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La vida en los tiempos del coronavirus:


Cada quien tiene su propia idea de cómo sobrevivir a la enfermedad viral que se ha expandido a través del mundo entero, que empezó en China y que tiene ahora, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, la OMS, su epicentro en Europa. El segundo país que tiene más enfermos del coronavirus es Italia, luego de China. El tercero, Corea del Sur; el cuarto, Irán, pero como Irán es una nación paria, desangelada por los Estados Unidos, sus enfermos y sus muertos pasan desapercibidos.
            Me envían docenas de videos al teléfono celular: El verdadero secreto detrás del coronavirus; La conspiración del coronavirus; La boda con tema de coronavirus que terminó con 25 contagiados; Quien obtenga la patente de la primera vacuna será el culpable de la aparición del coronavirus; El presidente de los Estados Unidos denomina a la enfermedad como “virus chino” y el embajador de China en la República Dominicana lo llama “loco”; Dios le ha mandado el coronavirus a las naciones que han aprobado el aborto; Lávate las manos con agua y jabón de cuaba; No toques objetos que otros han tocado; Aíslate del mundo; Desaparece. Me envían videos racistas contra los chinos, un discurso de Vladimir Putin defendiendo la soberanía de su país mientras ordena cerrar todas sus fronteras… Al mismo tiempo, Europa y la OMS han olvidado que se producen alrededor de 390 millones de infecciones de dengue por año, y nunca se le ha declarado pandemia… quizás porque no es problema para los Estados Unidos, para Canadá, para los países europeos, para China, Rusia o Corea del Sur. Un mes después de aparecido el coronavirus, se le cambió el nombre por otro más científico y publicitario: el covid-19, que parece sacado de una de esas historietas de Marvel.


            Imbuido como siempre en la lectura, es tiempo de aprovechar para leer mucho más, para matar el tiempo con las palabras. Soy un trabajador informal, es decir que desde el principio sé que el aislamiento me va a traer problemas económicos, por lo que me recuesto en la silla en la que suelo leer (una especie de chaise longue con el espaldar erguido) y trato de olvidar lo mal que la pasaré económicamente en estos meses. En este mundo, y en este tiempo, nadie te ayuda, así que no albergo muchas esperanzas de que las cosas mejoren. También este es el tiempo de no ser solidarios: los barcos navegan de un puerto a otro porque los países impiden su desembarco; en Ucrania las peores personas del mundo intentaron atacar un avión que llegaba de Wuhan con pasajeros latinoamericanos a bordo (entre ellos algunos dominicanos) por el miedo al contagio de la ciudad. Somos testigos de los peores comportamientos, pero también de los mejores. De las personas que se sacrifican para que los demás puedan continuar con sus vidas sin miedo: los médicos, las enfermeras, el personal de los hospitales. Los periodistas, las personas que trabajan en los medios de comunicación, los camarógrafos, las y los conserjes de esas instituciones, los empleados de las farmacias, sea quien sea que mantiene funcionando las redes sociales y la web, los policías. Muchas veces olvidamos la capacidad que tiene alguna gente para sacrificarse por los demás. Tiene que llegar el apocalipsis para que lo recordemos.

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            He leído ya dos libros: “La decadencia de Nerón Golden”, de Salman Rushdie, y “Fima”, de Amos Oz, recientemente fallecido. Un libro de un autor inglés de ascendencia india y musulmana –a pesar de todos los problemas que tuvo su “Versos Satánicos” con los musulmanes, pero es así-, y otro de un israelí. Leyendo a “Judas”, de Oz, y ahora a “Fima”, me levanto del chair long y grito a viva voz: “¡Pero no se sienten mal por la forma en que tratan a los palestinos, eh!”. No parezco yo, debe ser el aislamiento, la soledad. Y sin embargo, me gustaron mucho sus dos libros, aunque me gustó más “Judas” que “Fima”, quizás porque me gustan mucho más los textos sobre personajes bíblicos, judíos o cristianos.
            También he estado leyendo los cuentos de los participantes del Concurso de Cuentos de Radio Santa María, del cual soy jurado. Alrededor de 200 textos. Increíble. Este es un país de escritores, de creadores. De soñadores que no esperan nada a cambio de lo que han creado; es decir, que crean por la creación misma, puesto que todos sabemos que aquí no se apoya para nada la Cultura. Cuentos que no se los llevará el viento porque serán publicados en el libro de los ganadores. Por lo menos serán publicados esos cuentos, es decir, los ganadores: por eso los jurados sabemos que tenemos encima una responsabilidad muy grande.
            ¿Quién nos ayudará cuando termine la cuarentena nacional? ¿Dirá el presidente en una alocución: “Bueno, sabemos que la han pasado mal, así que vamos a ver cómo los ayudamos a ustedes los informales que tienen pequeños o medianos negocios”? Aunque sé que él dirá, más bien: “Pequeñas y medianas empresas”. Yo no. Yo no tengo una empresa. Tengo un negocio. El que trato de olvidar mientras voy leyendo mis libros. Soy un escritor-negociante.
            Lávese las manos, colóquese la mascarilla (en Argentina la llaman “barbijo”), no tome aspirina sino acetaminofén –eso lo he aprendido ahora con los mensajes y los videos que me mandan por Whatsapp-, manténgase a un metro de distancia de las demás personas. Lo que significa también: no dé muchos besos y no tenga relaciones sexuales en estos días. No vea televisión. La televisión alela. Continúe con las redes sociales, que son más verdaderas que la verdad misma, más reales que la realidad. Si continuamos vivos después de esto, habremos probado que merecemos el planeta tierra.








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