Máximo Vega por Manuel Salvador Gautier

16 de agosto de 2014


            Máximo Vega es narrador desde muy temprana edad. Nació en 1966 y ya para 1984,  a los 18 años, tenía escritos varios cuentos y una primera novela. Los cuentos no sobrevivieron; la novela, sí. Hablo de Juguete de Madera, corta, que, con cuatro ediciones, se ha convertido quizás en la obra literaria más conocida del mundo literario del Cibao. Aunque también tiene adeptos en la Capital. Yo recuerdo haber oído de esta obra en los 90, cuando estudiaba toda la narrativa que se producía en el país. En los trabajos que he leído sobre Máximo Vega, no se habla de que tenga ningún otro interés que no sea la literatura. Estamos, entonces, frente a un autor convencido de su vocación, que se ha dedicado a trabajar una obra literaria que poco a poco ha tomado cuerpo, convirtiéndose en una de las más representativas del país, aunque los santiagueros y el mismo Vega insistan en decir que sólo es reconocida en el Cibao.
            Sobre Máximo Vega, la escritora también santiaguera Rosa Silverio, en la introducción a una entrevista que le hace a nuestro autor sobre Juguete de Madera, novela publicada en 1996, nos dice: “A través de su literatura nos remite a un universo en donde predomina lo oscuro, la derrota, la infamia y el abismo. Una literatura en donde se nos muestran las cicatrices del alma humana y sus más viles o secretas aficiones, en donde los sueños se vuelven una causa perdida y en donde apenas queda un resquicio para la luz. Esa literatura honda, cruda y pesimista que muchas veces se contrapone a cualquier esperanza, logra remover los cimientos del lector y lo lleva a cuestionarse sobre la realidad que le rodea y sobre su propia naturaleza”.
 Es una percepción que comparte el reconocido escritor José Alcántara Almánzar, en la presentación del último libro de Vega, publicado por el Banco Central en el 2014, titulado Era Lunes Ayer, donde nos dice: “Los textos de Vega pueden interpretarse como transgresiones a la moral establecida, un frontal ataque a la doble moral que nos ahoga. Son intentos de penetrar en la sordidez y la desesperanza de unas vidas sin alicientes ni destino. Pero más allá del efecto perturbador de una escena o una frase implacable, lo que impresiona es la crudeza para contar los aspectos más venenosos de las relaciones entre hombres y mujeres. Algunos son cuentos desgarradores y crueles sobre una violación, un infanticidio, un incesto en primer grado, en todos late algo macabro que nos estremece”.
  Es obvio que, en esta obra literaria, escrita en un período de treinta años, desde 1984 a 2014, Vega se mantiene fiel al tema que lo enardece: la denuncia de los abusos que cometen los hombres y las mujeres entre sí, y lo hace de manera descarnada, sin contemplaciones.
  El libro Era Lunes Ayer, se inicia con dos obras maestras de la cuentística dominicana, los cuentos titulados “La Victoria” y “Hansel y Gretel”, que ya habían sido publicados en otros de sus libros (puesto que esta obra es una recopilación de sus cuentos editados). En estas dos obras, la caracterización que hace de sus personajes es pormenorizada e impactante.
La Victoria” es un monólogo de pocos párrafos largos; manejado con un lenguaje sencillo
donde campean las palabras del mundo del boxeo, ya que el protagonista es un boxeador. Trata sobre las promesas que no pueden cumplirse, y es extraordinaria la manera en que Vega maneja el tema, con gran destreza y sutileza. El final toma desprevenido al lector. Es el momento en que aparece uno de esos “resquicios para la luz” que señala Rosa Silverio: Vega nos guía hacia la compasión. Compasión por estos seres vencidos, que no pudieron cumplir sus promesas ni alcanzar sus sueños, y que, sin embargo, encontraron una salida satisfactoria, aunque inconsecuente, a sus vidas.
“Hansel y Gretel” es una interiorización de una mujer ordinaria, ejecutiva arribista, que trabaja en una oficina del Gobierno y aspira a seguir ascendiendo hasta sustituir a su jefa. Vega, también con gran destreza, nos inunda de detalles sobre la vida de esta mujer: cómo se viste, lo bien que cocina, cómo desprecia a los que no considera de su clase, cómo se hace acompañar de una amiga de mayor categoría para igualarse a ella. Hasta el final, no se entiende por qué el autor llama su cuento igual a la famosa historia de los hermanos Grimm que nos leyeron de niños para espantarnos y hacer que nos portáramos bien. Este cuento de Vega, sin embargo, es mordaz, muy cruel, sin la ternura del de los Grimm, donde los niños son los protagonistas y logran un final feliz. “Hansel y Gretel” de Vega ha tenido gran éxito internacional: fue incluido en un texto para estudiantes universitarios en México.
Además de las obras ya señaladas, Máximo Vega tiene las novelas “Ana y los Demás” (2001) y “El Mar” (2008), y los libros de cuentos “La Ciudad Perdida” (2004), “El Final del Sueño” (2005) y “Cuentos para Niños y otras Historias Terribles” (2006). Ha editado las antologías de cuentos “Para Matar la Soledad” (2002), del Taller de Narradores de Santiago, “El Cuento Contemporáneo de Santiago” (2005), y el libro de ensayos “El Libro de los Últimos Días” (2011). Ha sido premiado en varios de los concursos nacionales en los renglones de cuento y de ensayo, y ha sido antologado nacional e internacionalmente. En el año 2002, ganamos el Concurso de Ensayo con motivo del Bicentenario del Nacimiento de Víctor Hugo, Vega con el trabajo “Víctor Hugo en la Historia”, sobre la vida del escritor, y yo con el trabajo “La fatalidad no está en un campanario de París”, sobre su narrativa, analizando la novela El Jorobado de Nuestra Señora de París.
            Uno de los grandes méritos de Vega como difusor de la cultura es haber liderado el Taller de Narradores de Santiago, fundado hará unos quince años. En la actualidad es su coordinador. Desde esta actividad, ha estimulado la creatividad de nuevos escritores y ha difundido la obra literaria cibaeña.




