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25 libros dominicanos para leer en tiempos de coronavirus:

     25 libros de la literatura dominicana para leer en estos tiempos de confinamiento. No hay que ser de la República Dominicana para leer estos libros, por supuesto, y están dirigidos a todo aquél que quiera leer una literatura caribeña algo desconocida a nivel internacional.

     Los libros no se encuentran en orden de importancia, y son sólo una parte de una literatura vasta y sólida. Muchos otros libros, algunos incluso más importante que estos, se han quedado fuera en una lista muy limitada, que no es un hit parade, ni un canon ni nada de eso, sino sólo algunos libros para aprovechar y leer mientras estamos en casa:

-Cuentos más que completos-Juan Bosch. Antología cuentística total del profesor Bosch, publicado por Alfaguara con prólogo del Premio Cervantes Sergio Ramírez.

-David, biografía de un rey-Juan Bosch. Ensayo narrativo que no habla sobre religión, sino acerca de ética y política, basado en la figura del más grande rey de Israel, un rey que era además, dicho sea de paso, poeta.

-El amor es el placer de la maldad-Pedro Peix. Antología cuentística de uno de los más importantes escritores dominicanos de todos los tiempos. En este libro se encuentran los clásicos "Pormenores de una servidumbre", "Los muchachos del Memphis" y "Pasión y oprobio en el hotel Shanghai".

-Trópico íntimo-Franklin Mieses Burgos. Un clásico de la poesía dominicana.

-Compadre Mon-Manuel del Cabral. El libro más acabado de un poeta prolífico que escribió grandes libros de poesía.

-Hay un país en el mundo-Pedro Mir. El Poeta Nacional dominicano escribió un poema extenso que describe su país a la perfección.

 



-Yelidá-Tomás Hernández Franco. Un poema sobre un amor interracial, que describe poéticamente nuestro sincretismo cultural: entre Europa y Africa.

-Agonías de distancia-Zacarías Espinal. Morfinómano, creador de las jitanjáforas y uno de los dos miembros del movimiento Vedrinista (el otro era su fundador y presidente, Vigil Díaz), Zacarías Espinal es un escritor de culto de la literatura dominicana.

-El poema de la hija reintegrada-Domingo Moreno Jimenes. Este poema fue escrito cuando el poeta vivía en Santiago de los Caballeros, a la sombra de un árbol en el terreno que hoy ocupa el hospital regional José María Cabral y Báez.

-La metamorfosis de McKandal-Manuel Rueda. Poema acerca de la vida y muerte de Francois MacKandal, esclavo cimarrón de la isla de Santo Domingo.

-Las máscaras de la seducción-José Alcántara Almánzar. Ese libro contiene el cuento "La reina y su secreto", una obra de orfebrería que ha influenciado notablemente mi propia literatura.

-La mosca soldado-Marcio Veloz Maggiolo. Publicado por la editorial Siruela, fue nominado al libro del año en España.

-Escalera para Electra-Aída Cartagena Portalatín. Finalista del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral.

-Entre dos silencios-Hilma Contreras. Un clásico de la literatura escrita por mujeres.

-En el barrio no hay banderas-René del Risco Bermúdez. Otro clásico del autor de "Ahora que vuelvo, Ton", un escritor que escribió poco y murió joven en un accidente automovilístico.





-La viuda de Martín Contreras y otros cuentos-Rafael Castillo. Con este libro, que es el único del autor, Castillo obtuvo el premio nacional de cuento, por encima de "Cuentos cortos con pantalones largos", de Manuel del Cabral.

-Enriquillo-Manuel de Jesús Galván. La primera novela romántica en América Latina.

-El evangelio según la muerte-José Acosta. Poemario ganador del premio Nicolás Guillén, en México.

-Eternidades-Ramón Peralta. El primer libro de Peralta. Los poemas de Ramón Peralta han llegado a titular algunos de mis libros, como este verso de "Eternidades": era lunes ayer, pero sé que no es martes.

-Alegoría vital-Dionisio López Cabral. Alcohólico, autor de poemas breves, falleció de ebriedad. Sin embargo, un gran poeta.

-La radio y otros boleros-René Rodríguez Soriano. El mejor libro de cuentos del escritor dominicano, recientemente fallecido por el coronavirus en Texas, Estados Unidos.



-El español en Santo Domingo-Pedro Henríquez Ureña. No podía faltar una de las obras del más grande intelectual dominicano de toda su historia.

-Y tu abuela dónde está-Carlos Esteban Deive. Ensayo del escritor domínico-español, antropólogo e historiador, sobre la influencia africana en la cultura dominicana.

-Al filo de la dominicanidad-Andrés L. Mateo. Artículos que tratan de definir la dominicanidad desgarrada.

-El ojo del arúspice-José Mármol. El primer libro del líder de la llamada Generación del 80, que nunca se definió entre movimiento o generación literaria.


     En fin, faltan muchos libros y muchos autores. Quizás haya que hacer una segunda, una tercera o una cuarta selección. Feliz lectura.




