Santiaguiando

Recuerdo las noches de Santiago en los años 80 del siglo XX (algo de eso está en esa novelita tan imperfecta mía, "Ana y los Demás"), junto a mis compañeros escritores Puro Tejada, Manuel Llibre, Andrés Acevedo, a veces Fernando Cabrera, Ruth Acosta, Jim Ferdinand, los artistas plásticos Edgar Hernán, Oscar Rodríguez, a veces Ricardo Toribio, Chiqui Mendoza, en el bar Talanca o en cada exposición de pintura o puesta en circulación de algún libro. En Casa de Arte, la Alianza Cibaeña, el Centro de la Cultura o la Alianza Francesa, cuando la Alianza Francesa hacía actividades culturales. A Leo Núñez, Binny, a Pastor de Moya desafiando a medio mundo, al Ruso montándosele los seres encaramado en una mesa, a Puro escribiendo un poema en la celebración de unos 15 años en el Centro de Recreo, a Johnny, el hermano de Fabiola, con la cara llena de pintura roja, con todos los dientes afuera en medio de un Arte Vivo. Encontrándonos en las bibliotecas de la ciudad: en el Domínico Americano, en Amantes de la luz, la Alianza Cibaeña, la biblioteca de la PUCMM cuando sólo era UCMM, y dejaba entrar a todo el que quisiera leer en una época en la que no existía el internet, y escribíamos a mano para luego copiarlo todo en una Olivetti portátil a la que se le enredaban a cada rato las teclas centrales. Recuerdo esos momentos de mi juventud, cuando escribir, o hacer arte, sentirlo quiero decir en los huesos, o en el corazón, era lo más importante del mundo, tenía algún sentido basado en la ingenuidad. Por supuesto, algo de eso se ha perdido, nos ha sobrepasado la realidad, la necesidad de sobrevivir, de ganar dinero, de afiliarse a un partido político corrupto o comprarse un carro o una yipeta. O andar a pie, cada quien tiene sus pequeñas necesidades diferentes. Antes escuchábamos las canciones de Silvio Rodríguez, agraviábamos a todo aquel que se metía con el Unicornio Azul, leíamos los libros de Milán Kundera y todos los poemas de Vallejo, las 10,000 páginas de Dostoyevski, criticábamos los poemas de la generación del 80, deseábamos para nosotros la soledad intensa de Baudelaire o envidiábamos la muerte terrible de Rimbaud, luego la eternidad. Nos quedábamos a dormir en las casas de los otros. Nos creíamos la generación que iba a cambiar el curso de la literatura dominicana, y no desde Santo Domingo: sin salir de Santiago. Pero éramos felices. Ramón escribiendo: "Entonces, uno toma la copa, la bebe y nace ella...", Minaya con su tranquilidad oriental, Jim leyendo a Sartre porque Sartre era el mejor escritor del planeta, después de Novalis, y de Borges, claro, porque Borges... imitando el estilo de Cortázar y despreciando a Vargas Llosa por reaccionario y porque estando allí García Márquez, Cortázar, Borges, Carpentier, Rulfo, Onetti, Octavio Paz, Bioy Casares, Sábato, para qué diablos vamos a detenernos en Vargas Llosa? Pero ya ven: mi compadre Abersio está dando clases en New York, Puro vive en Toronto, José Acosta es periodista en el Bronx, Baldomero nos envía postales desde Holanda, Ruth se casó con un francés y ya no escribe poemas en París. Nos abandonaron Dionisio, Gerónimo, Leo. Las 100 antologías del cuento dominicano aún incluyen siempre el Delicatessen de Miguel Alfonseca, la número 105 repitió el Ahora que Vuelvo Ton de René. Estoy mintiendo: no éramos felices. Pero trascendíamos la realidad, y vivíamos en una burbuja que nos hacía creernos los mejores escritores de todo el mundo. Aunque no lo fuéramos: qué importancia puede tener eso.
"La poesía no está hecha para los arqueólogos, sino para místicos, para creadores, para otros poetas; es un bosque antiguo en el cual están creciendo árboles jóvenes que ocuparán nuevos lugares y mirarán hacia otras luces."

Giuseppe Prezzolini, "Historia de Bolsillo de la Literatura Italiana"
Amor

Clarice Lispector


Un poco cansada, con las compras deformando la nueva bolsa de malla, Ana subió al tranvía. Depositó la bolsa sobre las rodillas y el tranvía comenzó a andar. Entonces se recostó en el banco en busca de comodidad, con un suspiro casi de satisfacción. Los hijos de Ana eran buenos, algo verdadero y jugoso. Crecían, se bañaban, exigían, malcriados, por momentos cada vez más completos. La cocina era espaciosa, el fogón estaba descompuesto y hacía explosiones. El calor era fuerte en el departamento que estaban pagando de a poco. Pero el viento golpeando las cortinas que ella misma había cortado recordaba que si quería podía enjugarse la frente, mirando el calmo horizonte. Lo mismo que un labrador. Ella había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras, sino esas mismas. Y los árboles crecían.

Crecía su rápida conversación con el cobrador de la luz, crecía el agua llenando la pileta, crecían sus hijos, crecía la mesa con comidas, el marido llegando con los diarios y sonriendo de hambre, el canto importuno de las sirvientas del edificio. Ana prestaba a todo, tranquilamente, su mano pequeña y fuerte, su corriente de vida. Cierta hora de la tarde era la más peligrosa. A cierta hora de la tarde los árboles que ella había plantado se reían de ella. Cuando ya no precisaba más de su fuerza, se inquietaba. Sin embargo, se sentía más sólida que nunca, su cuerpo había engrosado un poco, y había que ver la forma en que cortaba blusas para los chicos, con la gran tijera restallando sobre el género. Todo su deseo vagamente artístico hacía mucho que se había encaminado a transformar los días bien realizados y hermosos; con el tiempo su gusto por lo decorativo se había desarrollado suplantando su íntimo desorden. Parecía haber descubierto que todo era susceptible de perfeccionamiento, que a cada cosa se prestaría una apariencia armoniosa; la vida podría ser hecha por la mano del hombre.

En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas. Y eso le había dado un hogar, sorprendentemente. Por caminos torcidos había venido a caer en un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella lo hubiera inventado. El hombre con el que se había casado era un hombre de verdad, los hijos que habían tenido eran hijos de verdad. Su juventud anterior le parecía tan extraña como una enfermedad de vida. Había surgido de ella muy pronto para descubrir que también sin la felicidad se vivía: aboliéndola, había encontrado una legión de personas, antes invisibles, que vivían como quien trabaja con persistencia, continuidad, alegría. Lo que le había sucedido a Ana antes de tener su hogar ya estaba para siempre fuera de su alcance: era una exaltación perturbada a la que tantas veces había confundido con una insoportable felicidad. A cambio de eso, había creado algo al fin comprensible, una vida de adulto. Así lo había querido ella y así lo había escogido. Su precaución se reducía a cuidarse en la hora peligrosa de la tarde, cuando la casa estaba vacía y sin necesitar ya de ella, el sol alto, y cada miembro de la familia distribuido en sus ocupaciones. Mirando los muebles limpios, su corazón se apretaba un poco con espanto. Pero en su vida no había lugar para sentir ternura por su espanto: ella lo sofocaba con la misma habilidad que le habían transmitido los trabajos de la casa. Entonces salía para hacer las compras o llevar objetos para arreglar, cuidando del hogar y de la familia y en rebeldía con ellos. Cuando volvía ya era el final de la tarde y los niños, de regreso del colegio, le exigían. Así llegaba la noche, con su tranquila vibración. De mañana despertaba aureolada por los tranquilos deberes. Nuevamente encontraba los muebles sucios y llenos de polvo, como si regresaran arrepentidos. En cuanto a ella misma, formaba oscuramente parte de las raíces negras y suaves del mundo. Y alimentaba anónimamente la vida. Y eso estaba bien. Así lo había querido y elegido ella.

