Solo de René

        René Rodríguez Soriano (Constanza, 1950), publicó un libro titulado “Su Nombre, Julia” en el año 1991. Ese libro contiene un cuento del mismo nombre, que se ha convertido en un clásico de la literatura dominicana. René es autor de poemas, cuentos y novelas que no lo parecen; sus novelas dan la impresión más bien de ser poemas largos o recopilaciones de cuentos, aclarando que digo esto como un cumplido. Conocía su obra, llegué a verlo más de una vez leyendo sus cuentos o impartiendo una conferencia sobre la cuentística dominicana, pero lo conocí realmente durante la Feria del Libro de Santiago, en el año 2005, en la cual se le hizo un homenaje. Tuve la oportunidad de introducir su obra a un público de mi ciudad natal que ya lo conocía y que, sin embargo, no me conocía a mí para nada.
          René es un caso único en la literatura dominicana, me parece. En este momento debemos contextualizar al lector sobre una etapa crucial de la literatura de mi país. René comenzó a publicar un poco antes, muy joven, en la década del setenta del s. XX, pero fue en la década del ochenta del siglo pasado cuando su obra empezó a tener difusión y notoriedad. Luego de una época represiva en la República Dominicana, conocida como la era de los Doce Años de Balaguer, terminada en 1978, empezó la transición hacia la democracia en el país, una época de apertura inédita luego de doce años de censura, de libros e ideas prohibidos, polarización ideológica y escritura panfletaria (y necesaria, no nos engañemos). La obra de René se concentra en la forma, en el lenguaje, lo cual lo acerca a la llamada “Generación del 80” que surgió con los jóvenes de esta apertura democrática, con los cuales él mantiene intereses comunes, a pesar de que tiene una obra anterior; a René, como a esta generación, no le preocupan los contenidos políticos o colectivos. La esencia es el individuo, la existencia, la insatisfacción vital, la sexualidad, el amor. La obra debe tener un sentido en la forma, más allá del contenido en sí mismo, lo cual era insólito en la literatura dominicana, preocupada por intereses sociales arrastrados desde la Era de Trujillo, la revolución de abril del 65 y la posterior invasión norteamericana del mismo año (tenemos, claro está, una generación literaria nacional llamada Generación de Posguerra), los doce años de la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer.
          El escritor, entonces, se enfrenta a un dilema que comparte con autores de su propia generación, o anteriores, como Andrés L. Mateo, o poetas como Franklin Mieses Burgos: decidirse por una literatura de contenido social, debido a un humanismo intrínseco a estos autores (“éramos, sobre todo, contestatarios”, escribe René en algún lado), y al mismo tiempo enfrentarse al desencanto y al pesimismo de la época, que lleva al existencialismo y a lo ontológico. Por supuesto, en este caso gana lo existencial, lo individual, independientemente de que, como telón de fondo, como atmósfera, aparezca la realidad de un país en constante ebullición social. René, con sus cuentos de factura impecable, con personajes preocupados más bien por su efímera satisfacción sexual, la insatisfacción ideológica, su seguridad económica, la contemplación de la realidad sin decidirse a actuar, la insatisfacción normal por la democracia que tanto se anheló y que descubrimos de pronto su imperfección, se convirtió en profeta en esa década. Su factura es barroca e indirecta, pero impecable; su ambiente es urbano, clase media. Su lenguaje es ambiguo, no da nada por sentado, se encuentra cómodo en una relatividad que hoy día nos parece tan auténtica como en ese momento se nos mostraba tan nueva y extraña. No sabemos nada, lo que creíamos establecido y puro quizás no lo es tanto. En “Su Nombre, Julia”, la única preocupación real del protagonista es esa mujer que
es posible que ni siquiera exista. “El Mal del Tiempo”, una novela que realmente no lo es, es un diario en el cual los capítulos representan los días del protagonista, pero los títulos no se corresponden con los nombres de las fechas, los meses o los años: uno se llama “Cola de Pez”, otro “Desmedida Mesura”, otro “Madrugada Remota”. Es como si el autor quisiese reducir (o ampliar) toda su vida a lo poético, o por lo menos al lenguaje. Aún en las entrevistas que ofrece, René trata de ser ambiguo, de que no sepamos quién es, de que cada respuesta sea prácticamente literatura llevada hasta su estado más puro, hasta el nivel del poema, que no necesita ni siquiera de la realidad para ser algo. Ya pasaron los días en los cuales sus títulos intentaban acercarse a la obra de Julio Cortázar (“Todos los Juegos el Juego”, por ejemplo), ya pasaron los días de la juventud que se despreocupa y al mismo tiempo es rebelde sin objetivos: su obra, fiel a sí misma, mantiene una coherencia que se encuentra más bien en el lenguaje, pero al mismo tiempo ha alcanzado una madurez que nos ha recordado que toda literatura es poesía. Aún en los títulos de sus libros puede apreciarse este afán: “Betún Melancolía”, “Canciones Rosa
para una Niña Gris Metal”, “Probablemente es Virgen Todavía”, “Tizne de Nubes”. El placer de la lectura es total porque todo es lenguaje. La obra de René es divertimento y seriedad, compromiso y rebeldía. Sus poemas, sus cuentos, sus novelas, sus artículos, sus prólogos, sus reseñas de libros en la revista “Arquitexto”, las entrevistas que le hacen (que forman parte de su obra literaria, creo yo), profesan un humor que transmite, al mismo tiempo, algo de tristeza, de melancolía y de desencanto. El principio de “El Mal del Tiempo” lo aclara con creces: “Comienzo el día oyendo música. A eso de las ocho de la mañana, sintonizo mi absurda existencia con Cristal Europa”. Ese libro es característico en cuanto a lo que quiero explicar: la historia transcurre durante los doce años de Balaguer, pero aunque el autor intenta que nos interese lo que sucede fuera de sí mismo, es decir, el convulsionado ambiente social, con invasiones guerrilleras, asesinatos políticos y represión policial incluidos, lo importante es la propia existencia, el interior melancólico del personaje, que todo lo contempla pero no actúa. El escritor puro. El cronista puro.
          A veces se nos olvida que estamos ante un autor completamente maduro, un individuo de 64 años de edad que tampoco lo parece, debido a su personalidad y a su literatura, siempre fresca, un escritor que
estructura sus libros de manera tal que cada uno parece un primer libro. Su más reciente obra, “Solo de Flauta”, está compuesta por poemas, cuentos muy breves, ejercicios de la memoria (toda buena literatura es un ejercicio de la memoria) y de la forma. Su obra refleja una dominicanidad que no tiene nada que ver con nacionalismos o intereses sociales, sino con las palabras: palabras nuevas, caribeñas y dominicanas, que el autor incorpora a sus narraciones y poemas porque expresan novedad y belleza. Explica René: “Vivíamos al borde, jugábamos vistilla en las aceras, siempre cuidando para no ser arrollados por el tránsito. Crecimos a contrapelo de la hora y el azar. Éramos, sobre todo, contestatarios. Nadábamos contra la corriente y leíamos más que nada, leíamos en los márgenes, entre la realidad y el sueño, siempre a la espera del asueto”. Este escritor no parece de 64 años –cuántas veces se nos olvida su verdadera edad-, sino un autor treinteañero que siempre está leyendo a recientes narradores, jóvenes o no; que siempre busca algo nuevo qué comentar o qué contar. Esta frescura es intrínseca a su propia forma de escribir.
          Ahora entiendo el mensaje subliminal de una obra que, como le he confesado al propio René, es única en la literatura dominicana; “única” en el sentido de singular, y que al mismo tiempo es difícil de imitar debido a la calidad de su escritura. Estas palabras (ambiguas también, intentando interpretar lo inaprensible) sólo tratan de que el lector se acerque a una obra que quizás ya conoce, pero que debe ser leída como toda obra importante lo merece: sin respeto, con placer, con una sonrisa, sin piedad, con humildad y con pasión.


