El Extranjero, de Albert Camus.

Debido a que se ha escrito mucho acerca de este autor y de esta obra en particular, con sus múltiples interpretaciones filosóficas y existenciales, tendrán que permitir en mí simplemente un acercamiento impresionista a la novela, lo que podría traer alguna clase de novedad puesto que, si soy rigurosamente sincero, mi visión de lector es única.
Si nos cuestionamos acerca de la influencia de Camus en la literatura latinoamericana, tendríamos de inmediato que pensar en Juan Carlos Onetti, en Ernesto Sábato, o en nuestro país en Lacay Polanco o Andrés L. Mateo, que es un discípulo de Onetti. Cuando Onetti escribió “El Pozo”, su primera novela que ya contaba con fuertes coincidencias con el mundo de Camus, debemos aclarar que aún el escritor francés no era conocido, y no había publicado “El Extranjero” (puesto que El Pozo fue publicado anteriormente a la novela de Camus, en 1939), por lo que podríamos referirnos a coincidencias, no a influencias de uno en el otro. En cuanto a Sábato, sí podríamos hablar directamente de influencias, sobre todo en “El Túnel”, título de extraña correspondencia con “El Pozo”, novela en la cual las ideas de Camus influenciaron profundamente al escritor argentino.
Debemos entender, primeramente, quién es Albert Camus. Nació en Argelia, país ocupado por Francia, en 1913, hijo de obreros franceses. Murió en 1960, a los 46 años, en un accidente automovilístico. Ganó el Premio Nobel en 1957. Pero los pormenores de su biografía en este caso son irrelevantes. Acaso es importante alguna que otra intimidad: que su padre murió durante la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, puesto que la ausencia de un padre es repetitiva en su obra, y que su madre era prácticamente analfabeta. Nunca quiso adherirse al existencialismo como movimiento, y en un momento dado rompió sus relaciones con Jean Paul-Sartre, pero de todas maneras rigurosamente sus planteamientos pueden ser considerados como existencialistas (la elección existencial y la libertad como consciencia, por ejemplo. Toda elección existencial implica riesgo, renuncia y limitación. El hombre vive para morir, cada cual muere solo. El ser para la muerte es el destino de la existencia humana, etc.) Su obra posterior también es importante, por ejemplo, la novela “La Peste”, su obra de teatro “Calígula”, o su ensayo “El Mito de Sísifo”. Lo que nos interesa es lo que escribió, en este caso la novela que nos ocupa: “El Extranjero”, publicada en el 1942.
El protagonista de la novela se llama Meursault, un empleado normal, clase media, que vive su infancia solo con su madre. Aquí corroboramos la ausencia del padre. Al principio del libro, la señora Meursault muere de vejez en un asilo en Argelia, adonde ha ido a descansar los últimos años de su vida. Su hijo acude a cumplir con el consabido rito de enterrarla, pero en él no hay más que indiferencia y ausencia de dolor verdadero. Meursault continúa con su vida rutinaria. Luego, en una playa, es atacado por un argelino armado con un cuchillo; se defiende y asesina al individuo de cinco disparos. De nuevo, no hay más que indiferencia y ausencia de arrepentimiento. Meursault es detenido, condenado a muerte, y es asesinado en la guillotina.
Tal es la simpleza del argumento de la novela. Roland Barthes decía, refiriéndose a Sartre y a Camus, que tenían un estilo frío, seco, neutral. La novela es perfectamente lineal, escrita en primera persona con frases cortas y secas; este estilo, y la simpleza de la historia, resultan ideales para el planteamiento reflexivo del autor a través de su peculiar personaje. Sirve además para que entendamos la aridez interior de Meursault. Por cuanto Camus no cuenta historias, por lo menos no cuenta historias muy complicadas, sino que transmite ideas. Meursault, al principio, acude al entierro de su madre, está cansado y tiene sueño, así que lo que desea es que todo acabe rápidamente para irse a dormir. Quiere a su madre, “como todo el mundo”, nos dice, pero eso no significa que deba sufrir por su fallecimiento. La novela empieza precisamente con esta muerte porque, cuando el protagonista es juzgado por el crimen que ha cometido, se le acusa de ser insensible al dolor, al dolor de la muerte de su propia madre. Todo lo que leemos ha pasado por el cedazo de la percepción del protagonista, por lo que, cuando él manifiesta esta indiferencia, no la consideramos extraña, peculiar. Estamos dispuestos a darle la razón: el entierro, tal como él lo cuenta, es una actividad pueril, sin ninguna importancia. Esta muerte, y los actos funerarios, son importantes desde el punto de vista narrativo por cuanto el mismo Meursault se convence de que ha sido condenado sencillamente porque no lloró en el entierro de su madre. No haber cumplido con un acto cultural lo ha condenado: lo ha condenado no haber demostrado sufrimiento.
Camus escribe su obra en medio de toda la frustración, el dolor, la desesperación y la destrucción que significaron los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, años en los cuales Europa pretendía renacer sobre millones de muertos. Europa se reconstruía físicamente, pero también buscaba reconstruirse moral y espiritualmente. Cuando Camus publicó la novela, aún la guerra no había terminado. El mundo sin valores de la época es transmitido en toda la novela, en donde cada hecho cotidiano no hace más que reflejar una angustiante trivialidad. La ausencia de valores de Meursault le hace preguntarse: Para qué llorar en el entierro de su madre, si no tiene deseos de hacerlo. Para qué aparentar delante de los demás. Para qué cumplir con las apariencias, demostrar un dolor físico que no siente. El protagonista no entiende esta lógica social, y no solamente no la entiende sino que no le interesa, y ahí precisamente se encuentra su peculiaridad y su condena.
Meursault asesina de cinco disparos a un argelino que lo ataca con un cuchillo. Le dispara la primera vez, y el cuerpo de su atacante cae, tendido en el suelo, indefenso. Si hubiese detenido su acción en este punto, hubiese alegado luego defensa propia. Pero Meursault le dispara cuatro veces más al cuerpo indefenso, diciéndonos: “...comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces, disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese”, lo que convierte el acto en un asesinato a sangre fría. Meursault es detenido, llevado a prisión, empiezan los interrogatorios ante el juez de instrucción, que se asombra de su gran indiferencia ante lo que ha hecho. Meursault ni siquiera piensa que ha cometido un crimen; para él, aquello, en sus propias palabras, “no es la gran cosa”, “no tiene gran importancia”. Aquí aparece entonces el segundo referente cultural ante el cual el protagonista es indiferente, y que provoca un gran rechazo social: en un momento dado, el juez saca un crucifijo de un archivero, y lo coloca delante del acusado, esperando que la presencia de la imagen de Cristo haga arrepentirse a quien el juez considera, prejuiciado, un criminal: “Los criminales que han comparecido aquí lloraron siempre ante esta imagen del dolor”, le dice el juez. Pero el acusado continúa indiferente. El juez le pregunta si cree en Dios, Meursault le contesta que no. El juez le dice que es imposible, que todos los hombres creen en Dios, incluso los que se apartan de su faz. Meursault le dice que ese asunto no le interesa, pero ante la insistencia del juez, Meursault hace como que le da la razón, porque lo que quiere simplemente es que lo dejen tranquilo, que lo dejen en paz. El juez le pregunta: “¿No es cierto que crees, que vas a confiarte en él?”. Meursault tiene que decirle la verdad, así que le contesta que no. Entonces el juez murmura: “Nunca vi un alma tan endurecida como la suya”. Desde ese momento, Meursault está condenado.
Dos ausencias culturales han bastado para condenar a muerte al protagonista: no mostrar dolor durante el entierro de su propia madre, y sentir indiferencia ante la imagen de Jesús crucificado. Insensibilidad ante el ser que da la vida, en un sentido terrenal, físico, e insensibilidad ante el ser que da la vida en un sentido divino, metafísico: la madre y Dios. Insensibilidad, en fin, hacia la propia vida. Qué le puede importar quitar una vida a alguien que piensa que su propia existencia carece de valor y de significado. Y aún así, cuando Meursault es condenado a muerte, sentimos un gran asombro, porque todo lo vemos en la novela a través del protagonista. En el juicio, el acusado se da cuenta de que la prensa ha exagerado su crimen, simplemente porque no hay más noticias interesantes que ofrecer a los lectores. Se da cuenta de que el público lo odia, que todos quieren su condena independientemente de su culpabilidad. Se da cuenta de que los abogados no hacen más que exhibirse: el fiscal se ensaña contra él, inventando una historia terrible sobre el asesinato, porque lo que quiere es ganar el juicio; el abogado defensor, sabiendo que perderá debido a la opinión pública, utiliza una larga y elegante retórica para demostrar que ha hecho todo lo posible por defender a un criminal. Pero Meursault ni siquiera está consciente del alcance de sus actos, de su propia insensibilidad. Cuando lo condenan, sentimos pena por él, incluso pensamos: “¡Pero si fue en defensa propia!”. Consideramos la pena capital como exagerada, lo que afianza nuestra impresión de que fue condenado por su peculiaridad, por su indiferencia ante un mundo que ni le asquea ni le agrada, sino que sencillamente no le interesa. Meursault tiene una amante llamada Marie: no tiene el ímpetu suficiente para abandonarla, le da lo mismo casarse o no con ella. Ni siquiera está enamorado de ella, se encuentra a su lado por el placer de la sexualidad. Porque la desea como mujer, porque es bella. Su vida es tan pueril y anónima como su propia muerte. Todo lo que le interesa de esa vida es el placer. Asesinó a un hombre, así que la sociedad ha decidido que él también debe morir, en un perfecto acto de venganza social al cual ya nos hemos acostumbrado. Meursault fue condenado por ser indiferente en un mundo al cual lo han enviado sin él pedirlo, ha cometido pecados que se encuentran en su propia naturaleza, pero que los demás consideran repugnantes, ha sido condenado por ser un extranjero. Pero él repite a cada momento que es “como todo el mundo”, “como todos los demás”, “como los otros”. Todos somos extranjeros en esta sociedad que no nos pertenece, que puede exigir nuestra muerte porque todos estamos condenados a morir, hoy o mañana, este año o dentro de veinte años. El Mundo es Ancho y Ajeno, escribió Ciro Alegría. Al Borde del Edén está la Muerte, digo yo en alguna de mis obras. Si tradujéramos más fielmente del francés el título del libro, nos daríamos cuenta de que su traducción literal es “El Extraño”. Si buscamos en el diccionario el significado de esta palabra, encontraríamos lo siguiente: Extraño: raro, singular, extravagante. Que es ajeno a una cosa. Uno de sus sinónimos es “extranjero”. Meursault es condenado por ser extraño, por no creer en Dios, y por no llorar en el entierro de su madre. Pero condenado a morir, en su celda, empieza a reflexionar sobre lo que ha perdido, las únicas cosas importantes en este mundo que le es indiferente: la libertad y, más adelante, su propia vida. Lo ha perdido todo, pero no se siente culpable aún, porque se siente víctima y no victimario. El mismo lo proclama encolerizado en la celda en la que espera la muerte, cuando lo visita un capellán que no ha pedido: “Nada, nada tenía importancia y sabía perfectamente por qué (...)”, le grita Meursault al sacerdote: “Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre, qué me importaban su Dios, las vidas que uno escoge, los destinos que uno elige, puesto que un solo destino debía elegirme a mí y conmigo a miles de millones de privilegiados que, como él, se decían mis hermanos”.
Y es importante resaltar esta cualidad, puesto que Camus era ateo. Cuando se refiere a Jesús en la novela, por ejemplo cuando habla de Cristo el juez de instrucción, lo hace siempre colocando el pronombre “él” en minúsculas. Pero en este capítulo final Camus nos habla del destino, como hemos escuchado. Un ateo nos habla del destino, de una vida preconcebida desde antes de nuestro nacimiento, y a pesar de su ateísmo su protagonista se comunica por primera vez en su vida, un poco antes de su muerte segura, con una figura religiosa, con un representante de Dios, atacándolo, ahorcándolo, repudiándolo, como si le reprochara: Para qué vienes Tú a consolarme con esto o aquello, Tú, Dios, para qué vienes a consolarme de la muerte si Tú me has traído hasta aquí, si Tú permitiste ese asesinato, si Tú permitiste la Segunda Guerra Mundial, si Tú permitiste a Hitler. Ya no puedo creer más en Ti.
Lo que validaría la novela desde el punto de vista de su actualidad, es decir de cómo la lee hoy día un escritor joven, incluso un escritor caribeño de un país que vive muy lúdicamente, me parece que se encuentra a un nivel comparativo. Es decir, cómo podríamos comparar la incomunicación, la indiferencia del personaje de Camus con lo que vivimos y sentimos hoy día. Ya había hablado yo antes de la semejanza entre las novelas de Andrés L. Mateo con las de Onetti, por ejemplo; a Andrés L. Mateo lo percibimos como un poco falso, como poco dominicano. No nos reconocemos en él. Luego de la Segunda Guerra Mundial, los lectores europeos de los años cincuenta y sesenta veían a Meursault como un héroe cultural e intelectual. Hoy, vemos el nihilismo de este personaje como una característica reprochable, negativa. Esto solamente puede ser posible en una obra de arte: su ambigüedad provoca que su sentido cambie en la medida en que se transforman sus lectores. Ahora bien, esa indiferencia de Meursault evidentemente se ha acrecentado, sólo que en vez de evolucionar hacia la inercia, hacia la inacción, ha progresado hacia el deseo y el placer. Esta es una época de placeres efímeros, de deseos casi siempre físicos que hay que satisfacer a como dé lugar. La mayoría de las instituciones sociales y los medios de comunicación no hacen más que crear deseos artificiales y prometernos que con tal o cual cosa vamos a cumplir nuestro deseo, derivando ese deseo hacia su realización, el placer. Todo el mercado está basado en esto, y el mercado es la principal institución del capitalismo. El deseo nos da de comer. Como nos dice Alfonso Reyes, que dicho sea de paso tampoco es de nuestra generación: “...las industrias parecen calculadas para producir artículos de corta duración, en cuya constante mutabilidad reside el encanto”. Nos sigue diciendo Alfonso Reyes: “Ya el fenómeno de la moda, tan característico de las sociedades evolucionadas, nos está diciendo que también la mudanza es un aliciente de la vida. A medida que las clases modestas alcanzan la moda, la moda deja de ser moda. La clase superior, que la creó, la sustituye entonces por otra, en un maratón desenfrenado”. Si Maursault estuviese vivo hoy día, si actuara en nuestra sociedad, si Camus hubiese escrito su novela en el siglo XXI, su personaje tal vez no mataría a un solo hombre, sino a muchos, y desencadenaría una serie de asesinatos mientras busca placer de tugurio en tugurio, de jovencito en jovencito, y por supuesto nunca sería condenado mientras odia a su prójimo, como el personaje de Fernando en la novela “La Virgen de los Sicarios”, de Fernando Vallejo. O como en la película “Pulp Fiction”, un filme sobrevalorado con matices religiosos en el cual unos asesinos a sueldo acuden a su trabajo, es decir a matar gente, hablando trivialidades y llevando consigo sus loncheras, como si fuesen albañiles y no criminales que van a quitarle a otros seres humanos todo lo que tienen. Es decir, la sociedad ha evolucionado hacia innumerables Meursault, variaciones monstruosas o paródicas de este hombre, seres indiferentes a todo, excepto a su propia y efímera gratificación física. Nihilistas incapaces de tener el más mínimo sentido de trascendencia, pero que, al contrario de Meursault, nunca serán condenados por sus crímenes. La lucidez de Camus es extraordinaria: en medio de la guerra, cuando sus compañeros exigían solidaridad y hermandad, él se propuso una novela y toda una obra de vida que preconizaba la pusilanimidad del hombre contemporáneo. De una época que ha creado una nueva preocupación: la incertidumbre. De la muerte de los valores y de las creencias. El mismo Alfonso Reyes nos habla de una diferencia semántica fundamental en nuestra época llamada democrática: él nos decía, refiriéndose a la poesía, que ésta no era libertad, sino liberación. La libertad es fácil: no requiere de renuncias, de límites, de riesgos, de cánones preestablecidos; no exige ni se obliga a leyes, de este modo carece de valores y de creencias que llenen nuestra existencia. Como él nos dice: “Es más difícil andar que ir con andaderas; correr, más que andar; y más todavía volar que correr, para el hombre mortal, se entiende; y aún más que volar, evaporarse”. La liberación exige límites, fronteras, obligaciones. La liberación de occidente aún está pendiente, aunque haya alcanzado con mucho esfuerzo la libertad.
Carlos Fuentes dijo una vez que el único compromiso del escritor era con el lenguaje y la imaginación. Eso no es cierto. El principal compromiso del escritor es con el ser humano, porque el principal compromiso de toda actividad humana es con el prójimo. Todos han dicho esto, desde Buda o Jesús, hasta Marx o Gandhi. El fin de la literatura no es el lenguaje, sino el ser, como dijo Sartre. Un axioma que hay que repetir constantemente. Todo lo que se ha escrito, todo lo que se ha pensado, todo lo que se ha descubierto o inventado se encuentra destinado a los demás. Sin el otro, un ser gregario como el hombre se volvería loco o se suicidaría. El sentimiento de soledad es el más insoportable para el ser humano. Y en esa soledad encontramos una clave: el último capítulo de la novela es el más reflexivo y lírico del libro, porque Camus quiere que sintamos lástima por su personaje condenado, quiere que lloremos por él. Que nos identifiquemos con él. Y lo hacemos, porque él es como todos nosotros, él mismo lo repite constantemente en toda la novela. Meursault es un pobre ser humano, perdido en medio de un mundo que no entiende. No puede haber falsas esperanzas, y Camus lo sabe, y no las ofrece. El nihilismo puede ser un punto de partida, como el autor declaró persistentemente, pero no puede ser una actitud definitiva. Todos podemos ser hermanos en el amor, pero también lo podemos ser en el odio. Y eso lo demostró la Segunda Guerra Mundial: millones de personas se hermanaron en el odio y la destrucción. Si Meursault no pudo ser amado por el resto de la humanidad en vida, por lo menos lo alegra el hecho de que en su muerte provocará un sentimiento colectivo: el odio. Para él hay salvación en la alegría de la muerte y del odio, nunca en la indiferencia. Y entonces, por primera vez, al final del libro, él nos lo explica todo, y entendemos. “Por primera vez”, nos dice Meursault, “por primera vez, después de tanto tiempo, pensé en mamá. Creí comprender por qué al final de su vida se había echado un novio, por qué había jugado a recomenzar. Allá, también allá, en torno a aquel asilo donde las vidas se extinguían, la noche era como una tregua melancólica. Tan próxima a la muerte, mamá debió de sentirse liberada de ella y dispuesta a revivirlo todo. Nadie, nadie tenía derecho a llorarla. Y también yo me sentí dispuesto a revivirlo todo. Como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraterno al cabo, sentí que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”