El tranvía vacilaba sobre las vías, entraba en calles anchas. Enseguida soplaba un viento más húmedo anunciando, mucho más que el fin de la tarde, el final de la hora inestable. Ana respiró profundamente y una gran aceptación dio a su rostro un aire de mujer.

El tranvía se arrastraba, enseguida se detenía. Hasta la calle Humaitá tenía tiempo de descansar. Fue entonces cuando miró hacia el hombre detenido en la parada. La diferencia entre él y los otros es que él estaba realmente detenido. De pie, sus manos se mantenían extendidas. Era un ciego.

¿Qué otra cosa había hecho que Ana se fijase erizada de desconfianza? Algo inquietante estaba pasando. Entonces lo advirtió: el ciego masticaba chicle... Un hombre ciego masticaba chicle.

Ana todavía tuvo tiempo de pensar por un segundo que los hermanos irían a comer; el corazón le latía con violencia, espaciadamente. Inclinada, miraba al ciego profundamente, como se mira lo que no nos ve. Él masticaba goma en la oscuridad. Sin sufrimiento, con los ojos abiertos. El movimiento, al masticar, lo hacía parecer sonriente y de pronto dejó de sonreír, sonreír y dejar de sonreír -como si él la hubiese insultado, Ana lo miraba. Y quien la viese tendría la impresión de una mujer con odio. Pero continuaba mirándolo, cada vez más inclinada -el tranvía arrancó súbitamente, arrojándola desprevenida hacia atrás y la pesada bolsa de malla rodó de su regazo y cayó en el suelo. Ana dio un grito y el conductor dio la orden de parar antes de saber de qué se trataba; el tranvía se detuvo, los pasajeros miraron asustados. Incapaz de moverse para recoger sus compras, Ana se irguió pálida. Una expresión desde hacía tiempo no usada en el rostro resurgía con dificultad, todavía incierta, incomprensible. El muchacho de los diarios reía entregándole sus paquetes. Pero los huevos se habían quebrado en el paquete de papel de diario. Yemas amarillas y viscosas se pegoteaban entre los hilos de la malla. El ciego había interrumpido su tarea de masticar chicle y extendía las manos inseguras, intentando inútilmente percibir lo que estaba sucediendo. El paquete de los huevos fue arrojado fuera de la bolsa y, entre las sonrisas de los pasajeros y la señal del conductor, el tranvía reinició nuevamente la marcha.

Pocos instantes después ya nadie la miraba. El tranvía se sacudía sobre los rieles y el ciego masticando chicle había quedado atrás para siempre. Pero el mal ya estaba hecho.

La bolsa de malla era áspera entre sus dedos, no íntima como cuando la había tejido. La bolsa había perdido el sentido, y estar en un tranvía era un hilo roto; no sabía qué hacer con las compras en el regazo. Y como una extraña música, el mundo recomenzaba a su alrededor. El mal estaba hecho. ¿Por qué?, ¿acaso se había olvidado de que había ciegos? La piedad la sofocaba, y Ana respiraba con dificultad. Aun las cosas que existían antes de lo sucedido ahora estaban precavidas, tenían un aire hostil, perecedero... El mundo nuevamente se había transformado en un malestar. Varios años se desmoronaban, las yemas amarillas se escurrían. Expulsada de sus propios días, le parecía que las personas en la calle corrían peligro, que se mantenían por un mínimo equilibrio, por azar, en la oscuridad; y por un momento la falta de sentido las dejaba tan libres que ellas no sabían hacia dónde ir. Notar una ausencia de ley fue tan súbito que Ana se agarró al asiento de enfrente, como si se pudiera caer del tranvía, como si las cosas pudieran ser revertidas con la misma calma con que no lo eran. Aquello que ella llamaba crisis había venido, finalmente. Y su marca era el placer intenso con que ahora gozaba de las cosas, sufriendo espantada. El calor se había vuelto menos sofocante, todo había ganado una fuerza y unas voces más altas. En la calle Voluntarios de la Patria parecía que estaba pronta a estallar una revolución. Las rejas de las cloacas estaban secas, el aire cargado de polvo. Un ciego mascando chicle había sumergido al mundo en oscura impaciencia. En cada persona fuerte estaba ausente la piedad por el ciego, y las personas la asustaban con el vigor que poseían. Junto a ella había una señora de azul, ¡con un rostro! Desvió la mirada, rápido. ¡En la acera, una mujer dio un empujón al hijo! Dos novios entrelazaban los dedos sonriendo... ¿Y el ciego? Ana se había deslizado hacia una bondad extremadamente dolorosa.

Ella había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto que no explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba una persona de las otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y un ciego masticando chicle lo había destrozado todo. A través de la piedad a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.

Solamente entonces percibió que hacía mucho que había pasado la parada para descender. En la debilidad en que estaba, todo la alcanzaba con un susto; descendió del tranvía con piernas débiles, miró a su alrededor, asegurando la bolsa de malla sucia de huevo. Por un momento no consiguió orientarse. Le parecía haber descendido en medio de la noche.

Era una calle larga, con altos muros amarillos. Su corazón latía con miedo, ella buscaba inútilmente reconocer los alrededores, mientras la vida que había descubierto continuaba latiendo y un viento más tibio y más misterioso le rodeaba el rostro. Se quedó parada mirando el muro. Al fin pudo ubicarse. Caminando un poco más a lo largo de la tapia, cruzó los portones del Jardín Botánico.

Caminaba pesadamente por la alameda central, entre los cocoteros. No había nadie en el Jardín. Dejó los paquetes en el suelo, se sentó en un banco de un atajo y allí se quedó por algún tiempo.

La vastedad parecía calmarla, el silencio regulaba su respiración. Ella se adormecía dentro de sí.

De lejos se veía la hilera de árboles donde la tarde era clara y redonda. Pero la penumbra de las ramas cubría el atajo.

A su alrededor se escuchaban ruidos serenos, olor a árboles, pequeñas sorpresas entre los "cipós". Todo el Jardín era triturado por los instantes ya más apresurados de la tarde. ¿De dónde venía el medio sueño por el cual estaba rodeada? Como por un zumbar de abejas y de aves. Todo era extraño, demasiado suave, demasiado grande. Un movimiento leve e íntimo la sobresaltó: se volvió rápida. Nada parecía haberse movido. Pero en la alameda central estaba inmóvil un poderoso gato. Su pelaje era suave. En una nueva marcha silenciosa, desapareció.

Inquieta, miró en torno. Las ramas se balanceaban, las sombras vacilaban sobre el suelo. Un gorrión escarbaba en la tierra. Y de repente, con malestar, le pareció haber caído en una emboscada. En el Jardín se hacía un trabajo secreto del cual ella comenzaba a apercibirse.

En los árboles las frutas eran negras, dulces como la miel. En el suelo había carozos llenos de orificios, como pequeños cerebros podridos. El banco estaba manchado de jugos violetas. Con suavidad intensa las aguas rumoreaban. En el tronco del árbol se pegaban las lujosas patas de una araña. La crudeza del mundo era tranquila. El asesinato era profundo. Y la muerte no era aquello que pensábamos.

Al mismo tiempo que imaginario, era un mundo para comerlo con los dientes, un mundo de grandes dalias y tulipanes. Los troncos eran recorridos por parásitos con hojas, y el abrazo era suave, apretado. Como el rechazo que precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y a la vez era fascinada.

