JUAN PABLO DUARTE


Juan Pablo Duarte nació el 26 de enero de 1813. Lo que significa que en la fecha de la independencia de la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844, tenía sólo 31 años. Y que era más joven al fundar, en 1838, la sociedad secreta La Trinitaria, y mucho más joven al planear la liberación de la patria. En las pinturas, en las litografías, en las reproducciones de su figura, vemos a un hombre maduro, casi anciano. Como debería ser un Padre, pero no se corresponde de ninguna manera con el joven enérgico que liberó nuestra nación.
Duarte era, en esencia, un santo, en el sentido cristiano de la palabra. Su figura idealista solamente puede ser comparada con la de José Martí. Pero Martí fue un gran escritor y amaba a toda la humanidad, mientras que Duarte fue un hombre de una sola idea, su pensamiento es monótono. Sólo le interesaba una cosa: la patria. Cuando manos oscuras se apoderaron de la independencia, y el patricio fue exiliado, empezó a morir lentamente. La muerte de Martí fue rápida e ilógica, heroica e inútil; como a Moisés, que es una figura histórica y un símbolo, a Duarte no le fue dado el presenciar la tierra prometida. Desde Venezuela, nuestro arquitecto agonizaba al saber en lo que se convertía poco a poco su legado.
Duarte fue vencido por la guerra y los generales, por los pragmáticos y los traidores. Se apoderaron de inmediato de la República, ni siquiera intentaron construir un remedo del ideal del arquitecto. La abstracción duartiana de una patria libre, justa, protectora y ordenada es sólo un ideal, por supuesto, que se dice fácil, que se ha convertido incluso en un cliché político. Pero todo intento redentor, revolucionario o democrático, de alcanzar esa perfección, ha fracasado. La derrota de Luperón por Lilís, Trujillo y sus 30 años de dictadura, Bosch y el golpe de estado, la revolución del 65, la invasión norteamericana y el posterior ascenso al poder de Joaquín Balaguer, Salvador Jorge Blanco que nunca entendió que le correspondía realizar el tránsito definitivo del país al orden y la modernidad. La patria posible prefigurada por el patricio ha fracasado. Juan Pablo Duarte, discreto y humilde, alejado, debido a su personalidad, de los egos desmedidos del poder, no pudo convencer a su pueblo de que lo necesitaba a él.
Pero es que el pueblo no quiere a alguien así. Bosch no convenció a nadie de su necesidad luego del golpe de estado, ni siquiera José Francisco Peña Gómez, quien no dejó un pensamiento, aunque sí, por lo menos, una vida decorosa y una praxis limpia. Vencieron los corruptos y los pragmáticos, los mesías y los tígueres, los vivos y los risueños millonarios. ¿Qué hubiese pasado si Bosch completa sus cuatro años, si no hubiese habido revolución del 65, 12 años de Joaquín Balaguer, gobiernos corruptos y presidentes suicidados? Para la historia, por supuesto, pensar de esa manera es un sacrilegio. Pero a mí qué me importa. El tollo que aún existe en la República Dominicana solamente significa que Duarte fracasó, en el sentido de que su ideal de orden y de humanismo (de armonía, de legalidad, de principios opuestos al caos, a la corrupción y al clientelismo) es, quizás, impracticable. No somos herederos de Duarte, ni de Bosch, ni siquiera de Peña Gómez. Somos herederos de la otra cara del poder, de Santana, de Báez y de Lilís. Todas nuestras autopistas, todos nuestros aeropuertos, todas nuestras calles y nuestras monedas tendrán un solo nombre: Joaquín Balaguer. Quizás algún día, por parecidos motivos políticos, algunas avenidas sean nombradas como Salvador Jorge Blanco o Hipólito Mejía. Parecen decirnos: ningún pensamiento que signifique guiar a la nación por un camino esperanzador es posible ya, porque ningún rumbo es posible ni practicable, salvo el económico. El país es una gran empresa, en la cual todas nuestras intenciones son económicas, o políticas, lo cual es más o menos lo mismo. No hay nada más triste que el no saber hacia dónde se va. Pero aún la esperanza es posible: cuando lo que quiere el pueblo se corresponda con lo que quieren los gobernantes, habremos alcanzado un proyecto de nación.
¿Qué hubiese pasado si Duarte hubiese sido presidente de la República? Tal vez hubiera hecho el peor gobierno de toda la historia del país, pero yo, un pobre escritor, un pobre dominicano (o un dominicano pobre), hubiese aceptado su presidencia con una gran alegría. La hubiese defendido con uñas y dientes, 163 años después. Pero claro, vivo siempre como en medio de un sueño. Soy un idealista, no un pragmático, y los ideales insensatos han muerto. Juan Pablo Duarte, la independencia nacional de 1844, no son más que la representación de aquello que pudimos ser, pero que jamás seremos.
Con una huelga de carros públicos frente a la oficina, esperando por hora que me paguen el sueldo del mes, trato de escribir algo que tenga que ver, precisamente, con la huelga del transporte y el atraso en el pago a los empleados públicos. Más adelante habrá que salir a discutir con un tíguere en una yipeta que se te quiere meter delante, o con una señora embarazada que te insulta porque quiere cruzar la calle con el semáforo en verde. Habrá que soportar a un Amet que te para sin ninguna razón, a pesar de que un chofer de concho le pasa a mil por el lado y él ni se inmuta. Si logramos llegar a la casa (si llegamos vivos a la casa, quiero decir), sentarse de nuevo a escribir, o a leer un poco, o a ver por la televisión cómo los peloteros deben ser los modelos de la juventud, los cantantes, los faranduleros, o los deportistas que le dan dos balazos a unos borrachos en un parque de Puerto Plata. Hablando de valores (porque de eso es que estamos hablando), hablando de valores, repito, qué bueno sería que se le otorgara el premio nacional de la juventud a una profesional que es la directora de escuela más joven en la ciudad de New York, y la catedrática más joven de la Universidad de Columbia, o tal vez a un jovencito dominicano que obtuvo cien puntos en un examen de ciencias, en Japón, en el que nadie había sacado más de 95 (ni los japoneses, ni los gringos: nadie, lo hizo un dominicano). O a una estudiante del Centro de la Cultura de Santiago, una violinista, que obtuvo una beca para estudiar música en Europa simplemente por su calidad interpretativa. Pero como el espectáculo debe seguir, vamos mejor a darle el premio a un señor que tiene muchos méritos tirando una bola durísimo, que tiene un brazo de oro. Así tendremos muchos jóvenes con brazos de oro. Dorados, en fin.
Está pasando la huelga, los choferes pactaron con la policía. Me voy.

RAMON PERALTA

eternidad del misterio

(hay una dicha en el espanto que todas las cosas tienen)



y un día uno entra a la casa y cree haber perdido la duda

y el amor y el idioma al fin conocen su jaula

y el misterio se convierte en otra siempre rutina

y el laberinto termina como un juguete sin magia

satisfecho poro en tinieblas (porque ya no hay espanto)

uno mira sin horror lo definido

y nacen la paz y el tedio de creer que ya todo está dicho

pero pronto un miedo nuevo nos devuelve hacia lo incierto

ya no cabe el misterio en el nombre que le dimos

y uno vuelve a tejerle otra medida al misterio

y con certeza uno palpa la palabra que lo encierra

y otra vez surge el silencio que jamás ha dicho nada

pero pronto uno descubre que ha sido vano el lenguaje

que la casa es otra casa cada vez que siente un hombre

porque más crece el misterio cuanto más intenta uno

detenerlo en la palabra.

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