UN AGUJERO EN LA PARED


En la avenida Bernadotte, justamente al lado de la
Estación Central de Autobuses, hay un agujero en la
pared. Antes hubo ahí un cajero automático, pero se
estropeó o algo parecido, o quizá es que simplemente
no se usaba, así que vino una camioneta con personal
del banco, se lo llevaron y nunca más lo han vuelto a
poner.
Alguien le dijo un día a Udi que si se pide a gritos un
deseo en ese agujero de la pared, entonces se cumple,
pero Udi no se lo creyó demasiado. La verdad es que
una vez, cuando volvía del cine por la noche, gritó en
el agujero que quería que Dafna Rimlet se enamorara
de él, pero no pasó nada. Y en otra ocasión, cuando
se sentía terriblemente solo, se desgañitó ante el
agujero pidiendo que quería tener un amigo ángel y,
aunque es verdad que después apareció un ángel, no
resultó ser precisamente un amigo, porque siempre
desaparecía cuando Udi realmente lo necesitaba. El
ángel era delgado, encorvado y siempre llevaba
puesto un impermeable para que no se le vieran las
alas. A veces, cuando se encontraban solos, se
quitaba el impermeable y, en una ocasión, hasta
permitió que Udi le tocara las plumas de las alas;
pero cuando había otras personas en la habitación se
lo dejaba siempre puesto. Los hijos de Klein le
preguntaron un día qué es lo que tenia debajo del
impermeable y él les dijo que llevaba una mochila
con libros que no eran suyos, y que temía que se
mojaran. La verdad es que se pasaba el día
mintiendo. Le contaba a Udi unas historias que eran
para morirse: de los distintos lugares del cielo, de
personas que cuando se van por la noche a casa a
dormir dejan las llaves en el contacto del coche, de
gatos que no tienen miedo de nada y que ni siquiera
saben lo que quiere decir "¡Vete!".
Menudas historias inventaba, y encima, juraba por
Dios que eran verdad.
Udi lo quería muchísimo, siempre se esforzaba por
creerle y hasta le prestó dinero alguna vez que lo vio
en apuros. El ángel, por el contrario, no ayudaba a
Udi en nada, y no hacía más que hablar y hablar y
contarle todas esas estúpidas historias. En los seis
años que Udi lo conoció no lo vio lavar ni un solo
vaso.
Cuando Udi estaba haciendo el servicio militar y
realmente necesitaba a alguien con quien hablar, el
ángel desapareció de repente durante dos meses para
después regresar sin afeitar y con cara de no-me-
preguntes-nada. Udi no le preguntó y el sábado se
sentaron tristes y en calzoncillos en la azotea para
calentarse al sol. Udi se quedó mirando las otras
azoteas con cables, los depósitos de agua y el cielo. Se
dio cuenta de repente que durante todos los años que
llevaban juntos no había visto volar al ángel ni tan
siquiera una sola vez.

-¿Y si volaras un poco?-le dijo al ángel-. Eso te
animaría.

Pero el ángel le contestó:

-Olvídalo, me puede ver alguien.

-Ándale- dijo Udi-, vuela sólo un poco, hazlo por mí.
Pero el ángel se limito a dejar escapar de la boca un
ruido repugnante para después escupir en la azotea
asfaltada un salivajo mezclado con una flema blanca.

-Déjalo-lo provocó Udi-, seguro que no sabes volar.

-Pues claro que sé-se enfadó el ángel-, lo que pasa es
que no quiero que me vean.

En la azotea del frente vieron que unos niños
lanzaban a la calle bombas de agua.

-¿Sabes qué?-sonrío Udi-, hace tiempo, cuando era
pequeño, antes de conocerte, solía subir aquí a
menudo a tirarles bombas de agua a las personas
cuando pasaban entre las marquesinas -prosiguió
Udi, inclinándose sobre la barandilla mientras
apuntaba con un dedo hacia el espacio que había
entre la marquesina de la tienda de comestibles y la
de la zapatería-. La gente levantaba la cabeza hacia
arriba, veía una marquesina y no sabía de dónde le
había caído.
El ángel también se levantó, miró hacia la calle y
abrió la boca para decir algo. De repente Udi le dio
un empujoncito por detrás y el ángel perdió el
equilibrio. No fue más que una broma, no quería
hacerle nada malo, sólo obligarlo a volar un poco, por
divertirse. Pero el ángel cayó los cinco pisos como un
saco de patatas. Udi lo miraba atónito, tendido allí
abajo en la acera. El cuerpo entero sin moverse y sólo
las alas agitándose con una especie de último aliento
de vida. Entonces comprendió finalmente que de
todas las cosas que el ángel le había dicho nada había
sido cierto y que ni siquiera era un ángel, sino sólo un
hombre mentiroso con alas.



