Henry Miller:

Según confesó Henry Miller en algunas entrevistas, todo lo que veía en la ciudad de Nueva York era miseria, pobreza y violencia. Por eso se marchó a París, donde encontró de nuevo miseria, pobreza, pero también una sociedad mucho más liberal y un grupo de amigos que lo mantuvieron económicamente hasta que tuvo éxito con su novela “Trópico de Cáncer”.

Henry Valentine Miller nació en New York, Estados Unidos, el 26 de diciembre del año 1891. Nunca se entendió muy bien con su ciudad de origen, así que tuvo múltiples trabajos en su juventud, estudiando también por un breve período en el City College de Nueva York. Se casó con su primera esposa, Beatrice Sylvas, y tuvo una hija con ella. Se divorció en el año 1923 y se casó por segunda vez en 1924 con June Mansfield, que pasó a llamarse June Miller. Esa relación se encuentra descrita ampliamente en su libro “Trópico de Capricornio”, en el que cuenta su vida en los Estados Unidos antes de marcharse a París.

Pero Henry Miller no se marchó a París, Francia, solamente porque quería una carrera literaria en el centro cultural más importante de Europa, sino porque en los Estados Unidos sucedía La Gran Depresión, que golpeó con especial fuerza a su ciudad natal, Nueva York. En 1930 se marchó a París con su esposa June, a los 36 años. Pasó hambre, frío, y una infinidad de miserias que se reflejan en el libro “Trópico de Cáncer”, que describe su vida en esa ciudad. Al principio, no conoció a ningún artista francés importante, porque él era un escritor desconocido, hasta que entabló amistad con personas que vieron talento en él, como el abogado Richard Osborn, que le dio alojamiento, dinero y comida por un largo tiempo, y el escritor Alfred Perles, que le consiguió trabajo como corrector de estilo, con lo que pudo mantenerse escribiendo hasta terminar su primera novela.

Esta novela fue “Trópico de Cáncer”, que fue acusada de obscena y pornográfica en los Estados Unidos, por lo que fue prohibida, aunque fue introducida en secreto al país hasta que se levantó la prohibición en el año 1960. La novela fue publicada en Francia gracias al patrocinio de la escritora Anäís Nin, que era amante de Miller. La relación entre ellos puede leerse en los diarios de Anais Nin, publicados posteriormente, en los que ella confiesa que también tuvo relaciones con June, o sea que se creó un triángulo amoroso entre los tres personajes. June Miller era bisexual. “Trópico de Cáncer” tuvo un éxito inmediato en Francia y Europa, lo que convirtió a Henry Miller en un escritor importante. Además, la prohibición en los Estados Unidos sirvió para que se convirtiera en un escritor de culto, lo que le dio la excusa para denunciar a la sociedad norteamericana como moralmente hipócrita y cínica.

Fue contemporáneo de Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Passos y William Faulkner, pero su lenguaje es más parecido a los de la generación beat de la década del 60, de los cuales fue precursor.

Entre otros, publicó los siguientes libros:

Trópico de Cáncer, 1934.
Primavera Negra, 1936
Trópico de Capricornio, 1939
El Coloso de Marusi, 1941, un libro de viajes por Grecia, en donde vivió en la casa de su amigo, el escritor Lawrence Durrell.
El Tiempo de los asesinos, un estudio sobre Rimbaud, 1952.
Sexus, Plexus y Nexus, o La Crucifixión Rosada, trilogía publicada entre los años 1949 y 1960.

Tantos años después de la publicación de Trópico de Cáncer, la obra ha sido asimilado por la tradición literaria norteamericana, y al leerlo ya no parece un libro obsceno o pornográfico, aunque tenga una gran cantidad de descripciones sexuales. Nos impresionan aún más algunas escenas desagradables de la novela, que tienen que ver con todo lo que tuvo que hacer y presenciar el escritor para sobrevivir en las calles de París, rodeado de prostitutas, de delincuentes y de la vida bohemia francesa de los años treinta del siglo XX, antes de la llegada de la Segunda Guerra Mundial. En una entrevista que se le realizó, ya al final de su vida, admitió que no había tenido relaciones sexuales con más de cuarenta mujeres, aunque la gente pensaba que había tenido cientos, debido a lo que escribía en sus novelas, que son obras de ficción, no completamente autobiográficas. El lenguaje de sus libros es directo, crudo y sin ningún reparo o retórica con respecto a la sexualidad, a la pobreza extrema, o a situaciones repulsivas o desagradables.

Al llegar la Segunda Guerra Mundial a Europa se mudó a Big Sur, California, donde su casa se convirtió en centro de peregrinación para la comunidad hippie y los poetas de la generación beat. Su obra en este período se encuentra marcada por una notable influencia de la literatura oriental, sobre todo japonesa, la cual admiraba por su libertad sexual. También se hizo hinduista, y luego acogió el budismo hasta el final de su vida. Hoy en día, existe una librería, una biblioteca y un centro cultural en su casa en Big Sur.

Se casó cinco veces: con Beatrice Sylvas entre los años 1917-1923. June Miller, años 1924-1934. Janina Martha Lepska, 1944-1952. Eve McClure, 1953-1960. Hiroko Tokuda, cantante japonesa, 1967-1977. Tuvo tres hijos.

Una película del director Pillip Kauffman, también director de la adaptación al cine del libro La Insoportable Levedad del Ser, de Milan Kundera, narra la historia de amor entre Anäís Nin, Henry Miller y su esposa June. La película se tituló Henry and Junedel año 1990.

Henry Miller murió el 7 de junio del año 1980, ya convertido en un ícono de la literatura norteamericana.

CULTURA Y CONFUSIÓN:


La postura del comunicador y político José La Luz es la postura de muchos políticos dominicanos. Por eso no se aprueba la Ley de Mecenazgo, que tiene años depositada en el Congreso Nacional durmiendo el sueño eterno. Porque hay cantidad de diputados que no entienden para qué es necesaria la cultura. No lo entienden, simple y sencillamente. El señor La Luz parece que nunca se ha leído un libro, porque un libro es un producto cultural (aún los de texto), que no escucha música, que no baila merengue o que no tiene una identidad como dominicano. Es decir, que no es dominicano, porque ser dominicano es una consecuencia cultural. Existe todo un organismo de las Naciones Unidas, la UNESCO, dedicado sólo a la educación y la cultura. El acceso a la cultura es uno de los más importantes derechos humanos. Los gobiernos no tienen que hacer cultura, sino que la cultura es una manifestación espontánea de los pueblos. Lo que deben hacer los gobiernos es apoyar esas manifestaciones culturales, que provienen de la gente, de los ciudadanos, letrados, urbanos, rurales, analfabetos, no importa, porque las manifestaciones culturales forman parte de la naturaleza humana.  Decir que no se puede apoyar una manifestación cultural porque no es competitiva o porque no deja dinero, es una declaración ultraconservadora de personas que se quieren hacer pasar por liberales, por progresistas, cuando en realidad tienen una mentalidad reaccionaria. Hablar de que en Corea (suponemos que del Sur) se hacen espectáculos virtuales que llenan estadios, sin decir que en Corea del Sur, en Japón o en China apoyan más que cualquier otra cosa su cultura tradicional, que es milenaria.  Aquí, en la República Dominicana, las industrias culturales representan alrededor de un 2% del PIB, sin embargo en cultura no se invierte ni el 0.5%. Esas industrias culturales progresan y producen solas, sin ayuda, a excepción de la cinematográfica, que cuenta con el apoyo de la Ley de Cine, que es lo que ha revolucionado la industria cinematográfica en el país. Por eso la cultura está como está, en una crisis propiciada por políticos analfabetos funcionales que dejarán morir la Ley de Mecenazgo porque el sector cultural no se empodera y reclama sus derechos.