Máximo Vega.

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ENTREVISTA A MAXIMO VEGA



Winston Paulino: ¿Cómo ve usted el panorama literario y cultural en la actualidad de Santiago de los Caballeros?

Máximo Vega: Bueno, como tú sabes Santiago de los Caballeros es una ciudad sumamente dinámica en el aspecto cultural, y la mayoría de las actividades que hace la ciudad y que hacen las personas ligadas a la cultura de Santiago se realizan de manera espontánea. Por ejemplo en Santiago existe el Centro León, hay una serie de entidades culturales del estado, algunas entidades culturales independientes y siempre Santiago ha sido una ciudad sumamente dinámica en ese sentido. Claro, tenemos que estar conscientes y saber que las actividades culturales en Santiago han disminuido debido a que el Ministerio de Cultura no está realizando su trabajo, pero la mayoría de las actividades se hacen de manera espontánea, es decir que no dependen de funcionarios ni de la política, por suerte, o sea que el santiaguero tiene un ambiente cultural sumamente sano.

W.P.: ¿Cuáles obras literarias ha publicado usted?

M.V.: Bueno, tú dijiste en la introducción que yo había publicado dos libros, pero realmente he publicado algunos más: “Juguete de Madera” que es el libro mío que más se ha leído, y fue el primer libro que yo publiqué. Luego “Ana y los Demás”, después un libro de ensayos: “El libro de los últimos días”, que me lo publicó el Ministerio de Cultura en la gestión anterior. También una antología de cuentistas de Santiago que se publicó durante la segunda feria del libro de la ciudad. También tengo libros de cuentos, por ejemplo gané el concurso de cuentos de la Universidad Central del Este con el libro “El Final del Sueño”, y ellos lo publicaron, y gané un concurso de la Fundación Global con una novela corta, “El Mar”, y ellos también publicaron esa novela.

 W.P.: ¿En qué consiste la novela “Juguete de madera”?

M.V.: “Juguete de Madera” es la historia de una niña que se escapa de su casa porque es maltratada por sus padres. Simplemente. Esa niña se encuentra con un señor que la recoge en una camioneta. Realmente es una historia de perversión, en un sentido clásico, al estilo de La Caperucita Roja, sólo que, quizás, para adultos. Es una constante en mi obra, soy reiterativo en eso, puesto que he hecho reconstrucciones de historias como las de Hansel y Gretel o Pinocho. La novelita ha tenido mucho éxito porque algunos lectores le han hallado una especie de moraleja que no existe, o por lo menos yo creo que no existe, y quieren que la lean los jóvenes. Por supuesto, ésa no fue mi intención cuando yo la escribí. Los lectores, sobre todo los profesores de escuela puesto que se ha vendido mucho más en escuelas y colegios, le encuentran un sentido moral a la novela que realmente yo no creo que lo tenga, pero el lector es el que tiene la última palabra, aunque en este caso me parece que algunos de esos profesores están equivocados, y deberían pensar muy bien sobre lo que le están poniendo a leer a esos estudiantes.

