Según confesó Henry Miller en algunas
entrevistas, todo lo que veía en la ciudad de Nueva York era miseria, pobreza y
violencia. Por eso se marchó a París, donde encontró de nuevo miseria, pobreza,
pero también una sociedad mucho más liberal y un grupo de amigos que lo mantuvieron
económicamente hasta que tuvo éxito con su novela “Trópico de Cáncer”.
Henry Valentine Miller nació en New York, Estados Unidos, el 26 de
diciembre del año 1891. Nunca se entendió muy bien con su ciudad de origen, así
que tuvo múltiples trabajos en su juventud, estudiando también por un breve
período en el City College de Nueva York. Se casó con su primera esposa,
Beatrice Sylvas, y tuvo una hija con ella. Se divorció en el año 1923 y se casó
por segunda vez en 1924 con June Mansfield, que pasó a llamarse June Miller.
Esa relación se encuentra descrita ampliamente en su libro “Trópico de
Capricornio”, en el que cuenta su vida en los Estados Unidos antes de marcharse
a París.
Pero Henry Miller no se marchó a París, Francia,
solamente porque quería una carrera literaria en el centro cultural más
importante de Europa, sino porque en los Estados Unidos sucedía La Gran
Depresión, que golpeó con especial fuerza a su ciudad natal, Nueva York. En
1930 se marchó a París con su esposa June, a los 36 años. Pasó hambre, frío, y una
infinidad de miserias que se reflejan en el libro “Trópico de Cáncer”, que
describe su vida en esa ciudad. Al principio, no conoció a ningún artista
francés importante, porque él era un escritor desconocido, hasta que entabló
amistad con personas que vieron talento en él, como el abogado Richard Osborn,
que le dio alojamiento, dinero y comida por un largo tiempo, y el escritor
Alfred Perles, que le consiguió trabajo como corrector de estilo, con lo que
pudo mantenerse escribiendo hasta terminar su primera novela.
Esta novela fue “Trópico de Cáncer”, que fue acusada
de obscena y pornográfica en los Estados Unidos, por lo que fue prohibida,
aunque fue introducida en secreto al país hasta que se levantó la prohibición
en el año 1960. La novela fue publicada en Francia gracias al patrocinio de la
escritora Anäís Nin, que era amante de Miller. La relación entre ellos
puede leerse en los diarios de Anais Nin, publicados posteriormente, en los que
ella confiesa que también tuvo relaciones con June, o sea que se creó un
triángulo amoroso entre los tres personajes. June Miller era bisexual. “Trópico
de Cáncer” tuvo un éxito inmediato en Francia y Europa, lo que convirtió a
Henry Miller en un escritor importante. Además, la prohibición en los Estados
Unidos sirvió para que se convirtiera en un escritor de culto, lo que le dio la
excusa para denunciar a la sociedad norteamericana como moralmente hipócrita
y cínica.
Fue contemporáneo de Ernest Hemingway, Scott
Fitzgerald, John Dos Passos y William Faulkner, pero su lenguaje es más
parecido a los de la generación beat de la década del 60, de los cuales fue
precursor.
Entre otros, publicó los siguientes libros:
Trópico de Cáncer, 1934.
Primavera Negra, 1936
Trópico de Capricornio, 1939
El Coloso de Marusi, 1941, un libro de viajes por
Grecia, en donde vivió en la casa de su amigo, el escritor Lawrence Durrell.
El Tiempo de los asesinos, un estudio sobre Rimbaud, 1952.
Sexus, Plexus y Nexus, o La Crucifixión Rosada,
trilogía publicada entre los años 1949 y 1960.
Tantos años después de la publicación de Trópico de
Cáncer, la obra ha sido asimilado por la tradición literaria norteamericana, y
al leerlo ya no parece un libro obsceno o pornográfico, aunque tenga una gran
cantidad de descripciones sexuales. Nos impresionan aún más algunas escenas
desagradables de la novela, que tienen que ver con todo lo que tuvo que hacer y
presenciar el escritor para sobrevivir en las calles de París, rodeado de
prostitutas, de delincuentes y de la vida bohemia francesa de los años treinta
del siglo XX, antes de la llegada de la Segunda Guerra Mundial. En una
entrevista que se le realizó, ya al final de su vida, admitió que no había tenido
relaciones sexuales con más de cuarenta mujeres, aunque la
gente pensaba que había tenido cientos, debido a lo que escribía en sus
novelas, que son obras de ficción, no completamente autobiográficas. El
lenguaje de sus libros es directo, crudo y sin ningún reparo o retórica con
respecto a la sexualidad, a la pobreza extrema, o a situaciones repulsivas o
desagradables.
Al llegar la Segunda Guerra Mundial a Europa se mudó a Big Sur, California, donde su casa se convirtió en centro de peregrinación para
la comunidad hippie y los poetas de la generación beat. Su obra en este período
se encuentra marcada por una notable influencia de la literatura oriental,
sobre todo japonesa, la cual admiraba por su libertad sexual. También se hizo
hinduista, y luego acogió el budismo hasta el final de su vida. Hoy en día,
existe una librería, una biblioteca y un centro cultural en su casa en Big Sur.
Se casó cinco veces: con Beatrice Sylvas entre los
años 1917-1923. June Miller, años 1924-1934. Janina Martha Lepska, 1944-1952.
Eve McClure, 1953-1960. Hiroko Tokuda, cantante japonesa, 1967-1977. Tuvo tres
hijos.
Una película del director Pillip Kauffman, también
director de la adaptación al cine del libro La Insoportable Levedad del Ser, de
Milan Kundera, narra la historia de amor entre Anäís Nin, Henry Miller y su
esposa June. La película se tituló Henry and June, del año 1990.
Henry Miller murió el 7 de junio del año 1980, ya
convertido en un ícono de la literatura norteamericana.
La postura del comunicador y político José La Luz es la postura
de muchos políticos dominicanos. Por eso no se aprueba la Ley de Mecenazgo, que
tiene años depositada en el Congreso Nacional durmiendo el sueño eterno. Porque
hay cantidad de diputados que no entienden para qué es necesaria la cultura. No
lo entienden, simple y sencillamente. El señor La Luz parece que nunca se ha
leído un libro, porque un libro es un producto cultural (aún los de texto), que
no escucha música, que no baila merengue o que no tiene una identidad como
dominicano. Es decir, que no es dominicano, porque ser dominicano es una
consecuencia cultural. Existe todo un organismo de las Naciones Unidas, la
UNESCO, dedicado sólo a la educación y la cultura. El acceso a la cultura es uno
de los más importantes derechos humanos. Los gobiernos no tienen que hacer
cultura, sino que la cultura es una manifestación espontánea de los pueblos. Lo
que deben hacer los gobiernos es apoyar esas manifestaciones culturales, que
provienen de la gente, de los ciudadanos, letrados, urbanos, rurales,
analfabetos, no importa, porque las manifestaciones culturales forman parte de
la naturaleza humana.Decir que no se
puede apoyar una manifestación cultural porque no es competitiva o porque no
deja dinero, es una declaración ultraconservadora de personas que se quieren
hacer pasar por liberales, por progresistas, cuando en realidad tienen una
mentalidad reaccionaria. Hablar de que en Corea (suponemos que del Sur) se
hacen espectáculos virtuales que llenan estadios, sin decir que en Corea del
Sur, en Japón o en China apoyan más que cualquier otra cosa su cultura tradicional,
que es milenaria. Aquí, en la República
Dominicana, las industrias culturales representan alrededor de un 2% del PIB,
sin embargo en cultura no se invierte ni el 0.5%. Esas industrias culturales
progresan y producen solas, sin ayuda, a excepción de la cinematográfica, que
cuenta con el apoyo de la Ley de Cine, que es lo que ha revolucionado la
industria cinematográfica en el país. Por eso la cultura está como está, en una
crisis propiciada por políticos analfabetos funcionales que dejarán morir la
Ley de Mecenazgo porque el sector cultural no se empodera y reclama sus
derechos.
Danilo
de los Santos nació en Puerto Plata, República Dominicana, en el año 1943. Pero
toda su vida adulta transcurrió en Santiago de los Caballeros, graduándose con
una Licenciatura en Educación en la Universidad Católica Madre y Maestra, que en
ese tiempo no era Pontificia; luego haciendo una maestría en Historia y otra en
Pedagogía en la Universidad de Puerto Rico, pero también tomando doctorados o
talleres sobre Historia del Arte en diferentes países de Latinoamérica y de
Europa. Fue editor de la revista “Eme-Eme, Estudios Dominicanos”, de la
P.U.C.M.M., y dirigió el Departamento de Publicaciones de la Universidad.