Los árboles estaban cargados, el mundo era tan rico que se pudría. Cuando Ana pensó que había niños y hombres grandes con hambre, la náusea le subió a la garganta, como si ella estuviera grávida y abandonada. La moral del Jardín era otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias-regias flotaban, monstruosas. Las pequeñas flores esparcidas sobre el césped no le parecían amarillas o rosadas, sino del color de un mal oro y escarlatas. La descomposición era profunda, perfumada... Pero todas las pesadas cosas eran vistas por ella con la cabeza rodeada de un enjambre de insectos, enviados por la vida más delicada del mundo. La brisa se insinuaba entre las flores. Ana, más adivinaba que sentía su olor dulzón... El Jardín era tan bonito que ella tuvo miedo del Infierno.

Ahora era casi noche y todo parecía lleno, pesado, un esquilo* pareció volar con la sombra. Bajo los pies la tierra estaba fofa, Ana la aspiraba con delicia. Era fascinante, y ella se sentía mareada.

Pero cuando recordó a los niños, frente a los cuales se había vuelto culpable, se irguió con una exclamación de dolor. Tomó el paquete, avanzó por el atajo oscuro y alcanzó la alameda. Casi corría, y veía el Jardín en torno de ella, con su soberbia impersonalidad. Sacudió los portones cerrados, los sacudía apretando la madera áspera. El cuidador apareció asustado por no haberla visto.

Hasta que no llegó a la puerta del edificio, había parecido estar al borde del desastre. Corrió con la bolsa hasta el ascensor, su alma golpeaba en el pecho: ¿qué sucedía? La piedad por el ciego era muy violenta, como una ansiedad, pero el mundo le parecía suyo, sucio, perecedero, suyo. Abrió la puerta de la casa. La sala era grande, cuadrada, los picaportes brillaban limpios, los vidrios de las ventanas brillaban, la lámpara brillaba: ¿qué nueva tierra era ésa? Y por un instante la vida sana que hasta entonces llevara le pareció una manera moralmente loca de vivir. El niño que se acercó corriendo era un ser de piernas largas y rostro igual al suyo, que corría y la abrazaba. Lo apretó con fuerza, con espanto. Se protegía trémula. Porque la vida era peligrosa. Ella amaba el mundo, amaba cuanto había sido creado, amaba con repugnancia. Del mismo modo en que siempre había sido fascinada por las ostras, con aquel vago sentimiento de asco que la proximidad de la verdad le provocaba, avisándola. Abrazó al hijo casi hasta el punto de estrujarlo. Como si supiera de un mal -¿el ciego o el hermoso Jardín Botánico?- se prendía a él, a quien quería por encima de todo. Había sido alcanzada por el demonio de la fe. La vida es horrible, dijo muy bajo, hambrienta. ¿Qué haría en caso de seguir el llamado del ciego? Iría sola... Había lugares pobres y ricos que necesitaban de ella. Ella precisaba de ellos...

-Tengo miedo -dijo. Sentía las costillas delicadas de la criatura entre los brazos, escuchó su llanto asustado.

-Mamá -exclamó el niño. Lo alejó de sí, miró aquel rostro, su corazón se crispó.

-No dejes que mamá te olvide -le dijo.

El niño, apenas sintió que el abrazo se aflojaba, escapó y corrió hasta la puerta de la habitación, de donde la miró más seguro. Era la peor mirada que jamás había recibido. La sangre le subió al rostro, afiebrándolo.

Se dejó caer en una silla, con los dedos todavía presos en la bolsa de malla. ¿De qué tenía vergüenza?

No había cómo huir. Los días que ella había forjado se habían roto en la costra y el agua se escapaba. Estaba delante de la ostra. Y no sabía cómo mirarla. ¿De qué tenía vergüenza? Porque ya no se trataba de piedad, no era solamente piedad: su corazón se había llenado con el peor deseo de vivir.

Ya no sabía si estaba del otro lado del ciego o de las espesas plantas. El hombre poco a poco se había distanciado, y torturada, ella parecía haber pasado para el lado de los que le habían herido los ojos. El Jardín Botánico, tranquilo y alto, la revelaba. Con horror descubría que ella pertenecía a la parte fuerte del mundo -¿y qué nombre se debería dar a su misericordia violenta? Sería obligada a besar al leproso, pues nunca sería solamente su hermana. Un ciego me llevó hasta lo peor de mí misma, pensó asustada. Sentíase expulsada porque ningún pobre bebería agua en sus manos ardientes. ¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una persona! Por Dios, ¿no había sido verdadera la piedad que sondeara en su corazón las aguas más profundas? Pero era una piedad de león.

Humillada, sabía que el ciego preferiría un amor más pobre. Y, estremeciéndose, también sabía por qué. La vida del Jardín Botánico la llamaba como el lobo es llamado por la luna. ¡Oh, pero ella amaba al ciego!, pensó con los ojos humedecidos. Sin embargo, no era con ese sentimiento con el que se va a la iglesia. Estoy con miedo, se dijo, sola en la sala. Se levantó y fue a la cocina para ayudar a la sirvienta a preparar la cena.

Pero la vida la estremecía, como un frío. Oía la campana de la escuela, lejana y constante. El pequeño horror del polvo ligando en hilos la parte inferior del fogón, donde descubrió la pequeña araña. Llevando el florero para cambiar el agua -estaba el horror de la flor entregándose lánguida y asquerosa a sus manos. El mismo trabajo secreto se hacía allí en la cocina. Cerca de la lata de basura, aplastó con el pie a una hormiga. El pequeño asesinato de la hormiga. El pequeño cuerpo temblaba. Las gotas de agua caían en el agua inmóvil de la pileta. Los abejorros de verano. El horror de los abejorros inexpresivos. Horror, horror. Caminaba de un lado para otro en la cocina, cortando los bifes, batiendo la crema. En torno a su cabeza, en una ronda, en torno de la luz, los mosquitos de una noche cálida. Una noche en que la piedad era tan cruda como el mal amor. Entre los dos senos corría el sudor. La fe se quebrantaba, el calor del horno ardía en sus ojos.

Después vino el marido, vinieron los hermanos y sus mujeres, vinieron los hijos de los hermanos.

Comieron con las ventanas todas abiertas, en el noveno piso. Un avión estremecía, amenazando en el calor del cielo. A pesar de haber usado pocos huevos, la comida estaba buena. También sus chicos se quedaron despiertos, jugando en la alfombra con los otros. Era verano, sería inútil obligarlos a ir a dormir. Ana estaba un poco pálida y reía suavemente con los otros.

Finalmente, después de la comida, la primera brisa más fresca entró por las ventanas. Ellos rodeaban la mesa, ellos, la familia. Cansados del día, felices al no disentir, bien dispuestos a no ver defectos. Se reían de todo, con el corazón bondadoso y humano. Los chicos crecían admirablemente alrededor de ellos. Y como a una mariposa, Ana sujetó el instante entre los dedos antes que desapareciera para siempre.

Después, cuando todos se fueron y los chicos estaban acostados, ella era una mujer inerte que miraba por la ventana. La ciudad estaba adormecida y caliente. Y lo que el ciego había desencadenado, ¿cabría en sus días? ¿Cuántos años le llevaría envejecer de nuevo? Cualquier movimiento de ella, y pisaría a uno de los chicos. Pero con una maldad de amante, parecía aceptar que de la flor saliera el mosquito, que las victorias-regias flotasen en la oscuridad del lago. El ciego pendía entre los frutos del Jardín Botánico.

¡Si ella fuera un abejorro del fogón, el fuego ya habría abrasado toda la casa!, pensó corriendo hacia la cocina y tropezando con su marido frente al café derramado.

-¿Qué fue? -gritó vibrando toda.