Adiós, Danilo de los Santos


Danilo de los Santos nació en Puerto Plata, República Dominicana, en el año 1943. Pero toda su vida adulta transcurrió en Santiago de los Caballeros, graduándose con una Licenciatura en Educación en la Universidad Católica Madre y Maestra, que en ese tiempo no era Pontificia; luego haciendo una maestría en Historia y otra en Pedagogía en la Universidad de Puerto Rico, pero también tomando doctorados o talleres sobre Historia del Arte en diferentes países de Latinoamérica y de Europa. Fue editor de la revista “Eme-Eme, Estudios Dominicanos”, de la P.U.C.M.M., y dirigió el Departamento de Publicaciones de la Universidad. Recuerdo que, cuando estudié en la PUCMM, tomé algunas clases de Historia con él, que sustituyó por algunos días y en algunos exámenes a la profesora de Historia Petrushka Smester. Pero yo era muy joven y no sabía aún quién era, ni lo conocía personalmente, a excepción de ese encuentro fortuito como mi profesor pasajero.
            Cuando empecé a visitar las instituciones culturales porque entendí que me gustaba la literatura, sobre todo cuando visitaba Casa de Arte, institución de la que él fue presidente y miembro, nos conocimos en realidad. Dos profesores de la PUCMM marcaron mi generación literaria y artística en la ciudad de Santiago, una generación que, lamentablemente, se encuentra casi toda fuera del país: Danilo de los Santos y Carlos Fernández Rocha. Recuerdo que iba casi una vez a la semana al cubículo de Carlos en las tutorías de la universidad, que estaba rodeado de libros y revistas literarias, a pesar de que él nunca fue mi profesor. Aprovechaba que estaba en el campus, así que lo visitaba para poder hablar de literatura. Me entregaba un libro o una revista, y me recomendaba que lo leyera y luego lo devolviera. Me preguntaba si había pensado en escribir sobre temas eróticos, porque los escritores dominicanos, en sentido general, eran ajenos a esa clase de temas. Lo mismo sucedía con Danilo de los Santos, aunque fui más cercano a Danilo que a Carlos. En su estudio, a unos pasos de la Iglesia La Altagracia y el Parque Colón, también rodeado de libros, de pinturas, de documentos históricos y de catálogos de exposiciones de artes plásticas, una vez nos quedamos hablando hasta las tres de la mañana, de literatura, de la ciudad de Santiago, de arte y de cuestiones banales. Ese día comprendí que nos habíamos hecho amigos, muy amigos.

            Danilo creó un personaje pictórico racialmente dominicano y plásticamente santiaguero. Lo creó de forma consciente, y le puso el nombre de “Marola”. Una Marola es una mulata dominicana, negra, voluptuosa aunque otras veces muy delgada, sin cara y con unos babonucos coloridos o florecidos en la cabeza. También creó un pseudónimo: firmaba las marolas como “Danicel”. Pero no permaneció fiel toda la vida a estas marolas, sino que quiso pintar y esculpir sobre muchas cosas que le interesaban como artista: la abstracción, la sexualidad, las figuras fálicas, las imágenes de seres primitivos que eran sólo símbolos, flechas, círculos, líneas que parecían pictografías taínas. Cambió el color y la negritud de las marolas por los materiales terrosos, por los colores neutros, porque, como nos confesó en una entrevista para un programa de televisión, que le hicimos Abersio Núñez y yo, en una sección cultural que coordinábamos que se llamaba “En Un Instante”, en el programa “Santiago en la Noche”, si bien recuerdo, producido por Anthony Marte, a él no le interesaba si los materiales que utilizaba para sus pinturas eran nobles o no, sino que le interesaba la pintura en sí misma. En esa entrevista, también nos confesó que no quería que lo recordaran como a un crítico, un historiador del arte o historiador a secas, sino que él era un artista.
            Danilo escribió un libro de Historia que es libro de texto en la PUCMM, también libros sobre artistas dominicanos, y escribió por sí solo una obra de características enciclopédicas que ya es una obra mayor de la cultura de nuestro país: “La Pintura en la Sociedad Dominicana”, patrocinada, en su segunda edición, sumamente ampliada y corregida, por la familia León Jimenes. Ese libro es una proeza de la investigación, no solamente artística sino sobre temas dominicanos y caribeños en sentido general. Escribió incluso una autobiografía, y un libro de poemas que puso a circular poco antes de morir. Durante los años ochenta del siglo XX, hizo también una antología de escritores dominicanos junto a Carlos Fernández Rocha para una editorial española, y me regaló el ejemplar que tenía en su estudio, alegando que poseía “demasiados libros”, y que el interés que tenía la editorial, que al principio era continuar publicando obras de autores dominicanos, se había quedado en ese libro no por desidia de ellos, es decir de la editorial, sino porque al parecer no le interesó a la República Dominicana. Juntos, hicimos un trabajo videográfico para el Centro León sobre el pintor Federico Izquierdo, con el trabajo técnico mío, pero con investigación y voz en off de Danilo, que todavía tengo en mi poder.
            Apegado a Santiago de los Caballeros sin que ninguno de nosotros pudiese entender por qué, puesto que era uno de los intelectuales más importantes del país; tranquilo; buen amigo y buen consejero; es como si pudiésemos verlo todavía caminando todos los días desde su casa en el Mejoramiento Social, en la entrada de El Ejido, hacia el centro de la ciudad, hasta las bibliotecas Amantes de la Luz o Alianza Cibaeña si estaba haciendo alguna investigación, o hacia su estudio de la calle General Cabrera, muy cerca del Parque Colón. No le gustaba hablar de arte o de literatura con los amigos. Hablaba sobre lo más cotidiano del mundo, y los jóvenes le agradecían eso; es decir, no pretendía abrumar a nadie. Pero es duro aceptar que los amigos se van, se marchan. Casi toda mi generación artística santiaguera está fuera del país porque no hay nada para ellos aquí; aquellos que se quedan desaparecen a destiempo. Uno se va quedando solo. Adiós, Danilo. El tiempo pasa, la vida es larga, aunque a veces se piensa lo contrario. Puedo recordarte como querías que te recordaran: como un artista, obsesionado con las artes plásticas, la literatura, la cultura, un terreno tan ingrato en países como éste. Mi generación, en España, en los Estados Unidos, Canadá, París, Holanda, Eslovaquia o México, te recuerda con toda la admiración y todo el cariño.

Todo sobre ALBERT CAMUS:


Albert Camus Sintes nació en Argelia, Africa, que en ese momento era una colonia francesa, el 7 de noviembre de 1913, y murió en Francia el 4 de enero de 1960. Su padre, llamado Lucien Camus, participó en la primera guerra mundial, fue herido en combate en el 1914, y falleció ese mismo año cuando su hijo todavía no tenía un año de edad. Fue criado por su madre, Catalina Sintes. Su juventud transcurrió en Argelia. Empezó a estudiar filosofía en la universidad de Argel, pero tuvo que abandonar los estudios debido a que enfermó de tuberculosis, como el escritor francés Marcel Proust. Fundó una compañía de teatro y fue periodista. Su primer ensayo se tituló “Metafísica Cristiana y Neoplatonismo”, de 1935, pero con el libro “Bodas”, un conjunto de artículos de su período periodístico, publicado en 1939, obtuvo sus primeros reconocimientos. Durante la segunda guerra mundial participó en la resistencia francesa. En el año 1942 publicó su novela “El Extranjero”, que empezó a darle fama mundial. En esa novela, un ciudadano francés asesina a balazos a un argelino, por lo que es condenado a muerte. Pero en él no hay nada más que indiferencia ante su crimen y ante su condena. Esta novela es representativa del movimiento filosófico llamado “Existencialismo”, heredado de (Frederich) Shopenhauer y de (Martin) Heidegger. Aunque Camus nombró a sus propias ideas filosóficas como “Filosofía del Absurdo” o “Absurdismo”. Luego publicó el ensayo “El Mito de Sísifo” en 1942, en el cual profundizó sus reflexiones acerca de la filosofía del absurdo. Durante la segunda guerra mundial fundó un periódico clandestino llamado Combat, del cual fue director. También fue dramaturgo, escribiendo las obras de teatro “Calígula”, sobre el infame emperador romano del mismo nombre, y “El Malentendido”. También publicó el libro “Cartas a un amigo alemán”, reflexiones acerca del absurdo de la guerra.

