Este es el volumen "Los libros de la isla desierta", en el cual se le pidió a una serie de escritores dominicanos que hablaran un poco acerca de un libro que haya tenido algún impacto en sus vidas, o, como nos dice la portada "su libro predilecto". En mi caso elegí un libro de texto, y lamentablemente el texto tiene un error, del cual yo soy el culpable, por supuesto, y no Carlos X. Ardavín Trabanco, el compilador, que hizo un trabajo magnífico. Así que coloco aquí el texto correcto, sin una palabra que está demás en el original.
UN NOMBRE:
Vamos a comentar un libro de texto de 7mo. Curso, ¨Nombre¨,
de Carmen Pleyán para Editorial Teide, al cual deseo hacerle un pequeño
homenaje debido a todo lo que he descubierto a través de él.
Es un volumen español, de Barcelona. El sistema de ese
libro es sumamente sencillo, y ha sido copiado innumerables veces: aprovechando
una serie de textos literarios, se analizan las reglas gramaticales, y por
extensión nuestro idioma, el español. En ese libro leí por primera vez a Pío
Baroja, a Camilo José Cela, Azorín o Rabindranath Tagore. En el breve relato de
Azorín, encontré a un niño que se entretenía en las noches mirando el universo
a través de un telescopio, un capítulo del libro “Confesiones de un Pequeño
Filósofo”, en el cual el maestro escribía quizás sobre sí mismo, acerca de un
aprendiz de astrónomo que escogía el conocimiento y la soledad. En ese capítulo
hallé una palabra extraña: “anemómetro”, una palabra nueva para un objeto que
nunca había visto. ¿Qué era un anemómetro? El cuento “Polifemo”, de A. Palacio
Valdez, probablemente el primer cuento completo que leí en mi vida, puesto que
llegué tarde a la literatura, una historia melodramática sobre un niño huérfano
que se encariña con un perro ajeno. Un capítulo de “Kim”, de Rudyard Kipling,
un poema de Antonio Machado. Leí la historia de un niño que mira por la ventana
la lluvia caer, y nos cuenta: “Anoche ha
llovido de forma tal que el agua chorreaba por los vidrios”, que es un
trozo de “El Retorno” de Eduardo Mallea, entonces cuando llovía encima de mi
casa de madera en un barrio pobre de Santiago trataba de sentir la misma
emoción de aquel niño del cuento, o releer el cuento mientras escuchaba la
lluvia caer sobre el techo de cinc. Unos versos de Rafael Alberti, que escribe
como un poeta que habla con el mar como si el mar fuese otra persona, y le
dice:
me
siento, mar, a oírte
¿te
sentarás tú, mar, para escucharme?
leyendo los textos con la
inocencia de mi edad, claro, sin el prejuicio de saber quiénes son los autores,
si son reconocidos como grandes escritores o si son muy famosos o no. Si una
historia me gustaba, me gustaba, y si no, no, sin que tuviese ninguna
importancia que fuese de Ignacio Aldecoa o de Valle Inclán, qué iba yo a saber
quién era Valle Inclán. (Otra palabra rara y nueva: “guardabarrera”). Un niño
ciego y enfermo juega a las damas con una amiga de su edad, en un relato de Ana
María Matute; en “Polifemo”, Gasparito, un niño hospiciano, se roba un perro
para que lo acompañe en las noches de la inclusa, y le lama las heridas
provocadas por el palo del cocinero. ¿Cómo no llorar con una historia así?
Y quizás he descubierto también, ahora que reflexiono
escribiendo estas líneas, que me ha traicionado la nostalgia. Es el único libro
escolar que aún conservo; le faltan algunas páginas, se le rompió la portada.
Lo releo a veces, lo saco, lo paseo. A través de ese libro puedo llegar cada vez
que quiero a mi infancia y adolescencia, como un Proust tropical que no escribe
sobre aristócratas ni grandes fiestas. Si empezó alguna vez en mí el deseo de
continuar buscando historias para seguir leyendo “El Conde Lucanor” de don Juan
Manuel, “Perdimos el Paraíso” de Ramón Fernández de la Reguera, o “El Mecánico
Malagueño” de Juan Ramón Jiménez, fue debido al encuentro con ese libro. Qué podía
saber yo quién era el Conde Lucanor. Qué podía saber, a esa edad, que yo era
una especie de Proust desvencijado, buscando un tiempo perdido y luego
recuperado a través de la memoria, pero sobre todo a través de la literatura,
que es una forma mayor de la memoria.
Pero si el descubrimiento del lenguaje como una forma de
expresión, como una manera de transmitir emociones, le llegó a un adolescente
de un colegio de Santiago de los Caballeros a través de ese librito excepcional
construido por alguien que amaba tan profundamente su lengua, su cultura y por
lo tanto la vida, entonces supongo que debe haber alguna clase de vacío que
acompaña a los adolescentes de hoy día, que no han podido hallar libros como
éste, sin que yo quiera parecer de ninguna manera reaccionario. Puesto que
descubrí que la alegría entregada por estos textos, y por el resto del libro,
no se encuentra en los temas, en las historias, sino en el lenguaje en sí mismo.
