La Cultura

A propósito del Plan Estratégico:

Debido a que se está debatiendo sobre la Cultura, en el sentido de crear un plan que mejore la calidad de vida de los habitantes de Santiago, me parece que, primeramente, debemos definir el concepto de Cultura:

Según Kotler, la cultura es el conjunto de esquemas mentales y de conducta mediante los cuales la sociedad consigue una mayor satisfacción para sus miembros.

La cultura incluye los valores, ideas, actitudes y símbolos, conocimientos, etc., que dan forma al comportamiento humano y son transmitidos desde una generación a la siguiente.

Debemos tener en cuenta que la Cultura se transmite a través de un proceso educativo, y que su definición no se corresponde solamente como sinónimo de “Arte”, de “Folklore” o de “Tradición”, aunque incluye estos tres conceptos. Como también incluye los valores, las ideas, los actitudes, los símbolos, debemos entender que, si un dominicano está acostumbrado a robarse un semáforo en rojo, es por un asunto cultural, así como el hecho de que los dominicanos tiremos la basura en la calle como si no pasara nada, nos robemos la luz y la usemos sin pagarla, así como el agua, dejemos de pagar los impuestos, etc. Todo eso tiene implicaciones culturales, y lo bueno de que sea así, precisamente, es que esas actitudes pueden ser cambiadas a través de la educación, no necesariamente escolar.

En el caso de los Ayuntamientos, el Departamento de Cultura no debería ser llamado de esa manera, sino más bien Departamento de Gestión Artística, porque a eso es a lo que se dedica realmente. Ni siquiera el Ministerio de Cultura debería ser llamado así, sino se dedica a educar a la población en cuanto a reforzar los valores tradicionales positivos, la identidad (que en nosotros, debido a nuestro mestizaje, no se encuentra muy arraigada, y es confusa), el arte, y al mismo tiempo cambiar actitudes negativas, cuyos frutos se verán en las próximas generaciones. Atenuar los nacionalismos, por ejemplo, lo cual matizaría la xenofobia, explicar en qué nos beneficia organizar las estructuras sociales gubernamentales y municipales, para que el ciudadano entienda por qué no debe tirar basura en las calles, irse cuando el semáforo está en rojo, etc. O actitudes más sacralizadas, a veces dadas por nuestra insularidad: la tolerancia hacia lo diferente, hacia las diferentes tendencias sexuales, hacia las diferentes religiones, hacia las diferentes ideas, etc. Qué políticas deben implementarse para acercar a los jóvenes a la lectura (patrocinando los talleres literarios ya existentes, por ejemplo, en vez de crear otros que supondrían un gasto y una competencia innecesarios; patrocinando las entidades culturales ya existentes, en vez de crear otras), al arte, etc. El arte y la lectura alejan de la violencia: el escritor Mempo Giardinelli, que tiene una fundación en Argentina dedicada a la promoción de la lectura, nos dice que él no conoce mucha gente dedicada al arte con una ametralladora en la mano. Incentivar el estudio indirecto de la cívica y de la ética en los jóvenes, a partir de la infancia, porque se ha demostrado científicamente que una buena parte de lo que creemos y somos ya se ha instalado en nuestro cerebro antes de los 5 años. La Cultura municipal debería estar enfocada a tratar de cambiar, o mejorar, un tipo de mentalidad.

Existe una civilización porque existe una cultura. El municipio, y el Estado en general, deben educar de acuerdo a la civilización que quieren ir creando. Esas son cuestiones políticamente polémicas, debido a que son cosas “que no se ven”, que no son tangibles y cuyos frutos se perciben a largo plazo; es decir, reditúan poco, políticamente hablando. Pero hay que empezar a educar a la ciudadanía, culturalmente hablando, para crear una civilización: un orden con el cual la gente se sienta satisfecha, pero que al mismo tiempo sienta que ha ayudado a construir. En nuestro caso (Santiago), deberíamos enfocar nuestras actitudes, nuestras ideas y nuestros símbolos (que tienen una importancia capital en la sociedad moderna, dada por la tecnología y los medios de comunicación), a que el ciudadano aprenda por qué debe organizarse, cumplir las leyes, mejorar su calidad de vida protegiendo el entorno, etc. Aprender en qué sentido, en la práctica, en su vida diaria, eso le dejará beneficios concretos.

La Cultura debería permear toda la gestión municipal, si queremos tener un Santiago tranquilo, organizado, y mejor.

