A
partir del año 1924, el poeta Domingo Moreno Jimenes empezó a recorrer las
localidades rurales del país para impartir pequeñas conferencias, charlas
improvisadas, en las cuales vendía sus libros de poesía por lo que quisieran
pagarle los pocos campesinos ilustrados (quizás profesores de escuela o
ejecutivos menores del gobierno) que podían leer lo que escribía. Domingo
Moreno Jimenes falleció el 23 de septiembre del 1986, y el presidente de turno,
Joaquín Balaguer, ordenó una salva de cañonazos y honores militares para el
poeta que vendía folletos en las zonas rurales para ganarse la vida. Alguna vez
Moreno Jimenes vivió en Santiago, donde trasladó la Colina Sacra del Postumismo
a una casa que aún existe, en la calle Mella casi esquina Las Carreras. Debajo
de un árbol donde hoy se encuentra el hospital regional José María Cabral y
Báez, escribió sus versos más conocidos, el "Poema de la Hija Reintegrada”.
Recordamos
32 años después al poeta, Sumo Pontífice del Postumismo, pero, ¿quién puede
recordar el nombre del alcalde del ayuntamiento de Santiago, del secretario de
educación, del secretario de interior y policía en 1986? Juan Antonio Alix
nació en Moca en el año 1833 y toda su vida transcurrió en la ciudad de
Santiago, así que la alcaldía le dedicó un busto en el parque Duarte del centro
de la ciudad, en un acto en el cual no se invitó a los poetas, ni a los
artistas, precisamente a aquellos que, quizás, 32 años después de sus muertes,
les dedicarán otros bustos en otros parques del futuro, mientras en su presente
son despreciados por las autoridades que detentan el poder, aunque es posible que nadie las recuerde cuando se inauguren esos
bustos del mañana.
Tal
vez ya es un concepto del pasado la idea del poeta como guardián de su idioma.
Es posible que yo mismo sea entonces un carcamán, un dinosaurio, un individuo
escapado del pasado. Quizás
la idea del artista como guardián de la cultura de su nación haya sucumbido al
analfabetismo y a la popularidad de figuras mediáticas que hablan mucha paja,
pero, según ellos, mucha paja “cultural”, “ilustrada", sacada de libros de autoayuda y canciones que predican la armonía universal. El
Ministerio de Cultura, esa entelequia degradada a la que alguna vez yo
pertenecí, debería ser el techo en el cual pudiesen cobijarse los artistas, los
poetas, los intelectuales de un país lleno de arte que surge de manera
espontánea, puesto que no tiene ningún apoyo del estado. Ministros ineptos de
cultura, que pensaron alguna vez que iban a recibir el apoyo de su gobierno y
que prefirieron embajadas millonarias al trabajo arduo, pudieron convencerme de
que organizara actos inútiles y pronunciara discursos que ahora me avergüenzan,
para ellos demostrar que podían ejercer una posición que les quedó demasiado grande. Recuerdo que,
siendo director interino del Centro de la Cultura de Santiago, me encontré en
una feria del libro con el ministro de cultura de ese tiempo, José Antonio
Rodríguez, con su colita y unos pantalones de rayas enormes, y él ni siquiera
sabía quién era yo, a pesar de que le dirigía una importante institución de su
ministerio, y a pesar de que soy un escritor que, aunque no me gusta la
notoriedad ni la autopromoción, he ganado una cantidad de concursos, he
publicado una cantidad de libros y he sido traducido a varios idiomas. Recuerdo
cuando participé en el libro “Cien Años de Genocidio Armenio”, que recopiló el
activista armenio residente en España Arthur Ghukasian, cuando me hicieron un
reportaje para la televisión de Armenia, y el mayor orgullo que sentí no fue el
hecho de que hablaran elogiosamente de mí, lo cual era y es secundario, sino
que colocaran imágenes de Santiago de los Caballeros, que vieran el Monumento a
los Héroes de la Restauración, la calle del Sol, el parque Colón, los
habitantes de un país que nunca antes habían escuchado hablar de la ciudad de
Santiago ni, quizás, de la República Dominicana, como la mayoría de los dominicanos no han escuchado hablar de Armenia, y que eso se hubiese logrado a través
de mí, un individuo discreto y desconocido que participó de ese libro porque
Armenia conmemora el terrible acontecimiento de su genocidio el 24 de abril, el
mismo día en que los dominicanos conmemoramos el inicio de la revolución de
abril y la invasión norteamericana. Igual sucedió cuando me llamaron para que participara en un programa de
radio en Uruguay, o en Cuba, o en México, o en España: yo soy de Santiago, les
decía, una ciudad de la República Dominicana llena de grandes artistas desconocidos fuera de su país. Como no me
conocía tampoco el funcionario que colocaron en la región, Jochy Sánchez, el
musiquito que organizó un festival del locrio y una feria del dulce de leche,
gastándose el dinero para patrocinar las artes en eso (con el apoyo
incondicional del otro, del José Antonio que fue premiado como embajador de la
UNESCO), y que hizo diecisiete mil montajes del espectáculo La Gallera cantado
por Jhonny Ventura. Como tampoco me conoce el ministro actual, que no pertenece
al sector cultural.