Entrevista de Wilson Inoa a Máximo Vega.

1- ¿Qué tiempo lleva usted trabajando como artista?
Más o menos desde que empecé a escribir en mi niñez, tal vez a los 14 o 15 años. Ahora, ya conscientemente, sabiendo que quería ser escritor, más o menos desde los 18 años.


2- ¿Quién o qué le inspiró a escribir?
Bueno, yo he contado esto anteriormente. Mi madre se casó por segunda vez, y su esposo llegó a la casa con muchos libros. Fue la primera vez que tuve un encuentro consciente con la literatura, porque anteriormente me atraía inconscientemente, de forma natural pero dispersa. Ese hecho me motivó a leer y, luego, a escribir.


3- ¿Con cuál estilo de la literatura se identifica más?
Creo que soy un escritor realista. Tengo cuentos fantásticos, pero están impregnados de todas formas de un realismo un poco crudo. Yo estoy obsesionado con la realidad, pero con la realidad de las cosas pequeñas, aunque también de las cosas crueles y perversas, que no por eso dejan de ser pequeñas.


4- ¿Cuál o cuáles escritores usted admira y por qué?
A muchísimos. A Tolstoy, a Dostoyevski, a Juan Bosch, a Onetti, a Saramago, a García Márquez, a César Vallejo, a Faulkner, a Víctor Hugo, a Bioy Casares, a Rulfo, a Cortázar... a muchísimos más. Son tantos que ni siquiera vale la pena tratar de hacer una lista de todos.


5- ¿A cuál o cuáles instituciones, entidades culturales pertenece o ha pertenecido?
Actualmente trabajo en el Centro de la Cultura de Santiago. También he sido miembro de la directiva de Casa de Arte, y soy el coordinador del Taller de Narradores de Santiago, que se reúne en los salones de Casa de Arte.


6- ¿Cuáles logros ha obtenido en su trabajo?
He sido premiado en varios concursos nacionales. No me gusta hablar de los concursos porque pienso que se ha abusado de su importancia. He sido antologado nacional e internacionalmente, incluso un cuento mío fue colocado en una antología para estudiantes de la universidad de Guadalajara, en México, y en Puerto Rico. He sido traducido a varios idiomas, y en Canadá, en un curso que se dio sobre literatura caribeña, se escogió mi obra para representar a la República Dominicana, claro está, junto a otros escritores dominicanos. Específicamente éramos siete. Son pequeñas cosas, pero son importantes porque en este país, en el ámbito cultural, todo es lento y subterráneo.


