Nuestro
Patricio Juan Pablo Duarte, luego de disuelta la Sociedad Secreta La Trinitaria
debido a la persecución política provocada por la presunta traición de Felipe
Alfau, uno de los trinitarios originales, fundó la Sociedad La Dramática, la
cual, a través del teatro, trataba de crear consciencia social acerca de la
necesidad de alcanzar un anhelo de un grupo de jóvenes (cuando fundó La
Trinitaria, Duarte contaba apenas con 25 años, y los demás miembros eran tan jóvenes
como él: Juan Isidro Pérez, Jacinto de la Concha, Félix María Ruiz, etc…) que
pretendían algo extraordinario: fundar un país, crear una República. Debido a
que las autoridades haitianas empezaron a sospechar del real objetivo político de
las representaciones teatrales en las que los propios patriotas, miembros de la
sociedad, hacían de actores, y pidieron los textos de cada obra para
censurarlos antes de ser representados, los actores-patriotas pronunciaban
comentarios improvisados sobre la situación nacional, la necesidad de libertad, una soberanía posible, que no se encontraban en el texto original, evitando así
la censura de las autoridades haitianas. Esos no eran, por supuesto, los
tiempos de las redes sociales, ni siquiera de la televisión o la radio, que
comunican los mensajes al instante.
Un
grupo de jóvenes ha empezado unas protestas a nivel nacional e internacional,
pidiendo garantías para que sean celebradas elecciones libres y democráticas en
nuestro país. No podemos decir que una sola de nuestras elecciones haya sido
mínimamente democrática, pero la imperfección intrínseca de todo sistema, y de
todos los seres humanos, por lo menos habilitaba al supuesto ganador para
gobernar cada cuatro años. Jóvenes: románticos y enérgicos como Juan Pablo
Duarte, el fundador de nuestra República, aunque, como en toda obra trágica con
un protagonista incorruptible y melancólico, nuestro Prócer no fue testigo de
la creación de la nación (nación es una palabra que proviene de otra muy bella:
nationis-nacimiento) que había
construido. A Juan Pablo Duarte se le ofreció la presidencia de la República
cuando fueron vencidos los haitianos, pero se negó a aceptarla alegando que no
podía ser presidente sino había sido elegido por el pueblo al que había
liberado. Esa clase de pensamiento ético de quien había aceptado su condición
de Prócer nacional, con todas las consecuencias que ello conllevaba, muchos
políticos gobernantes del día de hoy podrían considerarlo ajeno a nuestra
época, poco pragmático, hasta un poco estúpido. Precisamente por ese excesivo
pensamiento pragmático neoliberal, es que hemos llegado donde hemos llegado.
La
democracia se construye cada día, puesto que su imperfección es intrínseca a la
imperfección propia de la naturaleza humana, así como a la imperfección de todo
sistema y de cualquier ser vivo. Es una creación occidental: los atenienses
vivieron en un tipo de democracia que, por supuesto, no es ni siquiera
comparable a la que tenemos el día de hoy. Todo lo que se ha luchado, toda la
sangre derramada, desde Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón
Matías Mella, desde el siglo XIX hasta el XXI, pasando a tropezones por ese
siglo XX fatalista que dejó en el país un sentimiento de tragedia nacional (la
dictadura trujillista, el derrocamiento del profesor Juan Bosch, las dos
invasiones norteamericanas, la revolución del 65, los Doce Años de Balaguer, un
presidente suicidado y otro condenado por corrupción, fraudes electorales, el
tenso momento de incertidumbre, en el año 1994, en que nos encontrábamos al
borde de una guerra civil, el frente patriótico, la debacle económica de
Baninter ya en el siglo XXI, que trajo más pobreza y desesperanza…), pensábamos
que había servido para que tuviéramos por lo menos una democracia imperfecta,
que hay que preservar. Pero a un presidente de la República se le ocurrió que
había hecho un gobierno tan extraordinario que podía cambiar la Constitución,
que ya había alterado con anterioridad, para perpetuarse con su grupo en el
poder, y que los ciudadanos se lo agradecerían eternamente. Entonces se
encendió una chispa. Una llama indeleble. Un destello luminoso. La democracia hay
que preservarla también con protestas, como aquellas antiguas en las que
participaban quienes hoy ostentan el poder, brujuleando entre los militares y
las armas en alto de los policías; con otras manifestaciones de estos jóvenes a
quienes pensábamos les habíamos entregado un país mejor, sin darnos cuenta de
que un grupo parasitario enquistado en el organismo vivo de la patria tenía
intenciones de prolongarse a cualquier costo en el poder.
En
una entrevista que se le hizo a Mario Vargas Llosa en España, éste declaró que
en algunos países de Latinoamérica existe todavía una oligarquía política que
no quiere abandonar el poder, que pretende quedarse allí a perpetuidad, puesto que
piensa que ese poder le pertenece. Esa oligarquía política se convierte en
oligarquía económica debido a la corrupción, al uso indiscriminado de los
recursos del estado para provecho propio. La creencia de esa oligarquía
política es que, si se convierte en oligarquía económica, la oligarquía
tradicional, la de los apellidos y las fortunas heredadas, no podrá avasallarla
y arrebatarle el gobierno, como ocurría en otras épocas. Pero eso ha creado un estado
corrupto fuera de control, en el que hasta el empleado más simple intenta sacar
ventajas económicas debido a que las autoridades no son capaces de dar el
ejemplo. En el que todo el empleado estatal recurre al robo descarado porque
sabe que no le va a pasar nada, que no será despedido ni encarcelado.
Mario
Vargas Llosa hablaba precisamente en esa entrevista sobre el pensamiento
liberal español, el mismo pensamiento liberal que forjó las ideas de nuestro Patricio,
que vivió en Cataluña y de allí trajo sus obras de teatro, directamente en
nuestro idioma o adaptadas al español. Esa oligarquía política, que se ha
creado gracias al robo (puesto que “corrupción” es un eufemismo que parece otra
cosa, un desliz, un lapsus, no lo que realmente es: un robo) del dinero de todos
los dominicanos. Ya el presidente actual no es capaz de controlar el robo
desmedido e indiscriminado que sucede en nuestro país, el robo de mi dinero,
que se usa para provecho de un grupo de vivos multimillonarios de la noche a la
mañana, o para costear reelecciones de próceres de pacotilla que se convencen de
que han hecho el mejor gobierno de la historia de la República Dominicana; como
no lo es tampoco el delfín escogido, que al parecer no sabe exactamente dónde
tiene puesta la cabeza. El 27 de febrero, por Juan Pablo Duarte, por Sánchez,
por Mella, por los Trinitarios y los Dramáticos, por el pensamiento liberal y por
mi país, porque no tengo otro y me moriré aquí dentro, en Santiago de los
Caballeros muy cerca del Monumento a los Héroes de la Restauración, yo estaré
en la Plaza de la Bandera protestando con esos jóvenes, al lado de esos jóvenes
aunque ya yo no lo sea, pronunciando las palabras que nunca pensé que gritaría,
puesto que yo, por once años, fui uno de aquellos ilusos, ingenuos, que pensaba
que a través de una función pública se podía ayudar a la nación con honestidad
y trabajo arduo: SE VAN.
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