Él se asustó por el miedo de la mujer. Y de repente rió, entendiendo:

-No fue nada -dijo-, soy un descuidado -parecía cansado, con ojeras.

Pero ante el extraño rostro de Ana, la observó con mayor atención. Después la atrajo hacia sí, en rápida caricia.

-¡No quiero que te suceda nada, nunca! -dijo ella.

-Deja que por lo menos me suceda que el fogón explote -respondió él sonriendo. Ella continuó sin fuerzas en sus brazos.

Ese día, en la tarde, algo tranquilo había estallado, y en toda la casa había un clima humorístico, triste.

-Es hora de dormir -dijo él-, es tarde.

En un gesto que no era de él, pero que le pareció natural, tomó la mano de la mujer, llevándola consigo sin mirar para atrás, alejándola del peligro de vivir. Había terminado el vértigo de la bondad.

Había atravesado el amor y su infierno; ahora peinábase delante del espejo, por un momento sin ningún mundo en el corazón. Antes de acostarse, como si apagara una vela, sopló la pequeña llama del día.

4% a Educación.

Es indudable que la sociedad dominicana hace mucho tiempo que necesita no sólo el 4% del PIB destinado a la educación, sino mucho más, tal vez el 5 o el 6, o el 8%, debido a las precariedades con que se desenvuelve el sistema educativo dominicano. Y yo conozco muy bien esas deficiencias, puesto que fui profesor de literatura y español en un colegio de Santiago, y no estoy impartiendo clases en estos momentos porque un profesor gana muy poco dinero, en el sector público y en el privado, a pesar de que es una profesión difícil y estresante, que requiere de todo el día, no sólo de las horas laborables, porque un profesor es un promotor de valores, un gestor cultural, un tutor, a veces hasta un padre o una madre para sus alumnos. Y que ese dinero debería ser destinado a mejorar los salarios de los profesores, mejorar la infraestructura de las escuelas y construir otras, equiparlas adecuadamente, capacitar a los maestros, promover y costear proyectos de investigación, volver a impartir humanidades en las aulas y no concentrarse en las ciencias, puesto que este es un país cuya economía está basada en los servicios y no en los descubrimientos científicos o en la creación o producción de nuevos productos. Pero habría que preguntarse también si no necesitaríamos un pacto social para alcanzar ese 4%. Es decir, qué hace el resto de la sociedad, incluyendo a ese sector que pide ese 4%, incluyéndome, por supuesto, para promover la educación, más extensivamente la cultura; qué se hace para que desde mi humilde o privilegiada posición, la educación llegue a todo el mundo. Habría que preguntarles a algunos medios de comunicación, que son los principales moldeadores de conciencias en este sistema capitalista, qué hacen para promover la educación y la cultura en sus medios; a los periódicos, por ejemplo, algunos de los cuales cubrieron sus primeras planas de amarillo el lunes 6 de diciembre, qué clase de promoción educativa o cultural realizan en sus medios, porque, debido a mi condición de gestor cultural, sé que es ninguna, nada, ni un cero a la izquierda, porque “no es rentable”. Que si hojeamos nuestros periódicos nacionales encontraremos las noticias más vanales del mundo, además de los inevitables políticos, músicos “populares”, peloteros, empresarios, faranduleros y narcotraficantes que sí son rentables (y que tienen todo el derecho de salir en los periódicos, por supuesto), y notaremos que solamente dos de ellos mantienen secciones semanales dedicadas a la cultura, cada vez más exiguas. Y si nos vamos de repente a la radio, o a la televisión, que es el principal medio de comunicación de masas, nos encontraremos con un panorama desolador. Y que el internet, por su condición de medio gratuito y abierto, ha llegado para llenar ese vacío educativo y cultural. Habría que preguntarles a esos presentadores de televisión que sirvieron de imagen a la brigandina para no quedarse atrás y sonar en esto del 4%, qué hacen ellos para promover la educación y la cultura en sus programas de televisión, la mayoría tan malos que ni siquiera llenan su función de entretener e informar, o por lo menos de manejar adecuadamente el idioma español. O a las universidades, antes tan preocupadas por atraer a personalidades intelectuales prominentes del país (debemos recordar que Santiago contó con las presencias de Virgilio Díaz Grullón, Héctor Incháustegui Cabral, Danilo de los Santos, Rafael Emilio Yunén, Carlos Fernández Rocha o Ricardo Miniño, y muchos otras figuras de esa categoría, gracias a la UCMM, que ha descuidado hasta el mínimo esta práctica), qué hacen para mejorar la calidad de la educación pública o privada que ofrecen, porque recuerdo muy bien que una universidad privada solicitó mis servicios hace un tiempo, y al darme cuenta de la cantidad de dinero que pagaban tuve que declinar la invitación.
Así que preguntémonos nosotros qué hacemos para promover los valores educativos, o culturales (debemos recordar que la cultura, y la civilización, se nos provee a través de un proceso educativo), sean o no rentables, porque la educación no solamente se enseña en las aulas, sino que se manifiesta, lo querramos o no, a través de todos los estamentos de la sociedad.
ENTREVISTAR ES PENSAR:

Hemos leído varios libros de entrevistas que han formado parte importante de nuestro conocimiento literario, o, en sentido general, cultural. Por ejemplo, tenemos el libro “El Oficio de Escritor“, que yo leí estando muy joven, con entrevistas a varios escritores universales, e incluso un libro extraño, llamado “Viaje al Centro de la Fábula”, firmado por Augusto Monterroso, con algunas de las entrevistas que le hicieron, extraño porque él decía que sus respuestas eran más importantes que las preguntas que le hacían, y por eso lo firmaba como si fuese suyo. Recuerdo también aquellos libros de entrevistas de la periodista italiana Oriana Fallacci, una entrevistadora excelente, porque sabía sacar respuestas de sus entrevistados que los mostraban como los seres humanos que eran, es decir, no solamente políticos o militares que tenían en sus manos las vidas de miles de personas. Hemos podido ver entrevistas extraordinarias a escritores como Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti a través de la televisión, pero las entrevistas son tan importantes que muy bien merecerían componer todo un libro. En el ámbito nacional, quizás la obra más importante de entrevistas a escritores la realizó hace muchos años Guillermo Piña Contreras, titulado “Doce en la Literatura Dominicana”, con entrevistas estrictamente sobre literatura a doce escritores dominicanos imprescindibles para entender el acontecer literario nacional en los últimos 50 años, desde Juan Bosch hasta Enriquillo Sánchez, ambos ya desaparecidos. José Rafael Lantigua también publicó un libro de entrevistas, “El Oficio de la Palabra”, que contiene encuentros con once escritores dominicanos, incluyendo una entrevista que se le hiciera al autor. En Santiago, Arelis Albino publicó hace unos años un libro con entrevistas a diez escritores de Santiago, en el que aparece la última entrevista que se le hizo a Dionisio López Cabral.
Este libro de Enegildo Peña, “Entrevistar es Pensar”, está compuesto por 10 entrevistas a reconocidos escritores e intelectuales dominicanos, y una entrevista final que le hace Arelis Albino al autor del libro. Los protagonistas absolutos son los entrevistados, y esto se encuentra claramente planteado por el entrevistador, cuyas preguntas son breves, concisas y no redundantes. En el volumen no solamente se habla de literatura, como podría creer alguien que se acerque por primera vez a estas entrevistas, sino también de cultura, de arte en sentido general, de la sociedad dominicana, de regímenes tan dispares como el dictatorial, representado por Rafael Leonidas Trujillo, y el democrático que vivimos actualmente. De la Revolución de Abril, de los 12 Años de Balaguer. De figuras insignes de nuestra literatura, como Domingo Moreno Jiménez, Franklin Mieses Burgos, Héctor Incháustegui Cabral, Manuel Rueda, e internacionales como Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Italo Calvino, Humberto Eco o Milán Kundera.
Las entrevistas son desiguales, pero eso no significa que alguna de ellas decaiga en cuanto a su importancia o a la profundidad de las respuestas. El más esquivo de todos los entrevistados es Diógenes Céspedes, quizás haciendo alarde de su categoría de polemista profesional, y es obvio también que es el más incómodo, el menos directo, aunque también es el más académico en cuanto a sus respuestas sobre crítica literaria. Las entrevistas más literarias son las de José Alcántara Almánzar, José Mármol y Plinio Chahín, las más inclinadas hacia la sociología las de Andrés L. Mateo y Silvio Torres Saillant, y las más preocupadas por asuntos culturales, con la cultura vista como un sistema, con unos códigos que pueden ser descifrados y enseñados, son las de Marcio Veloz Maggiolo y Mateo Morrison. Escritores como José Mármol y Plinio Chahín hablan sobre su quehacer más importante, que es el poético, así como León David habla sobre su labor escritural, pero también, y sobre todo, sobre sí mismo como escritor, puesto que el entrevistador quiere recordarnos que él es hijo de Juan Isidro Jiménez Grullón. José Rafael Lantigua conversa sobre cultura, sobre gestión cultural, sobre literatura, sobre el libro como depositario del pensamiento. Era necesario que en este volumen estuviese un intelectual de la diáspora, representado por Silvio Torres Saillant, es decir, un observador de la realidad dominicana desde el exterior, y ese papel lo cumple a cabalidad un santiaguero que desde la ciudad de Nueva York comenta sus opiniones, muchas veces sacadas a su vez de otros textos que lo han influenciado, acerca de la realidad cultural de los dominicanos en los Estados Unidos, o acerca de la realidad que él percibe lejanamente, por lo que tiene una opinión particular de cada hecho literario, cultural o social sucedido en nuestro país. En la entrevista al propio autor, éste nos hace un recorrido por su vida, por las limitaciones materiales que ha sufrido, por su labor destacada de gestor cultural, hasta llegar a ser el poeta que es y el Subsecretario de Estado de Cultura, con la mayor sinceridad y sin ninguna pose.
Ahora bien, independientemente del peso específico de cada entrevistado en medio de la realidad cultural dominicana, que es mucho, es saludable, incluso necesario, que aparezcan libros de este tipo. Puesto que, en esta sociedad de lo ligero que estamos viviendo, de lo efímero, de lo intrascendente, de la reiteración, del amarillismo, deben aparecer voces que respondan con profundidad a preguntas hechas con la finalidad de entender el quehacer cultural dominicano. Si no nos entendemos como nación, nunca nos entenderemos individualmente como dominicanos. Si no entendemos nuestra identidad sincrética a través del reconocimiento de nuestro propio mestizaje, de nuestro lugar destacado en las letras y las artes caribeñas y universales, de que no tenemos la necesidad de ser justificados por el exterior, sobre todo por los Estados Unidos y por Europa, nunca reconoceremos nuestra propia mentalidad colonial, y las circunstancias históricas que nos han llevado hasta nuestra realidad actual.
Todo el libro se mueve alrededor de una sola preocupación, y esa preocupación es el hecho cultural. Para entendernos a nosotros mismos, debemos primero entender nuestra cultura, sus fortalezas y debilidades, qué manifestaciones culturales debemos cambiar, cuáles nos fortalecen como nación, cuáles nos unen y cuáles nos separan de nosotros mismos o de las demás naciones culturalmente diferentes. Cada respuesta de cada entrevistado a esa problemática que es la cultura, es diferente. Incluso, hay preguntas parecidas para varios escritores en el libro, y las respuestas son diferentes, no necesariamente contradictorias, pero sí únicas, que tienen que ver con la visión de la realidad que tiene cada uno de los entrevistados, es decir que cada uno de ellos intenta expresarse, decir su opinión sincera sobre la problemática que le plantea Enegildo. Andrés L. Mateo, por ejemplo, tiene una opinión diferente sobre el quehacer intelectual a la que tiene Diógenes Céspedes, lo cual no significa que estas opiniones sean contradictorias, así como Mateo Morrison tiene una opinión diferente sobre la gestión cultural a la que tiene Marcio Veloz Maggiolo, lo cual no quiere decir que sean opuestas. Andrés L. Mateo, un reconocido balaguerólogo dominicano, tiene una opinión oscura, pesimista, sobre los 12 años de Joaquín Balaguer, mientras que dos de los escritores de la Generación del Ochenta entrevistados aquí, Plinio Chahín y José Mármol, apenas se ocupan de alguna problemática social, y sólo conversan sobre literatura y poesía, lo cual está muy bien, porque como nos recuerda Diógenes Céspedes en este libro: El escritor no tiene función, la obra que produce tiene un funcionamiento idéntico al funcionamiento del lenguaje. Si un escritor se ocupa sólo del hecho literario, ya cumplió con creces con su papel existencial. Muy acertadamente responde Diógenes Céspedes en la primera pregunta del libro, que me parece es la pregunta que marca toda la intención del autor con respecto a sus entrevistados, y a lo que él como entrevistador le interesa que llegue a los lectores: Cuál es la diferencia entre un escritor y un intelectual?, le pregunta Enegildo; Todo escritor es un intelectual, pero no todo intelectual es un escritor, le responde Céspedes.
Al final, queremos llamar la atención del público acerca del título del libro, algo de lo que ya había hablado Andrés L. Mateo en la puesta en circulación en Santo Domingo: “Entrevistar es Pensar”, es decir, la entrevista como una forma de pensamiento, como una manera de comprender, a través de la razón, una realidad cultural, social, artística y política.
Saludamos la presencia de este libro en el ámbito cultural de nuestro país. Es un libro necesario, desde ya, para entender el quehacer literario actual en la República Dominicana, a través de la visión de un grupo de escritores que enriquecen el acervo dominicano. El volumen, aunque con un grupo limitado de intelectuales, lo cual es necesario puesto que si no lo fuera tendríamos un libro poco menos que infinito, es representativo de una forma de pensar y de hacer cultura en nuestra nación, que me parece es el objetivo principal del volumen: enriquecer el debate intelectual dominicano, a través de algunas de sus voces más destacadas; reconocer la realidad cultural dominicana, a través de preguntas y respuestas que nos ayuden a comprender la compleja definición de la dominicanidad.

JEAN GENTIL

Quiero llamar la atención de mis amigos sobre la película dominicana "Jean Gentil", de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. La película, filmada casi como un documental, es una pequeña joya que debería ser vista por la gente que quiere hacer cine en este país, sobre todo los jóvenes, contaminados por todas esas películas norteamericanas. La acabo de ver en el Festival de Cine Funglode. Una joya con sus debilidades, claro, de las que no voy a hablar aquí. Nunca será una película masiva, pero todo aquel que le guste el cine, debería verla.
Instituto Cultural Latinoamericano
Lebensohn 239 – C.P. B 6000 BHE- Junín (B)
Tel. 02362-423734- de 8 a 14 hs.
E-mail: iclatinoamericano@yahoo.com.ar
Web: www.yclatinoamericano.com.ar
Blog: institutoculturallatinoamericano.blogspot.com


VIII CONCURSO INTERNACIONAL DE POESIA Y NARRATIVA 2011

El Instituto Cultural Latinoamericano desde su nacimiento se propuso brindar un espacio de oportunidades, es por eso que invita a autores mayores de 18 años, a participar del VIII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa 2011. Las obras deberán ser inéditas, no premiadas con anterioridad, tema libre, en idioma español.

