El libro “A los Delincuentes Hay que Matarlos” tiene un título
engañoso. Quien se encuentre con el libro y vea la fotografía de la portada
pensará que estamos ante un volumen de serie negra, quizás de tema detectivesco
repleto de policías y ladrones, con tramas misteriosas y sangrientas. Pero no
es así. El título viene dado por un cuento, que es a la vez el más dominicano
en cuanto a las situaciones y al lenguaje del volumen, pero al mismo tiempo el
menos representativo. Es como si ese cuento, y “Falso Suicidio”, que comparte
peculiaridades con “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, formaran parte de
otro libro. Puesto que “A los Delincuentes Hay que Matarlos”, el libro, no el
cuento, nos trae 13 historias amargas acerca de una serie de personajes que, aunque
parecen oscuros y terribles, con una lectura más cuidadosa nos daremos cuenta de
que se encuentran idealizados por la autora. Son casi estereotipos, metáforas,
representaciones de muchos personajes, incluyendo algunos de películas de
Hollywood. Nos enteramos desde el principio, al leer el índice, cuando
encontramos protagonistas con nombres como La Viuda Negra, Hiedra Venenosa, La
Señora Mo, y otros antihéroes que crean sus propios espacios imaginarios,
fácilmente identificables como irreales, es decir que sus vidas no las
reconocemos como verdaderas. La Viuda Negra es un estereotipo, así como Hiedra
Venenosa, así como La Señora Mo -con la S de señora en mayúsculas como si formara parte del nombre-, como también la amante del cuento Mi
Amante, o la adolescente de La Mano Que Me Toca en la Noche, etc. Esa
irrealidad aleja a Rosa Silverio de cierta literatura que se genera en este
tiempo, y que al parecer empieza a ser muy popular entre los escritores jóvenes
dominicanos, basada en la excesiva desnudez del lenguaje, la crudeza excesiva
de las situaciones, las descripciones sexuales directas, aunque de ninguna
manera estoy juzgando esta tendencia de cierta clase de literatura nueva de
nuestro país, sólo poniendo de manifiesto sus características.
Pero bueno, continuando con Rosa, mi amiga Rosa, que se fue para
España y vuelve a la República Dominicana y a Santiago sólo de vez en cuando y
se deja ver poco, exceptuando esta vez, por supuesto, sus 13 cuentos nos
hablan, como se dice en la contraportada, sobre el amor, la sexualidad, el
deseo, la muerte. En la época en que vivimos, amor, sexualidad y deseo son casi
sinónimos; en los cuentos aparece poco su realización, el placer, aunque luego
viene la muerte, como un castigo. Especulo que la unen a ella como autora con
su país, la República Dominicana, lugar en el que transcurren la mayoría de los
cuentos, por lo menos aquellos en los cuales la ciudad o el país es
reconocible. Dominicanas son sus palabras, su idioma es dominicano. Hay cuentos
que ya conocíamos, como “Mi Amante”, que apareció en la antología del Taller de
Narradores de Santiago; en una antología sobre los narradores contemporáneos de
la ciudad que realicé con motivo de la última Feria Regional del Libro de
Santiago, y que además se encuentra en una antología de literatura gay que
compiló la desaparecida escritora Mélida García. Pero casi todos los cuentos
son nuevos para nosotros. Por lo tanto nos muestran una faceta de Rosa Silverio
como escritora que empezamos a conocer.
Dijo Aristóteles más o menos en su poética: toma a un personaje,
hazlo simpático, rodéalo de grandes atributos, hazlo importante, y luego
traiciónalo y déjalo caer en desgracia, y estaremos en presencia del drama. Por
supuesto, eso no sucede en los cuentos de Rosa. Eso fue escrito hace 2,500 años,
y ni siquiera exactamente así. Desde el principio, quizás porque estamos
prejuiciados por la contraportada, sabemos que sus personajes no van a ser
grandes, ni importantes, ni simpáticos. Sus personajes, algunos comunes y
corrientes como sucede en los cuentos “A Los Delincuentes Hay que Matarlos” o
“Falso Suicidio”, algunos metafóricos como en “La Viuda Negra” o “Hiedra
Venenosa”, no son de ninguna manera simpáticos ni épicos. Niñas incestuosas o
lesbianas crueles o confundidas pasan por sus páginas, y sin embargo, como dije
antes, no podemos comparar a Rosa con escritores cuyas historias son
absolutamente terribles, autores que tienen una literatura que podríamos
definir como gótica, de literatura del horror, o simplemente gore, que es un término
que se utiliza mucho en el cine en el día de hoy, y que significa más o menos
“sangriento”, pero excesivamente sangriento.