Las historias podían ser tristísimas, depresivas, oscuras, podían hacer llorar
a cualquier niño de mi edad, y no tenía ninguna importancia: el truco se
encuentra en la belleza del acto, en la perfección de la lengua, en la
transmisión del sentimiento. Podemos ser felices incluso leyendo el
Apocalipsis. Augusto Monterroso tiene un cuento acerca del recital de un poeta
en un parque, en el que termina diciéndonos que al mundo solamente le falta una
cosa para ser feliz. Por supuesto, eso que le hace falta es la poesía.
Pero en esas páginas no se encuentran sólo las historias,
como ya he dicho. Aunque los autores se empeñen en convencernos de lo
contrario, en la propia belleza de su arte se encuentra la felicidad por la
vida. Aunque específicamente para mí, todos los escritores están en este libro
(incluso Cortázar, Bioy Casares, Bosch, Kafka, Melville, Faulkner, Carpentier, Kundera,
Peix, Vallejo, del Cabral, cuyos textos no pueden leerse en sus páginas), toda
la literatura que he podido hallar gracias a ese primer encuentro.
Hemos recibido los libros "Viaje al otro mundo" y "Callejón sin salida", del escritor dominicano y Premio Nacional de Literatura José Alcántara Almánzar. Por supuesto, son dos libros de cuentos, puesto que José Alcántara es esencialmente cuentista, crítico y ensayista. Y lo interesante es que estos libros tienen ya muchos años de haber sido publicados, uno de ellos más de cuarenta años, y sin embargo leemos sus cuentos y parece que hubiesen sido escritos ayer. José Alcántara Almánzar, autor de dos cuentos de culto, "La reina y su secreto" y "Con papá en casa de madame Sophie", que se encuentran en sus libros "Las máscaras de la seducción" y "Testimonios y profanaciones", respectivamente, además de ser un crítico mordaz es también muy riguroso con su obra. En este caso, estas reediciones las ha realizado editorial Santuario, y nos sentimos orgullosos y privilegiados de que José Alcántara nos haya enviado dos ejemplares, los cuales comentaremos con más detenimiento más adelante. Lo que sí queremos hacer notar es que estos dos libros se encuentran en las librerías nacionales, a precios más que asequibles, y que es bueno de vez en cuando leer a un autor de factura impecable, sobre todo para aquellos jóvenes que quieren empezar a escribir leyendo a un escritor que nunca los defraudará. Así que enhorabuena a José Alcántara, a la editorial Santuario, que está haciendo un trabajo que debería hacer el ministerio de cultura, pero que no lo hace, y a los lectores de estos dos libros, que nos han atrapado nada más abrir la primera página (claro, debo consignar que ya hace mucho tiempo, cuando era mucho más joven, leí "Las máscaras de la seducción", "Testimonios y profanaciones" y "La carne estremecida", tres clásicos de la cuentística dominicana).
Debido a la cantidad de personas que entran a este blog buscando nombres de cuentistas dominicanos, aquí les doy una lista muy injusta de algunos cuentistas, porque es obvio que se me quedan muchos, por ignorancia o por olvido:
Este es el libro de poesía "Territorio de Espejos", de José Rafael Lantigua, puesto a circular a finales del 2013. Una edición primorosamente impresa, en una faceta que se conoce poco de Lantigua, Ministro de Cultura que realizó una gestión extraordinaria, a quien admiramos como intelectual y gestor, una persona que le ha dedicado su vida a la cultura. Más adelante comentaremos con detalle el libro, del que se hará una puesta en circulación también en Santiago de los Caballeros.
Un poema de Territorio de Espejos:
Una desnudez que se desangra (fragmento):
Amante noche.
Diluída noche salvaje,
un lobo solivianta el paisaje y su perfume
y yo, ahora, escucho la noche
y la sublevo
hacia la bandera de tu agonía.
PIEDRA DE TOQUE. La sentencia del Tribunal Constitucional de la República Dominicana sobre el caso de Juliana Regis Pierre es un desatino que niega la nacionalidad a los hijos de inmigrantes irregulares
FERNANDO VICENTE
Juliana Deguis Pierre nació hace 29 años, de padres haitianos, en la República Dominicana y nunca ha salido de su tierra natal. Jamás aprendió francés ni créole y su única lengua es el bello y musical español de sabor dominicano. Con su certificado de nacimiento, Juliana pidió su carnet de identidad a la Junta Central Electoral (responsable del registro civil), pero este organismo se negó a dárselo y le decomisó su certificado alegando que sus " apellidos eran sospechosos ". Juliana apeló y el 23 de septiembre de 2013 el Tribunal Constitucional dominicano dictó una sentencia negando la nacionalidad dominicana a todos quienes, como aquella joven, sean hijos o descendientes de " migrantes " irregulares. La disposición del Tribunal ha puesto a la República Dominicana en la picota de la opinión pública internacional y ha hecho de Juliana Deguis Pierre un símbolo de la tragedia de cerca de 200.000 dominicanos de origen haitiano (según Laura Bingham, de la Open Society Justice Initiative) que, de este modo, la mayoría de ellos de manera retroactiva, pierden su nacionalidad y se convierten en apátridas.
