EL EVANGELIO SEGÚN LA MUERTE:




Hace algún tiempo ya, se publicó uno de los mejores volúmenes de poesía que se ha escrito en nuestro país. O, hablando más precisamente, no en nuestro país, porque su autor, José Acosta, vive en la ciudad de New York, en Estados Unidos, y es probable que allá se haya escrito, además de que el libro ganó el premio internacional de poesía Nicolás Guillén, en México; así que podríamos más bien decir: uno de los mejores libros de poesía de los últimos años escrito por un dominicano. Su nombre, “El Evangelio Según la Muerte”, nos refiere de inmediato a ese terreno del espanto que es la muerte, la otredad, espacio metafísico o material, la trascendencia o la nada, aunque transmitido a través de un lenguaje coloquial, sin alardes inmaduros, y a través de la nostalgia, sobre todo la evocación de la niñez y del ambiente familiar (específicamente de una familia matriarcal), temas recurrentes en José Acosta. En New York, la capital del mundo o la capital de todos los emigrantes o la ciudad más importante de los Estados Unidos o la segunda ciudad en importancia de la República Dominicana, fue escrito este libro, en una tierra que no es la del autor. Rodeado de rascacielos y de avenidas y de letreros publicitarios que no se encuentran hechos para él, José escribe sobre la muerte en New York: ¿cómo llegará la muerte a mí, precisamente a mí? El mundo morirá conmigo cuando llegue el final: “Señor, no me dejes envejecer en Nueva York. Haz que esta pared tan noble, donde apoyan los heridos la sombra de su alma antes de caer vencidos, ruede hacia el fondo del cielo, cerca del sol, para que yo pueda ver la ciudad de mi infancia. Haz que algo de sal ocurra en mis venas, algo de cuchillo en mi silencio, algo de soledad en mis entrañas huecas de tanto mirar los edificios con sus ventanas humanas empañadas de reflejos, con su castigo inocente de cerraduras, con su suicida cayendo eternamente como una fruta agotada (...) No, no me dejes morir en Nueva York” (capítulo dos, 1.1).


En la República Dominicana, en donde el ambiente literario nacional tiene características sectarias, la salida de este libro no debió haber pasado desapercibida, pero, ¿qué esperar? Yo, personalmente, no espero nada. Reseñar un libro siempre es riesgoso. Se corre el riesgo de errar el tiro, porque esta época no está de acuerdo con aquel derecho a la equivocación de san Agustín, con la posibilidad del error. Un buen poema, o un gran poema, se encuentra hecho para que las palabras ardan hacia el lector y lo iluminen, como ha escrito todo el mundo desde siempre: “Alguien construye cosas mientras sufre la ruina futura de lo que ha construido. Ladrillo a ladrillo hace su perfume, su azotea y un ovillo de arena. Teje el hueco que abandonan ciertos habitantes: el frío, el abrazo, los latidos. No se olvida del espejo, de su mano izquierda y del ladrido que se gasta en la distancia. Aquí edificará la escalera que llega hasta su rostro y allá el sufrimiento de ver destruyéndose todo lo que ha construido” (capítulo dos, 1.8).


“El Evangelio Según la Muerte”, de José Acosta, un libro extraordinario que demuestra la fortaleza, la pasión, la intensidad creativa de la poesía dominicana. Sólo pretendo, con mis escasas herramientas, llamar la atención sobre su existencia.


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