LA MUERTE DE MICHAEL JACKSON

Es difícil saber qué pensaba ese cantante y bailarín a la hora de morir, acostado en la cama de su mansión, agobiado por dolores físicos y espirituales. Como Marilyn Monroe, como Elvis Presley, como Jim Morrison, como cantidad de artistas y gente de la farándula, el medio que le daba de comer acabó por engullirlo. Un ser humano puede ser inmensamente infeliz a pesar de tenerlo prácticamente todo (por lo menos "todo" lo que nos ofrece la materia: comprarlo todo, tener toda la fama y la gloria), pero al mismo tiempo vivir en el vacío y la soledad. Aún no somos capaces de aceptar la diferencia, esa palabra tan de moda hoy día de democracias imperfectas: alguien realmente diferente es un fenómeno de circo, un "freak", como dicen despectivamente los norteamericanos. Una sociedad que vive de circos y de escapes peligrosos de la realidad (a través de los estupefacientes, de la fama que te justifica en una sociedad en la cual alguien anónimo está muerto), de gente que intenta llenar su vida vacía admirando hasta el delirio a alguien que trata de lidiar con su propio vacío. De gente que te juzga sin siquiera conocerte, que inventa fantasías felices o terribles sobre un ídolo a miles de kilómetros de distancia.
Paz a los restos de alguien diferente que quizás fue feliz solamente cuando escuchaba los gritos de admiración de un público dispuesto a amarlo incondicionalmente, y luego a odiarlo sin contemplaciones y sin piedad.

BOB DYLAN

Si, soy un ladrón de pensamientos,
un ladrón de almas no, os lo juro;
he construido y reconstruido
sobre lo que esta esperando
porque la arena de las playas
esculpe muchos castillos
sobre lo que ya estuvo abierto
antes de mi llegada
una palabra, una musiquilla, una historia, una línea,
llaves en el viento para que mi mente huya
y proporcionar a mis cerrados pensamientos una
[corriente de aire fresco;
no es lo mio, sentarme y meditar
perdiendo el tiempo preguntándome,
pensando pensamientos que nunca han sido
[pensados,
pensando sueños que nunca han sido soñados,
nuevas palabras que se armonizarían rimando...;
nuevas palabras que se armonizarían rimando...;
me importan un pito las reglas nuevas
puesto que aún no han sido fabricadas;
grito lo que suena en mi cabeza
sabiendo que yo y los de mi especie somos
los que haremos esas reglas...;
si la gente de mañana
tiene verdadera necesidad de las reglas de hoy,
fiscales del tribunal supremo, uníos,
el mundo no es mas que un tribunal,
si,
pero yo conozco los acusados mejor que vosotros
y mientras vosotros os dedicáis a juzgarlos,
nosotros nos dedicamos a silbar,
limpiamos la audiencia,
barriendo, barriendo,
escuchando, escuchando,
guiñandonos el ojo,
cuidado,
cuidado,
pronto os tocará a vosotros.

Bob Dylan

CONFUSION CON EL ARTICULO 30

De acuerdo a las opiniones que han aparecido en este blog sobre el articulo 30 de la Constitucion, parece que ha habido una lamentable confusion. En el articulo 30 no se habla sobre la legalizacion del aborto, que es ilegal en la Republica Dominicana. La iglesia catolica ha querido darle ese matiz a la situacion, pero el articulo no habla de eso. El aborto es ilegal en nuestro pais, porque hay una ley que lo prohibe. Si el aborto es legal o no, no deberia ser materia constitucional. Lo que sucede es que, tal como esta redactado el articulo, habria problemas en cuanto a preservar la vida de la madre por encima del feto (lo cual, me parece, aunque hubiese una discusion moral al respecto, es lo adecuado), y con algunas investigaciones cientificas. Debemos recordar que la iglesia catolica no esta de acuerdo ni siquiera con el uso de preservativos, ni con la masturbacion, y considera que no existe el aborto terapeutico. Reglas que no cumplen ni siquiera los propios catolicos. Es decir, la iglesia catolica vive en Belen con los pastores, mientras la realidad le pasa por encima. Lo que deberiamos buscar es siempre un equilibrio, nunca radicalizarnos, y por eso ese articulo, tal como esta, no debe ser aprobado, porque es radical y es danino. Y no se trata de legalizar el aborto, que el articulo, con sus cambios, no habla nada de eso.