Recuerdo que, cuando estudié en la PUCMM, tomé algunas clases de Historia con
él, que sustituyó por algunos días y en algunos exámenes a la profesora de
Historia Petrushka Smester. Pero yo era muy joven y no sabía aún quién era, ni
lo conocía personalmente, a excepción de ese encuentro fortuito como mi
profesor pasajero.
Cuando empecé a visitar las
instituciones culturales porque entendí que me gustaba la literatura, sobre
todo cuando visitaba Casa de Arte, institución de la que él fue presidente y
miembro, nos conocimos en realidad. Dos profesores de la PUCMM marcaron mi
generación literaria y artística en la ciudad de Santiago, una generación que,
lamentablemente, se encuentra casi toda fuera del país: Danilo de los Santos y
Carlos Fernández Rocha. Recuerdo que iba casi una vez a la semana al cubículo
de Carlos en las tutorías de la universidad, que estaba rodeado de libros y
revistas literarias, a pesar de que él nunca fue mi profesor. Aprovechaba que
estaba en el campus, así que lo visitaba para poder hablar de literatura. Me
entregaba un libro o una revista, y me recomendaba que lo leyera y luego lo
devolviera. Me preguntaba si había pensado en escribir sobre temas eróticos,
porque los escritores dominicanos, en sentido general, eran ajenos a esa clase
de temas. Lo mismo sucedía con Danilo de los Santos, aunque fui más cercano a
Danilo que a Carlos. En su estudio, a unos pasos de la Iglesia La Altagracia y
el Parque Colón, también rodeado de libros, de pinturas, de documentos
históricos y de catálogos de exposiciones de artes plásticas, una vez nos
quedamos hablando hasta las tres de la mañana, de literatura, de la ciudad de
Santiago, de arte y de cuestiones banales. Ese día comprendí que nos habíamos
hecho amigos, muy amigos.
Danilo creó un personaje pictórico
racialmente dominicano y plásticamente santiaguero. Lo creó de forma consciente, y
le puso el nombre de “Marola”. Una Marola es una mulata dominicana, negra,
voluptuosa aunque otras veces muy delgada, sin cara y con unos babonucos coloridos o florecidos en la cabeza. También
creó un pseudónimo: firmaba las marolas como “Danicel”. Pero no
permaneció fiel toda la vida a estas marolas, sino que quiso pintar y esculpir
sobre muchas cosas que le interesaban como artista: la abstracción, la
sexualidad, las figuras fálicas, las imágenes de seres primitivos que eran sólo
símbolos, flechas, círculos, líneas que parecían pictografías taínas. Cambió el
color y la negritud de las marolas por los materiales terrosos, por los colores
neutros, porque, como nos confesó en una entrevista para un programa de
televisión, que le hicimos Abersio Núñez y yo, en una sección cultural que
coordinábamos que se llamaba “En Un Instante”, en el programa “Santiago en la
Noche”, si bien recuerdo, producido por Anthony Marte, a él no le interesaba si
los materiales que utilizaba para sus pinturas eran nobles o no, sino que le
interesaba la pintura en sí misma. En esa entrevista, también nos confesó que
no quería que lo recordaran como a un crítico, un historiador del arte o
historiador a secas, sino que él era un artista.
Danilo escribió un libro de Historia
que es libro de texto en la PUCMM, también libros sobre artistas dominicanos, y
escribió por sí solo una obra de características enciclopédicas que ya es una
obra mayor de la cultura de nuestro país: “La Pintura en la Sociedad Dominicana”,
patrocinada, en su segunda edición, sumamente ampliada y corregida, por la
familia León Jimenes. Ese libro es una proeza de la investigación, no solamente
artística sino sobre temas dominicanos y caribeños en sentido general. Escribió
incluso una autobiografía, y un libro de poemas que puso a circular poco antes
de morir. Durante los años ochenta del siglo XX, hizo también una antología de
escritores dominicanos junto a Carlos Fernández Rocha para una editorial
española, y me regaló el ejemplar que tenía en su estudio, alegando que poseía “demasiados
libros”, y que el interés que tenía la editorial, que al principio era
continuar publicando obras de autores dominicanos, se había quedado en ese
libro no por desidia de ellos, es decir de la editorial, sino porque al parecer
no le interesó a la República Dominicana. Juntos, hicimos un trabajo videográfico para el Centro León sobre el pintor Federico Izquierdo, con el trabajo técnico mío, pero con investigación y voz en off de Danilo, que todavía tengo en mi poder.
Apegado a Santiago de los Caballeros
sin que ninguno de nosotros pudiese entender por qué, puesto que era uno de los
intelectuales más importantes del país; tranquilo; buen amigo y buen consejero;
es como si pudiésemos verlo todavía caminando todos los días desde su casa en
el Mejoramiento Social, en la entrada de El Ejido, hacia el centro de la ciudad, hasta las
bibliotecas Amantes de la Luz o Alianza Cibaeña si estaba haciendo alguna
investigación, o hacia su estudio de la calle General Cabrera, muy cerca del
Parque Colón. No le gustaba hablar de arte o de literatura con los amigos.
Hablaba sobre lo más cotidiano del mundo, y los jóvenes le agradecían eso; es
decir, no pretendía abrumar a nadie. Pero es duro aceptar que los amigos se
van, se marchan. Casi toda mi generación artística santiaguera está fuera del
país porque no hay nada para ellos aquí; aquellos que se quedan desaparecen a
destiempo. Uno se va quedando solo. Adiós, Danilo. El tiempo pasa, la vida es
larga, aunque a veces se piensa lo contrario. Puedo recordarte como querías que te recordaran: como un
artista, obsesionado con las artes plásticas, la literatura, la cultura, un
terreno tan ingrato en países como éste. Mi generación, en España, en los
Estados Unidos, Canadá, París, Holanda, Eslovaquia o México, te recuerda con toda la
admiración y todo el cariño.
Albert
Camus Sintes nació en Argelia, Africa, que en ese momento era una colonia
francesa, el 7 de noviembre de 1913, y murió en Francia el 4 de enero de 1960.
Su padre, llamado Lucien Camus, participó en la primera guerra mundial, fue
herido en combate en el 1914, y falleció ese mismo año cuando su hijo todavía
no tenía un año de edad. Fue criado por su madre, Catalina Sintes. Su juventud
transcurrió en Argelia. Empezó a estudiar filosofía en la universidad de Argel,
pero tuvo que abandonar los estudios debido a que enfermó de tuberculosis, como
el escritor francés Marcel Proust. Fundó una compañía de teatro y fue
periodista. Su primer ensayo se tituló “Metafísica Cristiana y Neoplatonismo”,
de 1935, pero con el libro “Bodas”, un conjunto de artículos de su período
periodístico, publicado en 1939, obtuvo sus primeros reconocimientos. Durante
la segunda guerra mundial participó en la resistencia francesa. En el año 1942
publicó su novela “El Extranjero”, que empezó a darle fama mundial. En esa
novela, un ciudadano francés asesina a balazos a un argelino, por lo que es
condenado a muerte. Pero en él no hay nada más que indiferencia ante su crimen
y ante su condena. Esta novela es representativa del movimiento filosófico
llamado “Existencialismo”, heredado de (Frederich) Shopenhauer y de (Martin) Heidegger.
Aunque Camus nombró a sus propias ideas filosóficas como “Filosofía del
Absurdo” o “Absurdismo”. Luego publicó el ensayo “El Mito de Sísifo” en 1942,
en el cual profundizó sus reflexiones acerca de la filosofía del absurdo.
Durante la segunda guerra mundial fundó un periódico clandestino llamado Combat,
del cual fue director. También fue dramaturgo, escribiendo las obras de teatro
“Calígula”, sobre el infame emperador romano del mismo nombre, y “El
Malentendido”. También publicó el libro “Cartas a un amigo alemán”, reflexiones
acerca del absurdo de la guerra.
En
el año 1947 publicó la novela “La peste”. Tradujo del español los libros “La
devoción de la cruz”, de Calderón de la Barca, y “El Caballero de Olmedo”, de
Lope de Vega. En el año 1957 le fue entregado el premio nobel de literatura.
