LA MUERTE DE SASHA TEBO

Es posible que, en el tiempo entre el Infinito 20 y el Infinito 30, un poco después de la aparición en la Tierra del huevo original, cuando los hombres primitivos, carentes de lenguaje escrito y estragados por la cacería en paisajes amarillos y verdes que vistos por Dios desde la estratosfera producen una impresión cartográfica, sucedió la primera vida de Sacha Tebó, su alma que ahora se desliza hacia otro cuerpo apareció por primera vez como ser humano. Por esta razón, porque él presenció las primeras pictografías y quizás fue uno de aquellos que las escribió en las paredes de las cuevas que servían como hogares húmedos y duros, continuó, en esta vida haitiana que le tocó en gracia, pintando esos seres humanos primitivos y esenciales, originales, seres desnudos con sus lanzas apuntadas, delgados como líneas, cazando animales que pastaban en el paisaje incorrupto. En África, el lugar del Origen de una especie que ha colonizado todo el mundo (o quizás sus líneas correspondan a todos los seres esenciales: los aztecas, que realizan holocaustos humanos para que nunca se apague el sol, que insiste en marchitarse; los incas, que piensan que la Tierra es un puma en el instante en que salta desde una sombra hacia una niebla...) La poesía de las pinturas de Tebó, ese pintor haitiano rubio y de ojos verdes, que vivió en Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana, apartado de nosotros, alejado del mundo contemporáneo que apenas esbozó tímidamente en alguna instalación sobre libros ilegibles cerrados con candados, emana de su semejanza con esas pictografías prehistóricas sobre hombres que apuntan o danzan y de animales que huyen o descansan agotados, desprovistos de la corrupción rousseauniana que trae la civilización. Pictografías taínas, haitianas o dominicanas, siempre humanizadas, no simbólicas ni rituales como nos hacen creer los libros de texto repletos de cemíes y espíritus deformes; africanos o europeos agrupados en una comunidad compacta cuando los continentes no tenían esos nombres, pueblan sus pinturas que, a veces, están hechas sobre metal o sobre piedra, con la forma posible de su estructura real, de manera que parecen arrancadas directamente de una cueva o una roca colocada en la entrada de una aldea para proteger de los malos espíritus, o simplemente para advertir que allí habitan los homo sapiens, los primeros artistas, los pintores, los poetas que aún no han encontrado las palabras y los nombres.

¿Por qué esa relación tan estrecha de las pinturas de Sacha Tebó con el Origen del Hombre, con una época más arraigada? Realmente, sus pinturas tienen una tradición naive, conectada con Rousseau, pero es un naive totalmente original, único. No es solamente caribeño, parece más bien universalmente prehistórico. Una inocencia que hace honor a esta palabra que ya nos parece tan vieja, tan pasada de moda. Rousseau vuelve a cobrar interés porque nos hemos convertido en seres ecológicos: de nuevo la naturaleza existe y debemos protegerla. El futuro está en el Amazonas y en Greenpeace. En los Haitises y en Bahía de los Águilas. Tebó pintaba con cera de abeja, como un artista del paleolítico; horadaba la piedra y el metal en bajorelieve. Además de que, y me parece que esto es importante, sus pinturas, sus instalaciones, sus esculto-pinturas, exhalan una sensación poética, pacífica, de un mundo más fatigoso pero más feliz. Y esa poesía es muy difícil de lograr, de lograr naturalmente quiero decir, como sin esfuerzo. Sus pinturas nos recuerdan lo que éramos en el Primer Tiempo: cazadores que amábamos la naturaleza como a nosotros mismos, bailando al compás de los rarás, o como fuera que se llamaran los tambores primitivos: un río era un Dios que huía eternamente, un árbol milenario un ánima que nos asustaba con sus rumores y su presencia en las noches, un enfermo de difteria que alucinaba por la fiebre entraba en contacto con los espíritus de los antepasados. Hoy sabemos que esto no es así, pero esta certeza no nos ha hecho mejores, sino más desdichados. La ciencia ha limitado la realidad, como dijo Bioy Casares. Para los hindúes, el Ganges es todavía una Diosa: una deidad hermosa y maloliente que surca el país y acoge a los muertos con su putrefacción purificadora. Los hindúes tienen miles de dioses porque para ellos todo merece ser idolatrado: el cuerpo de Dios es el universo. Quizás Sacha sentía esa nostalgia por esa vida no vivida, esa esencialidad que hemos perdido: un cazador o un bailarín o un espectador, que pudo ser él o yo, que también añoro el Tiempo de los Infinitos: un cazador o un bailarín o un espectador del prodigio que es sólo una línea como el dibujo de un niño, un cazador que espera con su lanza la embestida del buey salvaje que lucha por su vida como también lo hacían los verdaderos hombres, en una pelea totalmente lícita puesto que, como nos revela la Bhagavad Gita, debemos desembarazarnos del temor a la muerte pues ésta no tiene importancia; es decir, la muerte no es el final sino el principio de algo que no nos es dado conocer. El buey regresará quizás siendo algo más que una pobre res, así como Sacha y yo también lo haremos para seguir siendo desdichados, y seguir añorando.

Nunca conocí personalmente a Sacha Tebó. Mi admiración fue puramente platónica, destinada exclusivamente a sus obras de arte. Es decir, lo vi algunas veces en sus exposiciones y conocí de su prestigio intelectual cuando impartió una conferencia para presentar a su amigo, el pintor argentino Peres Celis; pero nunca me presenté, soy muy tímido para esas cosas. Aunque eso carece de importancia. Hoy, que espero su regreso, que tal vez no reconoceré, lamento que ya no sea capaz de continuar creando. Me pregunto qué pasará cuando él vea sus piedras fabulosas, amarillas, negras, grises, verdes, en su otro cuerpo (quizás siendo buey, quizás siendo crítico de arte). Me pregunto si Sacha, el querido Sacha que ya no será Sacha, querrá volver como un negro a la época entre el Infinito 20 y el Infinito 30, un poco después de haber aparecido en la Tierra el huevo original, idolatrando sabiamente la piedra filosofal. Me pregunto si la realización de nuestros sueños nos será permitida tras haber sido tan importantes en nuestras vidas anteriores.

El escritor anónimo.

El escritor iniciado y anónimo –que es quizás el más auténtico, porque al decir de Ángel Rama “no es nadie, pero quiere serlo todo” –, es hipersensible a cualquier tipo de rechazo o indiferencia para con sus escritos primigenios. Y si no tiene las agallas suficientes para superar esos iniciales desaires, puede cometer el error de abandonar tan noble oficio y perderse en una larga crisis de autoestima. Pero hay algo peor: quien tiene conciencia de que lo que está escribiendo es una obra madura con caracteres perdurables, el sufrimiento causado por el rechazo no tiene par.