"Jugar al Sol", antología de cuentos de René Rodríguez Soriano

I


René Rodríguez Soriano publicó un libro titulado Su nombre, Julia en el año 1991. Ese libro contiene un cuento del mismo nombre, que se ha convertido en un clásico de la literatura dominicana. René es autor de poemas, cuentos y novelas que no lo parecen; sus novelas dan la impresión más bien de ser poemas largos o recopilaciones de cuentos. Conocía su obra, llegué a verlo más de una vez leyendo sus cuentos o impartiendo una conferencia sobre la cuentística dominicana, pero lo conocí realmente durante la Feria del Libro de Santiago, en el año 2005, en la cual se le hizo un homenaje. Tuve la oportunidad de introducir su obra a un público de mi ciudad natal que ya lo conocía y que, sin embargo, no me conocía a mí para nada.
René es un caso único en nuestras letras, me parece. En este momento debemos contextualizar al lector sobre una etapa crucial de la literatura dominicana. René comenzó a publicar en revistas y periódicos un poco antes, muy joven, en la década del setenta del siglo pasado, pero fue en la década del ochenta cuando su obra empezó a tener difusión y notoriedad. Luego de una época represiva en la República Dominicana, conocida como la era de los Doce Años de Balaguer, terminada en 1978, empezó la transición hacia la democracia en el país, una época de apertura inédita luego de años de censura, de libros e ideas prohibidos, polarización ideológica y escritura panfletaria (y necesaria, no nos engañemos). La obra de René se concentra en la forma, en el lenguaje, lo cual lo acerca a la llamada Generación del 80 que surgió con los jóvenes de esta apertura democrática, con los cuales él mantiene intereses comunes. A pesar de tener una obra anterior, a René, como a esta generación, no le preocupan los contenidos políticos o colectivos. La esencia es el individuo, la existencia, la insatisfacción vital, la sexualidad, el amor. La obra debe tener un sentido en la forma, más allá del contenido en sí mismo, lo cual era insólito en la literatura dominicana, preocupada por intereses sociales arrastrados desde la Era de Trujillo, la revolución de abril del 65 y la posterior invasión norteamericana del mismo año (tenemos, claro está, una generación literaria nacional llamada Generación de Posguerra), los doce años de la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer.
 El escritor, entonces, se enfrenta a un dilema que comparte con autores de su propia generación, o anteriores, como Andrés L. Mateo, o poetas como Franklin Mieses Burgos: decidirse por una literatura de contenido social, debido a un humanismo intrínseco a estos autores («éramos, sobre todo, contestatarios», escribe René en algún lado), y al mismo tiempo enfrentarse al desencanto y al pesimismo de la época, que lleva al existencialismo y a lo ontológico. Por supuesto, en este caso gana lo existencial, lo individual, independientemente de que, como telón de fondo, como atmósfera, aparezca la realidad de un país en constante ebullición social. René, con sus cuentos de factura impecable, con personajes preocupados más bien por su efímera satisfacción sexual, la insatisfacción ideológica, su seguridad económica, la contemplación de la realidad sin decidirse a actuar, la insatisfacción normal por la democracia que tanto se anheló y que descubrimos de pronto su imperfección, se convirtió en profeta en esa década. Escrita con una pulcritud luminosa, el ambiente de su obra es urbano, clase media. Su lenguaje es ambiguo, no da nada por sentado, se encuentra cómodo en una relatividad que hoy día nos parece tan auténtica como en ese momento se nos mostraba tan nueva y extraña. No sabemos nada, lo que creíamos establecido y puro quizás no lo es tanto. En “Su nombre, Julia”, la única preocupación real del narrador es esa mujer que es posible que ni siquiera exista.
El mal del tiempo, una novela que realmente no lo es, es un diario en el cual los capítulos representan los días del protagonista, pero los títulos no se corresponden con los nombres de las fechas, los meses o los años: uno se llama “Cola de pez”, otro “Desmedida mesura”, otro “Madrugada remota”. Es como si el autor quisiese reducir (o ampliar) toda su vida a lo poético, al lenguaje. Aún en las entrevistas que ofrece, René trata de ser ambiguo, de que no sepamos quién es, de que cada respuesta sea prácticamente literatura llevada hasta su estado más puro, hasta el nivel del poema, que no necesita ni siquiera de la realidad para ser algo. Ya pasaron los días en los cuales sus títulos intentaban acercarse a la obra de Julio Cortázar (Todos los juegos el juego, por ejemplo); es decir, homenajear a un clásico admirado por el autor. Todos los juegos el juego es un acercamiento lúdico a los libros de Cortázar, en especial a Historias de Cronopios y de Famas, y no especialmente a aquél al que refiere su título (es decir, Todos los fuegos el fuego); no es sólo homenaje, creo yo, ni reescritura, sino juego formal que lanza continuos guiños al lector de ambos escritores. Ya pasaron los días de la juventud que se despreocupa y al mismo tiempo es rebelde sin objetivos: su obra, fiel a sí misma, mantiene una coherencia que se encuentra más bien en el lenguaje, pero al mismo tiempo ha alcanzado una madurez que no deja de recordarnos que toda literatura es poesía. Aún en los títulos de sus libros puede apreciarse este afán: Betún melancolía, Canciones rosa para una niña gris metal, Probablemente es virgen, todavía, Tizne de nubes. El placer de la lectura es total porque todo es lenguaje. La obra de René es divertimento y seriedad, compromiso y rebeldía. Sus poemas, sus cuentos, sus novelas, sus artículos, sus prólogos, sus reseñas de libros en la revista Arquitexto, sus respuestas a las entrevistas (que innegablemente forman parte de su obra literaria, creo yo), profesan un humor que transmite, al mismo tiempo, algo de tristeza, de melancolía y de desencanto. El principio de El mal del tiempo lo aclara con creces: «Comienzo el día oyendo música. A eso de las ocho de la mañana, sintonizo mi absurda existencia con Cristal Europa». Ese libro es característico en cuanto a lo que quiero explicar: la historia transcurre durante los duros doce años de Balaguer, pero aunque el autor intenta que nos interese lo que sucede fuera de sí mismo, es decir, el convulsionado ambiente social, con invasiones guerrilleras, asesinatos políticos y represión policial incluidos, lo importante es la propia existencia, el interior melancólico del personaje, que todo lo contempla pero no actúa. El escritor puro. El cronista puro.





