LA MUERTE DE RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO:

Máximo Vega
(Publicado en el periódico Listín Diario)


¿Qué puedo empezar diciendo de René? Nos conocimos sin vernos, quizás debido a mi timidez, luego de que escribiera una reseña sumamente elogiosa acerca de mi primer libro, “Juguete de madera”, en la revista Arquitexto, en la cual hacía crítica literaria. Cuando intenté poner a circular ese libro en el Centro Cultural Español, en Santo Domingo, aún sin conocerlo, le solicité por teléfono que me hiciera el favor de presentarlo, pero lamentablemente ya se había marchado a vivir a Miami, en los Estados Unidos. A partir de ese momento empezamos una amistad virtual que se prolongó por muchos años, quizás demasiados, hasta que nos conocimos personalmente, puesto que yo era un joven provinciano, como alguna vez él también lo fue, que no hacía vida literaria desde la ciudad capital, mientras que él vivía en Miami y luego en Houston, Texas, donde se hizo de una de las carreras literarias más sólidas de cualquier escritor dominicano contemporáneo, aún de aquellos que viven en esas falsas cumbres literarias nacionales rodeadas de espejismos. Precisamente todo aquello que odiaba René, y que reprochaba sin ambages: el poder, la petrificación literaria, la mediocridad disfrazada de éxito. Alguna vez, en una de esas charlas que nadie recuerda pero que nos convencen de que nuestro camino es la Literatura, yo mismo dije, antes de conocerlo y de conocer sus muchos libros, que sus cuentos eran parecidos a los de Julio Cortázar, como se repetía en aquella época acerca de otros escritores como Arturo Rodríguez Fernández, Enriquillo Sánchez con aquella Maguita suya tan repetida en sus poemas, e incluso de René del Risco Bermúdez, el otro René: una cercanía en el estilo, en la forma, no en el género fantástico que cultivó con tanta maestría el escritor argentino. Por supuesto, estaba equivocado, y esa equivocación garrafal me chocó en la cara cuando hice una antología de su obra, y me dediqué a leer, con mucho placer y admiración, todos sus libros de cuentos.

René empezó su recorrido literario con un libro de poemas que, quizás, nos traslada a su propio bucólico pasado, en Constanza, titulado “Raíces con dos comienzos y un final”. El presentador de ese libro lo fue el poeta Mateo Morrison, quien también lo presentó, durante el año 2020, en una serie de conferencias para dar a conocer su última novela, “No les guardo rencor, papá”, publicada por la editorial argentina Palabrava. Esta clase de simetrías misteriosas son comunes en la biografía de René. Su segundo libro de cuentos lleva ese título (No les guardo rencor…), al mismo tiempo el nombre de esa última novela que no debió serlo puesto que, de acuerdo con lo que conversamos por última vez, estaba lleno de ideas y proyectos. De ese libro de 1989 es el cuento “No las mate, por favor”, que tiene un tema rural pero a la vez sicológico, y que empieza más o menos así:

“La primera vez, que yo recuerde, fue a los cinco o seis años en casa de Mamá Negra, mientras ella preparaba unos casquitos de maíz con leche de chiva, nunca podré olvidarlo, junto al “no me comí el azúcar” salió de mi boca (negra, hermosa y viva) esta hormiga con los ojos verdes y comenzó a pasearse por mi cara, observándolo todo detenidamente”.

Es la historia de una venganza que debe ser cometida por un hombre que no quiere hacerlo, con toda probabilidad en su natal Constanza, por lo que, agobiado por la culpabilidad, se imagina que le salen hormigas por los diferentes orificios de su cuerpo, que le quitan poco a poco la vida.

O el “Juego 007”, de su primer libro de cuentos “Todos los juegos el juego” (1986), aquél culpable de que se le comparara con Cortázar, cuando el título advierte que es una parodia al escritor de “Historias de Cronopios y de Famas” y de “La vuelta al día en ochenta mundos”: el primer libro de un admirador, de un joven escritor que inaugura su narrativa y que no hace más que homenajear:

“-Se conoce con el nombre de los símpidos a los antiguos pobladores de la meseta suprarrenal de La Alfalfa, que guerrearon solípedamente con los nísperos y sus vecinos los gélidos, y luego se establecieron linfáticamente en la ribera vaginal del Tábano.”