La sentencia del Tribunal Constitucional dominicano es una aberración jurídica y parece directamente inspirada en las famosas leyes hitlerianas de los años treinta dictadas por los jueces alemanes nazis para privar de la nacionalidad alemana a los judíos que llevaban muchos años (muchos siglos) avecindados en ese país y eran parte constitutiva de su sociedad. Por lo pronto, se insubordina contra una disposición legal de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (de la que la República Dominicana forma parte) que, en septiembre de 2005, condenó a este país por negar su derecho a la nacionalidad a las niñas Dilcia Yean y Violeta Bosico, dominicanas como Juliana, e igual que ella hijas de haitianos. Con este precedente, es obvio que, si es consultada, la Corte Interamericana volverá a reafirmar aquel derecho y la República Dominicana tendrá que acatar esta decisión, a menos que decida —algo muy improbable— retirarse del sistema legal interamericano y convertirse a su vez en un país paria.
Hay que señalar, como lo hace The New York Times el 24 de Octubre, que dos miembros del Tribunal Constitucional dominicano dieron un voto disidente y salvaron el honor de la institución y de su país oponiéndose a una medida claramente racista y discriminatoria. El argumento utilizado por los miembros del Tribunal para negar la nacionalidad a personas como Juliana Deguis Pierre es que sus padres tienen una " situación irregular ". Es decir, hay que hacer pagar a los hijos (o a los nietos y bisnietos) un supuesto delito que habrían cometido sus antepasados. Como en la Edad Media y en los tribunales de la Inquisición, según esta sentencia, los delitos son hereditarios y se transmiten de padres a hijos con la sangre.
A la crueldad e inhumanidad de semejantes jueces se suma la hipocresía. Ellos saben muy bien que la migración " irregular " o ilegal de haitianos a la República Dominicana que comenzó a principios del siglo veinte es un fenómeno social y económico complejo, que en muchos períodos —los de mayor bonanza, precisamente— ha sido alentado por hacendados y empresarios dominicanos a fin de disponer de una mano de obra barata para las zafras de la caña de azúcar, la construcción o los trabajos domésticos, con pleno conocimiento y tolerancia de las autoridades, conscientes del provecho económico que obtenía el país —bueno, sus clases medias y altas— con la existencia de una masa de inmigrantes en situación irregular y que, por lo mismo, vivían en condiciones sumamente precarias, la gran mayoría de ellos sin contratos de trabajo, ni seguridad social ni protección legal alguna.
Uno de los mayores crímenes cometidos durante la tiranía de Generalísimo Trujillo fue la matanza indiscriminada de haitianos de 1937 en la que, se dice, varias decenas de miles de estos miserables inmigrantes fueron asesinados por una masa enardecida con las fabricaciones apocalípticas de grupos nacionalistas fanáticos. No menos grave es, desde el punto de vista moral y cívico, la escandalosa sentencia del Tribunal Constitucional. Mi esperanza es que la oposición a ella, tanto interna como internacional, libre al Caribe de una injusticia tan bárbara y flagrante. Porque el fallo del Tribunal no se limita a pronunciarse sobre el caso de Juliana Deguis Pierre. Además, para que no quede duda de que quiere establecer jurisprudencia con el fallo, ordena a las autoridades someter a un escrutinio riguroso todos los registros de nacimientos en el país desde el año 1929 a fin de determinar retroactivamente quiénes no tenían derecho a obtener la nacionalidad dominicana y por lo tanto pueden ser ahora privados de ella.
Si semejante paralogismo jurídico prevaleciera, decenas de miles de familias dominicanas de origen haitiano (próximo o remoto) quedarían convertidas en zombies, en no personas, seres incapacitados para obtener un trabajo legal, inscribirse en una escuela o universidad pública, recibir un seguro de salud, una jubilación, salir del país, y víctimas potenciales por lo tanto de todos los abusos y atropellos. ¿Por qué delito? Por el mismo de los judíos a los que Hitler privó de existencia legal antes de mandarlos a los campos de exterminio: por pertenecer a una raza despreciada. Sé muy bien que el racismo es una enfermedad muy extendida y que no hay sociedad ni país, por civilizado y democrático que sea, que esté totalmente vacunado contra él. Siempre aparece, sobre todo cuando hacen falta chivos expiatorios que distraigan a la gente de los verdaderos problemas y de los verdaderos culpables de que los problemas no se resuelvan, pero, hemos vivido ya demasiados horrores a consecuencias del nacionalismo cerril (siempre máscara del racismo) como para que no salgamos a enfrentarnos a él apenas asoma, a fin de evitar las tragedias que causa a la corta o a la larga.