W.P.: ¿Cuáles proyectos literarios tiene en la actualidad?

M.V.: El Banco Central me va a editar una especie de recopilación de todos mis cuentos publicados titulada “Era Lunes Ayer”, título que es un trozo de un excelente poema de Ramón Peralta. Eso será este año, posiblemente en abril.

W.P.: ¿Cuáles concursos ha ganado? o ¿Cuáles premios ha obtenido?

M.V.: Bueno, como tú dijiste en la introducción gané el Premio Nacional de Ensayo que fue patrocinado por el Ministerio de Cultura y por la Embajada de Francia con un trabajo llamado “Víctor Hugo en la Historia”, conmemorando los doscientos años del nacimiento de Víctor Hugo. La embajada lo tradujo al francés. También gané el Primer Premio del Concurso de Novela Corta de la Fundación Global y Desarrollo (FUNGLODE) con la obra “El Mar”, un premio nacional de cuentos de la universidad Central Del Este (UCE) con mi libro “El Final del Sueño”, también concursos de cuento locales, como por ejemplo el concurso de la Alianza Cibaeña, etc. También he ganado o he sido finalista de algún concurso internacional. Pero yo no soy muy amigo de los concursos, y si no significaran una posibilidad de publicación del libro en un país en el que es tan difícil publicar, o una entrada extra de dinero, no participaría nunca. Y les recomiendo a los jóvenes que no se dejen encandilar por los concursos, que siempre son injustos.

W.P.: ¿Cuáles son las características que debe poseer una obra literaria?

M.V.: Lo primero que debe tener una obra es la calidad. La obra literaria tiene que estar bien escrita. Luego los niveles de calidad son relativos, ambiguos. Luego se buscan cuestiones estéticas, propias de la forma y del lenguaje. La historia, que debe ser lógica y creíble, debe estar indisolublemente ligada a ese lenguaje. Tú expresas tu pensamiento, tus sentimientos, de la manera más clara posible. La literatura es una forma de memoria, la más alta forma de memoria de nuestra civilización. Un escritor lo que tiene que hacer es expresarse. Cuando tú ves una película, por ejemplo, a veces te da deseos de reír, otras de llorar, etc., esa película lo que está haciendo es transmitiéndote con su historia una serie de emociones que tú las conviertes en tuyas. Hablo del cine para que me entiendan los jóvenes. Una película, un cuento o una novela son obras narrativas. Lo que uno debe hacer es expresarse, y tratar de esforzarse lo más posible, y ser lo más sincero posible.

 W.P.: ¿Cuáles son los grupos literarios en la actualidad que están realizando una labor ejemplar en la ciudad de Santiago?

M.V.: Bueno, en Santiago hay varios grupos. Está por ejemplo el Taller de Narradores de Santiago, que es un taller que yo fundé, y que es uno de los talleres más importantes de todo el país, como lo es también el taller Triple Llama, que se ha convertido en uno de los talleres más importantes no solamente de aquí de Moca o de la región, sino de todo el país. Entonces está el Taller de Narradores de Santiago, que es un taller que se dedica exclusivamente a la narrativa, o sea al cuento y la novela. Está también el taller Virgilio Díaz Grullón, que es el taller de la UASD, del Cursa, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo recinto Santiago, que dirige Enelgido Peña, y hay una serie de talleres en la ciudad que hacen una buena labor. A uno le gustaría por supuesto que hubiera más talleres, que hubiera más gente dedicada a la literatura, y en el caso específico mío yo estoy creando en los barrios de Santiago unos clubes de lectura, o sea que no son talleres literarios, no son para gente que quiera escribir, sino que son para gente que quiera leer. Por supuesto que ése es un proyecto solitario porque aquí no hay apoyo para esa clase de cosas. Pero mi vida está ligada a la gestión cultural, no puedo evitarlo.

W.P.: ¿Qué mensaje tú les envías a los jóvenes, de estímulo para que se dediquen a leer a escribir?

M.V.: Yo les voy a decir a los jóvenes lo siguiente: en el caso mío, o sea yo, aparte de ser un escritor soy un gestor cultural, es decir que hago gestión y animación cultural, como tú que eres un gestor cultural y como Pedro Ovalles que es un gestor cultural a través del Taller Triple Llama. Lamentablemente la República Dominicana no es un país que tenga un buen ambiente para la literatura. Uno hace las cosas porque hay una necesidad interior que te dirige, no porque haya un estímulo para que escribas. Recuerda: la literatura es la memoria mayor de la civilización. Un país sin literatura es un país sin identidad, sin pensamiento y sin memoria, es una sociedad estéril. A veces es al contrario: hay una serie de obstáculos que te presenta el ambiente literario nacional, la sociedad dominicana en general, que lastra al escritor. Lo que yo les digo a los jóvenes es que si van a escribir que no se desesperen, que lean mucho, un escritor tiene que ser un buen lector, que lean mucho, que sigan leyendo y que no se desesperen. Hay que tener eso en cuenta para ser un escritor en este país. Yo les recomendaría, con toda sinceridad: si quieren ser escritores, márchense del país. Por ejemplo en México terminó ahora la feria del libro de Guadalajara, que es la feria del libro más importante de Hispanoamérica, y los escritores dominicanos están marginados de esa feria. Tú ves las noticias internacionales y hablan de los escritores argentinos que pasaron por ahí, de los escritores puertorriqueños, de los escritores cubanos, los escritores mexicanos, los hondureños, los centroamericanos en sentido general, o sea una serie de escritores latinoamericanos de todos los países, y sin embargo los escritores dominicanos están marginados de ese evento. ¿Por qué? Nadie lo sabe, eso es un misterio, pero para eso precisamente es que existe el Estado, para estimular esa clase de cosas, para eso tenemos un Ministerio de Cultura que sin embargo no sirve para nada. Entonces va a llegar el momento en que uno, que se pasa la vida entera en esto, y que Pedro Ovalles, que se pasa la vida entera, y que tú, que te pasas la vida en esto, va a llegar el momento en que vamos a decir: ah, bueno, dejemos esto y vamos a dedicarnos a nuestras labores privadas, lucrativas, vamos a dejarles el país a los analfabetos y los corruptos y los ineptos, vamos a olvidarnos de la cultura porque no hay ningún estímulo.

