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El discurso del señor Putín:

Escuchando el reciente discurso de anexión de las regiones ucranianas a Rusia por parte de Vladimir Putin, podemos llegar a algunas conclusiones:

-El señor Putin no es un presidente de izquierda, a pesar de sus alianzas con China o con los presidentes autoritarios de la izquierda latinoamericana. Es un presidente ultraderechista, ideológicamente reaccionario, ortodoxo en religión. No es marxista ni progresista.
-Se encuentra más cercano a la italiana posfacista Giorgia Meloni, al partido Vox español, o a la extrema derecha francesa de Marie Le Pen.
-Ahora sabemos que su guerra es más bien una especie de limpieza moral contra los gays, una lucha en contra de una sociedad "satánica", según sus propias palabras, y a él y a su país, Rusia, le ha correspondido encontrarse a la vanguardia de esta cruzada, empezando con su invasión a Ucrania.
-Una persona así es capaz de cualquier cosa. Si se siente acorralado, como está sucediendo en estos momentos, puesto que está perdiendo la guerra, es capaz de cualquier cosa. Y los líderes mundiales, los verdaderos dueños del mundo, han sido culpables de no detenerlo antes, cuando daba muestras de que, precisamente, era capaz de cualquier cosa.
-Todavía hay gente que defiende al señor Putin: por razones ideológicas, porque de verdad piensan que él es el representante de un nuevo orden multipolar. Esta no es la multipolaridad que queremos. De esa forma, nunca.

Existe una posibilidad real de una guerra entre Rusia (puesto que no creemos que China la siga en su locura) y las potencias occidentales. Nosotros, que habitamos un país pequeñito que no pertenece a ninguna facción ideológica, Occidental u Oriental (es decir, ni siquiera geográfica), solamente podemos opinar y ser testigos de los desvaríos de un cruzado del siglo XXI que menciona a los gays (tal vez más adelante hablará de los migrantes, de los derechos de las mujeres, de la superioridad genética rusa sobre las demás etnias), que apela a la religión, al imperialismo y a las armas nucleares para imponer lo que piensa. Ya estábamos cansados de eso, teniendo en cuenta que muchas veces provenía del otro lado, es decir, de Occidente.

Pero es un presidente autoritario que está perdiendo una guerra que él mismo empezó. El señor Putin no es un loco, es el presidente equivocado de un gran país que posee armas nucleares. Y eso lo convierte en alguien sumamente peligroso para el resto del mundo.



Rusia, Ucrania, libertad de expresión:

        Se preguntaba Carlos Fuentes, durante la invasión a Irak, hasta qué momento los Estados Unidos permitiría una total libertad de expresión, al mismo tiempo que perdía hegemonía mundial y sus adversarios –o por lo menos aquellos a los cuales EE. UU. considera “adversarios”- empezaban a usar los mismos trucos mediáticos occidentales para manipular a los ciudadanos. Me parece que ese tiempo ha llegado y que somos testigos, con inmensa tristeza, del arribo de ese momento crucial para la libertad de expresión.

    Si nos atenemos a las informaciones de los medios de comunicación, Occidente ya no es un espacio geográfico, sino político, económico y militar. A Occidente pertenecen los Estados Unidos, Canadá y Europa (y quizás incluso Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur). Latinoamérica no pertenece a Occidente, de acuerdo con las noticias que nos llegan de los canales norteamericanos y europeos, así como México no pertenece a Norteamérica. Rusia le responde a Occidente, Occidente interpela a Rusia: Estados Unidos y Europa le responden a Rusia, que ya tampoco pertenece a Europa. Oriente está compuesto por Rusia y China.