Máximo Vega.

LAS TRIBUS: LOS JELALIES


LOS JELALÍES:

Sarai mujer de Abram no le daba hijos, por lo que dijo Sarai a su esposo Abram:

Jehová me ha hecho estéril, así que acércate a mi sierva egipcia Agar y llégate a ella. Lo hizo Abram de esa manera, muy feliz por esta oportunidad recomendada por su propia esposa, y yació con Agar en el lecho muchas noches. Agar concibió al fin, pero vio a Sarai con desprecio debido a que llevaba en su vientre al hijo de su dueño Abram. Sarai sufría por los celos hacia su sierva Agar, Agar reconocía que poseía algo que su propia señora, Sarai, no tenía pero deseaba. Un ángel del Señor halló a Agar junto a una fuente de agua, en el desierto de Canaán, en el camino de Shur, y el ángel de Jehová le preguntó: ¿De dónde vienes y adónde vas?, y ella le respondió: Huyo de delante de Sarai mi señora. Agar dio a luz un hijo a Abram, y ese hijo fue llamado por el Señor Ismael.

Pero he aquí que Sara (antes llamada Sarai) dio también un hijo a Abraham (antes llamado Abram), a pesar de su avanzada edad, y ese hijo fue llamado por el Señor Isaac. Por resentimiento quizás debido a que Ismael era el primogénito y por lo tanto el heredero de los pocos bienes de Abraham, quizás sólo por venganza o porque ni Sara ni Abraham deseaban dejar en heredad todo lo que tenían al simple hijo de una sierva, Sara obligó a su esposo –ahora un anciano incapaz de intervenir cabalmente en pleitos entre mujeres y heredades- a que repudiara a Agar y a su hijo legítimo, así que Abraham abandonó a ambos en el camino, condenándolos a morir de hambre y de sed en el desierto. Pero Jehová no se olvidó de Agar la sierva egipcia sentenciada a una muerte terrible con su hijo Ismael, por Abraham el infanticida que siempre creyó hasta el día de su propia muerte que había asesinado a su propio hijo y a quien una vez fue su concubina, puesto que cuando el ángel del Señor se encontró con Agar en la fuente en el camino de Shur le había prometido ya desde entonces: Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a causa de la multitud. Así que en el desierto, cuando presentía su propia muerte pronunciada por Sara y Abraham, el ángel de Dios llamó desde el cielo, y le dijo: “¿Qué tienes Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del muchacho donde está. Levántate, alza al muchacho, sostenlo con tu mano, porque yo haré de él una gran nación”. Esa gran nación prometida, es el pueblo musulmán.

“Llamadme Ismael”, empieza identificándose a sí mismo el aprendiz de marinero, el narrador de la inmensa alegoría que es Moby Dick. Ismael, quizás, porque es un despreciado por su propio padre, que lo condenó a la muerte, porque sólo podía contar con su madre, dispuesta a morir junto a él, porque al final de la novela fue salvado por Dios en el desierto que es para los seres terrestres el mar, o, quizás, porque el Ismael que persigue a la ballena blanca bajo las órdenes severas del obsesionado Ajab, es sencillamente un musulmán.

El sufismo es una de las formas en las que se manifiesta a su pueblo el Islam. El sufí es un iluminado, la Tasawwuf (o sufismo), es una especie de panteísmo parecido a la gnosis occidental, según la cual todas las cosas bondadosas y bellas se encuentran combinadas en un círculo vicioso, y provienen de un solo espíritu infinitamente amoroso. La inmortalidad del alma procede de su inmaterialidad, por lo que el espíritu es el aliento de Alá en nosotros, puesto que Dios es, a la vez, existente en sí mismo, inmaterial y atemporal, precisamente lo que no puede ser simultáneamente el ser humano. El Sendero Secreto nos dice que el mundo es una prisión, la tumba una fortaleza, el Paraíso se halla cruzando el umbral de la muerte. Todas las ansiedades, todos los temores, todas las dudas y mezquindades que atormentan al hombre desaparecerán para el creyente en ese Paraíso, que se encuentra a través de un fervoroso amor por Alá y por los seres humanos. La Verdad, que es invisible, se encuentra por encima de todo deseo y bienestar visibles.