Los
planteamientos del existencialismo como movimiento filosófico pueden observarse
claramente en la obra de Camus. La elección existencial y la libertad como
consciencia, por ejemplo. Toda elección existencial implica riesgo, renuncia y
limitación. El hombre vive para morir, cada cual muere solo. El ser para la
muerte es el destino de la existencia humana. Albert Camus era ateo, por lo que
no creía en una existencia creada por Dios, sino que pensaba que, si el ser
humano es producto del azar, entonces la existencia humana es absurda. La
existencia no tiene ningún sentido. Pero al mismo tiempo, si no hay castigo
divino, el hombre es completamente libre ante el mundo. El hombre no elige
existir, pero cada vida es elegida por cada ser humano, que tiene el deber de
hacerlo. La vida de cada ser humano depende de sí mismo. Debemos tener en
cuenta que estos planteamientos surgieron en el período comprendido entre las
dos guerras mundiales, y luego durante la segunda guerra mundial, en la cual
murieron millones de personas, mientras los seres humanos se asesinaban unos
con otros. Él mismo repitió muchas veces que el nihilismo no puede ser un fin,
sino un punto de partida para el cambio. Sus planteamientos se fueron alejando
del existencialismo del filósofo francés Jean Paul Sartre, con el que tuvo una
serie de discusiones intelectuales, sobre todo por la adhesión de Sartre al
marxismo. Para Camus, su filosofía del absurdo lleva al anarquismo, que es un
movimiento que trata de abolir al estado como fuente de dominación social.
Perteneció a la Federación Anarquista. En su libro “El Hombre Rebelde”, de
1951, se dedicó a reflexionar sobre el carácter destructivo de toda ideología. Los
planteamientos de Camus a nivel literario tuvieron mucho eco en Latinoamérica,
sobre todo en escritores como Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato, Andrés L.
Mateo o José Revueltas. Aún hoy día las ideas existencialistas tienen eco en
nuestra sociedad: la concepción de la muerte, la nada, la angustia y la
desesperación. Lo importante de las ideas de Camus se encuentra en su concepto
de libertad, en la elección y en la rebeldía ante toda clase de ideología y de
poder, que intente dominar al ser humano.
Entre sus libros más importantes están, adem
ás de los ya mencionados:
El Estado de Sitio, drama, 1948. Los Justos, drama, 1951. La caída,
novela, 1956. El exilio y el reino, cuentos, 1957.
Y una novela póstuma que editó su hija, que nunca debió ser publicada:
El Primer Hombre, de 1995.
Se hicieron varias películas basadas en obras de Camus:
El extranjero, de Luchino Visconti, de 1967. La peste, de Luis Puenzo,
de 1992. El primer hombre, de Gianni Amelio, del 2011. Lejos de los hombres, de
David Oelhoffen, del 2014, basada en el relato de Camus titulado “El Invitado”.
Se casó dos veces, el primer matrimonio con Simone Hie, y el segundo
con Francine Faure, con quien tuvo dos hijos: Catherine y Jean. También mantuvo
un amorío con la actriz española María Casares. Murió en un accidente
automovilístico en el año 1960.
El
arte contemporáneo se encuentra en crisis porque la sociedad capitalista se
encuentra en crisis. Decía Arnold Toynbee, historiador británico y sociólogo,
muchas veces llamado el padre de la Filosofía de la Historia, que la clase
dominante ya es incapaz de imponer sus gustos a la clase trabajadora, al hombre
común. Al contrario: las modas y los gustos del hombre común son traspasados a
la clase gobernante. Del siglo XIX hacia atrás, la clase dominante imponía su
música, la forma de vestir, sus gustos artísticos al resto del pueblo. Pero a
partir del siglo XX la clase gobernante es incapaz de traspasar sus gustos al
resto de la sociedad, manteniendo esos gustos como elitistas, pero al mismo
tiempo como extravagantes. Debido a que la clase dominante ha convertido los
valores del arte contemporáneo, que deberían ser estéticos, en valores
económicos, al mismo tiempo ha provocado que esa forma de arte sea inaccesible
para la mayoría de la sociedad. Esa es una de las consecuencias de la
democracia. No es sólo un problema de que sus precios sean inaccesibles para
todo el mundo: la clase dominante ha provocado que el arte evolucione hacia lo
incomprensible y lo absurdo, un arte criptográfico, feo, a veces tan bello como
el plástico, o light que, supuestamente, sólo la clase dominante es capaz de
comprender.
Nos
dice Arnold Toynbee: una civilización se desarrolla cuando tiene éxito, pero al
mismo tiempo ese éxito debe llevarla a enfrentar una nueva serie de desafíos.
Si esto no sucede, esa civilización empieza a morir. Umberto Eco repetía que la Edad Media fue una era de transición en la sociedad europea. La gente sentía
que la civilización ya no le satisfacía y que debía cambiar, aunque ellos no
sabían hacia dónde debía estar dirigido ese cambio. Ese estado de ansiedad y de
incertidumbre tardó siglos, hasta que la Edad Media dio paso a la Edad Moderna,
y del feudalismo se pasó al surgimiento de la burguesía mercantilista. Es
decir, se produjo una mejoría en las condiciones de vida de las personas. Se
crearon los valores de la modernidad: la libertad, el humanismo, el mercado de
bienes. Umberto Eco nos decía que eso también sucede en esta época de
incertidumbre: queremos un cambio social, pero no sabemos exactamente hacia
dónde se debe cambiar.
Esto
no tiene nada que ver con el socialismo o con el comunismo. Es posible que la
sociedad por sí misma encuentre modos de evolucionar, puesto que ya la gente
siente que debe haber una evolución social, lo cual propicia que vivamos en una
sociedad en permanente crisis. Los valores de la clase gobernante ya no son los
valores del resto de la población. Vivimos en una sociedad en una permanente
crisis moral, que se cuestiona a cada momento si lo que sucede es moralmente
adecuado, pero a la cual, al mismo tiempo, no le importan las respuestas. Esto
sucede también con el arte, que forma parte intrínseca no sólo de la sociedad,
sino de la naturaleza humana. El arte lo que hace es reflejar la propia
decadencia de una forma de vida que termina, y que dará paso a otra que no ha
llegado, que quizás sólo se sospecha.
Hace
unos años tomé un diplomado de curaduría en un centro cultural de mi país, y
una de las profesoras nos dijo que el arte hoy día dependía del contexto, del
lugar en el que es expuesto. Nos contó el ejemplo de un músico famoso que
interpretó el violín en el metro de Nueva York, pero la gente no le hacía
ningún caso a pesar de que él era un músico extraordinario. Ese mismo músico se
presentó esa noche en el Carnegie Hall, con un éxito tremendo. No sólo por ese
ejemplo nos damos cuenta de que el arte hoy día depende del contexto. Como las
obras de arte ya no son cuadros o esculturas, si yo coloco por ejemplo una instalación
de Yoko Ono en medio de la calle, es posible que nadie se entere de que eso es
una obra de arte. Sin embargo, esa instalación en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, o en cualquier galería de arte importante, se convierte en una gran
obra contemporánea o conceptual.
Ahora
veamos una lista que hallé en google de los diez artistas más importantes del
mundo. A pesar de que el término “importante” es relativo, veamos esta lista
que preparó este portal de arte llamado Artsy, de los diez artistas más importantes
del 2015:
-Damien Hirst, Jeff Koons, Ai
Weiwei, Yayoi Kusama, Yoko Ono, Theaster Gates, Frank Stella, Tania Bruguera, Alex
Kats, Cindy Sherman.
De
ese grupo, nos quedamos con Frank Stella, Alex Kats y Cindy Sherman. Los demás
no nos interesan. Aunque hago notar que el portal de arte menciona a la artista
cubana Tania Bruguera, diciendo que ella es importante porque el Museo de Arte Moderno de Nueva York le compró un performance y un videoarte, repitiendo lo
que ya habíamos comentado antes: un artista es importante no ya por su obra en
sí misma, sino por las galerías o los museos a los cuales les interesa su obra.
Es decir, su valor es económico, además de que su obra depende del contexto en
el que se presenta. Ya su obra no depende para nada del público. El artista que
no expone en el Moma, o en una galería importante, no es nadie. Su obra no vale
la pena, porque no ha sido identificado por los espacios importantes para
exponer el arte. Ocurre todo lo contrario con el entretenimiento, cuyos productos
dependen de la cantidad de público que puedan atraer.