7- ¿Cuáles aportes considera usted que ha hecho como gestor cultural?
Soy coordinador del Taller de Narradores de Santiago. Ese grupo ha dado los principales narradores jóvenes de nuestra ciudad, que han ganado concursos nacionales, que han publicado sus libros y han obtenido reconocimiento. El Taller es mi principal aporte, el que considero más personal, porque yo fui el fundador y lo he mantenido contra viento y marea, auxiliado por un entrañable amigo, Ubaldo Rosario. También he hecho gestión cultural para Casa de Arte, para otras instituciones, para la Feria del Libro de Santiago, por ejemplo, y ahora, en mi trabajo en el Centro de la Cultura y en la Dirección Provincial de Cultura, mi principal trabajo es de gestión cultural.


8- ¿Qué le diría a la nueva generación de este arte?
Que lean mucho, no solamente literatura sino gramática, lenguaje, que no lo apuesten todo a la literatura, y que se marchen de este país.


9- ¿Cuáles son sus expectativas en el desarrollo del mundo artístico?
Publicar todo lo que escribo, tratar de ser leído por la mayor cantidad de gente, y tratar de conseguir un trabajo que me permita escribir sin grandes precariedades económicas.


10- ¿Cómo considera a los demás escritores de estos tiempos?
Excelentes, extraordinarios. Los que no se conocen, por supuesto, porque los más conocidos de mi generación son los más mediocres. Son los más leídos, y todos sabemos que los más vendidos no son los mejores. Es lamentable, pero la gente ha empezado a acostumbrarse a los disparates.


11- ¿Cuáles libros o textos ha publicado?
Una novela corta: “Juguete de Madera”, un libro de cuentos: “La Ciudad Perdida”. También “El Final del Sueño”, de cuentos, “Ana y los Demás”, otra novela corta, y “Cuentos Para Niños y Otras Historias Terribles”, cuentos. Aunque parezcan muchos libros, la realidad es que algunos cuentos de un libro aparecen en otro libro, con todos los libros de cuentos se puede hacer uno solo y no sería muy largo.


12- ¿Con cuál se identifica más y por qué?
Con todos.


13- ¿A qué público dirige sus trabajos?
A un público adulto que no le tenga miedo a las formas complicadas.


14- ¿Cuál anécdota usted recuerda que le haya sucedido en su trabajo profesional?
Bueno, no me sucedió a mí, pero sí a mi editor, al que publica algunos de mis libros. Mis obras son muy fuertes, tratan de describir la vida tal como es, y mi editor trató de que pusieran a leer “Ana y los Demás” en un colegio dirigido por unos sacerdotes. Cuando los sacerdotes leyeron la novela se la devolvieron y lo insultaron, diciéndole que cómo era posible que él pensara que ellos iban a poner a leer ese libro tan sucio a sus estudiantes. Cuando eso sucedió, me di cuenta entonces de que lo que escribo tiene alguna importancia.

EL TALLER DE NARRADORES DE SANTIAGO

EL TALLER DE NARRADORES DE SANTIAGO:


Hace once años, mientras conversábamos acerca de algunos libros y algunos escritores que nos interesaban, a Ubaldo Rosario y a mí se nos ocurrió crear un grupo literario que se dedicara a lo que ha sido nuestra pasión y nuestra vocación exclusiva: la narrativa. Se nos ocurrió convocar a una serie de amigos escritores –entre ellos Puro Tejada y Andrés Acevedo, aunque son poetas, no narradores –para que nos acompañaran en la fundación de lo que luego sería llamado el Taller de Narradores de Santiago. Desde sus inicios, este grupo literario se ha reunido cada sábado en la Sala de Lectura de Casa de Arte, en donde realiza una tertulia a la que han llegado escritores muy reconocidos, desde don Virgilio Díaz Grullón hasta José Acosta. En el mes de septiembre del 1996 fue abierto oficialmente este Taller, coordinado por mí, y aún se mantiene con bastante fuerza hasta el día de hoy, cuando mi coordinación es prácticamente honorífica, conformado por miembros en su mayoría muy jóvenes que encuentran en esta congregación sabatina una motivación importantísima para continuar con su vocación escritural, en esta sociedad que se vuelve cada vez más triste y más económica, material. Aunque, por supuesto, todavía permanecen en el Taller veteranos de los primeros y solitarios días, como Ubaldo Rosario y Andrés Acevedo.
La breve sinopsis del Taller de Narradores de Santiago viene a cuento debido a que, en este mes de noviembre, dos miembros del Taller han sido premiados en importantes concursos literarios nacionales: Johanna Díaz López obtuvo el primer lugar en la categoría de cuento de la Fundación Global y Desarrollo (FUNGLODE), y Ramón Gil una mención en ese mismo concurso. Pero un poco antes de ese acontecimiento, quizás un mes antes, Altagracia Pérez fue galardonada con el Premio Único de Cuento de la Sociedad Cultural Alianza Cibaeña, y unos años antes Luis Córdova recibía el Primer Premio del Concurso de Cuentos de Radio Santa María, y el Premio Nacional de Cuentos de la Sociedad Cultural Renovación, así como Ubaldo Rosario fue reconocido con una mención de honor en el Concurso de Radio Santa María: todos son miembros del Taller. Hace unas semanas apenas, la Dirección Provincial de Cultura de Santiago reconoció a una serie de valores literarios de nuestra ciudad, casi todos ellos jóvenes, porque sucede que la mayoría de los concursos literarios nacionales han sido ganados por santiagueros. Aunque una buena parte de nuestra ciudad se encuentre alejada de estos reconocimientos, de esta realidad, queremos convencernos, en nuestro submundo literario que le interesa a unas cuantas personas, de que el pequeño aporte que empezó hace once años con una conversación azarosa entre Ubaldo Rosario y yo, ha germinado, ha crecido hasta convertirse en lo que hoy ya es: una cantera en la que se ha descubierto toda una nueva generación de narradores que enriquecerá la vida cotidiana –no sólo la vida cultural, sino la vida en general, puesto que nuestro anhelo es que el arte forme parte de la vida, como comer, dormir o ver televisión –de nuestra ciudad y de todo el país.


Máximo Vega.

El Violín de la Adúltera.

Palabras leídas en la puesta en circulación en Santiago del libro "El Violín de la Adúltera", de Andrés L. Mateo.



El Violín de la Adúltera, llamada alguna vez, según escuchamos en algún momento, El Violín de la Infiel, es la novela de un autor de pocos libros de ficción. A pesar de que la trayectoria de Andrés L. Mateo como ensayista e investigador es muy amplia –incluso los pocos datos biográficos que acompañan este volumen publicado por el Grupo Editorial Norma lo definen como un autor de numerosos libros sobre literatura dominicana -, como escritor de ficción, específicamente como novelista, es un autor de una obra escasa. Desde su primera novela, Pisar los Dedos de Dios, publicada en 1979, hasta El Violín de la Adúltera, han transcurrido 28 años, y en todos esos años hemos leído apenas las novelas La Otra Penélope y La Balada de Alfonsina Bairán. Haciendo un pequeño ejercicio mental, quizás inútil, si recordamos el primer momento en que escuchamos al señor Mateo referirse a esta novela, es decir, un poco después de la puesta en circulación de La Balada de Alfonsina Bairán, entonces debemos convenir en que, acaso, esa escasez novelística se deba a que el autor tarda varios años en reescribir y revisar concienzudamente sus novelas, de una forma desmedida e inusual, puesto que la edición de La Balada de Alfonsina Bairán realizada por Alianza Editorial data del año 1999.
El Violín de la Adúltera es el diario de Néstor Luciano Morera, quien transcribe, con un lenguaje impecable, dicho sea de paso, la vida que le ha tocado padecer durante la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Es, al mismo tiempo, la historia azarosa de un amor idealizado, el de Néstor Luciano por su esposa, Maribel Cicilio. Maribel es la famosa adúltera que da título al libro. Simultáneamente, es la novela de la memoria de una época, de la evocación de un espacio, que es la ciudad de Santo Domingo, que en la era narrada fue rebautizada como Ciudad Trujillo, y del tiempo que correspondió a la terrible dictadura trujillista. Los amantes se conocen en su adolescencia, ya instalada la dictadura; Néstor Luciano es ya un profesional casado con Maribel, y aún soporta el oprobio del régimen. El autor del diario trabaja en La Voz Dominicana, en los afanes de la celebración de la llamada Semana Aniversario, el gran espectáculo artístico anual que continuaba sus preparativos por todo el resto del año. Quizás esta idealización un tanto ingenua de este amor que se va corrompiendo a medida que transcurre la convivencia matrimonial, del encuentro con la mujer amada y su reconocimiento como tal por parte de Néstor Luciano, quien nos confiesa en algún momento del libro, refiriéndose al momento en que vio por primera vez a Maribel: “La inmovilidad indiferente de su quietud, desde la que me miraba, me hizo levantar del pupitre como impulsado por un resorte”, y dos páginas más adelante: “Ahora no puedo rehilar la certeza de lo que estaba ocurriendo en mis sentimientos, pero creo que desde ese día la amé”, quizás esta idealización, repito, nos oculte el verdadero tema de la novela, que consiste en la recreación de una época de ignominia y oscuridad, pero no en sus detalles más crueles, más atroces, sino en los más cotidianos, aunque igual de infames. Néstor Luciano, aspirante a escritor, un hombre tranquilo, sereno, serio y tolerante en demasía, aunque no sabemos exactamente si tolerante por convicción o pusilanimidad, eso lo decidirá cada lector, describe su vida doméstica y laboral, su trabajo en La Voz Dominicana, gobernada férreamente por el general José Arismendy, el infame Petán, representación atomizada de la propia nación oprimida. Con su gran capacidad de observación nos traza los personajes que aparecen en las oficinas donde se organiza la Semana Aniversario, Elso el homosexual, la exuberante Ligia Monsanto, el ejecutivo Perícles Santamaría, aún los artistas participantes de aquel circo anual, como payasos desdibujados y lejanos, que nunca son realmente como se los imaginan sus admiradores, que idealizan a sus ídolos, incluido el propio Néstor Luciano. En ese mundo de celajes y máscaras, en el que una entrañable amiga universitaria debe esconderse con su familia, y desaparecer para siempre, en ese espacio cerrado, isla al mismo tiempo de la que no se puede escapar, cuyo muro es siempre el mar, como nos recuerda el cantautor cubano Carlos Varela refiriéndose a su propia isla cerrada al mundo, en el que mil ojos desconocidos te observan y te espían y te envían anónimos sobre el comportamiento de tu esposa, un mundo opresivo, burocrático, claustrofóbico, en el cual la dictadura concentra sobre sí misma toda la imaginación y la fantasía, no existe nada más allá que su propia realidad degradada. La novela recurre a la memoria de un tiempo perdido e idealizado, inolvidable, aunque en este caso se utilice esta palabra para lo terrible, no para lo feliz. En alguna página nos dice Néstor, que piensa que escribe para sí mismo, sin percatarse de que nosotros, vouyeristas, estamos leyendo un diario que él se ha propuesto destruir: “Uno mueve la boca y del fondo de la nada las cosas regresan”, escribe Néstor Luciano, aunque en este caso admitiríamos que lo escribe el propio autor a través de un alter ego, una alabanza al lenguaje, a la lengua, como creadora de la memoria y el pensamiento. Más adelante, una referencia a la Penélope de la Odisea, la eterna desesperada que espera a un marido que tarda en llegar, la figura homérica de Penélope que es reiterativa en la obra del autor: “El poncho aquel de la fatalidad de Penélope”, continúa escribiendo el alter ego del autor, “que se hacía y se deshacía todas las mañanas, ¿no era, en realidad, la misma historia que regresaba, avasallada por el sentido de la revelación?” Incluso el protagonista fue bautizado con un nombre homérico: Néstor, aquel rey de Pilos que participó en la guerra de Troya en su honorable vejez, prototipo de la mesura y de la prudencia.