En la India, el Maestro sufí es llamado, por sus discípulos, un Pir. No es fundamentalista, y se mantiene permanentemente en los alrededores del cementerio donde está enterrado el Santo del cual heredó su ministerio, y de cuyo espíritu provienen sus poderes. Puede hacer milagros, y puede, a través de su música y sus poemas (los qawwalis), sobrecoger al creyente, hacerle caer en un trance en el que desaparece todo el yo y la materia (es decir, desaparece para él todo el mundo), y se entra a Dios en la sensación espontánea de una gran armonía y un gran éxtasis. Todo el mensaje del qawwali intenta que percibamos a Dios como una gran bondad que nos aniquila, una excesiva paz que nos trastorna.

Pero, entonces, ¿cómo en el siglo XIX este Sendero Secreto que predicaba la caridad y la bondad incondicionales, degeneró hacia el grupo sufí de los Jelalíes, basado en la superstición, la santería y la curación mágica de las enfermedades? La superstición se apodera del Sendero cuando se convierte en religión popular, y la pureza inicial concedida a unos pocos iluminados se confunde en la mayoría, que necesita de la creencia para resolver sus problemas particulares, para sobrellevar la subsistencia diaria a través de la fantasía. La creencia se convierte en tradición, sincretizada con leyendas más aprehensibles, más fáciles y racionales. Así, los Jelalíes, derivación del Sendero Secreto que predicaba la belleza, el amor y la humanidad como las principales creaciones de la divinidad, que es, a pesar de todo, inaprehensible, desarrollaron para los iniciados una serie de ritos desagradables y humillantes, pero espectaculares. Estos ritos preparaban a los candidatos para afrontar la vida de mendigos que llevarían a partir de su aceptación de la creencia: luego de comprobada la veracidad de la fe mediante una serie de entrevistas sistemáticas, se les afeitaba el pelo de todo el cuerpo (lo cual es una afrenta tremenda para el musulmán), se les pintaba la cara de negro, se les colocaba una marca en los hombros con un hierro candente. Si soportaban estas pruebas vejatorias a la vista de todos, se les desnudaba y se les ensuciaba el cuerpo con cenizas de mierda de vaca. Puesto que con la humillación pretendían demostrar que no somos nada en comparación con Dios, que sólo somos granos de arena dispersos en medio de la vastedad del universo. De inmediato, los escogidos eran enviados al mundo a predicar, a curar enfermedades, a mover objetos inanimados, a resucitar a los muertos, a cambiar el sexo de los niños, a exorcizar el mal, siempre envueltos en la más extrema pobreza, como aquellos miserables y sucios yogis hindúes, nómadas solitarios que sabían que el final de su viaje sería el Paraíso, aunque se les permitía disfrutar mientras tanto de los placeres terrenales, como la utilización de drogas y licores, y de la sexualidad que más apeteciere a sus espíritus ya salvos.

¿Cuál era el destino de todos estos creyentes dispuestos a aceptar la fe Jelalí? Mendigar en los caminos o aceptar dinero por sus curaciones y milagros; predicar que la sensualidad más denigrante es agradable a los ojos de Dios, siempre y cuando se acepte de antemano La Palabra; preparar a otros escogidos para el ritual Jelalí, que concede poderes sólo dados a los verdaderos Santos; aceptar que no somos nada, que debemos humillarnos no ante los demás sino solamente ante Alá el que todo lo puede; aceptar que Dios enviará el sustento diario, confiar ciegamente en esto; prepararse para el desprecio de los demás grupos musulmanes por haberse afeitado completamente o por permitir que su cuerpo fuese corrompido por el excremento y la suciedad.

De la creencia sufí originaria de que “la bondad encaja con la belleza, y con la caridad universal y el amor, como si todo ello brotase de la fuente de toda la bondad”, derivó el ritual Jelalí basado en la magia, la humillación y el mesianismo. El Jelalí se prepara para aceptar una condena, una maldición que lo acompañará toda su vida, condición indispensable para ser Santo, para llegar al cielo, para acceder al Paraíso.


