INVOCACIÓN PARA PALESTINA



El Jordán no ha llegado a sus lechos del oeste, no ha alcanzado a calmar el fuego de la fuga fantasmal en Cisjordania, ni a correr por los surcos heridos en la tierra sagrada, que ahora están manando sangre de ángeles y leche macerada en las vírgenes ignotas. No ha alcanzado para los muertos la repartición de los peces que flotan hinchados en el lago Kirenet. En Palestina ya no queda ni la sed. Solo el gas y la sal, el vinagre y la hiel en esponjas de acero, vertidos en la piel y en los labios de los crucificados del Gólgota en ruinas, en el punto más alto de los escombros que son tumba de los vivos en Gaza. Herodes ha regresado a buscar los bebés calcinados. En el nuevo Jerusalén, un solo olivo da sombra al bunker de Caifás, y el sanedrín ha dictado el silencio de los drones en dos horas de tregua necesaria para libar el vino espurio de los asesinados. En el norte del mundo, Pilatos ha vuelto a lavarse las manos. Todo está consumado.

(Martha Rivera-Garrido en "Memorial de Medusa", Huerga y Fierro Editores, Madrid 2023)




Un Genocidio en vivo y a todo color:

Moisés partió de Egipto hacia el Sinaí, sin saber que formaría una nación luego llamada Israel, y su Señor Dios le ordenó que practicara el anatema con todas las tribus y pueblos que hallara en su camino: hombres, mujeres, niños, animales, debían ser erradicados de la faz de la tierra que les pertenecía por nacimiento debido a que no creían en Él, en el único Dios de los judíos. Siguiendo la palabra de Yahvé transmitida luego a través de la Biblia, Moisés llegó a ese lugar nuevo y distante por mandato de su Dios, que le ordenó que erradicara todo ser viviente que no creyera que era el Verdadero, el Único y Omnipotente. De esa manera fue formado Israel, cuyo nombre le fue dado por Jacob, que luchó con un Ángel del Señor en el desierto que le rompió la cadera y le cambió el nombre que luego tomaría su nación, como alguna vez también se hizo con Abraham: de Abram Abraham, de Jacob Israel.

Estupefactos presenciamos la muerte de miles de personas. Un país invadió Iraq, otro Ucrania. La comunidad internacional, concentrada en los Estados Unidos, Canadá, Europa, algunos de sus países aliados (es decir, Occidente, como se nombran ellos mismos, como si Latinoamérica, por ejemplo, no fuese occidental o no existiese, como tampoco existe América y Norteamérica está compuesta por Estados Unidos y Canadá, México tampoco existe), legitiman con su presencia no solo el genocidio palestino, sino los asesinatos y secuestros de ciudadanos israelíes y de otros países. El presidente de los Estados Unidos, un señor senil que difícilmente sepa en qué país se encuentra, el canciller alemán, la señora que dirige la Unión Europea. Todos están con Israel, aunque a pocos kilómetros se encuentren las verdaderas víctimas y los que mueren diariamente (sin olvidar, por supuesto, el terrorismo de Hamas, al principio patrocinado por Israel para hacer oposición a la Organización para la Liberación de Palestina, una entidad corrupta, para que se convirtiera en una organización de carácter político, no militar). Se equivocaron como siempre. Como también se equivoca ahora "Occidente", dividiendo al mundo en buenos y malos, aliados y enemigos, lo que nos conviene y lo que no. ¿Cuáles son los muertos buenos y cuáles los malos? ¿Por cuáles debemos llorar y por cuáles no? Las cosas tienen que cambiar.

El mundo debe cambiar. Necesitamos un mundo multipolar, donde cada nación tenga su propia voz y su propia fuerza que, unida, trate de detener las muertes. Rusia no debe invadir Ucrania, Israel no debe tratar a los habitantes de Gaza como "animales humanos", en palabras del secretario de defensa de Israel. El mundo debería ser más igualitario. No, no es un sueño: sucederá. Michel Houellebecq nos dijo que, luego de la pandemia, los seres humanos seguiríamos siendo los mismos, pero un poco peores. No hemos aprendido nada. Vemos por la televisión, a través de Youtube, que aguanta todo, por facebook, un genocidio apoyado y perpetrado por la comunidad internacional. No olvidemos eso. Lo hemos visto antes, aunque tal vez no televisado o por Youtube. La "comunidad internacional" ya no cuenta con el monopolio del periodismo, de la comunicación, de lo mediático. Otras perspectivas se asoman. Israel bombardea equivocadamente un hospital y hay 600 muertos. Si nadie estuviese viendo, hace mucho tiempo que los palestinos hubiesen sido borrados de la faz de la tierra. Ya no nos asombra nada.




Por Sergio Ramírez y Gioconda Belli:

Los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli ya no son nicaragüenses. Lo decidió uno de esos dictadorzuelos que aparecen de vez en cuando en nuestros países latinoamericanos. Teniendo en cuenta que Sergio Ramírez fue vicepresidente durante el primer gobierno sandinista de Daniel Ortega. Vueltas que da la vida.
Gioconda Belli es una poeta que también es narradora. Novelista. Organizaba uno de los festivales de poesía más importantes de Latinoamérica, y uno de los más importantes del mundo.
Sergio Ramírez estuvo en la República Dominicana, país al que ha venido muchas veces, y dio una charla sobre su obra en Santiago, en el Centro León. Había ganado hacía poco tiempo el Premio Cervantes. Compartió anécdotas y chistes y habló de literatura, pero también un poco sobre política. Como eran perseguidos en el que aún es su país, los dos escritores ya no vivían en Nicaragua.
Habrá que ver cuántos presidentes latinoamericanos se pronunciarán en contra de estos destierros. Estamos seguros que serán pocos.
Que un presidente decida quién es ciudadano de su país o no es un poco absurdo, es una cosa casi literaria.