PUEDEN PARTICIPAR CON:
POESIA: de 3 a 7 poemas, con un máximo de 30 líneas cada uno.
NARRATIVA: mínimo 90 líneas, máximo 210 líneas, ya sea en uno o varios trabajos.
Podrán participar en ambos géneros si lo desean.

PRESENTACIÓN DE LAS OBRAS: Las obras se presentarán en hojas tamaño A4, por triplicado, mecanografiadas o PC, escritas por una sola de sus caras, firmadas con seudónimo.

DATOS DEL AUTOR: En un sobre pequeño, que irá junto con las obras, tendrá que incluir los siguientes datos: Nombre y Apellido, DNI, Dirección, E-mail y Teléfono.

ENVIOS: VIII CONCURSO INTERNACIONAL DE POESIA y NARRATIVA 2011
INSTITUTO CULTURAL LATINOAMERICANO
Lebensohn 239, C.P. B 6000 BHE, Junín, Pcia. de BUENOS AIRES, ARGENTINA.

PRESELECCIÓN CON “MENCIÓN DE HONOR”: Las obras que resulten finalistas con “Mención de Honor”, tendrán la oportunidad de formar parte de la Antología cooperativa “Destacados 2011” y pasarán automáticamente a integrar la final por los Primeros Premios que son los siguientes:

PREMIOS: 1º PREMIO: Edición de libro individual de 64 páginas, 200 ejemplares, Diploma y Trofeo,
en poesía como en narrativa.
2º y 3º PREMIO: Trofeo y Diploma.
4º y 5º PREMIO: Medalla y Diploma.
Se entregarán las Menciones Especiales que el jurado estime conveniente, que recibirán Medalla y Diploma, el resto de los integrantes de la Antología recibirán Diploma y Medalla de “Mención de Honor”.

DISEÑO DE ANTOLOGÍA: “Destacados 2011” se presentará con atractivo diseño de tapa papel ilustración a todo color, interior papel obra y se registrará en la Cámara del Libro con N° de I.S.B.N y Código de Barras.

Beneficios al integrar “DESTACADOS 2011”: Su obra llegará a distintos países (España, Perú, Chile, México, Francia, Uruguay, etc.) por medio de las distintas donaciones a: bibliotecas, centros culturales y talleres. Además será promocionada en nuestra página Web, Blog, diarios, televisión y radios. La campaña publicitaria se realizará por vías adecuadas a nuestro alcance.

CEREMONIA DE PREMIACIÓN Y ENTREGA DE ANTOLOGÍAS: Se realizará en el mes de Mayo de 2011, (salvo que surgieran imprevistos de fuerza mayor), donde se entregarán los Premios a todos los ganadores y recibirán los ejemplares de la Antología, la ceremonia contará con pantalla gigante, exposiciones, etc. Luego, podrán compartir una cena, más detalles le serán informados cuando reciban la invitación especial para asistir a la Ceremonia. Los autores que no puedan asistir a la ceremonia, podrán solicitar el envío de Antologías y demás por correo en forma Contrareembolso.

Confiamos en que Usted se unirá a este proyecto que le ofrece la oportunidad de trascender las fronteras de su propio país.

RECEPCIÓN DE OBRAS: Las obras se recibirán hasta el 15 de DICIEMBRE de 2010 inclusive.

JURADO: Estará integrado por personalidades del quehacer literario y su fallo será inapelable. El concurso no será declarado desierto. Los trabajos no seleccionados serán destruídos. Los participantes toman conocimiento y aceptación de las bases del mismo.


Nuestra misión es “construir un espacio de excelencia
para difundir nuevos escritores”.

TU RUTA TU REVELACION

El libro de Joanna Díaz López consta de catorce cuentos. Uno de ellos le da título al volumen: Tu Ruta tu Revelación. Todos los cuentos están narrados en la segunda persona del singular, excepto el primero, La Carrera del Cinqueño, que está contado en tercera persona. La segunda persona del singular (es decir, el pronombre “tú”) le da un cierto aire de intimidad a los cuentos, como si la autora conociera muy bien a los personajes, y los tratara con cierta familiaridad. Su fuerte es el monólogo interior, la introspección. Todos los cuentos son urbanos, e intentan darnos una visión de una ciudad desordenada, caótica, absurda, que es la sociedad que nos ha tocado padecer, en medio de la cual navegan los personajes. La visión que tiene Joanna de la ciudad es, de alguna manera, negativa y pesimista. No hay otro apelativo que nos venga a la mente más que el de ciudad “sin límites”. Pero no sin límites geográficos, más bien un lugar sin límites como aquel de la novela de José Donoso. Primando el tono desordenado de la ciudad, y de su propio lenguaje urbano, repleto de palabras de la calle, o de formas coloquiales dominicanas y urbanas, nos da una sensación de actualidad y al mismo tiempo de desesperanza. La mayoría de sus personajes son clase media, algunos clase media alta, o pequeño burgueses, con todo el desarraigo, la ausencia de una idea de trascendencia, la lucha por la vida y el abandono a una existencia lúdica, de esa clase social. La vida hay que vivirla aquí y ahora, la vida es una sola, la vida es dura, difícil. Hay un cuento, por ejemplo, que está narrado por una casa abandonada, titulado “Refugio”, que nos confiesa todo lo que sucede entre sus paredes, y sabemos de antemano que nada romántico ocurrirá allí dentro, nada feliz, ningún milagro existencial o religioso, nada agradable. Ya no están estos tiempos para la resurrección, sino para el apocalipsis. El que considero el mejor cuento del libro, “Silverio de Tal”, ganador de un prestigioso premio literario y antologado ya internacionalmente, es el mejor ejemplo de esta visión posmodernista del caos: un individuo, un jebito cualquiera, empieza su carrera vertiginosa hacia su propia destrucción drogándose y encaramándose en una motocicleta Ninja, en un viaje que terminará de forma trágica. El no es más que un robot de carne y hueso, que sueña con ser un superhéroe plateado cuando la realidad es que está experimentando la más baja de las degradaciones físicas. En estos cuentos también aparecen mujeres “sobornadas por la materia”, en palabras de la propia autora, en esta realidad que no permite ningún tipo de acercamiento metafísico, tampoco algún acercamiento a una belleza objetiva. “Amame o Muere”, repite como un conjuro uno de los personajes, que intenta cumplir al pie de la letra estas palabras, como sucede con cualquier hombre de esos que asesinan a una mujer y luego se quitan la vida, sólo que aquí el conjuro lo lanza el género contrario: Amame o Muere, repite una mujer a la cual le es imposible sentirse rechazada. Pero qué puede pasar en el carnaval número 24, o en una playa en donde un joven adoptado y rico, desarraigado, trata de hallar su propio pasado, descubierto de repente en una mujer gorda que sale del mar como una sirena obesa?