Etgar Keret (hebreo, רגתא
תרק; Tel-Aviv, 20 de
agosto de 1967) es un escritor
de cuentos cortos, guionista de
televisión y director de
cine israelí, considerado el
máximo exponente de la
narrativa moderna en hebreo, por
su empleo del lenguaje corriente para contar
historias donde la vida cotidiana, el humor negro,
el surrealismo, lo grotesco y lo infantil forman parte
de un mismo universo.
Sus cuentos, consumidos masivamente en Israel por
un público mayoritariamente adolescente, se han
traducido a más de diez idiomas. En tanto, su carrera
cinematográfica es muy promisoria.
Inició su carrera literaria al
publicar Tzinorot (Tuberías, 1992), una colección de
cuentos cortos que pasó desapercibida.
En 1993 ganó el primer premio en el Festival
Alternativo de Acre por Entebbe: El Musical, que
escribió al alimón con Jonathan Bar Giora. Su
segundo libro, Ga'aguai Le'Kissinger (Extrañando a
Kissinger, 1994), formado por cinco cuentos muy
cortos, fue más exitoso y cobró notoriedad pública.
Keret es también conocido por sus colaboraciones
con numerosos artistas gráficos. En 1999 cinco de sus
cuentos fueron traducidos al inglés y adaptados como
"novelas gráficas", con el título Jetlag.
En cuanto a su experiencia audiovisual, ha
colaborado en numerosos guiones para televisión y
cine. El primer largometraje que dirigió, Malka Lev
Adom (Malka corazón rojo, 1996) obtuvo el máximo
galardón de la Academia de Cine Israelí (equivalente
al Oscar a la mejor película) y ganó el Festival
Internacional de Academias de Cine en Múnich,
Alemania. Además, fue aclamada en diversos
festivales de todo el mundo.
No obstante, su mayor consagración hasta el
momento se dio en 2007, cuando ganó el
premio Cámara de Oro a la Mejor Opera Prima en
el Festival de Cannes por Meduzot (Medusas).
Ha publicado cuatro libros de relatos, una novela,
tres cómics y un libro, todos ellos bestsellers en
Israel. Su obra ha sido traducida a dieciséis idiomas y
ha merecido diversos premios literarios. En sus
relatos se han basado numerosos cortometrajes, e
incluso uno de ellos ganó el American MTV Prize en
1998. Actualmente es profesor adjunto en el
departamento de Cine y Televisión de la Universidad
de Tel Aviv. En 2006 escribió La chica sobre la
nevera, en 2008 Pizzería Kamikaze y en 2011 Un
hombre sin cabeza todas editadas por Siruela.

Tomado de Wikipedia.

Ruptura del Límite


Esta es la Antología de escritores dominicanos publicada por Editorial Cangrejo, en Colombia. La muestra fue preparada por Avelino Stanley, y contó con el patrocinio de la Embajada dominicana en Colombia, que en esa época (mediados del 2010) dirigía el señor Angel Lockward. Está compuesta por un serie de cuentos, desiguales, por supuesto, y podríamos recomendar el de Pedro Péix (extraordinario dentro de su lenguaje puramente dominicano, y su conocimiento extraordinario de la naturaleza humana), el de Manuel Llibre Otero (un cuento sarcástico, con un humor negro corrosivo, lo cual no es muy común en nuestra literatura), y en sentido general casi todos los trabajos, puesto que se incluyen autores prácticamente desconocidos en la literatura nacional.

Saturnario


“Saturnario” es un libro compuesto por 14 cuentos, desiguales en su extensión, puesto que algunos son sumamente largos, y otros muy cortos, de apenas una o dos páginas. Cuando se me pidió que fuera jurado del concurso Letras de Ultramar, organizado por el Comisionado de Cultura Dominicana de la ciudad de New York, dirigidido a escritores que viven fuera del país, se me presentó al mismo tiempo, inevitablemente, la oportunidad de premiar este libro de cuentos, al principio anónimo, puesto que los jurados no conocíamos la identidad de los autores. Sólo al final supimos que el libro premiado era del escritor Rey Andújar, a quien conocí hace ya algunos años en Santiago, cuando fue a poner a circular su novela “Candela”, publicada por la editorial Alfaguara. Este libro cuenta entonces con dos características especiales: el hecho de ser un volumen premiado, primero, y el hecho de ser un libro que representa de alguna manera la literatura de la diáspora, es decir, la literatura escrita por dominicanos fuera de la R. D.; y al mismo tiempo la literatura escrita por jóvenes dominicanos. Y me parece, claro está, que Rey Andújar representa fielmente ambas condiciones, por lo que podemos leer lo que él escribe, en este caso este libro de cuentos, tratando de responder además las preguntas acerca de cómo narra la diáspora dominicana y los jóvenes escritores dominicanos, cuáles temas les interesan y a cuáles tendencias se adhieren.