    Admirábamos en los Estados Unidos y sus aliados europeos la defensa a ultranza de la libertad de expresión. Es decir, sus valores, que debe compartir todo escritor, para quien la libertad de expresión es un bien inestimable. Sabíamos que canales noticiosos como Fox News y CNN sesgaban sus noticias y muchas veces transmitían mentiras. Lo reconocíamos sobre todo cuando se trataba de hechos que ocurrían en nuestros países y de los cuales habíamos sido testigos: esas dos emisoras televisivas se referían a esos hechos de acuerdo con un sesgo ideológico, otras veces económico y político. Sabíamos que nos decían mentiras, literalmente. Así como existen páginas ultraderechistas o ultraizquierdistas que se inventan los hechos de acuerdo con su conveniencia, sin ningún rubor. Pero admirábamos el hecho de que no se tratara de censurar ni siquiera esa clase de informaciones, por lo menos sospechosas, porque se pensaba que el ciudadano tenía el derecho de recibirlas sin censurarlas, aunque luego se tratara de demostrar que mentían. Admirábamos, pues, la libertad para decir las cosas, la tolerancia para aceptar las diferentes aristas en el terreno de lo mediático.

    Ha llegado el momento en que eso ha terminado. Es posible que a países como Rusia y China, en donde todo no se puede mencionar, esta nueva estrategia les haya tomado por sorpresa. Se han censurado las noticias provenientes del adversario, los canales informativos del adversario, la visión del otro. Quizás las mentiras del otro, mientras se aceptan y se difunden las mentiras de “occidente”. Una guerra terrible ha provocado esto en las redes sociales, donde no se pueden difundir todas las noticias ni todo se puede decir; donde se han censurado documentales como el de Oliver Stone –que es, claro está, un director de los Estados Unidos-; donde se han cerrado canales rusos y pro-rusos en Youtube. Ni siquiera nos referiremos a los medios de comunicación tradicionales, que tienen sus guiones escritos desde el principio. Y todo esto sucede, como nos advierte el filósofo Byun Chul-Han, que mencionó esto indirectamente mucho antes de que llegara la guerra, por supuesto, ante la complicidad de las compañías multinacionales que manejan estas redes, creyendo ellos mismos que están haciendo algo bueno, loable, puesto que esta invasión es terrible y deleznable. La invasión a Ucrania es terrible, pero también lo fue la de Afganistán e Irak, la guerra en Palestina, Siria, en Yemen, Somalia o Rwanda. Todas son terribles. Ha terminado la etapa de la libertad, y entramos peligrosamente en otra cosa que todavía no entendemos bien, pero que podríamos empezar a considerar como aquella en la cual los propios ciudadanos aprueban esta censura y esta visión estrecha y unilateral porque la visión del otro es “diabólica”, “perversa”, “malvada”. Los otros son unos locos que actúan porque sufren de alguna psicopatía, son enfermos mentales que han puesto al mundo en peligro y no merecen estar en las redes, en la televisión, en la radio, en ningún medio de comunicación occidental. Hay que prohibirlos y censurarlos, y se supone que eso está muy bien. Puesto que debemos entender cómo funciona lo mediático hoy en día: para los medios y el público, es mucho más interesante la bofetada del actor Will Smith a otro actor, Chris Rock, que los niños muertos en Ucrania. Que son deprimentes, no transmiten nada positivo, aunque sí mucha negatividad, mala vibra. Me parece que hay una película de Netflix que se refiere con sarcasmo a esta clase de público contemporáneo. Pocos minutos después, un grupo de actores aplaudieron de pie al agresor, porque se encendía un letrero de luces led que les ordenaba: Stand up ovation.

    En el cuento de Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, una civilización empezó a dibujar un mapa sobre todo su territorio, tratando de falsificar su geografía, que no les era agradable. Ese símbolo borgiano de la necesidad del ser humano de falsificar la realidad, de re-crear una realidad alternativa y edulcorada, pero falsa al fin y al cabo, es lo que sucede hoy día con la virtualidad, la desaparición de los objetos, la inmersión en una burbuja de la cual los propios ciudadanos no quieren salir, porque, y en eso sí estamos de acuerdo, ahí dentro somos más felices. Con esta premisa jugó en su momento la película “Matrix”. Pero debemos tener en cuenta también que esta visión sesgada de la realidad solamente se da en “occidente” (es decir, en algunos países europeos, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur…), aunque se quiera universalizar ese modo de vida que comparten esos países: el resto del mundo es posible que no comparta esta falsificación sistemática de la verdad a través del capitalismo y el neoliberalismo.




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