A partir del año 2004, ya
consolidada la creación del Ministerio de Cultura de la República Dominicana,
la Feria Internacional del Libro se convirtió en la más importante Feria de su
tipo del Caribe, y una de las más importantes de toda Latinoamérica. Escritores
internacionales tan notorios como Eduardo Galeano, Carlos Fuentes, Mario Vargas
Llosa, Sergio Ramírez, Ana María Matute, Sergio Pitol (lamentablemente
fallecido hace unas semanas), estos últimos cinco ganadores del Premio
Cervantes de Literatura, así como Eliseo Alberto, también un excelente escritor,
ganador del Premio Alfaguara con su novela “Caracol Beach”, hijo del poeta
cubano Eliseo Diego, o las puertorriqueñas Rosario Ferré, Mayra Montero, Ana
Lydia Vega, la española Almudena Grandes, que dicho sea de paso sirvió luego de
anfitriona a la antología de escritores dominicanos “Los Cactus no le Temen al
Viento” del antólogo y traductor Danilo Manera cuando fue publicada en España
por Siruela, Tomás Gutiérrez Alea, Rafael Ramírez Heredia, hasta Isabel Allende:
en fin, una serie de escritores importantes que año tras año la visitaban, y
que con su presencia provocaron que fuera reconocida no solamente a nivel
nacional, sino internacional, incluso en países donde no se habla español, como
lo demuestra la antología del doctor Manera, u otra publicada por él en
Italiano en la que yo participo: “Santo Domingo: Respiro del Ritmo”, con la
editorial Stampa Alternativa, además de la edición original de “I Cactus Non
Temono Il Vento. Racontti da Santo Domingo” con Feltrinelli. Esas antologías
sirvieron para que escritores como Ángela Hernández, Marcio Veloz Maggiolo o
Luis Martín Gómez publicaran algunos de sus libros en Italia, y además en
España con la editorial Siruela, donde el libro de don Marcio, “La Mosca
Soldado”, fue nominado a mejor novela del año 2004 en ese país.
Pero no solamente podemos hablar de
estas cuestiones anecdóticas. A la Feria Internacional del Libro de Santo
Domingo asistía alrededor de un millón de personas todos los años, por lo que
una comisión de la Feria del Libro de Guadalajara, México, que es la Feria más
importante de Latinoamérica y una de las más importantes del mundo, viajó a la
República Dominicana para averiguar cómo era posible que en un país tan pequeño
como éste asistiera tanta gente a ese evento, cuando la mayor cantidad que
había asistido a la de Guadalajara era alrededor de 600,000 personas. Lo mismo
puede decirse de la Feria del Libro de Bogotá de este año, en Colombia, que ha
crecido a pasos agigantados y que espera romper el récord de asistencia del año
pasado, que fueron precisamente 600,000 personas. Pero también me atrevo a
recordar todos las obras que se publicaban anualmente, la “funda de cultura” llena
de libros que me llegaba a mí, un escritor desconocido, pero también a muchos
otros lectores y escritores conocidos o desconocidos, para que leyera los
libros de la Feria y los compartiera en el Taller de Narradores de Santiago,
con otros grupos literarios o en los clubes de lectura que creamos en los
barrios.
La Feria Internacional del Libro
tenía el apoyo incondicional de los medios de comunicación, y recuerdo las
transmisiones en vivo que se hacían a través de CDN y otros canales de
televisión nacionales, e incluso las reseñas en canales internacionales como
CNN o TVE. Los debates, las discusiones, los viajes de Santiago a Santo Domingo
porque en esa época yo producía el programa cultural “Sala de Arte” de
Florángel Cabrera, que se transmitía por el Canal 29, y cubríamos fielmente la
Feria todos los años. Tengo entrevistas grabadas en video con Enriquillo
Sánchez, Marcio Veloz Maggiolo, Bruno Rosario Candelier, Manuel Rueda, José
Rafael Lantigua, que fue el creador de esa Feria antes de ser Ministro de
Cultura. Con escritores locales invitados como Fernando Cabrera, Manuel
Llibre, Rosa Silverio, porque estoy
consciente de que se trataba de ser lo más abierto posible. Pero me invade la
nostalgia precisamente porque ya esa época dorada terminó, y la Feria
Internacional del Libro se ha convertido en una sombra de lo que una vez fue.
Es lamentable el nivel de desolación al que ha llegado ese evento. En el
momento en que necesitamos cada vez más la lectura (ahora tenemos un país
alfabetizado, lo que debería ayudar en ese sentido), es lamentable que esa
Feria (escribo la palabra “Feria”, pero esto no llega ni por asomo a eso) ni
siquiera atraiga la atención de los medios de comunicación o de los propios
interesados en ella, que son los escritores o las personas que venden libros o
a las cuales les interesan los libros. Asistir a esa Feria es recordar con
dolor cómo era antes, cuando estaba bien hecha, cuando era una Feria
importante. Pero también, como buen santiaguero y buen cibaeño, me duele que en
un país pequeño la feria del libro no tome en cuenta a Santiago, al Cibao o a
las demás provincias del país. Estamos a menos de dos horas de la ciudad
capital. La Feria Internacional del Libro de Santo Domingo es eso, de Santo
Domingo, como si no existiera el resto de la República Dominicana. Y esta queja se repite y se repite y se repite todos los años, como si se hablara para el aire. Pero es como escribió Gide, citado por Cortázar en una entrevista hace tantos años: es que como nadie escucha, hay que seguirlo diciendo y diciendo y diciendo hasta que se entienda.
Yo pienso que para hacer lo que se está haciendo, es
mejor no hacer nada. Si de todos modos el escritor dominicano se encuentra solo
y no leído, pienso que es mejor no hacer esa Feria, o por lo menos manejarse
con humildad y aceptar las críticas y las recomendaciones para hacer algo
mejor, no esa entelequia que nos avergüenza como visitantes. Pero de todas
maneras, ¿quién soy yo?: apenas un escritor de una provincia del país que no es
tomada en cuenta por el Ministerio de Cultura, de una provincia y de una región
que ni siquiera se ha enterado de que se está “celebrando”, así, entre
comillas, una Feria del Libro en Santo Domingo. Mejor es que no se haga nada, que
se cierre el capítulo de esas ruinas, y que cada quien continúe viviendo su
vida sin lecturas y sin libros.