W.P.: ¿Cuáles son tus lecturas favoritas y autores?

M.V.: Yo leo mucha narrativa. Más narrativa que cualquier otra cosa. Aunque también leo poesía. Hay cantidad de escritores que me gustan mucho y que han influenciado mi obra. Faulkner, por ejemplo, Juan Carlos Onetti, Cervantes, Shakespeare, Juan Rulfo, los clásicos españoles. Ahora estoy leyendo a Coetzee, que es Premio Nobel de Literatura, un sudafricano a propósito de que en estos días murió Mandela, a José Saramago, a J. M. G. Le Clézio, estoy releyendo a Camus porque estoy escribiendo un ensayo breve sobre “El Extranjero”. Me gustan mucho Bioy Casares, César Vallejo, Paul Celan. Los autores del boom que son imprescindibles, por ejemplo Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, algunos como Jorge Luis Borges o Carpentier, dominicanos como Juan Bosch o Pedro Peix, Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos, Virgilio Díaz Grullón… Es decir que hay una serie de escritores que a mí me gustan mucho y que han influenciado mucho mi obra.


W.P.: ¿En qué consiste tu novela “Ana y los Demás”? Y, ¿qué temática tiene y qué lenguaje? 
                                                          
M.V.: “Ana y los Demás” fue una novela que yo escribí muy joven. Es otra novela corta, escrita luego de “Juguete de Madera”. “Ana y los Demás” es una novela que está basada en el lenguaje, en la forma, que es mucho más importante que la historia. Es un experimento: yo trataba de encontrar un lenguaje urbano que coincidiera con una historia en una ciudad que crecía y que no sabía para dónde iba, que todavía no sabe para dónde va. La ciudad es un personaje más del libro. La historia es la de un señor, un hombre joven al cual su esposa lo abandona, y él entonces escribe una novela en la que ella muere. El personaje siempre se consideró poca cosa para esa mujer, en principio porque es un escritor frustrado, todos los escritores dominicanos sienten una especie de maldición cuando se dedican a algo como la literatura. Él trata de matarla a través de la literatura. Se dan una serie de aventuras que él tiene en algunos bares, en un motel, en un cementerio, en la puesta en circulación de un libro, en las calles de Santiago, destruidas para ser reconstruidas interminablemente durante el último gobierno de Joaquín Balaguer, etc., etc. En las obras que yo escribo siempre pasan muchas cosas, yo soy muy vital, yo no escribo ni reflexiva ni muy filosóficamente, todo tiene que estar en la historia. Aunque yo trato, sí, de no ser superficial, y creo que no lo soy. Pero en lo que yo escribo siempre pasan una cantidad de cosas. La novela trata precisamente de lo que él está escribiendo, de cómo esa mujer lo abandonó y él trata de matarla con la imaginación. Es una obra que trata, sobre todo, de la soledad, del abandono, de la imposibilidad de la poesía en países como el nuestro, del pesimismo.
    



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Las 10 mejores novelas latinoamericanas de todos los tiempos

Es sumamente difícil, prácticamente imposible, entregar un listado de las diez mejores novelas latinoamericanas de todos los tiempos. Es más difícil aún teniendo en cuenta que hablamos
de Novelas Latinoamericanas, es decir que no hablamos sólo de libros hispanoamericanos, por lo que cabrían en el ranking, por lo menos, las novelas brasileñas, escritas en portugués. Luego de ser ignorada por siglos debido al eurocentrismo propio de los colonialistas y los colonizados, la literatura de Latinoamérica (como un todo, no de manera individual a través de algunos escritores destacados) empezó a ser apreciada en el siglo XX como lo que es: uno de los más grandes legados culturales de todo un continente a la humanidad, debido a la diversidad, al sincretismo, la promiscuidad propia de una cultura mestiza cuyos grandes problemas se resolvían siempre a través de la imaginación.
     Pero vamos a ser, quizás por primera vez, esencialmente prácticos. Hay seis países latinoamericanos, cinco hispanoamericanos, en donde existe la mayor industria editorial de nuestra región, es decir, los países en los que más se venden libros. Esos países son: México, Colombia, Argentina, Chile, Perú y Brasil. Los hispanoamericanos son los cinco primeros, por supuesto. Las excepciones son Cuba y Uruguay, países en los que se leen muchos libros, que no es lo mismo a que se vendan muchos libros, debido a las limitaciones económicas y al tamaño del mercado en Cuba, y debido a la poca cantidad de habitantes en Uruguay, es decir, debido también al reducido tamaño de su mercado. Sin embargo, el volumen de lectores de esos dos países también ha provocado que tengan escritores de primera línea, con amplio reconocimiento internacional. De los seis países latinoamericanos en los que más se venden libros, cuatro ya tienen premios Nobel de Literatura: Chile (2), y Perú, Colombia y México uno cada cual. Es decir, que el que piense que las cosas, aún en el ámbito literario, artístico, suceden debido al azar, se encuentra muy equivocado.
     Los dos países restantes, Argentina y Brasil, no han tenido aún ningún Premio Nobel, pero todos sabemos que algunos escritores argentinos o brasileños han merecido ese premio con creces, desde Borges, Cortázar, Bioy Casares y Sábato en Argentina, hasta Jorge Amado, Joao Guimaraes Rosa o Clarice Lispector en Brasil. Sin contar la larga lista de excelentes escritores que no son tan conocidos como los mencionados, pero cuya obra, a veces injustamente anónima, podría ganar cualquier premio de este tipo.




