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Máximo Vega por Manuel Salvador Gautier

16 de agosto de 2014


            Máximo Vega es narrador desde muy temprana edad. Nació en 1966 y ya para 1984,  a los 18 años, tenía escritos varios cuentos y una primera novela. Los cuentos no sobrevivieron; la novela, sí. Hablo de Juguete de Madera, corta, que, con cuatro ediciones, se ha convertido quizás en la obra literaria más conocida del mundo literario del Cibao. Aunque también tiene adeptos en la Capital. Yo recuerdo haber oído de esta obra en los 90, cuando estudiaba toda la narrativa que se producía en el país. En los trabajos que he leído sobre Máximo Vega, no se habla de que tenga ningún otro interés que no sea la literatura. Estamos, entonces, frente a un autor convencido de su vocación, que se ha dedicado a trabajar una obra literaria que poco a poco ha tomado cuerpo, convirtiéndose en una de las más representativas del país, aunque los santiagueros y el mismo Vega insistan en decir que sólo es reconocida en el Cibao.
            Sobre Máximo Vega, la escritora también santiaguera Rosa Silverio, en la introducción a una entrevista que le hace a nuestro autor sobre Juguete de Madera, novela publicada en 1996, nos dice: “A través de su literatura nos remite a un universo en donde predomina lo oscuro, la derrota, la infamia y el abismo. Una literatura en donde se nos muestran las cicatrices del alma humana y sus más viles o secretas aficiones, en donde los sueños se vuelven una causa perdida y en donde apenas queda un resquicio para la luz. Esa literatura honda, cruda y pesimista que muchas veces se contrapone a cualquier esperanza, logra remover los cimientos del lector y lo lleva a cuestionarse sobre la realidad que le rodea y sobre su propia naturaleza”.
 Es una percepción que comparte el reconocido escritor José Alcántara Almánzar, en la presentación del último libro de Vega, publicado por el Banco Central en el 2014, titulado Era Lunes Ayer, donde nos dice: “Los textos de Vega pueden interpretarse como transgresiones a la moral establecida, un frontal ataque a la doble moral que nos ahoga. Son intentos de penetrar en la sordidez y la desesperanza de unas vidas sin alicientes ni destino. Pero más allá del efecto perturbador de una escena o una frase implacable, lo que impresiona es la crudeza para contar los aspectos más venenosos de las relaciones entre hombres y mujeres. Algunos son cuentos desgarradores y crueles sobre una violación, un infanticidio, un incesto en primer grado, en todos late algo macabro que nos estremece”.
  Es obvio que, en esta obra literaria, escrita en un período de treinta años, desde 1984 a 2014, Vega se mantiene fiel al tema que lo enardece: la denuncia de los abusos que cometen los hombres y las mujeres entre sí, y lo hace de manera descarnada, sin contemplaciones.
  El libro Era Lunes Ayer, se inicia con dos obras maestras de la cuentística dominicana, los cuentos titulados “La Victoria” y “Hansel y Gretel”, que ya habían sido publicados en otros de sus libros (puesto que esta obra es una recopilación de sus cuentos editados). En estas dos obras, la caracterización que hace de sus personajes es pormenorizada e impactante.
La Victoria” es un monólogo de pocos párrafos largos; manejado con un lenguaje sencillo
donde campean las palabras del mundo del boxeo, ya que el protagonista es un boxeador. Trata sobre las promesas que no pueden cumplirse, y es extraordinaria la manera en que Vega maneja el tema, con gran destreza y sutileza. El final toma desprevenido al lector. Es el momento en que aparece uno de esos “resquicios para la luz” que señala Rosa Silverio: Vega nos guía hacia la compasión. Compasión por estos seres vencidos, que no pudieron cumplir sus promesas ni alcanzar sus sueños, y que, sin embargo, encontraron una salida satisfactoria, aunque inconsecuente, a sus vidas.