Aunque ese libro, esos cuentos, descubrieron a un escritor lleno de humor, de una vena poética simultáneamente anti-poética, rebelde, cínica como lo fue su propia época, que no se creía para nada la idea del escritor-arúspice, del autor-shamán que descubre cosas invisibles o ignotas, que es el oráculo verbal de sucesos futuros, cuando se obvia que un escritor, un poeta, no es más que un humilde orfebre de la lengua, un guardián de su idioma -lo cual ya es mucho-, o más sencillamente, como nos dice el poeta catalán Pere Rovira: “Un poeta es un señor que escribe poemas”.

Luego llegó la década del 90. A René se le ha identificado más bien con un autor de la llamada Generación del 80, puesto que no cabe en su propia generación, que es la del 70 (Raíces… se publicó en 1976), y su literatura no guarda nada del compromiso político de la Generación de Posguerra. En el año 1991 publicó el libro “Su nombre, Julia”, del cual proviene el cuento del mismo nombre, un clásico de la cuentística dominicana, y en 1996 “La radio y otros boleros”, Premio Nacional de Cuento, que contiene la narración “La radio”, la mejor de ese libro, que ya había obtenido otros premios locales. En el 97 “El diablo sabe por diablo”, en 2013 “Solo de flauta”, en 2015 “El nombre olvidado”, en el cual todos los títulos de los cuentos corresponden a nombres de mujeres. Porque René era un perseguidor, un adorador. Su tema preferido es el amoroso, el de las difíciles, complicadas o simples relaciones entre un hombre y una mujer; algunos de sus cuentos, como “Keiko”, por ejemplo, de ese libro con nombres femeninos, es apenas el recuerdo poético del encuentro y desencuentro con un personaje:

”Quedan fotos y, más que fotos, recuerdos clavados con fuerza en la memoria. No sé si soy el mismo de antes, el que anduvo por las noches y los días borracho de placer y de locura (uno, normalmente, es tantos otros, y yo, principalmente yo, he sido tantos otros tantas veces, tantas noches).”

No obstante, estos son solamente sus libros de cuentos. En medio de la publicación de esos libros entrañables, debido a que, recorriendo sus páginas, nos asalta la nostalgia, se encuentran otros de poemas, de conversaciones con otros escritores, libros a cuatro manos con otros narradores, libros de entrevistas, un diario imaginario entregado al lector como una novela aunque realmente no lo es, artículos y ensayos sobre literatura… Pocos escritores dominicanos pueden presumir de una obra tan vasta; pero además, pocos dominicanos han unido tanto su propia vida cotidiana con la literaria, de manera que todos sus actos transcurran alrededor de la Literatura.

René Rodríguez Soriano tiene una de las obras cuentísticas más sólidas de la República Dominicana y todo el ámbito del Caribe. En el prólogo de la antología de sus cuentos “Jugar al sol” (mediaIsla-Juguete de Madera, 2017), escribí lo siguiente: “A veces se nos olvida que estamos ante un autor completamente maduro (…) un escritor que estructura sus libros de manera tal que cada uno parece un primer libro. (…) una obra que, como le he confesado al propio René, es única en la literatura dominicana; única en el sentido de singular”. Singular en el sentido de que no alberga ninguna otredad que no sea el propio texto que se lee, sin significados ulteriores o pretensiones oraculares escondidas en sus páginas. Es una forma de contar única. Sincera, sencilla y talentosa. Una forma de narrar que no le debe mucho a sus compañeros generacionales, a sus compatriotas escritores, y ni siquiera a sus influencias, notables o no.

René ha muerto en Houston víctima del coronavirus. No sólo lamentamos el fallecimiento de un escritor, sino el de un amigo. Le hice, sin saberlo yo, mucho menos él, su última entrevista, en un canal de televisión de Santiago, en el que sólo nos encontrábamos él, un técnico y yo, y esa soledad extrema propició un diálogo de casi una hora, que supongo algún día servirá como testamento visual de un escritor importante. Me pareció notable la cercanía de nuestro tuteo, puesto que René tenía 20 años más que yo, aunque nos reconocíamos desde hace muchos años como buenos amigos. Muchas veces me convencía de que era más joven que yo.

Quedarán sus libros, quedará su narrativa, pero, ¿qué importancia podría tener eso para mí? Para sus lectores, claro que sí la tiene, pero para quienes lo conocimos no es suficiente. La brevedad de nuestras vidas es una estafa, algo inexplicable. En esa cosa incomprensible que es la muerte se encuentra un misterio y un horror.

Así pues, René, fuimos amigos y fuiste un escritor. No grande o pequeño: un humilde poeta. Me parece que con eso ha sido más que suficiente. Hasta luego, mi querido amigo escritor.



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