Saturnario es un libro fácil. Su mayor preocupación es contarnos las historias, su mayor preocupación es narrar. Una de sus características: introduce elementos de la cultura pop en su narración: trozos de canciones de rock en español, por ej., del compositor Andrés Calamaro, o en inglés del fallecido cantante Jhonny Cash, etc. Al mismo tiempo, introduce palabras y frases comunes en otras lenguas, sobre todo en el idioma inglés, sin avergozarse de ello, sospechando de la complicidad del lector en esta lectura bilingue. Al contrario de lo que podríamos pensar en un escritor alejado de su país de origen, sus narraciones son cada vez más universales, e incluso transcurren muchas veces en el lugar de adopción del escritor, con personajes no dominicanos: recordemos que el boom latinoamericano, que se desarrolló mayormente con escritores que hicieron vida literaria fuera de sus países de origen, sobre todo en Europa, admitía que, debido a la lejanía de sus respectivas culturas, profundizó aún más en un lenguaje particular, en una cultura particular, produciendo un tipo de literatura puramente latinoamericana. La excepción más notable a esa tendencia del boom fue Julio Cortázar, y me parece que por ahí se muestra la verdadera tendencia de Rey Andújar, y en sentido general de la mayoría de los escritores dominicanos, jóvenes o no, en el sentido no de la influencia de Cortázar en su obra, puesto que Borges, o Cortázar, o Bioy Casares, incluso el mismo Sábato o escritores argentinos no tan conocidos como Eduardo Mallea, construyeron sus narraciones a partir de una ausencia de identidad, y al mismo tiempo estos cuentos de Saturnario se muestran con una universalidad y una aceptación tal de otras culturas, que muestran esa ausencia de patria cultural, ese mestizaje, ese sincretismo, esa búsqueda de una tradición, que es tan propio de los dominicanos, puesto que nuestro país debe ser la nación con más mestizaje del mundo entero. Las historias son contemporáneas, radicalmente urbanas, actuales, con personajes que pueden ser holandeses, puertorriqueños, norteamericanos o dominicanos. El ámbito en el que se mueven las historias es la clase media, y si nos detenemos en un problema estrictamente literario, su estilo es neutral, lo cual es sumamente interesante puesto que significa un cambio en la forma de escribir del autor. En los cuentos que hemos podido leer de Andújar, y en su novela “Candela”, el autor tiene un lenguaje crudo, directo, a veces un poco hardcore, mencionando las cosas sin ambages. En este libro de cuentos, Rey cambia un poco ese estilo, y le interesan las historias menos sórdidas, más ligadas a la rutina, el sin sentido y la banalidad que mueve a la clase media en cualquier parte del mundo. Si en el cuento “Monociclo” se menciona la canción “Smells like Teen Spirit, la versión de The Bad Plus”, con esas mismas palabras, en el mismo cuento se nos menciona también a Glenn Gould y a Fernando Villalona: una mezcla que sólo puede fabricar un conocedor, alguien capaz de sorprenderse con ambos tipos de música. Se mencionan filmes norteamericanos, algunos cuentos tienen títulos en inglés como “Reflex”, “Locked”, “Caine”, etc., pero además hay un cuento titulado “Merengue”. Y esto constituye una diferencia notable entre otros escritores caribeños más o menos de su generación que han emigrado de sus respectivos países, como la escritora haitiana Edwige Danticat, por ejemplo, que emigró a los 12 años a los Estados Unidos, y que escribe en inglés, cuyas narraciones están construidas a partir de una furiosa identidad nacional. Pero Saturnario comparte esta característica con casi todos los escritores que viven fuera de nuestro país que participaron en este concurso, que al parecer representa una tendencia de este tipo de literatura que no muestra un desarraigo, sino cierta felicidad en el nomadismo, la búsqueda y la incorporación de las culturas de los países de adopción.

Yo personalmente recomendaría el primer cuento del libro, “Gangrena”, que es el que atrapa en primera instancia al lector, o el cuento “Merengue”. Como se puede apreciar a través de los títulos, la tendencia del autor es a mezclar su propia cultura con referencias a otras culturas, sobre todo la cultura norteamericana, y esto enriquece la narración, puesto que debemos recordar que la literatura está compuesta por palabras, por lenguaje. Sus cuentos se encuentran sumamente influenciados por una cultura audiovisual, tecnológica, de manera que la mayoría se encuentran estructurados como thrillers cinematográficos, como filmes de misterio o historias que pretenden una finalidad visual. Rey dejó para el final el cuento “Mierdópolis”, quizás porque no confiaba plenamente en que el jurado podría premiar un cuento con ese título. Por suerte, todo el libro ha merecido este reconocimiento y esta proyección.

Este libro viene precedido por la justa obtención de este galardón de carácter internacional –aunque realmente no debería decirlo yo, porque fui uno de los jurados, pero seamos osados-, y yo lo he acogido y lo recomiendo encarecidamente a los lectores, con los auspicios que su autor, y este libro de cuentos, se merecen con creces.

Máximo Vega.


foto: Sally Mann

A CONTRA SUERTE

Toda la soledad cayó de golpe
sobre la superficie del estanque,
las ondas generaron oleaje
que hirió la claridad de las orillas.
La espuma inmaculada al esparcirse
fue salpicando cosas definidas,
la pulcritud de la violeta fue manchada
con barro ignominioso y maloliente.
Se perdieron valores de pureza,
de espacio continente de esperanza,
donde brotaban el amor y la alegría
como magníficos ejemplos de virtud
que daban plenitud a los azogues.

Pero cayó en desgracia todo el tiempo
de los muchos relojes del ahora,
y hoy es el instante de la pena
de tener que enumerar la controversia
que duele, al encontrarse entre las manos
la luz que nos resbala entre los dedos.