“Hansel y Gretel” es una interiorización de una mujer ordinaria, ejecutiva arribista, que trabaja en una oficina del Gobierno y aspira a seguir ascendiendo hasta sustituir a su jefa. Vega, también con gran destreza, nos inunda de detalles sobre la vida de esta mujer: cómo se viste, lo bien que cocina, cómo desprecia a los que no considera de su clase, cómo se hace acompañar de una amiga de mayor categoría para igualarse a ella. Hasta el final, no se entiende por qué el autor llama su cuento igual a la famosa historia de los hermanos Grimm que nos leyeron de niños para espantarnos y hacer que nos portáramos bien. Este cuento de Vega, sin embargo, es mordaz, muy cruel, sin la ternura del de los Grimm, donde los niños son los protagonistas y logran un final feliz. “Hansel y Gretel” de Vega ha tenido gran éxito internacional: fue incluido en un texto para estudiantes universitarios en México.
Además de las obras ya señaladas, Máximo Vega tiene las novelas “Ana y los Demás” (2001) y “El Mar” (2008), y los libros de cuentos “La Ciudad Perdida” (2004), “El Final del Sueño” (2005) y “Cuentos para Niños y otras Historias Terribles” (2006). Ha editado las antologías de cuentos “Para Matar la Soledad” (2002), del Taller de Narradores de Santiago, “El Cuento Contemporáneo de Santiago” (2005), y el libro de ensayos “El Libro de los Últimos Días” (2011). Ha sido premiado en varios de los concursos nacionales en los renglones de cuento y de ensayo, y ha sido antologado nacional e internacionalmente. En el año 2002, ganamos el Concurso de Ensayo con motivo del Bicentenario del Nacimiento de Víctor Hugo, Vega con el trabajo “Víctor Hugo en la Historia”, sobre la vida del escritor, y yo con el trabajo “La fatalidad no está en un campanario de París”, sobre su narrativa, analizando la novela El Jorobado de Nuestra Señora de París.
            Uno de los grandes méritos de Vega como difusor de la cultura es haber liderado el Taller de Narradores de Santiago, fundado hará unos quince años. En la actualidad es su coordinador. Desde esta actividad, ha estimulado la creatividad de nuevos escritores y ha difundido la obra literaria cibaeña.




A LOS DELINCUENTES HAY QUE MATARLOS


     El libro “A los Delincuentes Hay que Matarlos” tiene un título engañoso. Quien se encuentre con el libro y vea la fotografía de la portada pensará que estamos ante un volumen de serie negra, quizás de tema detectivesco repleto de policías y ladrones, con tramas misteriosas y sangrientas. Pero no es así. El título viene dado por un cuento, que es a la vez el más dominicano en cuanto a las situaciones y al lenguaje del volumen, pero al mismo tiempo el menos representativo. Es como si ese cuento, y “Falso Suicidio”, que comparte peculiaridades con “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, formaran parte de otro libro. Puesto que “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, el libro, no el cuento, nos trae 13 historias amargas acerca de una serie de personajes que, aunque parecen oscuros y terribles, con una lectura más cuidadosa nos daremos cuenta de que se encuentran idealizados por la autora. Son casi estereotipos, metáforas, representaciones de muchos personajes, incluyendo algunos de películas de Hollywood. Nos enteramos desde el principio, al leer el índice, cuando encontramos protagonistas con nombres como La Viuda Negra, Hiedra Venenosa, La Señora Mo, y otros antihéroes que crean sus propios espacios imaginarios, fácilmente identificables como irreales, es decir que sus vidas no las reconocemos como verdaderas. La Viuda Negra es un estereotipo, así como Hiedra Venenosa, así como La Señora Mo -con la S de señora en  mayúsculas como si  formara  parte del nombre-, como también la amante del cuento Mi Amante, o la adolescente de La Mano Que Me Toca en la Noche, etc. Esa irrealidad aleja a Rosa Silverio de cierta literatura que se genera en este tiempo, y que al parecer empieza a ser muy popular entre los escritores jóvenes dominicanos, basada en la excesiva desnudez del lenguaje, la crudeza excesiva de las situaciones, las descripciones sexuales directas, aunque de ninguna manera estoy juzgando esta tendencia de cierta clase de literatura nueva de nuestro país, sólo poniendo de manifiesto sus características.