II


Pero, al mismo tiempo, René es un adorador. Las relaciones entre parejas, su tema preferido y por lo tanto reiterativo, se nos muestra como una forma de redención. En su caso es un adorador de la figura femenina, de las mujeres cuyos nombres se repiten en diferentes libros y cuentos (Laura, Julia, Claudia, muchas más), y cuya necesidad suponemos que se encuentra más allá de una finalidad literaria. El amor como una forma de redención, pero al mismo tiempo (y quizás debido a esto) la idealización de la figura femenina, lo que podría significar que no es sólo La Mujer, sino una meta, un símbolo. Pocas veces las relaciones amorosas han tenido un perseguidor tan vehemente, hasta el punto de que ha dedicado un libro completo (El nombre olvidado, publicado por Ediciones Callejón, San Juan, Puerto Rico, 2015) a la figura femenina, del cual se han extraído tres cuentos para esta antología: “Juana”, “Nathalie” y “Keiko”, aunque estas relaciones se repiten en otros libros, como en “Con Julia en LA”, de su libro Solo de flauta (2013), “Perseguir a Rita”, de El diablo sabe por diablo (1998), “Desesperadamente buscando a Claudia”, de La radio y otros boleros (1996), “Su nombre Julia”, del libro del mismo nombre (1991), etc., de modo que podríamos hacer otra antología con los cuentos dedicados sólo a estas relaciones en las que el amor o el desamor juegan un papel central, dominadas por la figura idealizada de unas mujeres que quizás son la misma mujer con nombres diferentes en circunstancias diferentes, perseguidas por hombres solitarios que enmascaran sus vidas en las vidas de estas mujeres que, quizás (seamos osados), son inexistentes. Puesto que en realidad son, si lo pensamos bien, simplemente lenguaje.
Ya sabemos que el género principal de René es el cuento, al cual se ha dedicado con más vehemencia que la novela o la poesía, aunque sus novelas parecen unir algunos géneros como el diario, las memorias o el mismo cuento, pero René Rodríguez Soriano es, por encima de cualquier otra cosa, un cuentista. Por este motivo he querido recopilar estos cuentos que son representativos de una obra más amplia, de una forma de contar impoluta. La dificultad al escoger cuáles textos llenarían “Jugar al Sol”, residió precisamente en esto: no se escogieron los cuentos atendiendo sólo a su calidad formal, puesto que debimos entonces escogerlos casi todos, sino a su representatividad, a que transmiten una idea precisa al lector de una forma de narrar, la del autor, placentera antes que nada en la forma, independientemente de la historia que se cuenta, lo cual parece en desuso hoy día. Esperamos con sinceridad habernos acercado apenas un poco a este objetivo.
Los textos escogidos están colocados en orden cronológico, lo que al mismo tiempo sirve para mostrar al lector la evolución del escritor a través de cada uno de sus libros. Debajo, en una pequeña nota, se encuentra consignado el libro al que pertenecen y el año en que fue publicado. Empezamos con su primer libro, Todos los Juegos el Juego (1986) y concluimos con el más reciente, El Nombre olvidado (2015). En medio, cinco libros más que componen el total de una obra cuentística influida notablemente por la poesía y por lo tanto por la transmisión de emociones más que de historias. Espero que también se tome en cuenta, al leer los cuentos escogidos, esta última especulación de lector agradecido.