Durante los largos y penosos años de la Primera Guerra Mundial, James Joyce escribía en Zurich su monumental Ulises como un poseso. Paupérrimo, enfermo de los ojos, víctima de los más horrendos dolores de muelas, bebiendo hasta caerse en las aceras, malcriando a sus dos hijos y leyéndole a Nora, su esposa, capítulos de “esa cochinada” –como ella calificaba el manuscrito–, el irlandés sólo vivía para la escritura de su obra capital.

Cuando la terminó, Joyce debió enfrentarse a la peor de las aventuras de un escritor incomprendido y solitario: encontrar quien le imprimiera su libro. Fueron cerca de veinte las veces que el Ulises recibió el más rotundo rechazo por parte de editores y directores de revistas. A los ojos de ellos, los textos de Joyce eran enrevesados, incoherentes, disparatados y lo que se alcanzaba a comprender resultaba obsceno y escandaloso.

Los primeros en rechazar Ulises fueron Leonard y Virginia Woolf. En sus diarios, la autora de Orlando habló repetidas veces con desdén de esas “indecentes páginas”. Decía que Joyce era un autodidacta que se creía Tolstoi, pero que jamás llegaría a escribir una obra como La guerra y la paz. Y comparaba “el aburrido Ulises con los vómitos y sarpullidos de un niño”, etc. Entre tanto, Ezra Pound, mecenas desmesurado con sus amigos poetas, consiguió que una compatriota suya, la norteamericana Sylvia Beach, se interesara por el libro, y así, mediante suscripción, se logró publicar aquel cosmos literario el 2 de febrero de 1922 (día en que su autor cumplía 40 años). Inmediatamente comenzó el escándalo. Cuenta José María Valverde que de los dos mil ejemplares publicados, 500 se enviaron a los Estados Unidos, “pero todos ellos fueron quemados al llegar al país de la libertad”.

Cinco años más tarde, en escala hacia el Oriente, el poeta chileno Pablo Neruda conoce en Madrid a un joven crítico y editor llamado Guillermo de Torre, a quien le enseña el manuscrito de Residencia en la tierra (que luego ampliaría en el Asia y a su retorno a España). De Torre lo mira con menosprecio y lo rechaza de plano. “Él leyó los primeros poemas –recuerda Neruda– y al final me dijo, con toda franqueza, que no veía ni entendía nada, y que no sabía lo que me proponía con ellos”. El chileno debió esperar por lo menos seis años antes de ver publicada la primera parte de su obra capital, la que en opinión de muchos, alteró para siempre la poesía en idioma español.

Entre 1950 y 1951, Gabriel García Márquez escribió su primera novela, La hojarasca, preludio del mítico Macondo de Cien años de soledad. Con sólo esa novela inicial, Gabo hubiera conquistado un lugar importante en la narrativa latinoamericana, como se ha podido comprobar después. Sin embargo, habiendo enviado el manuscrito a la Editorial Losada de Buenos Aires, fue rechazado por el despistado Guillermo de Torre, el mismo que 25 años atrás había desechado los originales de Residencia en la tierra.

De Torre, en carta de respuesta al joven escritor de Aracataca, le aconsejaba que se dedicara a cualquier otro oficio diferente de la literatura. García Márquez se sintió en el suelo, desamparado, ante una misiva que resultaba a todas luces aplastante.

Sin embargo, se sobrepuso al sentimiento producido por el despectivo consejo del “pajarito de papel” y tres años después publicó su primera novela en Bogotá, en una editorial fundada por un aventurero judío del que nunca más se volvió a tener noticia.

El editor español Constantino Bértolo, en carta a este cronista, le expresa que, efectivamente “la historia de la literatura está llena de errores editoriales”. Y entre esa infinidad de errores, podemos recordar el de André Gide, lector de Gallimard, cuando rechazó Un amor de Swann, primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust. Afortunadamente hubo tiempo y vida para que Gide reconociera públicamente su error y se disculpara ante el frágil y sensible Marcel.

Recordemos también cómo a medida que iba escribiendo Pedro Páramo, Juan Rulfo sometía al taller literario de la editorial, capítulos y párrafos de su obra. Tanto Alí Chumacero como Ricardo Garibay escuchaban con desgano las alucinadas páginas de aquella extraña narración. “No tiene hilo conductor”, decía el uno, “por lo tanto no va a ninguna parte”. “Hombre, Juan”, decía el otro, “ponte a leer novelas antes de escribirlas”. Y el pobre Rulfo, sin dar explicaciones, continuaba la escritura hasta que la terminó y la entregó a los editores, quienes la publicaron debido al éxito obtenido dos años atrás con los cuentos de El llano en llamas.

Aunque parezca increíble, Alí Chumacero, jefe de prensa de la editorial, escribió una reseña diciendo que el libro no valía la pena. Rulfo se resignó ante el aparente fracaso y se fue a trabajar dos años, aislado del mundo, a Ciudad Alemán, en Veracruz. Cuando regresó al Distrito Federal encontró que su novela no solamente se había agotado, sino que estaba estudiándose en universidades mexicanas y extranjeras, y traduciéndose al inglés, al francés y al alemán. Además, día a día se convertía en el santo y seña de todo México.

Otros escritores que recibieron la bofetada del rechazo, por lo menos media docena de veces, fueron: Miguel Ángel Asturias con El señor presidente –tuvo que acudir a un préstamo de su madre, doña María Rosales de Asturias, para poder editarlo en Costa-Amic de México–, Richard Bach con Juan Salvador Gaviota –se vio obligado a vender su avioneta y hasta la esposa le dejó ante los sucesivos fracasos y rechazos editoriales– y el poeta peruano César Moro. Cuenta Augusto Monterroso que el gran libro de Moro, La tortuga ecuestre, “pasó durante algunos años por manos de varios editores argentinos que se negaron siempre a publicarlo”. No me extraña que el inefable señor De Torre hubiera sido el inquisidor de turno, pues según me contó Cobo Borda en La Habana, también rechazó en su momento el manuscrito de Libertad bajo palabra, el libro capital de Octavio Paz.



José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).
Máximo Vega, hacia la trascendencia literaria

Por Andrés Acevedo

De los escritores jóvenes de la ciudad de Santiago de los Caballeros, el que más dominio tiene del oficio literario es Máximo Vega. Este creador muestra en su obra una labor creativa impresionante.