MURIO MARIO BENEDETTI

Falleció el escritor uruguayo Mario Benedetti (prensa)


El escritor uruguayo Mario Benedetti en su estudio de Montevideo el 7 de enero de 2007. Poeta y novelista, Benedetti murió el 17 de mayo de 2009 a los 88 años en Montevideo, reportó la prensa uruguaya

El escritor y poeta uruguayo Mario Benedetti murió este domingo en su domicilio de Montevideo a los 88 años de edad, a once días de haber recibido el alta médica por una enfermedad intestinal crónica, según informaron medios de prensa locales.

Benedetti, había sido hospitalizado el pasado 24 de abril con una dolencia digestiva crónica que le originó sangrado de colon y una descompensación respiratoria.

El miércoles 6 de mayo fue dado de alta tras responder satiafactoriamente al tratamiento médico, en la que fue su cuarta internación hospitalaria durante 2009.

El más prolífico escritor uruguayo, integrante de la denominada 'Generación del 45', editó en setiembre pasado "Testigo de uno mismo", escrito en verso, y antes de su internación trabajaba en un nuevo libro de poesía bajo el nombre de "Biografía para encontrarme".

El Pozo de Onetti.*



“Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en el lugar de los vidrios”. Con estas palabras empieza Juan Carlos Onetti “El Pozo”, como si quisiera mostrarnos, con estas primeras líneas directas y desoladoras, la sordidez de la realidad en una novela en la cual los sueños, la imaginación, sirven de forma radical para escapar del mundo. Los sueños, que salvan al protagonista del suicidio o de la demencia, que pueblan otros relatos del autor, como aquel Sueño Realizado en el cual una mujer desahuciada logra morir siendo amada falsamente, teatralmente –como al final de un sueño que ha tenido, que trata de explicarnos pero que no entendemos; un sueño feliz –por un actor fracasado que se ve reflejado en la propia muerte que ayuda a representar, y que al final se hace realidad; o aquel nazi de “La Vida Breve”, que se inventa su propia existencia para alejarla de una degeneración de la que está plenamente consciente, mientras reconocemos que la vida inventada es tan miserable y vacía como la vida real. En El Pozo, el protagonista se convence de que sólo dos personas pueden comprenderlo, entender el sentido oculto de sus sueños: un poeta y una prostituta. Por supuesto, ninguno de ellos entiende lo que intenta transmitir –que es, en la novela, su única felicidad -, la comprensión de la aventura que su imaginación inventa le está prohibida a los demás.
Eladio Linacero empieza su autobiografía mínima, que es el libro que tenemos entre las manos, observando directamente la realidad, que no le depara ninguna belleza, ninguna visión agradable. “Las gentes del patio me parecieron más repugnantes que nunca”, nos dice, lo que significa que siempre le han resultado repugnantes. No se permite ningún atisbo de ternura: camina oliéndose alternativamente cada una de las axilas, lo cual le “hacía crecer (...) una mueca de asco en la cara”. Ha vivido mucho, nos dice en estas memorias, y aún así es una persona que sueña, que intenta escapar de la realidad a través de los sueños, lo que significa que, aunque ha tenido una vida intensa, no ha sido feliz. Frecuenta un prostíbulo para marineros, es amigo de un poeta a quien admira sinceramente, un poeta que tiene la ingenuidad