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Jesús de Nazaret
Jesús es el personaje más importante
de toda la historia de la humanidad. Ni Buda, con quien me unen coincidencias
acerca de la forma en que debemos vivir nuestra existencia; ni Mahoma; ni
Shakespeare ni Gengis Khan (Chinggis Khan) ni Hitler ni Marx ni Julio César han
perdurado en la memoria de los hombres como lo ha hecho la figura pacífica de
Jesús.
De acuerdo al Nuevo Testamento, nació
en Belén de Judá, a pesar de que su madre vivía en Nazaret de Galilea. Hijo de
Dios hecho hombre, el Verbo encarnado que era Dios y hombre, enviado entre
nosotros para salvarnos de todos nuestros pecados. “Llamado Jesús (según Mateo), porque
él salvará a su pueblo de sus pecados”. Dios embarazó a una virgen, María
de Nazaret, para que ella diera a luz a Él mismo. Desde Abraham hasta David
fueron catorce generaciones, desde David hasta la deportación a Babilonia
catorce generaciones, desde la deportación a Babilonia hasta Jesús catorce
generaciones. Es decir: veintiocho generaciones desde David hasta Jesús, su
descendiente directo. Rezaba la profecía: de la casa de David surgirá nuestro
Mesías. El 7, que es número divino, se repite varias veces en la genealogía de
Jesús: 2 veces 7 son 14, 4 veces 7 son 28. Jorge Luis Borges, que analizó los
Evangelios Apócrifos (apócrifos, como
él aclara, no en el sentido de falso o falsificado, sino de oculto), nos cuenta que Jesús hizo
milagros que no aparecen en la Biblia: a los cinco años modeló unos gorriones
con arcilla, y delante de los demás niños asombrados las aves cobraron vida y
emprendieron el vuelo. Este milagro se encuentra en el evangelio apócrifo de
Tomás.
Sabemos también que resucitó a un
muerto, que multiplicaba la comida y la bebida, que caminaba sobre las aguas y
lloraba sangre. Sabemos que hacía milagros prácticos, como convertir el agua en
vino, que curaba enfermedades y exorcizaba demonios. Tuvo trece discípulos,
doce apóstoles y una mujer, y salvó a una adúltera de la lapidación. Como
Sócrates o Buda, nunca escribió una sola línea, aunque era letrado: trazó una
palabra en la arena que nadie pudo leer; se comunicaba con sus seguidores a
través de parábolas o historias simples. Satanás, el Príncipe del Mal, le
ofreció todos los reinos de la tierra; Él los rechazó no porque se los
ofreciera Satanás (puesto que Él, que se encontraba por encima del Diablo, con
el movimiento de un solo dedo hubiese tomado todo el mundo para sí), sino
porque toda su vida fue una metáfora. Pretendía mostrarnos un ejemplo.
Fue rechazado acremente durante su
ministerio. Los maestros del Templo le tenían miedo o envidia. Memorizó
completa La Torá, palabra por palabra; los rabinos se asustaron y vieron en Él
a un antimesías que desviaría la atención de la gente de la llegada del Mesías
verdadero: ellos esperaban a un guerrero. Profetizó la destrucción del Templo. Lo
traicionó, a cambio de dinero, uno de sus discípulos, y murió crucificado en
Jerusalén, acompañado de dos ladrones, crucificados como Él; acompañado también
de su madre, de María Magdalena y de sus hermanos. Resucitó al tercer día.
Como Augusto César o Moisés,
sobrevivió a una matanza de primogénitos. Tenía poder sobre la vida y la
muerte. Nunca fue muy popular en vida. Y sin embargo, si solamente hubiese
realizado los milagros, multiplicado los panes y los peces, andado sobre las
aguas, si hubiese sólo convertido el agua en vino, exorcizado los demonios, aún
si hubiese sido crucificado como miles de judíos más de su tiempo, o como los
esclavos rebeldes crucificados por los romanos (como Espartaco, por ejemplo, y
todas sus huestes revolucionarias), no hubiese permanecido en la historia como
lo ha hecho. Aún si el emperador romano Constantino hubiera tomado su religión
y la hubiese esparcido a través del imperio a sangre y fuego, como luego hizo,
su legado no hubiera perdurado.