Máximo Vega desarrolla una escritura de interesante registro, debido a que los géneros que ha escogido son bastante exigentes, como son la novela, el cuento y el ensayo.

Sus obras contienen una delicada prosa depurada, en este aspecto notamos que es una persona consciente y profesional de la narrativa. Conoce, porque así está reflejado, mediante su atinado razonamiento, que los géneros que trabaja son muy claros y rigurosos en cuanto al empleo del lenguaje y sus técnicas.

Sus textos tratan la problemática de los seres humanos, con sus virtudes y sus defectos, caracterizados por una atmósfera llena de violencia y constante desenfreno, poniendo siempre al descubierto los temas que antes eran manifiestos de tabúes.

Entiendo que sus obras no han sido lo suficientemente tomadas en cuenta, quizás por la poca iniciativa que tenemos los dominicanos para valorar la literatura de nuestros escritores, y también porque los críticos, al igual que los comentaristas de nuestro acontecer literario, se encuentran apandillados, exceptuando la valiosa campaña cultural que dirige doña Ingrid González de Rodríguez, en su sección “Reflejos”, en el Periódico La Información.

Este valioso escritor dominicano ha sido traducido al alemán, al francés, al inglés y al italiano; y sus obras se hayan antologadas en libros de otras nacionalidades. Ha colaborado como ensayista en diversas revistas extranjeras especializadas en asuntos literarios. Al mismo tiempo que ha obtenido importantes premios, tanto en el exterior como en el país.

Recientemente uno de sus cuentos fue incluido en el libro de texto universitario de México, país azteca.

Máximo Vega tiene publicadas las novelas: “Juguete de madera” y “Ana y los demás” y los libros de cuentos “La ciudad perdida” y “El final del sueño”; y ha editado las antologías de cuentos “Para matar la soledad” y “El cuento contemporáneo de Santiago”.

Particularmente lo considero dentro de nuestro ambiente cultural, como a uno de los escritores más disciplinados con que contamos en la actualidad. Es de los artistas que padece y observa con desconcierto la realidad literaria dominicana.

En el plano intelectual, aunque se resista a considerarse como tal, porque prefiere que lo aprecien como creador de obras literarias (entiéndase de ficción), es uno de los que, con más ponderaciones, cuestiona el presente escritural dominicano.

No se apasiona al emitir un juicio sobre cualquier tema, siempre analiza con objetiva profundidad lo que sus contemporáneos miran y expresan de manera ambigua.

Máximo Vega es el escritor más auténtico y serio que conozco, y a la vez, más preciso al delinear la verdadera de la falsa literatura realizada por nuestros escritores.



El autor es escritor

ARTURO RODRIGUEZ FERNANDEZ

En homenaje a Arturo Rodríguez Fernández, reproduzco una entrevista que tuve el privilegio de realizarle en agosto de 1994 y que fue publicada en el número 8 de la revista Vetas:

Por Jimmy Hungría.


Si acudimos a la Sala Ravelo, a la obra Palmeras al viento, o cualquier noche vemos una película en el cine Lumiere, o compramos un libro o revista o alquilamos un video o disco compacto en Supreme Quality Video, o leemos una crítica de cine en El Siglo o algún cuento en esta edición de Vetas, tendremos alguna vinculación artística, intelectual o comercial con Arturo Rodríguez Fernández, quien concedió la siguiente entrevista, exclusiva para Vetas.


JH.- Cordón umbilical, Refugio para cobardes, Hoy no toca la pianista gorda y Parecido a Sebastián, tus cuatro obras teatrales estrenadas hasta la fecha, son dramas intensos y fuertes. Ahora nos sorprendes con una comedia, Palmeras al viento, a presentarse del 7 al 30 de octubre en la Sala Ravelo, dentro de la temporada anual del Teatro Nacional. ¿Significa un giro en tu producción teatral? ¿Qué hay de común entre ésta y aquéllas? Háblanos sobre esta obra, de qué trata, quién la dirige y cuál es su reparto.



AR.- Aunque el tono sea de comedia, Palmeras al viento no rompe con las obras anteriores, sino que, más bien, reafirma la misma idea de siempre: la ausencia de algo, el elemento que no se realiza, el individuo que carece de algo, ese festival de cine que no se va a dar, es la pianista que no va a llegar, o es el Sebastián que ya está muerto, o es la madre que también será la gran ausencia en Cordón umbilical o la Rita de Refugio para cobardes. En Parecido a Sebastián ya se podía notar que cada cuadro que pasaba adquiriendo un tono diferente, y aunque acababa en drama, en una versión impuesta por las limitaciones de la Sala Ravelo, en realidad, en Parecido a Sebastián había cuadros en los que ya se podía notar el tono de comedia. Así que he querido dar un giro a tanto drama y hacer una obra en la que, por lo menos, no muere nadie. Yo creo que Palmeras al viento es la única obra mía en que no se muere nadie. La dirige Germana Quintana y el reparto está compuesto por Giovanni Cruz, Juan Carlos Pichardo, Liliana Díaz, Iván García, Niurka Mota, Lidia Ariza, Aidita Selman, Luis Dante Castillo, Osvaldo Añez y Ramsés Cairo. Es el reparto más extenso de todos los que he montado hasta ahora. Desde luego, queda la obra Todos menos Elizabeth, que tiene un reparto mucho más largo, y ahora Joaquín Sabina ha grabado una canción que se llama Todos menos tú, que es lo mismo. Suerte que mi obra está publicada de antes, pero ya cuando se vaya a montar no va a parecer tan original como pretendía.


JH.- Tengo entendido que Todos menos Elizabeth ibas a montarla este año, pero la has pospuesto. ¿La montarás el próximo año?


AR.- El problema de Todos menos Elizabeth es que, si el presupuesto para montar Palmeras al viento se dispara al extremo de que aunque fuese un éxito y un lleno diario, jamás pudiera cubrir los gastos, montar Todos menos Elizabeth sabemos de antemano que va a ser una catástrofe. Aquí no hay subvención para el teatro, es muy difícil. Palmeras al viento hubiera necesitado una sala intermedia, no es la obra para la Sala Ravelo pero tampoco para la Sala Principal del Teatro Nacional. La escenografía va a sacrificar una serie de cosas, aunque se van a tomar las primeras filas de la Sala Ravelo, pero aún así, no se puede lograr lo que el texto pretende.


JH.- ¿Y quizás en una sala como la de Bellas Artes o la de Nuevo Teatro?


AR.- Hubiera sido mucho mejor, aunque a mí no me gusta para nada Bellas Artes, porque con las remodelaciones que le han hecho, se ha perdido por completo la acústica.


JH.- Y si llueve, hay goteras.


