En
una Feria del Libro en Santiago -cuando las ferias no tenían que ver aún con
entidades gubernamentales-, en el salón principal del Ateneo Amantes de la Luz,
compré muy barato un libro usado de cuentos titulado “Testimonios y
profanaciones” (1978). Su autor era José Alcántara Almánzar. Yo era muy joven,
tanto, que a mi edad desconocía el prestigio del autor. Aún conservo ese
ejemplar, un poco más envejecido pero nunca descuidado u olvidado. Décadas
después, el propio escritor me envió con unas palabras de afecto su más
reciente libro de cuentos y ensayos: “Memoria esquiva”, un título que advierte
al lector precisamente de los años que han transcurrido, quizás desde aquel
primer libro: “Antología de la literatura dominicana” (1972), hasta este siglo
XXI que empezó problemático y ha continuado justificando con sus confinamientos
nuestras aprehensiones.
Si
con “Testimonios y profanaciones”, con “Las máscaras de la seducción” (1983), y
“La carne estremecida” (1989), José Alcántara Almánzar había alcanzado su plenitud
literaria como cuentista –además, claro está, de sus narraciones posteriores-,
este libro no hace más que comprobar su capacidad para transmitir lo que
podríamos llamar “momentos” narrativos: instantes que se imprimen en la pupila
del escritor, del cronista y el poeta verdadero, y que luego son destilados a
través de esa cosa ambigua que es la Literatura. Instantes de los cuales no
sabemos exactamente sus fechas, aunque a través de su contexto podemos
arriesgar cuándo ocurren: en el cuento “Secreta aventura”, un viaje vertiginoso
en guagua nos refiere a la ciudad de Santo Domingo, a su tránsito dificultoso y
a la deshumanización del presente; pero en el primer cuento del libro, “Los
días contados”, la agonía de la abuela no nos permite datar los
acontecimientos, que pueden haber ocurrido en cualquier época. Es así como “Los
días contados” refiere con más exactitud al título del libro, puesto que la
muerte del ser querido transmite un sentimiento universal y atemporal, que
llega al lector con la sutilidad de un recuerdo doloroso y sin embargo cargado
de afecto hacia la persona que nos abandona. Son cuentos, pues, que a través
del lenguaje sutil de un escritor que coloca siempre la palabra adecuada en el
lugar preciso, nos transmiten historias pequeñas que se engrandecen a través
del uso del lenguaje: además de los cuentos mencionados, también “Historia de
una diva”, “Los estragos del olvido”, “El desquite”, “Concierto italiano”, “Resplandores”,
“El talismán”, “La vida sigue igual”, “Despedida de Niño “El Malo”, “La
sobreviviente”, “Agonías de la tarde”, “Pasión de verano”, “Vaticinio”, “Con
aires de emperatriz”, “Misteriosa”, “Fulgor en la sombra”, “El desconocido”,
“En el patio”, “La caída”, impregnan el libro de un aroma no sólo narrativo
sino intelectual, erudito, reflexivo, a pesar de que el autor no abandona la
narración ni un solo momento para accidentarla con una reflexión. Su
pensamiento nos llega de forma indirecta. Como nos sucede cuando leemos el
primer verso del poema del poeta español del Siglo de Oro Gutierre de Cetina,
que cita José Alcántara y da nombre al volumen: “Amor, fortuna y la memoria esquiva/del mal presente, atenta al bien
pasado,/me tienen tan perdido y tan cansado/que de triste vivir la alma se
priva…”, un poema que transmite un fatalismo muy de estos días inciertos –a
pesar de que es un poema del Renacimiento español-, y muy de estos cuentos: la
esperanza se le ha vuelto de vidrio y se le ha roto cuando más le debía durar,
cuando más la necesitaba. O el cuento “Los estragos del olvido”, con un
epígrafe de Octavio Paz: “nunca la vida es nuestra, es de los otros”, lo cual,
dicho sea de paso, es completamente cierto. Algunos cuentos, además, destilan
cierto humor también sutil, calmado, siempre contemplativo. Todos son cuentos
cortos, o relativamente cortos, y todos son cuentos que transmiten un solo
instante, un momento, una situación única.