En el año 1947 publicó la novela “La peste”. Tradujo del español los libros “La devoción de la cruz”, de Calderón de la Barca, y “El Caballero de Olmedo”, de Lope de Vega. En el año 1957 le fue entregado el premio nobel de literatura.

Los planteamientos del existencialismo como movimiento filosófico pueden observarse claramente en la obra de Camus. La elección existencial y la libertad como consciencia, por ejemplo. Toda elección existencial implica riesgo, renuncia y limitación. El hombre vive para morir, cada cual muere solo. El ser para la muerte es el destino de la existencia humana. Albert Camus era ateo, por lo que no creía en una existencia creada por Dios, sino que pensaba que, si el ser humano es producto del azar, entonces la existencia humana es absurda. La existencia no tiene ningún sentido. Pero al mismo tiempo, si no hay castigo divino, el hombre es completamente libre ante el mundo. El hombre no elige existir, pero cada vida es elegida por cada ser humano, que tiene el deber de hacerlo. La vida de cada ser humano depende de sí mismo. Debemos tener en cuenta que estos planteamientos surgieron en el período comprendido entre las dos guerras mundiales, y luego durante la segunda guerra mundial, en la cual murieron millones de personas, mientras los seres humanos se asesinaban unos con otros. Él mismo repitió muchas veces que el nihilismo no puede ser un fin, sino un punto de partida para el cambio. Sus planteamientos se fueron alejando del existencialismo del filósofo francés Jean Paul Sartre, con el que tuvo una serie de discusiones intelectuales, sobre todo por la adhesión de Sartre al marxismo. Para Camus, su filosofía del absurdo lleva al anarquismo, que es un movimiento que trata de abolir al estado como fuente de dominación social. Perteneció a la Federación Anarquista. En su libro “El Hombre Rebelde”, de 1951, se dedicó a reflexionar sobre el carácter destructivo de toda ideología. Los planteamientos de Camus a nivel literario tuvieron mucho eco en Latinoamérica, sobre todo en escritores como Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, Andrés L. Mateo o José Revueltas. Aún hoy día las ideas existencialistas tienen eco en nuestra sociedad: la concepción de la muerte, la nada, la angustia y la desesperación. Lo importante de las ideas de Camus se encuentra en su concepto de libertad, en la elección y en la rebeldía ante toda clase de ideología y de poder, que intente dominar al ser humano.
Entre sus libros más importantes están, adem
ás de los ya mencionados:
El Estado de Sitio, drama, 1948. Los Justos, drama, 1951. La caída, novela, 1956. El exilio y el reino, cuentos, 1957.
Y una novela póstuma que editó su hija, que nunca debió ser publicada: El Primer Hombre, de 1995.

Se hicieron varias películas basadas en obras de Camus:

El extranjero, de Luchino Visconti, de 1967. La peste, de Luis Puenzo, de 1992. El primer hombre, de Gianni Amelio, del 2011. Lejos de los hombres, de David Oelhoffen, del 2014, basada en el relato de Camus titulado “El Invitado”.

Se casó dos veces, el primer matrimonio con Simone Hie, y el segundo con Francine Faure, con quien tuvo dos hijos: Catherine y Jean. También mantuvo un amorío con la actriz española María Casares. Murió en un accidente automovilístico en el año 1960.

Sociología del Arte Contemporáneo


El arte contemporáneo se encuentra en crisis porque la sociedad capitalista se encuentra en crisis. Decía Arnold Toynbee, historiador británico y sociólogo, muchas veces llamado el padre de la Filosofía de la Historia, que la clase dominante ya es incapaz de imponer sus gustos a la clase trabajadora, al hombre común. Al contrario: las modas y los gustos del hombre común son traspasados a la clase gobernante. Del siglo XIX hacia atrás, la clase dominante imponía su música, la forma de vestir, sus gustos artísticos al resto del pueblo. Pero a partir del siglo XX la clase gobernante es incapaz de traspasar sus gustos al resto de la sociedad, manteniendo esos gustos como elitistas, pero al mismo tiempo como extravagantes. Debido a que la clase dominante ha convertido los valores del arte contemporáneo, que deberían ser estéticos, en valores económicos, al mismo tiempo ha provocado que esa forma de arte sea inaccesible para la mayoría de la sociedad. Esa es una de las consecuencias de la democracia. No es sólo un problema de que sus precios sean inaccesibles para todo el mundo: la clase dominante ha provocado que el arte evolucione hacia lo incomprensible y lo absurdo, un arte criptográfico, feo, a veces tan bello como el plástico, o light que, supuestamente, sólo la clase dominante es capaz de comprender.

Nos dice Arnold Toynbee: una civilización se desarrolla cuando tiene éxito, pero al mismo tiempo ese éxito debe llevarla a enfrentar una nueva serie de desafíos. Si esto no sucede, esa civilización empieza a morir. Umberto Eco repetía que la Edad Media fue una era de transición en la sociedad europea. La gente sentía que la civilización ya no le satisfacía y que debía cambiar, aunque ellos no sabían hacia dónde debía estar dirigido ese cambio. Ese estado de ansiedad y de incertidumbre tardó siglos, hasta que la Edad Media dio paso a la Edad Moderna, y del feudalismo se pasó al surgimiento de la burguesía mercantilista. Es decir, se produjo una mejoría en las condiciones de vida de las personas. Se crearon los valores de la modernidad: la libertad, el humanismo, el mercado de bienes. Umberto Eco nos decía que eso también sucede en esta época de incertidumbre: queremos un cambio social, pero no sabemos exactamente hacia dónde se debe cambiar.
Esto no tiene nada que ver con el socialismo o con el comunismo. Es posible que la sociedad por sí misma encuentre modos de evolucionar, puesto que ya la gente siente que debe haber una evolución social, lo cual propicia que vivamos en una sociedad en permanente crisis. Los valores de la clase gobernante ya no son los valores del resto de la población. Vivimos en una sociedad en una permanente crisis moral, que se cuestiona a cada momento si lo que sucede es moralmente adecuado, pero a la cual, al mismo tiempo, no le importan las respuestas. Esto sucede también con el arte, que forma parte intrínseca no sólo de la sociedad, sino de la naturaleza humana. El arte lo que hace es reflejar la propia decadencia de una forma de vida que termina, y que dará paso a otra que no ha llegado, que quizás sólo se sospecha.
Hace unos años tomé un diplomado de curaduría en un centro cultural de mi país, y una de las profesoras nos dijo que el arte hoy día dependía del contexto, del lugar en el que es expuesto. Nos contó el ejemplo de un músico famoso que interpretó el violín en el metro de Nueva York, pero la gente no le hacía ningún caso a pesar de que él era un músico extraordinario. Ese mismo músico se presentó esa noche en el Carnegie Hall, con un éxito tremendo. No sólo por ese ejemplo nos damos cuenta de que el arte hoy día depende del contexto. Como las obras de arte ya no son cuadros o esculturas, si yo coloco por ejemplo una instalación de Yoko Ono en medio de la calle, es posible que nadie se entere de que eso es una obra de arte. Sin embargo, esa instalación en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, o en cualquier galería de arte importante, se convierte en una gran obra contemporánea o conceptual.
Ahora veamos una lista que hallé en google de los diez artistas más importantes del mundo. A pesar de que el término “importante” es relativo, veamos esta lista que preparó este portal de arte llamado Artsy, de los diez artistas más importantes del 2015:

-Damien Hirst, Jeff Koons, Ai Weiwei, Yayoi Kusama, Yoko Ono, Theaster Gates, Frank Stella, Tania Bruguera, Alex Kats, Cindy Sherman.