Para Todos Nosotros Caerá la Noche

Nuevo libro de cuentos de César Zapata
Este es el libro de cuentos de César Augusto Zapata, reconocido poeta y narrador dominicano de la llamada Generación del 80. Muy pronto se pondrá a circular en la Librería Cuesta, en Santiago de los Caballeros. Contiene 16 cuentos, y unas palabras muy elogiosas en la contraportada de Rafael Peralta Romero. Peralta Romero afirma, en la contraportada del libro:
"César Augusto Zapata, ampliamente conocido en el campo de la poesía, aplica su poética a la narración de sucesos impresionantes, capaces de conducir al lector por la senda que ha trazado como narrador. Este libro evidencia que Zapata no sólo ha aprendido el oficio de cuentista, sino que por aprenderlo tanto, para él escribir un cuento se torna en un juego, aunque sus personajes anden atormentados con recuerdos y obsesiones. Cuentos que pueden tipificarse de fantásticos unos o sicológicos otros; se trata de historias profundamente humanas, en las que se vierten interioridades de unos personajes que por extraños no dejan de parecerse a quienes nos consideramos normales. Para todos nosotros caerá la noche es un gran libro de cuentos: profundo, dinámico, original, fiel a la técnica y a la vez muy personal en los temas y en la caracterización de sus personajes".
Enhorabuena a César Augusto Zapata.

Julio Cortázar en la República Dominicana

   En este mes del centenario de Julio Cortázar, el centenario (al parecer olvidado en este país) de un escritor que ha influenciado tan grandemente la literatura dominicana, nos aconsejan que no es conveniente hacer especulaciones negativas. Lo positivo está de moda: de acuerdo a los siquiatras, los sicólogos y los presentadores de televisión de CNN en español, dados al seguimiento de Paulo Coelho, Isabel Allende y los libros de autoayuda, el pesimismo provoca depresión (descubriendo, claro está, la fórmula del agua tibia). Escritores dominicanos, desconocidos algunos de ellos fuera del país, es decir para algunos lectores de este blog, como Arturo Rodríguez Fernández, René del Risco Bermúdez, Miguel Alfonseca, René Rodríguez Soriano, yo mismo y escritores jóvenes o no tan jóvenes como Eugenio Camacho, Ubaldo Rosario, grandes admiradores de Cortázar, del estilo de Cortázar, demuestran que el escritor argentino ha sido el narrador extranjero que más ha influenciado la cuentística dominicana. Puedo admitir, por ejemplo, que tomé un pequeño trozo de uno de los cuentos del libro "Papeles Inesperados", obra póstuma de Cortázar, y lo copié con algunos cambios en uno de mis cuentos, aún inédito, no sé si cometí alguna ilegalidad que no debería existir en la literatura con el tema de los derechos de autor, pero bueno, soy un escritor pobre y desconocido y creo que soy indemandable. Don Virgilio Díaz Grullón nos confesó una vez que empezó a escribir cuentos de tema fantástico luego de leer "Bestiario", y descubrir el compromiso político de Cortázar, puesto que pensaba que una cosa no era compatible con la otra, en nuestros países llenos de desigualdad social, de dictaduras o de presidentes autoritarios, de pobreza y de violencia. Juan Luis Guerra, compositor y cantante, confesó que su "Burbujas de Amor" está muy influenciado por el "Axolotl" de Cortázar...
   Pero hay algo que me parece importante en Julio -estoy seguro de que si estuviese vivo podría incluso tutearlo-, y es algo que no tiene que ver con él en sí mismo como escritor sino con la época en la cual vivió, en la que un escritor -un escritor como él, un gran escritor- influenciaba la vida de las demás personas, incluso las de aquellas que no lo leían; una época en la cual un intelectual era seguido y escuchado. Recuerdo no sin asombro cómo en un periódico nacional un poeta como Enriquillo Sánchez tenía seguidores incondicionales, muchos, a pesar de que escribía con un estilo único a veces difícil, que requería cierta clase de educación en la cultura, pero era seguido, y comentado, y era popular. Lo recuerdo cuando Enriquillo Sánchez ya está muerto. La presencia de alguien como Cortázar en el país podía arrastrar multitudes. Sabemos, claro está, que ésta no es una buena época para la imaginación, y creo que no existe una prueba más fehaciente de esta certeza que lo que ocurre en el ámbito cultural de mi propio país. Ya pasó la época de los sacrificios, de lanzarse al vacío defendiendo principios o ideas, de entregarlo todo a cambio de la literatura. En una entrevista que le hicieron a Le Clézio en la Feria del libro de Bogotá, él les comentaba a los jóvenes que no se desesperaran, que lo apostaran todo a la literatura. Pero ya sabemos que la literatura es también mercado, que un libro es un objeto de venta, que a una editorial le interesa más cuántos libros se venderán o cuántos premios se va a ganar que descubrir a un escritor no importante, eso es muy difícil, sino por lo menos bueno. Un buen escritor. Llegará un momento (bueno, creo que ese momento ya ha llegado) en el que solamente podremos leer a escritores españoles, argentinos, mexicanos, colombianos (es decir, escritores de los grandes mercados). "No he estado en los mercados grandes de la palabra", canta Silvio Rodríguez, "pero he dicho lo mío a tiempo y sonriente". Yo apostaba, quizás con mi ingenuidad de escritor dentro de una burbuja, en la sacralidad de esto, pero claro, es obvio que estaba equivocado. Volviendo al tema, dejando de lado pesimismos y depresiones por la situación de la cultura, celebramos cien años de un escritor que nos ha dado tanta felicidad, pero también que nos ha hecho reflexionar acerca de la irrealidad de lo que percibimos, acerca de cómo debemos cuestionarnos toda la realidad que creemos tan cierta. Que nos ha conmovido y nos ha asombrado.