     Pero en fin, que obviando una serie de grandes novelas latinoamericanas que merecen encontrarse en un hit parade de las mejores diez novelas de Latinoamérica, aquí está una posible lista, aunque de antemano sabemos que es puramente personal, arbitraria, injusta, reduccionista, y que obvia como regla las nuevas novelas, o por lo menos las relativamente recientes, debido a que no han pasado la criba asesina del tiempo. No se encuentran en orden numérico, lo que significa que la primera que se mencione no tiene que ser necesariamente la mejor, ni la última la peor. Aquí están diez, y cada quien puede realizar luego su particular conteo de diez, quizás muy diferente a éste:

-Pedro Páramo, Juan Rulfo.
-Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.
-Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa.
-La Vida Breve, Juan Carlos Onetti.
-El Siglo de las Luces, Alejo Carpentier.
-Un Mundo para Julius, Alfredo Bryce Echenique.
-Gran Sertón, Veredas, Joao Guimaraes Rosa.
-La Invención de Morel, Adolfo Bioy Casares.
-La Región Más Transparente, Carlos Fuentes.
-Rayuela, Julio Cortázar.

     Estamos dejando una cantidad de grandes novelas fuera de la lista, de Donoso, de Roa Bastos, de Rómulo Gallegos, de Jorge Amado, de Machado de Asís, de Miguel Ángel Asturias, etc., etc. Mea culpa, la lista era sólo de diez. Algo sumamente interesante es que no aparece ninguna escritora, lo cual se explica no debido a ninguna misoginia de mi parte, sino porque las mujeres en nuestros países prácticamente no escribían (debido a problemas sociales y culturales de prevalencia del hombre que no vamos a analizar aquí), y cuando lo hacían se dedicaban más bien a la poesía, lo que explica que Chile tenga una poeta Premio Nobel. El video lo explica mejor que estas palabras.

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La Fatiga Invocada-José Rafael Lantigua

Este es el último libro de José Rafael Lantigua, "La Fatiga Invocada", libro de poemas en prosa que nos fue entregado en el mes de diciembre. Con este, y con "Territorio de Espejos", de reciente aparición, ya son dos los libros de poemas que Lantigua pone a circular en el país. Es un libro de edición limitada: cada ejemplar se encuentra numerado y firmado por el autor. Se encuentra primorosamente editado, y con los lectores de este blog compartimos uno de sus poemas:


                                           I

El estupor que se mece entre los escombros es un baldaquín mecido en las ruinas de una tempestad comida de vientos. Escribo la letra silenciada de tu sombra. Cargo sobre mis pupilas el miedo frenético de tu semblante glorioso. Exhausto, veo tus labios moverse hacia la gruta palmaria donde esgrime su hazaña el duende de tu escudo cambiante. Como espada, la fiera cumbre adormece pálida en su mansedumbre.


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Casiopea-Silvio Rodriguez



Como una gota fui de la marea 
la playa me hizo grano de la arena. 
Fui punto en multitud por donde fui 
nadie me detectó y así aprendí. 
Cuando creí colmada la tarea
 volví mi corazón a Casiopea. 

Cumplí celosamente nuestro plan: 
por un millón de años esperar. 
Hoy llevo el doble dando coordenadas 
pero nadie contesta mi llamada. 
¿Qué puede haber pasado a mi señal? 
¿Será que me he quedado sin hogar? 
Hoy sobrevivo apenas a mi suerte 
lejano de mi estrella 
de mi gente. 
El trance me ha mostrado otra lección: 
el mundo propio siempre es el mejor. 
Me voy debilitando lentamente 
Quizás ya no sea yo cuando me encuentren

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“A MITAD DEL SENDERO”


LIBRO DE CUENTOS
DE ALTAGRACIA PERES PYTEL.

PRESENTACION DE
CARLOS BURGOS ACOSTA.

            El lenguaje que representa a la estructura del cuento lo posiciona dentro de la literatura universal mediante la especificidad temática y la brevedad de sus narraciones.  Quizás este es uno de los elementos que lo hace especial en el ámbito de la lectura.  La relación  que existe entre el tiempo y el espacio es un componente que nos permite conocer los signos reales o ficticios del narrador que se toma la difícil tarea de hilvanar sus ideas para plasmarlas objetivamente en unas cuantas líneas del papel.