 

Dos ensayos sobre Juguete de Madera, de Máximo Vega:

EL JUEGO NARRATIVO DE MÁXIMO VEGA:

 

Fernando Cabrera.

 

         Máximo Vega con su primera obra narrativa publicada, “Juguete de Madera”, conciente o inconcientemente nos provoca. La búsqueda de especificidad genérica, lo propio del contar o el descubrir, en consonancia con Milán Kundera, la definición de la peculiaridad existencial novelada en su obra o el mero intento de situarla entre parámetros de suficiencias categóricas puede devenir en jaqueca. En lo formal, con su titulación de portada, nos refiere al ámbito narrativo de la novela –probablemente cimentada en nuestra urgencia colectiva de incorporar nuestra narrativa a la modernidad-. Sin embargo, esta primera afirmación fácilmente podría ser catalogada de arriesgada cuando el lector echa una ojeada a la escasa longitud textual que define el contenido.

         De quedarse en esta profana primera mirada, la sustentación del texto como novela resultará difícil (pensemos que muchos especialistas aún manifiestan sus dudas acerca de si “Los Cachorros” de Mario Vargas Llosa o “Crónica de una Muerte Anunciada” de Gabriel García Márquez, son en realidad novelas o cuentos largos). Pero, cuando se profundiza en la estrategia discursiva utilizada por el autor, su calificación genérica inicial alcanza algún sentido. El ambiente de reflexión y hallazgo de las posibilidades sicológicas de sus personajes realmente se asemejan más a lo novelístico que al pulso cirujano en la concatenación de eventos, su aspiración a la perfección artesanal, acaso hermana a la de algunos clásicos versificadores, que supone la escritura de un cuento.

         La presente inquietud resulta interesante en la medida en que refiere una significativa tendencia en la joven narrativa dominicana, un ponerse a tono con los movimientos poéticos experimentales (como el encabezado en la década de los 70 por Manuel Rueda con su tambor pluralista) que en nuestro medio han sustentado la dilución en las delimitaciones genéricas. Textos como “Papeles de Astarot”, premio nacional de cuento 1992, de Pedro Valdez, y esta debutante obra de Máximo Vega (agradablemente ingenua e irreverente) y muchos de los cuentos recogidos en las diferentes entregas del concurso de Casa de Teatro, realmente plantean una profunda incisión o ruptura en el campo de la narrativa con los patrones genéricos convencionales.

         En su construcción de fondo, Vega nos reta a través de los elementos de irracionalidad de sus personajes principales: un clima de machismo e inmadurez de criollo Edipo en los monólogos interiores de Aquiles, y una perturbadora apatía de Beatriz, dolorosa de tanta inocencia, en su inusual anhelo de trascendencia que poco a poco devino en flor de feminismo radical, en su desarraigo prematuro y pleno. Es precisamente en la recreación textual del aliento infantil de Beatriz donde se aprecia mayor vacilación del autor en el manejo del lenguaje, lo cual se percibe desde el primer instante en la frecuente redundancia de vocablos y frases.

         Si bien la delineación o definición de los protagonistas es clara, apenas percibimos reflejos pasteles del entorno, con lo cual se acentúa lo narrado como fabulación intima, como engaño personal. Una escéptica profundidad sicológica determina la atmósfera borrascosa un tanto surreal donde la trama se desarrolla. El autor ha aprehendido la morbosidad, estadio donde lo animal y racional se conjugan resultando una marcada inclinación hacia lo sensorial, hacia la carne. Con vocación de vértigo su discurso nos ata a la transitoriedad, a la circunstancia, derrotando todo asomo de sensatez. De su hurgar incisivo emana un fuerte aroma de ficción, una lectura diferente del entorno rural dominicano y su cotidianidad, una visión distante y distinta de esa radicalidad de situaciones y escenarios tan común a muchas de nuestra novelística anterior, pletórica de tiranos y revoluciones.

         Lector y adultez se confabulan en provocativo juego para destruir o libar hasta la saciedad esta primicia. Necesariamente “Juguete de Madera”, independientemente de su dual vocación genérica, no nos permite indiferencia, pronto nos identificamos con los protagonistas, con sus freudianos complejos y su interminable viaje hacia el sinsentido de una ciudad imposible. La historia alevosamente nos permite completar sus ausencias, acepta un dejo de la personal fragancia o a la indudable maldad que el argumento precisa, he ahí la razón del postfacio que a propósito de esta obra en mi ocio escribiera.

 

 


 

Mirada Oblícua sobre un Juguete de Madera (Postfacio):

(a raíz de una lectura de Juguete de Madera, novela corta de Máximo Vega).

 

Fernando Cabrera.

 

         Un gesto de ternura puede convertirse, por encima de su abolengo de inocencia, en la mayor y terrible expresión de crueldad. Esa extraordinaria pureza que encierra el alma de un niño –como ahora, la castidad de una niña en plena pubertad- puede llevar de repente a un laberinto de absurdidades y desesperanzas del cual, aún con alas pegadas a las espaldas, es imposible escapar: la tragedia propia es mayor que la del Ícaro, se cae al vacío sin nunca haber levantado vuelo. Con la magia del balbuciente lenguaje formado con los pocos conceptos de la inexperiencia, cualquier ser maduro –si maduro puede considerarse mi ser de tantas ausencias y limitaciones afectivas- se ve adentrado, de repente, en un mundo plano, de perplejidades, donde no existe noción de profundidad: una palabra simple, una frase completada apenas, retorna ingenua para decirnos y decirse nueva vez, de forma irreverente y provocadora, la luminosidad del sol recién amanecido, o la posibilidad que tiene una mariposa de convertir sus alas en pétalos. Insisto, hablar con un niño –con una niña de colas trenzadas hasta una cintura todavía asexuada- es abrumadoramente redundante, es una mirada dionisíaca lúdicamente satisfecha de verse múltiplemente; mas es una forma fácil de huir de la propia conciencia, del árido y onírico metro cuadrado personal, atiborrado de seres absolutamente fantasmales fruto de los fracasos y los obstáculos para establecer una vía de comunicación válida y normal.