y la prepotencia de un niño; acaso porque piensa que todos los poetas deberían ser así, no se ve a sí mismo como un buen escritor. Es demasiado consciente de la sordidez del mundo. Es un desencantado, pero esta frustración no lo ha convertido en un cínico, sino en un solitario, en un misógino. Vive miserablemente, aunque sabemos que no siempre ha vivido así, que simplemente no le interesa vivir de otra manera, aunque es posible que, si se esfuerza, logre disminuir su miseria. Pero no le interesa esforzarse. No le interesa el futuro, por lo que no alberga ningún tipo de esperanza; sabemos que las esperanzas siempre están proyectadas hacia el futuro.
Cuando Onetti escribió “El Pozo”, su primera novela, aún Albert Camus no había publicado “El Extranjero”, y no era un escritor conocido. “El Pozo” fue publicada en 1939, y “El Extranjero” en 1942. A pesar de las coincidencias, a veces extremas, entre los existencialistas y Onetti, no podríamos incluir a Onetti entre los escritores existencialistas. El propio Camus nunca se consideró a sí mismo un escritor existencialista. En el caso de “El Túnel”, de Ernesto Sábato, título de extraña coincidencia con El Pozo, sí podríamos hablar de influencias directas de Camus en Sábato, a quien podríamos considerar un discípulo de Camus y de Sartre. Pero Onetti no puede ser incluido en esa categoría. Sus personajes son fracasados o perdedores, no individuos alienados como el Meursault de El Extranjero de Camus, o el protagonista de El Túnel de Sábato, que prácticamente son individuos lobotomizados por la sociedad. Los personajes de Onetti son fracasados, perdedores incapaces de algún tipo de felicidad o de gozo, pero eso no significa que en el resto del mundo de Onetti no existan los exitosos o los felices. Su característica aproximación hacia esos perdedores, fracasados e infelices no intenta encajar a toda la humanidad en esa categoría única de la infelicidad y la desazón: sus personajes lo son, acaso el propio escritor lo fue, el resto del mundo no tiene que serlo.
A través de los sueños, Eduardo Linacero, protagonista y narrador de El Pozo, intenta recuperar una vida que ha perdido en la realidad. Eduardo Linacero es un individuo violento, a veces cruel, tosco y mezquino: en el mundo de las cosas reales, agredió sexualmente a una muchacha llamada Ana María cuando tenía quince o dieciséis años, una muchacha con la que a veces sueña haciendo el amor con su consentimiento, como si la imaginación pudiese reparar un intento atroz de mancillar a alguien que hubiese poseído a través del amor. Estuvo casado con una mujer llamada Cecilia, salió con ella un día de tormenta a la calle, en una rambla trató de recuperar su amor, repitiendo teatralmente el día de su boda, cuando la conoció joven y bella y feliz de casarse con él, llena de esperanzas inútiles que ambos han perdido: por ese gesto irracional, inmensamente poético, fue tildado de loco y llevado a juicio. Tiene una amante en la vida de los sucesos reales, se llama Hanka y él la ha desvirginizado; la desea, a veces, pero no la ama. Su verdadero amor es Ana María, a quien posee en una cabaña de troncos en Alaska, una imagen onírica que nunca habla y que siempre llega desnuda a través de una tormenta de nieve. Eduardo Linacero tiene la vida que desea tener, solamente a través de la imaginación.



