Ruptura del Límite
Esta es la Antología de escritores dominicanos publicada por Editorial Cangrejo, en Colombia. La muestra fue preparada por Avelino Stanley, y contó con el patrocinio de la Embajada dominicana en Colombia, que en esa época (mediados del 2010) dirigía el señor Angel Lockward. Está compuesta por un serie de cuentos, desiguales, por supuesto, y podríamos recomendar el de Pedro Péix (extraordinario dentro de su lenguaje puramente dominicano, y su conocimiento extraordinario de la naturaleza humana), el de Manuel Llibre Otero (un cuento sarcástico, con un humor negro corrosivo, lo cual no es muy común en nuestra literatura), y en sentido general casi todos los trabajos, puesto que se incluyen autores prácticamente desconocidos en la literatura nacional.
Saturnario
“Saturnario” es un libro compuesto por 14 cuentos, desiguales en su extensión, puesto que algunos son sumamente largos, y otros muy cortos, de apenas una o dos páginas. Cuando se me pidió que fuera jurado del concurso Letras de Ultramar, organizado por el Comisionado de Cultura Dominicana de la ciudad de New York, dirigidido a escritores que viven fuera del país, se me presentó al mismo tiempo, inevitablemente, la oportunidad de premiar este libro de cuentos, al principio anónimo, puesto que los jurados no conocíamos la identidad de los autores. Sólo al final supimos que el libro premiado era del escritor Rey Andújar, a quien conocí hace ya algunos años en Santiago, cuando fue a poner a circular su novela “Candela”, publicada por la editorial Alfaguara. Este libro cuenta entonces con dos características especiales: el hecho de ser un volumen premiado, primero, y el hecho de ser un libro que representa de alguna manera la literatura de la diáspora, es decir, la literatura escrita por dominicanos fuera de la R. D.; y al mismo tiempo la literatura escrita por jóvenes dominicanos. Y me parece, claro está, que Rey Andújar representa fielmente ambas condiciones, por lo que podemos leer lo que él escribe, en este caso este libro de cuentos, tratando de responder además las preguntas acerca de cómo narra la diáspora dominicana y los jóvenes escritores dominicanos, cuáles temas les interesan y a cuáles tendencias se adhieren.
Saturnario es un libro fácil. Su mayor preocupación es contarnos las historias, su mayor preocupación es narrar. Una de sus características: introduce elementos de la cultura pop en su narración: trozos de canciones de rock en español, por ej., del compositor Andrés Calamaro, o en inglés del fallecido cantante Jhonny Cash, etc. Al mismo tiempo, introduce palabras y frases comunes en otras lenguas, sobre todo en el idioma inglés, sin avergozarse de ello, sospechando de la complicidad del lector en esta lectura bilingue. Al contrario de lo que podríamos pensar en un escritor alejado de su país de origen, sus narraciones son cada vez más universales, e incluso transcurren muchas veces en el lugar de adopción del escritor, con personajes no dominicanos: recordemos que el boom latinoamericano, que se desarrolló mayormente con escritores que hicieron vida literaria fuera de sus países de origen, sobre todo en Europa, admitía que, debido a la lejanía de sus respectivas culturas, profundizó aún más en un lenguaje particular, en una cultura particular, produciendo un tipo de literatura puramente latinoamericana. La excepción más notable a esa tendencia del boom fue Julio Cortázar, y me parece que por ahí se muestra la verdadera tendencia de Rey Andújar, y en sentido general de la mayoría de los escritores dominicanos, jóvenes o no, en el sentido no de la influencia de Cortázar en su obra, puesto que Borges, o Cortázar, o Bioy Casares, incluso el mismo Sábato o escritores argentinos no tan conocidos como Eduardo Mallea, construyeron sus narraciones a partir de una ausencia de identidad, y al mismo tiempo estos cuentos de Saturnario se muestran con una universalidad y una aceptación tal de otras culturas, que muestran esa ausencia de patria cultural, ese mestizaje, ese sincretismo, esa búsqueda de una tradición, que es tan propio de los dominicanos, puesto que nuestro país debe ser la