   El Taller de Narradores de Santiago, una ONG que se dedica a promocionar la literatura en la República Dominicana, está celebrando todo el mes de agosto los Cien Años del autor de cuentos como El Perseguidor, Circe, La Noche Boca Arriba, Casa Tomada o El Otro Cielo, y de novelas como Rayuela. Aunque la existencia de un escritor como Julio Cortázar nos lleve de nuevo al pesimismo, a la época y al país en el que estamos viviendo, en el cual la cultura no tiene demasiada importancia. Sucedió con el bicentenario más importante: el de Juan Pablo Duarte, quien alguna vez fue el Padre de la Patria, y con el centenario del poeta Pedro Mir, quien alguna vez fue Poeta Nacional. A veces uno se cansa de luchar siempre.
   Pero hay que seguir luchando, por inercia, por diversión.


A Mitad del Sendero (cuentos)

Este es el libro de Altagracia Pérez, que ahora vive en Europa, el cual edité y le escribí un breve prólogo, y que será puesto a circular en poco tiempo. Mientras tanto, aquí están las palabras que escribí para presentar su primer libro, que recuerdo que ganó el Premio de Cuento de la Sociedad Alianza Cibaeña:


          Los cuentos de Altagracia Pérez abordan temas que son escasamente tratados por los escritores de nuestro país. Ella nació en Santiago Rodríguez, en la Línea Noroeste, y sus cuentos se encuentran ambientados en ese específico espacio, aunque ella no lo comente, o en los barrios urbanos marginados formados por emigrantes de las zonas rurales, con toda su carga de miseria, de desarraigo cultural, con toda su realidad caótica e interesante. Todos sus cuentos se encuentran enmarcados en un ambiente mezquino, desolador y desventurado.
          Si algo define a estos cuentos de Altagracia, si algo los comunica, sería cierta cualidad poética parecida, pero de ningún modo extraída, a la de los dos libros de Juan Rulfo. El cuento “Bajo la Lluvia”, por ejemplo, apenas cuenta una historia, puesto que es más bien la definición de un personaje, con un lenguaje que lo convierte en opaco y esquivo, casi intangible. Contado en segunda persona, se encuentra alevosamente escrito en clave poética, de manera que la historia cede a las palabras, y a veces es más importante cómo se encuentra escrito, que la historia en sí que se narra, a pesar de su final sorprendente.
       Para los que han leído “La Pasión de Mallías González”, antologado en varias ocasiones, no será una sorpresa la historia desdichada de esa familia venida del campo, instalada en un barrio periférico de la ciudad de Santiago, la historia poderosa de ese retrasado mental que vive en su propio mundo, aunque ese mundo sea, por supuesto, terrible. Puesto que dos cuentos pueden ser descontextualizados de este pequeño libro, cuentos que a su vez presentan puntos en común: el ya mencionado “La Pasión de Mallías González”, y “Fin de Semana”: ambos suceden en barrios marginados, sus personajes han emigrado del campo a la ciudad, y ambos tienen un signo trágico que completa la historia.
       Los demás transcurren en zonas rurales: están escritos de forma diferente, enfocados de forma diferente; a pesar de que sus personajes no son individuos felices, la poesía de su lenguaje es, a veces, más importante que la historia en sí. En los dos cuentos ya mencionados, se narra abiertamente, y el lector podrá encontrarse con varias imágenes muy bellas, pero la historia es tan vigorosa que olvidamos por completo su forma. En los cuatro restantes (debemos tener en cuenta que, quizás, estas historias le llegan difuminadas por el recuerdo) el lenguaje y la evocación, cierta melancolía y cierto candor, cierta ternura hacia los personajes en medio de tanta dureza, de tanta tristeza, reflejan la nostalgia de la autora por un tiempo y un espacio que ya ha abandonado, es posible que definitivamente.
          Quiero también llamar la atención del lector en el hecho de que la mayoría de los personajes importantes de este libro son mujeres, y que esta preponderancia femenina presagia la inclusión de Altagracia en cierta literatura escrita por mujeres que responde a los intereses de su propio género, a su problemática y a su marginación, que despierta en toda América Latina, aunque no sé si, todavía, podríamos hablar de felices resultados. Futuros trabajos creativos demostrarán el compromiso de la autora con esta temática, con este “ojo femenino” con el que se ve la vida. A pesar de que sus cuentos pueden dar la impresión “de que los estamos leyendo como a través de un cristal”, como se le objetó en algún momento a Virginia Woolf, son completamente sinceros, auténticos, salidos de una experiencia o un dolor, y, más importante aún: son diferentes. En un tiempo literario en el cual todos escriben lo mismo y todas las historias se parecen, este logro, que se manifiesta de manera natural en ella, no es poca cosa.
          En el segundo apartado del volumen, esto es, “Alfabeto para la Desolación”, continúa con este estilo poético que envuelve las historias. Muchas de ellas transcurren ya en Europa, donde vive en estos momentos la autora, y algunos vuelven, a través del recuerdo, a su país de origen. Personajes tan reales que parecen sacados directamente de algunas de nuestras calles, aunque siempre están presentes en ellos un sentido humanístico que no los hace irreales, sino mucho más imperfectos, como somos todos. Estos cuentos están escritos posteriormente a la primera parte (“A Mitad del Sendero”), y puede notarse sin hacer mucho esfuerzo un mayor cuidado en el tratamiento del texto, un conjunto de historias con argumentos más complicados, personajes de muchas dimensiones, impuros o agradables, mejores y al mismo tiempo peores.
          Siempre es agradable saludar un primer libro. Que ella me haya escogido a mí para representar este papel, me enorgullece profundamente. Al mismo tiempo, cuando varios escritores jóvenes le piden a uno que prologue sus libros –me ha ocurrido dos o tres veces ya –significa que, lamentablemente, uno empieza a madurar, empieza a envejecer. Pero está claro que éstas son sólo algunas escuetas palabras de apoyo y presentación. Espero que Altagracia, mi gran amiga, aprecie la Literatura con la seriedad y la entrega, con la pasión obsesiva que toda actividad que le da sentido a nuestra vida se merece.