AR.- Y si llueve, hay goteras, y si hay un apagón, no hay luz.


JH.- Pienso que sólo los espectadores que sean muy cinéfilos comprenderán a cabalidad las referencias al cine que hay en muchas situaciones y personajes de Palmeras al viento, por ejemplo, la Joan Novak que alude a las actrices Joan Collins y Kim Novak, que se dice fueron amantes de Porfirio Rubirosa y Ramfis Trujillo, o el de René Sierra, simbiosis de René Fortunato y Jimmy Sierra. ¿Te diriges fundamentalmente a ese público muy conocedor del cine? ¿No te interesa el resto del público?


AR.- Una de las razones por las cuales Palmeras al viento tiene un tono de comedia es precisamente para hacer que el público que no sabe de esas referencias cinéfilas (y eso de René Sierra, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), que ese público se divierta, aunque pierda una segunda o tercera lectura de la obra. Así puede funcionar a un nivel. Hemos exagerado, incluso, los toques de comedia en el montaje para hacer eso, que el público se ría de lo que está pasando, y muchas cosas las va a perder, pero eso no quiere decir que no se vaya a divertir.


JH.- Desde fines de los años sesenta, te has destacado como cuentista, habiendo ganado numerosos premios y menciones en varios concursos de Casa de Teatro y otras entidades, incluso a nivel internacional. Has publicado tres volúmenes de cuentos (La búsqueda de los desencuentros, Subir como una marea y Espectador de la nada) y una extraña novela experimental (Mutanville) que incluía breves textos de otros escritores invitados (Virgilio Díaz
Grullón, Manuel Rueda, Pedro Peix, Andrés L. Mateo, Alexis Gómez, Armando Almánzar, etc.) e ilustraciones de Fernando Peña Defilló, Jorge Severino, Cándido Bidó, Elsa Núñez, Angel Haché y otros artistas. Entiendo que tienes inéditos otros dos volúmenes de cuentos (Para que lo escriba otro y Forzando las puertas del paraíso) y otras dos novelas (La soledad de los otros y Las cenizas de la esperanza), ambas desde hace más de veinte años. Sin embargo, hace ocho años no publicas ningún libro, pero has montado cinco obras de teatro (incluyendo la que ahora estrenas: Palmeras al viento) y tienes varias otras escritas o en proyecto. Parece que has dejado el cuento y la novela por el teatro, aunque tus obras (al menos algunas) las basas en tus propios cuentos. ¿Qué ha pasado?


AR.- Hay una pequeña incorrección. Sí he publicado, o han publicado algo escrito por mí en los últimos años, que es el ensayo sobre cine hecho para la exposición de Angel Haché, que se llama Homenaje al cine. Pero lo que ha sucedido es lo siguiente: Para que lo escriba otro ganó un premio en la Biblioteca Nacional, primera vez que se hizo ese concurso, primera y última vez, y la Biblioteca Nacional tenía los derechos y la obligación de publicar ese volumen, cosa que nunca hizo.


JH.- ¿Y en qué año fue eso? ¿En qué gobierno?


AR.- Imagínate, eso fue en el último año del gobierno de Jorge Blanco, hace mucho tiempo ya. El asunto es que publicar ese libro me daba mucho trabajo y me ha frustrado un tanto, porque
considero que es lo mejor que he escrito; es el libro que a mí, particularmente, más me gusta.


JH.- ¿Y todavía permanece inédito?


AR.- Permanece inédito. Solamente se publicaron unos breves relatos una vez, en Isla Abierta, pero muy pocos. Y de Forzando las puertas del paraíso, inclusive el cuento principal lo transformé en una obra de teatro, también inédita, que se llama Un instante junto a los umbrales, que tiene un segundo título que es Las mujeres de enfrente. Pero, realmente permanecen inéditos por el alto costo de la publicación y la dificultad de la venta, eso limita a cualquier escritor, porque este país es de los pocos donde uno tiene que ir a mendigar anuncios, a buscar quien le publique, y después a no vender. O no a no vender, no, porque realmente los libros se venden si tienen un precio bajo, pero si uno pone el precio bajo, entonces uno está perdiendo doblemente.


JH.- ¿Crees que llegas a más público haciendo teatro? O sea, ¿el teatro tiene más público, más espectadores que lectores los libros?


AR.- Por lo menos, tiene más público de inmediato. Yo, si al montar Cordón umbilical hubiera sido un fracaso de público, probablemente hubiera seguido escribiendo cuentos, hubiera dejado
el teatro. Pero al ir mucha gente a Cordón umbilical (dentro de lo que cabe considerar «mucha gente» como público de teatro en el país), y al tener éxito todas las obras que he montado en cuanto al número de espectadores, pues he decidido seguir con el teatro. También porque aquí hay muy pocos autores teatrales, creo que el país necesita más de teatristas que de cuentistas. Ahora mismo acabo de ser jurado del concurso de cuento de Casa de Teatro, eran más de cien cuentistas participando, y realmente había mucho talento ahí para escribir cuentos, sin embargo, cuando hay concursos de teatro, los participantes son muy pocos. Además, creo que el teatro es el género más difícil de escribir que existe, más difícil que una novela, un cuento o un ensayo.


JH.- ¿Cómo valoras la actual narrativa dominicana, tanto en cuento como en novela?


AR.- En las palabras que escribí para el acto de entrega de premios del concurso de cuento de Casa de Teatro, decía que en este país hay tres tipos de escritores: aquellos que escriben bien y que no tienen historias que contar, aquellos que tienen historias que contar pero que no saben escribir y aquellos que tienen historias que contar y saben escribir, que son los menos. El problema es que hay muchos escritores que escriben muy bien, pero se les ha acabado la imaginación. Eso parece casi un absurdo, en un país donde uno sale a la calle y se encuentra con un millón de historias, o lee la prensa o ve la televisión y hay millones de historias que contar. Pero estos escritores empiezan a elucubrar sobre cosas, a buscarse técnicas raras, y no llegan a nada, y hay otros que tienen un millón de vivencias, cuentan historias fabulosas, en este último concurso de cuento, por ejemplo, hay un relato que es una cosa formidable, y este relato no tiene ni una mención, no la tiene porque está muy mal escrito, y son muy pocos los escritores que pueden unir las dos cosas.


JH.- ¿Y qué opinas del actual teatro dominicano? ¿Te parece que ha tenido un auge en los últimos años?