De ese grupo, nos quedamos con Frank Stella, Alex Kats y Cindy Sherman. Los demás no nos interesan. Aunque hago notar que el portal de arte menciona a la artista cubana Tania Bruguera, diciendo que ella es importante porque el Museo de Arte Moderno de Nueva York le compró un performance y un videoarte, repitiendo lo que ya habíamos comentado antes: un artista es importante no ya por su obra en sí misma, sino por las galerías o los museos a los cuales les interesa su obra. Es decir, su valor es económico, además de que su obra depende del contexto en el que se presenta. Ya su obra no depende para nada del público. El artista que no expone en el Moma, o en una galería importante, no es nadie. Su obra no vale la pena, porque no ha sido identificado por los espacios importantes para exponer el arte. Ocurre todo lo contrario con el entretenimiento, cuyos productos dependen de la cantidad de público que puedan atraer.
Pero Alex Kats, Cindy Sherman y Frank Stella son grandes artistas. También la fotógrafa Sally Mann o el grafitero Banksy. El problema es que toda obra de arte contemporánea expresa una decadencia social, una etapa de transición y de crisis. Un artista de verdad no anda buscando mercados, galerías o museos. A un artista de verdad se le dice que debe exponer en un museo importante, y lo que hará es sacar su obra a la calle y negarse a exponer en museos o galerías, como lo hace Banksy. A un artista de verdad le ofrecerán todas las galerías de arte del mundo, y se retirará a su casa para tratar de crear “la verdadera obra de arte”, como Marcel Dushamp. Es peligroso para el arte, y la calidad de las obras contemporáneas lo demuestra, que una galería de arte o un museo definan lo que es mejor o lo que no lo es en el arte. O que lo haga un coleccionista multimillonario. Hay que rescatar la figura del crítico de arte incorruptible. Hay que rescatar la filosofía. Ya contamos con la figura del bufón, y con la del negociante. Nos hace falta el filósofo. En esto los escritores llevamos la ventaja: no es cierto que aquellos libros que nos venden las editoriales son los mejores libros. Ya todos sabemos que los mejores libros son aquellos que lee poca gente, que se venden poco y que no quiere ninguna editorial.
Damien Hirst y Jeff Koons tienen grupos de pintores y escultores que reproducen sus obras para venderlas al público, como si tuviesen una fábrica de obras de arte. Sin embargo, a esos artistas la civilización occidental los promueve como los más grandes artistas contemporáneos. El valor de sus obras es económico. El descubridor y promotor de Hirst es Charles Saatchi, un publicista y coleccionista, un multimillonario inglés, aunque es de origen judío, nacido en Bagdag, Irak. Teniendo en cuenta a Toynbee y a Umberto Eco, el criterio artístico no depende de ningún museo ni de ninguna galería ni de ningún coleccionista millonario. El criterio depende de la gente a la que gusta verdaderamente el arte. Una obra de arte depende de ti, que eres el que aprecia y te emocionas ante ella. No te dejes engañar por mercadólogos y negociantes de lo insulso.

FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO SANTO DOMINGO 2018: CRÓNICA DE UNA DECADENCIA ANUNCIADA:




            A partir del año 2004, ya consolidada la creación del Ministerio de Cultura de la República Dominicana, la Feria Internacional del Libro se convirtió en la más importante Feria de su tipo del Caribe, y una de las más importantes de toda Latinoamérica. Escritores internacionales tan notorios como Eduardo Galeano, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Sergio Ramírez, Ana María Matute, Sergio Pitol (lamentablemente fallecido hace unas semanas), estos últimos cinco ganadores del Premio Cervantes de Literatura, así como Eliseo Alberto, también un excelente escritor, ganador del Premio Alfaguara con su novela “Caracol Beach”, hijo del poeta cubano Eliseo Diego, o las puertorriqueñas Rosario Ferré, Mayra Montero, Ana Lydia Vega, la española Almudena Grandes, que dicho sea de paso sirvió luego de anfitriona a la antología de escritores dominicanos “Los Cactus no le Temen al Viento” del antólogo y traductor Danilo Manera cuando fue publicada en España por Siruela, Tomás Gutiérrez Alea, Rafael Ramírez Heredia, hasta Isabel Allende: en fin, una serie de escritores importantes que año tras año la visitaban, y que con su presencia provocaron que fuera reconocida no solamente a nivel nacional, sino internacional, incluso en países donde no se habla español, como lo demuestra la antología del doctor Manera, u otra publicada por él en Italiano en la que yo participo: “Santo Domingo: Respiro del Ritmo”, con la editorial Stampa Alternativa, además de la edición original de “I Cactus Non Temono Il Vento. Racontti da Santo Domingo” con Feltrinelli. Esas antologías sirvieron para que escritores como Ángela Hernández, Marcio Veloz Maggiolo o Luis Martín Gómez publicaran algunos de sus libros en Italia, y además en España con la editorial Siruela, donde el libro de don Marcio, “La Mosca Soldado”, fue nominado a mejor novela del año 2004 en ese país.
            Pero no solamente podemos hablar de estas cuestiones anecdóticas. A la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo asistía alrededor de un millón de personas todos los años, por lo que una comisión de la Feria del Libro de Guadalajara, México, que es la Feria más importante de Latinoamérica y una de las más importantes del mundo, viajó a la República Dominicana para averiguar cómo era posible que en un país tan pequeño como éste asistiera tanta gente a ese evento, cuando la mayor cantidad que había asistido a la de Guadalajara era alrededor de 600,000 personas. Lo mismo puede decirse de la Feria del Libro de Bogotá de este año, en Colombia, que ha crecido a pasos agigantados y que espera romper el récord de asistencia del año pasado, que fueron precisamente 600,000 personas. Pero también me atrevo a recordar todos las obras que se publicaban anualmente, la “funda de cultura” llena de libros que me llegaba a mí, un escritor desconocido, pero también a muchos otros lectores y escritores conocidos o desconocidos, para que leyera los libros de la Feria y los compartiera en el Taller de Narradores de Santiago, con otros grupos literarios o en los clubes de lectura que creamos en los barrios.
            La Feria Internacional del Libro tenía el apoyo incondicional de los medios de comunicación, y recuerdo las transmisiones en vivo que se hacían a través de CDN y otros canales de televisión nacionales, e incluso las reseñas en canales internacionales como CNN o TVE. Los debates, las discusiones, los viajes de Santiago a Santo Domingo porque en esa época yo producía el programa cultural “Sala de Arte” de Florángel Cabrera, que se transmitía por el Canal 29, y cubríamos fielmente la Feria todos los años. Tengo entrevistas grabadas en video con Enriquillo Sánchez, Marcio Veloz Maggiolo, Bruno Rosario Candelier, Manuel Rueda, José Rafael Lantigua, que fue el creador de esa Feria antes de ser Ministro de Cultura. Con escritores locales invitados como Fernando Cabrera, Manuel Llibre,  Rosa Silverio, porque estoy consciente de que se trataba de ser lo más abierto posible. Pero me invade la nostalgia precisamente porque ya esa época dorada terminó, y la Feria Internacional del Libro se ha convertido en una sombra de lo que una vez fue. Es lamentable el nivel de desolación al que ha llegado ese evento. En el momento en que necesitamos cada vez más la lectura (ahora tenemos un país alfabetizado, lo que debería ayudar en ese sentido), es lamentable que esa Feria (escribo la palabra “Feria”, pero esto no llega ni por asomo a eso) ni siquiera atraiga la atención de los medios de comunicación o de los propios interesados en ella, que son los escritores o las personas que venden libros o a las cuales les interesan los libros. Asistir a esa Feria es recordar con dolor cómo era antes, cuando estaba bien hecha, cuando era una Feria importante. Pero también, como buen santiaguero y buen cibaeño, me duele que en un país pequeño la feria del libro no tome en cuenta a Santiago, al Cibao o a las demás provincias del país. Estamos a menos de dos horas de la ciudad capital. La Feria Internacional del Libro de Santo Domingo es eso, de Santo Domingo, como si no existiera el resto de la República Dominicana. Y esta queja se repite y se repite y se repite todos los años, como si se hablara para el aire. Pero es como escribió Gide, citado por Cortázar en una entrevista hace tantos años: es que como nadie escucha, hay que seguirlo diciendo y diciendo y diciendo hasta que se entienda.
Yo pienso que para hacer lo que se está haciendo, es mejor no hacer nada. Si de todos modos el escritor dominicano se encuentra solo y no leído, pienso que es mejor no hacer esa Feria, o por lo menos manejarse con humildad y aceptar las críticas y las recomendaciones para hacer algo mejor, no esa entelequia que nos avergüenza como visitantes. Pero de todas maneras, ¿quién soy yo?: apenas un escritor de una provincia del país que no es tomada en cuenta por el Ministerio de Cultura, de una provincia y de una región que ni siquiera se ha enterado de que se está “celebrando”, así, entre comillas, una Feria del Libro en Santo Domingo. Mejor es que no se haga nada, que se cierre el capítulo de esas ruinas, y que cada quien continúe viviendo su vida sin lecturas y sin libros.