Mientras
el Centro de la Cultura de Santiago “Srta. Ercilia Pepín” se cae a pedazos, al
igual que El Gran Teatro Regional del Cibao sin nombre, el Monumento a los
Héroes de la Restauración, la Escuela de Bellas Artes de Santiago o la Oficina
Regional de Patrimonio Monumental, organismos que no funcionan no debido a la
mala gestión de sus directores o subdirectores (a los cuales yo llevé hasta
allí, a excepción de la directora del Gran Teatro Regional y del director de la
Escuela de Bellas Artes), sino a que no tienen ningún apoyo gubernamental. Recuerdo además cuando asistí al acto de puesta en circulación del libro
enciclopédico “La pintura en la sociedad dominicana”, de Danilo de los Santos, en el hotel El
Embajador en Santo Domingo, y en la mesa principal se encontraban los miembros
de la directiva del Grupo León Jimenes, además de intelectuales, los más importantes
artistas del país, la vicepresidenta de la República Milagros Ortiz
Bosch, que también era ministra de educación. Los tiempos han cambiado. Recuerdo también cuando Danilo de los Santos y el fotógrafo
Domingo Batista fueron reconocidos como “Activos Culturales de la Nación” (lo
que no sirvió para que se le rindieran otros honores a Danilo cuando falleció,
puesto que Domingo Batista, por suerte, aún vive): se les rindieron honores
militares frente a sus casas, mientras José Rafael Lantigua, el Ministro de
Cultura, los acompañaba y los elogiaba, así como elogió al doctor Víctor Estrella, que fue reconocido también en el acto en homenaje a Domingo Batista. Lo único que puedo reprocharles a esos
funcionarios que se han quedado recibiendo todas las críticas y vilipendios de
la ciudadanía justificando un sueldo, es precisamente que se hayan quedado,
puesto que la dignidad vale mucho más que eso.
La
degradación de un ministerio no significa la degradación de la cultura
dominicana. Esta continuará funcionando, puesto que la cultura es una
manifestación espontánea de los pueblos y de los individuos. Y este es un pueblo lleno de arte, que
inventó un ritmo musical (la bachata) en un momento en el que se pensaba que ya
esto no era posible, que todos los ritmos se habían creado. Ya llegarán mejores
tiempos para el sector cultural. De acuerdo a Gramsci y a Lévi-Strauss, la
cultura es toda creación humana, es decir que es sinónimo de civilización, pero
los ministerios de cultura de nuestros países se concentran sobre todo en las
artes y en el patrimonio, como lo indica la ley con la cual se creó el nuestro. La ciudad de
Santiago, la región del Cibao, todo el país, está lleno de artistas, gestores,
animadores culturales, que realizan su trabajo de forma privada debido a que no
se les apoya. El Diagnóstico Cultural que un grupo de artistas e instituciones
realizamos hace más de un mes, demostró que los proyectos, los artistas, los
gestores, están allí, y lo único que necesitan es patrocinio y organización. Un
patrocinio que no llegará desde un ministerio degradado. Que no llegará de las
instituciones culturales que se caen a pedazos, literalmente, puesto que los
mármoles y el yeso del Centro de la Cultura y del Gran Teatro se desprenden de
las paredes y caen sobre el público o los estudiantes. Que no llegará de
huacales que gastan todo aquello que debería invertirse en las artes en nóminas
espurias. Pero, al mismo tiempo, empleados supuestamente de “baja categoría” ni
siquiera alcanzan a ganar el sueldo mínimo, mientras sus directores ganan
cientos de miles de pesos. La vida no es justa, Sancho, sólo es la vida.
En
el siglo VIII a. de C. nació Homero, que escribió los poemas épicos “La Ilíada”
y “La Odisea”. Yo tengo ambos libros en un librero, en mi oficina, en el año
2018. De “La Ilíada” poseo dos versiones. La primera parte de “El Ingenioso
Hidalgo don Quijote de la Mancha” fue publicada en 1605, hace 413 años. Tengo
tres versiones del Quijote; una de ellas es un resumen de algo más de cien
páginas que me regaló una estudiante a cambio de mi libro “Juguete de Madera”,
que se lo habían puesto a leer en su escuela. Tengo las obras completas de
Domingo Moreno Jiménez, incluso la biografía tan enjundiosa que escribió José
Rafael Lantigua sobre el poeta; “Compadre Mon” de Manuel del Cabral; libros de Andrés Avelino
y sobre Zacarías Espinal; todos los libros del profesor Juan Bosch; los de
Pedro Mir; en las paredes de mi casa cuelgo cuadros de Claudio Pacheco, de Tony
Saint-Hillaire, de Vitico Cabrera, de Dionisio Peralta, de Cuquito Peña; un
dibujo regalo de Víctor Estrella; un escudo nacional tridimensional realizado por el
hijo del pintor Ricardo Toribio. Los libros de poemas de Ramón Peralta, de Puro
Tejada, de Jim Ferdinand, de Ruth cuando era Acosta, de Fernando Cabrera. Tengo
música de Patricia Pereyra, de Luis Díaz, del grupo Convite; libros de Fradique
Lizardo y de Franklin Mieses Burgos. ¿Quién reconoce el nombre del rey
de España en el año 1605, del rey aqueo del siglo VIII a. de C.? Conocemos a
Agamenón, Menelao, Aquiles o Ulises porque Homero los menciona en sus obras.
¿Quién recordará en el futuro los nombres del actual ministro de interior y
policía, del ministro de administración pública o el de cultura? Absolutamente
nadie.
Si los artistas, los poetas, los pintores, son los guardianes de la cultura, y por ellos se conoce la civilización en que ellos se movian; cuando llegue el día en que los artistas de Santiago revelen lo que fue lo que es el hoy, dirán (o confirmaran) que nuestra media isla tiene gente de oro pero idiotas egoístas en el gobierno. Esperemos que el hoy pase como una pesadilla y el mañana sea paz para ese entonces.
ResponderBorrarPerdón por tardar tanto en comentar. Soy yo la estudiante que conoció en UNAPEC, con la que se saco una foto al salir del auditorio
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