LA MUERTE DE SASHA TEBO

Es posible que, en el tiempo entre el Infinito 20 y el Infinito 30, un poco después de la aparición en la Tierra del huevo original, cuando los hombres primitivos, carentes de lenguaje escrito y estragados por la cacería en paisajes amarillos y verdes que vistos por Dios desde la estratosfera producen una impresión cartográfica, sucedió la primera vida de Sacha Tebó, su alma que ahora se desliza hacia otro cuerpo apareció por primera vez como ser humano. Por esta razón, porque él presenció las primeras pictografías y quizás fue uno de aquellos que las escribió en las paredes de las cuevas que servían como hogares húmedos y duros, continuó, en esta vida haitiana que le tocó en gracia, pintando esos seres humanos primitivos y esenciales, originales, seres desnudos con sus lanzas apuntadas, delgados como líneas, cazando animales que pastaban en el paisaje incorrupto. En África, el lugar del Origen de una especie que ha colonizado todo el mundo (o quizás sus líneas correspondan a todos los seres esenciales: los aztecas, que realizan holocaustos humanos para que nunca se apague el sol, que insiste en marchitarse; los incas, que piensan que la Tierra es un puma en el instante en que salta desde una sombra hacia una niebla...) La poesía de las pinturas de Tebó, ese pintor haitiano rubio y de ojos verdes, que vivió en Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana, apartado de nosotros, alejado del mundo contemporáneo que apenas esbozó tímidamente en alguna instalación sobre libros ilegibles cerrados con candados, emana de su semejanza con esas pictografías prehistóricas sobre hombres que apuntan o danzan y de animales que huyen o descansan agotados, desprovistos de la corrupción rousseauniana que trae la civilización. Pictografías taínas, haitianas o dominicanas, siempre humanizadas, no simbólicas ni rituales como nos hacen creer los libros de texto repletos de cemíes y espíritus deformes; africanos o europeos agrupados en una comunidad compacta cuando los continentes no tenían esos nombres, pueblan sus pinturas que, a veces, están hechas sobre metal o sobre piedra, con la forma posible de su estructura real, de manera que parecen arrancadas directamente de una cueva o una roca colocada en la entrada de una aldea para proteger de los malos espíritus, o simplemente para advertir que allí habitan los homo sapiens, los primeros artistas, los pintores, los poetas que aún no han encontrado las palabras y los nombres.

¿Por qué esa relación tan estrecha de las pinturas de Sacha Tebó con el Origen del Hombre, con una época más arraigada? Realmente, sus pinturas tienen una tradición naive, conectada con Rousseau, pero es un naive totalmente original, único. No es solamente caribeño, parece más bien universalmente prehistórico. Una inocencia que hace honor a esta palabra que ya nos parece tan vieja, tan pasada de moda. Rousseau vuelve a cobrar interés porque nos hemos convertido en seres ecológicos: de nuevo la naturaleza existe y debemos protegerla. El futuro está en el Amazonas y en Greenpeace. En los Haitises y en Bahía de los Águilas. Tebó pintaba con cera de abeja, como un artista del paleolítico; horadaba la piedra y el metal en bajorelieve. Además de que, y me parece que esto es importante, sus pinturas, sus instalaciones, sus esculto-pinturas, exhalan una sensación poética, pacífica, de un mundo más fatigoso pero más feliz. Y esa poesía es muy difícil de lograr, de lograr naturalmente quiero decir, como sin esfuerzo. Sus pinturas nos recuerdan lo que éramos en el Primer Tiempo: cazadores que amábamos la naturaleza como a nosotros mismos, bailando al compás de los rarás, o como fuera que se llamaran los tambores primitivos: un río era un Dios que huía eternamente, un árbol milenario un ánima que nos asustaba con sus rumores y su presencia en las noches, un enfermo de difteria que alucinaba por la fiebre entraba en contacto con los espíritus de los antepasados. Hoy sabemos que esto no es así, pero esta certeza no nos ha hecho mejores, sino más desdichados. La ciencia ha limitado la realidad, como dijo Bioy Casares. Para los hindúes, el Ganges es todavía una Diosa: una deidad hermosa y maloliente que surca el país y acoge a los muertos con su putrefacción purificadora. Los hindúes tienen miles de dioses porque para ellos todo merece ser idolatrado: el cuerpo de Dios es el universo. Quizás Sacha sentía esa nostalgia por esa vida no vivida, esa esencialidad que hemos perdido: un cazador o un bailarín o un espectador, que pudo ser él o yo, que también añoro el Tiempo de los Infinitos: un cazador o un bailarín o un espectador del prodigio que es sólo una línea como el dibujo de un niño, un cazador que espera con su lanza la embestida del buey salvaje que lucha por su vida como también lo hacían los verdaderos hombres, en una pelea totalmente lícita puesto que, como nos revela la Bhagavad Gita, debemos desembarazarnos del temor a la muerte pues ésta no tiene importancia; es decir, la muerte no es el final sino el principio de algo que no nos es dado conocer. El buey regresará quizás siendo algo más que una pobre res, así como Sacha y yo también lo haremos para seguir siendo desdichados, y seguir añorando.

Nunca conocí personalmente a Sacha Tebó. Mi admiración fue puramente platónica, destinada exclusivamente a sus obras de arte. Es decir, lo vi algunas veces en sus exposiciones y conocí de su prestigio intelectual cuando impartió una conferencia para presentar a su amigo, el pintor argentino Peres Celis; pero nunca me presenté, soy muy tímido para esas cosas. Aunque eso carece de importancia. Hoy, que espero su regreso, que tal vez no reconoceré, lamento que ya no sea capaz de continuar creando. Me pregunto qué pasará cuando él vea sus piedras fabulosas, amarillas, negras, grises, verdes, en su otro cuerpo (quizás siendo buey, quizás siendo crítico de arte). Me pregunto si Sacha, el querido Sacha que ya no será Sacha, querrá volver como un negro a la época entre el Infinito 20 y el Infinito 30, un poco después de haber aparecido en la Tierra el huevo original, idolatrando sabiamente la piedra filosofal. Me pregunto si la realización de nuestros sueños nos será permitida tras haber sido tan importantes en nuestras vidas anteriores.

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