La Masa Ignorante

     En una democracia, digamos por ejemplo en una de nuestras imperfectas democracias latinoamericanas, nos referimos a los
líderes políticos como si tuviesen la facultad un tanto mágica de engañar impunemente a la población, de lograr mediante oscuros actos de magia que los votantes acepten la corrupción, el clientelismo, las irregularidades electorales, etc., sin que ese pueblo, o esos electores, no tengan más remedio que votar por esos líderes políticos. Y no solamente en el ámbito latinoamericano, o del tercer mundo, sino que nos damos cuenta del presidente que ganó en buena lid en los Estados Unidos a pesar de su discurso racista, contra el cambio climático, nacionalista y peligroso, y los presidentes xenófobos y ultraderechistas que han estado a punto de ganar en los países europeos, y en algunos de ellos incluso ya han triunfado, ayudados precisamente por su discurso racista. Siempre me ha parecido curioso el hecho de que no se le reproche nada al votante (quizás por exceso de democracia, o porque reprocharle algo a la masa es perder admiradores de forma automática), como si la persona que depositó su voto por Donald Trump no fuese culpable de nada. Es decir, se obvia a esa "masa ignorante" que deposita su voto irresponsablemente, o que se vende por pequeñas cosas, por poco dinero o por promesas de expulsar inmigrantes, mejorar la economía mediante actos de prestidigitación, etc., etc. El problema está en esa Masa Ignorante, que es la que vota, que se deja engañar para después arrepentirse, o que recibe las dádivas condenando a los demás votantes, los responsables, los que advierten lo que puede venir, los que se niegan a venderse. Los nacionalistas, los ultraderechistas, los nuevos dictadores de izquierda y los corruptos cuentan con millones de seguidores. Pero a esos seguidores no se les puede culpar de nada.

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Preguntas sobre el cuento "El Azar", de Máximo Vega:

  1. ¿Se considera usted una cuentista que usa el extrañamiento mucho en sus cuentos? Si la respuesta es sí ¿Por qué lo usa?

La historia de “El Azar” es muy fuerte, muy cruda, así como las historias de muchas de las cosas que escribo. Así que tiene que haber algún tipo de extrañamiento, porque si se cuenta con mucha crudeza sería incluso poco literario. Sería casi como la realidad. Por lo que yo experimento mucho con la forma de contar y con algunos hechos, para que la crueldad de la historia no nos haga olvidar que lo que leemos es literatura, algo inventado por mí.

  1. ¿En el momento que usted se sienta a escribir un cuento nuevo tienes un lector ideal a quien le estás escribiendo?  ¿Alguna vez has escrito con la intención de cambiarle la perspectiva cotidiana al lector?

Claro que sí. Con respecto a la segunda pregunta, trato de que el lector vea las cosas cotidianas de otra manera. Las ilumino, si se podría decir de alguna manera, le doy luz para que el lector las vea. Con respecto a la primera pregunta, no tengo ningún lector ideal, aunque sí escribo para gente que podría tener la misma sensibilidad que yo tengo.

  1. En el cuento “El azar” el personaje Nayib tiene características como si estuviera muerto pero también vivo. ¿Él está paralizado de verdad o es esta parte del extrañamiento del cuento que deja el lector pensando?

Sí, él está paralizado. A veces finge su muerte, y como es paralítico la gente piensa que de verdad está muerto. Es fácil para él. Pero el lector puede creer lo que quiera, si piensa que en realidad es un muerto que lea el cuento así, no importa. Es un cuento abierto para que el lector saque sus propias conclusiones.

  1. Al final del cuento Nayib relata cómo su hermano moriría. Y después casi como si él tuviera un pacto con Dios parece que lo que se imaginó iba a ocurrir.  ¿Puedes explicar, si viviéramos en un mundo perfecto, que quisieras que el lector sacará de esta conclusión del cuento?

Realmente sí. Él es paralítico, así que, como su vida es tan terrible, como no es como las demás personas (es paralítico, pero también es muy pobre, pero también ha sido abandonado por su madre debido a que es paralítico), se imagina que tiene poderes especiales. Se imagina que lo que desea se hace realidad. Que tiene un pacto con Dios, que le concede sus deseos. El lector decidirá si Nayib tiene razón o no, porque el final es abierto, cada lector decidirá si su hermano muere o no. Pero al mismo tiempo el cuento trata de hablar sobre la naturaleza humana, sobre cómo ese niño paralítico, al cual el lector percibe como tierno, como un personaje que da lástima, es capaz de intentar asesinar a su propio hermano, que lo cuida y que comparte su esclavitud y su pobreza, porque el destino de su hermano es cuidarlo, no podrá abandonarlo hasta que uno de los dos muera. La conclusión es que somos capaces de cualquier cosa, y por eso el cuento se llama “el azar”: cada lector decide si su hermano vivirá o morirá, si Nayib tenía razón o no, pero también debido al azar Nayib es paralítico, y debido al azar nacemos en el lugar que nacemos, tenemos la cultura que tenemos y creemos las cosas que creemos.



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"Jugar al Sol", antología de cuentos de René Rodríguez Soriano