J. S. del Viejo.
(escritor español)

Jean Gentil



Jean Gentil, la "peliculita" dominicana que tanto nos gustó, ganó el Festival Internacional de Cine de Las Palmas, en España. Una obra modesta, que ya empieza a tener notoriedad internacional, y que fue reseñada en el programa Días de Cine, de la televisión española. Una película que nos gustó mucho, mucho mucho.

COMUNION PLENARIA

Los nervios se me adhieren
al barro, a las paredes,
abrazan los ramajes,
penetran en la tierra,
se esparcen por el aire,
hasta alcanzar el cielo.

El mármol, los caballos
tienen mis propias venas.
cualquier dolor lastima
mi carne, mi esqueleto.
¡Las veces que me he muerto
Al ver matar un toro!

Si diviso una nube
debo emprender el vuelo.
Si una mujer se acuesta
yo me acuesto con ella.
Cuántas veces me he dicho:
¿Seré yo esa piedra?

Nunca miro un cadáver
sin quedarme a su lado.
Cuando ponen un huevo,
yo también cacareo.
Basta que alguien me piense
para ser un recuerdo.

Oliverio Girondo

OLIVERIO GIRONDO

No se me importa un pito que las mujeres...


No se me importa un pito que las mujeres

tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;

un cutis de durazno o de papel de lija.

Le doy una importancia igual a cero,

al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco

o con un aliento insecticida.

Soy perfectamente capaz de sorportarles

una nariz que sacaría el primer premio

en una exposición de zanahorias;

¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,

bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,

tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?

¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo

y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,

volaba del comedor a la despensa.

Volando me preparaba el baño, la camisa.

Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,

de algún paseo por los alrededores!

Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.

"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,

para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia

que nos aproximaba al paraíso;

durante horas enteras nos anidábamos en una nube,

como dos ángeles, y de repente,

en tirabuzón, en hoja muerta,

el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,

aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!

¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...

la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea,

¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?

¿Verdad que no hay diferencia sustancial

entre vivir con una vaca o con una mujer

que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender

la seducción de una mujer pedestre,

y por más empeño que ponga en concebirlo,

no me es posible ni tan siquiera imaginar

que pueda hacerse el amor más que volando.



¡Todo era amor!


¡Todo era amor... amor!

No había nada más que amor.

En todas partes se encontraba amor.

No se podía hablar más que de amor.

Amor pasado por agua, a la vainilla,

amor al portador, amor a plazos.

Amor analizable, analizado.

Amor ultramarino.

Amor ecuestre.

Amor de cartón piedra, amor con leche...

lleno de prevenciones, de preventivos;

lleno de cortocircuitos, de cortapisas.

Amor con una gran M,

con una M mayúscula,

chorreado de merengue,

cubierto de flores blancas...

Amor espermatozoico, esperantista.

Amor desinfectado, amor untuoso...

Amor con sus accesorios, con sus repuestos;

con sus faltas de puntualidad, de ortografía;

con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.

Amor que incendia el corazón de los orangutanes,

de los bomberos.

Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,

que arranca los botones de los botines,

que se alimenta de encelo y de ensalada.

Amor impostergable y amor impuesto.

Amor incandescente y amor incauto.

Amor indeformable. Amor desnudo.

Amor-amor que es, simplemente, amor.

Amor y amor... ¡y nada más que amor!


Llorar a lágrima viva...


Llorar a lágrima viva.

Llorar a chorros.

Llorar la digestión.

Llorar el sueño.

Llorar ante las puertas y los puertos.

Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,

las compuertas del llanto.

Empaparnos el alma, la camiseta.

Inundar las veredas y los paseos,

y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando.

Festejar los cumpleaños familiares, llorando.

Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...

si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos

no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz, con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría.

Llorar de frac, de flato, de flacura.

Llorar improvisando, de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

PEDRO JOSE GRIS.



Estos son los dos últimos libros de poesía de Pedro José Gris. Son dos libros en uno, puesto que la portada de uno es la contraportada del otro. Tienen prólogos de José Enrique García y Bruno Rosario Candelier. Enhorabuena a Pedro José Gris, que es un poeta de libros y poemas escasos.