Aunque en este libro algunas historias cuentan cosas verdaderamente
oscuras, las separa de esa crueldad el manejo del lenguaje, y la idealización
de los personajes de la que hablé anteriormente, que nos mantiene lejanos a
nosotros los lectores de historias que reconocemos de inmediato no como
realidad, sino como literatura. Incluso los finales de los cuentos tienen un
fin literario, que no tiene que ver con la realidad. Sirven a la historia que
ella cuenta como literatura, no los reconocemos como verdad. En uno de los
cuentos, cuyo título hemos repetido varias veces: “Hiedra Venenosa”, ese
personaje es el principal, a pesar de que no es el que cuenta la historia y
nunca habla; tiene, por supuesto, un nombre falso, estereotipado, y representa
un tipo de mujer deseable, lasciva, inalcanzable no solamente para la narradora
de la historia que está escrita en primera persona, sino también para los
lectores, y el cuento es, además de historia, la descripción de un personaje,
una especie de femme fatale que incita al pecado a la protagonista. Digo al
pecado, claro, pero todos sabemos ya que el pecado no existe. Todos somos
pecadores. El mundo está lleno de pecadores. Lo dicen Los Vedas, La Biblia, y
lo repiten Batman y Madonna, que son personajes de ficción. Tómame como una
virgen, canta Madonna, pero eso significa que ella ya no es virgen. “La mano
que me toca en la noche es lisa, delgada y pequeña”, escribe Rosa en
La Mano que Me Toca en la Noche, y continúa: “Resbala por la estirada
curvatura de mis piernas cuando estoy dormida. Trepa por mis muslos y poco a
poco se acerca al capullo que alberga todas mis ganas. Al centro de mí misma. Al
centro de todas las cosas”. La Señora Mo es una pecadora, el Señor Mo, su
amante, todos los personajes del libro son pecadores. Sus hombres y sus mujeres
son infieles, mentirosos, cínicos, egoístas, desleales, engañosos, nunca se
muestran como realmente son, lo que presupone la sorpresa de los finales. No
sabemos con qué nos va a salir un antihéroe de estos. Su individualismo extremo
parece no solamente hacerles bien a ellos, sino que les hace mal a los demás.
Lo que importa siempre son los sentimientos personales, íntimos, míos,
independientemente del daño o la opresión que se ejerce sobre los demás, los
que para su desgracia se encuentran alrededor de los protagonistas. Unete
siempre a los filisteos, escribe Augusto Monterroso, claro, porque los filisteos
siempre ganan. Si el coronel Aureliano Buendía se hubiera unido a los filisteos, hubiese ganado
su revolución. Si Encarnación Mendoza se hubiese unido a los filisteos, no lo
hubiera denunciado su propio hijo. Y debemos resaltar que la mayoría de los personajes
de los 13 cuentos son mujeres. Hay cuentos en los que solamente participan
mujeres, y los hombres son solamente sombras, recuerdos, obsesiones o
fantasmas. Como los personajes son predominantemente femeninos, los
sentimientos y las emociones son también predominantemente femeninos. Algunos
personajes dan la impresión de querer vivir en un mundo en el que no sea
necesaria ninguna presencia masculina. En uno de los cuentos, un personaje
asesina a su hija por un hombre, en otro, una mujer casada se enamora de otra
mujer, prescindiendo por completo de su esposo en el único elemento que le
faltaba: el amor, el deseo o el sexo. Incluso hay un personaje masculino que se
transforma en una mujer. El mundo es radicalmente femenino, aún cuando los
protagonistas sean hombres. Debemos recordar que hablamos de literatura, no de
realidad. Las historias tienden a la venganza o a la muerte. O por lo menos a
la insatisfacción y a la rebeldía. La forma de contar de Rosa tiende a lo
visual, a lo plástico, a lo cinematográfico. Los cuentos prácticamente no
contienen ninguna referencia
literaria o intelectual. Más allá de tantas emociones contradictorias y
erráticas, los personajes se nos muestran como lo que son: seres humanos, perfectamente
capaces, como todos nosotros, de hacer todo lo que se lee en estos cuentos.
Pero, por suerte para nosotros, hay lugar para la poesía. Debía ser
así, puesto que Rosa Silverio es poeta. Está “Hasta Siempre, Brasil”, la
historia de un amor sereno que permanece en el recuerdo y el tiempo, más allá
de la separación de la pareja, un oasis de quietud y de pureza en medio de la
violencia y el dolor de las demás historias. Y está “La Canción Rota”, escrito
con una tristeza poética. En ese cuento aparece la Yaya. La Yaya murió en La
Canción Rota, pero me hubiese gustado que fuese salvada. Esto es una
indiscreción, pero tenía que mencionarlo. Yo la hubiese salvado: hubiese metido
mis manos en la tina y la hubiese recuperado. Le hubiese dado respiración boca
a boca. La Yaya no tenía culpa de nada. Por supuesto, la salva el lenguaje:
esto es literatura, esta no es la realidad. Otra Yaya aparecerá en otro de los
cuentos de Rosa, quizás la misma Yaya. La salva la imaginación.
Este volumen con número cabalístico merece ser leído con calma y
respeto, así que recomiendo encarecidamente la lectura de estos cuentos, casi
todos oscuros, otros no tan oscuros, que forman parte de “A los Delincuentes
Hay que Matarlos”, de Rosa Silverio.