III


A veces se nos olvida que estamos ante un autor completamente maduro, un individuo de 66 años de edad que tampoco lo parece, debido a su personalidad y a su literatura, siempre fresca; un escritor que estructura sus libros de manera tal que cada uno parece un primer libro. Uno de los más recientes, Solo de flauta, está compuesto por poemas, cuentos muy breves, ejercicios de la memoria (toda buena literatura es un ejercicio de la memoria) y de la forma. Su obra refleja una dominicanidad que no tiene nada que ver con nacionalismos o intereses sociales, sino con las palabras: palabras nuevas (por lo menos nuevas para la literatura), caribeñas y dominicanas, que el autor incorpora a sus narraciones y poemas porque expresan novedad y belleza. Explica René: «Vivíamos al borde, jugábamos vistilla en las aceras, siempre cuidándonos para no ser arrollados por el tránsito. Crecimos a contrapelo de la hora y el azar. Éramos, sobre todo, contestatarios. Nadábamos contra la corriente y leíamos más que nada, leíamos en los márgenes, entre la realidad y el sueño, siempre a la espera del asueto». René no es un escritor de 66 años cuántas veces se nos olvida su verdadera edad, sino un treintañero que siempre está leyendo a recientes narradores, jóvenes o no; que siempre busca algo nuevo qué comentar o qué contar. Esta frescura es intrínseca a su propia forma de escribir.
Ahora entiendo el mensaje subliminal de una obra que, como le he confesado al propio René, es única en la literatura dominicana; única en el sentido de singular, y que al mismo tiempo es difícil de imitar debido a la calidad de su escritura. Estas palabras (ambiguas también, intentando interpretar lo inaprensible) que intentan prologar “Jugar al Sol: más de 13 cuentos de René Rodríguez Soriano”, sólo pretenden que el lector se acerque a una obra que quizás ya conoce, pero que debe ser leída como toda obra importante lo merece: sin respeto, con placer, con una sonrisa, sin piedad, con humildad y con pasión.


Máximo Vega
Santiago de los Caballeros, 2016.

