de los derechos humanos y, a la vez, terminar con la delincuencia común y la violencia. Cualquier solución que nos organice, es una ingenuidad, una inocentada. El pensamiento boschista, dirigido hacia una ética del poder posible de acuerdo a las circunstancias históricas, sociales y políticas de nuestro país, tiene que ver, también, con las capacidades artísticas del gran escritor que fue don Juan: como un autor europeo del siglo XIX (un gótico inglés, posiblemente), estaba convencido de que hay cosas que se pueden hacer, y cosas que no se pueden hacer; que todo tiene un límite.Que el estado se deteriora cuando se permite una mínima fisura del sistema (notemos hoy día lo que sucede con Estados Unidos). Chautebriand escribía, más o menos, en la Francia posterior a la revolución francesa: los políticos piensan que pueden hacer cualquier cosa, y que sus actos no afectan al resto de la sociedad. Un político latinoamericano piensa, como buen pequeño burgués que busca lucrarse rápidamente, que puede ascender socialmente a través de la política, desdeñando toda ética, toda moralidad, traspasando todos los límites, y que eso no afecta a las demás instituciones sociales; lo patético precisamente es que los políticos dominicanos saben que sus acciones afectan el cuerpo social, y no les importa. Les da lo mismo, se corrompen de todas maneras.Las sociedades y los sistemas de gobierno los hacen las personas, no se construyen solos ni aparecen de la nada; qué vacío ha dejado una persona como don Juan, a quien el pueblo dominicano le negó repetidamente la oportunidad de volver a ser presidente.

AGENTES LITERARIOS

Vacío de agentes literarios en AL. La dependencia del mercado español es una de las causas de que no se haya desarrollado esta figura en la región, dicen especialistas; 70% de las contrataciones que hacen las grandes editoriales en Iberoamérica se realizan a través de esta incipiente figura, que parece estigmatizada en nuestro continente

Un príncipe se pasea entre libros 2006-11-30
Sandra Licona y César Blanco
El Universal Jueves 30 de noviembre de 2006

GUADALAJARA. Jal.- El agente literario en América Latina no existe. Los números no dejan lugar a duda: mientras que en España trabajan 41 agencias literarias, en el continente americano, con excepción de Estados Unidos, no llegan a la mitad: siete en México, tres en Argentina, dos en Chile, dos en Costa Rica, en Brasil, Panamá, Perú y Cuba apenas una.
La cifra resulta más desalentadora cuando se contrasta con la siguiente estadística: 70% de las contrataciones que hacen las grandes editoriales en Iberoamérica se realizan a través de esta incipiente figura, que parece estigmatizada en nuestro continente.
Ese panorama fue el que se dibujó ayer durante el ciclo El Agente Literario en la Literatura Latinoamericana, en el que participaron agentes, abogados, escritores y editores de varias partes del mundo.
La colombiana Catalina Rey Quiñones -quien presentó los resultados preliminares de una investigación que inició el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en 2005- comenta que la relación entre el autor y el editor es cada vez más difícil debido a que las editoriales ya no constituyen un oficio artesanal, sino un negocio comercial ejercido por una empresa, y eso plantea obstáculos mayores para que la obra de un escritor alcance la luz pública.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Ray Güden-Mertin, de la Agencia Literaria del mismo nombre, señala que si no hiciera falta, el agente literario no existiría: "Muchos autores al hablar de contratos lo hacen con editores que son profesionales, en un ámbito muy complicado; se trata de contratos que tienen cuatro o cinco páginas con muchísimas cláusulas que si no conocen bien, no saben lo que están firmando.
"No estamos hablando sólo del anticipo, también de derechos secundarios, de cómo hay que cuidar el contrato, de cuáles son los derechos del autor y las obligaciones de éste y el editor. Hay muchos editores muy buenos, pero existen otros que se aprovechan de la ingenuidad del autor, y no porque sean malos, simplemente están defendiendo sus propios intereses". Para la agente alemana, es mejor que haya dos profesionales entendiéndose sobre la contratación, sin que necesariamente sean antagonistas: "La relación editor-escritor debería ser más neutra, menos emocional al hacer los contratos".
El escritor y editor de Artes de México, Alberto Ruy Sánchez, opina que es indispensable la figura del agente literario. "En nuestro continente no hay agencias porque el mercado editorial está dominado por España, tenemos una industria completamente dependiente y el agente está cada vez más en función del gran negocio editorial. No creo que haya agentes que se interesen por autores que no les dejen dinero".
La figura del agente literario nació en Inglaterra en 1875 y rápidamente llegó a Nueva York. Sin embargo, en Latinoamérica, específicamente en Argentina, se hizo presente hasta 1939. En la actualidad, la formación de este eslabón de la cadena editorial en nuestro continente es completamente autodidacta, salvo en Venezuela, donde existen programas académicos.
Durante el encuentro no todos vieron con buenos ojos la labor del agente. José Luis Caballero Leal, especialista en derechos de autor, expresó: "Mientras más intermediarios haya, menos beneficios recibe el autor". El letrado considera que el agente es un "mal necesario" producto de la "cerrazón de las editoriales", pero sobre todo de la "ignorancia de que los autores tienen de sus derechos". Para él, el agente "merma los ya reducidos ingresos del autor y, a la postre, sólo gana el editor".
Para el español Guillermo Schavelzon, agente literario de autores como Benedetti, Piglia y Auster, uno de los beneficios de contar con este servicio es obtener mayores ingresos y más lectores en distintos lugares del mundo, "desentendiéndose de aspectos legales, administrativos, contractuales y fiscales, que un escritor no está preparado para resolver: el autor lo que quiere y debe hacer es escribir".