         Desde la puerilidad no hay injusticia ni segregaciones gratuitamente crueles, el sentido de lo real colinda y se confunde con lo imaginario, los hechos hieren profundamente o pasan absolutamente desapercibidos, pues en la piel hipersensible de los infantes sólo hay espacio, como en la poesía, para los contrarios; los grises producen la misma sensación que las referencias de lugares y lenguajes exóticos, el pequeño la pequeña sonrosada y con olor a jazmines intuye que existen, o que sería bueno que existieran, pero mientras no los palpa en propia carne estos permanecen indiferentes, o simplemente no son. La seguridad de que el hogar o mundo íntimo es exactamente igual al que queda más allá de los ojos hace de estos ingenuos seres, individuos radicalmente peligrosos por lo indefensos. Se encaminan hacia lo desconocido sin miedo, incluso, con todos los riesgos implicados, con una tierna sonrisa a flor de piel. Al escaparse de su casa, sin motivo y sin previa consulta, esa niña –la cual preferiría innombrada, pero que responde cuando el vocablo Beatriz atraviesa como onda el espacio, esa Beatriz que a pesar de su virginal imagen jamás será la Beatriz de Dante porque decidió conocer el infierno- que se lanzó al abismo o canibalismo de una ciudad vislumbrada como paraíso prometido, e igualmente, como el de los hebreos, utópico, me hizo cómplice y protagonista de su tragedia. Ella buscaba el no-ser, la nada, de forma intuitiva, se fugó porque sí, huyó sin destino, igual le daba el sur que el este, sólo era significante la ciudad -una ciudad cualquiera- como tierra de nadie.

         ¿Por qué la encontré de repente? ¿Por qué con despertar mi paternalismo me indujo, dada mi supuesta adultez y responsabilidad social, a un incesto inevitable; fue, claro, un incesto simbólico, lo cual de todas formas no es excusa. Otra vez Freud nuestro instinto sexual de bestia, Edipo agonizante sobre la piel emparentada por el azar. ¿Por qué con despertar mi esencia pura me hizo abominable? No debí detener ante sus ojos cristalinos mi carroza de pesares, esa destartalada camioneta de mi vergüenza y sustento. No debí detenerme, mas cuán grande es el poder sibilino de lo prohibido, de su media sonrisa nacarada. Yo, quien no tenía nada que ofrecer ni perder, di mi última migaja de mentira y perdí totalmente la esperanza. ¿Qué decir de mis miserias al descubierto en sombrías formas de madera, mis carencias mayores talladas con imágenes de nostalgia? Hago estas figuras más por instinto que por conocimientos de albañilería reales, y las hago sobre todo para mi desahogo, es escaso el dinero que con ellas gano para mal comer. Beatriz no debió posar su frescura sobre mi sensibilidad desnuda, no debió antojarse del misterio, no debió desear tanto un simple juguete de madera, tirado entre tantos otros en la parte trasera de la camioneta –quizás si no hubiera tenido algo que ofrecerle, nada hubiera ocurrido-, sin embargo, ¿cuándo ha llevado el destino a lo correcto, si desde el génesis Dios erró su destino al posibilitar el pecado? Beatriz retó, con su simplicidad terrible, incluso a la muerte, humillándola, al no sentir angustias ante la posibilidad del vacío cuando se aventuró en su insensata huida; con este gesto también humilló de indiferente candidez mi sentido común, me hizo desearla febrilmente, anhelar como refugio de indiferente candidez mi sentido común, me hizo recuperar de golpe el único idilio concebido, platónicamente, en mi adolescencia trunca, sustituyendo con su fragilidad aquel ideal romántico jamás alcanzado. Analizándola fríamente en el recuerdo, Beatriz tal vez nunca fue Beatriz, en realidad se acercó más a la Alicia del país de las maravillas -¡cierto, por eso se fijó tan detenidamente en los juguetes de madera! Evocaba aquella personalidad verdadera que llevaba escondida-.

         El fango de dolor y placer de mi universo sólo podía salpicar su vestido y su piel, jamás su alma. Estaba protegida contra mis frustraciones, su ser ya habitaba aquella ciudad remota que inspiró su insensata partida; el sudor y el humo contaminado que a su lado exhalé la evitaron como demonios a la cruz. Si aquella noche de lluvia entró en mi destartalado refugio, bajo promesa de que la llevaría al amanecer a la ciudad de sus sueños, acaso fue porque intuitivamente se percató del peso desesperado de su aberrante soledad, de que su compañía era mi única posibilidad, y desde su ingenuidad no tuvo miedo; un animal agazapado en el vértice de paredes carcomidas es vergonzoso, incita a la pena, a la lástima, pero no atemoriza. Yo daba todo –cualquier rastro de quimera que aún me deambulara- por una caricia, por un gemido de placer que rasgara el silencio –dudo que Beatriz entendiera la razón de mi desesperación y lo que su fuerza implicaba, ¿cómo podía saber de pasión a escasos meses de su menstruación primera?-. Su interés no lo despertó mi sexo encendido; impasible desde su inocencia salvó mi vida al entregarme la incipiente flor cautiva en sus entrepiernas, más lo hizo sólo por la intensa seducción que ejercía sobre ella una rústica jirafa de madera, se entregó por ella; después se fue, sin avisar, tal vez rumbo a la ciudad de su mente, como si nada, para siempre…