Afortunadamente hay en la sociedad civil dominicana muchas voces valientes y democráticas —de intelectuales, asociaciones de derechos humanos, periodistas— que, al igual que los dos jueces disidentes del Tribunal Constitucional, han denunciado la medida y se movilizan contra ella. Es penoso, eso sí, el silencio cómplice de tantos partidos políticos o líderes de opinión que callan ante la iniquidad o, como el prehistórico cardenal arzobispo de Santo Domingo, Nicolás de Jesús López Rodríguez, que la apoya, sazonándola de insultos contra quienes la condenan. Yo creía que los peruanos teníamos, con el Cardenal Juan Luis Cipriani, el triste privilegio de contar con el arzobispo más reaccionario y antidemocrático de América Latina, pero veo que su colega dominicano le disputa el cetro.
Quiero mucho a la República Dominicana, desde que visité ese país por primera vez, en 1974, para hacer un documental televisivo. Desde entonces he vuelto muchas veces y con alegría lo he visto democratizarse, modernizarse, en todos estos años, a un ritmo más veloz que el de muchos otros países latinoamericanos sin que se reconozca siempre su transformación como merecería. El segundo de mis hijos vive y trabaja allá y entrega todos sus esfuerzos a apoyar los derechos humanos en ese país, secundado por muchos admirables dominicanos. Por eso me apena profundamente ver la tempestad de críticas que llueven sobre el Tribunal Constitucional y su insensata sentencia. Éste es uno de esos momentos críticos que viven todos los países en su historia. Lo fue también cuando ocurrió el terrible terremoto que devastó a su país vecino, Haití, en enero de 2010. ¿Cómo actuó la República Dominicana en esa ocasión ? El Presidente Leonel Fernández voló de inmediato a Puerto Príncipe a ofrecer ayuda y ésta se volcó con una abundancia y generosidad formidables. Yo recuerdo todavía los hospitales dominicanos repletos de víctimas haitianas y los médicos y enfermeras dominicanos que volaron a Haití a prestar sus servicios. Esa es la verdadera cara de la República Dominicana que no puede verse desnaturalizada por las malandanzas de su Tribunal Constitucional.
René sabe a qué ha venido. Vino de las verdes alturas de la isla a fundar
una Mediaisla virtual, como atalaya para mirar el presente de las letras
nacionales desde el ciberespacio. Esta bitácora funciona para medir la
temperatura letrada de la atmósfera dominicana y caribeña. DesdeConstanza conquistó la ciudad capital,
a golpe de cuentos y poemas, y desde el trajín publicitario demostró que se
puede sobrevivir sin claudicar a los imperativos materiales de la vida
cotidiana, con sus vaivenes alucinantes.Cargado de juegos, supo -como pocos- sacarle partido a los juguetes
infantiles y los trocó en materia de ficción. Lo asimiló de Cortázar, con quien
aprendió a jugar con cronopios a la fama del destino. Aprendió a jugar a
escribir a dos y a tres voces, con Plinio y Ramón y Rafael, hasta conformar una
tribu cómplice y sensible en la invención de tramas narrativas. Es el gran
sobreviviente del grupo “Y… punto”, después de formar la trilogía de las tres R
con Ramón y Rafael. René supo, como un gaviero, cuando le llegó el turno de
volar -o de zarpar- a tierras americanas, a conquistar la Florida y luego el
sur norteamericano, como un Billy the Kid, o a sublevarse como un Jerónimo.
René vino al mundo de las letras con armas a tomar, pues se sabía escritor,
o más bien, narrador de cotidianidades. Con inusual carga de ironía y pasión
melancólica, René ha tejido una obra narrativa y poética engarzada por los
hilos invisibles del juego y la parodia. Sus títulos son una tomadura de pelos
a la tradición y una mueca a la seriedad del oficio literario. Sus textos
obedecen a un diseño narrativo que pone las letras en juego: en vilo y en
jaque. Este autor ha fundado una mitología con su personalidad creativa y una
autoparodia con su estilo literario, en la narrativa y la poesía dominicanas de
las últimas tres décadas.