El Agente Literario

La función del agente literario
Guillermo Schavelzon Agente literario

(Ponencia presentada al Encuentro Iberoamericano de Mujeres Narradoras, Lima, agosto 1999)


La situación actual del negocio editorial


Para explicar mejor cuál es la función de un agente literario, me resulta imprescindible hacer antes una panorámica de la situación actual del negocio editorial.
Las transformaciones económicas y políticas de todo el mundo han llegado, finalmente, a la industria editorial y al comercio del libro. La tan mencionada "globalización", que no es otra cosa que la concentración del capital y del conocimiento y la centralización de las decisiones, ha cambiado muy rápidamente todas las reglas de juego.
Miles de editoriales de distintos países del mundo se han ido agrupando, vendiendo o cerrando, al punto que termina el siglo y, en los Estados Unidos, el primer mercado del mundo en términos editoriales, el 25% de los libros publicados y un tercio de los que aparecen en la lista de Best Sellers del New York Times son de una sola compañía, el grupo Random House, orgullo de la tradición emprendedora y libre-empresaria norteamericana, que hoy pertenece en un 100% a un grupo alemán. Este ejemplo tiene suficiente valor simbólico como para que no sea necesario detenerme en otros más.
¿Qué importancia tiene esto para un escritor?: mucha, porque a partir de semejante concentración, el número de títulos publicados al año en los Estados Unidos tuvo una importante reducción. Y cuando una editorial reduce el número anual de nuevos títulos, la lógica de la rentabilidad lleva de manera automática a optar por aquellos más seguros, de éxito más probable y de menor riesgo comercial. Este criterio de selección suele estar reñido con la calidad literaria, la innovación y el aporte cultural. Vemos entonces como, en las grandes empresas editoras, las decisiones de contratación han pasado del área editorial al departamento comercial, algo que sucede en todos los países.



¿Cómo repercute esta tendencia mundial en los países periféricos, de bajo nivel educativo y cultural, y de pobre capacidad adquisitiva, como los nuestros?


Esta tendencia se manifiesta de las siguientes maneras:
Las pequeñas y medianas editoriales desaparecen debido a la falta de capital y, fundamentalmente, debido a dificultades de distribución.
Las librerías independientes, el canal comercial tradicional, se debilitan. Les cuesta sobrevivir porque las ventas no aumentan, sus clientes se empobrecen, o compran libros en otras partes.
Los grupos editoriales aumentan su capacidad para contratar los grandes best sellers internacionales, haciéndolo de manera globalizada y para todos los mercados, sobre todo en los casos en que pertenecen a un mismo grupo de empresas que posee desde el origen los derechos universales de ese autor, algo habitual en el área del libro científico y técnico.
El proceso de concentración y el volumen de la operación convierte a las editoriales en comercializadoras de sus propios libros, lo que debilita o hace desaparecer a los distribuidores tradicionales. Sin distribución disponible, desaparecen los editores medianos y pequeños, que en general son los que hacen un mayor aporte cultural.
El crecimiento de las librerías virtuales, cada vez más controladas por los grandes grupos editoriales y cada vez menos por los libreros. (Caso Barnes & Noble.com)
El desarrollo de las cadenas de librerías o supermercados con decisión de compra unificada, al igual que el criterio de rentabilidad de corto plazo como único factor de medición del éxito o fracaso del negocio editorial, transforma los criterios de contratación, modificando los catálogos y la política editorial. Se afecta a la pluralidad de la oferta, y desaparece todo proyecto literario o cultural, con lo cual se anulan las posibilidades de diferenciarse, o de hacer propuestas alternativas a los gustos masivos del mercado. El mercado señala, el mercado pauta, el mercado impone. Ya casi no existen esos editores que, hasta hace diez o veinte años, editaban para señalar tendencias, enriquecer y aportar. ¿Para qué correr
riesgos con libros de éxito dudoso, si se puede editar libros de éxito garantizado? Esta verdad, indiscutible desde la lógica del inversor, resulta aberrante desde la lógica cultural.
Si bien estoy convencido de que una empresa editorial debe ser rentable para poder subsistir, hoy el negocio del libro se habría acabado si la política editorial de las décadas anteriores hubiera seguido esta tendencia. Podríamos compararlo con la política de un laboratorio de productos medicinales, que decidiera suspender la inversión en investigación para reducir los gastos, y siguiera produciendo únicamente aquellas medicinas de éxito comprobado. ¿A quién le venderían sulfamidas hoy?.
Siguiendo el mismo razonamiento, ¿Quién publicaría, hoy en día, a un jovencito colombiano que inventara historias medio mágicas y hablara de cien años de soledad? Nadie. Hoy no podría surgir García Márquez, ni muchos otros escritores innovadores y exitosos.
Las costosas estructuras de las grandes compañías editoras, exigen una alta cifra de facturación. Y como los grandes éxitos no son fáciles de lograr, se construye la cifra de facturación publicando muchos títulos por mes, apuntando de manera indiscriminada al montón. Se produce entonces un fenómeno perverso, que los técnicos llaman "velocidad de rotación del producto en el punto de venta". Entiéndase esto de la siguiente sencilla manera: salen tantos libros por mes, que se mantienen en las librerías muy poco tiempo. Con la excepción del bajísimo porcentaje que tiene éxito inmediato, los demás libros desaparecen por arte de magia. Muchas veces conseguir un libro publicado hace un año es casi imposible.
De manera generalizada en Latinoamérica, nuestros países están entrando de lleno en ese descubrimiento tardío llamado "economía de mercado", cuando Europa está huyendo de ella aceleradamente. Esta abstención del estado para asumir todo tipo de responsabilidad, dejando paso al reino de la iniciativa privada, ha hecho desaparecer por completo las inversiones culturales. Tal es el caso de las bibliotecas públicas, una institución impuesta en Europa por la Revolución Francesa como un proyecto básico para el desarrollo social. En nuestros pobres países, los pobres no pueden leer, y los pobres no pueden dejar de ser pobres.
Para hacernos una idea de qué futuro nos estamos preparando, vean la siguiente estadística comparativa del número de libros de uso obligatorio que tiene un estudiante en el ciclo escolar primario. Mientras que en los Estados Unidos los niños leen 11 libros por año, en Francia 16 y en España 8, en Latinoamérica no se lee ni siquiera la mitad: 4 en Brasil y 0,9 libros por alumno al año en Argentina.
Con la excusa de la pobreza, nuestros gobiernos toleran el uso indiscriminado de fotocopias en todos los niveles de instrucción, lo que termina de demoler a la industria editorial, a las librerías, e impide la profesionalización del escritor, al despojarlo del cobro de sus derechos. No quiero extenderme en el problema de la piratería porque es largo. Sin embargo, si la mayoría de la sociedad no cree que el problema del hambre se resuelve robando supermercados, es curioso que no vea con malos ojos como, con la excusa pueril de que los libros son caros, se robe al escritor y al editor. La piratería no es un acto romántico, sino una simple falsificación, un delito más. Lamentablemente, los legisladores y jueces de muchos países que intentan modernizarse, no se deciden a entrar en la legalidad.