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El discurso del señor Putín:

Escuchando el reciente discurso de anexión de las regiones ucranianas a Rusia por parte de Vladimir Putin, podemos llegar a algunas conclusiones:

-El señor Putin no es un presidente de izquierda, a pesar de sus alianzas con China o con los presidentes autoritarios de la izquierda latinoamericana. Es un presidente ultraderechista, ideológicamente reaccionario, ortodoxo en religión. No es marxista ni progresista.
-Se encuentra más cercano a la italiana posfacista Giorgia Meloni, al partido Vox español, o a la extrema derecha francesa de Marie Le Pen.
-Ahora sabemos que su guerra es más bien una especie de limpieza moral contra los gays, una lucha en contra de una sociedad "satánica", según sus propias palabras, y a él y a su país, Rusia, le ha correspondido encontrarse a la vanguardia de esta cruzada, empezando con su invasión a Ucrania.
-Una persona así es capaz de cualquier cosa. Si se siente acorralado, como está sucediendo en estos momentos, puesto que está perdiendo la guerra, es capaz de cualquier cosa. Y los líderes mundiales, los verdaderos dueños del mundo, han sido culpables de no detenerlo antes, cuando daba muestras de que, precisamente, era capaz de cualquier cosa.
-Todavía hay gente que defiende al señor Putin: por razones ideológicas, porque de verdad piensan que él es el representante de un nuevo orden multipolar. Esta no es la multipolaridad que queremos. De esa forma, nunca.

Existe una posibilidad real de una guerra entre Rusia (puesto que no creemos que China la siga en su locura) y las potencias occidentales. Nosotros, que habitamos un país pequeñito que no pertenece a ninguna facción ideológica, Occidental u Oriental (es decir, ni siquiera geográfica), solamente podemos opinar y ser testigos de los desvaríos de un cruzado del siglo XXI que menciona a los gays (tal vez más adelante hablará de los migrantes, de los derechos de las mujeres, de la superioridad genética rusa sobre las demás etnias), que apela a la religión, al imperialismo y a las armas nucleares para imponer lo que piensa. Ya estábamos cansados de eso, teniendo en cuenta que muchas veces provenía del otro lado, es decir, de Occidente.

Pero es un presidente autoritario que está perdiendo una guerra que él mismo empezó. El señor Putin no es un loco, es el presidente equivocado de un gran país que posee armas nucleares. Y eso lo convierte en alguien sumamente peligroso para el resto del mundo.



Jorge Luis Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Una interpretación

(Te recomendamos que primero te acerques al cuento antes de leer estas palabras. Este texto contiene citas y alusiones que es mejor consultar luego de la lectura del cuento original)



Tlön, Uqbar, Orbis Tertius es un cuento de Jorge Luis Borges publicado en la revista Sur en el año 1940. Luego apareció en tres libros diferentes: en la Antología de la Literatura Fantástica de ese mismo año, en El Jardín de los Senderos que se Bifurcan del año 1941, y al final en Ficciones, de 1944, volumen de cuentos definitivo en donde lo ha hallado la mayoría de sus admiradores. Aunque no tuvo muchos comentarios ni lectores cuando fue publicado, poco a poco, con el pasar de los años, se ha convertido en una obra de culto, y en uno de los cuentos más logrados de la historia de la literatura. Sin ninguna discusión.

Durante una conversación con el también escritor argentino Adolfo Bioy Casares, éste le dice a Borges que ha hallado en la Enciclopedia Británica un pueblo llamado Tlön, que se supone se encuentra tal vez en Irak o en Asia Menor. Pero revisando su propio ejemplar de la Enciclopedia, ninguno de los dos encuentra ninguna alusión a ese pueblo. De vuelta en su casa, Bioy Casares consulta su propia Enciclopedia Británica, y se da cuenta de que su ejemplar tiene 3 páginas más que se dedican a definir qué es el pueblo de Tlön. En las demás versiones de la Enciclopedia no aparece ninguna alusión a esa civilización. A partir de ese momento, la pesquisa por parte de Borges para hallar algunos pormenores de Tlön se convierte en una obsesión intelectual para él. Al final, años después, luego de muchos viajes, preguntas y lecturas, conversaciones con escritores, científicos y geógrafos, descubre qué es Tlön, qué es Uqbar y qué Orbis Tertius, pero no concluye allí su búsqueda, puesto que desea continuar investigando hasta su muerte, como lo han hecho otros investigadores obsesionados con Tlön, hasta el punto de que su investigación intelectual es más importante que la civilización en sí misma, debido a que ha descubierto que Tlön no es más que una creación literaria, una civilización ilusoria.

Tlön es una civilización imaginaria creada por una secta de intelectuales llamada Orbis Tertius. Uqbar es la ampliación y corrección de las imperfecciones de la primera escritura de Tlön.

 

 


Ahora bien, siempre debemos leer entre líneas cuando estamos delante no solamente de este cuento, sino de cualquier otro de Borges. El texto se encuentra escrito como si fuese más bien un ensayo, no una historia ficticia, y como si la pesquisa fuese una investigación que realiza cualquier académico interesado, si obviamos su carácter obsesivo. Además, tiene un lenguaje supuestamente discursivo. Aparecen en el cuento una serie de personajes reales, lo cual le da una sensación de verosimilitud a un texto que no es más que un cuento fantástico: Alfonso Reyes, por ejemplo, Bioy Casares, a quien ya mencionamos, Schopenhauer, el escritor argentino Carlos Mastronardi, y varios más. Es como si Borges hubiese escrito un ensayo sobre una historia fantástica, la crónica de una pesquisa que nunca existió.