            Este libro está compuesto por 17 cuentos, unos breves, otro no tanto, los cuales han sido divididos por la autora en dos partes: A mitad del Sendero, y, Alfabeto para la Desolación.  En el mismo se puede percibir el éxodo de la autora desde la esencia de los países americanos hacia el viejo continente europeo donde los fenómenos culturales experimentan cambios significativos, pero que en el fondo siempre existirá un hilo conductor que enlaza su pensamiento con sus orígenes, expresado al través de la poética, su visión y su experiencia con las sociedades donde se ha desenvuelto. 

            En el contexto de la antropología cultural, hay diversos mecanismos que configuran el valor de la identidad, uno de los iconos que Altagracia explora en sus cuentos y que se convierte en el recurso literario más importante de su proceso creativo.  En el momento en que ella decide conceptualizar la equidad de sus relatos, crea plena conciencia de que la identidad cultural es el código primordial de todo escritor que procura la trascendencia de sus obras.

            Es preciso acentuar que en este dilema de la conceptualización, existió en ella una lucha interna de buscar el cuento perfecto, no solamente el que se aleja de todo chauvinismo, sino también aquel que se distancia del esnobismo con que la contra cultura intenta invadir a todo creador literario para mantenerlo aislado de sus raíces antropológicas para asumir posturas ajenas.  En este mismo sentido, percibimos que al planteársele esta contradicción, se toma como salida la actitud de apoderarse de la diversidad cultural como solución y así su obra alcanza un carácter universal, manejado desde la territorialidad de nuestra cultura.
            La migración del hombre de campo que abandona sus tierras para vivir hacinado en los barrios marginados de la ciudad, el rancho construido al final del rio, los brebajes, los resguardos, la bruja que se chupa a los niños, el difunto que se lleva a los enfermos que están acostados, el canto del Angelus, las cuentas del Rosario, la gotera que cae en el piso, la silla de guano, el hollín en el fogón de tierra y otros dispositivos típicos son los símbolos que están presentes en la cuentistica de este libro y se constituyen en la resistencia que durante muchos siglos se ha mantenido arraigada en nuestra cultura en contra de un colonialismo mental que ha pretendido vanamente borrar todo indicio de nuestra historia ancestral.

            La conexión de la lingüística con el texto procura resaltar un vivo interés del manejo del lenguaje que se encuentra evidenciado en el cuento.  Por esta razón, todo cuentista tiene que adaptarse a las técnicas y normas que le exige su profesión.  Cuando existe una negación a estos principios entonces nos estamos enfrentando a cualquier tipo de relato que se estará distanciando de toda consideración literaria.

            Al analizar los cuentos de Altagracia, nos encontramos con un uso equilibrado del efecto lingüístico.  Si deseamos completar el sentido de este planteamiento, solamente tendríamos que leer alguno de sus relatos en voz alta para determinar todas las partes que componen la estructura del lenguaje en sus textos.  Cuando una lectura se escapa a la interpretación mental y se toma la fonología como un medio de articulación, entonces la fonética cumple su papel al crear un sonido al mezclarse con la acústica.

            En esta relación del lenguaje con la lengua, se nos presenta un fenómeno idiomático muy interesante que en nuestro país solamente existe en la región del Cibao, de donde la autora es oriunda, y es el empleo de la “i” al conversar, la cual heredamos de la colonización española y hoy representa una de las características por la cual los cibaeños hemos de sentirnos sumamente orgullosos.  En este libro vamos a encontrarnos con muchas frases escritas de esta forma, lo que enfatiza la importancia de la lingüística en el proceso creativo de la cuentista.

            Altagracia hace referencia a los grandes maestros de la literatura universal a los cuales admira y le han servido de inspiración en sus relatos.  Es un gesto muy noble de su parte porque al conocer esta información y al analizar sus cuentos, resulta viable deslindar su independencia creativa, en el cuidado de la forma de su escritura, la cual puede considerarse como única ya que refleja la autenticidad de su estilo.  En este caso, un valor que posee su poesía es su concepción mimética porque todos sabemos que para que un escritor pueda trascender es necesario tener que crear un estilo propio definiendo los alcances de la mimesis. 

            Lo que siempre ha definido a la literatura es la poesía, es lo que diferencia a una persona común a un poeta, es lo que determina la muerte o la permanencia de una obra.  Parafraseando a Aristóteles podríamos decir que todo el mundo puede escribir un cuento, pero pocos pueden considerarse como cuentista.  El paralelismo se establece en el conocimiento que se ha adquirido en la concepción de la estética.
          Los cuentos de Altagracia muestran un contacto con la poesía en la forma que esgrime las palabras para construir imágenes que sobrevuelan los espacios del plano simbólico y se escapan a los albores de la cotidianidad para conectarnos con el universo de lo estético.  Esto lo sabía muy bien Evelia cuando se arrastraba sobre el sendero con su macuto, su sombrilla y su sombrero.  Evelia que dejó su sonrisa y empezó a tejer sus pies descalzos con cadillos, rosas y espinas, en un camino lleno de mariposas, luciérnagas y cardo santos.  Sí, ella, Evelia, quien agoniza sola a mitad del sendero, sin que a nadie le importe.