I


René Rodríguez Soriano publicó un libro titulado Su nombre, Julia en el año 1991. Ese libro contiene un cuento del mismo nombre, que se ha convertido en un clásico de la literatura dominicana. René es autor de poemas, cuentos y novelas que no lo parecen; sus novelas dan la impresión más bien de ser poemas largos o recopilaciones de cuentos. Conocía su obra, llegué a verlo más de una vez leyendo sus cuentos o impartiendo una conferencia sobre la cuentística dominicana, pero lo conocí realmente durante la Feria del Libro de Santiago, en el año 2005, en la cual se le hizo un homenaje. Tuve la oportunidad de introducir su obra a un público de mi ciudad natal que ya lo conocía y que, sin embargo, no me conocía a mí para nada.
René es un caso único en nuestras letras, me parece. En este momento debemos contextualizar al lector sobre una etapa crucial de la literatura dominicana. René comenzó a publicar en revistas y periódicos un poco antes, muy joven, en la década del setenta del siglo pasado, pero fue en la década del ochenta cuando su obra empezó a tener difusión y notoriedad. Luego de una época represiva en la República Dominicana, conocida como la era de los Doce Años de Balaguer, terminada en 1978, empezó la transición hacia la democracia en el país, una época de apertura inédita luego de años de censura, de libros e ideas prohibidos, polarización ideológica y escritura panfletaria (y necesaria, no nos engañemos). La obra de René se concentra en la forma, en el lenguaje, lo cual lo acerca a la llamada Generación del 80 que surgió con los jóvenes de esta apertura democrática, con los cuales él mantiene intereses comunes. A pesar de tener una obra anterior, a René, como a esta generación, no le preocupan los contenidos políticos o colectivos. La esencia es el individuo, la existencia, la insatisfacción vital, la sexualidad, el amor. La obra debe tener un sentido en la forma, más allá del contenido en sí mismo, lo cual era insólito en la literatura dominicana, preocupada por intereses sociales arrastrados desde la Era de Trujillo, la revolución de abril del 65 y la posterior invasión norteamericana del mismo año (tenemos, claro está, una generación literaria nacional llamada Generación de Posguerra), los doce años de la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer.
 El escritor, entonces, se enfrenta a un dilema que comparte con autores de su propia generación, o anteriores, como Andrés L. Mateo, o poetas como Franklin Mieses Burgos: decidirse por una literatura de contenido social, debido a un humanismo intrínseco a estos autores («éramos, sobre todo, contestatarios», escribe René en algún lado), y al mismo tiempo enfrentarse al desencanto y al pesimismo de la época, que lleva al existencialismo y a lo ontológico. Por supuesto, en este caso gana lo existencial, lo individual, independientemente de que, como telón de fondo, como atmósfera, aparezca la realidad de un país en constante ebullición social. René, con sus cuentos de factura impecable, con personajes preocupados más bien por su efímera satisfacción sexual, la insatisfacción ideológica, su seguridad económica, la contemplación de la realidad sin decidirse a actuar, la insatisfacción normal por la democracia que tanto se anheló y que descubrimos de pronto su imperfección, se convirtió en profeta en esa década. Escrita con una pulcritud luminosa, el ambiente de su obra es urbano, clase media. Su lenguaje es ambiguo, no da nada por sentado, se encuentra cómodo en una relatividad que hoy día nos parece tan auténtica como en ese momento se nos mostraba tan nueva y extraña. No sabemos nada, lo que creíamos establecido y puro quizás no lo es tanto. En “Su nombre, Julia”, la única preocupación real del narrador es esa mujer que es posible que ni siquiera exista.
El mal del tiempo, una novela que realmente no lo es, es un diario en el cual los capítulos representan los días del protagonista, pero los títulos no se corresponden con los nombres de las fechas, los meses o los años: uno se llama “Cola de pez”, otro “Desmedida mesura”, otro “Madrugada remota”. Es como si el autor quisiese reducir (o ampliar) toda su vida a lo poético, al lenguaje. Aún en las entrevistas que ofrece, René trata de ser ambiguo, de que no sepamos quién es, de que cada respuesta sea prácticamente literatura llevada hasta su estado más puro, hasta el nivel del poema, que no necesita ni siquiera de la realidad para ser algo. Ya pasaron los días en los cuales sus títulos intentaban acercarse a la obra de Julio Cortázar (Todos los juegos el juego, por ejemplo); es decir, homenajear a un clásico admirado por el autor. Todos los juegos el juego es un acercamiento lúdico a los libros de Cortázar, en especial a Historias de Cronopios y de Famas, y no especialmente a aquél al que refiere su título (es decir, Todos los fuegos el fuego); no es sólo homenaje, creo yo, ni reescritura, sino juego formal que lanza continuos guiños al lector de ambos escritores. Ya pasaron los días de la juventud que se despreocupa y al mismo tiempo es rebelde sin objetivos: su obra, fiel a sí misma, mantiene una coherencia que se encuentra más bien en el lenguaje, pero al mismo tiempo ha alcanzado una madurez que no deja de recordarnos que toda literatura es poesía. Aún en los títulos de sus libros puede apreciarse este afán: Betún melancolía, Canciones rosa para una niña gris metal, Probablemente es virgen, todavía, Tizne de nubes. El placer de la lectura es total porque todo es lenguaje. La obra de René es divertimento y seriedad, compromiso y rebeldía. Sus poemas, sus cuentos, sus novelas, sus artículos, sus prólogos, sus reseñas de libros en la revista Arquitexto, sus respuestas a las entrevistas (que innegablemente forman parte de su obra literaria, creo yo), profesan un humor que transmite, al mismo tiempo, algo de tristeza, de melancolía y de desencanto. El principio de El mal del tiempo lo aclara con creces: «Comienzo el día oyendo música. A eso de las ocho de la mañana, sintonizo mi absurda existencia con Cristal Europa». Ese libro es característico en cuanto a lo que quiero explicar: la historia transcurre durante los duros doce años de Balaguer, pero aunque el autor intenta que nos interese lo que sucede fuera de sí mismo, es decir, el convulsionado ambiente social, con invasiones guerrilleras, asesinatos políticos y represión policial incluidos, lo importante es la propia existencia, el interior melancólico del personaje, que todo lo contempla pero no actúa. El escritor puro. El cronista puro.





II


Pero, al mismo tiempo, René es un adorador. Las relaciones entre parejas, su tema preferido y por lo tanto reiterativo, se nos muestra como una forma de redención. En su caso es un adorador de la figura femenina, de las mujeres cuyos nombres se repiten en diferentes libros y cuentos (Laura, Julia, Claudia, muchas más), y cuya necesidad suponemos que se encuentra más allá de una finalidad literaria. El amor como una forma de redención, pero al mismo tiempo (y quizás debido a esto) la idealización de la figura femenina, lo que podría significar que no es sólo La Mujer, sino una meta, un símbolo. Pocas veces las relaciones amorosas han tenido un perseguidor tan vehemente, hasta el punto de que ha dedicado un libro completo (El nombre olvidado, publicado por Ediciones Callejón, San Juan, Puerto Rico, 2015) a la figura femenina, del cual se han extraído tres cuentos para esta antología: “Juana”, “Nathalie” y “Keiko”, aunque estas relaciones se repiten en otros libros, como en “Con Julia en LA”, de su libro Solo de flauta (2013), “Perseguir a Rita”, de El diablo sabe por diablo (1998), “Desesperadamente buscando a Claudia”, de La radio y otros boleros (1996), “Su nombre Julia”, del libro del mismo nombre (1991), etc., de modo que podríamos hacer otra antología con los cuentos dedicados sólo a estas relaciones en las que el amor o el desamor juegan un papel central, dominadas por la figura idealizada de unas mujeres que quizás son la misma mujer con nombres diferentes en circunstancias diferentes, perseguidas por hombres solitarios que enmascaran sus vidas en las vidas de estas mujeres que, quizás (seamos osados), son inexistentes. Puesto que en realidad son, si lo pensamos bien, simplemente lenguaje.
Ya sabemos que el género principal de René es el cuento, al cual se ha dedicado con más vehemencia que la novela o la poesía, aunque sus novelas parecen unir algunos géneros como el diario, las memorias o el mismo cuento, pero René Rodríguez Soriano es, por encima de cualquier otra cosa, un cuentista. Por este motivo he querido recopilar estos cuentos que son representativos de una obra más amplia, de una forma de contar impoluta. La dificultad al escoger cuáles textos llenarían “Jugar al Sol”, residió precisamente en esto: no se escogieron los cuentos atendiendo sólo a su calidad formal, puesto que debimos entonces escogerlos casi todos, sino a su representatividad, a que transmiten una idea precisa al lector de una forma de narrar, la del autor, placentera antes que nada en la forma, independientemente de la historia que se cuenta, lo cual parece en desuso hoy día. Esperamos con sinceridad habernos acercado apenas un poco a este objetivo.
Los textos escogidos están colocados en orden cronológico, lo que al mismo tiempo sirve para mostrar al lector la evolución del escritor a través de cada uno de sus libros. Debajo, en una pequeña nota, se encuentra consignado el libro al que pertenecen y el año en que fue publicado. Empezamos con su primer libro, Todos los Juegos el Juego (1986) y concluimos con el más reciente, El Nombre olvidado (2015). En medio, cinco libros más que componen el total de una obra cuentística influida notablemente por la poesía y por lo tanto por la transmisión de emociones más que de historias. Espero que también se tome en cuenta, al leer los cuentos escogidos, esta última especulación de lector agradecido.