¿Y Tu Abuela Dónde Está?, de Carlos Esteban Deive

Este es el libro ¿Y Tu Abuela Dónde Está?, de Carlos Esteban Deive, Premio Nacional de Ensayo 2012. Es pertinente comentar este libro en estos momentos debido a las tensiones entre Haití y la República Dominicana, que han aumentado desde hace algún tiempo. En este ensayo, Esteban Deive analiza el nacimiento de ambas naciones desde la época colonial y su separación histórica, la presencia del negro en ambos nacimientos, pero el libro nos habla de algo más, de un sentido humanístico del problema: en su condición de dominicano nacido en España, más dominicano que español, el autor trata de no recurrir a ninguna clase de etnocentrismo para explicarnos las taras que nos ha legado el pasado colonial, los choques armados con Haití, que en el siglo XIX ocupó este lado oriental de la isla por 22 años, las masacres de Dessalines y Christophe, la matanza de los haitianos por parte del dictador Trujillo, etc. Pero indirectamente, Esteban Deive describe, a través de documentos escritos por intelectuales liberales desde el siglo XVIII, la imposibilidad de los liberales de acceder al poder real, y el éxito de los conservadores para detentar continuamente el poder político. Hateros, esclavistas, amos, privilegiados, es decir, racistas, antihaitianos, ricos, hispanófilos, se han cuidado de agruparse para permanecer en el poder, examinando detenidamente a los gobernantes de turno para averiguar si pueden afectar sus intereses. El continuo acceso al poder de la clase privilegiada y conservadora, cuya única misión social es mantener los privilegios basados en la tradición, ha provocado, auspiciado por los continuos choques y problemas con Haití, que el dominicano sea racista, antihaitiano, conservador y etnocéntrico. Pero que, en una suerte de racismo inverso, el haitiano padezca el mismo problema con respecto al dominicano. Los intelectuales liberales han sido incapaces de romper un cerco conservador que es obvio en cada uno de los gobiernos dominicanos, sea quien sea el gobernante de turno. Peña Batlle y Joaquín Balaguer, los dos apólogos principales del conservadurismo político encarnado en la figura de Trujillo primero, y del propio Balaguer luego, nunca ocultaron su racismo, contenido en su hispanofilia y en la idea de que el blanco es superior al negro, biológicamente, aunque yo pienso que no son apologistas ingenuos, sino que sus ideas están sustentadas en pruebas falsas, o falsificadas, pero que ellos sabían que eran falsas; es decir: mentían para propiciar un estado de cosas que conviene al conservadurismo, que mantiene sus privilegios sociales pase lo que pase. Esa diferencia, que cae ya en un antihaitianismo cada vez menos racial, debido a los descubrimientos científicos y a que, incluso, el país más poderoso del mundo tiene un presidente de color (el presidente de los Estados Unidos Barack Obama es porcentualmente más popular en la República Dominicana que en los demás países de América Latina), ha ido derivando a lo económico: el pobre merece ser pobre, el rico merece ser rico. El dueño de una tienda por departamentos es multimillonario, pero sus empleados tienen que trajinar mucho para sobrevivir económicamente todos los días: él no trata de cambiar la situación porque esa es la ley natural, la ley del capitalismo. Los funcionarios políticos son incapaces de cambiar eso, o no les interesa. Las personalidades liberales que han sido presidentes de la República (exceptuando a Juan Bosch), al llegar al poder han dado un viraje ideológico que los coloca en la acera de enfrente, tratando de mantener la gobernabilidad. El éxito tan arrollador del conservadurismo político, que todavía hoy día pretende hacer creer al país que los negros (haitianos), son inferiores a los blancos (según ellos: dominicanos, lo más ridículo del mundo, puesto que los dominicanos somos mestizos y mulatos en su gran mayoría), nos ha colocado siempre en una posición de desventaja en el plano internacional, puesto que siempre estamos a la defensiva debido a estas consideraciones reaccionarias. Como ha sucedido en otros países caribeños, y como muy bien escribe Carlos Esteban Deive, aquí debería crearse una Instituto de Estudios Africanos, o una Casa de Estudios Africanos o un Centro de Estudios Africanos, auspiciado por el ministerio de cultura, que nadie sabe bien para qué sirve, al mismo tiempo que una serie de proyectos y actividades culturales conjuntas podrían acercar ambos pueblos, aunque, por supuesto, no exactamente ahora, sino cuando las aguas se calmen debido a todo lo que sucede en estos momentos. Pero el pensamiento liberal dominicano, las personalidades, los intelectuales liberales dominicanos, deberían hacer una profunda revisión de su incapacidad para acceder al poder, en contraposición con el conservadurismo, que siempre está en el poder (aún cuando ganen las elecciones presidentes supuestamente liberales) y que impone un modelo ideológico obsoleto y reaccionario que mete en problemas continuamente a la República Dominicana. Esta obra de Carlos Esteban Deive debería ser libro de texto obligatorio en el bachillerato y en las universidades dominicanas, si queremos empezar a reconocer de una vez por todas quiénes somos en realidad.