LIBIA

La primera vez que los norteamericanos invadieron la República Dominicana, los poetas postumistas hicieron una protesta contra los invasores. Andrés Avelino fue apresado, y a Domingo Moreno Jiménez lo metieron en un saco de henequén y lo tiraron frente a una pulpería. La segunda vez, en 1965, el poeta domínico-haitiano Jacques Viau fue asesinado por las tropas invasoras, mientras el poeta no hacía más que defender la soberanía de su propio país. Nosotros hemos sufrido dos veces lo que es una invasión de los Estados Unidos en el siglo XX. La primera vez, las tropas intervencionistas dejaron las bases para el ascenso al poder de Rafael Leonidas Trujillo, un dictador que nos gobernó por 30 años -un dictador que asesinó a Ramón Marrero Aristy, el autor de Over; que fue el responsable de los exilios de Juan Bosch, de Pedro Mir, de Juan Isidro Jiménez Grullón, y de la muerte de tantos intelectuales dominicanos-, y luego las bases para el ascenso -con un fraude electoral- de Joaquín Balaguer, que gobernó este país 12 años, apoyado por los norteamericanos, en los cuales se asesinó sistemáticamente a periodistas -entre ellos Orlando Martínez, Gregorio García Castro, etc.-, y a los principales dirigentes de la izquierda dominicana, en una labor de limpieza claramente planeada por ambos gobiernos. Esas dos intervenciones fueron inútiles, y no hicieron más que retrasar la llegada de nuestro país a la democracia y la modernidad. Y que dejaron cientos de muertos. Entonces uno sabe bien para qué invade Estados Unidos nuestros países, y uno sabe bien que Barack Obama, el flamante Premio Nobel de la Paz, acompañado de una resolución injusta de la ONU, bombardea Libia asociado con varios países europeos, pero no bombardea Arabia Saudita, que tiene una de las dictaduras religiosas más terribles de toda la historia de la humanidad (ni siquiera durante el absolutismo católico europeo de la edad media se vivió algo así), porque es socio de E. U., ni a Jordania, una monarquía religiosa, ni hace cumplir a Israel las resoluciones de la O.N.U. Porque hay dictadores que convienen, y otros que no convienen, hay países buenos y países malos, siempre y cuando apoyen o no a E.U. Muy bien. Un gran aplauso al premio nobel. Vamos a esperar que en este siglo nos invadan dos veces más, y apresen a nuestros poetas y asesinen a nuestros intelectuales. Dos veces más, también.

Libia y los Estados Unidos

Nunca vamos a estar de acuerdo con los Estados Unidos. Para derrocar a un dictador hay que bombardear un país. Esta época nos ha demostrado que la paz no es posible, que el mundo es ancho y ajeno. Estas demostraciones de muerte en Libia, forman parte de nuestra decepción de la humanidad, pero sobre todo de ese país que piensa que la democracia hay que imponerla a sangre y fuego. Europa se suma a ese juego, algunos países latinoamericanos se suman a ese juego... un juego en el que mueren cientos de personas. Bien por ellos.

EL VIEJO Y EL MAL



Yunier Riquenes García.