AR.- Aquí, en Santo Domingo, vamos siempre al revés. Mientras en el resto del mundo el teatro está en plena decadencia por los altos costos de producción, porque la gente se queda en su casa viendo videos, por lo que sea, aquí el teatro ha tenido cierto auge, no hay duda. Antes nada más había presentaciones en Bellas Artes y duraban dos días, o en el Teatro Nacional sólo duraban un fin de semana. Ahora va mucho más público al teatro y hay mejores autores también que antes. Por lo menos hay una nueva generación que escribe muy bien, como es el caso de Reynaldo Disla, que es un autor a tener en cuenta, y Giovanni Cruz, que tiene obras como Amanda y El Sucesor, que son obras importantes para nuestro teatro de las últimas décadas. Acabo de ver una obra de Elizabeth Ovalle, que es una joven autora que ha escrito una obra muy auténtica, no es una gran obra, pero tiene una autenticidad que la coloca por encima de sus méritos literarios.


JH.- Además de cuentista, novelista, dramaturgo, crítico de cine, distribuidor de películas, gerente de cines y clubes de video, comentarista de radio y televisión, publicista, abogado y quinientos oficios más que has desempeñado en tu vida, ejerces otro oficio muy peculiar: jurado. Has sido jurado en certámenes literarios, en festivales internacionales de cine, en la Bienal Nacional de Artes Visuales y hasta en concursos de belleza y las Olimpíadas de Rock de Kin Sánchez. Sólo te falta ser jurado en el Festival Gastronómico y en el Concurso Nacional de Cocteles que organizan Asonahores y la Secretaría de Turismo, cosa que te encantaría, ¿verdad? ¿Cómo ves todo el rollo de los concursos, eventos competitivos y los premios en arte y literatura, con los que muchos no están de acuerdo y se niegan a participar, pero otros muchos sí?


AR.- Si no hubiera concursos, en países como el nuestro, nunca tendríamos escritores, porque la mayoría de los escritores salen, en estos países, de los concursos. Como no hay posibilidades económicas para muchos de publicar por su cuenta, tienen que valerse de los concursos para que sus obras de teatro, sus cuentos, sus poesías, salgan a la luz pública. Es la única forma, también, de lograr cierta notoriedad que permita seguir. Es un trampolín, no sólo necesario sino imprescindible en estos países. Yo no veo nada malo. El que no concursa es porque tiene miedo. No siempre hay que concursar para ganar, uno quiere ganar, pero si no ganan, hay escritores que se ofenden y no vuelven. En Casa de Teatro pasa lo siguiente: algunos escritores se quedan en bares y colmados cercanos por ahí y mandan a una serie de delegados, y cuando están leyendo los nombres de los premiados, van y los buscan, les dicen «¡ven, que ganaste!», y ahí vienen a recibir su premio, eso es una barbaridad, pero eso sucede. Uno tiene que saber también que los jurados no son infalibles, que cuando uno participa y está un jurado, a lo mejor gana, y si el jurado hubiera sido diferente, a lo mejor el resultado hubiera sido otro, pero es una lotería en la que obligatoriamente hay que jugar y participar.


JH.- ¿Ese mismo criterio lo extiendes a las artes visuales, digamos a la Bienal Nacional de Artes Visuales?


AR.- Sí. Muchas veces, los premios que se dan son totalmente injustos, pero tal vez en la próxima Bienal el jurado dé unos premios más justos y alguna vez salen, porque yo he participado en muchísimos concursos en mi vida y no siempre he ganado. Ya no participo en ciertos concursos, por ejemplo, el de cuento de Casa de Teatro, ya es un concurso al que yo no mando, no mando tampoco al Premio Nacional, al de la Secretaría de Educación, porque creo que ése siempre ha sido injusto, aunque yo haya ganado una vez. Pero los concursos siempre tienen que existir en este país, no hay otra salida para el escritor, ni siquiera para la muchacha que quiere sobresalir como modelo, ni para el bartender.


JH.- Lo que has dicho sobre los jurados es muy cierto y ahora recuerdo tres ejemplos. Martín López no pudo participar en la Bienal Nacional de Artes Visuales de este año porque el jurado de selección rechazó o no aceptó las obras que presentó en las categorías de video y fotografía, algo increíble, tratándose de un artista premiado en anteriores bienales (cuando las bienales eran bienales, como dice Faustino Pérez) y de mucho prestigio fuera de aquí, y que suele ser invitado a importantes eventos internacionales, como recientemente, en el Ludwig Forum, en Alemania, y en la selecta exposición «Arte Contemporáneo Dominicano» en America’s Society Gallery, en Nueva York. A otro fotógrafo dominicano, Jesús Rodríguez, no le colgaron tampoco ninguno de los trabajos que envió al concurso de fotografía de la Casa Fotográfica de Wifredo García, pero luego los remitió al concurso internacional de la revista Geomundo, compitiendo con 629 fotógrafos de muchísimos países y con más de seis mil fotografías, y ganó el segundo premio, valorado en seis mil dólares, equivalente a casi ochenta mil pesos, mucho más dinero que el de varios premios criollos juntos. Reynaldo Disla ni siquiera recibió mención por la obra que envió al concurso de teatro de Casa de Teatro, hace algunos años; luego la mandó a Cuba, al concurso de Casa de las Américas, compitiendo con decenas de obras de importantes autores de casi todos los países iberoamericanos y ganó el primer premio, único dominicano que ha ganado el primer premio de teatro en el concurso de Casa de las Américas. Pero no sigamos nadando en lo hondo y retornemos a la orilla. Pasando a otro tema, háblame de tu club de video, Supreme Quality. ¿Qué ofrece diferente a los demás?


AR .- Aquí hay una serie de videos que se están especializando en arte. Hay videos muy buenos como Cometa o como Molina, que han traído muchas películas artísticas, pero faltaba, a mi entender, un video que se ocupara del cine clásico. Por razones particulares, estos videos no se ocupaban, o no se ocupaban mayormente, del cine clásico. Yo he querido llenar ese vacío, y poco a poco he ido formando una videoteca de cine clásico, al menos norteamericano, de gran valía. Lo que sucede es que la mayoría de esas películas viene sin subtítulos, y entonces limita también la acogida del público. Ahora, gracias al llamado «close captioned», que tiene subtítulos en el mismo inglés, se consigue un público más extenso. De todas maneras, vamos a seguir por esa línea, mezcla de video artístico y video clásico, sin abandonar ni los clavos, porque obligatoriamente un video tiene que tener clavos, ni las películas infantiles, ni las películas de todo género, porque si una persona va a buscar una película artística o clásica al video, lleva a sus hijos, lleva a su esposa o esposo, lleva a su familia, que quiere ver otro tipo de cine, y hay que complacerlos a todos, y si no, pues, uno perdería. El cine de arte nunca es negocio, ni el video tampoco.