            Estos cuentos resaltan las interioridades del ser humano a través de la psicología de sus personajes, nos hacen conocer la manera en que estos responden al entorno social en que se desarrollaron mediante sus hechos.  En esa misma interrelación, sus comportamientos influyen en los demás personajes dando una mayor fuerza a la composición de las historias.  Precisamente en este punto, la psicología se une a la sociología para justificar el carácter de cada personaje en cada cuento.

            Nonona, de aspecto medioeval, con un vestido negro hecho jirones, se da cuenta que ser bruja es el mejor de los sueños.  El compadre Quiterio González con sus ínfulas llenas de soberbia, ordenó que picotearan los sembrados.  La señora Emilia, criada según las costumbres religiosas acostumbra elevar sus oraciones al cielo en cada mañana.  Lépida Guzmán se fue a vivir en un cuartucho con paredes de bloques y hojalatas en un barrio sumido en la miseria, pero no pudo soportar su destino y en medio de una crisis emocional, decide tomar la peor de las decisiones.  Jana fue una distinguida dama belga cuya vida cambió diametralmente a raíz de la parálisis que la postró para siempre a una silla ortopédica.

            Cada personaje actúa de acuerdo a las costumbres en que fue criado dejando entrever sus rasgos psicológicos.  En algunos de ellos es posible descubrir sus actitudes a la luz de la psiquiatría, siendo estos dos elementos muy indispensables para entender sus conductas cuando la diégesis se encarga de desnudar la vida pasada de cada uno de ellos.

            El tiempo que le ha tomado al mito dejar sus huellas imperecederas en el arte y las ciencias, ha servido para instaurar un precedente en los creadores frente al hecho de su escritura.  El cuento es uno de los espacios narrativos donde la ficción obtiene una notoria influencia, ya que la misma se desprende de sus adentros para legar un relato puramente vestido de originalidad.

            Los mitos que sirvieron de inspiración a Altagracia para escribir sus cuentos, nacen de la misma realidad que arropa a nuestro país, de sus vivencias experimentadas en la vida del  campo, de estar en contacto con la gente del pueblo, con los que viven en los barrios marginados, en los que emigran a países más ricos en busca de mejorías económicas o por asuntos familiares.  Ella ha sabido interpretar esa realidad, vivirla y asumirla hasta tal punto de que los acontecimientos míticos ejercen una gran persuasión en su función creativa.
            Entonces aquí interviene la imaginación de la artista que se siente atrapada en las redes de la fábula, para crear nuevas historias que vayan de acuerdo al lenguaje del cuento donde la ficción pone en marcha todos los componentes de una narrativa, que en la mayoría de los casos, se sienta a la sombra de la epistemología.  Porque ella está plenamente segura de que el mito contiene una serie de características muy reales que en el plano simbólico precisan de una mayor comprensión.  Por esta razón, hay que acudir a la ficción para dejar a la humanidad un cuento artístico, plasmado de autenticidad, de verdad, pero sobretodo, de audacia.

            El aspecto psicológico siempre ha de estar acentuado en un escritor y su obra.  Su pensamiento religioso, político o social transita en su creación de una forma objetiva o subjetiva.  A través de la historia, todos los movimientos artísticos y literarios se han visto emplazados a enarbolar una bandera ideológica que le sirve como estandarte para aliarse o rechazar un sistema imperante. 

            Los cuentos de Altagracia se identifican por poseer un compromiso social que explican sus deseos de dar a conocer cómo los avances del mundo nos están convirtiendo en maquinas que han perdido su sentido común, al hacerse ajenos a esa verdad de millones de personas que viven sumidos en la indigencia, sin esperanza alguna, de trabajar por un sueldo de miseria, esperando en una simple casucha de barrio a que un día la muerte acabe con tantos sufrimientos.

            En este paso de deshumanización, que en el día de hoy preocupa a muchos escritores e intelectuales en el mundo,  sale a la luz pública este libro para hacerse solidario con ese sentimiento universal.  Son los escritores los que están llamados a luchar por un sistema más humano, que sus obras sirvan de espejo para cambiar un pensar injusto y decadente como el que tenemos.  Es el caso de Vanja, hija de un miembro del ala reaccionaria del partido, quien al ver la caída del muro ideológico se ve tentada a conocer la otra cara de lo que la sociedad llama moralidad.  

            La plasticidad es uno de los códigos que siempre debe estar contenido en una obra literaria.  Es lo que sucede en los cuentos de Altagracia quien se ha esmerado en cuidar ese detalle.  Cuando se tratan temas muy fuertes en literatura, el escritor debe cobijarse en el símbolo plástico para despertar emociones sutiles, y hasta ciertos puntos espirituales, para sumergir al lector en un espacio dominado por la estética.  Ella conoce a la perfección este recurso y como escultora sabe moldear el barro de la realidad con sus manos para ofrecernos una obra de arte que tiene que ser especial por el sello particular que le impregna.

            El soldado de cara morena, con ojos color avellana, atractivo ante las miradas de las mujeres, luego de la traición a los suyos se convirtió en un ser vencido por el insomnio, el deshonor y el agobio.  El hijo de Mary Oswalt, acostumbrado a los comics, a los libros de aventuras y a los superhéroes de la televisión toma la decisión de volar en el precipicio del pueblo.  La vida de Marlena Taveras se nos cuenta por medio de una analogía con la muñeca rota, una joven que siente cómo sus sueños se derrumban por hacer un cambio actitud. 
            Las locaciones donde tienen efecto los mitos son descritos con certeza por parte de Altagracia para ubicar al lector en los lugares donde los personajes acompañan a la acción.  Los goznes que crujen en la casa que por mucho tiempo ha estado descuidada, las calles repletas de vehículos donde las damiselas ofrecen sus servicios, la colección de abrigos de pieles, al auto de lujo en el garaje y otros factores de la plasticidad le dan una pincelada estética a sus narraciones.