Foto: Sally Mann

La Prohibición de las Canciones por parte de Espectáculos Públicos

No estamos de acuerdo con la prohibición de canciones por parte de la Comisión de Espectáculos Públicos. Y menos prohibirle canciones a Calle 13, que ha grabado con Rubén Blades y que muy pronto lo hará con Joaquín Sabina. En una democracia, a un adulto no hay que "protegerlo", indicándole lo que debe oir o no debe oir en la radio. A los menores de edad sí: lo que hay que hacer es regular su difusión, y no estar siempre con el relajo ese de que todo hay que prohibirlo, porque ofende. Las canciones no generan violencia, por más crudas y directas que sean. Aunque hablen de violencia. Si a usted lo ofende una canción, cambie de emisora. Póngale horarios a las canciones duras, o a las canciones que usted considere incitan a la violencia, o denigran a la mujer. Que las hay, claro. Pero prohibir canciones de Calle 13, porque hablen de rebeldía, o ataquen a la iglesia... Eso no está bien. La libertad de expresión está garantizada en la Constitución de la República y en la Carta Fundamental de los Derechos Humanos. Es mejor indignarse, que prohibir. Esto es una democracia, hay gente que no se ha enterado todavía.

Estudio Jurídico de la Contaminación por Ruido


Este es libro de Ubaldo Rosario y Víctor Montaño acerca del ruido. Presenta un recorrido histórico del ruido, y un estudio jurídico muy bien planteado y documentado acerca de la contaminación por ruido en el país. Existen las leyes, pero no se cumplen. Y la República Dominicana es un país muy ruidoso.
No es un libro sobre literatura, pero Ubaldo Rosario es escritor, además de ser abogado, y saludamos la puesta en circulación de su nuevo libro.

Taller de Narradores de Santiago

El Taller de Narradores de Santiago se fundó hace unos años ya -trece, para ser más específicos-, en los salones de Casa de Arte. Yo trabajaba como editor de video en TeleUnión, y allá me reuní con Ubaldo Rosario para plantearle la idea de crear un grupo que se encontrara semanalmente, pero cuyas intenciones no fueran las de leer poesía, sino narrativa, puesto que ambos éramos narradores y todos los talleres de la ciudad estaban dirigidos a la poesía. La semana siguiente nos reunimos él, yo, y Andrés Acevedo. Todavía el taller no tenía este nombre. Una semana después llegaron Puro Tejada y El Ruso, y Puro propuso el nombre, que es el que se ha quedado. Empezaron a llegar más miembros: efímeros, muchos, y otros que nos acompañan desde el principio. Ha habido escinciones, desmembramientos, diferencias, pero nos mueve un fin primordial, por encima de cualquier egoísmo personal o necesidad de notoriedad: la literatura. Del Taller han salido varios nombres ya conocidos en las letras nacionales, o que empiezan a darse a conocer (es notable que algunos de los más importantes sean femeninos): Andrés Acevedo y Puro Tejada, que realmente son poetas, pero que han pertenecido al taller desde el principio; nuestra gran amiga Rosa Silverio, que ahora vive y hace gestión cultural en España; Luis Córdova; Altagracia Pérez, que se casó en Eslovaquia; Sandra Tavárez; Johanna Díaz; Ubaldo Rosario; Ramón Gil; Víctor Estrella, que ha sido de los últimos en llegar y al mismo tiempo es uno de los integrantes más fieles; Sandy Valerio; Israel; El Ruso; Mito; Nelson Julio Minaya, ya fallecido, etc. Nombres que se escapan, escritores de otros países que han vivido en Santiago y han asistido regularmente al taller, escritores dominicanos que asistían al taller pero que ya no están en la República Dominicana. La actual fiscal de Santiago, Jenny Berenice Reynoso, periodistas como Mercedes Guzmán., escritores en ciernes que se han marchado a Nueva York y se los ha tragado la ciudad... porque cada miembro del taller, si aún no lo sabe, continúa siendo miembro por los siglos de los siglos, aunque ya no asista a un grupo que se prestigia con esos nombres, no al contrario.
Hemos recibido a Virgilio Díaz Grullón, José Acosta, César Zapata, Pedro Valdez, Emelda Ramos, Avelino Stanley, Manuel Llibre, algunos escritores han participado un solo día en el taller, y no han regresado más. Una semana llegó una pareja de evangélicos que, luego del análisis de la novela "la Virgen de los Sicarios", y de ver la película basada en la novela, no volvió más. Nos han visitado miembros del DNI, escritores de novelas de vampiros y autores de libros de autoayuda. Sin esa apertura tan total, seguramente el taller hace ya mucho tiempo que hubiese desaparecido.
Hemos publicado dos libros, conteniendo trabajos de los miembros. Son libros desiguales, por supuesto, al lector le toca juzgar la calidad de los diferentes textos, no a nosotros, que solamente mostramos. Exponerse es una de las condiciones más difíciles que se le exige a un artista, pero lamentablemente se escribe para los demás. Hay un taller en la capital que se llama "Taller de Narradores de Santo Domingo", en honor al nuestro.
Todo esto viene a colación debido a que el 24 de este mes el Taller Literario Virgilio Díaz Grullón del CURSA-UASD nos hará un reconocimiento. También nos hicieron un reconocimiento en el II Festival Nacional de Narrativa, y me parece que todos los reconocimientos al taller se deben a a la perseverancia, a la terquedad. En mi caso, no asisto ya regularmente al taller, y sin embargo ha seguido funcionando. Antes nos reuníamos en Casa de Arte, hoy lo hacemos en el Centro de la Cultura de Santiago. La intención nuestra (y cuando digo nuestra no estoy pluralizando la primera persona, sino que me refiero a todos los miembros del taller que asisten regularmente cada sábado) es la de juntarnos cada semana y hablar de literatura, nada más. En una ciudad y en un país en el que existen tan pocos lugares para dialogar sobre arte, hemos tratado de construir un espacio. Y quizás, por esa ausencia de intenciones que no sean el amor a la literatura, el sentir un gran vacío sino hablamos sobre literatura, el taller ha sobrevivido tanto tiempo, y por eso empiezan a premiarnos: debido a la perseverancia, a la terquedad.