Pero
Alex Kats, Cindy Sherman y Frank Stella son grandes artistas. También la
fotógrafa Sally Mann o el grafitero Banksy. El problema es que toda obra de
arte contemporánea expresa una decadencia social, una etapa de transición y de
crisis. Un artista de verdad no anda buscando mercados, galerías o museos. A un
artista de verdad se le dice que debe exponer en un museo importante, y lo que
hará es sacar su obra a la calle y negarse a exponer en museos o galerías, como
lo hace Banksy. A un artista de verdad le ofrecerán todas las galerías de arte
del mundo, y se retirará a su casa para tratar de crear “la verdadera obra de
arte”, como Marcel Dushamp. Es peligroso para el arte, y la calidad de las obras
contemporáneas lo demuestra, que una galería de arte o un museo definan lo que
es mejor o lo que no lo es en el arte. O que lo haga un coleccionista
multimillonario. Hay que rescatar la figura del crítico de arte incorruptible. Hay
que rescatar la filosofía. Ya contamos con la figura del bufón, y con la del
negociante. Nos hace falta el filósofo. En esto los escritores llevamos la
ventaja: no es cierto que aquellos libros que nos venden las editoriales son
los mejores libros. Ya todos sabemos que los mejores libros son aquellos que
lee poca gente, que se venden poco y que no quiere ninguna editorial.
Damien
Hirst y Jeff Koons tienen grupos de pintores y escultores que reproducen sus
obras para venderlas al público, como si tuviesen una fábrica de obras de arte.
Sin embargo, a esos artistas la civilización occidental los promueve como los
más grandes artistas contemporáneos. El valor de sus obras es económico. El
descubridor y promotor de Hirst es Charles Saatchi, un publicista y
coleccionista, un multimillonario inglés, aunque es de origen judío, nacido en
Bagdag, Irak. Teniendo en cuenta a Toynbee y a Umberto Eco, el criterio
artístico no depende de ningún museo ni de ninguna galería ni de ningún
coleccionista millonario. El criterio depende de la gente a la que gusta
verdaderamente el arte. Una obra de arte depende de ti, que eres el que aprecia
y te emocionas ante ella. No te dejes engañar por mercadólogos y negociantes de
lo insulso.
A partir del año 2004, ya
consolidada la creación del Ministerio de Cultura de la República Dominicana,
la Feria Internacional del Libro se convirtió en la más importante Feria de su
tipo del Caribe, y una de las más importantes de toda Latinoamérica. Escritores
internacionales tan notorios como Eduardo Galeano, Carlos Fuentes, Mario Vargas
Llosa, Sergio Ramírez, Ana María Matute, Sergio Pitol (lamentablemente
fallecido hace unas semanas), estos últimos cinco ganadores del Premio
Cervantes de Literatura, así como Eliseo Alberto, también un excelente escritor,
ganador del Premio Alfaguara con su novela “Caracol Beach”, hijo del poeta
cubano Eliseo Diego, o las puertorriqueñas Rosario Ferré, Mayra Montero, Ana
Lydia Vega, la española Almudena Grandes, que dicho sea de paso sirvió luego de
anfitriona a la antología de escritores dominicanos “Los Cactus no le Temen al
Viento” del antólogo y traductor Danilo Manera cuando fue publicada en España
por Siruela, Tomás Gutiérrez Alea, Rafael Ramírez Heredia, hasta Isabel Allende:
en fin, una serie de escritores importantes que año tras año la visitaban, y
que con su presencia provocaron que fuera reconocida no solamente a nivel
nacional, sino internacional, incluso en países donde no se habla español, como
lo demuestra la antología del doctor Manera, u otra publicada por él en
Italiano en la que yo participo: “Santo Domingo: Respiro del Ritmo”, con la
editorial Stampa Alternativa, además de la edición original de “I Cactus Non
Temono Il Vento. Racontti da Santo Domingo” con Feltrinelli. Esas antologías
sirvieron para que escritores como Ángela Hernández, Marcio Veloz Maggiolo o
Luis Martín Gómez publicaran algunos de sus libros en Italia, y además en
España con la editorial Siruela, donde el libro de don Marcio, “La Mosca
Soldado”, fue nominado a mejor novela del año 2004 en ese país.
Pero no solamente podemos hablar de
estas cuestiones anecdóticas. A la Feria Internacional del Libro de Santo
Domingo asistía alrededor de un millón de personas todos los años, por lo que
una comisión de la Feria del Libro de Guadalajara, México, que es la Feria más
importante de Latinoamérica y una de las más importantes del mundo, viajó a la
República Dominicana para averiguar cómo era posible que en un país tan pequeño
como éste asistiera tanta gente a ese evento, cuando la mayor cantidad que
había asistido a la de Guadalajara era alrededor de 600,000 personas. Lo mismo
puede decirse de la Feria del Libro de Bogotá de este año, en Colombia, que ha
crecido a pasos agigantados y que espera romper el récord de asistencia del año
pasado, que fueron precisamente 600,000 personas. Pero también me atrevo a
recordar todos las obras que se publicaban anualmente, la “funda de cultura” llena
de libros que me llegaba a mí, un escritor desconocido, pero también a muchos
otros lectores y escritores conocidos o desconocidos, para que leyera los
libros de la Feria y los compartiera en el Taller de Narradores de Santiago,
con otros grupos literarios o en los clubes de lectura que creamos en los
barrios.
La Feria Internacional del Libro
tenía el apoyo incondicional de los medios de comunicación, y recuerdo las
transmisiones en vivo que se hacían a través de CDN y otros canales de
televisión nacionales, e incluso las reseñas en canales internacionales como
CNN o TVE. Los debates, las discusiones, los viajes de Santiago a Santo Domingo
porque en esa época yo producía el programa cultural “Sala de Arte” de
Florángel Cabrera, que se transmitía por el Canal 29, y cubríamos fielmente la
Feria todos los años. Tengo entrevistas grabadas en video con Enriquillo
Sánchez, Marcio Veloz Maggiolo, Bruno Rosario Candelier, Manuel Rueda, José
Rafael Lantigua, que fue el creador de esa Feria antes de ser Ministro de
Cultura. Con escritores locales invitados como Fernando Cabrera, Manuel
Llibre,Rosa Silverio, porque estoy
consciente de que se trataba de ser lo más abierto posible. Pero me invade la
nostalgia precisamente porque ya esa época dorada terminó, y la Feria
Internacional del Libro se ha convertido en una sombra de lo que una vez fue.
Es lamentable el nivel de desolación al que ha llegado ese evento. En el
momento en que necesitamos cada vez más la lectura (ahora tenemos un país
alfabetizado, lo que debería ayudar en ese sentido), es lamentable que esa
Feria (escribo la palabra “Feria”, pero esto no llega ni por asomo a eso) ni
siquiera atraiga la atención de los medios de comunicación o de los propios
interesados en ella, que son los escritores o las personas que venden libros o
a las cuales les interesan los libros. Asistir a esa Feria es recordar con
dolor cómo era antes, cuando estaba bien hecha, cuando era una Feria
importante. Pero también, como buen santiaguero y buen cibaeño, me duele que en
un país pequeño la feria del libro no tome en cuenta a Santiago, al Cibao o a
las demás provincias del país. Estamos a menos de dos horas de la ciudad
capital. La Feria Internacional del Libro de Santo Domingo es eso, de Santo
Domingo, como si no existiera el resto de la República Dominicana. Y esta queja se repite y se repite y se repite todos los años, como si se hablara para el aire. Pero es como escribió Gide, citado por Cortázar en una entrevista hace tantos años: es que como nadie escucha, hay que seguirlo diciendo y diciendo y diciendo hasta que se entienda.
Yo pienso que para hacer lo que se está haciendo, es
mejor no hacer nada. Si de todos modos el escritor dominicano se encuentra solo
y no leído, pienso que es mejor no hacer esa Feria, o por lo menos manejarse
con humildad y aceptar las críticas y las recomendaciones para hacer algo
mejor, no esa entelequia que nos avergüenza como visitantes. Pero de todas
maneras, ¿quién soy yo?: apenas un escritor de una provincia del país que no es
tomada en cuenta por el Ministerio de Cultura, de una provincia y de una región
que ni siquiera se ha enterado de que se está “celebrando”, así, entre
comillas, una Feria del Libro en Santo Domingo. Mejor es que no se haga nada, que
se cierre el capítulo de esas ruinas, y que cada quien continúe viviendo su
vida sin lecturas y sin libros.