nación con más mestizaje del mundo entero. Las historias son contemporáneas, radicalmente urbanas, actuales, con personajes que pueden ser holandeses, puertorriqueños, norteamericanos o dominicanos. El ámbito en el que se mueven las historias es la clase media, y si nos detenemos en un problema estrictamente literario, su estilo es neutral, lo cual es sumamente interesante puesto que significa un cambio en la forma de escribir del autor. En los cuentos que hemos podido leer de Andújar, y en su novela “Candela”, el autor tiene un lenguaje crudo, directo, a veces un poco hardcore, mencionando las cosas sin ambages. En este libro de cuentos, Rey cambia un poco ese estilo, y le interesan las historias menos sórdidas, más ligadas a la rutina, el sin sentido y la banalidad que mueve a la clase media en cualquier parte del mundo. Si en el cuento “Monociclo” se menciona la canción “Smells like Teen Spirit, la versión de The Bad Plus”, con esas mismas palabras, en el mismo cuento se nos menciona también a Glenn Gould y a Fernando Villalona: una mezcla que sólo puede fabricar un conocedor, alguien capaz de sorprenderse con ambos tipos de música. Se mencionan filmes norteamericanos, algunos cuentos tienen títulos en inglés como “Reflex”, “Locked”, “Caine”, etc., pero además hay un cuento titulado “Merengue”. Y esto constituye una diferencia notable entre otros escritores caribeños más o menos de su generación que han emigrado de sus respectivos países, como la escritora haitiana Edwige Danticat, por ejemplo, que emigró a los 12 años a los Estados Unidos, y que escribe en inglés, cuyas narraciones están construidas a partir de una furiosa identidad nacional. Pero Saturnario comparte esta característica con casi todos los escritores que viven fuera de nuestro país que participaron en este concurso, que al parecer representa una tendencia de este tipo de literatura que no muestra un desarraigo, sino cierta felicidad en el nomadismo, la búsqueda y la incorporación de las culturas de los países de adopción.
Yo personalmente recomendaría el primer cuento del libro, “Gangrena”, que es el que atrapa en primera instancia al lector, o el cuento “Merengue”. Como se puede apreciar a través de los títulos, la tendencia del autor es a mezclar su propia cultura con referencias a otras culturas, sobre todo la cultura norteamericana, y esto enriquece la narración, puesto que debemos recordar que la literatura está compuesta por palabras, por lenguaje. Sus cuentos se encuentran sumamente influenciados por una cultura audiovisual, tecnológica, de manera que la mayoría se encuentran estructurados como thrillers cinematográficos, como filmes de misterio o historias que pretenden una finalidad visual. Rey dejó para el final el cuento “Mierdópolis”, quizás porque no confiaba plenamente en que el jurado podría premiar un cuento con ese título. Por suerte, todo el libro ha merecido este reconocimiento y esta proyección.
Este libro viene precedido por la justa obtención de este galardón de carácter internacional –aunque realmente no debería decirlo yo, porque fui uno de los jurados, pero seamos osados-, y yo lo he acogido y lo recomiendo encarecidamente a los lectores, con los auspicios que su autor, y este libro de cuentos, se merecen con creces.
Máximo Vega.
foto: Sally Mann
A CONTRA SUERTE
sobre la superficie del estanque,
las ondas generaron oleaje
que hirió la claridad de las orillas.
La espuma inmaculada al esparcirse
fue salpicando cosas definidas,
la pulcritud de la violeta fue manchada
con barro ignominioso y maloliente.
Se perdieron valores de pureza,
de espacio continente de esperanza,
donde brotaban el amor y la alegría
como magníficos ejemplos de virtud
que daban plenitud a los azogues.
Pero cayó en desgracia todo el tiempo
de los muchos relojes del ahora,
y hoy es el instante de la pena
de tener que enumerar la controversia
que duele, al encontrarse entre las manos
la luz que nos resbala entre los dedos.
J. S. del Viejo.
(escritor español)
Jean Gentil
COMUNION PLENARIA
al barro, a las paredes,
abrazan los ramajes,
penetran en la tierra,
se esparcen por el aire,
hasta alcanzar el cielo.