Caonabó



En 1495, el cacique de la isla de Quisqueya Caonabó fue apresado por el capitán español Alonso de Ojeda. Incapaz de vencerlo en batalla, Ojeda recurrió a un ardid: mandó construir unos grilletes dorados, bellamente labrados, y le hizo creer a Caonabó que eran un fino regalo de los españoles, en reconocimiento a su grandeza de guerrero. En la República Dominicana, existe una estatua del artista Abelardo Rodríguez Urdaneta, que se encontraba en Santiago de los Caballeros, en la rotonda de las calles Estrella Sadhalá y Bartolomé Colón (irónicamente), en la que se puede ver al indígena con los grilletes del engaño, con las muñecas juntas y la mirada baja, mas no vencida. No sabemos en donde se encuentra esa estatua el día de hoy, puesto que la rotonda fue removida. En su libro “La Herida en la Piel de la Diosa”, el escritor colombiano William Ospina nos dice que el primer secuestrado documentado de Sudamérica lo fue Atahualpa, en el año 1532. Por supuesto, eso es literatura: no porque el primer secuestrado fuese Caonabó (que no era sudamericano, según la división actual de Latinoamérica), sino porque es muy improbable que los españoles se hayan tardado tanto tiempo en empezar a secuestrar a los indígenas.
Uno de los misterios más importantes de los últimos años en la República Dominicana, ha sido la desaparición de Narciso González, conocido popularmente como Narcisazo. Escritor, folklorista, guionista de comedias para la televisión, profesor universitario, Narcisazo también fue un áspero opositor al régimen del doctor Joaquín Balaguer, presidente de la república durante su desaparición. Amigos suyos han declarado que Narcisazo había amenazado con suicidarse, para tratar de acusar al balaguerismo de su muerte, como aquel abogado guatemalteco que quiso implicar al gobierno de Alvaro Colom en su suicidio (si es cierto lo de Narcisazo, es obvio que debió actuar con algún cómplice que desapareciera posteriormente su cuerpo). Hace un tiempo, apareció la cabeza de una calavera en una calle de Puerto Plata, acompañada de una carta que informaba que correspondía al cuerpo de Narcisazo, aunque, por supuesto, no era cierto. Fascinados por el misterio y el horror, tomando el caso con cierto sentido del humor (aunque negro), como sucede siempre entre los dominicanos, algo importante que nos ha legado su desaparición es el hecho de que se ha tratado de introducir en el Código Penal la figura de la “desaparición forzosa”, refiriéndose a crímenes de secuestro y asesinato que son comunes en países en los cuales las dictaduras han desaparecido a ciudadanos comunes sin dejar ningún rastro de sus cuerpos, de sus cadáveres, a veces incluso de su existencia física sobre la tierra, como si hubiesen sido fantasmas efímeros que nos acompañaron hasta que ascendieron de nuevo al cielo protector (o al infierno destructor, el infierno de las dictaduras).
Hace algún tiempo, un articulista de un periódico local analizaba la realidad dominicana actual, y achacaba buena parte de nuestros males a la “tranquilidad” con que “siempre” ha vivido nuestro país. Se “quejaba” de que en la República Dominicana no hubiese guerrillas, ni carteles de la droga, ni “problemas reales” que movieran al dominicano a esforzarse para mejorar su realidad. Hasta risa daba, sin querer, de ninguna manera, denostar al distinguido articulista, que forma parte de esa cantidad de gente con mentalidad pesimista, apocalíptica y acomplejada, que tanto daño le ha hecho a este país. Porque solamente hay que revisar nuestra historia, para desmontar esa supuesta “tranquilidad”. Solamente hay que recordar