En
su libro “Las máscaras de la seducción” hay un cuento que me produjo una
admiración instantánea, que provocó que lo leyera no sólo una sino varias
veces: se trata de “La reina y su secreto”. Quizás porque el cuento narra una
doble vida, tema que siempre me ha atraído como escritor y lector, desvela la
aparición del doble en nuestro interior que muestra su cara verdadera en el
momento terrible en el que menos lo estamos esperando. Por supuesto, es como si
ese cuento que transcurre un día de carnaval mostrara el porqué del título del
libro, pero también descubriera una serie de celajes, de sombras y disfraces de
los cuales emerge un sujeto monstruoso. El monstruo porta una máscara, una
“persona”, en etrusco o en latín. Pero no sólo me atrajo la sorpresa del
descubrimiento final, sino la perfección de su mecanismo, su excelencia formal.
Por primera vez, durante mi juventud, descubrí un cuento cuyo tema conectaba a
la perfección con la forma en la que estaba escrito, como si fuesen una sola
cosa; es decir, fui testigo intuitivo de una cualidad poética, descubrí algo
que debe saber todo escritor: debe haber una comunión, un raro entendimiento
entre la Historia y el Relato, entre el fondo y la forma. Teniendo en cuenta
que ya había leído a escritores como Faulkner, García Márquez o Cortázar. Ese
cuento significó para mí un deslumbramiento, aunque casi nunca se menciona como
uno de los grandes textos del autor. Es posible que ese descubrimiento juvenil
haya abierto la puerta definitiva para que yo mismo decidiese convertirme en
escritor.
En
el prólogo de su libro “La aventura interior” (1997), José Alcántara manifiesta,
a partir de las primeras líneas, su amor incondicional a la lectura y la
escritura: “Desde que llegué a la adolescencia los libros se convirtieron en
mis aliados permanentes.” Aliados a los cuales les rinde tributo a través de
los ensayos de “Memoria esquiva”: “Lector apasionado”, “Ser cuentista”,
“Caminos del escritor”, “Dimensiones y maestros del cuento”, “Motivaciones del
escritor”, “La condición del escritor”; es decir, los títulos refieren a la
lectura y la escritura. Todos los ensayos tratan sobre la Literatura, pero al
mismo tiempo reflexionan sobre la condición humana (no obstante ligada, claro
está, a la condición del escritor), sobre la vida misma y sobre cierta
comparación apasionada entre los escritores de otras épocas y los
contemporáneos, no en un sentido histórico sino sociológico, para llegar hasta
la descripción de una obsesión compartida por todos los artistas, que no ha
cambiado mucho a través de los siglos.
En “La condición del
escritor”, nos cuenta una visita que hizo a la casa de Balzac, para evocar no
sólo a un nivel turístico la vida desasosegada del escritor francés, quien
“dormía muy poco, casi nunca salía del hogar, y el resto del tiempo lo dedicaba
a escribir, su pasión irrefrenable”, sino para recordarnos que Balzac dedicaba
17 horas diarias a escribir, y lo compara con un escritor actual, de nuestra
época tecnológica: “Este ejemplo indica que, fuese ayer con la escritura a mano
a la luz de las velas, u hoy con el auxilio de la computadora, escribir sea un
misterio insondable que varía según la sensibilidad y las motivaciones
inconscientes de quien escribe”; es decir, no varía con los años, o con la
evolución de nuestra civilización, sino que cambia de acuerdo con el interior
de cada individuo. Nos recuerda que un escritor es víctima de su propia
vocación –palabra que significa “llamado”-, y que este llamado le impide abandonar
la escritura al costo que sea, aunque ello signifique su propio fracaso social
o económico. Nos recuerda que existe una diferencia fundamental entre
“redactar” y “escribir”: un redactor es un técnico de la palabra, que conoce la
ortografía, la sintaxis, las reglas gramaticales. Sin embargo, nos recuerda de
nuevo que: “Para escribir es necesario tener una condición, que es la de ser un
artista de la palabra”.
Con
“Testimonios y profanaciones”, “Las máscaras de la seducción”, “La carne
estremecida” y “Memoria esquiva”, José Alcántara Almánzar ha dejado un legado
perdurable para la historia de la Literatura dominicana. Pero su alcance es un
poco mayor. Puesto que, en este último título, los lectores, jóvenes y viejos,
encontrarán en sus páginas reflexiones que los ayudarán a sobrevivir en este
ambiente impuro de derrota permanente de la lectura, de la escritura y, en fin,
de esos objetos imprescindibles que atesoran eso que dijo Heidegger que es, en
cierto sentido, anterior al propio ser humano, que es el lenguaje: los libros,
que esta posmodernidad y este siglo XXI han relegado a unos pocos, cuando
deberían pertenecer a toda la humanidad. Como lector agradecido, les recomiendo
que lean “Memoria esquiva”, cuentos y ensayos de José Alcántara Almánzar.
Máximo Vega-2021.
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