Quizás la cita anterior nos lleve a pensar equivocadamente que la novela es un arduo ejercicio reflexivo, pero no es así. Las existencialidades propias de Pisar los Dedos de Dios y La Otra Penélope, aún las de la Balada de Alfonsina Bairán, que es ya menos reflexiva, no se encuentran en El Violín de la Adúltera, que ha ganado en fluidez y narratividad. La naturalidad con que se encuentra contada la historia, sin ripios ni paráfrasis ni añadidos innecesarios, y al mismo tiempo la claridad de una prosa más transparente, aunque sin abandonar un estilo característico, una prosa que se concentra en los hechos, en lo que sucede, convierte a esta novela en la más fluida de todas las del autor. No existen ya algunos juegos formales propios de una época experimental, como sucedía en Pisar los Dedos de Dios, que añadía el collage y los saltos temporales a la estructura de la novela. El Violín de la Adúltera nos narra una historia lineal que se concentra en lo que percibe o recuerda su personaje principal, como debe suceder, por supuesto, debido a que se trata de un diario, Néstor Luciano es un relator. Ahora bien, debo advertir que yo provengo de un presente desacralizado, que desdeña las mitificaciones y los idealismos. Yo no podría intentar una mitificación de la sexualidad, del placer orgásmico o de la persona amada percibida no como persona sino prácticamente como imagen. Es posible que mi vida sea más chata o que tenga una visión menos esperanzada y más realista del mundo, pero este es mi tiempo y mi visión de la realidad. Incluso el propio estilo que podríamos calificar de un tanto manierista del autor, solamente es posible tratando de describir una época y un espacio y unos personajes que son los que él describe en sus novelas; es decir, hablando en términos estrictamente literarios, su estilo tiene que ver con su propia percepción de la realidad. Y si continuamos por un momento hablando del estilo, El Violín de la Adúltera puede ser considerada como la más dominicana de las novelas del autor, puesto que su lenguaje nos refiere a una media isla tropical y caribeña que nosotros, también dominicanos, identificamos inmediatamente. Su lenguaje casi siempre indirecto y repleto de imágenes mantiene una continuidad estilística que empieza con su primera novela, Pisar los Dedos de Dios, pero que ha ganado en transparencia y narratividad en El Violín de la Adúltera.
En fin, que los amores y los misterios del prudente Néstor Luciano y la opaca Maribel Cicilio en medio de la dictadura trujillista permanecerán largo tiempo en nuestra memoria, negándose a abandonarnos, así como el oprobio casi surreal de una era que por suerte no nos tocó padecer, pero que el autor ha sabido reflejar en esta novela que el Grupo Editorial Norma ha tenido la oportunidad de publicar: El Violín de la Adúltera, de Andrés L. Mateo.

GANADORES TALLER DE NARRADORES DE SANTIAGO

El Taller de Narradores de Santiago, grupo literario que se reúne cada sábado a las seis de la tarde en los salones de Casa de Arte, desea felicitar a los ganadores de los más recientes concursos literarios nacionales, miembros destacados del Taller que ponen en alto a nuestra ciudad, y a la literatura nacional. Altagracia Pérez, miembra del Taller de Narradores, nativa de Santiago Rodríguez aunque prácticamente toda su vida ha transcurrido en Santiago, resultó ganadora del premio único de cuento del Concurso Literario de la Alianza Cibaeña. Johanna Díaz López, santiaguera, se alzó con el primer lugar del Concurso de Cuentos de la Fundación Global y Desarrollo (FUNGLODE), y Ramón Gil, puertoplateño con grandes vínculos con nuestra ciudad, y miembro también del Taller de Narradores, recibió una Mención de Honor en este mismo concurso nacional. Ellos se han unido al grupo de integrantes de nuestro Taller que han sido reconocidos anteriormente por su labor literaria. Hacemos de público conocimiento que el Taller de Narradores de Santiago, con once años funcionando ininterrumpidamente en la ciudad, se siente altamente orgulloso de que sus miembros reciban estos merecidos galardonas, que nos demuestran que nuestro empeño no ha sido en vano, y que demuestran además la fuerza de la región del Cibao, y más específicamente de la ciudad de Santiago, en la literatura dominicana.

El Taller de Narradores de Santiago es un grupo literario abierto a todo el público interesado, que se reúne cada sábado a las seis de la tarde en los salones de Casa de Arte. Se encuentra dirigido a la prosa y a la narrativa (cuento, ensayo, novela), y al arte en general. Su intención es desarrollar un ambiente tallerístico de discusión, lectura y escritura, en el cual sus miembros puedan fomentar sus inquietudes literarias, con personas que comparten sus mismos intereses, en una sociedad que tanto necesita del Arte y la Cultura.


Máximo Vega.
Coordinador.
Taller de Narradores de Santiago.

ENTREVISTA

ROSA SILVERIO PUBLICO ESTA ENTREVISTA EN SU BLOG. DESPUES DE UN TIEMPO, HE DECIDIDO PUBLICARLA TAMBIEN EN EL MIO. TAMBIEN PUEDEN ENCONTRARLA ALLA, EN www.rosasilverio.blogspot.com



Máximo Vega es uno de los autores más talentosos y dedicados de su generación. Un hombre sencillo, cercano y trabajador, que se ha esforzado por desarrollar una carrera literaria consistente, alejada de los ruidos y de todas esas luces que muchas veces ciegan a los artistas. Su obra, traducida a varios idiomas y bien ponderada por la crítica, es el reflejo de un escritor urbano que respeta y conoce muy bien su oficio.Máximo nació en Santiago de los Caballeros en 1966. Es narrador y ensayista. Fundador y coordinador del Taller de Narradores de Santiago. Ha publicado los libros: Juguete de Madera (novela corta), Ana y los Demás (novela), La Ciudad Perdida (cuentos) y Final del Sueño (cuentos).En el año 2003 ganó el concurso de ensayo con motivo del bicentenario del nacimiento de Víctor Hugo, con el trabajo “Víctor Hugo en la historia”, traducido al francés. En 2005 obtuvo el Premio Único de Cuento del concurso Nacional de Literatura de la Universidad del Este (UCE), con su libro “Final del Sueño”. En ese mismo año, su cuento “Hansel y Gretel” fue incluido en un libro de textos para estudiantes universitarios en México y Puerto Rico y Ediciones Ferilibro le publicó la antología “El Cuento contemporáneo en Santiago”, compilada por él.

ROSA SILVERIO: Sólo escribes narrativa y ensayo, ¿nunca te ha mordido el gusanillo de la poesía?

MÁXIMO VEGA: Realmente no. No soy poeta, soy narrador y ensayista. Lo mío es la prosa. Es una cuestión de intereses; a mí me interesa, como escritor, reflexionar sobre la realidad.

RS: Tu novela Juguete de Madera fue un verdadero éxito en Santiago, tanto que fue asignada a estudiantes universitarios y reeditada en varias ocasiones, ¿a qué atribuyes que esta obra no haya recibido el mismo reconocimiento en Santo Domingo? ¿A la falta de promoción y distribución en la capital, o a la marginación capitalina?

MV: A la falta de promoción. Yo no edito mis obras, yo tengo dos editores santiagueros que las editan. Y ellos las promueven esencialmente en Santiago y en el Cibao. Entonces los libros no han tenido la misma difusión en Santo Domingo. Ahora bien, aquí en el Cibao han tenido un éxito extraordinario, ya Juguete de Madera lleva cinco ediciones, la cuarta, ya agotada, de tres mil ejemplares. Y no solamente Juguete de Madera, se va a promover ahora una reimpresión de un libro de cuentos mío, La Ciudad Perdida. He tenido mucha suerte en el ambiente editorial, hasta el punto de que ya no edito mis propios libros, como hace la mayoría de escritores dominicanos, sino que tengo dos editores que lo hacen. En cuanto a la marginación, no es propia solamente de la capital, en este país se da un extraño fenómeno competitivo que es malsano, corrosivo, entre los escritores. Una cosa lamentable y extrañísima, aunque uno conoce las razones sociológicas de por qué esto se da, pero no creo que éste sea el espacio para analizar eso.

RS: Perdóname que caiga en comparaciones que pueden ser ligeras e incómodas, pero yo leí Juguete de Madera, de tu autoría, y también La Estrategia de Chochueca de Rita Indiana, una escritora capitalina que ha tenido mucho éxito gracias a ese relato que ha sido considerado por muchos un gran descubrimiento. Sin embargo, para mi gusto, tu novela corta no sólo tiene más fuerza sino que sobrepasa a la otra en calidad y permanencia. Siendo honestos, ¿no crees que si tú fueras capitaleño y un escritor “cool”, tendrías igual o mayor éxito?

MV: Te agradezco que te haya gustado tanto Juguete de Madera, pero es que yo no busco ese éxito. Tal vez sí, tal vez si yo hiciera vida literaria en Santo Domingo fuera reconocido más rápidamente, pero a mí no me interesa ser reconocido rápidamente. A mí me interesa permanecer, y ni siquiera eso depende totalmente de uno. Quien tiene la última palabra es el lector. Pero yo no creo que sea solamente esto. Yo estoy consciente de que soy un escritor absolutamente descontextualizado de la forma en que se escribe actualmente en el país. Vamos a poner el ejemplo de Juguete de Madera, ya que la mencionaste. Esa novela corta transcurre en un paisaje imaginario absolutamente inventado, un paisaje imposible, aunque parezca real. Y eso se debe a que lo que a mí me interesa es expresarme, ser totalmente sincero, independientemente de que eso sea aceptado o no. Por suerte ha sido aceptado ampliamente por los lectores, que le han dado al libro (un librito, realmente, pequeñito) un éxito editorial tremendo. Ahora bien, uno no debe engañarse y debe reconocer que existe una marginación evidente con respecto a alguien que no vive en Santo Domingo, y ese no es solamente mi caso, sino el de cantidad de escritores que sufren este mismo problema desde las provincias.