JH.- ¿Qué próximos ciclos de cine has programado para el Lumiere, en combinación con algunas embajadas?


AR.- Los próximos serán un ciclo de cine canadiense y un ciclo de cine español, ambos en noviembre, que incluyen una serie de títulos muy buenos. Son las dos últimas embajadas que se han acercado a nosotros y creo que van a ser los dos festivales más importantes de este año.


JH.- ¿Qué proyectos inmediatos tienes como escritor, tanto respecto a tu propia creación literaria como a las actividades de la Casa del Escritor, de la que eres fundador y directivo?


AR.- Proyectos propios está, muy probablemente (tengo una oferta, todavía es un plan), la traducción al inglés de Cordón Umbilical, lo cual para mí sería formidable y una forma de entrar a un mercado importante y tal vez salir del aprieto de hacer teatro aquí; y por otro lado, en cuanto a los planes de la Casa del Escritor, estábamos esperando a que se solucionara todo el problema político, que se calmaran las cosas, y pudiéramos volver a empezar. Hay en proyecto una exposición de pintura para recaudar fondos, el acto de entrega de premios a los mejores libros del año pasado, y hemos tenido encuentros literarios, por ejemplo, hace poco, con Ana Lydia Vega y Miguel Barnet, que han sido todo un éxito, y vamos a seguir por esa línea. Lo que pasa es que tampoco la Casa del Escritor tiene con qué sostenerse, hay que ir buscando la manera de seguir en un local realmente formidable, pero donde nosotros mismos, como directiva, tenemos que estar pagando una mensualidad para poder sostenerla.


JH.- ¿Dónde se encuentra y quienes integran su directiva?


AR.- Está ubicada en la calle Mercedes, frente a la Iglesia de las Mercedes, en la casa de Don Emilio Rodríguez Demorizi, cuya hija, Clara, nos la ha cedido, una parte de la casa, porque esa casa es inmensa y tampoco uno puede cargar con la responsabilidad de esa fabulosa biblioteca que tenía el señor Rodríguez Demorizi y que debería ser declarada Patrimonio Nacional y ver cómo se revaloriza todo lo que hay allí. Tenemos una directiva presidida por Pedro Vergés y de la cual forman parte escritores como Diógenes Céspedes, Jeannette Miller, Soledad Álvarez, José Mármol, José Enrique García y otros. Hasta ahora, hemos dirigido todas las actividades, pero puede integrarse cualquier escritor, cualquier persona que se interese por la literatura, para celebrar allí cualquier tipo de acto cultural. Se han puesto a circular libros, como el de Armando Almánzar, Cuentos en cortometraje y también se pueden dar charlas, es para cualquier cosa que tenga relación con la literatura.


Nota: Esta entrevista fue hecha a fines de agosto y debió publicarse a principios de octubre, mes en que ocurrieron algunos eventos mencionados en la misma, tales como la exposición de pintura y la entrega de premios de la Casa del Escritor y el estreno de Palmeras al viento, en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.

La Muerte de Arturo

A Arturo le conocí en Supreme Quality Video, un centro de alquiler de película que él tenía en Plaza Naco. Corría el año de 1993 y tenía poco días de haber llegado a Santo Domingo. Venía de la Piragua, Gaspar Hernández, bien verdecito. Con él aprendí a apreciar el Gran Cine. Recuerdo un día que me entregó "Las cartas de Alou" de Montxo Armendáriz, una excelente película europea. Luego le seguí a través de "Linterna mágica" que escribia en HOY y donde enseñaba a separar la paja del trigo en materia de cine. En fin, se nos va un hombre excepcional, amante del cine y un referente obligatorio a la hora de hablar de narrativa, cine, teatro y muchas otras cosas de las que sabía.

Adios Arturo, adios amigo...

VALENTIN AMARO


Demasiadas tristezas en poco tiempo. Aun no puedo pensar en mi madre, y unos dias despues fue Blas, y luego Luis. Alguno/a conoce algun remedio?

Chiqui Vicioso



Cuando Martha Sepúlveda desapareció de la vista de todos y nos dejó sin Martha Sepúlveda, me hice miles de interrogantes. Era lógico. Aunque ya no soy joven, tampoco soy tan viejo como para que mi generación se empiece a morir de causas más o menos naturales. ¿Qué pasará con los buzones de Martha?, me pregunté. ¿A dónde irán a parar todas esas palabras, fotografías y razones que ella atesoraba en sus cuentas cibernéticas?

Antiguamente, la gente solía dejar un baúl, una caja o cuando menos una oxidada lata con todos sus secretos (Los puentes de Madison es una historia que se sostiene solo en esa probabilidad). Pero en la era digital esas cosas no son tangibles, se tornan inextricables con apenas una combinación de letras y números que jamás nadie podrá adivinar.

El muro de Facebook de Arturo Rodríguez está lleno de mensajes que todos menos él podrán leer. Como siempre odió los finales obvios, le tocó una muerte impredecible. Ayer, a las 10:28 a.m., entró por última vez al Facebook y le agregó nuevas fotos a su galería “Pasa la vida sin decir adiós”.
Con un mojito en la mano y mirando a ninguna parte (raro desliz para alguien que estudió por años el peso de las miradas) Arturo se despide. Sus señales invisibles se perdieron para siempre.


Arturo Rodríguez Fernández, no sabremos nunca todo lo que perdimos al perderte



Por Aquiles Julián



Mi primer trato personal con Arturo Rodríguez Fernández fue en 1983. Antes de eso le veía de lejos, sin mayor contacto. En 1982 gané el primer lugar en el concurso de cuentos de Casa de Teatro y al año siguiente fui jurado del mismo, junto a Armando Almánzar Rodríguez y a Pedro Vergés.



Los tres convenimos, más por decisión de Pedro Vergés y mía que por la de Armando, más compasivo y fraternal, en no declarar ganadores, dejar desiertos los tres primeros premios y otorgar diez menciones. Fue un enmendar la plana a los participantes para que cuidaran los textos que enviaban a concurso. Freddy Ginebra aceptó el fallo, aunque siempre nos recomendó seleccionar los tres mejores y premiarlos. Pero la intransigencia de Pedro Vergés y mía en no premiar cuentos que habían sido enviados sin el cuidado apropiado para competir en un concurso, se impuso.



Arturo Rodríguez Fernández fue uno de los que participó en ese concurso. Y lo recuerdo porque fue tal vez si no el único, uno de los pocos que sin estar de acuerdo con nuestra decisión, la aceptó con humildad y con el cual conversé amablemente sobre la misma.