En una democracia, digamos por ejemplo en una de nuestras imperfectas democracias latinoamericanas, nos referimos a los
líderes políticos como si tuviesen la facultad un tanto mágica de engañar impunemente a la población, de lograr mediante oscuros actos de magia que los votantes acepten la corrupción, el clientelismo, las irregularidades electorales, etc., sin que ese pueblo, o esos electores, no tengan más remedio que votar por esos líderes políticos. Y no solamente en el ámbito latinoamericano, o del tercer mundo, sino que nos damos cuenta del presidente que ganó en buena lid en los Estados Unidos a pesar de su discurso racista, contra el cambio climático, nacionalista y peligroso, y los presidentes xenófobos y ultraderechistas que han estado a punto de ganar en los países europeos, y en algunos de ellos incluso ya han triunfado, ayudados precisamente por su discurso racista. Siempre me ha parecido curioso el hecho de que no se le reproche nada al votante (quizás por exceso de democracia, o porque reprocharle algo a la masa es perder admiradores de forma automática), como si la persona que depositó su voto por Donald Trump no fuese culpable de nada. Es decir, se obvia a esa "masa ignorante" que deposita su voto irresponsablemente, o que se vende por pequeñas cosas, por poco dinero o por promesas de expulsar inmigrantes, mejorar la economía mediante actos de prestidigitación, etc., etc. El problema está en esa Masa Ignorante, que es la que vota, que se deja engañar para después arrepentirse, o que recibe las dádivas condenando a los demás votantes, los responsables, los que advierten lo que puede venir, los que se niegan a venderse. Los nacionalistas, los ultraderechistas, los nuevos dictadores de izquierda y los corruptos cuentan con millones de seguidores. Pero a esos seguidores no se les puede culpar de nada. Visita mi canal en youtube: https://www.youtube.com/maximovega
¿Se considera usted una cuentista que usa el extrañamiento mucho en sus
cuentos? Si la respuesta es sí ¿Por qué lo usa?
La historia de “El Azar” es muy fuerte,
muy cruda, así como las historias de muchas de las cosas que escribo. Así que
tiene que haber algún tipo de extrañamiento, porque si se cuenta con mucha
crudeza sería incluso poco literario. Sería casi como la realidad. Por lo que
yo experimento mucho con la forma de contar y con algunos hechos, para que la
crueldad de la historia no nos haga olvidar que lo que leemos es literatura,
algo inventado por mí.
¿En el momento que usted se sienta a escribir un cuento nuevo tienes un
lector ideal a quien le estás escribiendo? ¿Alguna vez has escrito con la intención de
cambiarle la perspectiva cotidiana al lector?
Claro que sí. Con respecto a la segunda
pregunta, trato de que el lector vea las cosas cotidianas de otra manera. Las
ilumino, si se podría decir de alguna manera, le doy luz para que el lector las
vea. Con respecto a la primera pregunta, no tengo ningún lector ideal, aunque
sí escribo para gente que podría tener la misma sensibilidad que yo tengo.
En el cuento “El azar” el personaje Nayib tiene características como si
estuviera muerto pero también vivo. ¿Él está paralizado de verdad o es esta parte del extrañamiento del
cuento que deja el lector pensando?
Sí, él está paralizado. A veces finge su
muerte, y como es paralítico la gente piensa que de verdad está muerto. Es
fácil para él. Pero el lector puede creer lo que quiera, si piensa que en
realidad es un muerto que lea el cuento así, no importa. Es un cuento abierto
para que el lector saque sus propias conclusiones.
Al final del cuento Nayib relata cómo su hermano moriría. Y después
casi como si él tuviera un pacto con Dios parece que lo que se imaginó iba
a ocurrir. ¿Puedes explicar, si viviéramos
en un mundo perfecto, que quisieras que el lector sacará de esta
conclusión del cuento?
Realmente sí. Él es paralítico, así que,
como su vida es tan terrible, como no es como las demás personas (es
paralítico, pero también es muy pobre, pero también ha sido abandonado por su
madre debido a que es paralítico), se imagina que tiene poderes especiales. Se
imagina que lo que desea se hace realidad. Que tiene un pacto con Dios, que le
concede sus deseos. El lector decidirá si Nayib tiene razón o no, porque el
final es abierto, cada lector decidirá si su hermano muere o no. Pero al mismo
tiempo el cuento trata de hablar sobre la naturaleza humana, sobre cómo ese
niño paralítico, al cual el lector percibe como tierno, como un personaje que
da lástima, es capaz de intentar asesinar a su propio hermano, que lo cuida y
que comparte su esclavitud y su pobreza, porque el destino de su hermano es
cuidarlo, no podrá abandonarlo hasta que uno de los dos muera. La conclusión es
que somos capaces de cualquier cosa, y por eso el cuento se llama “el azar”:
cada lector decide si su hermano vivirá o morirá, si Nayib tenía razón o no,
pero también debido al azar Nayib es paralítico, y debido al azar nacemos en el
lugar que nacemos, tenemos la cultura que tenemos y creemos las cosas que
creemos.
René
Rodríguez Soriano
publicó un libro titulado Su nombre,
Julia en el año 1991. Ese libro contiene un cuento del mismo nombre, que se ha convertido
en un clásico de la literatura dominicana. René es autor de poemas, cuentos y
novelas que no lo parecen; sus novelas dan la impresión más bien de ser poemas
largos o recopilaciones de cuentos. Conocía su obra, llegué a verlo más de una
vez leyendo sus cuentos o impartiendo una conferencia sobre la cuentística
dominicana, pero lo conocí realmente durantela
Feriadel Libro de Santiago, en
el año 2005, en la cual se le hizo un homenaje. Tuve la oportunidad de
introducir su obra a un público de mi ciudad natal que ya lo conocía y que, sin
embargo, no me conocía a mí para nada.
René es un caso único en nuestras letras, me
parece. En este momento debemos contextualizar al lector sobre una etapa
crucial de la literatura dominicana. René comenzó
a publicar en revistas y periódicos un poco antes, muy joven, en la década del
setenta del siglo pasado, pero fue en la década del
ochenta cuando su obra empezó a tener difusión y notoriedad. Luego de una época
represiva enla RepúblicaDominicana, conocida como la era de
los Doce Años de Balaguer, terminada en 1978, empezó la transición hacia la
democracia en el país, una época de apertura inédita luego de años de censura,
de libros e ideas prohibidos, polarización ideológica y escritura panfletaria (y
necesaria, no nos engañemos). La obra de René se concentra en la forma, en el
lenguaje, lo cual lo acerca a la llamada Generación del80que
surgió con los jóvenes de esta apertura democrática, con los cuales él mantiene
intereses comunes. A pesar de tener una obra anterior, a René, como a esta
generación, no le preocupan los contenidos políticos o colectivos. La esencia
es el individuo, la existencia, la insatisfacción vital, la sexualidad, el
amor. La obra debe tener un sentido en la forma, más allá del contenido en sí
mismo, lo cual era insólito en la literatura dominicana, preocupada por
intereses sociales arrastrados desdela
Erade Trujillo, la revolución de
abril del 65 y la posterior invasión norteamericana del mismo año (tenemos,
claro está, una generación literaria nacional llamada Generación de Posguerra),
los doce años de la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer.
El escritor, entonces, se
enfrenta a un dilema que comparte con autores de su propia generación, o anteriores,
como Andrés L. Mateo, o poetas como Franklin Mieses Burgos: decidirse por una
literatura de contenido social, debido a un humanismo intrínseco a estos
autores («éramos, sobre todo, contestatarios», escribe René en algún lado), y
al mismo tiempo enfrentarse al desencanto y al pesimismo de la época, que lleva
al existencialismo y a lo ontológico. Por supuesto, en este caso gana lo
existencial, lo individual, independientemente de que, como telón de fondo,
como atmósfera, aparezca la realidad de un país en constante ebullición social.
René, con sus cuentos de factura impecable, con personajes preocupados más bien
por su efímera satisfacción sexual, la insatisfacción ideológica, su seguridad
económica, la contemplación de la realidad sin decidirse a actuar, la insatisfacción normal
por la democracia que tanto se anheló y que descubrimos de pronto su imperfección,
se convirtió en profeta en esa década. Escrita con una pulcritud luminosa, el
ambiente de su obra es urbano, clase media. Su lenguaje es ambiguo, no da nada
por sentado, se encuentra cómodo en una relatividad que hoy día nos parece tan
auténtica como en ese momento se nos mostraba tan nueva y extraña. No sabemos
nada, lo que creíamos establecido y puro quizás no lo es tanto. En “Su nombre,
Julia”, la única preocupación real del narrador es esa mujer que
es posible que ni siquiera exista.