Por ejemplo, al principio Borges le propone a Bioy Casares escribir una novela en primera persona cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones. Esa proposición es lo que propicia el recuerdo de Tlön por parte de Bioy Casares, lo que nos proporciona una posible clave del significado del cuento. Además, nos habla de un texto en el cual se tratara de desviar la atención del lector con diversos temas que lo alejaran de la verdadera trama y el verdadero mensaje, que solamente descubriría una cantidad muy limitada de lectores. Es decir, que al parecer nos está aclarando precisamente que distraerá nuestra atención para que no podamos entender lo que quiere decirnos, aunque al final una cantidad muy pequeña de personas hallará en el texto una serie de claves para entender su verdadero significado. Nos dice, al principio del texto, que los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres. También los Cátaros, una religión surgida en el siglo XI en Europa, predicaba que los seres humanos no debían tener relaciones sexuales porque la cópula era la obra de Satanás, por lo que no comían carne ni ningún otro alimento proveniente de un animal, como los huevos, por ejemplo, porque provenían de la relación sexual. Para los Cátaros, Dios creó el cielo, la eternidad, el alma y todo lo perfecto, mientras que Satanás o un dios malvado creó el cuerpo, la carne, el mundo material, que es imperfecto y se corrompe. El Viejo Testamento fue escrito por ese dios malvado, el Nuevo Testamento por el verdadero Dios. Esa religión fue erradicada por una cruzada y por la inquisición, cuando empezó a crecer en la zona del Languedoc, lo que hoy se conoce como Francia y algunos países vecinos, durante la Edad Media.



Tlön es una civilización inexistente, que ideó un grupo de intelectuales llamado Orbis Tertius. Al principio ese grupo deseaba crear una ciudad, pero cuando la idea llegó al grupo en América, se decidió crear todo un planeta. Desde el momento de su idealización, generaciones de intelectuales pertenecientes a ese grupo secreto ha ido agregando y perfeccionando la historia, la geografía, la filosofía, etc., de Tlön, por lo que existe ya una versión ampliada y corregida llamada Uqbar. Ahora bien, para el lector el significado del cuento cambia cuando descubrimos, buscando fuera del texto (tal vez en Google, una facilidad que no tenían Borges o Bioy en 1941), que “Orbis Tertius” significa “El Tercer Mundo” en latín.

Lo que sabemos mientras continuamos leyendo el cuento, es que Borges pretende que Tlön y Uqbar son en realidad nuestra propia civilización, y que el planeta de Tlön es nuestro propio planeta, puesto que nos dice que la Tierra se convertirá en Tlön en poco tiempo, en muy pocas generaciones.

De acuerdo con Borges, Tlön es una civilización idealista. Para ellos el materialismo es una filosofía falsa y absurda. Además, sus filósofos no buscan la verdad y ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Es como sucede quizás hoy día, cuando toda nuestra realidad como ciudadanos occidentales la percibimos a través de imágenes y espectáculos. Mientras más asombrosa sea la imagen o el espectáculo, tendrá más éxito. La copia es más importante que el original, como escribió Feuerbach, citado por Guy Debord en su libro La Sociedad del Espectáculo (1967). El ser humano prefiere la ilusión a la realidad, por lo que Borges profetiza que en pocas generaciones el planeta Tierra se convertirá en Tlön. Como somos una civilización construida por la cultura, y como la humanidad ha olvidado que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles, al final nos convertiremos en Uqbar. Lo que quiere decirnos es que somos un orden creado por los propios hombres, no por circunstancias metafísicas. Borges repite que Tlön se encuentra construido con un orden humano, mientras que nuestra civilización por un orden divino. Es decir, desde el momento en que la humanidad abandone la idea de Dios, la idea de que hemos sido creados por un Dios o por dioses, estaremos preparados para convertirnos en Tlön. Ya podemos aceptar que hemos sido hechos por un orden cultural e intelectual, y entonces la civilización aceptará que ha sido creada por sí misma, al mismo tiempo que Borges se pregunta: ¿Cómo no someterse a Tlon, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? (…) Tlön es un laberinto, pero es un laberinto urdido por los hombres, que está destinado a que lo descifren los hombres. Es decir, los secretos del mundo pueden ser descifrados y entendidos por los seres humanos, el universo no es un orden indescifrable que no admite comprensión.

Así pues, quizás hemos llegado al significado oculto que contiene este pueblo ilusorio: la civilización de Tlön y Uqbar es nuestra propia civilización. El planeta ilusorio de Tlön, creado por El Tercer Mundo, es nuestro propio planeta. Implica cierta clase de humor secreto por parte de un gran escritor de mentalidad aristocrática, decir que El Tercer Mundo cambiará todo el resto del planeta. No obstante, sí estamos de acuerdo con que hemos sido construidos por la cultura, por una vasta cadena de intelectuales, científicos, filósofos, pensadores, gobernantes, dictadores, imperios, políticos, empresarios, locos metafísicos, que han escrito de forma indeleble sus ideas en todos nosotros. Sus religiones, sus imágenes, sus creencias, su filosofía, sus descubrimientos, de manera que a través de los siglos se ha creado una civilización ilusoria que piensa que su metafísica es real y verdadera. Tlön somos nosotros mismos.

Como nos dice Borges, al final, refiriéndose a cómo aún se continúa con la creación de una civilización imaginaria que se cree real: Una dispersa dinastía de solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue.

Oraciones para cuando llegue el fin del mundo:

Manuel Llibre Otero


-Primera acumulación de palabras en torno a “El Libro de los Ultimos Días”, de Máximo Vega.