Hubo escritores que, antes del fallo, sabiendo que era jurado del mismo, se aproximaron a mí buscando camelarme. Y luego echaron chispas y dijeron barbaridades sobre mí y los demás jurados. El problema es que en el concurso se premian los textos, no las personas. Y si los cuentos no valen la pena o merecen ser premiados, aunque las personas sean excelentes, maravillosas, admirables, los textos no serán galardonados. Y créanme que, por su comportamiento, tampoco lo eran.



Así que algunos se enemistaron conmigo, dejaron de dirigirme la palabra. Otros enfriaron su actitud al máximo. Hubo quienes echaron pestes acerca de mí. Y quienes me desconocieron, al grado de que luego de más de diez primeros premios literarios, entre ellos dos de Casa de Teatro y el Premio de Literatura de la Universidad Central del Este, UCE, aquí se editan antologías literarias en las que aparece todo el mundo menos yo, lo que, por otro lado, no me quita el sueño. Total, el día que quiera hacer una antología en la que yo aparezca, la haré yo mismo y punto.



Saco el caso a colación porque algo similar sucede con Arturo Rodríguez Fernández. Brillante narrador, excelente dramaturgo, ¿dónde están las antologías que reconocen su obra y su talento?



A Arturo Rodríguez Fernández se le tenía envidia. Se le envidiaba su origen social: miembro de una familia de emigrantes españoles que prosperó e hizo fortuna en nuestro país, lo cual parece que algunos nativos lo viven como afrenta y no como ejemplo. Se le envidiaba su evidente talento: ganó premios nacionales e internacionales. Nadie se fijo en su infatigable capacidad de trabajo. En su pasión sin límites por el cine, que lo llevó desde la crítica de cine (era capaz de viajar al extranjero sólo a ver una película), a aventurarse financieramente instalando el Cine Lumiere, un cine de arte que muchos pudimos aprovechar, aunque no hubo el suficiente respaldo para hacer rentable la aventura; y que terminó por crear el Festival de Cine de Santo Domingo, que convirtió en base a trabajo arduo, relaciones personales (que las tenía de sobras en el mundo de cine), determinación y sacrificios en una institución respetable, al que concurrían cineastas y actores de renombre internacional a exhibir sus obras. Y fue un promotor entusiasta y dedicado de nuestro país como lugar ideal para rodar películas.



Su entrega a sus pasiones: el cine, la literatura, era total. Siempre embarcado en un proyecto, siempre con planes a realizar, siempre con tareas pendientes de ejecución.



Cada vez que le veía, en esos escasos pero prodigiosos momentos en que una premiación nos acercaba, él como jurado la más de las veces, y yo como el afortunado ganador, le insistía en que quería hacer un libro digital con sus cuentos. Siempre me prometía enviármelos, pero las ocupaciones no le dejaban tiempo. Me regaló uno de sus últimos libros, lleno de cuentos admirables. Hoy la infortunada noticia de que un infarto fulminante nos lo arrancó de la vida, deja mi modesto proyecto de un libro digital que celebrara su talento y promoviera sus cuentos, trunco. Me debes esa, Arturo.



Al leer la noticia en la prensa digital, que reviso varias veces al día, quedé pasmado. Mi estupefacción hizo que mi esposa me preguntara qué me sucedía. Quise decirle que se me había desgarrado el corazón, porque Arturo Rodríguez Fernández era un ser sorprendente: tras la constante chanza, tras el choteo y la salida jocosa, se escondía un ser bueno, agradable, inteligente, talentoso y de una capacidad de trabajo y dedicación excepcionales.



Mañana su deceso no será publicado a ocho columnas en la prensa, ni se bajarán las banderas a media asta, tampoco se declararán tres días de duelo. Así mueren los grandes de verdad. Nadie como él para merecer todos los homenajes. Honró al país con su vida, con su obra, con su dedicación. Nos engrandeció con su trabajo. Nos dedicó lo mejor de sus años. Nos enseñó. Nos guió. Nos aportó de múltiples maneras.



Empantanados en frivolidades y circos: el circo de la política, el circo de la farándula; agobiados por los salarios ridículos que nos hacen desvivir buscando como arañar el peso para poder ganarnos el derecho a sobrevivir un día más; aturdidos por el alcohol, atronados por la bulla de las estruendosas bocinas de los discolights de los candidatos; de las radios escandalosas; enredados en la madeja de chismes en que consumimos el tiempo, la muerte de Arturo Rodríguez Fernández pasará poco menos que desapercibida.



No sabremos lo que perdimos. Pero, créanme, perdimos más de lo que podríamos darnos cuenta. Ese infarto nos arrebató al promotor de cine incansable, al alma del Festival de Cine de Santo Domingo, al artífice de múltiples iniciativas vinculadas al séptimo arte, al narrador dedicado, al dramaturgo talentoso, al dominicano que dio lustre y brillo al gentilicio, que honró con su vida y dignificó con su trabajo a esta tierra que tanto merece y a la que tantos dañamos y degradamos.



No saber lo que se tiene hasta que se pierde es un dicho de añeja sabiduría. Hice alarde, hace algún tiempo, en una presentación que escribí para uno de los libros digitales que edito, de mi amistad con Arturo Rodríguez Fernández. Como lo hice de mi amistad con Efraím Castillo, Alexis Gómez, Enrique Eusebio, Manuel Núñez, José Enrique García, Manuel García Cartagena y otros escritores.



Era una forma de encubrir mi admiración, mi respeto, mi aprecio, mi envidia si se quiere a sus maneras amables, a sus dones, a su generosidad, a su bonhomía, a su capacidad de trabajo, a su entrega, a sus aportes portentosos a la patria.



Quiero dejar constancia de esa admiración, de ese respeto, de que no tenemos con qué pagar ni cómo reconocer todo lo que él hizo y dio y legó a este país. Con la grandeza con que los mejores dominicanos lo hicieron: sin esperar nada en recompensa, pero con la satisfacción del deber cumplido.



Como dije, no sabremos lo que perdimos. Pero desde ya sentimos la inmensa falta que nos hace su partida. Que Dios premie en Su Reino a un hombre que como Arturo hizo mejor al mundo con su sola presencia y nos dio ejemplo de que la determinación de una sola persona puede lograr grandes propósitos si se dispone.