René es uno y es múltiple. O lo uno y lo otro. Empezó a jugar a tener la
influencia de Cortázar, pero ya a nadie le cabe la duda de que su temperamento
lúdico lo ha conducido a formar una red de cuentos, minicuentos, minificciones,
hipertextos, microtextos, novelas cortas, noveletas, poemas cortos de humor
largo, que lo sitúan en la arista de los autores inclasificables de nuestro
parnaso literario. Acaso René es uno de los precursores de la posmodernidad
literaria, pues desde los años 80 viene experimentando con recursos
intertextuales y paratextuales, y demás medios visuales y gráficos, quizás
imbuidos de su discurso publicitario y su imaginario mercadológico. Como un
dadaísta que deshoja todo y lo trastoca todo, o un postsurrealista en estado
puro, René ha experimentado con artículos de consumo masivo, como un artista
del pop art, haciendo collages
que emplea como recursos
extraliterarios en la búsqueda desentidos visuales a la página escrita.
René pertenece por derecho propio a la tribu de René del Risco, Efraim
Castillo, Enriquillo Sánchez, Pedro Pablo Fernández y Adrian Javier, esos
publicistas de las letras que han cabalgado a caballo entre el mundo de las
agencias publicitarias y la biblioteca personal, con una antorcha vanguardista
y con miradas incendiarios.
Estas pinceladas -que pretenden ser celebratorias- buscan hacer un llamado
a la crítica dominicana, en el sentido de prestarle atención con mirada de
entomólogo al discurso, al habla y a la obra provocadora, irónica, paródica y cínica
de René, quien ha escrito siempre muerto de la risa, aunque con cara de madera
y rostro infantil. Pero la ironía que maneja, y perfilan sus páginas, destilan
el vinagre de la crítica irreverente a una tradición narrativa costumbrista,
folclórica y rural, y luego urbana, que bosteza ya un aliento abúlico.
René siempre se renueva. Su travesía literaria se transforma y revitaliza
al sonde nuevas generaciones, a
tono con la respiración de la ciudad y en diálogo productivo entre ultramar y
el corazón de la mediaisla. Su impronta narrativa tiene una factura que pendula
entre la nostalgia y la ironía, la melancolía bucólica y la sordidez citadina,
el humor negro y el desarraigo existencial. Sus páginas son un desfile de máscaras
que rindenhomenaje a la radio, la
TV, el comics, el rock, el jazz, la pop
music y el bolero. Así
pues, nos da un tono epocal, que revelan sus gustos y aficiones, preferencias y
cavilaciones de su mundo onírico, con sus fantasías lúdicas y sus vigilias
melancólicas.
Melómano y cinéfilo, con estatura de jugador de baloncesto (que lo fue),
René ha sabido ensartar el lápiz para dibujarnos, con pulso de músico, el mapa
de los avatares cotidianos, en una travesía desde la provincia hasta la ciudad,
y desde la tierra nativa hasta el país del norte. Este cuentista, novelista,
ensayista y poeta es un prosista desobediente, que navega en los límites de los
estilos y los géneros literarios, con una libertad proverbial, con que les hace
una jugarreta a los críticos.
Músico de las palabras, que sabe jugar con los sonidos de las frases, en la
búsqueda de armonía, melodía y ritmo, en su tenaz pasión por los acordes, René
huye del pensamiento como el diablo a la cruz. Prefiere jugar. O jugar a
pensar. No quiere tampoco jugar a la verdad, sino jugar a las palabras, en una
rayuela en blanco y negro. Nada sin mojarse la piel, y prefiere jugar a
escribir en un ejercicio coqueto de lectura. Escribe con una flauta en la boca
y un pincel en los ojos. Su puntuación la aprendió de los dibujos pintados de
Joan Miro y los bosques naif del aduanero Henri Rousseau, tirando por la borda las leyes de la
perspectiva lineal para fundar así una prosa neutra. La razón dialéctica de René
radica en el apotegma que descabeza al de su tocayo Descartes, y que sería algo
así como: “Sueño, luego escribo”, en lugar de “Pienso, luego existo”. De ese
modo, se sumerge en la ensoñación primitiva para jugar a escribir, en una prosa
degenerada, es decir, sin género, pues huye de las formas, aunque no de las
palabras, a las que ama y por las que se desvela como un navegante insomne.
Sus textos narrativos son una prolongación de su poesía; su prosa de
imaginación posee la elaboración de una sustancia que le insufla aliento lírico
a sus imágenes connotativas. René escribe con mirada y corazón de niño, en una
escritura del instante, y con los materiales que evoca con su ficción nostálgica:
en cuadernos, libros, anuncios, noticias, notas, libreta de apuntes, lápices,
fotos, cartas, canciones, apuntes de diarios... Sus cuentos provienen de su
paleta de colores. Sus composiciones narrativas son pues conciertos de
instrumentos de viento, percusión y cuerda que suenan y resuenan en los
intersticios de las palabras, en medio de los silencios y los timbres de su voz
literaria, irreverente e inclasificable. La musicalidad de sus textos brota de
su estilo preciosista. De ahí que en todos sus libros la música ocupa el centro
de gravedad de su imaginario ficcional. Ludismo, erotismo y hermetismo, en los
textos narrativos de René sobrevuela la memoria, con sus efluvios,
fluctuaciones y reverberaciones, que van del recuerdo a la fiesta, en una
contemplación alucinante de su acto verbal.