 

(“Esa es nuestra morada:

la pureza que se recibe

y la siniestra semilla que se hunde”

Lezama Lima: “Los Dioses”)

 

En el texto “La sociedad del espectáculo”, Guy Debord afirma que “toda la vida de las sociedades donde reinan las condiciones modernas de producción se anuncia como una acumulación inmensa de espectáculos”. En este caso, asistimos a la presentación de una acumulación, aunque no inmensa, de miradas sobre las transformaciones de las sociedades modernas y los entuertos que se supone debe sufrir un joven escritor, caribeño y de provincia, para parir su obra literaria.

 

Si un desafío ha enfrentado Máximo Vega en toda su carrera literaria, ha sido enfrentar esa indiferencia hacia los objetos y los sujetos que se supone cotidianamente agotados, tratando de seducirnos al hacernos mirar por lo que no somos vistos ni alardeamos de ser, sino por todo ese mundo solitario, sórdido a propósito y un tanto vouyerista, donde nos hace ocupar el lugar de un apasionado lector de su propia teatralidad, de los accidentes de la vida social que construimos y que al final, por esos aparentemente fugaces espectáculos personales de frivolidad, nos reconoceremos, en la ausencia de sentido que crea la desesperanza o en la reducción de nuestras vidas a todo lo que hemos considerado la realidad conveniente y que deviene en el conformismo.

 

Máximo Vega, en sus cuentos y novelas, es un experimentado escritor que se impone tortuosas existencias para desentrañar esos espectáculos sociales con su estilo muy propio de lenguaje austero por cuanto debe ser efectivo y preciso.

 

Vega, desde muy temprano, se aparta de los narradores convencionales y trata tan explícita como cómodamente, temas de conocida polémica sobre la realidad social tercermundista, crea personajes dominados por los sentimientos desnudos que motorizan las pasiones verdaderas pero que se ocultan por las socialmente convenidas, deshila historias donde consigue declaraciones impactantes y trascendentes sobre cosas que en principio podrían no interesarnos, como el sueño de los otros, la pelea diaria de los olvidados, el abuso del cuerpo, lo discursive y puro del lenguaje.

 

Presentar un libro siempre es un compromiso, y más si el libro es de un amigo con el que nos unen tantas vivencias, sueños y desilusiones compartidas. Trataré de pensar en el casi incomprensible Lezama Lima para hacer una abstracción especulativa sobre estos textos que aunque no son santos, si son de los últimos días, de los últimos días del siglo pasado, quizás de los últimos días del purismo para dar la bienvenida al desarraigo, intentando identificar sus esencias, ya que Vega escribe parado y sin sombrilla en medio de una tempestad de expresiones donde dispara una crítica que pareciera estar en contra casi de todo lo que trata y que no pretende salvar al lector con ese sentido simplificador, de crónica, de recetario, que muchos lectores esperan encontrar en ensayos y críticas literarias.

 

Un aspecto relevante de los textos contenidos en el libro es una obsession por los orígenes de las cosas, los personajes y los conceptos que durante su vida de lector han logrado identificar, conectar con su nivel de pensamiento. En muchos textos, es evidente la profundización casi a nivel de buzo en los aspectos de la cultura dominicana, buscando identificar sus esencias, pero dándole expression “a lo Máximo Vega”, haciendo que esta noción de lo criollo también se contraponga con el subyugante contexto extranjero y levitando en el fenómeno que todos conocemos de lo imprevisible que es la dominicanidad y sus derivaciones, sin que esto logre desembocar en “resentimientos vernáculos”.

 


Si ha llegado el fin del mundo, lo cual es inevitable, para qué leer? Somos en buena medida lo que leemos, o bien buscamos lecturas que coincidan con nuestra visión del mundo, sin lugar a dudas que a través de esta obra conocer en buena medida el pensamiento del autor y sus reflexiones sobre la verdadera existencia a través de sus múltiples y variadas lecturas. La crítica literaria, tan amiga de encasillarlo todo, obras y escritores, será vencida a pulso por Vega cuando aborda el análisis de escritores que van desde amigos cercanos hasta grandes figuras de la historia de la literatura universal. Como si tuviera favoritos, pero a la vez sin tenerlos, hay un serio problema con la crítica tradicional, ya que los textos de este libro abordan temas, personajes y aspectos específicos de las obras donde Máximo los enfrenta a una gama de posibilidades y a una batería de análisis filosóficos, sociales, sociológicos, como si lo hiciera sólo por el hecho de un divertimento, alejándose de los cuestionamientos tradicionales que se hacen todos y entrando en una crítica literaria más rica y amena, alucinante en ocasiones.

El libro es casi una recopilación de artículos y ensayos sobre temas literarios, exceptuando el abordaje de temas tangenciales como reflexiones sobre el arte contemporáneo, la cultura, el cine, y algunos aspectos de la identidad del dominicano. Como toda colección de textos de diferentes intenciones y épocas, puede asumirse a priori que estamos ante un material heteróclito, nada más errado ya que el pensamiento de Vega es plasmado en todos los trabajos de manera ordenada, pero con el atrevimiento que se requiere para tomar la palabra y pretender situarla como herramienta medular en la reconstrucción inteligente de obras y lecturas, de personajes amigos o elegidos, de símbolos extraños, caciques y deidades o de películas al límite de la existencia.

 

Sin temor a equivocarme, puedo afirmar, y no por el compromiso de amistad, que este libro representa un aporte en lo que a la comprensión y reconstrucción de la historia literaria reciente se refiere, mediante una serie de discursos que en ocasiones se leen como si se escuchara a viva voz el discurso personal y privado del narrador que es Vega, reflexionando sobre el panorama literario contemporáneo, con la misma soltura y elegancia que cuando escribe ficción.

