Si nos atenemos a las informaciones de los medios de
comunicación, Occidente ya no es un espacio geográfico, sino político,
económico y militar. A Occidente pertenecen los Estados Unidos, Canadá y Europa
(y quizás incluso Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur).
Latinoamérica no pertenece a Occidente, de acuerdo con las noticias que nos
llegan de los canales norteamericanos y europeos, así como México no pertenece
a Norteamérica. Rusia le responde a Occidente, Occidente interpela a Rusia:
Estados Unidos y Europa le responden a Rusia, que ya tampoco pertenece a
Europa. Oriente está compuesto por Rusia y China.
Admirábamos en los Estados Unidos y sus aliados europeos la
defensa a ultranza de la libertad de expresión. Es decir, sus valores, que debe
compartir todo escritor, para quien la libertad de expresión es un bien
inestimable. Sabíamos que canales noticiosos como Fox News y CNN sesgaban sus
noticias y muchas veces transmitían mentiras. Lo reconocíamos sobre todo cuando
se trataba de hechos que ocurrían en nuestros países y de los cuales habíamos
sido testigos: esas dos emisoras televisivas se referían a esos hechos de
acuerdo con un sesgo ideológico, otras veces económico y político. Sabíamos que
nos decían mentiras, literalmente. Así como existen páginas ultraderechistas o
ultraizquierdistas que se inventan los hechos de acuerdo con su conveniencia, sin
ningún rubor. Pero admirábamos el hecho de que no se tratara de censurar ni siquiera
esa clase de informaciones, por lo menos sospechosas, porque se pensaba que el
ciudadano tenía el derecho de recibirlas sin censurarlas, aunque luego se
tratara de demostrar que mentían. Admirábamos, pues, la libertad para decir las
cosas, la tolerancia para aceptar las diferentes aristas en el terreno de lo
mediático.
Ha llegado el momento en que eso ha terminado. Es posible que
a países como Rusia y China, en donde todo no se puede mencionar, esta nueva
estrategia les haya tomado por sorpresa. Se han censurado las noticias
provenientes del adversario, los canales informativos del adversario, la visión
del otro. Quizás las mentiras del otro, mientras se aceptan y se difunden las
mentiras de “occidente”. Una guerra terrible ha provocado esto en las redes
sociales, donde no se pueden difundir todas las noticias ni todo se puede
decir; donde se han censurado documentales como el de Oliver Stone –que es,
claro está, un director de los Estados Unidos-; donde se han cerrado canales
rusos y pro-rusos en Youtube. Ni siquiera nos referiremos a los medios de
comunicación tradicionales, que tienen sus guiones escritos desde el principio.
Y todo esto sucede, como nos advierte el filósofo Byun Chul-Han, que mencionó
esto indirectamente mucho antes de que llegara la guerra, por supuesto, ante la complicidad
de las compañías multinacionales que manejan estas redes, creyendo ellos mismos
que están haciendo algo bueno, loable, puesto que esta invasión es terrible y
deleznable. La invasión a Ucrania es terrible, pero también lo fue la de Afganistán e Irak, la guerra en Palestina, Siria, en Yemen, Somalia o Rwanda. Todas son terribles. Ha terminado la etapa de la libertad, y entramos peligrosamente en
otra cosa que todavía no entendemos bien, pero que podríamos empezar a
considerar como aquella en la cual los propios ciudadanos aprueban esta censura
y esta visión estrecha y unilateral porque la visión del otro es “diabólica”, “perversa”,
“malvada”. Los otros son unos locos que actúan porque sufren de alguna
psicopatía, son enfermos mentales que han puesto al mundo en peligro y no
merecen estar en las redes, en la televisión, en la radio, en ningún medio de
comunicación occidental. Hay que prohibirlos y censurarlos, y se supone que eso está muy bien. Puesto que debemos entender cómo funciona lo mediático hoy en día: para los medios y el público, es mucho más interesante la bofetada del actor Will Smith a otro actor, Chris Rock, que los niños muertos en Ucrania. Que son deprimentes, no transmiten nada positivo, aunque sí mucha negatividad, mala vibra. Me parece que hay una película de Netflix que se refiere con sarcasmo a esta clase de público contemporáneo. Pocos minutos después, un grupo de actores aplaudieron de pie al agresor, porque se encendía un letrero de luces led que les ordenaba: Stand up ovation.
En el cuento de Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, una
civilización empezó a dibujar un mapa sobre todo su territorio, tratando de
falsificar su geografía, que no les era agradable. Ese símbolo borgiano de la
necesidad del ser humano de falsificar la realidad, de re-crear una realidad
alternativa y edulcorada, pero falsa al fin y al cabo, es lo que sucede hoy día
con la virtualidad, la desaparición de los objetos, la inmersión en una burbuja
de la cual los propios ciudadanos no quieren salir, porque, y en eso sí estamos
de acuerdo, ahí dentro somos más felices. Con esta premisa jugó en su momento
la película “Matrix”. Pero debemos tener en cuenta también que esta visión
sesgada de la realidad solamente se da en “occidente” (es decir, en algunos
países europeos, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea
del Sur…), aunque se quiera universalizar ese modo de vida que comparten esos
países: el resto del mundo es posible que no comparta esta falsificación
sistemática de la verdad a través del capitalismo y el neoliberalismo.
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