Finalmente, para completar el panorama, hemos perdido treinta años, paralizados esperando el cumplimiento de la incuestionada profecía de Marshal MacLuhan, que en los años 60 anunció la desaparición del libro para finales del siglo, ante el avance de los medios electrónicos de comunicación.
El final del siglo llegó y en los países centrales el libro goza de mejor salud que nunca. El increíble avance de la tecnología —como la red Internet, que McLuhan ni siquiera imaginó— hoy sirve, entre otras cosas, para vender muchos libros más.
En el caso particular de nuestro continente, estos mismos veinte años han demostrado que el verdadero enemigo del libro no es la tecnología, sino la pobreza, el totalitarismo, la censura y la falta de alfabetización.

Aimé Cesaire.

Fort de France, Martinica.- Martiniqueño, caribeño y universal, Aimé Cesaire, el político e intelectual que elevó a categoría filosófica el concepto de la negritud, es homenajeado a viva voz hoy por su país y el mundo.El gobierno martiniqueño anunció este viernes que prepara funerales de Estado para Cesaire, quien falleció la víspera a los 94 años en un hospital de esta capital.Grande entre los enormes poetas que propulsaron el Caribe al escenario mundial, Cesaire fue coautor del concepto de negritud junto al senegalés Leopold Sedar Senghor y el guyanés Leon Gontran Damas.Las autoridades de Fort de France, donde trabajó hasta poco antes de su deceso, anunciaron que tras un velorio familiar, el féretro de Cesaire será llevado en andas por toda la ciudad y que los funerales pueden extenderse tres días.Las prédicas anticolonialistas de Cesaire comenzaron a tener impacto desde la publicación de su ensayo Discurso sobre el Colonialismo, de 1951.Su combate contra el colonialismo y el racismo tuvieron un vigoroso impacto en el Caribe, Europa y Estados Unidos, cuyo movimiento por los derechos civiles se nutrió de sus tesis.Un poesía marcada por el vigor y la convicción, junto a un acabado dominio del idioma, lo sitúan junto a otros epítomes de la literatura caribeña como su amigo el cubano Nicolás Guillén y el haitiano Jacques Roumain.

HOMENAJE A VICTOR ESTRELLA RODRIGUEZ

Un Merecido Reconocimiento:

El 12 de marzo pasado, aprovechando la apertura de una exposición de sus dibujos en la pinacoteca Jacinto Domínguez, el Centro de la Cultura de Santiago decidió otorgarle un reconocimiento al doctor Víctor Estrella Rodríguez. Se aprovechó además que, casualmente, la fecha coincidió con la de su cumpleaños. El doctor Estrella, que increíblemente es pintor, escritor, gestor cultural, editor, que ha sido dirigente deportivo, clubístico, presidente del Colegio Médico Dominicano filial Santiago (en la época en que se llamaba Asociación Médica Dominicana), profesor, dirigente comunitario, que lo ha sido prácticamente todo, se merecía este reconocimiento con creces. Su labor de gestión cultural de toda una vida lo coloca en la posición privilegiada de ser tutor, mentor, ejemplo para artistas, escritores, profesionales de la medicina, personas a las que él simplemente ha ayudado, de una forma u otra.
Pero lo más importante de este homenaje, obviando por supuesto los méritos excepcionales de su receptor, es que Víctor Estrella es un hombre probo, íntegro, poco dado al bombo y al autoelogio. Un asceta, un místico. Estos son los tiempos de la fama inmerecida y del brillo que sólo se percibe en los periódicos, la radio y la televisión (en la que un cantante mediocre es más importante socialmente que aquél que salva una vida humana), como si todo lo que se hace, existe porque aparece en los medios de comunicación, como si no existiera sencillamente porque ya está hecho. He repetido innumerables veces que ser bueno, en un sentido moral, es una forma de rebeldía; en ese caso el doctor Estrella es uno de los más grandes rebeldes de nuestra ciudad. Saberse íntegro (por lo menos intentar serlo), con una conducta intachable, buen padre, buen esposo, ayudar a los demás sin pregonarlo y sin esperar recompensas posteriores; ser, en fin, un hombre feliz, satisfecho de sí mismo y de lo que ha sido su vida: es sumamente difícil encontrar a una persona, en esta época de hipocresías y de batallas cotidianas contra los demás, que posea esas características. Pero también es penoso saber que los arribistas de siempre, los corruptos, los tumba polvos y los tígueres son los que siempre progresan en nuestra sociedad. Si el doctor Estrella lo quisiera, fuera multimillonario: estudió en España, tiene los méritos intelectuales y profesionales necesarios para enriquecerse con su profesión, de forma honesta. Sin embargo, ¿qué hace?: se inventa policlínicas para los pobres, atiende a cantidad de pacientes de manera gratuita, gasta su propio dinero en editar libros, revistas, en sostener un museo y realizar tertulias literarias.
Así pues que, tal vez algún día, espero pertenecer a la liga difícil del doctor Estrella, porque también aspiro a ser un rebelde que quiere ser feliz, y espero continuar siendo un hombre íntegro, sin autovalorarme o autoelogiarme, gracias al ejemplo de Víctor Estrella. Este reconocimiento del Centro de la Cultura nos da esperanzas de que, tal vez algún día (no hoy día, por supuesto), ser bueno podrá ser redituable, y eso nos alienta un poco a los rebeldes, a los eternos pendejos, a los que mantenemos este país trabajando dignamente, velando por nuestros hijos, sin quitarle ni un centavo a nadie.

MAXIMO VEGA.

El Extranjero, de Albert Camus.