Máximo no habla en este libro solo de su filosofía de vida, ni de la filosofía como esa posición totalizadora o que configura una doctrina ontológica cuyo resultado se vierte inadvertidamente en una colección de ensayos. Este libro es más espectacular, es la negación de muchas cosas, la muerte de muchas ideas existencialistas, y la búsqueda de una dudosa redención del escritor únicamente a través de su propia obra, solitaria, egoísta, desconocida, personal.

De palabras somos -de verbo y carne estamos hechos-, y Vega alterna la reflexión y el ensayo con unas pocas crónicas de sus vivencias, con elegantes pero complacientes notas sobre sus amigos escritores.

Pienso que el libro de los últimos días constituye una lectura muy rica en imagines y conceptos, incluso en aportes culturales de significación, aunque densa y apabullante en ocasiones, un libro muy completo sobre la visión del autor en torno a la fuerza que gobierna las cosas y la inteligencia en un mundo tan problematizado, con frases inteligentes, incendiarias y hasta demoledoras de la realidad que se preconfigura y se acepta como válida.

Otros temas que trabaja el autor en sus textos es el de la relación noción entre el arte contemporáneo y su evolución en nuestra cultura. Cierta obsesión por el destierro del escritor en nuestra realidad y un tanto bosquejando el problema de la identidad como generación que no ha podido superar las fronteras de las generaciones precedentes. Mención especial merece el artículo sobre Sacha Tebó, que presta su imagen para la portada.

Finalmente está la nostalgia, distante, pero siempre presente, la nostalgia que es inútil, que no sirve para nada, pero que supone la forma en la que, mediante nuestros gestos, manejaremos esa gran responsabilidad que el mundo nos impone, la “insoportable levedad” que nos endilgó Kundera y que mientras más nos aproximamos a ella supone un mayor reto para superar los miedos del hombre frente a los problemas de nuestros días.

Máximo ha construido con este libro una especie de paraíso para sus sombras, pero siempre con esa curiosidad que causa todo tragaluz de ir a mirar el mundo desde otra perspectiva. En él no encontrarán ustedes más que fragmentos de salvación y un poco de material embrujada con la cual bien podrían aderezar su caldo de brujo donde muchos esperamos aún cocinar algún texto que cobre vida.

Son los tiempos de la decadencia de los héroes, de asistir al espectáculo de lo contemporáneo como culpa compartida y no hay mejor excusa que este libro de los últimos días para lograr establecer un compromiso, una toma de conciencia sobre el deber del escritor y su particular manera de develar el juego de los apariencias.

 


 

 

LA MUERTE DE RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO:

Máximo Vega
(Publicado en el periódico Listín Diario)


¿Qué puedo empezar diciendo de René? Nos conocimos sin vernos, quizás debido a mi timidez, luego de que escribiera una reseña sumamente elogiosa acerca de mi primer libro, “Juguete de madera”, en la revista Arquitexto, en la cual hacía crítica literaria. Cuando intenté poner a circular ese libro en el Centro Cultural Español, en Santo Domingo, aún sin conocerlo, le solicité por teléfono que me hiciera el favor de presentarlo, pero lamentablemente ya se había marchado a vivir a Miami, en los Estados Unidos. A partir de ese momento empezamos una amistad virtual que se prolongó por muchos años, quizás demasiados, hasta que nos conocimos personalmente, puesto que yo era un joven provinciano, como alguna vez él también lo fue, que no hacía vida literaria desde la ciudad capital, mientras que él vivía en Miami y luego en Houston, Texas, donde se hizo de una de las carreras literarias más sólidas de cualquier escritor dominicano contemporáneo, aún de aquellos que viven en esas falsas cumbres literarias nacionales rodeadas de espejismos. Precisamente todo aquello que odiaba René, y que reprochaba sin ambages: el poder, la petrificación literaria, la mediocridad disfrazada de éxito. Alguna vez, en una de esas charlas que nadie recuerda pero que nos convencen de que nuestro camino es la Literatura, yo mismo dije, antes de conocerlo y de conocer sus muchos libros, que sus cuentos eran parecidos a los de Julio Cortázar, como se repetía en aquella época acerca de otros escritores como Arturo Rodríguez Fernández, Enriquillo Sánchez con aquella Maguita suya tan repetida en sus poemas, e incluso de René del Risco Bermúdez, el otro René: una cercanía en el estilo, en la forma, no en el género fantástico que cultivó con tanta maestría el escritor argentino. Por supuesto, estaba equivocado, y esa equivocación garrafal me chocó en la cara cuando hice una antología de su obra, y me dediqué a leer, con mucho placer y admiración, todos sus libros de cuentos.

René empezó su recorrido literario con un libro de poemas que, quizás, nos traslada a su propio bucólico pasado, en Constanza, titulado “Raíces con dos comienzos y un final”. El presentador de ese libro lo fue el poeta Mateo Morrison, quien también lo presentó, durante el año 2020, en una serie de conferencias para dar a conocer su última novela, “No les guardo rencor, papá”, publicada por la editorial argentina Palabrava. Esta clase de simetrías misteriosas son comunes en la biografía de René. Su segundo libro de cuentos lleva ese título (No les guardo rencor…), al mismo tiempo el nombre de esa última novela que no debió serlo puesto que, de acuerdo con lo que conversamos por última vez, estaba lleno de ideas y proyectos. De ese libro de 1989 es el cuento “No las mate, por favor”, que tiene un tema rural pero a la vez sicológico, y que empieza más o menos así:

“La primera vez, que yo recuerde, fue a los cinco o seis años en casa de Mamá Negra, mientras ella preparaba unos casquitos de maíz con leche de chiva, nunca podré olvidarlo, junto al “no me comí el azúcar” salió de mi boca (negra, hermosa y viva) esta hormiga con los ojos verdes y comenzó a pasearse por mi cara, observándolo todo detenidamente”.