     Pero bueno, continuando con Rosa, mi amiga Rosa, que se fue para España y vuelve a la República Dominicana y a Santiago sólo de vez en cuando y se deja ver poco, exceptuando esta vez, por supuesto, sus 13 cuentos nos hablan, como se dice en la contraportada, sobre el amor, la sexualidad, el deseo, la muerte. En la época en que vivimos, amor, sexualidad y deseo son casi sinónimos; en los cuentos aparece poco su realización, el placer, aunque luego viene la muerte, como un castigo. Especulo que la unen a ella como autora con su país, la República Dominicana, lugar en el que transcurren la mayoría de los cuentos, por lo menos aquellos en los cuales la ciudad o el país es reconocible. Dominicanas son sus palabras, su idioma es dominicano. Hay cuentos que ya conocíamos, como “Mi Amante”, que apareció en la antología del Taller de Narradores de Santiago; en una antología sobre los narradores contemporáneos de la ciudad que realicé con motivo de la última Feria Regional del Libro de Santiago, y que además se encuentra en una antología de literatura gay que compiló la desaparecida escritora Mélida García. Pero casi todos los cuentos son nuevos para nosotros. Por lo tanto nos muestran una faceta de Rosa Silverio como escritora que empezamos a conocer.
     Dijo Aristóteles más o menos en su poética: toma a un personaje, hazlo simpático, rodéalo de grandes atributos, hazlo importante, y luego traiciónalo y déjalo caer en desgracia, y estaremos en presencia del drama. Por supuesto, eso no sucede en los cuentos de Rosa. Eso fue escrito hace 2,500 años, y ni siquiera exactamente así. Desde el principio, quizás porque estamos prejuiciados por la contraportada, sabemos que sus personajes no van a ser grandes, ni importantes, ni simpáticos. Sus personajes, algunos comunes y corrientes como sucede en los cuentos “A Los Delincuentes Hay que Matarlos” o “Falso Suicidio”, algunos metafóricos como en “La Viuda Negra” o “Hiedra Venenosa”, no son de ninguna manera simpáticos ni épicos. Niñas incestuosas o lesbianas crueles o confundidas pasan por sus páginas, y sin embargo, como dije antes, no podemos comparar a Rosa con escritores cuyas historias son absolutamente terribles, autores que tienen una literatura que podríamos definir como gótica, de literatura del horror, o simplemente gore, que es un término que se utiliza mucho en el cine en el día de hoy, y que significa más o menos “sangriento”, pero excesivamente sangriento.
Aunque en este libro algunas historias cuentan cosas verdaderamente oscuras, las separa de esa crueldad el manejo del lenguaje, y la idealización de los personajes de la que hablé anteriormente, que nos mantiene lejanos a nosotros los lectores de historias que reconocemos de inmediato no como realidad, sino como literatura. Incluso los finales de los cuentos tienen un fin literario, que no tiene que ver con la realidad. Sirven a la historia que ella cuenta como literatura, no los reconocemos como verdad. En uno de los cuentos, cuyo título hemos repetido varias veces: “Hiedra Venenosa”, ese personaje es el principal, a pesar de que no es el que cuenta la historia y nunca habla; tiene, por supuesto, un nombre falso, estereotipado, y representa un tipo de mujer deseable, lasciva, inalcanzable no solamente para la narradora de la historia que está escrita en primera persona, sino también para los lectores, y el cuento es, además de historia, la descripción de un personaje, una especie de femme fatale que incita al pecado a la protagonista. Digo al pecado, claro, pero todos sabemos ya que el pecado no existe. Todos somos pecadores. El mundo está lleno de pecadores. Lo dicen Los Vedas, La Biblia, y lo repiten Batman y Madonna, que son personajes de ficción. Tómame como una virgen, canta Madonna, pero eso significa que ella ya no es virgen. “La mano que me toca en la noche es