Debido a que se ha escrito mucho acerca de este autor y de esta obra en particular, con sus múltiples interpretaciones filosóficas y existenciales, tendrán que permitir en mí simplemente un acercamiento impresionista a la novela, lo que podría traer alguna clase de novedad puesto que, si soy rigurosamente sincero, mi visión de lector es única.
Si nos cuestionamos acerca de la influencia de Camus en la literatura latinoamericana, tendríamos de inmediato que pensar en Juan Carlos Onetti, en Ernesto Sábato, o en nuestro país en Lacay Polanco o Andrés L. Mateo, que es un discípulo de Onetti. Cuando Onetti escribió “El Pozo”, su primera novela que ya contaba con fuertes coincidencias con el mundo de Camus, debemos aclarar que aún el escritor francés no era conocido, y no había publicado “El Extranjero” (puesto que El Pozo fue publicado anteriormente a la novela de Camus, en 1939), por lo que podríamos referirnos a coincidencias, no a influencias de uno en el otro. En cuanto a Sábato, sí podríamos hablar directamente de influencias, sobre todo en “El Túnel”, título de extraña correspondencia con “El Pozo”, novela en la cual las ideas de Camus influenciaron profundamente al escritor argentino.
Debemos entender, primeramente, quién es Albert Camus. Nació en Argelia, país ocupado por Francia, en 1913, hijo de obreros franceses. Murió en 1960, a los 46 años, en un accidente automovilístico. Ganó el Premio Nobel en 1957. Pero los pormenores de su biografía en este caso son irrelevantes. Acaso es importante alguna que otra intimidad: que su padre murió durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, puesto que la ausencia de un padre es repetitiva en su obra, y que su madre era prácticamente analfabeta. Nunca quiso adherirse al existencialismo como movimiento, y en un momento dado rompió sus relaciones con Jean Paul-Sartre, pero de todas maneras rigurosamente sus planteamientos pueden ser considerados como existencialistas (la elección existencial y la libertad como consciencia, por ejemplo. Toda elección existencial implica riesgo, renuncia y limitación. El hombre vive para morir, cada cual muere solo. El ser para la muerte es el destino de la existencia humana, etc.) Su obra posterior también es importante, por ejemplo, la novela “La Peste”, su obra de teatro “Calígula”, o su ensayo “El Mito de Sísifo”. Lo que nos interesa es lo que escribió, en este caso la novela que nos ocupa: “El Extranjero”, publicada en el 1942.
El protagonista de la novela se llama Meursault, un empleado normal, clase media, que vive su infancia solo con su madre. Aquí corroboramos la ausencia del padre. Al principio del libro, la señora Meursault muere de vejez en un asilo en Argelia, adonde ha ido a descansar los últimos años de su vida. Su hijo acude a cumplir con el consabido rito de enterrarla, pero en él no hay más que indiferencia y ausencia de dolor verdadero. Meursault continúa con su vida rutinaria. Luego, en una playa, es atacado por un argelino armado con un cuchillo; se defiende y asesina al individuo de cinco disparos. De nuevo, no hay más que indiferencia y ausencia de arrepentimiento. Meursault es detenido, condenado a muerte, y es asesinado en la guillotina.
Tal es la simpleza del argumento de la novela. Roland Barthes decía, refiriéndose a Sartre y a Camus, que tenían un estilo frío, seco, neutral. La novela es perfectamente lineal, escrita en primera persona con frases cortas y secas; este estilo, y la simpleza de la historia, resultan ideales para el planteamiento reflexivo del autor a través de su peculiar personaje. Sirve además para que entendamos la aridez interior de Meursault. Por cuanto Camus no cuenta historias, por lo menos no cuenta historias muy complicadas, sino que transmite ideas. Meursault, al principio, acude al entierro de su madre, está cansado y tiene sueño, así que lo que desea es que todo acabe rápidamente para irse a dormir. Quiere a su madre, “como todo el mundo”, nos dice, pero eso no significa que deba sufrir por su fallecimiento. La novela empieza precisamente con esta muerte porque, cuando el protagonista es juzgado por el crimen que ha cometido, se le acusa de ser insensible al dolor, al dolor de la muerte de su propia madre. Todo lo que leemos ha pasado por el cedazo de la percepción del protagonista, por lo que, cuando él manifiesta esta indiferencia, no la consideramos extraña, peculiar. Estamos dispuestos a darle la razón: el entierro, tal como él lo cuenta, es una actividad pueril, sin ninguna importancia. Esta muerte, y los actos funerarios, son importantes desde el punto de vista narrativo por cuanto el mismo Meursault se convence de que ha sido condenado sencillamente porque no lloró en el entierro de su madre. No haber cumplido con un acto cultural lo ha condenado: lo ha condenado no haber demostrado sufrimiento.
Camus escribe su obra en medio de toda la frustración, el dolor, la desesperación y la destrucción que significaron los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, años en los cuales Europa pretendía renacer sobre millones de muertos. Europa se reconstruía físicamente, pero también buscaba reconstruirse moral y espiritualmente. Cuando Camus publicó la novela, aún la guerra no había terminado. El mundo sin valores de la época es transmitido en toda la novela, en donde cada hecho cotidiano no hace más que reflejar una angustiante trivialidad. La ausencia de valores de Meursault le hace preguntarse: Para qué llorar en el entierro de su madre, si no tiene deseos de hacerlo. Para qué aparentar delante de los demás. Para qué cumplir con las apariencias, demostrar un dolor físico que no siente. El protagonista no entiende esta lógica social, y no solamente no la entiende sino que no le interesa, y ahí precisamente se encuentra su peculiaridad y su condena.