            Los textos de este libro narran historias extraídas de nuestro entorno, con temáticas que por sus naturalezas logran crear una conexión con el lector al despertar la empatía de la cual nadie se podrá escapar y que marca un sello distintivo en la cuentistica universal. 

            Más allá de los asuntos que puedan descubrirse en el texto, existe un firmamento de situaciones que subsisten al margen de las palabras.  En el sub texto de los cuentos de Altagracia se detallan varios fenómenos que están incrustados en nuestra vida.  En medio de los avances que han tenido la medicina y las ciencias, la marginalidad en que viven la gente de pueblo los obliga a creer en los supuestos milagros de la brujería.  Con el gran poder que tienen las religiones, todavía hay quienes siguen creyendo en una mitología ancestral.  La maldad se sigue adueñando de la ingenuidad de nuestros jóvenes, que por sus bellezas son seducidas para luego ser abandonadas a su suerte. 

            Más, en el fondo de todas las cosas, se encuentra la intención de la autora, la de luchar por una mejor sociedad donde exista la equidad de género, donde el ser humano sea revestido de dignidad y pueda acceder a los servicios que por derecho le pertenecen.  Provocar por medio de la literatura un cambio de pensamiento para derrumbar la ignorancia, que durante siglos los manejadores del poder han utilizado para servirse de la bondad de un pueblo que le ha soportado todo. 

            Esta es la obra “A Mitad del Sendero”.  Esperamos que Altagracia siga escribiendo los cuentos que le esperan en la otra mitad de ese camino marcado por las pisadas del tiempo.  De igual manera, que ella se motive a escribir los otros relatos que ha de encontrar en los demás senderos de su existencia creativa.

            Con afectos.



Carlos Burgos Acosta,
Dramaturgo, Guionista de Cine.

Puesta en circulación del libro. 
Ateneo Amantes de la Luz. 
Santiago, República Dominicana.
26 de noviembre del 2014.





Adquiere aquí el libro de Altagracia Pérez:


Turistas en el Ararat, de Ernesto Cardenal:

Con Julio Valle-Castillo
ante el Ararat donde atracó el arca de Noé.
Fue en la URSS,
a dos horas y media de Moscú, en Aeroflot.
Al arribar al modernísimo aeropuerto
de la milenaria Armenia, miré
nevado sobre las nubes, como otra nube más
con su intangible arca
el Ararat.
Que enfureció a un zar
porque no se dejó ver ni una vez
cuando estuvo aquí.
Ya en la ciudad, sobre
los rectilíneos bloques de multifamiliares y hoteles,
nuevamente, nieve entre las nubes:
el Ararat.

iguales a los de la muchacha del museo.

Emparrados y rosales en la carretera
que iba bordeando el valle del Ararat
y en el auto comiendo las uvas de Noé
alargadas como dedos femeninos.

Una viejita encorvada en oscura cripta
me pide por señas fuego, y enciendo con mi chispero
su vela para la tumba de una santa muy remota.
Encorvada todavía más,
besa la orla del mantel del altar.

Como ciclópeas ánforas allá lejos,
la central atómica.
5 ánforas. Una humeando.
Sobre las cuales, muy alto en el cielo,
el Ararat.
Donde 10.000 soldados de Adriano se hicieron anacoretas.

Se ha dicho que en Armenia fue el Paraíso Terrenal.
Al menos el Tigris y el Éufrates están aquí…
(También leí una vez
que éstas son las mujeres más bellas de la tierra).

Frente al pequeño templo grecorromano
un peral de peras todavía tiernas
y bajo el peral
otra también con los ojos del icono:
ojazos negros con gruesas cejas juntas.

La producción principal son los instrumentos electrónicos
y el vino que bebió Jenofonte,
como lo cuenta en Anábasis,
y ahora es el famoso cognac de la URSS.

Su chile de comidas típicas
―como khorovats, kebab caucásico―
igual al jalapeño
¿Cuál procede de cuál?
El maíz naturalmente es de América.
Del cual hay un maizal hasta el horizonte, y en él
las torres de alta tensión de la central atómica.

Ojos grandes y pestañas largas y cejas espesas…

Y el albaricoque que es originario de aquí
y que Alejandro Magno… Pero son dos rostros de albaricoque
que recuerdo:
una anciana tenía dos nietas con caras de albaricoque,
y las tres contradecían al obrero de una fábrica de Moscú
que iracundo vociferaba que Dios no existe.
“¡O dejó masacrar dos millones de armenios!”
(ante el gigantesco memorial a los mártires armenios).
Tercié yo: “Es posible un Dios que no pueda todo”.
Se enardeció más.

Después el muchacho de la India, rapado,
que vino a estudiar sacerdocio aquí
No es revolucionario, nos dijo, ni no revolucionario
porque en Calcuta no hay revolución.
(Siempre lista su sonrisa de novato seminarista).

Junto a inscripción cuneiforme
una fábrica de computadoras.

Arcaica
República Socialista Soviética.
Que el arca embancó aquí
es antiquísima tradición armenia.




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