que, en el 1844, sucedió la Independencia Nacional, y no para liberarnos de los españoles, sino de los haitianos, que nos invadieron cuatro veces. Que en el 1861, decidimos tomar de nuevo las armas luego de que el general Pedro Santana anexara el país, ya liberado, a España. Que llegó un restaurador, Ulises Heureaux (Lilís), que se convirtió en dictador, y luego de su ajusticiamiento, sucedió el derrocamiento o el asesinato de todos los presidentes dominicanos hasta la Invasión Norteamericana de 1916, y luego el acceso al poder del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina, en 1930, ajusticiado 30 años después. Y que durante su régimen sucedieron dos desembarcos guerrilleros, que se asesinó a los héroes del Movimiento 14 de junio, a las hermanas Mirabal y a todo aquel que se opusiera al terror, a la pesadilla. El acceso al poder del primer presidente democrático luego de la dictadura, el profesor Juan Bosch, su derrocamiento a los 7 meses, la guerrilla de Manolo Tavárez Justo para recuperar la democracia elegida en las urnas, la muerte de Manolo y el fracaso de las Manaclas, la revolución del 65, la Segunda Invasión Norteamericana ese mismo año, el acceso al poder de Joaquín Balaguer por 12 años, en los cuales se trató de hacer una “limpieza” ideológica sistemática de todos los remanentes revolucionarios. La guerrilla y el asesinato del coronel Caamaño. El suicidio del primer presidente democrático elegido después de la revolución del 65, Antonio Guzmán, 40 días antes de entregar la presidencia; el apresamiento, enjuiciamiento y condena por cargos de corrupción del segundo, Salvador Jorge Blanco; las acusaciones de fraude electoral a Balaguer, instalado de nuevo en el poder, contra el profesor Juan Bosch en 1990, y, luego de nuevas acusaciones en 1994, la necesidad de acortar el período de gobierno de Balaguer a dos años, puesto que el país se encontraba al borde de una guerra civil, cuando fueron presentadas las pruebas de un fraude colosal que fue corroborado por organismos internacionales como la OEA y la Fundación Jimmy Carter… A veces se nos olvida que los países encuentran el progreso en la paz, no en la guerra y el conflicto. Que un país, para progresar, debe pacificarse, organizarse y considerarse mucho más grande de lo que en realidad es. El complejo y la autodenostación no sirven para nada.
Quizás todo empezó con Caonabó, el cacique caribe, natural de Guadalupe, transformado en taíno quisqueyano por decisión propia, compañero de la princesa Anacaona, esclavizada por los españoles. Caonabó murió ahogado en un viaje hacia España, acompañado de 600 esclavos cibaeños que eran trasladados por Cristóbal Colón hacia la corona, para que la Reina benefactora se sorprendiera con todos esos seres extraños que había encontrado en estos paraísos tropicales, y que merecían ser esclavizados puesto que no tenían alma. El barco naufragó en alta mar, durante una tormenta. Luego llegó Hatuey, quemado por los conquistadores, que rechazó el cielo cristiano, si estaba lleno de españoles. Quizás todo el mal empezó con un engaño, con un grupo de seres humanos que tenía la idea (pensaba incluso que La Idea tenía carácter divino) de que era factible y justo, necesario, hasta cristiano, que estuviese por encima de los demás seres humanos. Pero no debemos olvidar que ha continuado con Narcisazo, con la abducción de ciudadanos comunes que todo lo que hacen es defender lo que es suyo, o simplemente expresarse, estar en desacuerdo con poderes considerados inamovibles por estamentos sociales autoritarios, sean estos religiosos, económicos o políticos.