Meursault asesina de cinco disparos a un argelino que lo ataca con un cuchillo. Le dispara la primera vez, y el cuerpo de su atacante cae, tendido en el suelo, indefenso. Si hubiese detenido su acción en este punto, hubiese alegado luego defensa propia. Pero Meursault le dispara cuatro veces más al cuerpo indefenso, diciéndonos: “...comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces, disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese”, lo que convierte el acto en un asesinato a sangre fría. Meursault es detenido, llevado a prisión, empiezan los interrogatorios ante el juez de instrucción, que se asombra de su gran indiferencia ante lo que ha hecho. Meursault ni siquiera piensa que ha cometido un crimen; para él, aquello, en sus propias palabras, “no es la gran cosa”, “no tiene gran importancia”. Aquí aparece entonces el segundo referente cultural ante el cual el protagonista es indiferente, y que provoca un gran rechazo social: en un momento dado, el juez saca un crucifijo de un archivero, y lo coloca delante del acusado, esperando que la presencia de la imagen de Cristo haga arrepentirse a quien el juez considera, prejuiciado, un criminal: “Los criminales que han comparecido aquí lloraron siempre ante esta imagen del dolor”, le dice el juez. Pero el acusado continúa indiferente. El juez le pregunta si cree en Dios, Meursault le contesta que no. El juez le dice que es imposible, que todos los hombres creen en Dios, incluso los que se apartan de su faz. Meursault le dice que ese asunto no le interesa, pero ante la insistencia del juez, Meursault hace como que le da la razón, porque lo que quiere simplemente es que lo dejen tranquilo, que lo dejen en paz. El juez le pregunta: “¿No es cierto que crees, que vas a confiarte en él?”. Meursault tiene que decirle la verdad, así que le contesta que no. Entonces el juez murmura: “Nunca vi un alma tan endurecida como la suya”. Desde ese momento, Meursault está condenado.
Dos ausencias culturales han bastado para condenar a muerte al protagonista: no mostrar dolor durante el entierro de su propia madre, y sentir indiferencia ante la imagen de Jesús crucificado. Insensibilidad ante el ser que da la vida, en un sentido terrenal, físico, e insensibilidad ante el ser que da la vida en un sentido divino, metafísico: la madre y Dios. Insensibilidad, en fin, hacia la propia vida. Qué le puede importar quitar una vida a alguien que piensa que su propia existencia carece de valor y de significado. Y aún así, cuando Meursault es condenado a muerte, sentimos un gran asombro, porque todo lo vemos en la novela a través del protagonista. En el juicio, el acusado se da cuenta de que la prensa ha exagerado su crimen, simplemente porque no hay más noticias interesantes que ofrecer a los lectores. Se da cuenta de que el público lo odia, que todos quieren su condena independientemente de su culpabilidad. Se da cuenta de que los abogados no hacen más que exhibirse: el fiscal se ensaña contra él, inventando una historia terrible sobre el asesinato, porque lo que quiere es ganar el juicio; el abogado defensor, sabiendo que perderá debido a la opinión pública, utiliza una larga y elegante retórica para demostrar que ha hecho todo lo posible por defender a un criminal. Pero Meursault ni siquiera está consciente del alcance de sus actos, de su propia insensibilidad. Cuando lo condenan, sentimos pena por él, incluso pensamos: “¡Pero si fue en defensa propia!”. Consideramos la pena capital como exagerada, lo que afianza nuestra impresión de que fue condenado por su peculiaridad, por su indiferencia ante un mundo que ni le asquea ni le agrada, sino que sencillamente no le interesa. Meursault tiene una amante llamada Marie: no tiene el ímpetu suficiente para abandonarla, le da lo mismo casarse o no con ella. Ni siquiera está enamorado de ella, se encuentra a su lado por el placer de la sexualidad. Porque la desea como mujer, porque es bella. Su vida es tan pueril y anónima como su propia muerte. Todo lo que le interesa de esa vida es el placer. Asesinó a un hombre, así que la sociedad ha decidido que él también debe morir, en un perfecto acto de venganza social al cual ya nos hemos acostumbrado. Meursault fue condenado por ser indiferente en un mundo al cual lo han enviado sin él pedirlo, ha cometido pecados que se encuentran en su propia naturaleza, pero que los demás consideran repugnantes, ha sido condenado por ser un extranjero. Pero él repite a cada momento que es “como todo el mundo”, “como todos los demás”, “como los otros”. Todos somos extranjeros en esta sociedad que no nos pertenece, que puede exigir nuestra muerte porque todos estamos condenados a morir, hoy o mañana, este año o dentro de veinte años. El Mundo es Ancho y Ajeno, escribió Ciro Alegría. Al Borde del Edén está la Muerte, digo yo en alguna de mis obras. Si tradujéramos más fielmente del francés el título del libro, nos daríamos cuenta de que su traducción literal es “El Extraño”. Si buscamos en el diccionario el significado de esta palabra, encontraríamos lo siguiente: Extraño: raro, singular, extravagante. Que es ajeno a una cosa. Uno de sus sinónimos es “extranjero”. Meursault es condenado por ser extraño, por no creer en Dios, y por no llorar en el entierro de su madre. Pero condenado a morir, en su celda, empieza a reflexionar sobre lo que ha perdido, las únicas cosas importantes en este mundo que le es indiferente: la libertad y, más adelante, su propia vida. Lo ha perdido todo, pero no se siente culpable aún, porque se siente víctima y no victimario. El mismo lo proclama encolerizado en la celda en la que espera la muerte, cuando lo visita un capellán que no ha pedido: “Nada, nada tenía importancia y sabía perfectamente por qué (...)”, le grita Meursault al sacerdote: “Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre, qué me importaban su Dios, las vidas que uno escoge, los destinos que uno elige, puesto que un solo destino debía elegirme a mí y conmigo a miles de millones de privilegiados que, como él, se decían mis hermanos”.
Y es importante resaltar esta cualidad, puesto que Camus era ateo. Cuando se refiere a Jesús en la novela, por ejemplo cuando habla de Cristo el juez de instrucción, lo hace siempre colocando el pronombre “él” en minúsculas. Pero en este capítulo final Camus nos habla del destino, como hemos escuchado. Un ateo nos habla del destino, de una vida preconcebida desde antes de nuestro nacimiento, y a pesar de su ateísmo su protagonista se comunica por primera vez en su vida, un poco antes de su muerte segura, con una figura religiosa, con un representante de Dios, atacándolo, ahorcándolo, repudiándolo, como si le reprochara: Para qué vienes Tú a consolarme con esto o aquello, Tú, Dios, para qué vienes a consolarme de la muerte si Tú me has traído hasta aquí, si Tú permitiste ese asesinato, si Tú permitiste la Segunda Guerra Mundial, si Tú permitiste a Hitler. Ya no puedo creer más en Ti.