¿En qué consistió la proeza de este
israelita desarrapado, que nació en un pesebre, hijo de una analfabeta, la más
pobre entre las pobres, en un pueblo perdido para la geografía y la historia,
que nunca aspiró a la riqueza o al poder? Puesto que Dios escogió a una
adolescente virgen y a un carpintero, pertenecientes a un pueblo esclavizado
por el imperio más poderoso del mundo, para que dieran a luz y criaran a Su
hijo. No buscó a reyes y emperadores, príncipes o adinerados, puesto que el
dinero y el poder tienen origen satánico. Nietzsche escribió: básicamente sólo
hubo un cristiano y murió en la cruz. La Biblia dice: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. Cristo dijo: Debes amar a tu enemigo. “Al que te pida, dale (…) Porque
si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?”, comenta Jesús en el
Evangelio de Mateo. No somos cristianos puesto que no somos capaces de amar y
perdonar a todos nuestros semejantes: “…para
que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol
sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.
De acuerdo a la Biblia, Jesús
regresará y descenderá sobre los suyos, pero atormentará y abandonará al
Infierno (Sheol) a todos aquellos que se aparten de su fe. Su segunda venida se
encuentra consignada en el libro del Apocalipsis, escrito por Juan mientras se
encontraba encarcelado en la isla de Patmos. Los castigos a los fieles sugeridos
en el Apocalipsis no se corresponden con la Palabra del Señor del Perdón, con
Aquél que amará incondicionalmente a toda la humanidad. Juan de Patmos,
atormentado por Nerón, intentó profetizar un dolor y una destrucción que no
concuerdan con las palabras de Nuestro Señor.
Según los evangelios apócrifos
(Borges), en su niñez Jesús realizó milagros crueles que eran propios quizás
del niño que era. Pero de acuerdo a la Biblia, Jesús perdonó a uno de los
ladrones crucificados consigo, y lo invitó a participar con Él del reino de los
cielos; le ordenó a un cadáver: Levántate y anda; le quitó las sandalias a una
prostituta y le ungió los pies: el hijo de Dios, Dios mismo, se consideró capaz
de humillarse ante la más vil de las mujeres. Hace más de dos mil años (veinte
siglos) Jesús salvó a una mujer que iba a ser asesinada a pedradas: hace dos
mil años Nuestro Señor estaba en contra de la pena de muerte, diciendo: Quien esté libre de pecado, que tire la
primera piedra. Dios creó el mundo para todos (“que hace salir el sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre
justos e injustos”), pero algunos privilegiados piensan que el mundo es sólo
para unos pocos. Bienaventurados los
pobres, nos dice El Espíritu. Bienaventurados
los oprimidos, los rechazados, los vilipendiados, porque de ellos será el
Reino de los Cielos. No será de los ricos, de los poderosos (de los satánicos);
será de los que sufren.
Como el Espíritu se hallaba en Él,
Cristo se encontraba por encima del bien y del mal, pero es conveniente
consignar que esa vida metafórica por encima del bien y del mal significa
siempre el encuentro con la infinita paz y la infinita bondad. Cada día, voces
agoreras tratan de convencernos de que Dios ha muerto, que no necesitamos al
Espíritu y que el ser humano se basta a sí mismo. Pero, entonces, ¿por qué cada
día la necesidad de trascendencia conmueve a millones de personas? ¿Por qué
todas esas personas sienten a un Dios en sus corazones, como si la presencia
divina fuese intrínseca a la naturaleza humana? Según los hinduistas, ha habido
una serie de encarnaciones de Dios que han llegado hasta nosotros, llamados por
ellos “avatares”: Buda, anterior a Cristo; Jesús, hijo de Dios, Dios Él mismo;
Mahoma, que se identificó a sí mismo como un Profeta. Los tres personajes de
tres de las religiones más importantes del mundo. Jesús, Cristo, el principal
personaje (Dios mismo) de la principal religión de nuestro planeta. La Ciencia
ha descubierto que somos polvo cósmico, que todas las cosas en el universo
están hechas de la misma composición finita de elementos. Yo soy yo, pero estoy
hecho igual que un árbol, un león o una roca. Tengo voluntad, raciocinio y
lenguaje para cambiar el mundo, expresar mis emociones o adorar a Dios, como
nos dice el Popol Vuh.
Jesús fue vendido por treinta piezas
de plata. Fue torturado, y se le prometió la crucifixión. Se le colocó, para
atormentarlo y avergonzarlo, una corona de espinas. Cuando Pilatos, un
gobernador cruel de una colonia romana difícil y rebelde, preguntó quién debía
ser perdonado, el pueblo escogió a Barrabás. El hijo de Dios fue rechazado por
el mundo: pero así debía ser, para que el mundo luego se sintiese humillado y
avergonzado. El más grande de los repudiados, el más enorme de los oprimidos. Según
la leyenda, Buda murió porque se dejó comer por un tigre que tenía hambre: por
supuesto, ésa es sólo una leyenda. Qué poca cosa valía la vida de Aquél (el
Espíritu), Jesús de Nazaret, que llegó para cambiar la historia de la
humanidad.
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