RS: Has publicado varios libros y en todos se siente una onda urbana. ¿No te han inspirado los campitos de nuestro querido Santiago?

MV: Bueno, es que yo soy una persona eminentemente urbana. Santiago de los Caballeros es una ciudad pequeña que está creciendo tremendamente, pero que todavía quiere seguir teniendo esa mentalidad rural, bucólica, de hace veinte o treinta años, y a mí eso me atrae. Y, por supuesto, me atrae mucho la ciudad, la ciudad de Santiago quiero decir. Me parece que Santiago es una ciudad como La Habana o como París, o como Buenos Aires, una ciudad literaria, es decir, con un ambiente, con una atmósfera y con una geografía perfectas para que transcurran aquí historias literarias. Yo estoy enamorado de Santiago, como todos los santiagueros.

RS: En un ensayo sobre la literatura del Cibao, afirmas que ésta no es diferente a la que se escribe en Santo Domingo, ¿en qué te basas para hacer esa afirmación?

MV: En que el Cibao, como escribo en ese mismo ensayo, no es un país independiente, es una región de un país que se llama República Dominicana, un país muy pequeño del Caribe que es sólo una parte de una isla. Las diferencias literarias no pueden ser muy notables, porque las cosas que afectan a los habitantes de la capital, también afectan al resto de la república. Tenemos más o menos las mismas influencias literarias, el mismo idioma (quiero decir el mismo lenguaje: una lengua dominicana), somos lo mismo. Lo que puede cambiar un poco es la geografía, el paisaje, y el hecho de que hay una corriente en Santo Domingo sumamente influenciada por la literatura norteamericana, un tipo de literatura que se hacía en los Estados Unidos en los años setenta y ochenta, que se le llamó, un poco despectivamente, “literatura sucia”, bueno, y ese tipo de literatura está influenciando mucho a una serie de jóvenes de Santo Domingo. Lo cual está muy bien, siempre y cuando lo que ellos hagan sea buena literatura, pero la buena literatura no lo es porque sea urbana o rural, o porque transcurra en ciudades grandes o pequeñas, o porque tú pongas obscenidades o dominicanismos en ella, o no. Todo es literatura dominicana, sea de la región que sea.

RS: ¿Crees que un escritor de provincia tiene las mismas oportunidades que uno de la capital?

MV: No. Te voy a decir por qué, ya que insistes con el tema. Porque la literatura, en la República Dominicana, no tiene importancia social. Entonces el espacio para el reconocimiento literario es muy pequeño, es mínimo, y los escritores que ya tienen ese espacio no lo quieren ceder. Entonces un escritor joven, o un escritor de una provincia, por ejemplo, que quiera su propio espacio para el reconocimiento público, tiene prácticamente que destruir al que ya tiene el espacio tomado. Tiene que destrozarlo. Entonces los concursos literarios se corrompen, escritores malísimos obtienen un reconocimiento que no merecen, porque no se consiguen las cosas con la calidad, a través de la calidad literaria, o con la crítica, porque aquí no existe la crítica literaria, sino a través de la competencia, una competencia desleal que no debería darse de esa manera en la literatura. Hay que ponerle zancadillas al que viene subiendo a tu lado, para que no llegue al lugar que crees destinado para ti. Te voy a poner un ejemplo, ya que reiteras la pregunta: mis obras aparecen en más antologías internacionales que nacionales. Es increíble. Recientemente colocaron un cuento mío en una antología para estudiantes universitarios de México y Puerto Rico, al lado de grandes escritores latinoamericanos, vivos y muertos. Solamente hay tres dominicanos en esa antología, y yo soy uno de ellos; estoy al lado de Juan Bosch, de García Márquez, de José Martí, de Monterroso, de un trozo del Popol Vuh..., ¿quién me iba a decir a mí, que leía esa antología en mi adolescencia, que algún día yo iba a estar en ella, al lado de toda esa gente? Por supuesto, yo no me merezco eso, me ayudó el azar, pero es para que veas el problema que existe en este país. Ahora bien, ese es un terreno extraliterario, eso no tiene que ver con la literatura, sino con la forma en que está concebida la sociedad en la que vivimos. Entonces, cuando hay gente que no está dispuesta a luchar de esa manera por el reconocimiento, ganar el espacio se le hace más difícil, pero eso no quiere decir que al final no lo consiga. Sólo le resultará más difícil.

RS: Has ganado varios premios importantes, ¿qué significan esos reconocimientos para ti?

MV: Uno envía a los concursos, a veces, para publicar el libro, o por el dinero, o por el prestigio, es decir, para demostrar algo. Yo soy enemigo de los concursos. No creo que sirvan para nada. Una de las causas que ha estancado la literatura francesa, por ejemplo, una literatura tan querida por mí, es la competencia para ganar concursos. Eso está sucediendo también en nuestro idioma: si un escritor latinoamericano no gana un concurso, no es conocido internacionalmente. Ese es un claro ejemplo de cómo el capitalismo ha tratado de corromper el arte y la literatura.

RS: ¿Cómo ha sido tu experiencia como coordinador de un taller literario? ¿Se aprende literatura en un taller?

MV: Como sucede con la religión y las ideologías, en literatura siempre es bueno congregarse, es decir, buscar gente que tenga tus mismos intereses para que te acompañe. En el caso del Taller de Narradores de Santiago, que es el grupo que coordino, ya prácticamente de manera honorífica, a pesar de su nombre es realmente una tertulia semanal en la que conversamos sobre literatura, sobre arte, en la que leemos lo que escribimos y nos apoyamos mutuamente. Yo no creo que nadie enseñe a escribir; tú puedes aprender a redactar, a redactar correctamente, pero no a ser escritor. A escribir se aprende leyendo, leyendo mucho, mientras más desorganizadamente mejor, queriendo mucho la literatura, y escribiendo. El tiempo y los lectores decidirán si lo que uno escribe merece permanecer, o no.

RS: ¿Cuáles autores y corrientes estéticas han influido en tu formación literaria?

MV: Yo soy un lector voraz, pero muy desorganizado. Yo quiero a mucha gente, tal vez a demasiada. A Cortázar, por ejemplo, a Borges, a Bioy Casares. A Juan Carlos Onetti. A los rusos: Tolstoi, Dostoyevski, Chejov. A Kafka, a García Márquez, a Juan Bosch. A Coetzee, a Camus, a Homero, a César Vallejo, a Rulfo, a Carpentier. A Pedro Mir, a Faulkner (cómo olvidar a Faulkner), a Carson MacCullers, a Giannina Braschi, a Ramón Peralta, a José Acosta, a Manuel Llibre, a Virginia Woolf y a Clarice Lispector. A Octavio Paz, Saramago, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes..., ¿para qué seguir?, son muchos más. Como verás, la mayoría son latinoamericanos. Más que corrientes, a mí me han influenciado obras y escritores. Tengo cierta afinidad con el surrealismo, más que en mi obra (aunque un poco en mi obra), en mi vida personal.

RS: ¿Qué piensas de los escritores de tu generación? ¿Crees que realmente están haciendo algún aporte a la literatura dominicana?

MV: Claro que sí. Esta va a ser una de las generaciones literarias más importantes de toda la historia nacional, no por lo cantidad de nombres, porque ninguna generación literaria dominicana ha dado una cantidad muy grande de nombres, sino por la calidad, y en segundo lugar por la proyección. Esta va a ser una generación internacional, pero, por supuesto, eso no tiene que ver con la literatura en sí misma. Lo interesante de mi generación, lo que realmente me parece curioso, es que somos una generación cronológica, pero no estilística, y eso es importante puesto que cada quien está buscando su propio modo de expresión, su propio camino, lo que significa que hemos traspasado en nuestro país una etapa de eterna transición, y hemos llegado a lo que debería pretenderse en literatura, en el arte en general: a una etapa de individualidades.

RS: ¿En cuáles proyectos literarios estás trabajando actualmente?

MV: Voy a publicar un libro de cuentos próximamente, en octubre de este año, y estoy escribiendo una novela larga un poco más ambiciosa que mis anteriores trabajos.

RS: ¿Qué le hace falta a las letras dominicanas para posicionarse en el mercado internacional?

MV: Ese problema no es de los escritores, sino de los editores. La República Dominicana es un país muy pequeño, en el cual la gente lee muy poco, y lo que se debe hacer es impulsar la educación, una reforma educativa integral, y una industria editorial nacional. Los editores promocionarán a los escritores fuera del país. Mientras eso no suceda, veremos que quizás un escritor pueda publicar un libro en el exterior, o estar en alguna antología internacional, pero como grupo los dominicanos no saldrán mientras no exista una fuerte industria editorial nacional. Pero ese es un problema que se da en toda Latinoamérica: los escritores no son conocidos de un país a otro, eso solamente sucede con los españoles, por la misma razón: ellos tienen la cuarta industria editorial de todo el mundo, precisamente debido al mercado latinoamericano. Es como si Latinoamérica no aprendiera nunca.

Pero, claro está, también el escritor dominicano tiene que aprender a ser más escritor y menos malabarista, menos truchimán y serrucha palos, y tener una visión más ecuménica de la literatura, concentrarse más en el viaje y no en el final del camino.

