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Adiós, Johnny Pacheco:

Johnny Pacheco toca la flauta en África, acompañado por los músicos excepcionales de las Estrellas de la Fania, mientras Celia Cruz interpreta una canción con su trueno oscuro. El puertorriqueño Johnny Pacheco, el cubano Pacheco, dirige la orquesta y le sonríe con su boca muy blanca rodeada de pelos negros y canosos a la cubana que encandila a todo un público eufórico. El no hace nada más: baila, a veces toca la flauta, dirige una orquesta de estrellas que todos sabemos que no necesita ser dirigida. Se arregla los pantalones por la inmensa pretina, se toca el afro, se acaricia la barba de jazzista. Pues bien: he ahí al gran Johnny Pacheco, encaramado como un divo delgadísimo sobre un escenario ubicado en el continente más pobre y lejano de todos los continentes. En la raíz de toda la humanidad y toda la música. Johnny Pacheco. El Productor de las Estrellas, el Director, el Antólogo. Quien te viera y quien te ve, Johnny Pacheco.



Pacheco nació en el barrio Los Pepines, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana. Es un barrio pequeño, cuya calle principal, la Vicente Estrella, hasta hace unos pocos años estuvo rodeada de pinos y de sombras que sugerían el ambiente bucólico del que provino el músico. Allí también nacieron Yoryi Morel, Socorro Castellanos, Manuel del Cabral; allí tenía Domingo Moreno Jiménez su Colina Sacra santiaguera; allí nació mi padre. Debajo de sus pinos se acariciaron y fornicaron los desconocidos. Y de allí salió el Pacheco, que llegó pronto al Madison Square Garden producto de su talento y de su don de aglutinar; que llegó al África –ya lo sabemos-, a Europa, Asia, y a los Estados Unidos, Canadá y Alaska, que pertenecen a otro continente que no es el americano. El Johnny. Conoció a Héctor Lavoe, a Ismael Miranda, al Gran Combo, a Rubén Blades y a Willie Colón. Sería más adecuado decir: ellos lo conocieron a él, y nunca lo olvidarían. Le produjo música a casi todo el mundo, hasta a un Mecano que interpretó la salsa más desabrida que hayamos escuchado en años; por eso pensaban que era puertorriqueño, que era cubano. Estuvo en la época de oro de la salsa, rodeado de anfetaminas y de mujeres lindas, cubierto de gloria, de dinero, de sombreros de latin lover y de capas doradas a lo Mandrake: se usaban en esa época. Era la moda. Con una cadena inmensa representando un sol con cara de niño, desde una fotografía a blanco y negro en la que a abraza a Celia Cruz cuando era más negra que ahora que murió y la sacralizó Miami, te miro y no te conozco, Johnny Pacheco. ¿Qué hubiese ocurrido si te quedas en Los Pepines, si no hubieses tenido la oportunidad de irte, si Trujillo el sátrapa asesino no hubiese perseguido a tu familia, si no hubieses estudiado en Julliard y no hubieses llegado a Nueva York? Te hubieses jodido, como los demás que nos quedamos. No te hubiese conocido nadie. Por eso te deseo, ya en tu honorable vejez, viviendo de los homenajes y de los recuerdos de tu éxito en África, en Europa, en Asia, en Nueva York, cuando el público se subía al escenario y destrozaba las sillas del Madison porque exigía que el espectáculo continuara, que la emoción y la felicidad fuesen infinitas (pero ninguna de esas cosas son infinitas, su valor se encuentra precisamente en su inmensa brevedad) mientras Héctor Lavoe repetía diez mil veces Que cante mi gente, toda la fama del mundo. Representas toda la salsa. Todos brindamos por ti.

¿Recuerdas, Johnny, tus correrías por la Vicente Estrella, mojándote bajo las hojas largas de los pinitos, bañándote en la lluvia reciente y dilatada que te empapaba, empujando una rueda desinflada de bicicleta? ¿Recuerdas a Bader, a la fortaleza San Luis, al río Yaque, a los alcohólicos reunidos para siempre en la esquina de la Santomé? ¿Lo recuerdas Johnny? ¿Por qué las Estrellas, por qué África, por qué Celia, no pueden traerte recuerdos como esos? Toda la música y toda la gloria están en ti, si no has olvidado tus raíces. Como en África, el origen de todos los orígenes.

Máximo Vega, 2004.





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