René ha sabido pues alimentarse siempre de la música de las palabras de la
infancia. Muchos de sus personajes asumen la voz del pueblo, que es, en cierto
sentido,la voz de René, mediante
diálogos postizos y ficticios. Sus poemas son apuntes, esbozos, borradores
eternos y tachaduras que provienen de su percepción del paisaje literario, en
el que las palabras maduran en un movimiento de la ensoñación. Greguerías,
escritura automática, aforismos y bocetos de presencias fantásticas y
reminiscencias oníricas, la obra de René Rodríguez Soriano merodea a “tientos y
trotes”, como un pez en el agua, entre la poesía y la ficción, el juego y el
sueño.
Sus malabarismos poéticos, sus fraseos, sus giros fonéticos y aliteraciones
sintácticas se insertan en una poética narrativa, de tono autobiográfico, en
ocasiones, y, en otras, de matices dialógicos, donde desfilan personajes
reales, ficticios y familiares. De su registro sensible y de su mundo creativo
de personajes nos quedan en nuestras memorias Laura, Julia, Rita, Claudia,
Bianca, y un rosario de voces femeninas que pueblan su nostalgia amorosa. René
nos invita a escuchar los ecos y la música de sus tambores celestes, a veces en
clave mallarmeana o en tonos cortazarianos.
René explota el habla dominicana y capta así su doble sentido y su humor, y
funda una intrépida jergade
vocablos inventados, invertidos y trastocados. De ese modo, crea una gramática
lúdica de la pasión y una sintaxis del sueño. Inventa un lenguaje sin lengua,
es decir, una expresión verbal que transgrede la forma instrumental de
escritura -vale decir: un lenguaje deslenguado. En una palabra: una prosa
narrativa con voluntad de estilo muy personal, y en un ritmo vertiginoso. El
sueño de René reside en escribir una prosa sin silencio, o donde el silencio ha
de ser llenado por la música. Su utopía narrativa consiste en ocupar el vacío
de la página con la plenitud del sonido de sus palabras.
René se fue con su música a otro lado y quedó no solo su música verbal,
sino además, su musa memoriosa. Este narrador-poeta urde sus tramas y sus anécdotas
en un viaje fantástico a través de la niñez para matar la soledad. Si hay un
autor que escribe para conjurar la soledad ese es René, pues las letras de su
escritura expresan justamente la consagración de una puesta en crisis del
tiempo de lo escrito. Su empresa verbal opera aquí como mecanismo de redención
de su ser temporal para abolir la angustia y negar la nada, que es la razón
vital de todo estado de angustia existencial.
René goza escribir y se goza la palabra. Arma y desarma los juguetes con
los que inventa y crea sus artefactos verbales. Así pues, se divierte como
nadie, o como solo él sabe hacerlo: haciéndole un guiño a la forma de narrar y
sacándole la lengua a la expresión poética. Sus monólogos interiores y prosa poética
funcionan como compases de las anécdotas cotidianas. Su arte poético reside en
un acto de construcción y reconstrucción de recuerdos temporales, con que le da
sentido a su mundo narrativo. La vigilia que alimenta sus elucubraciones se
bifurca en impulsos de aire que se disipan en los vericuetos de la mitología de
lo real.
A la manera de los poetas románticos, René ama la noche más que el día, siente
nostalgia del pasado, de la experiencia y del paraíso. “Si el día es bello, la
noche es sublime”, diría con Kant. O contemporizaría con Hölderlin cuando
este sentenció: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”.
De ahí la huída de René al pensamiento y su refugio en el mundo del sueño. De
ahí además, el pavor a la verdad adulta y su reposo en las ensoñaciones de la
inocencia.
Oigamos a René, oigamos un
solo de flauta suyo y vámonos con su música a oír la melodía de su prosa, que le
huye al tedio.
Para empezar, vamos a
compartir con ustedes uno de los conceptos, uno de tantos, de la palabra
“cultura”: Cultura es, en esencia, una visión del mundo, o un sistema de
valores propio de una época o de un pueblo. La cultura es, por lo tanto,
sinónimo de civilización. Ahora que se defiende con tanta vehemencia la
educación formal, es decir la educación en las escuelas y las universidades, es
bueno también reivindicar estos significados de la palabra “cultura”, puesto
que, de acuerdo a esta definición sencilla y breve, sin cultura no hay
educación. La educación, unida a la cultura, crea una visión de lo que somos,
con nuestros defectos, virtudes y ambigüedades, y puede darnos una idea de lo
que queremos ser, una idea de futuro, un plan. Es decir, así como defendemos a
rajatabla la inversión en la educación, también debemos defender la inversión
en cultura, puesto que no existe una sin la otra.
