La capilla ardiente con los restos de Ana María Matute se abrirá mañana, jueves 26 de julio, a las 15.00 horas en el Tanatorio Les Corts de Barcelona y el funeral se celebrará al día siguiente, desde las 13.00 horas, en el mismo tanatorio, según han informado fuentes de la editorial Destino.
Escritora... por muchos años proclamábamos en cada primavera, por cada novela. En la avenida Virgen de Montserrat, donde vivía Ana María Matute,
ha quedado un sillón vacío donde ella cartografió universos remotos.
Las jornadas de la escritora comenzaban con un café y el crucigrama que
culminaba en ese sillón. Luego se metía en su cuarto para amasar sus
harinas novelescas. Conversar con ella era un goce de humor inteligente.
Recordamos una de aquellas mañanas. Desde la terraza de su sobreático
identificamos el territorio Marsé: la Ronda del Guinardó y el Carmelo.
En la sala de estar, un hogar de hierro forjado.
En la mesa de centro, el «Viaje en autobús» de Josep Pla.
Una lámpara con una pantalla salpicada de nombres de escritores:
Torrente Ballester, Camilo José Cela, Ramón J. Sender… Videos, libros de
historia y abundante literatura anglosajona en las estanterías. Cuadros: uno con grabados de «Alicia en el país de las maravillas» de Lewis Carroll; otro, con un mapa de Madrid en 1635. Las gafas de la escritora reposando sobre el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, su otro sillón de las palabras.
Cuando hablaba de sí misma, lo hacía en tercera persona
Matute escribió su primera novela
aquel verano del 36 en Barcelona y la tituló «Juanito». Por las noches
iba con una linterna a la habitación de mis hermanos para leerles un
capítulo, que acababa con un Continuará… Su obra estaba impregnada del
espíritu de una infancia con más sombras que luces que abominaba de la ñoñería. La escritora era crítica con los niños de hoy. Harry Potter
le parecía bien como estímulo de la imaginación. Le fastidiaban los
cuentos políticamente correctos «porque no hay ángeles y las hadas están
adulteradas» y denunciaba las carencias de esos chavales abducidos por las nuevas tecnologías:
«Manejan el ordenador mejor que nadie, pero no saben quiénes eran Caín y
Abel. Y no en el aspecto religioso, sino como expresión cotidiana. A
los 15 años es peor, porque entonces se creen que saben. Y más grave
todavía: personas que tienen una responsabilidad social y que cometen
faltas de ortografía. De jovencita, si algún pretendiente me escribía
con faltas de ortografía,
aunque fuera el chico más guapo del mundo yo lo descartaba rápidamente.
Me parecía horrible que un joven de 15 años cometiera faltas de
ortografía. Fíjese… ¡Ahora me quedaría sin novio!».
«A veces pienso: ‘¿Para qué escribir? ¡Que escriban otros! ¡A mí lo que me gusta es leer!»
Estaba en todas sus novelas
Sus novelas no eran autobiográficas… pero ella estaba en todas ellas. Sucede con «Luciérnagas»,
censurada en su integridad y no publicada hasta 1993. Los niños, como
lucecitas en el tenebroso apagón de la guerra civil. Luego, en la
humillada Barcelona de la posguerra, la Matute veinteañera se sentía
libre por la escritura. Y es que esa niña a la que cohibieron las monjas
por su tartamudez nunca sintió la angustia de la página en blanco.
Recordaba a su madre como una mujer buena pero muy severa que le
sorprendió el día de su matrimonio… Le trajo una caja con todos los
cuentos que Ana María escribió de niña: «Yo nunca sospeché que ella
guardaba eso, jamás, pensé que aquellos cuentos se había perdido, o
roto…».
Ignacio Agustí
la contrató para escribir cuentos en el semanario Destino. En su
juventud cultivó la bohemia en una ciudad de gabardinas y contactos
furtivos. De los barrios altos se bajaba con sus hermanos al Barrio
Chino: era la única chica del grupo. Al final de la Rambla entraban en
un bar repleto de discos de la Piaf, el Pastís. En honor a la Matute ponían en el tocadiscos una canción que le emocionaba: «Petit garçon perdu».
La inocencia florece también en los barrios bajos. En aquella Barcelona
triste, recordaba, fue «donde yo conocí el amor y conocí la esperanza y
donde lo creí todo. No sabía nada pero lo creí todo».
«Escribo en castellano porque es el idioma que pienso»
La lengua de Cervantes
Escritora catalana en castellano,
siempre reivindicó la lengua de Cervantes. De padre y abuelo catalán,
su madre provenía de la Rioja: «Escribo en castellano porque mi madre
nos hablaba en castellano y la madre siempre influye más en la
educación. Es el idioma que pienso», proclamaba. Académica y premio Cervantes de las Letras, la Matute nunca militó en el feminismo literario.
Creía en las mujeres escritoras, pero no en la literatura femenina como
género diferenciado, porque tampoco creía en la literatura masculina. A
los dictados del márketing editorial oponía una palabra galega
«¡Judiose!». La Matute. Siempre la Matute.
(Tomado del periódico ABC.es)
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