Era un viejo que pescaba solo en las aguas tranquilas de la presa. No tenía bote ni tampoco el mar azul intenso de sus sueños, pero siempre capturaba peces. Hacía muchos días que había ido por vez primera, pero unos pocos que sintió la necesidad de ir desde el amanecer hasta la puesta de sol o hasta la salida de la luna, para estar solo, para vivir solo. El muchacho era el único que lo acompañaba bien, que le sacaba la risa vieja, que le aguaba los ojos. Pero el muchacho, al finalizar las vacaciones, volvió para la beca.
El viejo sostenía en una mano un cordel mientras observaba otros amarrados en las estacas a la orilla. De vez en cuando, con la mano contraria, se echaba agua en la frente. No era flaco ni desgarbado, era viejo en edad, pero no había arrugas en su cara. El sol le había manchado la espalda por no ponerse camisa, por sólo humedecer la espalda y la frente. El sol le había tostado la piel en el surco, pero la pesca lo había hecho más moreno; le traqueaba el pellejo.
Par de muchachos bordeaban la presa. No cogían peces grandes. El viejo estaba seguro por su buena vista y su experiencia. De todas formas, los echaban al saco. “Ya no hace falta que los peces sean grandes”, se dijo.
Peces grandes y jicoteas cogían los de los botes y las gomas de tractor que se iban medio a medio, los que nadaban a pulmón arrastrando las redes y luego chapaleaban para atrapar las manchas de carpas y criollitas.
Esos habían invitado al viejo muchas veces a ver completo su brazo de mar, porque ya todos decían que él era el guardián.
—Anímese, véala desde dentro. Vea lo que son peces ­grandes.
El viejo les saludaba con la mano y lo dejaban en paz, mientras se perdían lentamente impulsando las gomas y remando.
Los había visto grandes al pasar cerca de las mujeres que cocinaban en fogones (dos o tres piedras juntas y leña acarreada de por allí mismo). Los había visto de cinco a diez libras con los ojos saltones. Las mujeres usaban un garrote para matarlos porque llegaban vivos afuera, y los descamaban con cuchillos casi del mismo tamaño. Llegó a sentir lástima de esas víctimas que no habían podido defenderse, ni siquiera huir, y no se habían metido en la trampa por comer.
Le gustaba la lucha hombre-pez; si no existía esta lucha tampoco existía el placer. Para él la buena pesca era con anzuelo. Sentir en sus manos las picadas y ver la sinuosidad del cordel. Al hundirse el corcho sabía que iba a encontrar la felicidad. Un halón seguro de sí mismo y lo tendría, pero lo sacaría después del juego cansémonos primero. Gozaba las embestidas a los lados aunque el pez fuera pequeño. Gozaba al sacarlo, al desprenderle la lombriz de la boca.
Jamás sintió envidia de aquellos hombres, de los peces de los hombres. Nunca se había marchado sin un pez. Quizás era el recodo donde pescaba, pero no quería abandonarlo. Allí había cogido el mejor junto a su hija. Ella velaba el nailon en las manos, el pez haló y le hizo heridas en los dedos. Ese día se comieron contentos el mejor pez.
Cuando la ensarta estaba llena la colgaba en la bicicleta. Recogía los cordeles, los lavaba y echaba las lombrices sobrantes en el recodo para que le picaran más al día siguiente. Regresaba tranquilo a la casa, sabía que le esperaban los perros, y el muchacho, si había llegado de la escuela.
El viejo amaba los perros; después de llenarlos de pescado y de un baño para quitarse el fango, se sentaba en una silla en el patio. Los perros le lamían la cara y él los besaba; los dormía en los brazos con una canción de cuna y les rascaba las tetas.
Miraba la siembra perdiéndose entre la hierba, pero se sentía cansado para trabajar, decía que se estaba poniendo viejo. Se miraba las manos llenas de callos y las piernas y los brazos llenos de arañazos y cicatrices. Había cortado caña desde los catorce para sobrevivir y ayudar la familia. Permanecía en la misma silla, cabizbajo, con el aire y el rocío de la noche, mirando.
Soñaba con las corrientes marinas y los muelles, con un barco pesquero en el Mar Caribe, con olas gigantes y caracolas. Buceaba con sus hijos: ella recogía caballitos, él golpeaba los tiburones de punchinbag. Los tres eran observados por una mujer llorosa que deseaba volver, pero ya él era feliz.
Siempre soñaba lo mismo y nunca le dio entrada a la mujer. Sólo quería los hijos. Por eso se despertaba, encendía el radio y lo dejaba unos minutos. Caminaba la casa viendo el polvo en los muebles, en la vitrina, en el cuadro de la hija que sonreía en la mesa de la sala, y en otro lado el hijo fajándose en un campeonato donde resultó ganador. No podía soportarlo, apagaba el radio, el bombillo, y se acostaba con la sábana sucia sobre la cabeza.
Y no dormía después de las cinco. Se levantaba a colar café y a echarle comida a los animales. Cuando el sol iba subiendo ya lo tenía todo hecho. Le buscaba lo necesario a su madre y luego cavaba debajo del fregadero o en cualquier lugar húmedo donde había colonias de lombrices. Las mejores eran las largas y gordas de la tierra negra. El viejo decía que eran serpientes. Después de llenar una lata, estaba seguro de que no se le acabarían.
A las ocho iba a la bodega a buscar el pan y a preguntar si habían llegado cartas y telegramas. Y nunca llegaba nada. Entonces lo llamaban para conversar porque era admirado por los vecinos y ellos sabían que estaba solo. Querían oír aquellas historias de cuando estuvo en la guerra y vio cagarse a uno del miedo en la trinchera, o cuando acabaron con los bandidos en la zona. Otros pedían consejos para la siembra.
Cuando Dany llegaba el viejo se ponía contento y nervioso. Contento porque tenía compañía y le daban ganas de vivir. Pero nervioso porque el muchacho le recordaba el pasado sin proponérselo. Dany se bajaba de la guagua y ya lo estaba invitando; si no estaba, sabía dónde encontrarlo con los preparativos, porque el viejo se había apegado tanto que pensaba que el muchacho llegaría todos los días.