III


A veces se nos olvida que estamos ante un autor completamente maduro, un individuo de 66 años de edad que tampoco lo parece, debido a su personalidad y a su literatura, siempre fresca; un escritor que estructura sus libros de manera tal que cada uno parece un primer libro. Uno de los más recientes, Solo de flauta, está compuesto por poemas, cuentos muy breves, ejercicios de la memoria (toda buena literatura es un ejercicio de la memoria) y de la forma. Su obra refleja una dominicanidad que no tiene nada que ver con nacionalismos o intereses sociales, sino con las palabras: palabras nuevas (por lo menos nuevas para la literatura), caribeñas y dominicanas, que el autor incorpora a sus narraciones y poemas porque expresan novedad y belleza. Explica René: «Vivíamos al borde, jugábamos vistilla en las aceras, siempre cuidándonos para no ser arrollados por el tránsito. Crecimos a contrapelo de la hora y el azar. Éramos, sobre todo, contestatarios. Nadábamos contra la corriente y leíamos más que nada, leíamos en los márgenes, entre la realidad y el sueño, siempre a la espera del asueto». René no es un escritor de 66 años cuántas veces se nos olvida su verdadera edad, sino un treintañero que siempre está leyendo a recientes narradores, jóvenes o no; que siempre busca algo nuevo qué comentar o qué contar. Esta frescura es intrínseca a su propia forma de escribir.
Ahora entiendo el mensaje subliminal de una obra que, como le he confesado al propio René, es única en la literatura dominicana; única en el sentido de singular, y que al mismo tiempo es difícil de imitar debido a la calidad de su escritura. Estas palabras (ambiguas también, intentando interpretar lo inaprensible) que intentan prologar “Jugar al Sol: más de 13 cuentos de René Rodríguez Soriano”, sólo pretenden que el lector se acerque a una obra que quizás ya conoce, pero que debe ser leída como toda obra importante lo merece: sin respeto, con placer, con una sonrisa, sin piedad, con humildad y con pasión.


Máximo Vega
Santiago de los Caballeros, 2016.

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ENTREVISTA A MÁXIMO VEGA:

Por Kianny Antigua.


1.   ¿Dónde te ves como escritor en cinco años y/o dónde ves tu literatura?

Me veo en el mismo lugar, pero me gustaría que me leyera el mundo entero. Muchísima gente. Pero estoy consciente del país en que vivo, un país pequeño en el Caribe, y lo que trato mientras eso sucede es de escribir, decir las cosas que quiero decir y hacerlo lo mejor posible. Aunque, claro, sé que eso nunca va a suceder. A mí me gusta escribir, soy feliz cuando escribo, no entiendo eso del “dolor del escritor” o que “escribir es como un parto”. Si yo sintiera que escribir es como un parto, no escribiría, dejaría eso.

2. Un sueño recurrente:  

Como escritor, mi sueño es tener las posibilidades económicas de dedicarme a escribir sin tener que hacer nada más. O sea, un sueño imposible. Como persona, siempre sueño que estoy desnudo en medio de la calle. Voy a comprar algo en la esquina y pienso: "Es cerca, me puedo ir sin ropa", pero cuando estoy en la calle me doy cuenta de que estoy desnudo y quiero regresar sin que nadie me vea. Los psiquiatras creen que eso tiene un significado existencial, no sé cuál sea.

3. Si pudieras ser un animal serías…

Mi animal preferido es el puerco. No sé por qué. Me gustaría ser un cerdo. Pero limpio, claro.

4. ¿Te consideras una persona alegre o con afinación a la tristeza? Desarrolla.

No creo que sea muy alegre, pero tampoco creo que sea triste. Soy, eso sí, una persona feliz. Ya tengo cierta edad, y he aprendido a aceptarme a mí mismo. Me han pasado cantidad de cosas malas, como a todo el mundo, he tenido que lidiar con las demás personas, con la naturaleza humana, cada vez más individualista. Pero creo que he tenido una buena vida, y que he sido feliz. Ahora conozco mejor el mecanismo del mundo. Yo he hecho de todo, he trabajado en cantidad de cosas, como sucede con los demás artistas del país y ha sucedido a lo largo de la historia con los escritores de todos los sitios. Es decir, creo que he tenido una vida intensa. Me han sucedido y he visto cosas terribles, pero también fantásticas. No soy un pesimista ni un reaccionario, veo mi porvenir con cierto optimismo.

 5. ¿Eres responsable o el/la (estéreo)típic@ poeta bohemi@? & Tus amig@s, ¿te ven de la misma manera?

No, yo soy una persona muy seria. Muy responsable. Disciplinado. Por eso puedo trabajar y luego del trabajo sentarme a escribir, sobre todo cuentos y novelas, que quitan mucho tiempo. Y leer, leer mucho. Ese es el sacrificio del escritor, aunque realmente para mí no es ningún sacrificio porque disfruto todo eso. Aunque claro, también hay que disfrutar la vida, pero supongo que me ven como muy serio, muy circunspecto, aunque me río muchísimo, me paso el día riéndome.

6. ¿Sales detrás de/Te comunicas con las editoriales o esperas que ellas te contraten a ti, te «descubran»?

Trato de publicar mis libros, no espero que me llamen. Publicar es difícil, pero hace mucho tiempo que no publico mis libros por mí mismo, he publicado con editoriales locales o extranjeras, cuando ganas un concurso te publican la obra, etc. Las editoriales internacionales te pagan derechos de autor cuando te publican, y un escritor tiene que vivir de algo. Los dominicanos tenemos un problema, y es de mercado. Las editoriales, sobre todo las españolas, se afilian con los escritores de mercados más grandes porque les resulta más fácil recuperar la inversión o ganar dinero, vender muchos libros. Hay cinco países en Hispanoamérica en los cuales se venden más libros: Argentina, México, Colombia, Perú y Chile. Por eso los escritores de esos países son los más conocidos, y por eso cuatro de esos países ya tienen premios Nobel de Literatura, aunque a la Argentina hace tiempo que debió otorgársele un premio Nobel, empezando por Borges. La gente piensa que las cosas suceden de manera fortuita, pero no es así. En este país se instalaron dos editoriales grandes y tuvieron que marcharse porque no les era rentable. Pero el dominicano tiene que dejar esa mentalidad insular que tiene, pensando que si envía a una editorial y lo rechazan se está acabando el mundo. Hay que enviar a concursos internacionales y a editoriales internacionales, porque no creo tampoco que los escritores de otros países sean muy diferentes (en el aspecto formal) a los escritores dominicanos.


¿Qué te gustaría que la gente supiera de tí? 

Yo soy muy discreto y muy tranquilo. Me gustaría que la gente me viera como un escritor, como nada más, y que pensara en el futuro que yo fui un buen escritor. Si es que alguien me va a recordar, porque el mayor privilegio para un escritor es el olvido. Lo que debe quedar es la obra. Como dijo alguien mucho más importante que yo.

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IDENTIDAD Y CULTURA:

Los valores culturales se adquieren a través de un proceso educativo.