¿Quién pudiese tener la vida que ha escogido libremente, quién puede abstraerse conscientemente del azar, y vivir totalmente como ha querido siempre vivir? ¿Si he sido traído a este mundo sin mi consentimiento, qué deberes debo tener con una vida que no he escogido? ¿Qué le debo a Dios, si es que existe, que me ha dado una vida que no he pedido? La libertad total, por lo tanto, es imposible a partir del propio nacimiento.
Toda la obra de Onetti refleja un escape cotidiano al mundo de la imaginación y de los sueños. Brausen, el nazi de “La Vida Breve”, escribe una novela, y en esa novela él es un personaje amargado con el nombre cambiado y una vida insignificante, aunque decente. En “Un Sueño Realizado”, una mujer que es la caricatura excéntrica de una anciana elegante (una mujer loca, nos dice el protagonista, loca quizás como Eduardo Linacero repitiendo teatralmente el momento de su boda con su esposa Cecilia Huerta) quiere morir feliz representando un sueño que tuvo en el que le dan un beso, en el que la acarician y se siente amada. Si acaso alguna desolación sentimos en las obras de Onetti, se debe no solamente al reconocimiento de esos perdedores antipáticos, lúmpenes, chulos, prostitutas que se mueven en un mundo promiscuo, viscoso, desastrado, sino en el hecho de que, entre líneas, sabemos que en ese mundo existen personas felices, exitosas, diferentes. Lázaro, el compañero de cuarto de Eduardo Linacero, es un fanático político de poca monta que es feliz debido a su incuestionable compromiso ideológico, y aunque vive en el mismo cuarto que él, comparte lo que él considera la miseria más total, ve a través de la misma ventana que él a unos niños que juegan a los que Linacero, incluso, considera desagradables y sucios, preguntándose cómo es posible que toda la gente pueda sentir amor por eso, Lázaro tiene esperanzas, quiere cambiar el mundo, ese hombre estúpido y miserable lo considera un fracasado. Acaso Lázaro es feliz porque vive también, a su manera, en un sueño, en una mentira. O como en Un Sueño Realizado, sabemos que el director de teatro se ha quedado en ese pueblo porque es un perdedor, porque es un mal director, porque es la caricatura de un productor exitoso, un hombre que es sólo imagen y fracaso –un fracasado que no sabe que lo es, como muchos de los personajes de Onetti, alguien que pudo ser y no fue, que se perdió lamentablemente en el camino; pero aún no sabe que está perdido, lo cual es más patético- pero también sabemos que tiene amigos en la capital que han triunfado, que son directores importantes y ganan mucho dinero; que tienen una vida a la que él es incapaz de acceder, aunque en este caso no ha abandonado la lucha, y quizás por esta misma razón no entiende el sueño de su clienta sofisticada y burda. O sabemos que “Juntacadáveres” recoge a aquellas prostitutas viejas, acabadas, al límite de sus carreras no sólo sexuales sino vitales, pero por ese mismo hecho reconocemos que alguna vez hubo glamour, hubo belleza, juventud, hubo algo parecido a la vitalidad y a la esperanza, subieron hasta la cima del vicio y la promiscuidad como si subieran al éxito y a la plenitud, para luego empezar a bajar penosamente, como lo hacemos todos, metáfora radical de la propia existencia humana.