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Rubén Sánchez Féliz



     El libro Un Cuarto Lleno de Anguilas trata un tema común a nuestra diáspora y en sentido general a buena parte de la literatura universal, si lo pensamos bien: la historia de la novela es un viaje físico que al final se convierte en un desplazamiento existencial, un viaje iniciático del protagonista, que al mismo tiempo es el narrador de la historia, un periplo que subvierte toda su vida. El narrador nos cuenta la mudanza que ha tenido que hacer de Chicago hasta Nueva York, dos ciudades dentro de los Estados Unidos que ahora sabemos, porque hemos leído la novela, que son muy diferentes. El narrador, un estudiante que se muda de ciudad porque es necesario para continuar sus estudios, encuentra con este viaje un compromiso social que lo mueve, a la vez que mueve a sus compañeros y a toda la novela hasta el accidentado final: la necesidad de rebelarse contra la invasión norteamericana a Irak. En medio de este viaje comprenderemos las obsesiones, trivialidades y cotidianidades del protagonista, la familia que tuvo que abandonar en Chicago y sus nuevos familiares en Nueva York.
     Pero sobre todo la obra nos cuenta el hastío de un grupo de amigos que se dedican a conversar, a dialogar -prácticamente en la acepción clásica de la palabra-, sobre sus vidas, sus gustos, su pasado, sus aburrimientos y aquello en lo que creen como jóvenes académicos. La mayor parte de la novela se encuentra construida por diálogos entre los personajes, de manera tal que los conocemos muy bien a cada uno de ellos, puesto que el narrador es un oyente excepcional que se dedica a recoger cada una de las conversaciones con sus amigos para transcribirlas a los lectores. Quizás esta novela pueda representar la vida de un grupo de jóvenes estudiantes en la ciudad de Nueva York, inmigrantes o no, y debemos concluir que sus vidas no son especialmente felices. Incluso la manifestación llena de violencia al final de la novela parece tan necesaria para darle algo de excitación a las vidas aparentemente sin sentido de estos jóvenes, que pensamos que ellos se encaminan hacia esta violencia con conocimiento de causa.
     El estudiante se muda a la casa del tío Raúl, donde vive un personaje solitario y huraño llamado Alan. Aparece Amanda, sirvienta y amante. Se describe el ambiente universitario y llegan los amigos cultos. Aparece la ciudad cosmopolita como un personaje más. Por supuesto, mi función aquí no es repetir una historia que ya está contada en la novela.
     Su título original y excéntrico tiene un significado directo dentro de la obra, es decir que no es simbólico ni abstracto. En la historia se explica claramente qué es ese “Cuarto lleno de Anguilas” al cual el título se refiere. El protagonista, quizás precisamente por su ambiente eminentemente académico, se rodea de lectores obsesivos, aprendices de escritores o intelectuales jóvenes que leen a Murakami o a Philip Roth. En toda la novela aparecen una serie de citas sobre autores clásicos o contemporáneos, Dostoyevski, Niestche, Shakespeare, Kenzaburo Oé, Camus, Mishima, etc., o simplemente en algún momento se mencionan sus nombres, aunque no aparece alguna obra, alguna cita o referencia a algún autor dominicano, lo que podría significar, y en esto estoy especulando, que la diáspora dominicana en New York vive de espaldas a su reflejo literario dominicano. Edwige Danticat, por ejemplo, una escritora norteamericana de ascendencia haitiana que vive en los Estados Unidos y escribe en inglés, lo hace manifestando una rabiosa identidad que a veces incluso encuentra en la dominicanidad a un enemigo, así como Junot Díaz o Julia Alvarez que también escriben en inglés acerca de su pasado dominicano, encontrando en su país de origen y en la ruptura de su propia cultura que han tenido que soportar en el seno de la principal potencia del mundo, los temas que les han permitido tener éxito como escritores norteamericanos, pero no ocurre así con los escritores que escriben en español. En un prólogo que escribí para un libro de Rey Andujar que participó precisamente en este mismo concurso en el renglón de cuento, hacía notar cómo el dominicano que escribe en español fuera de su país absorbe la cultura que lo ha acogido, con curiosidad y con una alegría manifiesta por su nomadismo que no puede hallarse fácilmente en otros escritores latinoamericanos, que perciben el exilio económico y cultural con melancolía, incluso con dolor. En los cuentos de Rey Andujar, que apelan a la realidad dominicana tanto como a la puertorriqueña o a la de los Estados Unidos, los países que lo han acogido como ser humano, aparecen Fernandito Villalona pero también Guns N Roses, personajes puramente nacionales pero al mismo tiempo propios de la cultura pop de sus países adoptivos. En la última novela de José Acosta, La Multitud, nos encontramos con la narración de un inmigrante que ha hecho de la ciudad de Nueva York su propia ciudad, de modo que no podríamos decir exactamente si su personaje es norteamericano o latino, aunque la novela se encuentre escrita en español. Es decir, poco a poco existe un extrañamiento de su propia cultura y de su propia identidad, aunque en sus trabajos iniciales se notara la ruptura existencial ante el exilio económico en un país que no es el suyo y que nunca será el suyo. Pero de ninguna manera estoy haciendo una crítica, o estoy haciendo un juicio negativo de la novela. Yo soy un escritor santiaguero, y debo decir que en Santiago, como si se tratara de una ciudad de otro país, no hacemos referencia a escritores de Santo Domingo, lo cual se explica por razones que no son literarias sino personales, propias de un país pequeñísimo como este pero sumamente fragmentado. Más que un escritor dominicano, yo me definiría como un escritor santiaguero, así como un escritor en los Estados Unidos, en Puerto Rico o en Europa se definiría más como un escritor de la diáspora que como un escritor dominicano.
     Este extrañamiento se encuentra indirectamente en esta novela, entre líneas, lo cual parece ser entonces una constante en la literatura escrita en español por la diáspora dominicana que vive en los Estados Unidos. Debe consignarse, sí, que el autor en ningún momento ha sucumbido a la tentación de escribir en spanglish, a no ser en los diálogos, lo cual es inevitable debido a que los personajes deben conversar en una mezcla de español e inglés. Como narrador, el autor se ha cuidado de mantener la narración en español, evitando constantemente, y estoy seguro que de manera consciente, nombrar las cosas con palabras inglesas. La novela se encuentra escrita con frases cortas y descriptivas. Como mencionamos anteriormente, está escrita en primera persona. El autor se preocupa sobre todo de describir, de narrar, obviando las disgresiones innecesarias o las reflexiones inútiles, de forma tal que se encuentra garantizada la narratividad y la intensidad, más aún en una novela corta como ésta. Como lo sugiere su título diferente, la novela recorre un camino preciso hasta el final, que es abrupto, casi como un cuento largo, basado en diálogos entre los amigos, transformando situaciones perfectamente cotidianas en sucesos resaltables. Porque lo que sucede en la novela no es necesariamente extraordinario. El protagonista convierte su mudanza en un viaje existencial porque de cierta forma la ciudad en la que empieza a vivir se lo exige. Si se hubiese quedado en Chicago, lo que le sucede al final de la historia no le hubiese acontecido. La llegada a esa ciudad enorme como lo es Nueva York, la segunda ciudad con más habitantes dominicanos en el mundo, le abre una puerta que no había previsto, porque al mismo tiempo lo acerca al compromiso y a la violencia. La llegada a una casa misteriosa que debe compartir con un personaje de comportamiento extraño, aislado, huraño, provoca que se acerque aún más a sus amigos, que lo empujan hacia el acto rebelde del final, pero al mismo tiempo que se sienta atraído por el misterio intrínseco en este hombre de sesenta años que parece querer alejarse de las demás personas.
     Pero en fin, por estas y otras razones esta novela ganó el Premio Letras de Ultramar, del cual fui uno de los jurados. Saludamos esta iniciativa del Comisionado de Cultura en los Estados Unidos, recordando que este premio no es solamente para los escritores que viven allí, sino para los dominicanos fuera de su país en el mundo entero. Felicitamos encarecidamente a su autor, y saludamos la presencia de esta obra ahora publicada, que viene a enriquecer el panorama literario de la República Dominicana.

Si quieres ver videos sobre arte y literatura, click a este enlace:

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A LOS DELINCUENTES HAY QUE MATARLOS


