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Adiós, Danilo de los Santos


Danilo de los Santos nació en Puerto Plata, República Dominicana, en el año 1943. Pero toda su vida adulta transcurrió en Santiago de los Caballeros, graduándose con una Licenciatura en Educación en la Universidad Católica Madre y Maestra, que en ese tiempo no era Pontificia; luego haciendo una maestría en Historia y otra en Pedagogía en la Universidad de Puerto Rico, pero también tomando doctorados o talleres sobre Historia del Arte en diferentes países de Latinoamérica y de Europa. Fue editor de la revista “Eme-Eme, Estudios Dominicanos”, de la P.U.C.M.M., y dirigió el Departamento de Publicaciones de la Universidad. Recuerdo que, cuando estudié en la PUCMM, tomé algunas clases de Historia con él, que sustituyó por algunos días y en algunos exámenes a la profesora de Historia Petrushka Smester. Pero yo era muy joven y no sabía aún quién era, ni lo conocía personalmente, a excepción de ese encuentro fortuito como mi profesor pasajero.
            Cuando empecé a visitar las instituciones culturales porque entendí que me gustaba la literatura, sobre todo cuando visitaba Casa de Arte, institución de la que él fue presidente y miembro, nos conocimos en realidad. Dos profesores de la PUCMM marcaron mi generación literaria y artística en la ciudad de Santiago, una generación que, lamentablemente, se encuentra casi toda fuera del país: Danilo de los Santos y Carlos Fernández Rocha. Recuerdo que iba casi una vez a la semana al cubículo de Carlos en las tutorías de la universidad, que estaba rodeado de libros y revistas literarias, a pesar de que él nunca fue mi profesor. Aprovechaba que estaba en el campus, así que lo visitaba para poder hablar de literatura. Me entregaba un libro o una revista, y me recomendaba que lo leyera y luego lo devolviera. Me preguntaba si había pensado en escribir sobre temas eróticos, porque los escritores dominicanos, en sentido general, eran ajenos a esa clase de temas. Lo mismo sucedía con Danilo de los Santos, aunque fui más cercano a Danilo que a Carlos. En su estudio, a unos pasos de la Iglesia La Altagracia y el Parque Colón, también rodeado de libros, de pinturas, de documentos históricos y de catálogos de exposiciones de artes plásticas, una vez nos quedamos hablando hasta las tres de la mañana, de literatura, de la ciudad de Santiago, de arte y de cuestiones banales. Ese día comprendí que nos habíamos hecho amigos, muy amigos.

            Danilo creó un personaje pictórico racialmente dominicano y plásticamente santiaguero. Lo creó de forma consciente, y le puso el nombre de “Marola”. Una Marola es una mulata dominicana, negra, voluptuosa aunque otras veces muy delgada, sin cara y con unos babonucos coloridos o florecidos en la cabeza. También creó un pseudónimo: firmaba las marolas como “Danicel”. Pero no permaneció fiel toda la vida a estas marolas, sino que quiso pintar y esculpir sobre muchas cosas que le interesaban como artista: la abstracción, la sexualidad, las figuras fálicas, las imágenes de seres primitivos que eran sólo símbolos, flechas, círculos, líneas que parecían pictografías taínas. Cambió el color y la negritud de las marolas por los materiales terrosos, por los colores neutros, porque, como nos confesó en una entrevista para un programa de televisión, que le hicimos Abersio Núñez y yo, en una sección cultural que coordinábamos que se llamaba “En Un Instante”, en el programa “Santiago en la Noche”, si bien recuerdo, producido por Anthony Marte, a él no le interesaba si los materiales que utilizaba para sus pinturas eran nobles o no, sino que le interesaba la pintura en sí misma. En esa entrevista, también nos confesó que no quería que lo recordaran como a un crítico, un historiador del arte o historiador a secas, sino que él era un artista.
            Danilo escribió un libro de Historia que es libro de texto en la PUCMM, también libros sobre artistas dominicanos, y escribió por sí solo una obra de características enciclopédicas que ya es una obra mayor de la cultura de nuestro país: “La Pintura en la Sociedad Dominicana”, patrocinada, en su segunda edición, sumamente ampliada y corregida, por la familia León Jimenes. Ese libro es una proeza de la investigación, no solamente artística sino sobre temas dominicanos y caribeños en sentido general. Escribió incluso una autobiografía, y un libro de poemas que puso a circular poco antes de morir. Durante los años ochenta del siglo XX, hizo también una antología de escritores dominicanos junto a Carlos Fernández Rocha para una editorial española, y me regaló el ejemplar que tenía en su estudio, alegando que poseía “demasiados libros”, y que el interés que tenía la editorial, que al principio era continuar publicando obras de autores dominicanos, se había quedado en ese libro no por desidia de ellos, es decir de la editorial, sino porque al parecer no le interesó a la República Dominicana. Juntos, hicimos un trabajo videográfico para el Centro León sobre el pintor Federico Izquierdo, con el trabajo técnico mío, pero con investigación y voz en off de Danilo, que todavía tengo en mi poder.
            Apegado a Santiago de los Caballeros sin que ninguno de nosotros pudiese entender por qué, puesto que era uno de los intelectuales más importantes del país; tranquilo; buen amigo y buen consejero; es como si pudiésemos verlo todavía caminando todos los días desde su casa en el Mejoramiento Social, en la entrada de El Ejido, hacia el centro de la ciudad, hasta las bibliotecas Amantes de la Luz o Alianza Cibaeña si estaba haciendo alguna investigación, o hacia su estudio de la calle General Cabrera, muy cerca del Parque Colón. No le gustaba hablar de arte o de literatura con los amigos. Hablaba sobre lo más cotidiano del mundo, y los jóvenes le agradecían eso; es decir, no pretendía abrumar a nadie. Pero es duro aceptar que los amigos se van, se marchan. Casi toda mi generación artística santiaguera está fuera del país porque no hay nada para ellos aquí; aquellos que se quedan desaparecen a destiempo. Uno se va quedando solo. Adiós, Danilo. El tiempo pasa, la vida es larga, aunque a veces se piensa lo contrario. Puedo recordarte como querías que te recordaran: como un artista, obsesionado con las artes plásticas, la literatura, la cultura, un terreno tan ingrato en países como éste. Mi generación, en España, en los Estados Unidos, Canadá, París, Holanda, Eslovaquia o México, te recuerda con toda la admiración y todo el cariño.

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