Tres novelas de J. M. G. Le Clézio: Onitsha, Desierto y La Cuarentena





Jean-Marie-Gustave Le Clézio es un gran escritor. La mayoría de sus novelas y ensayos abordan el mestizaje y el proceso de enriquecimiento del capitalismo a través del colonialismo. Sus novelas son libros de viajes. Le atraen las culturas milenarias y originales, poniendo de manifiesto el hecho de que esas culturas son mucho más ricas, interesantes y profundas que la dominante hoy día, es decir, la civilización europea. Pero al mismo tiempo, debido a que sus historias transcurren en el tercer mundo, parece contarnos también que los reyes y los emperadores de hoy pueden ser los mendigos del mañana. Sus novelas son, en realidad, fábulas. Algo de irrealidad y de inverosimilitud transmiten, a pesar de las atrocidades que suceden en ellas, y a pesar de que se encuentran sustentadas en hechos históricos irrefutables. Sus personajes son demasiado místicos o demasiado dignos. Quizás sucede así porque están enfocadas desde el punto de vista de un europeo, es decir, no están contadas desde dentro. Las cuenta alguien que ve, y que trata de entender. He leído sólo tres novelas suyas (es bueno consignarlo antes de continuar), publicadas por la editorial Tusquets: Onitsha, Desierto y La Cuarentena. En Onitsha, su personaje principal, un niño inglés que viaja al África, habla de su madre como si se tratara de su amante. Desprecia a los pedantes colonizadores ingleses que maltratan a los verdaderos dueños de esa tierra, empieza a entender la originalidad de las culturas yorubas que surgieron hace miles de años a orillas del río Nilo. En Desierto aparece Lalla, una niña árabe, que se enamora de un niño mudo descendiente de los tuaregs (al autor le atraen los personajes mudos o sordomudos, que son reiterativos en su obra), que es despreciado por el pueblo de ella, que los ha adoptado a ambos. Lalla viaja a Francia, y al crecer se convierte en una modelo famosa de fotografías, pero es incapaz de permanecer en un país que no comprende. Analfabeta, embarazada, Lalla parece pertenecer sin remedio a una civilización sin la cual se siente desarraigada. Simultáneamente, se cuenta la historia de los tuaregs, imperialistas, guerreros, derrotados por el “ejército cristiano” francés que invadió Marruecos durante el siglo XIX para cobrarse una deuda bancaria de su rey (como sucedió aquí en la República Dominicana a principios del siglo XX, invadida por los Estados Unidos por la misma razón). En La Cuarentena, un niño que espera a su abuelo en un bar de París se encuentra de repente con Rimbaud y Verlaine (Rimbaud: rebelde, violento, joven, depresivo; Verlaine: tranquilo, aburguesado, maduro), y empieza a recordar entonces la historia de su abuela Suzanne, que citaba los versos de Rimbaud, la historia de su abuelo Jacques, pero también la vida del hermano de su abuelo, Léon, el Desaparecido, que abandonó a su familia por el amor de una mujer hindú después de un viaje infernal a las islas Mauricio. Es la más cruda de las tres novelas. Se cuenta al mismo tiempo los avatares de los inmigrantes hindúes, engañados por las empresas inglesas para irse a morir a las islas Mauricio (creyendo ellos, claro está, que llegarían al paraíso). Pero lo que más nos sorprende de las novelas de Le Clézio es el uso del lenguaje. Está compuesto por una sucesión de bellezas que a veces nos agota. Tiene un gusto casi romántico por las culturas antiguas, exóticas, lo cual le confiere un tono épico. Sus descripciones, sumamente poéticas, elevan estas fábulas atroces, puesto que contadas de otra manera nos resultarían insoportables. Lo único que le reprochamos es cierta tendencia a la cursilería, una mínima tendencia a lo cursi, que le soportamos debido a la belleza que rodea tantos “sueños”, “mares”, “estrellas”. En La Cuarentena, los cipayos asesinan a bastonazos a los inmigrantes, pero sabemos que la vida sigue siendo bella gracias al uso del lenguaje. A veces aparece La Fría, como un espectro, una mujer enferma que carga por los caminos cipayos a su hijo muerto. En Desierto, los tuaregs son diezmados debido al dinero, la causa más pueril y banal del mundo (pero la causa que mueve hoy todas las cosas). Sus descendientes están condenados a vivir en los basureros del planeta. Como estamos condenados nosotros, habitantes de un tercer mundo lleno de corrupción y violencia. “Pero alguna vez fuimos reyes”, dirá alguno; alguna vez antes de los imperialismos y las colonizaciones, antes de la esclavitud: debemos entender que los personajes de sus novelas somos nosotros también. Vamos a leer estas tres novelas de Le Clézio, Premio Nobel de Literatura del año 2008.


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José Alcántara Almánzar



Máximo Vega Era lunes ayer

(Palabras de presentación del libro de cuentos de Máximo Vega en la Biblioteca del Banco Central, Santo Domingo)