Esto viene al caso debido a
que en la noche de hoy se pone a circular un libro llamado “Los MejoresCuentistas Dominicanos”, una antología de cuentos compilada por Avelino Stanley
con prólogo de Angel Lockward, que ya había sido editada anteriormente en
Colombia con el nombre “Ruptura del Límite”, por Cangrejo Editores, una
editorial colombiana, que también publicó otros libros de autores dominicanos. Recuerdo
que ese volumen me fue entregado personalmente por Avelino Stanley el día de un
concierto de Silvio Rodríguez, un libro bellamente editado, primorosamente
impreso. En el caso de esta segunda edición nacional, se ha agregado una serie
de escritores, cinco para ser exactos, que no se encontraban en la edición
colombiana, como el propio Avelino y el señor Lockward, y otros más. El libro
abre con los escritores a partir de la Generación del 60, empezando con un
cuento de Armando Almánzar Rodríguez, que es el más viejo de los escritores, y
termina con la más joven, de la llamada “Generación de la Internet”, Mercedes
Cheheen. Realiza un periplo a través del cuento dominicano a partir de la
generación del 60, como ya hemos dicho, y continúa con la generación del 80 y
al final la generación de la Internet. En el estudio que realiza Avelino
Stanley al principio de la obra, él explica los parámetros escogidos para
dividir las diferentes generaciones, lo cual casi siempre genera polémica,
puesto que divide las generaciones vivas en tres, obviando para los fines de
esta antología, por ejemplo, la llamada generación del 65 o la generación de
fin de siglo. Además, hace un estudio de la narrativa corta dominicana,
empezando por los inicios en el siglo XIX, sus figuras representativas, etc., y
nos explica cuáles han sido los criterios utilizados para la escogencia de los
autores: Deben estar vivos, nos dice Avelino, deben estar activos, y deben
tener por lo menos un libro publicado. Esta edición se encuentra dedicada a
Arturo Rodríguez Fernández, quien lamentablemente falleció en el período entre la
primera y la segunda edición y que, por lo tanto, su cuento fue eliminado de la
antología actual.
Lo que emparenta mis palabras
iniciales con el contenido del libro es lo siguiente: a través de la visión
profunda de los escritores, es decir, a través del manejo del lenguaje, notamos
cómo ha ido cambiando la forma de escribir de nuestros autores, y podríamos
decir también cómo ha ido variando la forma del ser dominicano en la
sociedad, la vida, la realidad. Es decir, la conexión con la cultura, con su
cultura, con nuestra civilización. Desde los escritores de la generación del
60, con sus historias muchas veces de contenido ideológico y de rebelión social,
pasando por el inicio del desencanto en la generación del 80 y al final la
aparición de las tecnologías y un lenguaje y una vida más crudos en la
generación de la Internet. Podemos repasar la vida dominicana a través de estos
cuentos, nuestras vicisitudes individuales y colectivas, incluso podemos hacer
un simple ejercicio con la obra y notar que, mientras en la generación del 60
se tenía una visión más social y colectiva en las historias, en las que muchas
veces aparece una vida sometida a la tiranía o a lo militar (es curioso que
casi todos los cuentos de esta generación sucedan con personajes policías o
militares), en la generación del 80 y en la de la Internet se escribe desde el
narcisismo, la individualidad, la soledad extrema, casi como si el escritor
escribiera para sí mismo, lo cual es más notable aún en los escritores mucho
más jóvenes. Y también podemos notar lo siguiente, lo cual me parece sumamente
importante: la tremenda calidad de los escritores dominicanos, lo que desmiente
la idea equivocada, injusta, de que la literatura dominicana tiene problemas
con la internacionalización debido a su poca calidad, incluso debido a sus
escasos escritores. Y debemos recordar que en este libro no se encuentran René
del Risco, Miguel Alfonseca, Virgilio Díaz Grullón, Juan Bosch, Tomás Hernández
Franco, que también fue cuentista, Ramón Marrero Aristy, etc., etc., porque,
como se divulga en las palabras de Avelino, han fallecido y no cumplen con los
parámetros de la antología. Pero si pensamos en la cantidad de escritores que
tiene este volumen, una cantidad extraordinaria con cuentistas que yo incluso
no conocía, que nunca había leído, entonces debemos convenir en que realmente
esta es una obra de envergadura. Me parece que pocas veces antes una obra había
sido tan plural en el sentido de compilar a una cantidad tan grande de escritores.
