Por Omar Messón
Máximo Vega es un narrador exquisito. Con esta sinestesia inusual quiero empezar este breve diálogo conciliador entre mis gustos literarios y mi conciencia. La novela EL MAR del escritor dominicano Máximo Vega presenta aspectos narrativos interesantes tanto por la crudeza que despliega como por esa suerte de desenfado narrativo que vincula al autor con la búsqueda de la verdadera calidad a pesar de los desgarramientos de la bondad hacia el lector. Esta novela, que no por ser breve es tan intensa, es intensa y breve porque el narrador es tan adulto, tan dueño de sus talentos, que desdeña la ampulosidad para cercar a sus personajes, para mantenerlos a raya dentro de ese tablero de su imaginación, dentro de ese universo en donde el autor impone su omnipotencia. Otros ejemplos hay que contradicen a Gracián, pues la brevedad no garantiza calidad ni siquiera en un cuento. Esta novela presenta un plano en su narratividad que nos lleva de improviso hacia las muestras más desgarradoras del naturalismo de Zola, pero también nos mueve hacia ese abandono del ser de la novela existencialista europea, o al exitoso estructuralismo latinoamericano. Quizás se pueda decir, de manera errada, que este cuerpo narrativo es de tal intensidad que es más cuento que novela. Ninguna obra artística debe soslayar la intensidad. Esta novela no es el erróneo nocaut de Cortázar, pero algo tiene de definitivo. El autor no suelta a su personaje principal, a su pro-agonista, no lo deja solo un instante, lo guía, le mueve sus resortes hasta hacerlo desfallecer, que es lo mismo que hacerlo crecer dentro del marco de su narratividad. Esta novela, la que leí de una sola sentada -no por llevarme de Poe, sino para contradecirlo-, es sencillamente de un lenguaje cautivante. Esa transmutación del narrador, esa obsesión en tornarse su propio personaje, es un signo de apasionamiento justificado para hacer creíble la historia. La logicidad narrativa es un hilo conductor que atrapa al lector en esa maraña sinuosa de la vida que se consustancia con la muerte.
En la literatura universal hay muestras de historias grandes narradas con destreza. Desde El Quijote hasta Cien años de Soledad, aparecen ejemplos memorables de grandiosidad narrativa. Desde Bartleby de Melville, hasta El enano de Lagervist, o, más cerca aún, desde Nada de Carmen Laforest, a El hombre sentimental de Javier Marías, la novela corta ha venido a desmantelar el concepto de lo extenso como sinónimo de calidad. Esta novela de Máximo Vega es un ejemplo de que la intensidad es el sello inconfundible de aquella calidad. Sin embargo, a pesar de todas estas bondades narrativas, creo que el título de esta novela es inadecuado. Pero esto no le resta ni un ápice de mérito al cuerpo literario que he abordado. Sólo nos resta decirle al tiempo ¡I haréis justicia!
Sosúa, 4 de agosto 2020. 5:00 A.M.
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