El libro de cuentos de Máximo Vega, cuyo título, Era lunes ayer, podría sugerir al lector un conjunto de crónicas periodísticas, semblanzas o ensayos, lo primero que debo aclarar es que se trata de una colección de ficciones, es decir, invenciones, creaciones de la imaginación que tienen su raíz, qué duda cabe, en la más elocuente realidad. Una realidad social y cultural de evidencias irrefutables, a menudo atroces, pero sobre todo la realidad íntima y personal del autor, que es siempre el punto de partida del viaje a la ficción, porque nadie puede pergeñar auténticas obras sin ese empuje avasallador e intransferible que solo emerge del corazón y la mente de un artista que pone al rojo vivo lo que en ideólogos y políticos se convierte en falacia y ocultamiento.
Máximo Vega cuenta historias y sabe hacerlo con un estilo claro, ágil, en el que se advierte de inmediato su dominio de la técnica de narrar cuentos, yendo directo al grano, sin eufemismos ni edulcorantes, sin ridículas poses de salón ni sentimentalismos fatuos. Aprendió bien sus lecciones con maestros de la estatura de Juan Bosch, a quien tributa un homenaje en la última historia. El libro contiene  una veintena de relatos de seres humanos comunes y corrientes, cuyas vidas son ejemplos del fracaso en sus más variadas formas. Son individuos que sucumben a la rutina, el anonimato, la precariedad, las amarguras de relaciones tortuosas de desamor, infidelidad y traición.
Un rasgo dominante en los cuentos de Vega es el flagrante erotismo que recorre muchos de ellos, y la voz del narrador lo hace sin ambages. Abunda el sexo por dinero, el sexo como válvula de escape, el sexo prostituido. Toda la sociedad, con sus lacras y deformaciones, asoma el rostro en las páginas de este libro. En cada historia asistimos a un capítulo de la corrupción, la desigualdad, la discriminación, la opresión, la violencia, la inseguridad, el desamparo de los marginados.
Los textos de Vega pueden interpretarse como transgresiones a la moral establecida, un frontal ataque a la doble moral que nos ahoga. Son intentos de penetrar en la sordidez y la desesperanza de unas vidas sin alicientes ni destino. Pero más allá del efecto perturbador de una escena o una frase implacable, lo que impresiona es la crudeza para contar los aspectos más venenosos de las relaciones entre hombres y mujeres. Algunos son cuentos desgarradores y crueles sobre una violación, un infanticidio, un incesto en primer grado, en todos late algo macabro que nos estremece.
El autor revela en este libro que es uno de los cuentistas de mayor talento de nuestro país y que conoce a fondo los secretos de un género que si bien ha evolucionado como pocos, constituye un desafío para cuantos pretenden cultivarlo. Sus cuentos, en los que muestra un diestro manejo de las estructuras y técnicas de la narrativa breve, son nuevas formulaciones, miradas novedosas de unas realidades ya conocidas que él transforma en cada página, con un lenguaje que corta con la precisión de un bisturí.
La irreverencia se expresa no solo en la procacidad lúbrica y la expresión salaz, sino en el hastío de lo familiar, convertido en prisión o infierno, lejos de ser habitual remanso; en la crítica mordaz a las iniquidades sociales; en la ironía, el sarcasmo, la implacable visión del entorno, el voyerismo, la autocomplacencia, el odio al trabajo y a las buenas costumbres.
Muchas de las historias de Era lunes ayer, un título engañoso que no nos dice mucho de lo que vamos a presenciar, ocurren en Santiago de los Caballeros, la patria chica del autor, una ciudad que se ha vuelto insegura y caótica, como casi todas, con sus basurales y el humo asfixiante del famoso vertedero, sus endrogados, sus rateros, sus boxeadores, pintores y músicos fracasados, sus brujos de ocasión, sus travestis, fisgones y mujeres de arrabal que a veces exhiben más compostura que las grandes damas de sociedad.
En conclusión, Era lunes ayer nos sumerge en los laberintos que se encuentran bajo las felices mendacidades de la publicidad, con su desfile de figuras impolutas, vestidas con atuendos deslumbrantes y perfectos. Son cuentos que nos estremecerán y nos harán reflexionar sobre este ominoso presente en que vivimos.


Muere Ana María Matute

Ana María Matute (1925-2014) ha fallecido a los 88 años en Barcelona, según ha confirmado la Real Academia Española (RAE), donde ocupaba la silla K. La autora de «Olvidado rey Gudú», que recibió el Premio Cervantes hace tres años, trabajaba actualmente en otra novela que verá la luz en septiembre. La escritora ha muerto en el Hospital de Barcelona un mes antes de cumplir los 89 años, tras haber sufrido hace unos días una crisis cardiorrespiratoria.