Aquí podemos encontrar narradores de la llamada diáspora, sobre todo cuentistas
que viven en los Estados Unidos, sobre todo en Nueva York; escritores de las
provincias; escritores muy jóvenes; cuentistas que tienen al menos un libro
publicado y que quizás no han publicado más debido a las dificultades que
presenta la labor literaria en nuestro país, pero que merecen estar en una
antología de este tipo debido a su calidad. He leído cuentos magníficos de
autores absolutamente desconocidos. He leído cuentos magníficos de autores
conocidísimos y multipremiados, como Pedro Peix o José Alcántara Almánzar,
cuentos escritos por jóvenes amigos como Johanna Díaz o Manuel Llibre o José
Acosta, que vive en Nueva York, cuentos de Angel Lockward, en fin, de una serie
de autores que forman parte ya de la historia de la literatura dominicana, o
que muy pronto entrarán a ese círculo tan esquivo.
Por supuesto, faltan nombres,
como en toda antología. Varios nombres, lo que significa que existen más
escritores de calidad. Y si faltan nombres significa que somos muchos. Por eso
me gustaría repetir en estos momentos mis palabras iniciales, en cuanto a la
importancia de la cultura. Este libro será entregado para ser leído en las
escuelas, en las universidades, ya tiene un recorrido internacional importante.
Si alguien quiere saber lo que somos, cómo somos, de qué forma actuamos, en
este país mestizo, promiscuo, sin identidades arraigadas, entonces lo sabremos
leyendo este libro de cuentos. Somos violentos, fantasmosos y brutales, como en
el cuento de Pedro Peix. Habitantes de una sociedad absurda e injusta, como en
el cuento de Martín Paulino. Sarcásticos e irónicos, como en el de Manuel
Llibre. La cultura debe ser sostenida, como se sostiene la educación, como debe
sostenerse todo aquello que nos hace mejores. No debemos estar siempre cojos de
una pata. Todos estos escritores dominicanos nos definen a través de las palabras,
a través del lenguaje. Representan una dominicanidad, aún aquellos que intentan
ser universales. Definen nuestra sociedad, nuestra individualidad, y una forma
específica de hacer literatura, que es la nuestra, en un país de gente que vive
muy lúdicamente y que le gusta disfrutar de la vida, pero manifestando al mismo
tiempo un fatalismo que es propio de todos los caribeños. Así que agradecemos a
Avelino Stanley y a Angel Lockward que se hayan interesado en realizar la primera
edición colombiana de este libro, y que ahora esta edición dominicana empiece
su viaje a través de las escuelas, los colegios, las universidades y los
lectores dominicanos. (Palabras en la puesta en circulación del libro "Los Mejores Cuentistas Dominicanos Contemporáneos", compilada por Avelino Stanley).
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Ojos, muchos, que
miran al espectador; un corazón colgando como un pendiente; velones encendidos
y enormes; imágenes religiosas, sincréticas, que tienen que ver con la idea
dominicana de nuestro angelario particular. San Miguel, Ogún Balenyó, Belié
Belcán, san Santiago, algunas entidades africanas mezcladas con los reales
arcángeles europeos. Serafines, querubines, ángeles, espíritus celestes,
heredados de los cupidos romanos y del arte menor de la Edad Media. Claudio
Pacheco, luego de aquella aventura con los Quijotes Caribeños, en la cual
veíamos al Ingenioso Hidalgo y a Sancho Panza paseándose por los paisajes
cibaeños, nos muestra las imágenes trastocadas de estos ángeles rodeados de
ojos que miran entre las nubes, como el ojo de Dios, el triángulo que representa
precisamente al Creador, encima del halo católico que también representa a un
santo, a una figura religiosa. Incluso nos muestra unas alas emplumadas, una
figura que simboliza la religiosidad popular, observada atentamente por esos
ojos que cada vez más se nos parecen a los ojos de Dios.
Con la presencia
pura, viva y caliente del color que tanto identifica la pintura del artista,
estos cuadros de este pintor de Santiago que crea con una intensidad febril, obsesiva,
se nos aparecen simbolizando el sincretismo religioso dominicano, o lo que es
lo mismo, nuestro mestizaje ancestral, decidido desde el momento en que nos
invadió el Imperio Español hace más de medio milenio. A partir de ese momento
los habitantes de la isla empezaron a ser otra cosa. Cambiaron a la fuerza. Esa
riqueza mestiza que nos hace tan particulares, porque después de todo nos
identifica como caribeños, africanos exiliados en las antillas mezclados con
europeos y uno que otro indígena que ligó su sangre hasta desaparecer por
completo, nos hace precisamente más ricos. No debemos olvidar que el Caribe es
identificado sobre todo por la aparición del esclavo africano, por la presencia
tan fuerte de sus costumbres, su mitología y su cultura expansiva, alegre y
musical, llena de pompa, sonrisa y movimiento. Porque estas preocupaciones del
pintor tienen que ver además con sus intereses en otras ramas del arte, como
por ejemplo en la música, a la que se ha dedicado últimamente. Y si unimos esta
manifestación sincrética tan poderosa en nuestra identidad con la religiosidad
popular, entonces tendremos los cuadros de Claudio Pacheco, con el triángulo de
Dios como el ojo protector que nos observa, y que sabe todo lo que hacemos.