A Joanna la conocí en los salones de Casa de Arte, en una de las reuniones del Taller de Narradores de Santiago. El primer cuento que escuché de ella fue La Carrera del Cinqueño. Luego vinieron otros más, y la comprobación de que habíamos descubierto a alguien que tenía un gran talento. Joanna ha demostrado que su paso por la literatura no sera efímero, así como no demorará mucho en hacerse notar. De la misma manera que se hace notar de forma física, debido a su personalidad extrovertida y auténtica, también se hará notar a través de lo que podría perdurar de ella: su obra, su literatura. Joanna tiene una característica que no es muy común en los escritores, menos aun en los escritores dominicanos, y ese rasgo es su individualidad. Yo siempre he dicho que los escritores dominicanos deben descontextualizarse, buscar cada uno su propio camino, porque en esa individualidad se encuentra la verdadera literatura. Es un camino difícil, pero es el único camino. Además, un escritor debe ser un gran lector, debe aprender una técnica. Los cuentos de Joanna son sólo suyos. Incluso, se nos hace difícil encasillarlos, o tratar de descifrar cuáles han sido sus influencias, a cuáles maestros del género se parecen. Y Joanna es aun una mujer muy joven. Esa individualidad, incluso en el manejo tan peculiar del lenguaje, se irá perfeccionando mientras va demostrando que posee un innegable talento, y que tiene un lenguaje peculiar que se parece a ella misma, que, como nos advierte la crítica argentina Carolina Sborovsky en la contraportada del libro, a veces es seco y ácido, por momentos es poético. Hay una poesía de la decadencia en estos cuentos, una belleza de la deformidad. El caos regulado que transmite el libro no es casual. A veces nos reímos de las situaciones absurdas, de la desfachatez de los personajes, a veces nos hace recordar que la naturaleza humana es así, y que hay que aceptar esta verdad. Según la autora, uno de los cuentos está narrado por Dios, otro por Satanás. A veces el lector no recibe lo que desea, lo que significa una sorpresa y también un golpe en la cara, un hachazo en la cabeza. En “Traidora”, la que podríamos considerar la "mala" de la película sale triunfante de una situación desagradable que ella misma ha creado; el personaje que consideramos “inocente” debe morir: en la vida, la perversión puede triunfar, y esa perversión puede creerse benigna, bondadosa. Los papeles se han invertido. La vida no es siempre justa. O quizás la justicia está equivocada. En medio de ese caos aparece un hombre lobo violador de mujeres, o una mujer puede abandonar a su hija recién nacida en el aeropuerto de Madrid, o una roba la gallina puede encontrarle sentido a su existencia abrazando a otra roba la gallina durante un carnaval, y convirtiendo su abrazo en espectáculo. Todo ello con humor, con autenticidad, con una gran piedad hacia las imperfecciones humanas, aún las mayores, y con un lenguaje que irá mejorando su técnica con el tiempo. Sin juzgar a los personajes, sin estigmatizarlos.

Todo este preámbulo ha tratado simplemente de explicar que saludamos la llegada de este libro de Joanna Díaz López. Yo sinceramente pienso que estamos ante una gran promesa de las letras nacionales, que pone al alcance de los lectores, en este caso de los lectores de Santiago, sus primeros cuentos, que, por supuesto, la transmiten a ella misma y a su particular visión del mundo. Del Taller de Narradores ha salido ya una cantidad importante de mujeres escritoras: Rosa Silverio, Altagracia Pérez, Sandra Tavárez, Joanna Díaz, y otras más, que precisamente tienen una visión muy particular de la literatura, que han ganado premios significativos y que han empezado a darse a conocer no como mujeres, es decir con una escritura que podriamos llamar femenina, sino como escritoras, de manera que no nos importa si la obra ha sido escrita por un hombre o una mujer. Saludo con toda la efusividad y el deslumbramiento que esta obra merece, un primer libro que augura muchos más, mucho mejores y mucho más depurados, más únicos y más íntimos.

UN CUENTO DE JOHANNA DIAZ, DE SU LIBRO "TU RUTA TU REVELACION"


Johanna Díaz López
Nació en Santiago de los Caballeros. Es abogada. Ganó mención en el concurso de cuento, ensayo y poesía Eugenio Deschamps, de la Alianza Cibaeña, con el cuento “Tu ruta tu liberación”, 2006. Primer lugar en el Concurso de Cuentos Profesor Juan Bosch de la Fundación Global y Desarrollo (FUNGLODE) 2007 con “Silverio de tal”. En el concurso de cuentos de Radio Santa María ha ganado el cuarto lugar en 2007 con su cuento “El gotero rojo”, y mención de honor en la versión del año 2008 con el cuento “La Guarida”.



Gloria a Dios

Las mañanas te son dulces desde que emprendiste el camino de lo correcto, experimentas una paz indescriptible con tu milagrosa conversión, sorbes chocolate caliente y en él mojas el pan, suspiras pensando lo maravillosa que es la vida. Tu casa, aún no terminada, se sustenta sobre firmes cimientos, es un verdadero hogar. El señor es tu pastor, por eso nada te falta, abunda tu trabajo, gozas de excelente salud y tu incipiente familia es un gran regalo. “Gloria a Dios”, alabas mientras terminas de desayunar, contemplas a tu esposa con tu hijo adherido al pecho glotón y feliz, ella lo amamanta buscándose en tus ojos, sonríes agradecido mientras te vuelves declinando la mirada, ella es la mujer virtuosa descrita por los proverbios, bendita sea, aunque desabrida, te has convencido de que los alimentos más sabrosos son los más dañinos, así, la comparas con la comida saludable, jamás la harías sufrir, a veces te preguntas si tu hijo se concibió a control remoto, ellos juntos son y deben ser tu universo.
Es viernes, hoy tu jornada es más corta, al final de la tarde irás al estudio bíblico donde hace unos meses ibas con tu esposa que te presentó ese grupo, te gusta ir allá, las amistades son excelentes, mentes sanas que despejan tus dudas y temores porque eres el más nuevo, ahora tu mujer no puede ir, siempre en casa afanando con el bebé y los quehaceres domésticos, hasta ha perdido el deseo de salir. El tema favorito del estudio es el de predicar, tocar puertas, anunciar la segunda venida del Señor, ustedes han de ser pescadores de hombres, compartir la dicha de su bendición, de su iluminación, allí se alaba tu retórica y don de persuasión, te creces engreyéndote, consciente de tu liderazgo, por eso sales a predicar en tu tiempo libre de casa en casa, tus amigotes de antes te han vuelto la espalda hastiados de tu monótona conversación, para ellos perdiste la vida, el sentido, lamentan la dormidera que te embargó, te dicen que respetan tu decisión pero que no insistas, ya te advirtieron en el grupo que tu voz se perdería en el desierto siendo tu deber insistir para ser escuchado, tú sí experimentas deleite con tu cambio de vida y suerte “¡Aleluya! Gloria a Dios”, repites nuevamente.
El estudio termina y sales con bríos, esa noche insistirás con los paganos de tu pasado, hace tiempo que no los visitas, continuarás firme en tu conquista, que todos alaben y bendigan. Mientras haya vida existirá el arrepentimiento, con ello el perdón y la vida eterna, promesa que te sostiene. Conduces en la autopista por rumbos desandados pero conocidos, en el otro asiento delantero está la Biblia marcada con el capítulo que les leerás a tus amigos ¡Que feliz estás! Sabes donde encontrarlos a todos juntos.
Llegas, te estacionas, la música de ese club nocturno, una resonada bachata, domina el parqueo, las luces de neón sugieren el acercamiento, te desmontas aferrado a las Sagradas Escrituras, como si pudieran sostenerte, entras al lugar bien vestido, tan correcto como para ir a la oficina esperando que tu tiempo de ausencia lo compensen escuchándote a pesar de la música, miras a tu alrededor, sabes que ellos están ahí por ser ese lugar un punto de encuentro fijo, además, has visto algunos de sus carros afuera, ya a través de la oscuridad los divisas, ubicas la mesa, ellos atónitos te reciben poniéndose de pie, entre guiños y relajos te denominan el hijo pródigo pidiendo vino para ti y hasta te permiten leerles mientras bebes con agrado y lentamente la primera copa para que te escuchen, luego la segunda, tercera e incoherente prosigues tu discurso con la lengua anestesiada, tu humor inusitado los alegra, se eleva una risa tonta, han bastado dos botellas de vino rápidamente consumidas para que la Biblia caiga a tus pies.
Dejaste de preguntar la hora, la noche transcurre y comienza el esperado espectáculo donde la música incrementa su tono y sentido, atacan los senos descubiertos, las tangas y vulgares contorsiones, te incomodas levemente haciendo ademán de marcharte, no quieres ver pero te quedas mirando a una rubia que semidesnuda se te acerca incitada por los muchachos y baila sobre ti que eres de carne, cedes y tu cuerpo reacciona abultando tu bragueta, tu evidente excitación te ridiculiza ante todos, te les alejas revisando tus bolsillos, vas a un apartado conducido por esa mujer, allí involucionas tirando al suelo tus nuevos principios y pantalones, ella se te aproxima y actúa con avidez sacudiéndose sobre ti, ves esa cabeza rubia como una luz de movimiento rítmico y constante, cierras los ojos dedicado al goce y gimes: “Ay Dios mío esto si es bueno”, se te oye decir, suspiras, jadeas, nadas en la lujuria “Aaahh ” exclamas deteniéndote en su mirada astuta, embriaguez y succiones, te sostienes de su cabellera dirigiéndola y entonces “¡Gloria a Dios!” exclamas y ella se ha retirado permitiendo que te vuelvas un desastre, vuelves en ti de inmediato y la escupes “ramera inmunda, por lo que me has hecho, repréndela Señor” dices con la vista trastornada apuntando el cielo raso mientras te vistes con movimientos incoherentes y vuelves a la mesa donde se mofan de ti, los miras de reojo hasta que decides marcharte.
Conduces borracho y sin fuerzas, llorando buscas tu Biblia ausente, estás fuera de la gracia de Dios, no te lo han dicho pero lo presientes, el reloj de tu carro marca las cinco y quieres creer que está dañado, la oscuridad que se cierne indica que el amanecer se aproxima, no quieres volver a casa y sientes el impulso de estrellar el carro contra un poste para ver si terminas con tu mísera existencia, desechas esa idea de inmediato, María, la pobre, debe estar angustiada, mortificada. Tomas tu celular, marcas a casa y cierras antes de que te contesten. ¿Qué vas a hacer? Te preguntas mientras diriges el rumbo hacia tu firme hogar, tal vez no debas preocuparte, quizás sí. Humano, hombre sobre todas las cosas, hombre, la mentira que inventes debe ser muy verosímil, no la elabores demasiado, porque da lo mismo, la santa de tu mujer no es ninguna tonta, también tiene su pasadito inmerso bajo toneladas de opio, ella de todos modos sabrá reconocer muy bien de qué son las manchas blancas que salpican tu pantalón.