Lo que validaría la novela desde el punto de vista de su actualidad, es decir de cómo la lee hoy día un escritor joven, incluso un escritor caribeño de un país que vive muy lúdicamente, me parece que se encuentra a un nivel comparativo. Es decir, cómo podríamos comparar la incomunicación, la indiferencia del personaje de Camus con lo que vivimos y sentimos hoy día. Ya había hablado yo antes de la semejanza entre las novelas de Andrés L. Mateo con las de Onetti, por ejemplo; a Andrés L. Mateo lo percibimos como un poco falso, como poco dominicano. No nos reconocemos en él. Luego de la Segunda Guerra Mundial, los lectores europeos de los años cincuenta y sesenta veían a Meursault como un héroe cultural e intelectual. Hoy, vemos el nihilismo de este personaje como una característica reprochable, negativa. Esto solamente puede ser posible en una obra de arte: su ambigüedad provoca que su sentido cambie en la medida en que se transforman sus lectores. Ahora bien, esa indiferencia de Meursault evidentemente se ha acrecentado, sólo que en vez de evolucionar hacia la inercia, hacia la inacción, ha progresado hacia el deseo y el placer. Esta es una época de placeres efímeros, de deseos casi siempre físicos que hay que satisfacer a como dé lugar. La mayoría de las instituciones sociales y los medios de comunicación no hacen más que crear deseos artificiales y prometernos que con tal o cual cosa vamos a cumplir nuestro deseo, derivando ese deseo hacia su realización, el placer. Todo el mercado está basado en esto, y el mercado es la principal institución del capitalismo. El deseo nos da de comer. Como nos dice Alfonso Reyes, que dicho sea de paso tampoco es de nuestra generación: “...las industrias parecen calculadas para producir artículos de corta duración, en cuya constante mutabilidad reside el encanto”. Nos sigue diciendo Alfonso Reyes: “Ya el fenómeno de la moda, tan característico de las sociedades evolucionadas, nos está diciendo que también la mudanza es un aliciente de la vida. A medida que las clases modestas alcanzan la moda, la moda deja de ser moda. La clase superior, que la creó, la sustituye entonces por otra, en un maratón desenfrenado”. Si Maursault estuviese vivo hoy día, si actuara en nuestra sociedad, si Camus hubiese escrito su novela en el siglo XXI, su personaje tal vez no mataría a un solo hombre, sino a muchos, y desencadenaría una serie de asesinatos mientras busca placer de tugurio en tugurio, de jovencito en jovencito, y por supuesto nunca sería condenado mientras odia a su prójimo, como el personaje de Fernando en la novela “La Virgen de los Sicarios”, de Fernando Vallejo. O como en la película “Pulp Fiction”, un filme sobrevalorado con matices religiosos en el cual unos asesinos a sueldo acuden a su trabajo, es decir a matar gente, hablando trivialidades y llevando consigo sus loncheras, como si fuesen albañiles y no criminales que van a quitarle a otros seres humanos todo lo que tienen. Es decir, la sociedad ha evolucionado hacia innumerables Meursault, variaciones monstruosas o paródicas de este hombre, seres indiferentes a todo, excepto a su propia y efímera gratificación física. Nihilistas incapaces de tener el más mínimo sentido de trascendencia, pero que, al contrario de Meursault, nunca serán condenados por sus crímenes. La lucidez de Camus es extraordinaria: en medio de la guerra, cuando sus compañeros exigían solidaridad y hermandad, él se propuso una novela y toda una obra de vida que preconizaba la pusilanimidad del hombre contemporáneo. De una época que ha creado una nueva preocupación: la incertidumbre. De la muerte de los valores y de las creencias. El mismo Alfonso Reyes nos habla de una diferencia semántica fundamental en nuestra época llamada democrática: él nos decía, refiriéndose a la poesía, que ésta no era libertad, sino liberación. La libertad es fácil: no requiere de renuncias, de límites, de riesgos, de cánones preestablecidos; no exige ni se obliga a leyes, de este modo carece de valores y de creencias que llenen nuestra existencia. Como él nos dice: “Es más difícil andar que ir con andaderas; correr, más que andar; y más todavía volar que correr, para el hombre mortal, se entiende; y aún más que volar, evaporarse”. La liberación exige límites, fronteras, obligaciones. La liberación de occidente aún está pendiente, aunque haya alcanzado con mucho esfuerzo la libertad.
Carlos Fuentes dijo una vez que el único compromiso del escritor era con el lenguaje y la imaginación. Eso no es cierto. El principal compromiso del escritor es con el ser humano, porque el principal compromiso de toda actividad humana es con el prójimo. Todos han dicho esto, desde Buda o Jesús, hasta Marx o Gandhi. El fin de la literatura no es el lenguaje, sino el ser, como dijo Sartre. Un axioma que hay que repetir constantemente. Todo lo que se ha escrito, todo lo que se ha pensado, todo lo que se ha descubierto o inventado se encuentra destinado a los demás. Sin el otro, un ser gregario como el hombre se volvería loco o se suicidaría. El sentimiento de soledad es el más insoportable para el ser humano. Y en esa soledad encontramos una clave: el último capítulo de la novela es el más reflexivo y lírico del libro, porque Camus quiere que sintamos lástima por su personaje condenado, quiere que lloremos por él. Que nos identifiquemos con él. Y lo hacemos, porque él es como todos nosotros, él mismo lo repite constantemente en toda la novela. Meursault es un pobre ser humano, perdido en medio de un mundo que no entiende. No puede haber falsas esperanzas, y Camus lo sabe, y no las ofrece. El nihilismo puede ser un punto de partida, como el autor declaró persistentemente, pero no puede ser una actitud definitiva. Todos podemos ser hermanos en el amor, pero también lo podemos ser en el odio. Y eso lo demostró la Segunda Guerra Mundial: millones de personas se hermanaron en el odio y la destrucción. Si Meursault no pudo ser amado por el resto de la humanidad en vida, por lo menos lo alegra el hecho de que en su muerte provocará un sentimiento colectivo: el odio. Para él hay salvación en la alegría de la muerte y del odio, nunca en la indiferencia. Y entonces, por primera vez, al final del libro, él nos lo explica todo, y entendemos. “Por primera vez”, nos dice Meursault, “por primera vez, después de tanto tiempo, pensé en mamá. Creí comprender por qué al final de su vida se había echado un novio, por qué había jugado a recomenzar. Allá, también allá, en torno a aquel asilo donde las vidas se extinguían, la noche era como una tregua melancólica. Tan próxima a la muerte, mamá debió de sentirse liberada de ella y dispuesta a revivirlo todo. Nadie, nadie tenía derecho a llorarla. Y también yo me sentí dispuesto a revivirlo todo. Como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraterno al cabo, sentí que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”