El mal del tiempo, una novela que realmente no lo es, es un diario en el cual los
capítulos representan los días del protagonista, pero los títulos no se
corresponden con los nombres de las fechas, los meses o los años: uno se llama
“Cola de pez”, otro “Desmedida mesura”, otro “Madrugada remota”. Es como si el
autor quisiese reducir (o ampliar) toda su vida a lo poético, al lenguaje. Aún
en las entrevistas que ofrece, René trata de ser ambiguo, de que no sepamos
quién es, de que cada respuesta sea prácticamente literatura llevada hasta su
estado más puro, hasta el nivel del poema, que no necesita ni siquiera de la
realidad para ser algo. Ya pasaron los días en los cuales sus títulos intentaban
acercarse a la obra de Julio Cortázar (Todos
los juegos el juego, por ejemplo); es decir, homenajear a un clásico
admirado por el autor. Todos los juegos
el juego es un acercamiento lúdico a los libros de Cortázar, en especial a Historias de Cronopios y de Famas, y no
especialmente a aquél al que refiere su título (es decir, Todos los fuegos el fuego); no es sólo homenaje, creo yo, ni
reescritura, sino juego formal que lanza continuos guiños al lector de ambos
escritores. Ya pasaron los días de la juventud que se despreocupa y al mismo
tiempo es rebelde sin objetivos: su obra, fiel a sí misma, mantiene una coherencia
que se encuentra más bien en el lenguaje, pero al mismo tiempo ha alcanzado una
madurez que no deja de recordarnos que toda literatura es poesía. Aún en los títulos de sus
libros puede apreciarse este afán: Betún
melancolía, Canciones rosa para una
niña gris metal, Probablemente es virgen,
todavía, Tizne de nubes. El placer de la lectura
es total porque todo es lenguaje. La obra de René es divertimento y seriedad,
compromiso y rebeldía. Sus poemas, sus cuentos, sus novelas, sus artículos, sus
prólogos, sus reseñas de libros en la revista Arquitexto, sus
respuestas a las entrevistas (que innegablemente
forman parte de su obra literaria, creo yo), profesan
un humor que transmite, al mismo tiempo, algo de tristeza, de melancolía y de
desencanto. El principio de El mal del
tiempo lo aclara con creces:«Comienzo el día oyendo música. A eso de las
ocho de la mañana, sintonizo mi absurda existencia con Cristal Europa».
Ese libro es característico en cuanto a lo que quiero explicar: la historia
transcurre durante los duros doce años de
Balaguer, pero aunque el autor intenta que nos interese lo que sucede fuera de
sí mismo, es decir, el convulsionado ambiente social, con invasiones
guerrilleras, asesinatos políticos y represión policial incluidos, lo
importante es la propia existencia, el interior melancólico del personaje, que
todo lo contempla pero no actúa. El escritor puro. El cronista puro.
II
Pero, al mismo tiempo, René es un adorador.
Las relaciones entre parejas, su tema preferido y por lo tanto reiterativo, se nos
muestra como una forma de redención. En su caso es un adorador de la figura
femenina, de las mujeres cuyos nombres se repiten en diferentes libros y
cuentos (Laura, Julia, Claudia, muchas más), y cuya necesidad suponemos que se
encuentra más allá de una finalidad literaria. El amor como una forma de
redención, pero al mismo tiempo (y quizás debido a esto) la idealización de la
figura femenina, lo que podría significar que no es sólo La Mujer, sino una
meta, un símbolo. Pocas veces las relaciones amorosas han tenido un perseguidor
tan vehemente, hasta el punto de que ha dedicado un libro completo (El nombre olvidado, publicado por Ediciones
Callejón, San Juan, Puerto Rico, 2015) a la figura femenina, del cual se han
extraído tres cuentos para esta antología: “Juana”, “Nathalie” y “Keiko”,
aunque estas relaciones se repiten en otros libros, como en “Con Julia en LA”,
de su libro Solo de flauta (2013),
“Perseguir a Rita”, de El diablo sabe por
diablo (1998), “Desesperadamente buscando a Claudia”, de La radio y otros boleros (1996), “Su
nombre Julia”, del libro del mismo nombre (1991), etc., de modo que podríamos
hacer otra antología con los cuentos dedicados sólo a estas relaciones en las
que el amor o el desamor juegan un papel central, dominadas por la figura
idealizada de unas mujeres que quizás son la misma mujer con nombres diferentes
en circunstancias diferentes, perseguidas por hombres solitarios que enmascaran
sus vidas en las vidas de estas mujeres que, quizás (seamos osados), son
inexistentes. Puesto que en realidad son, si lo pensamos bien, simplemente
lenguaje.
Ya sabemos que el género principal de René es
el cuento, al cual se ha dedicado con más vehemencia que la novela o la poesía,
aunque sus novelas parecen unir algunos géneros como el diario, las memorias o
el mismo cuento, pero René Rodríguez Soriano es, por encima de cualquier otra
cosa, un cuentista. Por este motivo he querido recopilar estos cuentos que son
representativos de una obra más amplia, de una forma de contar impoluta. La
dificultad al escoger cuáles textos llenarían “Jugar al Sol”, residió precisamente
en esto: no se escogieron los cuentos atendiendo sólo a su calidad formal,
puesto que debimos entonces escogerlos casi todos, sino a su representatividad,
a que transmiten una idea precisa al lector de una forma de narrar, la del
autor, placentera antes que nada en la forma, independientemente de la historia
que se cuenta, lo cual parece en desuso hoy día. Esperamos con sinceridad habernos acercado apenas un poco a
este objetivo.
Los textos escogidos están colocados en orden
cronológico, lo que al mismo tiempo sirve para mostrar al lector la evolución del escritor a través de cada uno de sus
libros. Debajo, en una pequeña nota, se encuentra consignado el libro al que
pertenecen y el año en que fue publicado. Empezamos con su primer libro, Todos los Juegos el Juego (1986) y
concluimos con el más reciente, El Nombre
olvidado (2015). En medio, cinco libros más que componen el total de una
obra cuentística influida notablemente por la poesía y por lo tanto por la
transmisión de emociones más que de historias. Espero que también se tome en
cuenta, al leer los cuentos escogidos, esta última especulación de lector agradecido.
III
A veces se nos olvida que
estamos ante un autor completamente maduro, un individuo de 66 años de edad que
tampoco lo parece, debido a su personalidad y a su literatura, siempre fresca; un escritor que estructura sus libros de manera tal que cada uno parece un
primer libro. Uno de los más recientes, Solo
de flauta, está compuesto por poemas, cuentos muy breves, ejercicios de la
memoria (toda buena literatura es un ejercicio de la memoria) y de la forma. Su
obra refleja una dominicanidad que no tiene nada que ver con nacionalismos o
intereses sociales, sino con las palabras: palabras nuevas (por lo menos nuevas para la literatura), caribeñas y
dominicanas, que el autor incorpora a sus narraciones y poemas porque expresan
novedad y belleza. Explica René:«Vivíamos al borde, jugábamos vistilla en
las aceras, siempre cuidándonos para no ser arrollados por el tránsito. Crecimos a
contrapelo de la hora y el azar. Éramos, sobre todo, contestatarios. Nadábamos
contra la corriente y leíamos más que nada, leíamos en los márgenes, entre la
realidad y el sueño, siempre a la espera del asueto». René no es un
escritor de 66 años—cuántas veces se nos olvida su
verdadera edad—, sino un treintañero
que siempre está leyendo a recientes narradores, jóvenes o no; que siempre
busca algo nuevo qué comentar o qué contar. Esta frescura es intrínseca a su
propia forma de escribir.
Ahora entiendo el mensaje
subliminal de una obra que, como le he confesado al propio René, es única en la literatura dominicana; única en el sentido
de singular, y que al mismo tiempo es difícil de imitar debido a la calidad de
su escritura. Estas palabras (ambiguas también, intentando interpretar lo
inaprensible) que intentan prologar “Jugar al Sol: más de 13 cuentos de René
Rodríguez Soriano”, sólo
pretenden que el lector se acerque a una obra que quizás ya conoce, pero que
debe ser leída como
toda obra importante lo merece: sin respeto, con placer, con una sonrisa, sin
piedad, con humildad y con pasión.
1.¿Dónde te ves como escritor en cinco años y/o
dónde ves tu literatura?