lisa, delgada y pequeña”, escribe Rosa en La Mano que Me Toca en la Noche, y continúa: “Resbala por la estirada curvatura de mis piernas cuando estoy dormida. Trepa por mis muslos y poco a poco se acerca al capullo que alberga todas mis ganas. Al centro de mí misma. Al centro de todas las cosas”. La Señora Mo es una pecadora, el Señor Mo, su amante, todos los personajes del libro son pecadores. Sus hombres y sus mujeres son infieles, mentirosos, cínicos, egoístas, desleales, engañosos, nunca se muestran como realmente son, lo que presupone la sorpresa de los finales. No sabemos con qué nos va a salir un antihéroe de estos. Su individualismo extremo parece no solamente hacerles bien a ellos, sino que les hace mal a los demás. Lo que importa siempre son los sentimientos personales, íntimos, míos, independientemente del daño o la opresión que se ejerce sobre los demás, los que para su desgracia se encuentran alrededor de los protagonistas. Unete siempre a los filisteos, escribe Augusto Monterroso, claro, porque los filisteos siempre ganan. Si el coronel Aureliano Buendía se hubiera  unido a los filisteos, hubiese ganado su revolución. Si Encarnación Mendoza se hubiese unido a los filisteos, no lo hubiera denunciado su propio hijo. Y debemos resaltar que la mayoría de los personajes de los 13 cuentos son mujeres. Hay cuentos en los que solamente participan mujeres, y los hombres son solamente sombras, recuerdos, obsesiones o fantasmas. Como los personajes son predominantemente femeninos, los sentimientos y las emociones son también predominantemente femeninos. Algunos personajes dan la impresión de querer vivir en un mundo en el que no sea necesaria ninguna presencia masculina. En uno de los cuentos, un personaje asesina a su hija por un hombre, en otro, una mujer casada se enamora de otra mujer, prescindiendo por completo de su esposo en el único elemento que le faltaba: el amor, el deseo o el sexo. Incluso hay un personaje masculino que se transforma en una mujer. El mundo es radicalmente femenino, aún cuando los protagonistas sean hombres. Debemos recordar que hablamos de literatura, no de realidad. Las historias tienden a la venganza o a la muerte. O por lo menos a la insatisfacción y a la rebeldía. La forma de contar de Rosa tiende a lo visual, a lo plástico, a lo cinematográfico. Los cuentos prácticamente no contienen  ninguna referencia literaria o intelectual. Más allá de tantas emociones contradictorias y erráticas, los personajes se nos muestran como lo que son: seres humanos, perfectamente capaces, como todos nosotros, de hacer todo lo que se lee en estos cuentos.
     Pero, por suerte para nosotros, hay lugar para la poesía. Debía ser así, puesto que Rosa Silverio es poeta. Está “Hasta Siempre, Brasil”, la historia de un amor sereno que permanece en el recuerdo y el tiempo, más allá de la separación de la pareja, un oasis de quietud y de pureza en medio de la violencia y el dolor de las demás historias. Y está “La Canción Rota”, escrito con una tristeza poética. En ese cuento aparece la Yaya. La Yaya murió en La Canción Rota, pero me hubiese gustado que fuese salvada. Esto es una indiscreción, pero tenía que mencionarlo. Yo la hubiese salvado: hubiese metido mis manos en la tina y la hubiese recuperado. Le hubiese dado respiración boca a boca. La Yaya no tenía culpa de nada. Por supuesto, la salva el lenguaje: esto es literatura, esta no es la realidad. Otra Yaya aparecerá en otro de los cuentos de Rosa, quizás la misma Yaya. La salva la imaginación.
     Este volumen con número cabalístico merece ser leído con calma y respeto, así que recomiendo encarecidamente la lectura de estos cuentos, casi todos oscuros, otros no tan oscuros, que forman parte de “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, de Rosa Silverio.

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