LAS TRIBUS: HEAVENS GATE

LOS HEAVENS GATE:


Padre y Madre se dedicaban a buscar discípulos en las calles adornadas por largas palmeras y coloridos botes de basura de Beverly Hills, a través de un programa radial con poco rating que mantenían con sus fortunas cada vez más exiguas, a través de afiches apocalípticos que les dejaban colocar en sus vitrinas los dueños de las joyerías y de las boutiques, porque estos avisos extravagantes atraen misteriosamente a la gente chic. Padre y Madre no estaban casados, a pesar de lo que advertían sus sobrenombres, los unía exclusivamente su creencia. Al principio, se pensó que eran solamente una pareja de concubinos que fundaba una secta religiosa más para ganar dinero y atraer vacías estrellas de Hollywood o millonarios confundidos acerca del más allá, como cientos de sacerdotes, rabinos, imanes, swamis y pastores que vegetan o pululan en las avenidas de Los Ángeles, buscando algún incauto que crea sólo un poco en sus auspicios o sus augurios. A pesar de su estrambótico nombre de película fracasada (aunque, al principio, se hacían llamar Los Testigos del Apocalipsis), Estados Unidos se percató de que el contenido de su mensaje era mucho más terrible, mucho más profundo.
El 27 de marzo del 1997, a las 12:01 de la noche, una nave espacial bajaría hasta la mansión de la pareja, y se llevaría en su seno las esencias de todos los integrantes de la secta dispuestos a aceptar La Palabra. Sólo las “esencias”, puesto que los extraterrestres, los dioses, los arcángeles, o lo que fuera que saliese por la puerta de la nave rescatadora, se llevarían las almas, y los cuerpos, inútiles, nuestras cárceles materiales y terrestres, serían abandonados en las habitaciones, y serían encontrados luego por las autoridades, que por supuesto nunca entenderían. La felicidad eterna empezaría a partir de esta abducción.
Como los Cátaros, eran dualistas, renegaron de la natalidad y de la materia. Comían poco y se negaban a tener relaciones sexuales; Padre insistió en recomendar que los hombres se castraran, para evitar los contactos hetero u homosexuales, aunque deseaba que accedieran a ello voluntariamente. Él mismo dio el ejemplo, si bien no fue seguido por todos los varones, que le temían al dolor, a los efectos secundarios. No renegaban del placer, sino de la materialidad del cuerpo humano. Según ellos, la llegada del nuevo milenio no significaba un fin, sino el principio de una vida en otra parte; es decir, la vida que todos anhelamos en otro lugar, un empezar nuevamente, un renacer alejado de las miasmas de esta existencia terrenal, un paraíso. Buscaban lo que Moisés, lo que Colón, lo que buscan los suicidas terroristas musulmanes. Intentaron ser magnánimos: a medida que se acercaba el 2000, en entrevistas televisivas, en programas radiales y en su página de internet, trataron de convencer a la gente de que los acompañara en su viaje espacial, o dimensional, pero fueron escasamente escuchados. Los incultos locutores se burlaban de ellos, la secta apenas creció, a pesar de la enorme publicidad, casi siempre amarillista y negativa. Al final, exhaustos, pensaron entonces que, como todo tiene un sentido en el universo, como todo está dispuesto, quien no escuchó el mensaje merecía quedarse en este infierno terrestre (en un sentido planetario, por supuesto).
Una semana antes de la partida, los que tenían familiares fuera del recinto sectario dejaron grabados mensajes en video para sus parientes o sus amistades. Esposas que se despedían de sus esposos y sus hijos, novios que abandonaban a sus novias y a sus amigos, hijas que les pedían a sus padres que las olvidaran por completo. Hablaban siempre de un “viaje”, pero nadie entendió de qué se trataba, obviaron lo evidente y, por supuesto, nadie trató de detenerlos. En los videos, aparecían muy delgados, vestían uniformemente, tenían grandes ojeras, pero parecían muy felices.
El 27 de marzo cenaron como todas las noches, aunque los asaltaba una impaciencia nerviosa que provocó que la cena se abreviara. Al final, sentados en los sofás de la sala de los cánticos, Padre pronunció algunas palabras, Madre les sonrió como sólo podría sonreírles una virgen, se pasaron de mano en mano un compuesto venenoso mezclado con vodka; todos, excepto uno, bebieron del mismo vaso. Se abrazaron, se besaron entre abundantes lágrimas, se acostaron en unas camas especialmente diseñadas para ese momento crucial. Usaban ropa deportiva, como si fuesen uniformes. Los castrados fueron acostados primero: se les permitió este privilegio debido a su anterior sacrificio. Un discípulo entrenado para este fin asistió a los que no morían con la paz necesaria, arropó los cuerpos con una sábana negra, salvo los pies que calzaban unos tenis del mismo color. Luego él tomó el compuesto, diluido en una mayor cantidad de alcohol para que tuviese el tiempo suficiente de arroparse a sí mismo, se acostó en la cama que le correspondía, fue el último en partir. Yacentes, confiados, esperaban ser rescatados de la muerte.
La policía descubrió 39 cadáveres al día siguiente. La servant girl los encontró cuando iba a limpiar los cuartos, como hacía rutinariamente dos veces al mes, y telefoneó horrorizada a las autoridades. El inspector encargado de la investigación declaró que la placidez de la escena contrastaba con su caótica irracionalidad. No durmió tranquilamente por todo un año.

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Tres soluciones pueden ser dadas para explicar este peculiar fenómeno finisecular, este desapego tan total de la vida. La primera, y estoy seguro de que también es lo primero que ha pasado por la mente del lector, es la locura. Padre estaba loco, y arrastró en su demencia a los demás miembros de su secta, que creyeron, sin oponer ninguna resistencia ideológica, lo que les decía su elegido. Padre, por supuesto, no proporcionó ninguna prueba, no les mostró naves esporádicas que surcaban el firmamento, fotos o videos de extraterrestres angelicales, trozos indescifrables de alguna maquinaria desconocida. Ellos creyeron, por fe, en La Palabra. No podemos descartar, entonces, que Buda o Jesús, Mahoma o Abraham, Mani o Zoroastro, padeciesen de un síndrome similar. Aunque esto, desde luego, es improbable.
La segunda es que Padre no estuviese loco, sino simplemente equivocado. Él pensaba que el mundo acabaría con el nuevo milenio, y que sus discípulos, al seguirlo, se salvarían del Apocalipsis. Arrastró a su secta a la muerte por un error, en los cálculos o en sus creencias, pero no se le puede acusar de monstruosidad puesto que sus seguidores murieron en la felicidad, por algo en lo que creían ciegamente. Los marxistas revolucionarios, los nacionalistas radicales, los cristianos de la primera centuria, los judíos polacos, los palestinos, los Cátaros y los Maniqueos, podrían entenderlos perfectamente. ¿Cuántos de nuestros muertos han tenido la oportunidad de hallar la felicidad a través de su propia muerte? Su acción, aunque equivocada, se encuentra justificada por la dicha, la ceguera y la convicción con que fue concebida y ejecutada.
La tercera explicación, con la cual me siento más atraído, supondría que ellos estaban en lo cierto, que tuvieron razón. Que los extraterrestres, visibles o invisibles, más probablemente etéreos, imperceptibles por el ojo y los aparatos humanos, se llevaron sus almas a algún planeta repleto de otras almas de otros mundos, para salvarlos de la destrucción de La Tierra. Que Padre era realmente un mesías. Que el planeta, agotado, o quizás el sistema solar, ha sido destruido por fuerzas metafísicas e inexplicables, y que no vivimos ya en la realidad, sino en una ilusión, dentro de nuestros cuerpos vacíos, cáscaras de lo que una vez fuimos o pudimos ser si hubiésemos escuchado el mensaje radial o virtual de Padre. Ya es demasiado tarde. El curso de la historia y del capitalismo sugiere la posibilidad de que estemos muertos, de que el mundo haya desaparecido y lo que percibimos sea sólo un reflejo, la cola del cometa, los remanentes que deja la supernova. Sólo ellos, los milenaristas que partieron, otros más que también lo hicieron aprovechando el signo inequívoco del cambio de milenio, se encuentran vivos, son, sienten lástima por nosotros y ésa es su única incomodidad en medio de su felicidad infinita. Re-nacieron.
Un hecho posterior a la partida confirma esta especulación. A uno de los integrantes de la secta, el más cercano a Padre, se le encomendó una función muy peculiar: se le retiró de la mansión y se le ordenó que, cuando ellos murieran y sus cuerpos vacíos fuesen trasladados a los crematorios o a los cementerios, luego de salir en las noticias un poco antes de la destrucción del mundo, intentara explicar lo que había sucedido. Estaban conscientes de que los demás no entenderían, percibirían este acto como bochornoso, demencial, desmedido, y ellos, magnánimos de nuevo, debían explicar para que la humanidad, inmersa en sus brumas religiosas, entendiera. El escogido se negó rotundamente, no podía comprender por qué se le impedía marcharse con ellos, precisamente a él, que se había castrado junto a Padre y estaba seguro de lo imprescindible de la muerte colectiva, pero al final accedió porque se dio cuenta de lo importante que debía ser su persona para que se le encomendara esta misión tan tremenda. Un año después de las muertes, luego de visitar los canales de televisión y las emisoras de radio, de dejarse fotografiar para los periódicos y soportar las burlas de los sordos y los ciegos, el cuerpo de este hombre fue encontrado en la habitación #33 del Motel New Heaven, en Iowa, vestido con sus ropas rituales y con una carta en la que confesaba que Padre se le había aparecido en su nueva forma espiritual y lo había llamado para que ocupara su lugar junto a los demás. Le recordó cierta relación numerológica con su cuerpo faltante, le ordenó que partiera para cumplir con alguna cábala, para completar una cifra que debía desencadenar el Apocalipsis. Su cuerpo debía morir para que se llegara al ansiado final del mundo, a la tan anhelada destrucción del planeta.



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FRANKLIN MIESES BURGOS

LA ANTOLOGÍA DE FRANKLIN MIESES BURGOS:


Franklin Mieses Burgos tenía un espíritu renacentista. Escribía desde una profunda religiosidad, unida a una sensibilidad afín a las formas y los mitos griegos y latinos; no era, pues, “renacentista” en el sentido de que estaba dedicado a múltiples ocupaciones y variados intereses artísticos. Recientemente, en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, se publicó una antología de poemas de Mieses Burgos, realizada y prologada por Federico Henríquez Gratereaux. Extrañamos en esa antología la presencia de Trópico Íntimo, ausencia advertida por el propio antólogo. Me parece, además, que debieron ahorrarse un poco los desperdicios de espacio en la diagramación, debidos al lujo del libro, para colocar en este estupendo volumen algunos de los poemas extensos que faltaron.

Mieses Burgos es un poeta prácticamente desconocido, que comparte con Kavafis, con Jorge Luis Borges, con uno de los heterónimos de Pessoa, una sensibilidad cercana a la clasicidad griega y latina. Otro escritor dominicano, el trágicamente fallecido Nelson Julio Minaya, precisamente, redactó un ensayo en el que intenta demostrar que la obra de Burgos influenció a la de Borges, puesto que la obra del poeta dominicano es anterior a los poemas más lúcidos del argentino. Uno de los mayores aciertos de ese libro extraño que intenta convencernos de algo absolutamente improbable, es una pequeña antología de Mieses Burgos, que obvia sus poemas largos y su “teatro estático”, debido a las limitaciones de espacio.

