Basilio Belliard
René sabe a qué ha venido. Vino de las verdes alturas de la isla a fundar
una Mediaisla virtual, como atalaya para mirar el presente de las letras
nacionales desde el ciberespacio. Esta bitácora funciona para medir la
temperatura letrada de la atmósfera dominicana y caribeña. Desde Constanza conquistó la ciudad capital,
a golpe de cuentos y poemas, y desde el trajín publicitario demostró que se
puede sobrevivir sin claudicar a los imperativos materiales de la vida
cotidiana, con sus vaivenes alucinantes.
Cargado de juegos, supo -como pocos- sacarle partido a los juguetes
infantiles y los trocó en materia de ficción. Lo asimiló de Cortázar, con quien
aprendió a jugar con cronopios a la fama del destino. Aprendió a jugar a
escribir a dos y a tres voces, con Plinio y Ramón y Rafael, hasta conformar una
tribu cómplice y sensible en la invención de tramas narrativas. Es el gran
sobreviviente del grupo “Y… punto”, después de formar la trilogía de las tres R
con Ramón y Rafael. René supo, como un gaviero, cuando le llegó el turno de
volar -o de zarpar- a tierras americanas, a conquistar la Florida y luego el
sur norteamericano, como un Billy the Kid, o a sublevarse como un Jerónimo.
René vino al mundo de las letras con armas a tomar, pues se sabía escritor,
o más bien, narrador de cotidianidades. Con inusual carga de ironía y pasión
melancólica, René ha tejido una obra narrativa y poética engarzada por los
hilos invisibles del juego y la parodia. Sus títulos son una tomadura de pelos
a la tradición y una mueca a la seriedad del oficio literario. Sus textos
obedecen a un diseño narrativo que pone las letras en juego: en vilo y en
jaque. Este autor ha fundado una mitología con su personalidad creativa y una
autoparodia con su estilo literario, en la narrativa y la poesía dominicanas de
las últimas tres décadas.
René es uno y es múltiple. O lo uno y lo otro. Empezó a jugar a tener la
influencia de Cortázar, pero ya a nadie le cabe la duda de que su temperamento
lúdico lo ha conducido a formar una red de cuentos, minicuentos, minificciones,
hipertextos, microtextos, novelas cortas, noveletas, poemas cortos de humor
largo, que lo sitúan en la arista de los autores inclasificables de nuestro
parnaso literario. Acaso René es uno de los precursores de la posmodernidad
literaria, pues desde los años 80 viene experimentando con recursos
intertextuales y paratextuales, y demás medios visuales y gráficos, quizás
imbuidos de su discurso publicitario y su imaginario mercadológico. Como un
dadaísta que deshoja todo y lo trastoca todo, o un postsurrealista en estado
puro, René ha experimentado con artículos de consumo masivo, como un artista
del pop art, haciendo collages
que emplea como recursos
extraliterarios en la búsqueda de
sentidos visuales a la página escrita.
René pertenece por derecho propio a la tribu de René del Risco, Efraim
Castillo, Enriquillo Sánchez, Pedro Pablo Fernández y Adrian Javier, esos
publicistas de las letras que han cabalgado a caballo entre el mundo de las
agencias publicitarias y la biblioteca personal, con una antorcha vanguardista
y con miradas incendiarios.
Estas pinceladas -que pretenden ser celebratorias- buscan hacer un llamado
a la crítica dominicana, en el sentido de prestarle atención con mirada de
entomólogo al discurso, al habla y a la obra provocadora, irónica, paródica y cínica
de René, quien ha escrito siempre muerto de la risa, aunque con cara de madera
y rostro infantil. Pero la ironía que maneja, y perfilan sus páginas, destilan
el vinagre de la crítica irreverente a una tradición narrativa costumbrista,
folclórica y rural, y luego urbana, que bosteza ya un aliento abúlico.
René siempre se renueva. Su travesía literaria se transforma y revitaliza
al son de nuevas generaciones, a
tono con la respiración de la ciudad y en diálogo productivo entre ultramar y
el corazón de la mediaisla. Su impronta narrativa tiene una factura que pendula
entre la nostalgia y la ironía, la melancolía bucólica y la sordidez citadina,
el humor negro y el desarraigo existencial. Sus páginas son un desfile de máscaras
que rinden homenaje a la radio, la
TV, el comics, el rock, el jazz, la pop
music y el bolero. Así
pues, nos da un tono epocal, que revelan sus gustos y aficiones, preferencias y
cavilaciones de su mundo onírico, con sus fantasías lúdicas y sus vigilias
melancólicas.
Melómano y cinéfilo, con estatura de jugador de baloncesto (que lo fue),
René ha sabido ensartar el lápiz para dibujarnos, con pulso de músico, el mapa
de los avatares cotidianos, en una travesía desde la provincia hasta la ciudad,
y desde la tierra nativa hasta el país del norte. Este cuentista, novelista,
ensayista y poeta es un prosista desobediente, que navega en los límites de los
estilos y los géneros literarios, con una libertad proverbial, con que les hace
una jugarreta a los críticos.