El mármol, los caballos
tienen mis propias venas.
cualquier dolor lastima
mi carne, mi esqueleto.
¡Las veces que me he muerto
Al ver matar un toro!
Si diviso una nube
debo emprender el vuelo.
Si una mujer se acuesta
yo me acuesto con ella.
Cuántas veces me he dicho:
¿Seré yo esa piedra?
Nunca miro un cadáver
sin quedarme a su lado.
Cuando ponen un huevo,
yo también cacareo.
Basta que alguien me piense
para ser un recuerdo.
Oliverio Girondo
OLIVERIO GIRONDO
No se me importa un pito que las mujeres...
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.
¡Todo era amor!
¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!
Llorar a lágrima viva...
Llorar a lágrima viva.
Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas,
las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos,
y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...
si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos
no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
PEDRO JOSE GRIS.
LIBIA
Libia y los Estados Unidos
EL VIEJO Y EL MAL
EL TIGRE:
Hace unos años fui invitado, junto a otros escritores de Santiago de los Caballeros, a participar en un encuentro literario dedicado a un poeta vivo, Cos Cauce, en la ciudad de Santiago de Cuba, durante el festival cultural que los cubanos llaman “La Fiesta del Fuego” (nombre primitivo y hermoso). Esta ciudad nos acogió con una generosidad que nos asombró sobremanera, así como no dejamos de admirar el parecido entre los cubanos y los dominicanos, al punto de que somos fácilmente intercambiables. Allí, una investigadora cultural llamada Eleonor me hizo el favor de guiarme en la compra de unos libros, según mis propias indicaciones que permitieran conocer qué y cómo se estaba escribiendo en Cuba, sobre todo aquellos autores que eran más o menos de mi edad. De la pila de libros que pude adquirir, gracias a la selección atinada de Eleonor, me llamó la atención un volumen delgado y amarillo de la cuentista cubana Aida Bahr, un ensayo sobre un escritor ya fallecido llamado Rafael Soler.
En ese libro aparece uno de los cuentos de Soler, llamado “El Tigre”. Obvio la biografía del autor, que para mí es irrelevante (puesto que no se trata esto de ninguna exégesis, ni nada parecido). Este cuento es muy lineal, incluso muy fácil de leer. Su argumento es el siguiente: un hombre, un bracero cubano, descubre en un cañaveral la figura increíble de un tigre. El hombre, anonadado, echa a correr, aunque se sabe armado de su machete. Soler nos revela que el protagonista siempre soñó con cazar tigres, puesto que le gustaban mucho las novelas de aventuras. El bracero soñaba con “enfrentarse con tigres y matarlos”, por lo que este encuentro ya no nos parece producto del azar, sino que ha ocurrido un hecho fantástico (independientemente del encuentro, posible o no, con un animal como este). El bracero morirá en las garras de este tigre. Sus sueños, de forma repentina y fantástica, se han hecho realidad.
Es posible que el protagonista fuese simplemente uno de los internacionalistas cubanos que trabajaron en Africa o en Asia, en algún lugar donde existen los tigres, de tal manera que su encuentro no fue tan extraordinario. Es posible que fuese sólo un hombre que soñó con morir peleando contra un tigre, y el animal de sus sueños al final lo halló en la realidad. Posiblemente fuese un tigre escapado de un zoológico, que se encontró de súbito con un bracero al que le gustaban las historias de selvas y de animales salvajes.
En el famoso cuento “El Sur”, de Jorge Luis Borges, “que es acaso mi mejor cuento”, confesó él mismo alguna vez (aunque no compartimos este criterio), Juan Dalhmann, descendiente de ingleses, secretario de una biblioteca municipal, sufre un accidente con la orilla de una ventana, debido al júbilo y al descuido producido al haber hallado un ejemplar único de Las Mil y Una Noches. Enfermo luego de una septicemia, a punto de morir, se nos cuenta que Dahlmann sale del hospital recuperado y dado de alta, enviado a restablecerse en una finca argentina. Al detenerse para descansar y luego continuar su largo camino hasta la finca, unos gauchos lo increpan en una barra (en un “garito”, dicen los argentinos), él acepta el reto de uno de los pendencieros, porque lo considera parte de su destino; en esa pelea, Dahlmann sabe que encontrará la muerte.