Me parece que se exagera cuando se intenta asumir a Franklin Mieses Burgos como el mejor poeta dominicano del siglo XX. La crítica dominicana se enfrenta a una imposibilidad, a una guerra perdida de antemano, como todas sus guerras. Yo, personalmente, desprecio los cánones y los hits parades, y tratar de convencernos de que Mieses Burgos es mejor poeta que Manuel del Cabral, que Pedro Mir, Manuel Rueda o Domingo Moreno Jimenes, me parece una banalidad. Intentar menospreciar a Pedro Mir (ciertamente, un poeta de un solo poema), disminuyéndolo al nivel de “poeta menor”, solamente para ensalzar a Mieses Burgos, es del todo injusto e inútil. La perseverancia de la crítica en esta empresa solamente indica cómo se obvia, en nuestros círculos literarios, a quien debería tener la última palabra: el lector. Esta tozudez es un invento, por supuesto, de críticos e intelectuales; ningún creador, ningún lector puro se prestaría para pactar esta lucha creativa entre varios de nuestros más grandes poetas. Pero esta lucha es inútil porque, como siempre, a los críticos nadie les hace caso.

Al mismo tiempo, la imposición arbitraria de este canon, por demás falso, solamente pone en evidencia la tendencia de los escritores dominicanos hacia cierto lirismo del cual no nos hemos podido desprender, por lo que se nos hace muy difícil aceptar aún obras de formal coloquialidad, cuando de esta manera se está escribiendo poesía en el resto de Latinoamérica. Un poeta como José Acosta, que vive fuera del país, ha podido abstraerse de este inconveniente; la aceptación desmedida de un poeta como José Mármol (un escritor que es, por supuesto, un poeta importante) demuestra esa predilección por esa clase de sensibilidad. Tampoco pretendo hacer lo que estoy criticando: al mencionar a Mármol y a Acosta, solamente pongo de manifiesto dos formas diferentes de poetizar.

Pero en fin, saludamos esta antología, necesaria para que apreciemos en su justa medida, con mucho más ahínco, la obra de uno de los más grandes poetas dominicanos.

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LAS TRIBUS: LOS BENJAMINITAS


LOS BENJAMINITAS:


Aquí se cuenta la historia de la guerra contra una de las tribus de Israel (ese pueblo viejo con una voluntad inexplicable de persistir), y de sus posteriores arrepentimientos y tribulaciones: doce fueron los hijos de Jacob, los patriarcas que formaron las doce tribus del pueblo de Israel. De los doce hijos de Jacob, el más famoso fue José, el que descifró los sueños confusos del Faraón, el más pequeño fue Benjamín. De la tribu de Benjamín fue Saúl, primer rey de Israel, aunque luego, debido a que desobedeció el mandato de Yahvé  y no cumplió cabalmente con un anatema contra Amalec, tuvo que  cederle el poder a David, hijo de Isaí de Belén de Judá.
Pero antes de Saúl, aún antes de Samuel, el juez que ungió ambos reyes, equivocado con el primero, certero en demasía con el segundo, la tribu de Benjamín fue casi completamente diezmada, por una infracción tremenda que había cometido contra el pueblo de Israel, los pecados contra Israel son blasfemias también contra su Dios, intolerante y solitario. Puesto que aconteció que un levita pernoctó con su concubina y sus criados en Gabaa de Benjamín, y unos hombres perversos, según refiere la Biblia (antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602), revisión de 1960) puesto que estas no son mis palabras, tampoco mi historia, trataron de abusar de él. El levita había partido con su concubina, que le había sido infiel y lo había repudiado, volviéndose a la casa de su padre, allá la fue a buscar su marido que la convenció, y regresaba con ella a su ciudad natal. Un hombre bueno, un anciano de Gabaa, había dado cobijo a los peregrinos en su hogar, y en la noche estos hombres malvados rodearon la casa y pidieron a su dueño que sacara al levita, según la Biblia, “para que lo conozcamos”.
El anciano les ofreció a su hija virgen, a su propia esposa para que las violaran, pero los hombres no le quisieron oír. Así que el levita, desesperado quizás, ansioso, sacó a su concubina a la calle para que abusaran de ella, de tal forma y tan brutalmente que a la mañana siguiente la mujer yacía muerta en el umbral, con las manos juntas pegadas a la puerta, como si pidiera perdón o piedad, aunque no sabemos si al anciano, a los violadores o a su propio marido, que intentó salvarse sacrificando a su mujer, ofrenda valiosa que nadie le había pedido pero que le salvó la vida; quizás la mujer reconoció por última vez antes de fallecer: Para qué le habré yo hecho caso a este hombre y volví con él, mira Señor lo que me ha hecho después de que me prometió tantas cosas.
Ahora bien: el levita no imploró públicamente al cielo en Gabaa, no lloró delante de los asesinos su pérdida excesiva, no tuvo consciencia inmediata de la maldad Benjaminita, ni de la suya propia. Pensaba que su mujer estaba viva, puesto que le ordenó: Levántate, y vámonos. Como su concubina no se levantó (porque estaba muerta, o por lo menos tan destrozada que el cuerpo no le respondía), la echó sobre su asno y se llegó a su lugar, en donde se dedicó a reflexionar sobre lo que le había acontecido.


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Dos manifestaciones culturales se propone poner al descubierto la Biblia con esta historia singular y, supuestamente, cierta: la corrupción homosexual (la sodomía, aunque aún no existiese esa palabra), y el hecho de que la mujer es propiedad del hombre, y él puede disponer de ella como mejor le parezca. Por cuanto el levita no salió a la calle no solamente porque le harían un gran daño, uno irreparable seguramente, sino porque lo que le iban a hacer era un gran pecado. Era preferible, pensó el anciano dueño de la casa, desvirginizar a una adolescente, abusar de una esposa anciana como su marido –es decir, es preferible el gran daño-, al gran pecado.
El levita se dedicó a reflexionar. La conclusión de su gran cavilación fue la siguiente: tomó un cuchillo, descuartizó el cuerpo de la mujer en doce pedazos (“la partió por sus huesos en doce partes”, se nos confirma en Jueces), y los envió por todo el territorio de Israel. Aunque su gesto fue simbólico, es preciso hacer notar que el acto presenta una pequeña imperfección, puesto que once tribus quedaban si apartamos la de Benjamín, culpable del oprobio. En fin, que en doce pedazos cortó el marido a su concubina, y envió el macabro contenido a las tribus de Israel (habría que preguntarse qué parte del cuerpo le correspondió a cada cual; a quién los brazos, a quién el tronco, las piernas, los senos; podríamos practicar un ejercicio matemático basado en la cantidad de partes en que puede ser dividido un cuerpo humano y especular: el brazo izquierdo uno, el derecho dos; la pierna izquierda tres, la derecha cuatro; el tronco cinco; el pie derecho seis, el izquierdo siete; la mano derecha ocho, la izquierda nueve; las orejas diez y once –o quizás los senos diez y once-; la cabeza doce, a la tribu que le llegó el cráneo pudo considerarlo como un privilegio; quizás, como advertimos anteriormente que quedaban once tribus, el levita se quedó con la cabeza, para enterrarla en uno de sus patios y no sentir remordimiento alguno, los hombres en general son así). El pueblo de Israel, alarmado, asqueado, confundido, deseoso de guerrear también contra la tribu más grande y poderosa, la de Benjamín, cuyo número sobrepasaba doblemente a la siguiente más numerosa, se unió todo para arrasar a los Benjaminitas, que resistieron por tres días en Gabaa, hasta que Yahvé el Magnánimo les ofreció al enemigo: 25 mil Benjaminitas murieron en un solo día, aunque los dos días anteriores cuarenta mil atacantes fueron derribados por tierra, así lo quiso el Señor. Luego el pueblo de Israel, siguiendo las órdenes de Yahvé su Dios, volvió sobre las demás ciudades Benjaminitas e hirió a espada a los hombres, a las mujeres, a las bestias y a todo lo vivo que fue hallado, y pusieron fuego a todas las ciudades, y a las aldeas y a los árboles y a los rebaños, porque las llamas son divinas y el fuego lo purifica todo: la infidelidad, el ateísmo, el islamismo, los cuerpos corruptos de los brujos quemados por la Santa Inquisición, con la putrefacción demoníaca dentro de cada cavidad física, visible o invisible.
Luego la tribu renació, los sobrevivientes del Anatema robaron mujeres para fornicar con ellas y procrear Benjaminitas... Pero la historia del levita y su concubina ha terminado varios párrafos atrás, estas apostillas inútiles no hacen más que perpetuar el absurdo: más de setenta mil israelitas murieron por el estupro y el homicidio de una sola persona. Se dirá: lo importante es el castigo contra la ignominia; estamos de acuerdo y nos regocijamos encima de los muertos. Una tribu fue arrasada casi por completo; el pueblo hebreo, rodeado de enemigos, había luchado internamente y se había debilitado. Pero los Benjaminitas fueron inteligentes y brutales: robaron vírgenes doncellas extranjeras, abusaron de ellas para que les diesen hijos pero esta vez no hubo guerra, las demás tribus entendieron; cuando los padres o los hermanos iban a demandárselas, les pedían que se las concedieran, porque eran hombres que ya no tenían mujeres en sus desmoronadas ciudades, no podían hallarlas entre sus ruinas, tal vez se arrastraba alguna sobreviviente con las cicatrices del fuego recorriendo su cuerpo, demasiado deforme y asquerosa para la sexualidad, en la guerra los vencedores no se apropiaron de mujeres para todos. Entre la cal y el barro amontonado imaginamos también los cuerpos de los niños, muertos, o vivos aún aunque desahuciados por las heridas infectadas y la posterior gangrena: gimen en los rincones, imploran nuestra ayuda, ignoran que nadie les dará socorro puesto que son niños malditos (nos regocijamos entonces encima de los cuerpos de los niños, Bendito sea el Señor), sus propios padres o hermanos se preocupan sólo de buscar mujeres entre las bailarinas vírgenes, así lo recomendaron los ancianos y los hombres sabios. Y los hijos de Benjamín lo hicieron así, y tomaron mujeres de entre las que danzaban, y se fueron, y reedificaron las ciudades, y habitaron en ellas.
Esto sucedió, según el Libro Sagrado, porque “en estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”.