“Mientras se pesca hay que mantener silencio, claro que sí. Pero no hay nadie que se quede callado ante el muchacho”.
—Mire pa’allá viejo —dijo señalando un grupo de jóvenes que se bañaban cerca de la compuerta—. ¿Están buenas, eh?
El viejo afirmó con la cabeza y tuvo que meterse hasta que el agua le dio por el ombligo. Recordó a su hija y salió después de mojarse la frente y la espalda.
— ¿No están buenas?
—Eso es pa’ti —dejó los cordeles amarrados a las estacas. —“Hay que dejarlos, si no entienden que se rompan la frente. Y los padres a sufrir (las muchachas retozaban con los varones). Nunca sirvió ninguno y se hizo puta”.
—No mire más el sol que ya se le están saliendo las lágrimas, y nadie ha visto llorar a Santiago. Santiago es un hombre fuerte, todos lo saben. Duro de carácter.
—Sí, vamos a ver si no nos han comido la carnada.
—Dicen que usted no lloró cuando murió su padre.
—Vamos a recoger los cordeles, ya es muy tarde.
Santiago dejaba atrás a su compañero que lo alcanzó un poco antes de desviarse para su casa.
— ¿Es verdad que tiene un hijo boxeador?
El viejo no respondió.
— ¿Y lo mandó a comprar huevos por toda la línea del tren?
El viejo no respondió.
— ¿Le amarró los zapatos para que no anduviera ­descalzo?
Santiago lo miró defraudado, queriéndose morir allí mismo. Pero no dijo nada. “La gente es mala. Dany creerá que soy un villano. No volverá”.
—Pero de todas formas sus hijos vendrán a verlo, aunque los padres sean malos los hijos vuelven, y usted no es malo.
Las bicicletas iban aparejadas, el viejo se apresuraba para no despedirse. A veces el muchacho lo palmeaba o levantaba un brazo, a veces decía hasta mañana, o quizás no decía nada y arremetía con la bicicleta a mayor velocidad, haciendo piruetas por el camino. Ese día el viejo trató de no verlo, de no hablarle (aunque no estaba molesto), pero el muchacho se desvió como siempre. Santiago pedaleó con más fuerza y creyó que Dany lo perdonaba.
Esa noche no durmió.
“Lo sabe y quizás todos lo sepan, y yo el último en saberlo”, pensaba el viejo tendido boca arriba. “No iré más a la bodega por buen tiempo, si hay cartas alguien las traerá, si no... no importa, ya nada importa”.
Oyó ladrar a los perros y no le dio importancia, y siempre que ladraban los perros se levantaba de un golpe y cogía el fusil y le daba la vuelta al patio. Se había propuesto agarrar a los ladrones que no le dejaron gallinas.
“Se despidió como otras veces, a lo mejor lo hizo por lástima, pero él sería el único que nunca llegaría a sentir lástima de este hombre (tenía la imagen del muchacho al despedirse)”. ¿Pero a quién carajo le importa mi vida?
Se volvió a un lado y escuchó los perros escarbando en el portal para echarse.
“Eso es lo que me queda, y la pesca, y el muchacho, aunque dudo que aún quiera atrapar conmigo el grandísimo pez”.
Miró la Virgen de la Caridad que le quedaba enfrente. Le mantenía agua fresca:
— ¿Qué me queda? Todo lo he perdido, Madre, y me queda la vida, solo la vida —y recordó que alguien le había dicho que mientras estuviera vivo no había problemas—. ¿Para qué quiero la vida? Es mejor estar muerto. Quizás cuando muera sea menos inconforme.
El aire fue más frío y se acomodó la sábana, no le cubría los pies. La tiró al piso y retornó la mirada a su santa.
—Al menos tú tienes tus hijos.
Comprobó que la luna no dejaba sombras y salió al cuarto de desahogo. Cogió el pico y la lata de las lombrices. Había decidido que nadie lo viera. Saldría de madrugada y volvería tarde en la noche. Estaba seguro de poder soportarlo como en la caña. Habían pasado algunos años, pero se sentía ­fuerte.
Estaba en la presa a tiempo completo, casi loco. Ya no le importaba la pesca, sólo estar enajenado esperando la señal del muchacho o sus hijos, porque había pensado tanto en lo que le había dicho Dany que se ilusionó con el regreso de los hijos: la Niña y el Negro. Él se comparaba. Después de muchos años se dio cuenta de que quería un poquito a su madre, aunque ella ya no entendiera y se pasara el tiempo llamando a los muertos de la familia y haciendo memoria para demostrar cordura.
“El que más dolor le dio en el parto y el que más la hizo sufrir”.
Hacía mucho que no veía a su madre pero estaba seguro que estaba bien. Una hermana la cuidaba y tenía ganas de estar con ella y pedirle perdón. Pero no, no había necesidad de llegar a tanto.
Incluso pensó enviarle una carta al Negro y la Niña. Pero, no escribía, por lo tanto ¿quién le iba a escribir? Porque el muchacho, que lo hacía siempre, estaba en la escuela y no sabía cómo decirle. Tampoco al bodeguero ni al delegado. No quería vérselas con nadie. Desistió rápidamente de la idea y llegó a pensar en la muerte sin verlos, sin un abrazo, sin dejarles la tierra y la casa y lo que guardaba celosamente, porque le reiteraba al muchacho que a pesar de los pesares lo suyo sería de los hijos, que él (Santiago) no valía nada, sólo quería verlos felices.
En vez de atender los cordeles miraba a su alrededor: la risa diaria de las mujeres matando peces grandes con los garrotes, haciendo caldosa y tomando ron.
—Van a acabar, llegan temprano y se van con los sacos llenos hasta la punta. Pronto prohibirán la pesca y habrá un guardia con una carabina diciendo no se puede pescar ni con anzuelo.
Observaba el par de niños que aparecía cada atardecer con las varas y el saco.
“Es obsesión lo que tienen los muchachos”. Cambió de idea al mirarles las costillas.
Aunque no quiso, tuvo que ver a la mujer del delegado (el que le resolvía los problemas a la gente) varias veces con un hombre.