     El libro “A los Delincuentes Hay que Matarlos” tiene un título engañoso. Quien se encuentre con el libro y vea la fotografía de la portada pensará que estamos ante un volumen de serie negra, quizás de tema detectivesco repleto de policías y ladrones, con tramas misteriosas y sangrientas. Pero no es así. El título viene dado por un cuento, que es a la vez el más dominicano en cuanto a las situaciones y al lenguaje del volumen, pero al mismo tiempo el menos representativo. Es como si ese cuento, y “Falso Suicidio”, que comparte peculiaridades con “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, formaran parte de otro libro. Puesto que “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, el libro, no el cuento, nos trae 13 historias amargas acerca de una serie de personajes que, aunque parecen oscuros y terribles, con una lectura más cuidadosa nos daremos cuenta de que se encuentran idealizados por la autora. Son casi estereotipos, metáforas, representaciones de muchos personajes, incluyendo algunos de películas de Hollywood. Nos enteramos desde el principio, al leer el índice, cuando encontramos protagonistas con nombres como La Viuda Negra, Hiedra Venenosa, La Señora Mo, y otros antihéroes que crean sus propios espacios imaginarios, fácilmente identificables como irreales, es decir que sus vidas no las reconocemos como verdaderas. La Viuda Negra es un estereotipo, así como Hiedra Venenosa, así como La Señora Mo -con la S de señora en  mayúsculas como si  formara  parte del nombre-, como también la amante del cuento Mi Amante, o la adolescente de La Mano Que Me Toca en la Noche, etc. Esa irrealidad aleja a Rosa Silverio de cierta literatura que se genera en este tiempo, y que al parecer empieza a ser muy popular entre los escritores jóvenes dominicanos, basada en la excesiva desnudez del lenguaje, la crudeza excesiva de las situaciones, las descripciones sexuales directas, aunque de ninguna manera estoy juzgando esta tendencia de cierta clase de literatura nueva de nuestro país, sólo poniendo de manifiesto sus características.
     Pero bueno, continuando con Rosa, mi amiga Rosa, que se fue para España y vuelve a la República Dominicana y a Santiago sólo de vez en cuando y se deja ver poco, exceptuando esta vez, por supuesto, sus 13 cuentos nos hablan, como se dice en la contraportada, sobre el amor, la sexualidad, el deseo, la muerte. En la época en que vivimos, amor, sexualidad y deseo son casi sinónimos; en los cuentos aparece poco su realización, el placer, aunque luego viene la muerte, como un castigo. Especulo que la unen a ella como autora con su país, la República Dominicana, lugar en el que transcurren la mayoría de los cuentos, por lo menos aquellos en los cuales la ciudad o el país es reconocible. Dominicanas son sus palabras, su idioma es dominicano. Hay cuentos que ya conocíamos, como “Mi Amante”, que apareció en la antología del Taller de Narradores de Santiago; en una antología sobre los narradores contemporáneos de la ciudad que realicé con motivo de la última Feria Regional del Libro de Santiago, y que además se encuentra en una antología de literatura gay que compiló la desaparecida escritora Mélida García. Pero casi todos los cuentos son nuevos para nosotros. Por lo tanto nos muestran una faceta de Rosa Silverio como escritora que empezamos a conocer.
     Dijo Aristóteles más o menos en su poética: toma a un personaje, hazlo simpático, rodéalo de grandes atributos, hazlo importante, y luego traiciónalo y déjalo caer en desgracia, y estaremos en presencia del drama. Por supuesto, eso no sucede en los cuentos de Rosa. Eso fue escrito hace 2,500 años, y ni siquiera exactamente así. Desde el principio, quizás porque estamos prejuiciados por la contraportada, sabemos que sus personajes no van a ser grandes, ni importantes, ni simpáticos. Sus personajes, algunos comunes y corrientes como sucede en los cuentos “A Los Delincuentes Hay que Matarlos” o “Falso Suicidio”, algunos metafóricos como en “La Viuda Negra” o “Hiedra Venenosa”, no son de ninguna manera simpáticos ni épicos. Niñas incestuosas o lesbianas crueles o confundidas pasan por sus páginas, y sin embargo, como dije antes, no podemos comparar a Rosa con escritores cuyas historias son absolutamente terribles, autores que tienen una literatura que podríamos definir como gótica, de literatura del horror, o simplemente gore, que es un término que se utiliza mucho en el cine en el día de hoy, y que significa más o menos “sangriento”, pero excesivamente sangriento.
Aunque en este libro algunas historias cuentan cosas verdaderamente oscuras, las separa de esa crueldad el manejo del lenguaje, y la idealización de los personajes de la que hablé anteriormente, que nos mantiene lejanos a nosotros los lectores de historias que reconocemos de inmediato no como realidad, sino como literatura. Incluso los finales de los cuentos tienen un fin literario, que no tiene que ver con la realidad. Sirven a la historia que ella cuenta como literatura, no los reconocemos como verdad. En uno de los cuentos, cuyo título hemos repetido varias veces: “Hiedra Venenosa”, ese personaje es el principal, a pesar de que no es el que cuenta la historia y nunca habla; tiene, por supuesto, un nombre falso, estereotipado, y representa un tipo de mujer deseable, lasciva, inalcanzable no solamente para la narradora de la historia que está escrita en primera persona, sino también para los lectores, y el cuento es, además de historia, la descripción de un personaje, una especie de femme fatale que incita al pecado a la protagonista. Digo al pecado, claro, pero todos sabemos ya que el pecado no existe. Todos somos pecadores. El mundo está lleno de pecadores. Lo dicen Los Vedas, La Biblia, y lo repiten Batman y Madonna, que son personajes de ficción. Tómame como una virgen, canta Madonna, pero eso significa que ella ya no es virgen. “La mano que me toca en la noche es lisa, delgada y pequeña”, escribe Rosa en La Mano que Me Toca en la Noche, y continúa: “Resbala por la estirada curvatura de mis piernas cuando estoy dormida. Trepa por mis muslos y poco a poco se acerca al capullo que alberga todas mis ganas. Al centro de mí misma. Al centro de todas las cosas”. La Señora Mo es una pecadora, el Señor Mo, su amante, todos los personajes del libro son pecadores. Sus hombres y sus mujeres son infieles, mentirosos, cínicos, egoístas, desleales, engañosos, nunca se muestran como realmente son, lo que presupone la sorpresa de los finales. No sabemos con qué nos va a salir un antihéroe de estos. Su individualismo extremo parece no solamente hacerles bien a ellos, sino que les hace mal a los demás. Lo que importa siempre son los sentimientos personales, íntimos, míos, independientemente del daño o la opresión que se ejerce sobre los demás, los que para su desgracia se encuentran alrededor de los protagonistas. Unete siempre a los filisteos, escribe Augusto Monterroso, claro, porque los filisteos siempre ganan. Si el coronel Aureliano Buendía se hubiera  unido a los filisteos, hubiese ganado su revolución. Si Encarnación Mendoza se hubiese unido a los filisteos, no lo hubiera denunciado su propio hijo. Y debemos resaltar que la mayoría de los personajes de los 13 cuentos son mujeres. Hay cuentos en los que solamente participan mujeres, y los hombres son solamente sombras, recuerdos, obsesiones o fantasmas. Como los personajes son predominantemente femeninos, los sentimientos y las emociones son también predominantemente femeninos. Algunos personajes dan la impresión de querer vivir en un mundo en el que no sea necesaria ninguna presencia masculina. En uno de los cuentos, un personaje asesina a su hija por un hombre, en otro, una mujer casada se enamora de otra mujer, prescindiendo por completo de su esposo en el único elemento que le faltaba: el amor, el deseo o el sexo. Incluso hay un personaje masculino que se transforma en una mujer. El mundo es radicalmente femenino, aún cuando los protagonistas sean hombres. Debemos recordar que hablamos de literatura, no de realidad. Las historias tienden a la venganza o a la muerte. O por lo menos a la insatisfacción y a la rebeldía. La forma de contar de Rosa tiende a lo visual, a lo plástico, a lo cinematográfico. Los cuentos prácticamente no contienen  ninguna referencia literaria o intelectual. Más allá de tantas emociones contradictorias y erráticas, los personajes se nos muestran como lo que son: seres humanos, perfectamente capaces, como todos nosotros, de hacer todo lo que se lee en estos cuentos.
     Pero, por suerte para nosotros, hay lugar para la poesía. Debía ser así, puesto que Rosa Silverio es poeta. Está “Hasta Siempre, Brasil”, la historia de un amor sereno que permanece en el recuerdo y el tiempo, más allá de la separación de la pareja, un oasis de quietud y de pureza en medio de la violencia y el dolor de las demás historias. Y está “La Canción Rota”, escrito con una tristeza poética. En ese cuento aparece la Yaya. La Yaya murió en La Canción Rota, pero me hubiese gustado que fuese salvada. Esto es una indiscreción, pero tenía que mencionarlo. Yo la hubiese salvado: hubiese metido mis manos en la tina y la hubiese recuperado. Le hubiese dado respiración boca a boca. La Yaya no tenía culpa de nada. Por supuesto, la salva el lenguaje: esto es literatura, esta no es la realidad. Otra Yaya aparecerá en otro de los cuentos de Rosa, quizás la misma Yaya. La salva la imaginación.
     Este volumen con número cabalístico merece ser leído con calma y respeto, así que recomiendo encarecidamente la lectura de estos cuentos, casi todos oscuros, otros no tan oscuros, que forman parte de “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, de Rosa Silverio.