BALTASAR GARZON

El juez Baltasar Garzón está siendo perseguido en su país, España, y es posible que sea procesado por el delito de prevaricación por un tribunal español. Desde aquí, desde un blog perdido entre millones de otros blogs, en una pequeña isla dividida en dos, nos solidarizamos con una persona que no conocemos, que quizás jamás conoceremos, pero que ha decidido oponerse a una serie de hechos deleznables, y de individuos que han cometido crímenes horrendos y que aún se pasean por las calles españolas o latinoamericanas, sabiendo él de antemano que podía sucederle lo que le está pasando ahora. Puesto que el juez Garzón sabía que sería perseguido por aquellas personas con un pasado dudoso, nerviosas porque el juez se les está acercando demasiado.

A veces a uno se le olvida de qué clase de cosas está compuesto el poder. Que el poder lo componen también seres dispuestos a lo que sea, que tiene un lado muy oscuro, y que aquellas personas que participan de ese lado oscuro se enorgullecen de ello, proclamando que "tuvieron el valor de hacer lo que se tenía que hacer", como si todas las demás personas honradas y defensoras de los derechos humanos fuesen unos cobardes que no supieron defender una democracia que no existía, y que no estaban de acuerdo con una dictadura (con ninguna dictadura) genocida. Y se nos olvida que la mayoría de nuestros gobernantes se asocia con ese lado oscuro porque tiene la creencia ciega de que es necesaria, a veces, la coerción y la violencia, la ilegalidad y el maltrato. En mi país, aún se torturan presos en las cárceles, aún se practican ejecuciones en las calles por parte de la policía (como sucede en casi todos los países latinoamericanos), no necesitaríamos, acaso, un juez como Garzón?

Una defensa al juez Baltasar Garzón que quizás pase desapercibida, pequeña y sincera, como debería solidarizarse todo aquel que crea en algún tipo de justicia en contra de los asesinos y los saqueadores.

Miguel Delibes

En la primera página de la sección de deportes del periódico Hoy, de la República Dominicana, aparecía la noticia enorme de la pelea de boxeo entre Manny Pacquiao y Clotey, que al final ganó Pacquiao. En la penúltima página de esa misma sección, colocaron la información pequeñita de que Miguel Delibes, uno de los escritores más importantes del siglo XX en nuestro idioma, un monumento de nuestra lengua, había muerto. Vamos bien.

Ana y los Demás

Ana se levanta temprano en la mañana. Se interna en el periódico, se pierde entre sus secciones y sus páginas. Ana lee. Lee con locura, con rabia. Ahora toma una revista, un libro de recetas, un breviario. Ana toma notas. Lee. Anota. Lee otra vez y muchas veces más, anota. Ana se sirve unas tostadas y se las engulle con todo y libro y el jugo de naranja se derrama por las páginas del libro, mientras Ana lee y lee y relee que se está leyendo en un libro que se empapó de jugo de naranja, del jugo que bebe Ana dentro del libro que, precisamente, ella lee y relee con la pasión de Ana.

René Rodríguez Soriano (a propósito del libro Ana y los Demás, de Máximo Vega)

Nine

La Ilíada ha permanecido 3000 años en la memoria de la gente como una de las obras literarias fundamentales de la historia de la humanidad. Pero para los guionistas y los productores de Hollywood eso no es suficiente. Para adaptar (de nuevo) el gran poema de Homero, se necesita cambiar la historia, adecuarla a la época y a la juventud, que es la que va mayormente al cine; hay que cambiarle el nombre (porque, a fin de cuentas, ¿qué es eso de La Ilíada, cuando todo sucede en el reino de Troya?); Aquiles debe ser Brad Pitt y este Aquiles-Pitt, contraviniendo uno de los símbolos del poema, no muere antes de traspasar el reino amurallado. Porque no debe morir, porque los protagonistas no pueden desaparecer tan rápido, porque son los héroes y la gente los quiere ver mucho tiempo en la pantalla.

En la Grecia Antigua, un grupo de 300 espartanos comandados por Leonidas detuvieron en el Paso de las Termópilas a todo un ejército invasor, dando sus vidas hasta que Esparta convocara su propio ejército. Un acto de sacrificio muy común entre guerreros, repetido prácticamente, de una forma u otra, en cada guerra importante que ha tenido la humanidad. Pero para Hollywood esto no es suficiente. Según su película, basada en un comic, los espartanos fueron una especie de superhéroes que blasfemaban contra Atenas (la cuna de la civilización occidental, dicho sea de paso) y que por poco terminan, ellos solos (eran solo 300), con todo el ejército de Xerxes. Los orientales, que son unos seres extraños, de costumbres bestiales y perversas, según la película, rodeados de monstruos y animales y seres humanos deformes, fueron castigados por los dioses nada más llegar a Grecia, puesto que muchos de sus barcos se hundieron en una tormenta que no era necesaria, porque los 300 hubiesen terminado con todos de cualquier manera, si no hubiese aparecido un traidor. Un traidor deforme, por supuesto. Los occidentales, al contrario de los orientales tan horribles, son blancos, musculosos, bellos, se rigen por el honor y los valores familiares.

81/2 es uno de los filmes más extraordinarios de la historia del cine. Luego de haber dirigido una obra maestra de la categoría de La Dolce Vita, Federico Fellini sufrió un bloqueo creativo producido por la fama y la presión artística, porque, ¿cómo repetir algo como La Dolce Vita? El resultado fue ese 81/2, la historia autobiográfica de ese Guido-Marcelo Mastroiani-Federico Fellini, un director de cine mujeriego, exitoso, popular, pero sumamente triste. Para Hollywood, esa película no es suficiente. Sacándole toda su carga existencialista, existencialismo que marca toda la obra de Fellini, decidieron hacer otra película basada en un musical de Broadway, titulado Nine. Pero entonces todo comienza a ser superficial, a ser espectáculo. Lo importante en Guido, y en Nine, no son los recuerdos del director, asociados a las mujeres de su vida, sino que son las mujeres en sí mismas. Importantes son las canciones, las coreografías, las candilejas. Como musical-homenaje a Fellini, en Broadway, estaba bien. Excelente. ¿Pero utilizar el mismo medio de Fellini, el cine, para convertir en superficial una cinta que nos habla sobre la infelicidad, el arte, las relaciones humanas, la fama, el amor, el deseo, el cine, el alma humana, en fin? En 81/2, las mujeres nunca son reales, porque son como las percibe el director, un mujeriego empedernido que tiene una imagen particular de cada una de ellas, por supuesto la que necesita para seguir viviendo en un mundo que le parece absurdo. En Nine, toda la película es sólo mujeres. Bien por el espectáculo, mal por el cine. Porque para Hollywood nada es suficiente. Suficiente es sólo el dinero. No es suficiente, no es suficiente…

APECO

Murió Natalio Puras (APECO), uno de los fotógrafos más importantes de la República Dominicana. Paz a sus restos.

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