UN CUENTO DE SANDRA TAVAREZ, DE SU LIBRO: "MATEMOS A LAURA"


Sandra Tavárez
Licenciada en Contabilidad por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA). Habla inglés, italiano y francés. Sus cuentos han sido publicados en la revista Cuadernos de Ataecina de España, en el periódico La Información de Santiago y en el blog de escritores: escritoresdesantiago.blogspot.com. Fue ganadora de mención de honor en el Primer Concurso de Cuentos sobre Béisbol (2008) organizado por la Secretaría de Estado de Cultura.



El nieto de Doña Chea

Andrés se despertó súbitamente cuando sintió la claridad del día filtrándose por una rendija de su habitación. Encendió la radio con la esperanza de que dijeran que el paro era total. Esperó cinco minutos hasta escuchar que, aunque con temor, algunas personas se estaban aventurando a salir. Por eso no lo pensó más y se preparó tan rápido como pudo. Ya iba a salir cuando recordó a Doña Chea, su abuela, que esa mañana no le había preparado el desayuno, aquejada de una fuerte gripe. Conversó con ella y su abuela le aseguró que estaría bien. Sólo entonces encontró el valor para marcharse.
Al salir no le extrañó en lo absoluto el espectáculo: calles inundadas de desperdicios, troncos y ramas de árboles impidiendo el tránsito, y por último un carro viejo que hacía años alguien había abandonado, estaba atravesado justo en el centro de la vía. En ese momento deseó no haber salido, pero recordando la circular que habían pasado en la empresa el día anterior no le quedó más que continuar. Alcanzó a ver a uno de los muchachos del barrio vecino que se dirigía a su trabajo en una motocicleta y se fue con él hasta la fábrica. Al llegar, se encontró con el encargado de personal que se limitó a pasear la vista entre él y el reloj de la empresa que ya marcaba las 8:49 a.m. Andrés trató de ignorarlo, pero la impresión de su superior le causó un malestar que no se apartó en ningún momento de él. A la 1:00 ya lo habían despachado porque la huelga se había recrudecido y sólo algunos empleados se habían presentado a laborar. De haberlo imaginado se habría quedado en casa.
Pero volver no se presentaba tan fácil. Esto le tomó dos horas moviéndose por calles apartadas, saltando paredes y escondiéndose, cada vez que se armaba un corre-corre. Por fin llegó al barrio y alcanzó a ver la casa de madera de la abuela. Se sintió feliz porque el día ya se le hacía interminable. Cuando estaba a unos cincuenta metros de la casa, un grupo de revoltosos que era perseguido por la policía lo sorprendió corriendo en dirección contraria a la suya. No le quedó más remedio que unirse al grupo y darse a la fuga.
Cuando pudo detenerse, asfixiándose por la carrera, por el humo de las bombas lacrimógenas lanzadas por los policías y los neumáticos encendidos, pensó por un segundo en lo cerca que había estado de su casa. No se atrevía a regresar por temor a que lo confundieran. Así estuvo unos 30 minutos hasta que de repente vio aparecer una patrulla mixta de guardias y policías y detrás de ésta, otra y otra más. Una súbita lluvia de piedras empezó a caer desde los callejones hasta las patrullas. Los militares empezaron a disparar en toda dirección. Andrés se tiró al suelo, pero se puso de pie al ver que unos guardias se dispersaban detrás de los responsables. Era seguro que no le creerían si lo encontraban en aquel callejón. Por eso se arrastró, y cuando se consideró fuera de peligro empezó a correr. Mientras corría se encontró con otros muchachos, que también escapaban de la policía.
- Esto se va a poner feo, vale– le dijo un tipo al que Andrés nunca le había dirigido la palabra.
- Vámonos por este lado– dijo otro del grupo.
Andrés los seguía porque no tenía opción. No sabía qué hacer hasta que reconoció los patios por donde transitaban. Ahora sí llegaría a su casa. Ya se había apartado de los otros y saltaba la última pared, cuando el disparo le alcanzó la mano derecha. Cayó al suelo atontado por la novedad y la sorpresa. Cuando se miró la mano, apenas se vio tres dedos. Seguramente esto le habría preocupado si otro problema mayor no hubiese venido hacia él.
- ¡Ah! Conque otro tira piedras- Andrés abrió la boca para intentar explicar. Fue su último gesto conciente.

* * *

Tanto los sindicalistas como las autoridades se congratulaban al día siguiente. A pesar de la magnitud de la huelga, sólo hubo un muerto.

MONEDAS AL AIRE

Así se llama el libro de poesía infantil del escritor dominicano Julio Adames. Estuvimos con Julio en la puesta en circulación, y recordamos, por supuesto, tiempos más felices y mucho más jóvenes.

Algunos poemas del libro:

Sol

El Sol se come
una hoja de papel
en la calle.

Su luz se torna omnívora,
vital bajo los párpados.

-El Sol tiene hambre,
dice un viejo zapato.


Gato Sobre el Tejado

El gato maúlla;
se sube en el tejado,
y espera.

Maúlla y espera.

Sabe que el camino
es hondo.

Sabe que el alba llegará
en cualquier
momento.


Trabalenguas

Tres tristes tigres
transpirando transparencia en los trigales
tragan trenzas tristemente trituradas
por tractores.

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