Si acaso Eduardo Linacero hubiese entendido desde el principio que el poeta Cordes, un escritor que de verdad admiraba, no podría entender nunca sus sueños (los que Eduardo llama “aventuras”), entonces no hubiese terminado este viaje infeliz en el mundo de los sucesos reales en la más absoluta soledad. Lo hace en el peor momento posible: cuando Cordes lee uno de sus poemas extraordinarios. Se encuentran solos en el cuarto, son más amigos que nunca. Y entonces, nos confiesa Linacero, Cordes lee un poema. “Sus versos lograron borrar la habitación, la noche y al mismo Cordes”, nos cuenta, emocionado, Linacero: “Cosas sin nombre, cosas que andaban por el mundo buscando un nombre, saltaban sin descanso de su boca, o iban brotando porque sí, en cualquier parte remota y palpable”. Luego de aquella lectura prodigiosa, Linacero quiere estar a la altura de su amigo, e intenta contarle uno de sus sueños. Intenta una retribución que no se le ha pedido, pero la genialidad no es piadosa ni quiere ser compartida. Le ofrece su tesoro más preciado, le habla “lleno de alegría y entusiasmo”. Pero Cordes, como buen escritor, no lo entendió. Pensó que le contaba un argumento para un cuento, o alguna narración ya escrita, y se dio cuenta con una “expresión llena de lástima y distancia”, que esa historia nunca sería como el poema que le acababa de leer. No podemos culpar a Cordes por no poder entender lo que quería transmitirle su amigo, puesto que Linacero es incapaz de comunicarse con nadie. Todos sus intentos de comunicación son fallidos en la novela: Cecilia, su ex-esposa, lo considera un loco; la prostituta a la que se decide al principio a contarle sus aventuras piensa que es homosexual; Cordes, el poeta, confunde sus sueños con historias para cuentos mediocres. Sabemos que Cordes, equivocado, se encuentra encerrado en su propio talento extraordinario y su propia egolatría (es decir, Cordes, como buen poeta, es alguien que está hecho para expresarse, no para escuchar), pero sabemos también que Linacero no puede decir nada. Es como si no pudiese comunicarse, como si no hubiese aprendido a hablar. Su destino es el silencio y la soledad. Y esto es notable, debido a que Linacero escribe su propia historia, es decir que intenta comunicarnos a nosotros, los posibles lectores, su propia vida. A retazos, editada como con un puñal o unas tijeras implacables, pero intenta contarnos su autobiografía sin querer parecernos simpático, sin querer falsificar lo que realmente es, como si quisiese que supiéramos el ser desagradable en que se ha convertido, y cómo no le importa lo que pensemos de él los demás.
“Las extraordinarias confesiones de Eduardo Linacero”, nos dice Juan Carlos Onetti, una frase que parece un título de una novela de Italo Calvino. “Todo es inútil y hay que tener por lo menos el valor de no usar pretextos”, nos revela Eduardo Linacero. ¿Pero cómo se da este viaje desde los sueños hasta las palabras, desde la imaginación hasta el lenguaje? “Es siempre la absurda costumbre de darle más importancia a las personas que a los sentimientos”, nos confiesa Onetti: “Quiero decir: más importancia al instrumento que a la música”. Es decir: la novela nos descubre, leyéndola, aquello que ninguna epistemología puede revelar. “Se me enfrían los dedos de andar entre fantasmas”, escribe Linacero, tal es la capacidad poética de la prosa tersa y perfecta de Onetti. Pausada, lenta, reflejando el mundo pesado, cuajado, que rodea al protagonista. Pero todo es inútil, aún esta prosa cuidada y poética, aún toda la poesía. La verdad nunca lleva a la felicidad, nos dijo Marcuse. El final de la novela es el viaje de Eduardo Linacero hacia uno de sus sueños, específicamente aquél de la cabaña de troncos, el más reiterado en todo el libro; los sueños que nos salvan de la realidad que nunca podrá satisfacernos, insatisfacción crónica que se encuentra en nuestra propia naturaleza; la imaginación que nos salva de la soledad, del suicidio o de la demencia; Onetti, el escritor, creador por lo tanto de un producto de la imaginación que nos proyecta una realidad terrible de la que solamente se puede escapar a través de los sueños, más terrible que la propia realidad real por cuanto se concentra sólo en la desesperación, el fracaso y la soledad. Sus historias ensambladas como una caja china que descubre otra caja más pequeña, y otra más pequeña, hasta terminar en la caja más chica que descubre el verdadero contenido; pero qué tal si la última caja es mayor aún que la primera que abrimos, una maravilla, quizás menor, que solamente puede darse a través de la imaginación, como en esta novela, o a través de los sueños en los que podemos vivir una vida paralela y feliz, diferente pero irreal. Una vida que, al fin, hemos escogido libremente.


Máximo Vega.


*Ponencia leída en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, a propósito del centenario del nacimiento de Onetti.

Articulo 30 de la constitucion

En el dia de hoy, el pais ha amanecido de luto. Desde hoy somos un pais fundamentalista. Hemos retrocedido 50 anos. Lo que se aprobo fue lo siguiente: si una mujer esta en peligro de muerte, y un medico le practica un aborto terapeutico, para salvar la vida de la madre, ese medico sera reo de homicidio, las enfermeras seran complices, el director del hospital o de la clinica tambien sera complice de homicidio, asi como los familiares de esa mujer, en caso de que autoricen ese aborto terapeutico. La mujer debe dejarse morir, sin tener ninguna voz ni voto, ninguna decision: debe morir porque si interrumpe su embarazo sera una homicida. Eso fue lo que aprobaron nuestros honorables legisladores.