Entrevista de Wilson Inoa a Máximo Vega.

1- ¿Qué tiempo lleva usted trabajando como artista?
Más o menos desde que empecé a escribir en mi niñez, tal vez a los 14 o 15 años. Ahora, ya conscientemente, sabiendo que quería ser escritor, más o menos desde los 18 años.


2- ¿Quién o qué le inspiró a escribir?
Bueno, yo he contado esto anteriormente. Mi madre se casó por segunda vez, y su esposo llegó a la casa con muchos libros. Fue la primera vez que tuve un encuentro consciente con la literatura, porque anteriormente me atraía inconscientemente, de forma natural pero dispersa. Ese hecho me motivó a leer y, luego, a escribir.


3- ¿Con cuál estilo de la literatura se identifica más?
Creo que soy un escritor realista. Tengo cuentos fantásticos, pero están impregnados de todas formas de un realismo un poco crudo. Yo estoy obsesionado con la realidad, pero con la realidad de las cosas pequeñas, aunque también de las cosas crueles y perversas, que no por eso dejan de ser pequeñas.


4- ¿Cuál o cuáles escritores usted admira y por qué?
A muchísimos. A Tolstoy, a Dostoyevski, a Juan Bosch, a Onetti, a Saramago, a García Márquez, a César Vallejo, a Faulkner, a Víctor Hugo, a Bioy Casares, a Rulfo, a Cortázar... a muchísimos más. Son tantos que ni siquiera vale la pena tratar de hacer una lista de todos.


5- ¿A cuál o cuáles instituciones, entidades culturales pertenece o ha pertenecido?
Actualmente trabajo en el Centro de la Cultura de Santiago. También he sido miembro de la directiva de Casa de Arte, y soy el coordinador del Taller de Narradores de Santiago, que se reúne en los salones de Casa de Arte.


6- ¿Cuáles logros ha obtenido en su trabajo?
He sido premiado en varios concursos nacionales. No me gusta hablar de los concursos porque pienso que se ha abusado de su importancia. He sido antologado nacional e internacionalmente, incluso un cuento mío fue colocado en una antología para estudiantes de la universidad de Guadalajara, en México, y en Puerto Rico. He sido traducido a varios idiomas, y en Canadá, en un curso que se dio sobre literatura caribeña, se escogió mi obra para representar a la República Dominicana, claro está, junto a otros escritores dominicanos. Específicamente éramos siete. Son pequeñas cosas, pero son importantes porque en este país, en el ámbito cultural, todo es lento y subterráneo.


7- ¿Cuáles aportes considera usted que ha hecho como gestor cultural?
Soy coordinador del Taller de Narradores de Santiago. Ese grupo ha dado los principales narradores jóvenes de nuestra ciudad, que han ganado concursos nacionales, que han publicado sus libros y han obtenido reconocimiento. El Taller es mi principal aporte, el que considero más personal, porque yo fui el fundador y lo he mantenido contra viento y marea, auxiliado por un entrañable amigo, Ubaldo Rosario. También he hecho gestión cultural para Casa de Arte, para otras instituciones, para la Feria del Libro de Santiago, por ejemplo, y ahora, en mi trabajo en el Centro de la Cultura y en la Dirección Provincial de Cultura, mi principal trabajo es de gestión cultural.


8- ¿Qué le diría a la nueva generación de este arte?
Que lean mucho, no solamente literatura sino gramática, lenguaje, que no lo apuesten todo a la literatura, y que se marchen de este país.


9- ¿Cuáles son sus expectativas en el desarrollo del mundo artístico?
Publicar todo lo que escribo, tratar de ser leído por la mayor cantidad de gente, y tratar de conseguir un trabajo que me permita escribir sin grandes precariedades económicas.


10- ¿Cómo considera a los demás escritores de estos tiempos?
Excelentes, extraordinarios. Los que no se conocen, por supuesto, porque los más conocidos de mi generación son los más mediocres. Son los más leídos, y todos sabemos que los más vendidos no son los mejores. Es lamentable, pero la gente ha empezado a acostumbrarse a los disparates.


11- ¿Cuáles libros o textos ha publicado?
Una novela corta: “Juguete de Madera”, un libro de cuentos: “La Ciudad Perdida”. También “El Final del Sueño”, de cuentos, “Ana y los Demás”, otra novela corta, y “Cuentos Para Niños y Otras Historias Terribles”, cuentos. Aunque parezcan muchos libros, la realidad es que algunos cuentos de un libro aparecen en otro libro, con todos los libros de cuentos se puede hacer uno solo y no sería muy largo.


12- ¿Con cuál se identifica más y por qué?
Con todos.


13- ¿A qué público dirige sus trabajos?
A un público adulto que no le tenga miedo a las formas complicadas.


14- ¿Cuál anécdota usted recuerda que le haya sucedido en su trabajo profesional?
Bueno, no me sucedió a mí, pero sí a mi editor, al que publica algunos de mis libros. Mis obras son muy fuertes, tratan de describir la vida tal como es, y mi editor trató de que pusieran a leer “Ana y los Demás” en un colegio dirigido por unos sacerdotes. Cuando los sacerdotes leyeron la novela se la devolvieron y lo insultaron, diciéndole que cómo era posible que él pensara que ellos iban a poner a leer ese libro tan sucio a sus estudiantes. Cuando eso sucedió, me di cuenta entonces de que lo que escribo tiene alguna importancia.

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