Es la historia de una venganza que debe ser cometida por un hombre que no quiere hacerlo, con toda probabilidad en su natal Constanza, por lo que, agobiado por la culpabilidad, se imagina que le salen hormigas por los diferentes orificios de su cuerpo, que le quitan poco a poco la vida.

O el “Juego 007”, de su primer libro de cuentos “Todos los juegos el juego” (1986), aquél culpable de que se le comparara con Cortázar, cuando el título advierte que es una parodia al escritor de “Historias de Cronopios y de Famas” y de “La vuelta al día en ochenta mundos”: el primer libro de un admirador, de un joven escritor que inaugura su narrativa y que no hace más que homenajear:

“-Se conoce con el nombre de los símpidos a los antiguos pobladores de la meseta suprarrenal de La Alfalfa, que guerrearon solípedamente con los nísperos y sus vecinos los gélidos, y luego se establecieron linfáticamente en la ribera vaginal del Tábano.”

Aunque ese libro, esos cuentos, descubrieron a un escritor lleno de humor, de una vena poética simultáneamente anti-poética, rebelde, cínica como lo fue su propia época, que no se creía para nada la idea del escritor-arúspice, del autor-shamán que descubre cosas invisibles o ignotas, que es el oráculo verbal de sucesos futuros, cuando se obvia que un escritor, un poeta, no es más que un humilde orfebre de la lengua, un guardián de su idioma -lo cual ya es mucho-, o más sencillamente, como nos dice el poeta catalán Pere Rovira: “Un poeta es un señor que escribe poemas”.

Luego llegó la década del 90. A René se le ha identificado más bien con un autor de la llamada Generación del 80, puesto que no cabe en su propia generación, que es la del 70 (Raíces… se publicó en 1976), y su literatura no guarda nada del compromiso político de la Generación de Posguerra. En el año 1991 publicó el libro “Su nombre, Julia”, del cual proviene el cuento del mismo nombre, un clásico de la cuentística dominicana, y en 1996 “La radio y otros boleros”, Premio Nacional de Cuento, que contiene la narración “La radio”, la mejor de ese libro, que ya había obtenido otros premios locales. En el 97 “El diablo sabe por diablo”, en 2013 “Solo de flauta”, en 2015 “El nombre olvidado”, en el cual todos los títulos de los cuentos corresponden a nombres de mujeres. Porque René era un perseguidor, un adorador. Su tema preferido es el amoroso, el de las difíciles, complicadas o simples relaciones entre un hombre y una mujer; algunos de sus cuentos, como “Keiko”, por ejemplo, de ese libro con nombres femeninos, es apenas el recuerdo poético del encuentro y desencuentro con un personaje:

”Quedan fotos y, más que fotos, recuerdos clavados con fuerza en la memoria. No sé si soy el mismo de antes, el que anduvo por las noches y los días borracho de placer y de locura (uno, normalmente, es tantos otros, y yo, principalmente yo, he sido tantos otros tantas veces, tantas noches).”

No obstante, estos son solamente sus libros de cuentos. En medio de la publicación de esos libros entrañables, debido a que, recorriendo sus páginas, nos asalta la nostalgia, se encuentran otros de poemas, de conversaciones con otros escritores, libros a cuatro manos con otros narradores, libros de entrevistas, un diario imaginario entregado al lector como una novela aunque realmente no lo es, artículos y ensayos sobre literatura… Pocos escritores dominicanos pueden presumir de una obra tan vasta; pero además, pocos dominicanos han unido tanto su propia vida cotidiana con la literaria, de manera que todos sus actos transcurran alrededor de la Literatura.

René Rodríguez Soriano tiene una de las obras cuentísticas más sólidas de la República Dominicana y todo el ámbito del Caribe. En el prólogo de la antología de sus cuentos “Jugar al sol” (mediaIsla-Juguete de Madera, 2017), escribí lo siguiente: “A veces se nos olvida que estamos ante un autor completamente maduro (…) un escritor que estructura sus libros de manera tal que cada uno parece un primer libro. (…) una obra que, como le he confesado al propio René, es única en la literatura dominicana; única en el sentido de singular”. Singular en el sentido de que no alberga ninguna otredad que no sea el propio texto que se lee, sin significados ulteriores o pretensiones oraculares escondidas en sus páginas. Es una forma de contar única. Sincera, sencilla y talentosa. Una forma de narrar que no le debe mucho a sus compañeros generacionales, a sus compatriotas escritores, y ni siquiera a sus influencias, notables o no.

René ha muerto en Houston víctima del coronavirus. No sólo lamentamos el fallecimiento de un escritor, sino el de un amigo. Le hice, sin saberlo yo, mucho menos él, su última entrevista, en un canal de televisión de Santiago, en el que sólo nos encontrábamos él, un técnico y yo, y esa soledad extrema propició un diálogo de casi una hora, que supongo algún día servirá como testamento visual de un escritor importante. Me pareció notable la cercanía de nuestro tuteo, puesto que René tenía 20 años más que yo, aunque nos reconocíamos desde hace muchos años como buenos amigos. Muchas veces me convencía de que era más joven que yo.

Quedarán sus libros, quedará su narrativa, pero, ¿qué importancia podría tener eso para mí? Para sus lectores, claro que sí la tiene, pero para quienes lo conocimos no es suficiente. La brevedad de nuestras vidas es una estafa, algo inexplicable. En esa cosa incomprensible que es la muerte se encuentra un misterio y un horror.

Así pues, René, fuimos amigos y fuiste un escritor. No grande o pequeño: un humilde poeta. Me parece que con eso ha sido más que suficiente. Hasta luego, mi querido amigo escritor.



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