Me veo en el mismo
lugar, pero me gustaría que me leyera el mundo entero. Muchísima gente. Pero
estoy consciente del país en que vivo, un país pequeño en el Caribe, y lo que trato mientras eso sucede es de
escribir, decir las cosas que quiero decir y hacerlo lo mejor posible. Aunque,
claro, sé que eso nunca va a suceder. A mí me gusta escribir, soy feliz cuando
escribo, no entiendo eso del “dolor del escritor” o que “escribir es como un
parto”. Si yo sintiera que escribir es como un parto, no escribiría, dejaría
eso.
2. Un sueño
recurrente:
Como escritor, mi
sueño es tener las posibilidades económicas de dedicarme a escribir sin tener
que hacer nada más. O sea, un sueño imposible. Como persona, siempre sueño que estoy desnudo en medio de la calle. Voy a comprar algo en la esquina y pienso: "Es cerca, me puedo ir sin ropa", pero cuando estoy en la calle me doy cuenta de que estoy desnudo y quiero regresar sin que nadie me vea. Los psiquiatras creen que eso tiene un significado existencial, no sé cuál sea.
3. Si pudieras ser
un animal serías…
Mi animal preferido
es el puerco. No sé por qué. Me gustaría ser un cerdo. Pero limpio, claro.
4. ¿Te consideras
una persona alegre o con afinación a la tristeza? Desarrolla.
No creo que sea muy
alegre, pero tampoco creo que sea triste. Soy, eso sí, una persona feliz. Ya
tengo cierta edad, y he aprendido a aceptarme a mí mismo. Me han pasado
cantidad de cosas malas, como a todo el mundo, he tenido que lidiar con las
demás personas, con la naturaleza humana, cada vez más individualista. Pero
creo que he tenido una buena vida, y que he sido feliz. Ahora conozco mejor el
mecanismo del mundo. Yo he hecho de todo, he trabajado en cantidad de cosas,
como sucede con los demás artistas del país y ha sucedido a lo largo de la
historia con los escritores de todos los sitios. Es decir, creo que he tenido
una vida intensa. Me han sucedido y he visto cosas terribles, pero también
fantásticas. No soy un pesimista ni un reaccionario, veo mi porvenir
con cierto optimismo.
5. ¿Eres responsable o el/la (estéreo)típic@
poeta bohemi@? & Tus amig@s, ¿te ven de la misma manera?
No, yo soy una
persona muy seria. Muy responsable. Disciplinado. Por eso puedo trabajar y
luego del trabajo sentarme a escribir, sobre todo cuentos y novelas, que quitan
mucho tiempo. Y leer, leer mucho. Ese es el sacrificio del escritor, aunque realmente para mí no es ningún sacrificio porque disfruto todo eso. Aunque claro, también hay que disfrutar la vida, pero supongo que me ven como muy
serio, muy circunspecto, aunque me río muchísimo, me paso el día riéndome.
6. ¿Sales detrás
de/Te comunicas con las editoriales o esperas que ellas te contraten a ti, te
«descubran»?
Trato de publicar
mis libros, no espero que me llamen. Publicar es difícil, pero hace mucho
tiempo que no publico mis libros por mí mismo, he publicado con editoriales
locales o extranjeras, cuando ganas un concurso te publican la obra, etc. Las
editoriales internacionales te pagan derechos de autor cuando te publican, y un
escritor tiene que vivir de algo. Los dominicanos tenemos un problema, y es de
mercado. Las editoriales, sobre todo las españolas, se afilian con los
escritores de mercados más grandes porque les resulta más fácil recuperar la
inversión o ganar dinero, vender muchos libros. Hay cinco países en Hispanoamérica
en los cuales se venden más libros: Argentina, México, Colombia, Perú y Chile.
Por eso los escritores de esos países son los más conocidos, y por eso cuatro
de esos países ya tienen premios Nobel de Literatura, aunque a la Argentina
hace tiempo que debió otorgársele un premio Nobel, empezando por Borges. La
gente piensa que las cosas suceden de manera fortuita, pero no es así. En este
país se instalaron dos editoriales grandes y tuvieron que marcharse porque no
les era rentable. Pero el dominicano tiene que dejar esa mentalidad insular que
tiene, pensando que si envía a una editorial y lo rechazan se está acabando el
mundo. Hay que enviar a concursos internacionales y a editoriales
internacionales, porque no creo tampoco que los escritores de otros países sean
muy diferentes (en el aspecto formal) a los escritores dominicanos.
¿Qué te gustaría que
la gente supiera de tí?
Yo soy muy discreto y muy tranquilo. Me gustaría que la
gente me viera como un escritor, como nada más, y que pensara en el futuro que
yo fui un buen escritor. Si es que alguien me va a recordar, porque el mayor
privilegio para un escritor es el olvido. Lo que debe quedar es la obra. Como dijo
alguien mucho más importante que yo.
Los valores culturales se adquieren a través de un proceso educativo.
Cuando nos referimos a la identidad de
una nación, o de una cultura determinada, debemos hacerlo teniendo en cuenta
que esa identidad es, sobre todo, un proceso educativo. Es decir, tenemos una identidad
porque se nos ha enseñado que debemos arraigarnos a unos valores que son
educados alevosamente, o surgidos a través de la tradición y de la
espontaneidad. Todo lo que somos, lo que creemos ser, los valores y las
ideologías sobre las que nos sostenemos, precaria o firmemente, es adquirido a
través de un proceso educativo.
Más de una vez se confunde la raza con
la cultura. No solamente la racialidad, sino simplemente el color de la piel
con la cultura. Se piensa, por ejemplo, que un negro debe sentirse unido
culturalmente a todos los demás negros. Esa forma de pensar, que es propia
incluso de muchas personas de piel negra, se encuentra basada en el racismo.
Una cosa es la raza, que es una condición biológica, genética, y otra la
cultura. En ese sentido, existen variaciones culturales importantes que
explican más o menos lo que queremos decir: no todos los musulmanes son árabes,
por ejemplo. Los iraníes no son árabes, sino persas, y son musulmanes. Muchos
iraquíes son árabes, otros no, y son musulmanes. Somalia es un país africano
racialmente negro, pero es de mayoría musulmana. Los libios son africanos, y
son árabes y musulmanes, y no son negros. Turquía es un país de mayoría
musulmana, con una minoría étnica árabe y kurda, pero Turquía es un país europeo.
Hay negros judíos, hay negros asiáticos, africanos, latinoamericanos,
norteamericanos y europeos. Es posible que los negros asiáticos, o algunas
tribus de algunas islas del océano Pacífico, no tengan un origen común africano
(obviando, claro está, que toda la humanidad tiene un origen africano), como
los latinoamericanos y los norteamericanos; entonces, ¿por qué deben sentirse,
culturalmente hablando, unidos o cercanos? Este embrollo ha querido ser
resuelto separando la “raza” (el color de la piel, las características
genéticas), de la “etnia” (las características culturales de esa raza o de una
mezcla de razas).
La importancia que tiene la raza, el
color de la piel, en la civilización occidental, tiene su origen en los
imperialismos europeos. A medida que un individuo era racialmente más oscuro,
se pensaba que al mismo tiempo era inferior. Esto, por supuesto, excusaba la
esclavitud y la discriminación racial. De acuerdo a las Leyes de Indias, en
América había diferentes clasificaciones para los mestizos: segundones,
tercerones, cuarterones. Eso significaba que un segundón era inferior en la
escala social a un tercerón, porque estaba más cercano a un antepasado negro;
un cuarterón, tenía más derechos ciudadanos que un tercerón, simplemente porque
se alejaba generacionalmente de la negritud. En nuestra civilización, el color
de la piel tiene una importancia exagerada, como ha sucedido pocas veces con
anterioridad con otras civilizaciones multiétnicas y multiculturales. Ha habido
imperios cuyos reyes son de raza negra, como sucedió con los faraones egipcios,
que esclavizaron a los judíos, que eran racialmente más blancos que ellos; para
los romanos, los sajones eran bárbaros, ignorantes e inferiores, a pesar de que
los sajones eran altos, rubios, con los ojos verdes y azules.
Los dominicanos no somos africanos. Debido
al rechazo que existe en algunos estamentos del poder de nuestro país hacia la
africanidad negra, esta afirmación tan rotunda podría aparentar una toma de
posición desde la acera de enfrente, desde el punto de vista de los que nos
consideran un país de gente blanca y de cultura española. No es así.
