Jean-Marie-Gustave Le Clézio es un gran
escritor. La mayoría de sus novelas y ensayos abordan el mestizaje y el
proceso de enriquecimiento del capitalismo a través del colonialismo. Sus
novelas son libros de viajes. Le atraen las culturas milenarias y originales,
poniendo de manifiesto el hecho de que esas culturas son mucho más ricas,
interesantes y profundas que la dominante hoy día, es decir, la civilización
europea. Pero al mismo tiempo, debido a que sus historias transcurren en el
tercer mundo, parece contarnos también que los reyes y los emperadores de hoy
pueden ser los mendigos del mañana. Sus novelas son, en realidad, fábulas. Algo
de irrealidad y de inverosimilitud transmiten, a pesar de las atrocidades que
suceden en ellas, y a pesar de que se encuentran sustentadas en hechos
históricos irrefutables. Sus personajes son demasiado místicos o demasiado
dignos. Quizás sucede así porque están enfocadas desde el punto de vista de un
europeo, es decir, no están contadas desde dentro. Las cuenta alguien que ve, y
que trata de entender. He leído sólo tres novelas suyas (es bueno consignarlo
antes de continuar), publicadas por la editorial Tusquets: Onitsha, Desierto y La
Cuarentena. En Onitsha, su personaje principal, un niño inglés que viaja al África, habla de su madre como si se tratara de su amante. Desprecia a los pedantes
colonizadores ingleses que maltratan a los verdaderos dueños de esa tierra,
empieza a entender la originalidad de las culturas yorubas que surgieron hace
miles de años a orillas del río Nilo. En Desierto aparece Lalla, una niña árabe, que se enamora de un niño mudo descendiente de los tuaregs
(al autor le atraen los personajes mudos o sordomudos, que son reiterativos en
su obra), que es despreciado por el pueblo de ella, que los ha adoptado a
ambos. Lalla viaja a Francia, y al crecer se convierte en una modelo famosa de
fotografías, pero es incapaz de permanecer en un país que no comprende.
Analfabeta, embarazada, Lalla parece pertenecer sin remedio a una civilización
sin la cual se siente desarraigada. Simultáneamente, se cuenta la historia de
los tuaregs, imperialistas, guerreros, derrotados por el “ejército cristiano”
francés que invadió Marruecos durante el siglo XIX para cobrarse una deuda bancaria
de su rey (como sucedió aquí en la República Dominicana a principios del siglo XX, invadida por los Estados Unidos por la misma razón). En La
Cuarentena, un niño que espera a su abuelo en un bar de París se encuentra de repente con Rimbaud y Verlaine (Rimbaud: rebelde, violento, joven,
depresivo; Verlaine: tranquilo, aburguesado, maduro), y empieza a recordar
entonces la historia de su abuela Suzanne, que citaba los versos de Rimbaud, la historia de su
abuelo Jacques, pero también la vida del hermano de su abuelo, Léon, el
Desaparecido, que abandonó a su familia por el amor de una mujer hindú después de un viaje infernal a las islas Mauricio. Es la más cruda de las tres novelas. Se
cuenta al mismo tiempo los avatares de los inmigrantes hindúes, engañados por
las empresas inglesas para irse a morir a las islas Mauricio (creyendo ellos,
claro está, que llegarían al paraíso). Pero lo que más nos sorprende de las
novelas de Le Clézio es el uso del lenguaje. Está compuesto por una sucesión de bellezas que a veces nos agota. Tiene un gusto casi romántico por las
culturas antiguas, exóticas, lo cual le confiere un tono épico. Sus
descripciones, sumamente poéticas, elevan estas fábulas atroces, puesto que
contadas de otra manera nos resultarían insoportables. Lo único que le
reprochamos es cierta tendencia a la cursilería, una mínima tendencia a lo
cursi, que le soportamos debido a la belleza que rodea tantos “sueños”,
“mares”, “estrellas”. En La Cuarentena, los
cipayos asesinan a bastonazos a los inmigrantes, pero sabemos que la vida sigue
siendo bella gracias al uso del lenguaje. A veces aparece La Fría, como un espectro, una mujer enferma que carga por los caminos cipayos a su hijo muerto. En Desierto,
los tuaregs son diezmados debido al dinero, la causa más pueril y banal del
mundo (pero la causa que mueve hoy todas las cosas). Sus descendientes están
condenados a vivir en los basureros del planeta. Como estamos condenados
nosotros, habitantes de un tercer mundo lleno de corrupción y violencia. “Pero
alguna vez fuimos reyes”, dirá alguno; alguna vez antes de los imperialismos y
las colonizaciones, antes de la esclavitud: debemos entender que los personajes
de sus novelas somos nosotros también. Vamos a leer estas tres novelas de Le
Clézio, Premio Nobel de Literatura del año 2008.
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