La capilla ardiente con los restos de Ana María Matute se abrirá mañana, jueves 26 de julio, a las 15.00 horas en el Tanatorio Les Corts de Barcelona y el funeral se celebrará al día siguiente, desde las 13.00 horas, en el mismo tanatorio, según han informado fuentes de la editorial Destino.
Escritora... por muchos años proclamábamos en cada primavera, por cada novela. En la avenida Virgen de Montserrat, donde vivía Ana María Matute, ha quedado un sillón vacío donde ella cartografió universos remotos. Las jornadas de la escritora comenzaban con un café y el crucigrama que culminaba en ese sillón. Luego se metía en su cuarto para amasar sus harinas novelescas. Conversar con ella era un goce de humor inteligente. Recordamos una de aquellas mañanas. Desde la terraza de su sobreático identificamos el territorio Marsé: la Ronda del Guinardó y el Carmelo. En la sala de estar, un hogar de hierro forjado.
En la mesa de centro, el «Viaje en autobús» de Josep Pla. Una lámpara con una pantalla salpicada de nombres de escritores: Torrente Ballester, Camilo José Cela, Ramón J. Sender… Videos, libros de historia y abundante literatura anglosajona en las estanterías. Cuadros: uno con grabados de «Alicia en el país de las maravillas» de Lewis Carroll; otro, con un mapa de Madrid en 1635. Las gafas de la escritora reposando sobre el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, su otro sillón de las palabras.
Cuando la escritora hablaba de sí misma, lo hacía en tercera persona, como si apelara a esa niña traviesa que siempre fue: «¡Cosas de la Matute!», exclamaba. Hija de familia burguesa, el 26 de julio del 36, Matute cumplía 11 años: mientras ardían las iglesias, los anarquistas colectivizaban la fábrica de paraguas del padre, y la familia escondía un fraile y una monja con una cheka muy cerca de casa... «Intuíamos aquella guerra, pero no podíamos denominarla. Éramos la Generación de los Niños Asombrados».
Matute escribió su primera novela aquel verano del 36 en Barcelona y la tituló «Juanito». Por las noches iba con una linterna a la habitación de mis hermanos para leerles un capítulo, que acababa con un Continuará… Su obra estaba impregnada del espíritu de una infancia con más sombras que luces que abominaba de la ñoñería. La escritora era crítica con los niños de hoy. Harry Potter le parecía bien como estímulo de la imaginación. Le fastidiaban los cuentos políticamente correctos «porque no hay ángeles y las hadas están adulteradas» y denunciaba las carencias de esos chavales abducidos por las nuevas tecnologías: «Manejan el ordenador mejor que nadie, pero no saben quiénes eran Caín y Abel. Y no en el aspecto religioso, sino como expresión cotidiana. A los 15 años es peor, porque entonces se creen que saben. Y más grave todavía: personas que tienen una responsabilidad social y que cometen faltas de ortografía. De jovencita, si algún pretendiente me escribía con faltas de ortografía, aunque fuera el chico más guapo del mundo yo lo descartaba rápidamente. Me parecía horrible que un joven de 15 años cometiera faltas de ortografía. Fíjese… ¡Ahora me quedaría sin novio!».
En aquellos años, se deleitaba con «La recherche» de Proust y las «Cumbres borrascosas» de Bronte, que leyó a los 17 años. Todavía conservaba el libro en su biblioteca. Colección La Nave: «Se cae a trozos, no se puede ni tocar… A veces pienso: ‘¿Para qué escribir? ¡Que escriban otros! ¡A mí lo que me gusta es leer!» Y luego, añadía con una voz tristona, «resulta que no puedes vivir sin escribir...». El 6 de enero del 59, cuando ganó el premio Nadal con «Primera memoria», la Matute lo estaba pasando mal. Ya había publicado «Los Abel», «Fiesta al Nordeste», «Pequeño teatro», «En esta tierra» y «Los hijos muertos»… pero escribía cuentos semanales para la revista Garbo con su hijo Juan Pablo de pocos años en las rodillas y las manitas en el teclado de la máquina. Una foto de aquellos tiempos difíciles le acompañó siempre en su velador de escritora. Su matrimonio con el fantasmalRamón Eugenio Goicoechea había naufragado; en las «historias de niños», con las que algún crítico patoso le tejió un sambenito, la escritora se identificaba con esos pequeños náufragos que expresan la verdad que más duele; esa verdad que la edad adulta, haciendo honor a su nombre, adultera.