El Libro de los Ultimos Días

Por Arlyn Desire Abreu

En esta oportunidad quiero compartir unas palabras sobre el último título publicado por el escritor santiagués Máximo Vega.
     El Libro de los Ultimos Días es un compendio de ensayos y artículos donde el autor comparte sobre diversos tópicos. Está subdividido en dos grandes temas que el artista ha nombrado los amores clandestinos y las costumbres estériles. Como el creador indica en las  páginas introductorias del libro: pretende celebra el lenguaje y la imaginación.
     En las líneas de "El Libro de los Ultimos Días" nos encontramos con la sinceridad de un artista que busca compartir sus ideas. Sin embargo, aclara que su fin es criticarlo todo.
     Las páginas de "los últimos días" nos sumergen en lo más hondo del autor, pues existe un acercamiento en algunos textos que hiciera de su voz la de cada persona, pero no porque se esté de acuerdo necesariamente con lo que escribe, sino por la sinceridad y sencillez en la utilización del lenguaje. Pero esta sencillez no hace de la obra simples  palabras, sino que la convierte en un canal de empatía con lo humano. Máximo hace de sus páginas un libro profundo que navega en las preocupaciones más sencillas, pero a la vez más trascendentales del ser humano.
     Vega nos presenta el arte como un vehículo de salvación a la locura. La imaginación como fuente de felicidad.
     Un autor que con sus palabras trata temas tan controversiales como la identidad de un pueblo. Que nos habla de Dios y presenta su cosmovisión de las palabras, de la vida. Sus reflexiones sobre la existencia siempre salen a relucir  como el humano en medio de la creación misma: eso encontramos en el Libro de los Ultimos Días: un diálogo franco, no para enjuiciar, sino para disfrutar, como todo arte, revivir algunas lecturas, algunos personajes y sobre todo renovar sentimientos.

