Nine

La Ilíada ha permanecido 3000 años en la memoria de la gente como una de las obras literarias fundamentales de la historia de la humanidad. Pero para los guionistas y los productores de Hollywood eso no es suficiente. Para adaptar (de nuevo) el gran poema de Homero, se necesita cambiar la historia, adecuarla a la época y a la juventud, que es la que va mayormente al cine; hay que cambiarle el nombre (porque, a fin de cuentas, ¿qué es eso de La Ilíada, cuando todo sucede en el reino de Troya?); Aquiles debe ser Brad Pitt y este Aquiles-Pitt, contraviniendo uno de los símbolos del poema, no muere antes de traspasar el reino amurallado. Porque no debe morir, porque los protagonistas no pueden desaparecer tan rápido, porque son los héroes y la gente los quiere ver mucho tiempo en la pantalla.

En la Grecia Antigua, un grupo de 300 espartanos comandados por Leonidas detuvieron en el Paso de las Termópilas a todo un ejército invasor, dando sus vidas hasta que Esparta convocara su propio ejército. Un acto de sacrificio muy común entre guerreros, repetido prácticamente, de una forma u otra, en cada guerra importante que ha tenido la humanidad. Pero para Hollywood esto no es suficiente. Según su película, basada en un comic, los espartanos fueron una especie de superhéroes que blasfemaban contra Atenas (la cuna de la civilización occidental, dicho sea de paso) y que por poco terminan, ellos solos (eran solo 300), con todo el ejército de Xerxes. Los orientales, que son unos seres extraños, de costumbres bestiales y perversas, según la película, rodeados de monstruos y animales y seres humanos deformes, fueron castigados por los dioses nada más llegar a Grecia, puesto que muchos de sus barcos se hundieron en una tormenta que no era necesaria, porque los 300 hubiesen terminado con todos de cualquier manera, si no hubiese aparecido un traidor. Un traidor deforme, por supuesto. Los occidentales, al contrario de los orientales tan horribles, son blancos, musculosos, bellos, se rigen por el honor y los valores familiares.

81/2 es uno de los filmes más extraordinarios de la historia del cine. Luego de haber dirigido una obra maestra de la categoría de La Dolce Vita, Federico Fellini sufrió un bloqueo creativo producido por la fama y la presión artística, porque, ¿cómo repetir algo como La Dolce Vita? El resultado fue ese 81/2, la historia autobiográfica de ese Guido-Marcelo Mastroiani-Federico Fellini, un director de cine mujeriego, exitoso, popular, pero sumamente triste. Para Hollywood, esa película no es suficiente. Sacándole toda su carga existencialista, existencialismo que marca toda la obra de Fellini, decidieron hacer otra película basada en un musical de Broadway, titulado Nine. Pero entonces todo comienza a ser superficial, a ser espectáculo. Lo importante en Guido, y en Nine, no son los recuerdos del director, asociados a las mujeres de su vida, sino que son las mujeres en sí mismas. Importantes son las canciones, las coreografías, las candilejas. Como musical-homenaje a Fellini, en Broadway, estaba bien. Excelente. ¿Pero utilizar el mismo medio de Fellini, el cine, para convertir en superficial una cinta que nos habla sobre la infelicidad, el arte, las relaciones humanas, la fama, el amor, el deseo, el cine, el alma humana, en fin? En 81/2, las mujeres nunca son reales, porque son como las percibe el director, un mujeriego empedernido que tiene una imagen particular de cada una de ellas, por supuesto la que necesita para seguir viviendo en un mundo que le parece absurdo. En Nine, toda la película es sólo mujeres. Bien por el espectáculo, mal por el cine. Porque para Hollywood nada es suficiente. Suficiente es sólo el dinero. No es suficiente, no es suficiente…

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