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LAS TRIBUS: LOS CARIBES

LOS CARIBES:
Los indios Caribes –aunque, por supuesto, ellos mismos no estaban conscientes de su condición de “indios” –habitaban las islas que hoy conocemos como las Antillas Menores. Su nombre infame bautizó el mar que los rodeaba, y la tibia región que navegaban y asolaban es sinónimo hoy día de voluptuosidad, sincretismo, subdesarrollo, mestizaje, y un poco de sexo fácil. Considerados por la historia como individuos feos y terribles, buenos marineros que sin embargo nunca llegaron más allá de las Grandes Antillas por temor a la tecnología militar de los Inkas y los Aztecas, de los tenochtlis y huamanes, fueron caníbales inconscientes que comían la carne de los pacíficos taínos, a quienes atacaban precisamente por pusilánimes y tranquilos, para robarles su belleza física y su sabiduría, que los convertía en seres apacibles y felices, cualidades que los Caribes deseaban, pero que no formaban partes naturales de sus personalidades complejas y violentas. Como los Inkas, a quienes consideraban sus Padres, ellos por lo tanto bastardos o hijos desdeñados por su fealdad, pensaban que la Tierra es un puma en el instante en que salta desde una sombra hasta una niebla, sólo que el puma era trastocado en su imaginería humilde por uno de aquellos perros de los enemigos taínos, desprovistos de pelo e incapaces de ladrar, aliados silenciosos de los propios Caribes puesto que no podían avisar a sus dueños de la cercanía de aquellos guerreros desdichados.
Eran belicosos y homicidas, incluso entre ellos mismos, entre los habitantes de una isla y otra. Tenían permitido comerse a los taínos, y quizás a los Aztecas, o en el futuro a los españoles que llegarían en sus gigantescas canoas a través del Gran Río que no es más que un mediocre mar cada vez más pequeño y más esférico, porque consideraban que ellos mismos no pertenecían a la raza humana, por lo que podían comerse a los hombres sin ser castigados por los dioses. Ellos eran más bien animales, iguanas o ratas enormes, a quienes se parecían por su color, por su olor, por sus facciones, porque tenían la costumbre ancestral de afilarse los dientes de la mudada en la infancia, de manera que tenían las bocas colmilludas como los caimanes de los lagos de Quisqueya. Les fascinaba la sangre, no podían responderse el porqué. Cuando desembarcaban en sus diminutos cayucos guerreros en tierras taínas, no les atraían los cuerpos fenomenales de las mujeres desnudas; no se detenían para copiar la arquitectura de los bohíos, extremadamente mejor construidos que los suyos, casuchas de yagua que a veces arrasaban los ciclones o cualquier lluvia fuerte; no pretendían tomar sus territorios, en islas más amplias, bellas y seguras que las suyas, con mejores tierras para la agricultura o para criar animales o para fundar comunidades más pobladas, no; toda su preocupación consistía en desplomar al enemigo para sacarle el corazón, sacárselo en vida porque mientras el perseguido brama de dolor toda su humanidad que mana por la sangre de las arterias destrozadas cubre al asesino que se acerca cada vez más a la forma humana; beber su sangre caliente y no coagulada ahuecando las enormes manos, demasiado grandes con relación al cuerpo pequeño y robusto; comer la carne cruda antes de ser corrompida por el viento o antes de que otro Caribe robe el cuerpo para adueñarse ilícitamente de la forma humana tan ávidamente buscada; desollar la cara para confeccionarse la máscara que confundirá al espejo en la laguna o el río que huye interminablemente, es decir a los mismos dioses reflectores de lo que Es, creyendo que el portador de la cara, cosida desde la coronilla hasta la nuca para que el ánima no pueda observar los hilos delatores, es un hombre como los taínos, no un animal salvaje y olvidado, un desdeñado y maldito como el Caribe.

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Hubo una vez en la que el gran Huamán desembarcó en una isla Caribe con sus gigantescos guerreros que lo cuidaban y lo servían hasta el sacrificio de sus propias vidas. El Huamán silencioso iba viajando como un filósofo, conociendo territorios inexplorados por los aventureros y rozando otras culturas aún no diluidas por el tiempo que se agota, cuando encontró esa isla tan pequeña que podía abarcarse entera ahuecando la mano en la distancia. Fue recibido como un dios por los Caribes, que no podían creerse que uno de los Padres Bienamados se dignara a visitar a sus hijos malditos. Le ofrendaron costillares y cabezas destrozadas de taínos al gran Huamán, que sintió náuseas y sin embargo un creciente interés por lo que consideró una religión demasiado irracional, demasiado sangrienta, incluso más aún que la de los Aztecas, que realizaban grandes holocaustos humanos para que no se apagara el Sol, que insiste en marchitarse. No sabía que esas manifestaciones no correspondían a su filosofía, prácticamente inexistente, copiada en el terreno estrictamente divino de las creencias más débiles y antiguas de los propios Inkas, sino que contemplaba íntegramente su vida diaria, su cotidianidad. Observó, sentado en un trono amarillo construido con cráneos y fémures, sus ritos bestiales y su amor patológico por la sangre, en la imagen que nunca olvidaría de una taína que era desmembrada viva a la vista de toda la tribu, de los niños y los enfermos que pedían ser trasladados hasta el espectáculo cargados en sus hamacas. Las mujeres reían, las niñas pedían los órganos internos para restregárselos en sus sexos. El Huamán resolvió huir de la isla con sus guerreros bien armados, previendo que, cuando la provisión de cuerpos taínos terminara, decidieran rebelarse contra sus dioses, contra el dios hecho hombre que se había dignado bajar hasta ellos, es decir contra él mismo, o les pidiera que los liberara de cierta maldición inexplicable, que él no había podido entender claramente por algunas dificultades en la comprensión cabal del idioma, simple excusa para desmembrarlo junto a sus guerreros ante toda la tribu.
El Huamán partió esa misma noche, escapando sigilosamente hacia el Imperio. Nunca pretendió recomendar que se asolaran las islas para terminar con lo que consideraba un territorio de oprobio infernal: el Imperio estaba decidido a no perturbar las culturas de los territorios que consideraba suyos, aunque ni siquiera estuviesen ocupados, como las islitas habitadas por esa raza de seres decadentes e irracionales. El pragmático Huamán prefirió borrar las islas de los mapas y recomendar a los marineros, a través de fábulas terroríficas y monstruos marinos, tomar otras corrientes y otros vientos. Sin embargo, escribió en uno de sus quipus, a modo de conclusión ante un problema que consideraba terminado, que no podía comprender por qué aquellas mujeres tan bellas a los ojos de sus propios guerreros pretendían ocultarse detrás de aquellas máscaras grotescas con las facciones que delataban el dolor y el miedo ante la muerte de sus verdaderos propietarios. También dibujó, como una sentencia, una consideración de puro cientista social: “Son demasiado agresivos, demasiado violentos. Si no cambian, si no se pacifican, es seguro que no durarán”.


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OPINIÓN

JUAN PABLO DUARTE:

Juan Pablo Duarte nació el 26 de enero de 1813. Lo que significa que en la fecha de la independencia de la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844, tenía sólo 31 años. Y que era más joven al fundar, en el 1838, la sociedad secreta La Trinitaria, y mucho más joven al planear la liberación de la patria. En las pinturas, en las litografías, en las reproducciones de su figura, vemos a un hombre maduro, casi anciano. Como debería ser un Padre, pero no se corresponde de ninguna manera con el joven enérgico que liberó nuestra nación.
Duarte era, en esencia, un santo, en el sentido cristiano de la palabra. Su figura idealista solamente puede ser comparada con la de José Martí. Pero Martí fue un gran escritor y amaba a toda la humanidad, mientras que Duarte fue un hombre de una sola idea, su pensamiento es monótono. Sólo le interesaba una cosa: la patria. Cuando manos oscuras se apoderaron de la independencia, y el patricio fue exiliado, empezó a morir lentamente. La muerte de Martí fue rápida e ilógica, heroica e inútil; como a Moisés, que es una figura histórica y un símbolo, no le fue dado el presenciar la tierra prometida. Desde Venezuela, nuestro arquitecto agonizaba al saber en lo que se convertía poco a poco su legado.
Duarte fue vencido por la guerra y los generales, por los pragmáticos y los traidores. Se apoderaron de inmediato de la República, ni siquiera intentaron construir un remedo del ideal del arquitecto. La abstracción duartiana de una patria libre, justa, protectora y ordenada es sólo un ideal, por supuesto, que se dice fácil, que se ha convertido incluso en un cliché político. Pero todo intento redentor, revolucionario o democrático, de alcanzar esa perfección, ha fracasado. La derrota de Luperón por Lilís, Bosch y el golpe de estado, Trujillo y sus 30 años de dictadura, la revolución del 65, la invasión norteamericana y el posterior ascenso al poder de Joaquín Balaguer, Salvador Jorge Blanco que nunca entendió que le correspondía realizar el tránsito definitivo del país al orden y la modernidad. La patria posible prefigurada por el patricio ha fracasado. Juan Pablo Duarte, discreto y humilde, alejado, debido a su personalidad, de los egos desmedidos del poder, no pudo convencer a su pueblo de que lo necesitaba a él. Pero es que el pueblo no quiere a alguien así. Bosch no convenció a nadie de su necesidad luego del golpe de estado, ni siquiera José Francisco Peña Gómez, quien no dejó un pensamiento, aunque sí, por lo menos, una vida decorosa y una praxis limpia. Vencieron los corruptos y los pragmáticos, los mesías y los tígueres, los vivos y los risueños millonarios. ¿Qué hubiese pasado si Bosch completa sus cuatro años, si no hubiese habido revolución del 65, 12 años de Joaquín Balaguer, gobiernos corruptos y presidentes suicidados? Para la historia, por supuesto, pensar de esa manera es un sacrilegio. Pero a mí qué me importa. El tollo que aún existe en la República Dominicana solamente significa que Duarte fracasó, en el sentido de que su ideal de orden y de humanismo (de armonía, de legalidad, de principios opuestos al caos, a la corrupción y al clientelismo) es, quizás, impracticable. No somos herederos de Duarte, ni de Bosch, ni siquiera de Peña Gómez. Somos herederos de la otra cara del poder, de Santana, de Báez y de Lilís. Todas nuestras autopistas, todos nuestros aeropuertos, todas nuestras calles y nuestras monedas tendrán un solo nombre: Joaquín Balaguer. Quizás algún día, por parecidos motivos políticos, algunas avenidas sean nombradas como Salvador Jorge Blanco o Hipólito Mejía. Parecen decirnos: ningún pensamiento que signifique guiar a la nación por un camino esperanzador es posible ya, porque ningún rumbo es posible ni practicable, salvo el económico. El país es una gran empresa, en la cual todas nuestras intenciones son económicas, o políticas, lo cual es más o menos lo mismo. No hay nada más triste que el no saber hacia dónde se va. Pero aún la esperanza es posible: cuando lo que quiere el pueblo se corresponda con lo que quieren los gobernantes, habremos alcanzado un proyecto de nación. ¿Qué hubiese pasado si Duarte hubiese sido presidente de la República? Tal vez hubiera hecho el peor gobierno de toda la historia del país, pero yo, un pobre escritor, un pobre dominicano (o un dominicano pobre), hubiese aceptado su presidencia con una gran alegría. La hubiese defendido con uñas y dientes, 163 años después. Pero claro, vivo siempre como en medio de un sueño. Soy un idealista, no un pragmático, y los ideales insensatos han muerto. Juan Pablo Duarte, la independencia nacional de 1844, no son más que la representación de aquello que pudimos ser, pero que jamás seremos.

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