AGENTES LITERARIOS

Vacío de agentes literarios en AL. La dependencia del mercado español es una de las causas de que no se haya desarrollado esta figura en la región, dicen especialistas; 70% de las contrataciones que hacen las grandes editoriales en Iberoamérica se realizan a través de esta incipiente figura, que parece estigmatizada en nuestro continente

Un príncipe se pasea entre libros 2006-11-30
Sandra Licona y César Blanco
El Universal Jueves 30 de noviembre de 2006

GUADALAJARA. Jal.- El agente literario en América Latina no existe. Los números no dejan lugar a duda: mientras que en España trabajan 41 agencias literarias, en el continente americano, con excepción de Estados Unidos, no llegan a la mitad: siete en México, tres en Argentina, dos en Chile, dos en Costa Rica, en Brasil, Panamá, Perú y Cuba apenas una.
La cifra resulta más desalentadora cuando se contrasta con la siguiente estadística: 70% de las contrataciones que hacen las grandes editoriales en Iberoamérica se realizan a través de esta incipiente figura, que parece estigmatizada en nuestro continente.
Ese panorama fue el que se dibujó ayer durante el ciclo El Agente Literario en la Literatura Latinoamericana, en el que participaron agentes, abogados, escritores y editores de varias partes del mundo.
La colombiana Catalina Rey Quiñones -quien presentó los resultados preliminares de una investigación que inició el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en 2005- comenta que la relación entre el autor y el editor es cada vez más difícil debido a que las editoriales ya no constituyen un oficio artesanal, sino un negocio comercial ejercido por una empresa, y eso plantea obstáculos mayores para que la obra de un escritor alcance la luz pública.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Ray Güden-Mertin, de la Agencia Literaria del mismo nombre, señala que si no hiciera falta, el agente literario no existiría: "Muchos autores al hablar de contratos lo hacen con editores que son profesionales, en un ámbito muy complicado; se trata de contratos que tienen cuatro o cinco páginas con muchísimas cláusulas que si no conocen bien, no saben lo que están firmando.
"No estamos hablando sólo del anticipo, también de derechos secundarios, de cómo hay que cuidar el contrato, de cuáles son los derechos del autor y las obligaciones de éste y el editor. Hay muchos editores muy buenos, pero existen otros que se aprovechan de la ingenuidad del autor, y no porque sean malos, simplemente están defendiendo sus propios intereses". Para la agente alemana, es mejor que haya dos profesionales entendiéndose sobre la contratación, sin que necesariamente sean antagonistas: "La relación editor-escritor debería ser más neutra, menos emocional al hacer los contratos".
El escritor y editor de Artes de México, Alberto Ruy Sánchez, opina que es indispensable la figura del agente literario. "En nuestro continente no hay agencias porque el mercado editorial está dominado por España, tenemos una industria completamente dependiente y el agente está cada vez más en función del gran negocio editorial. No creo que haya agentes que se interesen por autores que no les dejen dinero".
La figura del agente literario nació en Inglaterra en 1875 y rápidamente llegó a Nueva York. Sin embargo, en Latinoamérica, específicamente en Argentina, se hizo presente hasta 1939. En la actualidad, la formación de este eslabón de la cadena editorial en nuestro continente es completamente autodidacta, salvo en Venezuela, donde existen programas académicos.
Durante el encuentro no todos vieron con buenos ojos la labor del agente. José Luis Caballero Leal, especialista en derechos de autor, expresó: "Mientras más intermediarios haya, menos beneficios recibe el autor". El letrado considera que el agente es un "mal necesario" producto de la "cerrazón de las editoriales", pero sobre todo de la "ignorancia de que los autores tienen de sus derechos". Para él, el agente "merma los ya reducidos ingresos del autor y, a la postre, sólo gana el editor".
Para el español Guillermo Schavelzon, agente literario de autores como Benedetti, Piglia y Auster, uno de los beneficios de contar con este servicio es obtener mayores ingresos y más lectores en distintos lugares del mundo, "desentendiéndose de aspectos legales, administrativos, contractuales y fiscales, que un escritor no está preparado para resolver: el autor lo que quiere y debe hacer es escribir".

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