Auspiciados por el dictador Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer y Manuel
Arturo Peña Batlle trataron de convencernos de que éste era, o debía ser, un
país de blancos. Evidentemente, salir a la calle nos demuestra lo contrario.
Sin embargo, éste es un país sincrético, una mezcla de varias culturas, a pesar
de que un sector de la vida nacional desprecia su propia negritud, nuestro
pasado esclavo africano. Se ha llegado a decir que este es un país de negros
que se cree blanco.
En primer lugar, este no es un país de
negros. Es una nación de mestizos y de mulatos. El mito de la negritud es tan
falso como el mito de la blancura. Algunos intelectuales extranjeros, sobre
todo haitianos, nunca entendieron lo que significaba ser “blanco de la tierra”,
es decir, que un hijo de un terrateniente español y una negra africana se
considerara español, como su padre, y, siendo mulato, al heredar y poseer las
propiedades paternas se considerase culturalmente español. Como nos dice
Federico Henríquez Gratereaux, “la sociedad dominicana fue integrada por
blancos españolizados, mulatos españolizados y negros españolizados”. La
brutalidad con que se trataba a los esclavos africanos en la parte francesa de
la isla, nunca sucedió de este lado, lo que propició el acercamiento racial y
cultural entre negros y blancos. La República Dominicana
debe ser el país con más mestizaje del mundo entero (utilizando la palabra "mestizo" no en su sentido antropológico, es decir la unión de un blanco con un indígena, sino como la unión de dos razas diferentes).
Los europeos, que dicho sea de paso
tratan de criminalizar la emigración ilegal, lo cual es una forma de xenofobia,
aún mantienen esta mentalidad reaccionaria: cuando vienen a este país se
asombran de que la gente tenga el color de la piel oscura, pero no se considere
culturalmente africana. Para ellos, un negro francés no es francés en realidad,
sino que es, también, africano. Un negro con los estereotipados modales
ingleses es una especie de blasfemia: está negando sus raíces. Aunque no es
conveniente generalizar como lo estamos haciendo, debemos recordar que esta
mentalidad está equivocada, puesto que la mueve un principio xenófobo, es decir, la idea de la contaminación racial: para
ellos, una persona que tenga una gota de sangre negra, ya es negro. Podríamos
preguntarnos lo contrario: ¿por qué, entonces, una persona que tenga una gota
de sangre blanca, no es blanco? Un negro inglés cuyo tatarabuelo emigró desde
Sudáfrica a principios del siglo XX nunca será inglés realmente: seguirá siendo
africano por los siglos de los siglos. Curiosamente, los norteamericanos han
oficializado a través de las leyes y el lenguaje este pensamiento: un negro
estadounidense ya no es un negro, ni siquiera un estadounidense, sino un
“afroamericano”. Barack Obama, el reciente presidente norteamericano, tuvo un
padre negro y una madre blanca, sin embargo es considerado el primer presidente
“negro” de los Estados Unidos.
La confusión con nuestra identidad
acompaña a los dominicanos como un fardo. En la cédula de identificación
personal somos de color “indio”. Existe el “indio claro” y el “indio oscuro”.
En nuestra cotidianidad nos encontramos continuamente con estas peculiaridades:
la museografía del Centro León de Santiago, por ejemplo, un centro cultural que
también es galería y museo, está concebida de manera que los objetos africanos
del Centro se encuentran semiescondidos. Intentan decirnos, con toda razón, que
queremos ocultar nuestro pasado africano y nuestra identidad mezclada. En una
universidad de Santiago se prohíbe a los estudiantes que entren con trenzas y
afros, lo que significaría dejarse el cabello al natural, como debe ser, porque
en este país la mayoría tenemos el cabello crespo, pero al mismo tiempo se
permite a las jovencitas que tomen sus clases con desrizado, porque “ese es un
estilo mucho más serio”, a pesar de que no se corresponde con su propia
racialidad. Es decir, existe una confusión generalizada con respecto a nuestra
identidad, que solamente puede explicarse a través de nuestras peculiaridades
históricas, y a través del mestizaje.
Por suerte, el tiempo, en un período
democrático, empieza a encargarse por sí mismo de resolver estos desórdenes. En
la calle vemos cantidad de jóvenes con trenzas, con el cabello al natural, con
peinados más acordes con su racialidad. Pero debemos agradecer también a la
intelectualidad y a la academia, a los medios de comunicación, a las redes
sociales que nos traen formas de vida, visiones de la realidad que nos indican
que la negritud no significa inferioridad, y que somos lo que somos, como decía
el premio Nobel africano Wole Soyinka: un negro no debe pregonar su negritud,
así como un tigre no pregona su tigritud. Somos lo que somos, y debemos estar
orgullosos de ello. Notamos un acercamiento casi espontáneo a manifestaciones
culturales de nuestro pasado esclavo, y sincrético, lo cual es saludable puesto
que nos refiere a lo que somos realmente: un país de mestizos y de mulatos. Ni
blanco ni negro. Una mezcla, un híbrido. Y el poder, que siempre se sale con la
suya, en un período democrático debería educarnos en ese sentido.
Tomado de “El
Libro de los Últimos Días”, año 2011.
La película empieza con un experimento psicológico: se les muestra una serie de fotos a una cantidad de individuos. Se les dice que esas fotografías corresponden a lugares a los que asistieron durante su niñez, así que deberían reconocerlas. Pero entre las fotos reales, se les muestran otras que los doctores saben que son falsas, que corresponden a lugares a los que los pacientes nunca fueron; sin embargo, al final, los individuos admiten que recuerdan lo que hicieron allí, las fechas, los lugares, a pesar de que sabemos que esto no es cierto.
Es decir, la cinta empieza con un ejercicio de la memoria. La ficción y la imaginación forman parte intrínseca de nuestra existencia, y nuestro pasado no sucedió exactamente como lo recordamos. Un grupo de soldados israelíes ha olvidado por completo un hecho ocurrido durante la matanza de Sabra y Chatila, en 1982. El trauma de la guerra ha provocado que olviden lo que ha sucedido; cada uno de los soldados participantes recuerda los hechos a su manera. Las tropas israelíes comandadas por Ariel Sharon permitieron que se cometiera una masacre de más de 3,000 personas, la mayoría niños, adolescentes y mujeres. La historia que nos cuenta Ari Folman, el director, es precisamente esa: el protagonista, un joven soldado israelí durante la masacre de palestinos en el Líbano, ya es un hombre maduro que recorre de nuevo la guerra infinita entre isralíes y palestinos, hasta que al final debe enfrentar el trauma y recordar lo que de forma inconsciente había decidido olvidar para siempre. Es decir, la película recorre la memoria de la guerra, pero al mismo tiempo el presente del protagonista, que deambula de un compañero a otro tratando de averiguar lo que en realidad sucedió, sabiendo que ha perdido una parte importante de su vida, aunque ésta sea terrible. Y a pesar de su espíritu crítico con los acontecimientos, la película es israelí, hablada en hebreo y patrocinada por el gobierno de Israel.
Hecha con la técnica de los dibujos animados, el director habla de ella como "un documental animado", es decir, que dibuja acontecimientos de la guerra, unidos a escenas surrealistas, fantásticas, extraídas precisamente de los sueños y las pesadillas (de la creatividad del director, por supuesto), y crea una cinta de dibujos animados para adultos basada en hechos estrictamente reales. Escenas con una mujer gigante que nada en el mar con el protagonista sobre ella, o la de unos soldados casi adolescentes que salen del mar hacia una ciudad en llamas: sueños que simbolizan un nacimiento, la pérdida de la inocencia o la llegada abrupta de la adultez. Pero esta es una cinta con un final poderoso, ya en filmación real, que no nos habla solamente acerca de la guerra, sino también sobre la memoria, el pasado, la necesidad del arte, que es intrínseco al ser humano (de forma indirecta, el filme nos revela cómo la ficción, la imaginación, forman parte de nuestro pasado, es decir de nuestra vida, puesto que todo lo que nos queda de la vida que vivimos en un eterno presente es el recuerdo, y el arte, que detiene la realidad. La vida no sería posible sin la imaginación). ¿De qué cosa no es capaz el ser humano? Al mismo tiempo que Vals con Bashir nos da un golpe en la cara con la brutalidad de su final, nos recuerda también que hay una esperanza en nuestra naturaleza, porque consideramos esas escenas tan terribles, que somos capaces de borrarlas para siempre de nuestra memoria, como si nunca hubiesen sucedido. Vals Con Bashir, una gran película israelí del director Ari Folman.