Si quieres ver videos sobre arte y literatura, click a este enlace:

Cultura y Folklore de Santiago


Esta es la portada del libro de Wilson Inoa, folklorista de Santiago, R. D., que intenta darnos un vistazo de lo que ha sido, y es, el folklore de nuestra ciudad, que, como toda ciudad caribeña, es sumamente rico por lo sincrético. Se repasa la historia y trayectoria de las instituciones culturales de la ciudad, de las tradiciones folklóricas más importantes (el carnaval, por ejemplo, o las danzas folklóricas, que son imprescindibles para nuestra forma de ser), etc. Hace un tiempo ya que el libro se publicó, y su autor me lo había entregado para que yo lo leyera, inédito, y bueno, por fin salió a la luz. Enhorabuena.

UN AGUJERO EN LA PARED


En la avenida Bernadotte, justamente al lado de la
Estación Central de Autobuses, hay un agujero en la
pared. Antes hubo ahí un cajero automático, pero se
estropeó o algo parecido, o quizá es que simplemente
no se usaba, así que vino una camioneta con personal
del banco, se lo llevaron y nunca más lo han vuelto a
poner.
Alguien le dijo un día a Udi que si se pide a gritos un
deseo en ese agujero de la pared, entonces se cumple,
pero Udi no se lo creyó demasiado. La verdad es que
una vez, cuando volvía del cine por la noche, gritó en
el agujero que quería que Dafna Rimlet se enamorara
de él, pero no pasó nada. Y en otra ocasión, cuando
se sentía terriblemente solo, se desgañitó ante el
agujero pidiendo que quería tener un amigo ángel y,
aunque es verdad que después apareció un ángel, no
resultó ser precisamente un amigo, porque siempre
desaparecía cuando Udi realmente lo necesitaba. El
ángel era delgado, encorvado y siempre llevaba
puesto un impermeable para que no se le vieran las
alas. A veces, cuando se encontraban solos, se
quitaba el impermeable y, en una ocasión, hasta
permitió que Udi le tocara las plumas de las alas;
pero cuando había otras personas en la habitación se
lo dejaba siempre puesto. Los hijos de Klein le
preguntaron un día qué es lo que tenia debajo del
impermeable y él les dijo que llevaba una mochila
con libros que no eran suyos, y que temía que se
mojaran. La verdad es que se pasaba el día
mintiendo. Le contaba a Udi unas historias que eran
para morirse: de los distintos lugares del cielo, de
personas que cuando se van por la noche a casa a
dormir dejan las llaves en el contacto del coche, de
gatos que no tienen miedo de nada y que ni siquiera
saben lo que quiere decir "¡Vete!".
Menudas historias inventaba, y encima, juraba por
Dios que eran verdad.
Udi lo quería muchísimo, siempre se esforzaba por
creerle y hasta le prestó dinero alguna vez que lo vio
en apuros. El ángel, por el contrario, no ayudaba a
Udi en nada, y no hacía más que hablar y hablar y
contarle todas esas estúpidas historias. En los seis
años que Udi lo conoció no lo vio lavar ni un solo
vaso.
Cuando Udi estaba haciendo el servicio militar y
realmente necesitaba a alguien con quien hablar, el
ángel desapareció de repente durante dos meses para
después regresar sin afeitar y con cara de no-me-
preguntes-nada. Udi no le preguntó y el sábado se
sentaron tristes y en calzoncillos en la azotea para
calentarse al sol. Udi se quedó mirando las otras
azoteas con cables, los depósitos de agua y el cielo. Se
dio cuenta de repente que durante todos los años que
llevaban juntos no había visto volar al ángel ni tan
siquiera una sola vez.

-¿Y si volaras un poco?-le dijo al ángel-. Eso te
animaría.

Pero el ángel le contestó:

-Olvídalo, me puede ver alguien.

-Ándale- dijo Udi-, vuela sólo un poco, hazlo por mí.
Pero el ángel se limito a dejar escapar de la boca un
ruido repugnante para después escupir en la azotea
asfaltada un salivajo mezclado con una flema blanca.

-Déjalo-lo provocó Udi-, seguro que no sabes volar.

-Pues claro que sé-se enfadó el ángel-, lo que pasa es
que no quiero que me vean.

En la azotea del frente vieron que unos niños
lanzaban a la calle bombas de agua.