Entonces viene la pregunta necesaria, imprescindible: Que hacer con una constitucion que uno piensa que no lo representa? Que hacer con una constitucion que uno no quiere cumplir?

ABORTO E HIPOCRESIA

Hace más de veinte años, en Argentina, una mujer embarazada estaba en peligro de morir, víctima de una enfermedad coronaria que provocaría su muerte debido al esfuerzo de dar a luz. La mujer trató de ventilar su caso en los tribunales, pero la ley era clara, demasiado precisa: el aborto estaba prohibido, esa persona debía morir inevitablemente, o realizarse un aborto clandestino, con el agravante de que, ya que su caso se había hecho público, el conocimiento de la interrupción del embarazo les acarrearía la cárcel, a ella y a los médicos que la atendieran. Al final, incapaz de ganar su caso, estigmatizada por los medios de comunicación, esa mujer falleció al parir, como habían predicho los doctores, y el niño que intentaba traer al mundo también murió con ella. ¿Quién se considera vencedor en este caso avergonzante y trágico? ¿Ganó Dios, la religión, el estado, la democracia?
El aborto debe ser aprobado para casos específicos, como éste, por ejemplo. Cuando la vida de la madre corre peligro, se debe permitir que esa madre tome la decisión de interrumpir el embarazo sin que su acto le acarree consecuencias legales. No es posible que una mujer se encuentre condenada a morir por el hecho de que la sociedad repruebe un acto que le salvará su propia vida. Esa mujer, condenada a morir por una ley que busca, supuestamente, “salvar vidas”, representa la realidad más dura y extrema de un tema que no ha sabido debatirse debidamente por la intromisión dogmática de la religión.
La mayoría de las voces que se oponen a esta clase de aborto terapéutico, son masculinas. Los hombres no están de acuerdo con la aprobación del aborto, pero los hombres no salen embarazados. La intromisión de la iglesia en las cuestiones de estado –la no separación entre la iglesia y el estado, en fin –provoca esta clase de confusiones y de debates estériles. Una sociedad verdaderamente democrática debe acostumbrarse a legislar para todo el mundo: para los musulmanes, para los ateos, los católicos, los mormones, los judíos. Las minorías deben ser protegidas en un estado verdaderamente democrático, puesto que la mayoría tenderá a avasallarlas. En una sociedad democrática se gobierna para todos, puesto que, al menos teóricamente –debemos puntualizar el aspecto teórico en estas sociedades tercermundistas-, en una democracia todos tenemos los mismos derechos. Una religión determinada –aunque sea mayoritaria –no puede esperar que se gobierne con leyes dirigidas a sus feligreses, pero que deben cumplir todos los demás. Los miembros de otras organizaciones religiosas, los independientes, los que quieren formar su propia secta, tienen el mismo derecho que los miembros de esa religión mayoritaria. Por supuesto, ninguna religión podrá entender esto, en principio, debido a su característico dogmatismo.
Pero una religión no necesita entender algo así. Le concedemos eso. Esa es la ventaja de tener un estado completamente laico: ni siquiera se estuviese debatiendo la presión descomunal de una iglesia determinada sobre la sociedad dominicana. El debate no recaería sobre la iglesia católica, sino sobre lo que verdaderamente interesa: el aborto, el derecho de la mujer a decidir sobre su propia vida. Ese debate sería más sincero, más justo, más abierto, y por lo tanto más democrático. Menos contaminado por ideologías medievales. Los políticos dominicanos han fallado (podríamos más bien decir: no les ha interesado) en estructurar un estado laico y democrático.
