Franklin Mieses Burgos tenía un espíritu renacentista. Escribía desde una profunda religiosidad, unida a una sensibilidad afín a las formas y los mitos griegos y latinos; no era, pues, “renacentista” en el sentido de que estaba dedicado a múltiples ocupaciones y variados intereses artísticos. Recientemente, en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, se publicó una antología de poemas de Mieses Burgos, realizada y prologada por Federico Henríquez Gratereaux. Extrañamos en esa antología la presencia de Trópico Íntimo, ausencia advertida por el propio antólogo. Me parece, además, que debieron ahorrarse un poco los desperdicios de espacio en la diagramación, debidos al lujo del libro, para colocar en este estupendo volumen algunos de los poemas extensos que faltaron.
Mieses Burgos es un poeta prácticamente desconocido, que comparte con Kavafis, con Jorge Luis Borges, con uno de los heterónimos de Pessoa, una sensibilidad cercana a la clasicidad griega y latina. Otro escritor dominicano, el trágicamente fallecido Nelson Julio Minaya, precisamente, redactó un ensayo en el que intenta demostrar que la obra de Burgos influenció a la de Borges, puesto que la obra del poeta dominicano es anterior a los poemas más lúcidos del argentino. Uno de los mayores aciertos de ese libro extraño que intenta convencernos de algo absolutamente improbable, es una pequeña antología de Mieses Burgos, que obvia sus poemas largos y su “teatro estático”, debido a las limitaciones de espacio.
Me parece que se exagera cuando se intenta asumir a Franklin Mieses Burgos como el mejor poeta dominicano del siglo XX. La crítica dominicana se enfrenta a una imposibilidad, a una guerra perdida de antemano, como todas sus guerras. Yo, personalmente, desprecio los cánones y los hits parades, y tratar de convencernos de que Mieses Burgos es mejor poeta que Manuel del Cabral, que Pedro Mir, Manuel Rueda o Domingo Moreno Jimenes, me parece una banalidad. Intentar menospreciar a Pedro Mir (ciertamente, un poeta de un solo poema), disminuyéndolo al nivel de “poeta menor”, solamente para ensalzar a Mieses Burgos, es del todo injusto e inútil. La perseverancia de la crítica en esta empresa solamente indica cómo se obvia, en nuestros círculos literarios, a quien debería tener la última palabra: el lector. Esta tozudez es un invento, por supuesto, de críticos e intelectuales; ningún creador, ningún lector puro se prestaría para pactar esta lucha creativa entre varios de nuestros más grandes poetas. Pero esta lucha es inútil porque, como siempre, a los críticos nadie les hace caso.
Al mismo tiempo, la imposición arbitraria de este canon, por demás falso, solamente pone en evidencia la tendencia de los escritores dominicanos hacia cierto lirismo del cual no nos hemos podido desprender, por lo que se nos hace muy difícil aceptar aún obras de formal coloquialidad, cuando de esta manera se está escribiendo poesía en el resto de Latinoamérica. Un poeta como José Acosta, que vive fuera del país, ha podido abstraerse de este inconveniente; la aceptación desmedida de un poeta como José Mármol (un escritor que es, por supuesto, un poeta importante) demuestra esa predilección por esa clase de sensibilidad. Tampoco pretendo hacer lo que estoy criticando: al mencionar a Mármol y a Acosta, solamente pongo de manifiesto dos formas diferentes de poetizar.
Pero en fin, saludamos esta antología, necesaria para que apreciemos en su justa medida, con mucho más ahínco, la obra de uno de los más grandes poetas dominicanos.
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