Estaba en todas sus novelas

Sus novelas no eran autobiográficas… pero ella estaba en todas ellas. Sucede con «Luciérnagas», censurada en su integridad y no publicada hasta 1993. Los niños, como lucecitas en el tenebroso apagón de la guerra civil. Luego, en la humillada Barcelona de la posguerra, la Matute veinteañera se sentía libre por la escritura. Y es que esa niña a la que cohibieron las monjas por su tartamudez nunca sintió la angustia de la página en blanco. Recordaba a su madre como una mujer buena pero muy severa que le sorprendió el día de su matrimonio… Le trajo una caja con todos los cuentos que Ana María escribió de niña: «Yo nunca sospeché que ella guardaba eso, jamás, pensé que aquellos cuentos se había perdido, o roto…».
Ignacio Agustí la contrató para escribir cuentos en el semanario Destino. En su juventud cultivó la bohemia en una ciudad de gabardinas y contactos furtivos. De los barrios altos se bajaba con sus hermanos al Barrio Chino: era la única chica del grupo. Al final de la Rambla entraban en un bar repleto de discos de la Piaf, el Pastís. En honor a la Matute ponían en el tocadiscos una canción que le emocionaba: «Petit garçon perdu». La inocencia florece también en los barrios bajos. En aquella Barcelona triste, recordaba, fue «donde yo conocí el amor y conocí la esperanza y donde lo creí todo. No sabía nada pero lo creí todo».
Empezamos a leer a la Matute en los años de Bachillerato –plan del 66- con «El Jarama» de Rafael Sánchez Ferlosio. Era la generación de las postrimerías de los manuales. Dos libros, «Pequeño teatro» y «Los niños tontos,» se asociaban a aquellos días de antologías escolares. Cuando se lo mencionábamos, la Matute exclamaba: «¡Oh! El “Pequeño teatro”… ¡Si es el peor libro que he escrito en mi vida! Lo escribí a los 17 años y se nota». Pero luego matizaba con picardía: «¡Hombre! Para haberlo escrito a esa temprana edad… Chapeau. Yo misma lo digo, ya ves que no soy nada hipócrita...».

La lengua de Cervantes

Escritora catalana en castellano, siempre reivindicó la lengua de Cervantes. De padre y abuelo catalán, su madre provenía de la Rioja: «Escribo en castellano porque mi madre nos hablaba en castellano y la madre siempre influye más en la educación. Es el idioma que pienso», proclamaba. Académica y premio Cervantes de las Letras, la Matute nunca militó en el feminismo literario. Creía en las mujeres escritoras, pero no en la literatura femenina como género diferenciado, porque tampoco creía en la literatura masculina. A los dictados del márketing editorial oponía una palabra galega «¡Judiose!». La Matute. Siempre la Matute.

(Tomado del periódico ABC.es)

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