Músico de las palabras, que sabe jugar con los sonidos de las frases, en la
búsqueda de armonía, melodía y ritmo, en su tenaz pasión por los acordes, René
huye del pensamiento como el diablo a la cruz. Prefiere jugar. O jugar a
pensar. No quiere tampoco jugar a la verdad, sino jugar a las palabras, en una
rayuela en blanco y negro. Nada sin mojarse la piel, y prefiere jugar a
escribir en un ejercicio coqueto de lectura. Escribe con una flauta en la boca
y un pincel en los ojos. Su puntuación la aprendió de los dibujos pintados de
Joan Miro y los bosques naif del aduanero Henri Rousseau, tirando por la borda las leyes de la
perspectiva lineal para fundar así una prosa neutra. La razón dialéctica de René
radica en el apotegma que descabeza al de su tocayo Descartes, y que sería algo
así como: “Sueño, luego escribo”, en lugar de “Pienso, luego existo”. De ese
modo, se sumerge en la ensoñación primitiva para jugar a escribir, en una prosa
degenerada, es decir, sin género, pues huye de las formas, aunque no de las
palabras, a las que ama y por las que se desvela como un navegante insomne.
Sus textos narrativos son una prolongación de su poesía; su prosa de
imaginación posee la elaboración de una sustancia que le insufla aliento lírico
a sus imágenes connotativas. René escribe con mirada y corazón de niño, en una
escritura del instante, y con los materiales que evoca con su ficción nostálgica:
en cuadernos, libros, anuncios, noticias, notas, libreta de apuntes, lápices,
fotos, cartas, canciones, apuntes de diarios... Sus cuentos provienen de su
paleta de colores. Sus composiciones narrativas son pues conciertos de
instrumentos de viento, percusión y cuerda que suenan y resuenan en los
intersticios de las palabras, en medio de los silencios y los timbres de su voz
literaria, irreverente e inclasificable. La musicalidad de sus textos brota de
su estilo preciosista. De ahí que en todos sus libros la música ocupa el centro
de gravedad de su imaginario ficcional. Ludismo, erotismo y hermetismo, en los
textos narrativos de René sobrevuela la memoria, con sus efluvios,
fluctuaciones y reverberaciones, que van del recuerdo a la fiesta, en una
contemplación alucinante de su acto verbal.
René ha sabido pues alimentarse siempre de la música de las palabras de la
infancia. Muchos de sus personajes asumen la voz del pueblo, que es, en cierto
sentido, la voz de René, mediante
diálogos postizos y ficticios. Sus poemas son apuntes, esbozos, borradores
eternos y tachaduras que provienen de su percepción del paisaje literario, en
el que las palabras maduran en un movimiento de la ensoñación. Greguerías,
escritura automática, aforismos y bocetos de presencias fantásticas y
reminiscencias oníricas, la obra de René Rodríguez Soriano merodea a “tientos y
trotes”, como un pez en el agua, entre la poesía y la ficción, el juego y el
sueño.
Sus malabarismos poéticos, sus fraseos, sus giros fonéticos y aliteraciones
sintácticas se insertan en una poética narrativa, de tono autobiográfico, en
ocasiones, y, en otras, de matices dialógicos, donde desfilan personajes
reales, ficticios y familiares. De su registro sensible y de su mundo creativo
de personajes nos quedan en nuestras memorias Laura, Julia, Rita, Claudia,
Bianca, y un rosario de voces femeninas que pueblan su nostalgia amorosa. René
nos invita a escuchar los ecos y la música de sus tambores celestes, a veces en
clave mallarmeana o en tonos cortazarianos.
René explota el habla dominicana y capta así su doble sentido y su humor, y
funda una intrépida jerga de
vocablos inventados, invertidos y trastocados. De ese modo, crea una gramática
lúdica de la pasión y una sintaxis del sueño. Inventa un lenguaje sin lengua,
es decir, una expresión verbal que transgrede la forma instrumental de
escritura -vale decir: un lenguaje deslenguado. En una palabra: una prosa
narrativa con voluntad de estilo muy personal, y en un ritmo vertiginoso. El
sueño de René reside en escribir una prosa sin silencio, o donde el silencio ha
de ser llenado por la música. Su utopía narrativa consiste en ocupar el vacío
de la página con la plenitud del sonido de sus palabras.
René se fue con su música a otro lado y quedó no solo su música verbal,
sino además, su musa memoriosa. Este narrador-poeta urde sus tramas y sus anécdotas
en un viaje fantástico a través de la niñez para matar la soledad. Si hay un
autor que escribe para conjurar la soledad ese es René, pues las letras de su
escritura expresan justamente la consagración de una puesta en crisis del
tiempo de lo escrito. Su empresa verbal opera aquí como mecanismo de redención
de su ser temporal para abolir la angustia y negar la nada, que es la razón
vital de todo estado de angustia existencial.
René goza escribir y se goza la palabra. Arma y desarma los juguetes con
los que inventa y crea sus artefactos verbales. Así pues, se divierte como
nadie, o como solo él sabe hacerlo: haciéndole un guiño a la forma de narrar y
sacándole la lengua a la expresión poética. Sus monólogos interiores y prosa poética
funcionan como compases de las anécdotas cotidianas. Su arte poético reside en
un acto de construcción y reconstrucción de recuerdos temporales, con que le da
sentido a su mundo narrativo. La vigilia que alimenta sus elucubraciones se
bifurca en impulsos de aire que se disipan en los vericuetos de la mitología de
lo real.
A la manera de los poetas románticos, René ama la noche más que el día, siente
nostalgia del pasado, de la experiencia y del paraíso. “Si el día es bello, la
noche es sublime”, diría con Kant. O contemporizaría con Hölderlin cuando
este sentenció: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”.
De ahí la huída de René al pensamiento y su refugio en el mundo del sueño. De
ahí además, el pavor a la verdad adulta y su reposo en las ensoñaciones de la
inocencia.
Oigamos a René, oigamos un
solo de flauta suyo y vámonos con su música a oír la melodía de su prosa, que le
huye al tedio.
VII Feria del Libro Dominicano, Nueva York 2013