         Cuando nos referimos a la identidad de una nación, o de una cultura determinada, debemos hacerlo teniendo en cuenta que esa identidad es, sobre todo, un proceso educativo. Es decir, tenemos una identidad porque se nos ha enseñado que debemos arraigarnos a unos valores que son educados alevosamente, o surgidos a través de la tradición y de la espontaneidad. Todo lo que somos, lo que creemos ser, los valores y las ideologías sobre las que nos sostenemos, precaria o firmemente, es adquirido a través de un proceso educativo.
         Más de una vez se confunde la raza con la cultura. No solamente la racialidad, sino simplemente el color de la piel con la cultura. Se piensa, por ejemplo, que un negro debe sentirse unido culturalmente a todos los demás negros. Esa forma de pensar, que es propia incluso de muchas personas de piel negra, se encuentra basada en el racismo. Una cosa es la raza, que es una condición biológica, genética, y otra la cultura. En ese sentido, existen variaciones culturales importantes que explican más o menos lo que queremos decir: no todos los musulmanes son árabes, por ejemplo. Los iraníes no son árabes, sino persas, y son musulmanes. Muchos iraquíes son árabes, otros no, y son musulmanes. Somalia es un país africano racialmente negro, pero es de mayoría musulmana. Los libios son africanos, y son árabes y musulmanes, y no son negros. Turquía es un país de mayoría musulmana, con una minoría étnica árabe y kurda, pero Turquía es un país europeo. Hay negros judíos, hay negros asiáticos, africanos, latinoamericanos, norteamericanos y europeos. Es posible que los negros asiáticos, o algunas tribus de algunas islas del océano Pacífico, no tengan un origen común africano (obviando, claro está, que toda la humanidad tiene un origen africano), como los latinoamericanos y los norteamericanos; entonces, ¿por qué deben sentirse, culturalmente hablando, unidos o cercanos? Este embrollo ha querido ser resuelto separando la “raza” (el color de la piel, las características genéticas), de la “etnia” (las características culturales de esa raza o de una mezcla de razas).
         La importancia que tiene la raza, el color de la piel, en la civilización occidental, tiene su origen en los imperialismos europeos. A medida que un individuo era racialmente más oscuro, se pensaba que al mismo tiempo era inferior. Esto, por supuesto, excusaba la esclavitud y la discriminación racial. De acuerdo a las Leyes de Indias, en América había diferentes clasificaciones para los mestizos: segundones, tercerones, cuarterones. Eso significaba que un segundón era inferior en la escala social a un tercerón, porque estaba más cercano a un antepasado negro; un cuarterón, tenía más derechos ciudadanos que un tercerón, simplemente porque se alejaba generacionalmente de la negritud. En nuestra civilización, el color de la piel tiene una importancia exagerada, como ha sucedido pocas veces con anterioridad con otras civilizaciones multiétnicas y multiculturales. Ha habido imperios cuyos reyes son de raza negra, como sucedió con los faraones egipcios, que esclavizaron a los judíos, que eran racialmente más blancos que ellos; para los romanos, los sajones eran bárbaros, ignorantes e inferiores, a pesar de que los sajones eran altos, rubios, con los ojos verdes y azules.
         Los dominicanos no somos africanos. Debido al rechazo que existe en algunos estamentos del poder de nuestro país hacia la africanidad negra, esta afirmación tan rotunda podría aparentar una toma de posición desde la acera de enfrente, desde el punto de vista de los que nos consideran un país de gente blanca y de cultura española. No es así. Auspiciados por el dictador Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer y Manuel Arturo Peña Batlle trataron de convencernos de que éste era, o debía ser, un país de blancos. Evidentemente, salir a la calle nos demuestra lo contrario. Sin embargo, éste es un país sincrético, una mezcla de varias culturas, a pesar de que un sector de la vida nacional desprecia su propia negritud, nuestro pasado esclavo africano. Se ha llegado a decir que este es un país de negros que se cree blanco.
         En primer lugar, este no es un país de negros. Es una nación de mestizos y de mulatos. El mito de la negritud es tan falso como el mito de la blancura. Algunos intelectuales extranjeros, sobre todo haitianos, nunca entendieron lo que significaba ser “blanco de la tierra”, es decir, que un hijo de un terrateniente español y una negra africana se considerara español, como su padre, y, siendo mulato, al heredar y poseer las propiedades paternas se considerase culturalmente español. Como nos dice Federico Henríquez Gratereaux, “la sociedad dominicana fue integrada por blancos españolizados, mulatos españolizados y negros españolizados”. La brutalidad con que se trataba a los esclavos africanos en la parte francesa de la isla, nunca sucedió de este lado, lo que propició el acercamiento racial y cultural entre negros y blancos. La República Dominicana debe ser el país con más mestizaje del mundo entero (utilizando la palabra "mestizo" no en su sentido antropológico, es decir la unión de un blanco con un indígena, sino como la unión de dos razas diferentes).
         Los europeos, que dicho sea de paso tratan de criminalizar la emigración ilegal, lo cual es una forma de xenofobia, aún mantienen esta mentalidad reaccionaria: cuando vienen a este país se asombran de que la gente tenga el color de la piel oscura, pero no se considere culturalmente africana. Para ellos, un negro francés no es francés en realidad, sino que es, también, africano. Un negro con los estereotipados modales ingleses es una especie de blasfemia: está negando sus raíces. Aunque no es conveniente generalizar como lo estamos haciendo, debemos recordar que esta mentalidad está equivocada, puesto que la mueve un principio xenófobo, es decir, la idea de la contaminación racial: para ellos, una persona que tenga una gota de sangre negra, ya es negro. Podríamos preguntarnos lo contrario: ¿por qué, entonces, una persona que tenga una gota de sangre blanca, no es blanco? Un negro inglés cuyo tatarabuelo emigró desde Sudáfrica a principios del siglo XX nunca será inglés realmente: seguirá siendo africano por los siglos de los siglos. Curiosamente, los norteamericanos han oficializado a través de las leyes y el lenguaje este pensamiento: un negro estadounidense ya no es un negro, ni siquiera un estadounidense, sino un “afroamericano”. Barack Obama, el reciente presidente norteamericano, tuvo un padre negro y una madre blanca, sin embargo es considerado el primer presidente “negro” de los Estados Unidos.
         La confusión con nuestra identidad acompaña a los dominicanos como un fardo. En la cédula de identificación personal somos de color “indio”. Existe el “indio claro” y el “indio oscuro”. En nuestra cotidianidad nos encontramos continuamente con estas peculiaridades: la museografía del Centro León de Santiago, por ejemplo, un centro cultural que también es galería y museo, está concebida de manera que los objetos africanos del Centro se encuentran semiescondidos. Intentan decirnos, con toda razón, que queremos ocultar nuestro pasado africano y nuestra identidad mezclada. En una universidad de Santiago se prohíbe a los estudiantes que entren con trenzas y afros, lo que significaría dejarse el cabello al natural, como debe ser, porque en este país la mayoría tenemos el cabello crespo, pero al mismo tiempo se permite a las jovencitas que tomen sus clases con desrizado, porque “ese es un estilo mucho más serio”, a pesar de que no se corresponde con su propia racialidad. Es decir, existe una confusión generalizada con respecto a nuestra identidad, que solamente puede explicarse a través de nuestras peculiaridades históricas, y a través del mestizaje.
         Por suerte, el tiempo, en un período democrático, empieza a encargarse por sí mismo de resolver estos desórdenes. En la calle vemos cantidad de jóvenes con trenzas, con el cabello al natural, con peinados más acordes con su racialidad. Pero debemos agradecer también a la intelectualidad y a la academia, a los medios de comunicación, a las redes sociales que nos traen formas de vida, visiones de la realidad que nos indican que la negritud no significa inferioridad, y que somos lo que somos, como decía el premio Nobel africano Wole Soyinka: un negro no debe pregonar su negritud, así como un tigre no pregona su tigritud. Somos lo que somos, y debemos estar orgullosos de ello. Notamos un acercamiento casi espontáneo a manifestaciones culturales de nuestro pasado esclavo, y sincrético, lo cual es saludable puesto que nos refiere a lo que somos realmente: un país de mestizos y de mulatos. Ni blanco ni negro. Una mezcla, un híbrido. Y el poder, que siempre se sale con la suya, en un período democrático debería educarnos en ese sentido.

Tomado de “El Libro de los Últimos Días”, año 2011.
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