Yo no espero que los legisladores aprueben esto. No lo harán. Creer otra cosa es no conocer bien a nuestros legisladores. La reforma de la Constitución Dominicana ha llegado en mal momento. Lo que pretendía ser una constitución progresista, liberal, democrática a carta cabal, como deseaba el poder ejecutivo, se ha ido convirtiendo paulatinamente en un monstruo que legalizará la discriminación –a los homosexuales –la xenofobia –a los inmigrantes, pero sobre todo a los haitianos -, y que permitirá que, en “favor de la vida”, una mujer muera sin defensas ni apelaciones, por obra y gracia de un sacerdote que no se ha casado, que nunca se casará y que nunca tendrá familia –y que, claro está, no es una mujer embarazada.
El supuesto debate ético sobre la legalización del aborto no es tal. Es un chiste, un espectáculo. Se mete en un mismo saco todo tipo de aborto, pero se hace de una manera alevosa, con conocimiento de causa. Es muy sencillo decir en un programa de televisión, o de radio, o en el púlpito de una iglesia: Estamos a favor de la vida, estamos en contra del aborto. Es muy fácil, demasiado quizás, darle la espalda a la realidad, refugiarse en cánones obsoletos o en costumbres estériles, pero sumamente cómodas. Es muy sencillo dejar todo como está, aunque esté mal. Apostar a lo conocido, no tener ningún tipo de responsabilidad. Esa irresponsabilidad consuetudinaria es una característica común a todos nuestros debates y nuestras propuestas de cambio.
Por suerte para nosotros –Dios nos perdone –se seguirán practicando abortos ilegalmente, ahora con más asiduidad, porque todos sabemos que el aborto terapéutico se realiza en nuestros centros de salud, sin mucha alharaca, para no levantar la ira de alguna figura religiosa importante dominicana escapada del siglo XVIII. Aunque con el riesgo de perder sus vidas, debido al ocultamiento, a la clandestinidad, las mujeres se seguirán practicando abortos. La realidad –me parece que es sumamente difícil mostrarle la realidad a cierta gente, que vive en el limbo de los privilegios, o de los intereses –es que, a medida que las leyes contra el aborto son más fuertes, más estrictas, la cantidad de abortos aumenta, así como la muerte de mujeres que se lo practican en circunstancias deplorables. Esas muertes, por supuesto, no recaerán sobre las consciencias de ningún sacerdote, de ningún monseñor.
Los legisladores no aprobarán la legalización del aborto, ni siquiera de la muerte del embrión –porque eso es lo que es, no vamos a caer en eufemismos baratos –en circunstancias especiales, como lo sería el riesgo de muerte de la madre. La mujer no puede decidir si debe seguir viviendo, o no. Esa decisión les corresponde a los hombres, pero ni siquiera a sus maridos, a los padres de las criaturas, sino a los legisladores y, por supuesto, a uno que otro sacerdote católico. Esa es la sociedad que nos ha tocado padecer: una en la que un católico es mejor que yo, tiene más derechos que yo, y, claro está, aunque yo sea un creyente apasionado en un Jesús que me absolverá con más dulzura que a otros que se creen a las puertas de un cielo esquivo para algunas almas muertas, también encuentran el camino al corazón de nuestros legisladores con más propiedad que yo, tan desconocido, tan iconoclasta y tan rebelde.