“Es una descará’, mira como se deja las tetas al aire. ¡Todas son iguales!”
Cambiaba la vista, pero la pareja no estaba distante del recodo y se oían los gemidos, y él no iba a abandonar su sitio por un par de adúlteros. Entonces centraba su atención en el canto de los pájaros y los ojos en la mujer del sueño exigiéndole llegar temprano del trabajo, basta de borracheras. Una mujer controladora que no le gustaba que le hicieran trizas las vasijas ni la golpearan por gusto, una mujer que pedía atención, buena atención.
El viejo había visto sobre el cadáver de un árbol —aguas bien adentro— un grupo de pájaros.
“Parece que tendré suerte. De noche los peces se acercan a la orilla”. El sol iba apagándose. Recogió los cordeles y sacó de la bolsa el más largo y grueso, el de pescar en el mar. Había pensado regalarlo, lo usó varias veces para medir en la construcción. “Ha llegado tu momento, no es en el muelle ni frente al mar pero será...”. Las lombrices estaban espumosas, las revolvió y sacó una. “Parece una serpiente”.
Colocó la carnada y lanzó el cordel a unos cuantos metros. Se sentó a esperar con el nailon en la mano.
“El muchacho quería verme lanzando este cordel”.
Le picaron muchas y tuvo que cambiar la carnada, pero se percató de que mientras transcurría la noche las que capturaba tenían más cuerpo.
“Será como hizo el Negro en la pelea final, marcar, marcar, y luego el izquierdazo”.
El viejo se levantó. Al principio fueron pequeñas picadas y no podía halar porque se le iría. Cuando el pez mordió fuerte lo haló con todas sus fuerzas hacia atrás y luego soltó un poco dejándolo libre. El nailon lo había cortado, no lo sintió al instante, sino cuando se estabilizó en el lugar porque había resbalado.
—Maldición, este gran pez me hizo lo mismo que el otro a la Niña, ya verá coño.
Pasó el nailon a la otra mano. Había estado soltando y recogiendo. Le hubiera gustado una ayuda para llegar rápido a la casa.
“El muchacho tiene razón, es posible que vuelvan”.
Para soportar las embestidas imaginó que al llegar a la casa el fogón iba a estar llameando, los muebles y la vitrina desempolvados y el patio barrido. En el radio el Benny, y la Niña esperándolo con la ropa y las sábanas limpias, y el Negro con un montón de leña para asar el pez.
Le hubiera dado gusto que alguien lo ayudase, pero sabía que tenía que mantenerse, porque los peces grandes se capturaban con redes.
—No pediré ayuda, esta es la lucha hombre-pez, entre tú y yo, y te venceré, te venceré o me arrastrarás hasta el medio, te cortaré en pedazos.
Lo tironeó durante largo rato hasta que no hubo resistencia alguna.
“El muchacho debió estar aquí para ayudarme a sacarlo”, comenzó a halarlo lentamente, “y si el Negro hubiera estado aquí hubiera enseñado al muchacho, en la beca siempre hay abusadores”.
Continuaba sacando el pez que se le hacía más pesado.
“Necesito el garrote de las mujeres cuando esté en la orilla. Ahora que está en mis manos no se me puede escapar”.
Tanteó un poco buscando un palo pero no encontró nada servible. Como la bicicleta estaba cerca (porque el viejo la ponía a su lado cuando oscurecía) cogió la bomba de echar aire y la ubicó a su lado, una bomba de camión.
Nunca había cogido uno de tantas libras. No brillaba como el del mar pero significaba mucho.
—Coletea poco, por tu bien, oíste, por tu bien, no quiero acabarte.
Cerca ya le arremetió con la bomba. El agua se tornó sanguinolenta.
Y creyó verdaderamente que sus hijos le estarían esperando, que su madre lo perdonaría antes de morir. Caminó un poco el recodo, se mojó la frente y la espalda con la reminiscencia de los niños con las varas, y las mujeres, y los hombres del tractor.
Santiago regresaba optimista con su pescado atravesado en la parrilla de la bicicleta. Traía una mano sobre el timón y la otra apretando las escamas. De vez en cuando le echaba un vistazo y pedaleaba con más energía. Saludaba a los que se quedaban observándolo. Santiago reía.
“Mis hijos se llenarán, y los perros se tendrán que echar de tanta hartura. Hasta mamá lo probará. Y la Niña, cuando la Niña lo vea me abrazará y preguntará te acuerdas. Sí, mija, este nos lo comeremos igual que aquel”.
Evocó el momento de la captura y llegó a salírsele una lágrima. ¿Por qué se le habían ido?, no le interesaba, tenía intuiciones del regreso. Aunque fuera difícil los abrazaría a los dos.
“Les prohibí bañarse en los aguaceros, jugar en los charcos... cuando uno se queda solo... uno entiende”.
Y aceleró al tomar el camino para su casa. Los perros lo esperaban en la portería y se lanzaron a su encuentro sin ladrar y a toda carrera moviendo los rabos y con las orejas gachas, asaltándole la bicicleta.
La puerta estaba cerrada, sin embargo, imaginó que estarían escondidos. Buscó en el baño y en el cuarto de desahogo. Volvió enseguida al portal y tosió, una tos crónica. Se paró mirando la siembra y la casa de su madre, ni la vieja se oía.
Retornaba otra vez a la soledad, al mismo polvo y la misma ceniza del fogón. No le hizo caso a los perros que se le tiraban encima. La bicicleta continuó recostada de la cerca con el pez amarrado. Lo contempló muy poco:
—Y es grande.
Los perros le movieron las cabezas y se echaron a sus pies.
—Mis hijos, cará.
Fue directo al cuarto, abrió la ventana y se acostó, estaba muy cansado.
A pesar de estar dormido se le notaban los ojos hinchados, como si hubiera llorado siempre. El viejo comenzó a soñar nuevamente con las corrientes marinas y los muelles.
Mayo y 2002

Yunior Riquenes es un amigo narrador cubano. Compartimos una antología de cuentos. Me escribió hace poco, y me envió este cuento para las personas que visitan este blog, y para que ustedes opinen sobre él.

Foto: Sally Mann.

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