Ese cuento puede ser leído de diferentes maneras, por supuesto. La primera lectura, la más sencilla, nos muestra su cara más realista: la ciencia (es decir, la civilización), salva la vida de un hombre culto con todos sus recursos, que ya sabemos que son muchos, y luego el hombre es asesinado por la barbarie, la incivilización, la brutalidad. La segunda es más fantástica. Dahlmann admiraba, nos dice el cuento, la forma valerosa en la que había muerto su abuelo, lanceado por indios durante una guerra. Su abuelo fue un héroe; Dahlmann es un hombre culto aferrado a los libros, que anhela una vida más dinámica. Es decir, Dahlmann creía que no merecía morir en la tranquilidad de una cama, sino que debía hacerlo como siempre había deseado: en una pelea a cuchillo, a campo abierto, bajo un cielo negro que lo alejaría, al final, del mundo. A Dahlmann se le había dado la oportunidad de morir como él había querido morir.
La tercera solución nos la facilitó el director de cine español Carlos Saura, en un mediometraje que filmó con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América, basado en ese cuento de Borges. Según Saura, Dahlmann realmente murió en el hospital, así que la pelea con el gaucho no fue más que una fantasía producto de su imaginación, una alucinación, sólo un sueño de quien no quería morir como había vivido, con una existencia lenta, ordenada, tranquila, de hombre culto y civilizado. En ese filme se incluye un fragmento del cuento de Borges "El Puñal", y que dice como sigue:
En un cajón del escritorio
Entre borradores y cartas
Interminablemente sueña el puñal
Su sencillo sueño de tigre.
Y la mano se anima cuando lo rige
Porque el metal se anima.
El metal
Que presiente en cada contacto al homicida
Para quien lo crearon los hombres.
Jorge Amado tiene también un cuento en donde se cumplen los deseos de una muerte cuya forma hemos soñado. En “La Muerte y La Muerte de Quincas Berro Dagua”, Amado nos cuenta la vida apasionada de este extraño personaje brasileño, hombre de clase acomodada, buen esposo y buen padre, que de un momento a otro deja su familia y sus bienes y se marcha a vivir en la pobreza, convirtiéndose en un borracho y un sirvenguenza por decisión propia. El cuento empieza con su muerte, solo y ebrio en un cuarto oscuro y paupérrimo, una muerte que no merecía un hombre de vida tan alegre y agitada. Esa es su primera muerte. La segunda, según la desbordante imaginación de Jorge Amado, ocurrió cuando el muerto de repente se levantó de su ataúd, salió de nuevo a la calle ayudado por sus compañeros de parranda, y murió como él habría deseado, como lo pregonaba en cada uno de los bares y los burdeles en los que amanecía diariamente: como un marinero más, en el mar, lanzándose al agua desde la proa de un barco. Esta narración también tiene una lectura más realista, y el autor la advierte al iniciarse el relato: es posible que el cuerpo de Quincas haya sido sustraído por sus amigos durante el entierro, y luego llevado al barco y al mar, para que por lo menos pudiese dejar en la memoria popular que esa fue su verdadera muerte, creándose así la leyenda: Quincas Berro Dagua murió como deseaba morir.
Los tres cuentos nos hablan, al final, de lo mismo, aunque los tres son desiguales. Ricardo Piglia nos dice que la mención de “Las Mil y Una Noches” es imprescindible en el cuento de Borges; yo agregaría que es imprescindible para los tres, aunque los dos restantes ni siquiera hagan alusión al libro.
La muerte nos asalta en el momento más inesperado, en el momento más insospechado. ¿Es así como hemos querido vivir, o morir? Un tigre cubano, un tigre argentino y un tigre brasileño (o un “tíguere” brasileño, como decimos los dominicanos), nos hablan no de cómo hemos querido vivir, sino de cómo queremos morir.
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