Marcio Veloz Maggiolo en España.

“El que renuncia a sus tradiciones y no hace el esfuerzo por capacitar a su pueblo, compromete el futuro. Hay que decirle a la gente de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos.”
Estas palabras, dichas en Santiago de Cuba, explican en buena medida por qué, además de justificar su presencia en esa urbe oriental para recibir el Premio Honorífico de narrativa José María Arguedas que le concediera en 2006 la Casa de las Américas y responder al convite a República Dominicana como País Invitado de Honor de la Fiesta del Fuego, Marcio Veloz Maggiolo apostó por un cónclave en el que los fulgores de la creación se hacen acompañar por reflexiones imprescindibles.
Veloz Maggiolo es hoy por hoy una de las figuras cimeras de las letras dominicanas, lo cual le fue reconocido al otorgársele en 1996 el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.
Entre sus libros se cuentan La vida no tiene nombre (novela, 1965), Los ángeles de hueso (novela, 1967), Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo (ensayo, 1972), De abril en adelante (novela, 1975), Medioambiente y adaptación humana en la prehistoria de Santo Domingo (1976), Apearse de la máscara (poesía, 1986), Intus (poesía, 1980), La biografía difusa de Sombra Castañeda (novela, 1982) Cuentos, recuentos y casicuentos (1986), Materia prima (protonovela) (novela, 1988), El hombre del acordeón (2003).
Como se observa, sus intereses literarios son varios y alcanzan tanto el campo de la ficción como el del pensamiento, esto último vinculado a su formación como antropólogo. Fue fundador del Departamento de Investigaciones Científicas del Museo del Hombre Dominicano y ha ocupado diversas cátedras universitarias en su país.
La novela que le hizo merecer el José María Arguedas, La mosca soldado, publicada dos años atrás del veredicto, resultó valorada, según consta en el acta del jurado, “por recuperar el universo del Caribe desde una perspectiva en que se funden la realidad y los mitos, la antropología y la investigación policial, ciertos vestigios de las culturas precolombinas y la tensión que establecen con el mundo de hoy”.
Antes, en un ejercicio sorprendente por parte de los 12 grupos editoriales que dominan el mercado español, La mosca soldado había sido seleccionada entre los mejores libros publicados en 2004 en lengua castellana, junto a 2666, del chileno Roberto Bolaño; Memoria de mis putas tristes, del colombiano Gabriel García Márquez; Castillos de cartón de la española Almudena Grandes; y Al morir Don Quijote, del también español Andrés Trapiello.
Al reflexionar sobre el éxito de su novela, Veloz Maggiolo le confesó a un colega cubano: “Creo que es una obra hecha con mucha calma; es una novela de un largo trabajo, en la cual cuidé notablemente la prosa. Creo que además del argumento, que es un rescate del pasado, de dos personajes que hablan del pasado y comienzan a rescatar momentos que la gente no creía, está hecha dentro de un ámbito de la poesía. Siempre he pensado que la novela y la poesía van de la mano. No quiere decir que eso tenga que ser obligatorio, pero el que tiene la capacidad o puede hacerlo, alcanza un público más sensible. Hay un público que va al argumento seco, sin ornamentación, pero hay el que va a una narrativa del sueño, en el que la metáfora es fundamental”.
Sin embargo, nada de eso incita la vanidad en este escritor, que más que en su obra personal, cree en la necesidad de establecer fluidos vasos comunicantes entre los países del área, de modo que las más valiosas producciones intelectuales se socialicen y contribuyan a dar sentido a las aspiraciones populares.
En tal sentido, centrándose en la problemática literaria, ha dicho: “No podemos consumirnos en nuestra propia salsa. Llegar a los mercados es lo más difícil. Siempre he dicho que hay cosas muy buenas en todas partes que si no llegan a los mercados nadie las conoce. Entonces, lo que nos pasa es que, lo dije en un poema, no tenemos trampolín. En estos momentos alguien puede estar dando un discurso fabuloso, tan importante como el discurso de Judas, y nadie sabe que lo está diciendo. El mercado no se rige por la estética. Eso es un problema serio. Frecuentemente se descubre a un escritor que tenía obras muy importantes y que nadie conocía. Yo creo que hay que hacer una gran editorial latinoamericana, por encima de las editoriales comerciales”.
En Santiago, Veloz Maggiolo ha sabido de los pasos iniciales del Fondo Cultural de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y confía que más temprano que tarde iniciativas como esta favorezcan la circulación de la imaginación y el pensamiento latinoamericanos y caribeños.
“Estamos viviendo un momento muy especial en la región, con nuevos actores emergentes y mayor conciencia sobre las urgencias de la integración. Todo esto debe hacerse sin negociar ni un ápice nuestros auténticos perfiles culturales. En ello soy optimista.”

Tomado de www.casadeamerica.es

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