(tomado de la revista Mythos)

JUAN PABLO DUARTE


Juan Pablo Duarte nació el 26 de enero de 1813. Lo que significa que en la fecha de la independencia de la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844, tenía sólo 31 años. Y que era más joven al fundar, en 1838, la sociedad secreta La Trinitaria, y mucho más joven al planear la liberación de la patria. En las pinturas, en las litografías, en las reproducciones de su figura, vemos a un hombre maduro, casi anciano. Como debería ser un Padre, pero no se corresponde de ninguna manera con el joven enérgico que liberó nuestra nación.
Duarte era, en esencia, un santo, en el sentido cristiano de la palabra. Su figura idealista solamente puede ser comparada con la de José Martí. Pero Martí fue un gran escritor y amaba a toda la humanidad, mientras que Duarte fue un hombre de una sola idea, su pensamiento es monótono. Sólo le interesaba una cosa: la patria. Cuando manos oscuras se apoderaron de la independencia, y el patricio fue exiliado, empezó a morir lentamente. La muerte de Martí fue rápida e ilógica, heroica e inútil; como a Moisés, que es una figura histórica y un símbolo, a Duarte no le fue dado el presenciar la tierra prometida. Desde Venezuela, nuestro arquitecto agonizaba al saber en lo que se convertía poco a poco su legado.
Duarte fue vencido por la guerra y los generales, por los pragmáticos y los traidores. Se apoderaron de inmediato de la República, ni siquiera intentaron construir un remedo del ideal del arquitecto. La abstracción duartiana de una patria libre, justa, protectora y ordenada es sólo un ideal, por supuesto, que se dice fácil, que se ha convertido incluso en un cliché político. Pero todo intento redentor, revolucionario o democrático, de alcanzar esa perfección, ha fracasado. La derrota de Luperón por Lilís, Trujillo y sus 30 años de dictadura, Bosch y el golpe de estado, la revolución del 65, la invasión norteamericana y el posterior ascenso al poder de Joaquín Balaguer, Salvador Jorge Blanco que nunca entendió que le correspondía realizar el tránsito definitivo del país al orden y la modernidad. La patria posible prefigurada por el patricio ha fracasado. Juan Pablo Duarte, discreto y humilde, alejado, debido a su personalidad, de los egos desmedidos del poder, no pudo convencer a su pueblo de que lo necesitaba a él.
Pero es que el pueblo no quiere a alguien así. Bosch no convenció a nadie de su necesidad luego del golpe de estado, ni siquiera José Francisco Peña Gómez, quien no dejó un pensamiento, aunque sí, por lo menos, una vida decorosa y una praxis limpia. Vencieron los corruptos y los pragmáticos, los mesías y los tígueres, los vivos y los risueños millonarios. ¿Qué hubiese pasado si Bosch completa sus cuatro años, si no hubiese habido revolución del 65, 12 años de Joaquín Balaguer, gobiernos corruptos y presidentes suicidados? Para la historia, por supuesto, pensar de esa manera es un sacrilegio. Pero a mí qué me importa. El tollo que aún existe en la República Dominicana solamente significa que Duarte fracasó, en el sentido de que su ideal de orden y de humanismo (de armonía, de legalidad, de principios opuestos al caos, a la corrupción y al clientelismo) es, quizás, impracticable. No somos herederos de Duarte, ni de Bosch, ni siquiera de Peña Gómez. Somos herederos de la otra cara del poder, de Santana, de Báez y de Lilís. Todas nuestras autopistas, todos nuestros aeropuertos, todas nuestras calles y nuestras monedas tendrán un solo nombre: Joaquín Balaguer. Quizás algún día, por parecidos motivos políticos, algunas avenidas sean nombradas como Salvador Jorge Blanco o Hipólito Mejía. Parecen decirnos: ningún pensamiento que signifique guiar a la nación por un camino esperanzador es posible ya, porque ningún rumbo es posible ni practicable, salvo el económico. El país es una gran empresa, en la cual todas nuestras intenciones son económicas, o políticas, lo cual es más o menos lo mismo. No hay nada más triste que el no saber hacia dónde se va. Pero aún la esperanza es posible: cuando lo que quiere el pueblo se corresponda con lo que quieren los gobernantes, habremos alcanzado un proyecto de nación.
¿Qué hubiese pasado si Duarte hubiese sido presidente de la República? Tal vez hubiera hecho el peor gobierno de toda la historia del país, pero yo, un pobre escritor, un pobre dominicano (o un dominicano pobre), hubiese aceptado su presidencia con una gran alegría. La hubiese defendido con uñas y dientes, 163 años después. Pero claro, vivo siempre como en medio de un sueño. Soy un idealista, no un pragmático, y los ideales insensatos han muerto. Juan Pablo Duarte, la independencia nacional de 1844, no son más que la representación de aquello que pudimos ser, pero que jamás seremos.

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