-¿Sabes qué?-sonrío Udi-, hace tiempo, cuando era
pequeño, antes de conocerte, solía subir aquí a
menudo a tirarles bombas de agua a las personas
cuando pasaban entre las marquesinas -prosiguió
Udi, inclinándose sobre la barandilla mientras
apuntaba con un dedo hacia el espacio que había
entre la marquesina de la tienda de comestibles y la
de la zapatería-. La gente levantaba la cabeza hacia
arriba, veía una marquesina y no sabía de dónde le
había caído.
El ángel también se levantó, miró hacia la calle y
abrió la boca para decir algo. De repente Udi le dio
un empujoncito por detrás y el ángel perdió el
equilibrio. No fue más que una broma, no quería
hacerle nada malo, sólo obligarlo a volar un poco, por
divertirse. Pero el ángel cayó los cinco pisos como un
saco de patatas. Udi lo miraba atónito, tendido allí
abajo en la acera. El cuerpo entero sin moverse y sólo
las alas agitándose con una especie de último aliento
de vida. Entonces comprendió finalmente que de
todas las cosas que el ángel le había dicho nada había
sido cierto y que ni siquiera era un ángel, sino sólo un
hombre mentiroso con alas.



Etgar Keret (hebreo, רגתא
תרק; Tel-Aviv, 20 de
agosto de 1967) es un escritor
de cuentos cortos, guionista de
televisión y director de
cine israelí, considerado el
máximo exponente de la
narrativa moderna en hebreo, por
su empleo del lenguaje corriente para contar
historias donde la vida cotidiana, el humor negro,
el surrealismo, lo grotesco y lo infantil forman parte
de un mismo universo.
Sus cuentos, consumidos masivamente en Israel por
un público mayoritariamente adolescente, se han
traducido a más de diez idiomas. En tanto, su carrera
cinematográfica es muy promisoria.
Inició su carrera literaria al
publicar Tzinorot (Tuberías, 1992), una colección de
cuentos cortos que pasó desapercibida.
En 1993 ganó el primer premio en el Festival
Alternativo de Acre por Entebbe: El Musical, que
escribió al alimón con Jonathan Bar Giora. Su
segundo libro, Ga'aguai Le'Kissinger (Extrañando a
Kissinger, 1994), formado por cinco cuentos muy
cortos, fue más exitoso y cobró notoriedad pública.
Keret es también conocido por sus colaboraciones
con numerosos artistas gráficos. En 1999 cinco de sus
cuentos fueron traducidos al inglés y adaptados como
"novelas gráficas", con el título Jetlag.
En cuanto a su experiencia audiovisual, ha
colaborado en numerosos guiones para televisión y
cine. El primer largometraje que dirigió, Malka Lev
Adom (Malka corazón rojo, 1996) obtuvo el máximo
galardón de la Academia de Cine Israelí (equivalente
al Oscar a la mejor película) y ganó el Festival
Internacional de Academias de Cine en Múnich,
Alemania. Además, fue aclamada en diversos
festivales de todo el mundo.
No obstante, su mayor consagración hasta el
momento se dio en 2007, cuando ganó el
premio Cámara de Oro a la Mejor Opera Prima en
el Festival de Cannes por Meduzot (Medusas).
Ha publicado cuatro libros de relatos, una novela,
tres cómics y un libro, todos ellos bestsellers en
Israel. Su obra ha sido traducida a dieciséis idiomas y
ha merecido diversos premios literarios. En sus
relatos se han basado numerosos cortometrajes, e
incluso uno de ellos ganó el American MTV Prize en
1998. Actualmente es profesor adjunto en el
departamento de Cine y Televisión de la Universidad
de Tel Aviv. En 2006 escribió La chica sobre la
nevera, en 2008 Pizzería Kamikaze y en 2011 Un
hombre sin cabeza todas editadas por Siruela.

Tomado de Wikipedia.

Ruptura del Límite


Esta es la Antología de escritores dominicanos publicada por Editorial Cangrejo, en Colombia. La muestra fue preparada por Avelino Stanley, y contó con el patrocinio de la Embajada dominicana en Colombia, que en esa época (mediados del 2010) dirigía el señor Angel Lockward. Está compuesta por un serie de cuentos, desiguales, por supuesto, y podríamos recomendar el de Pedro Péix (extraordinario dentro de su lenguaje puramente dominicano, y su conocimiento extraordinario de la naturaleza humana), el de Manuel Llibre Otero (un cuento sarcástico, con un humor negro corrosivo, lo cual no es muy común en nuestra literatura), y en sentido general casi todos los trabajos, puesto que se incluyen autores prácticamente desconocidos en la literatura nacional.

Saturnario


“Saturnario” es un libro compuesto por 14 cuentos, desiguales en su extensión, puesto que algunos son sumamente largos, y otros muy cortos, de apenas una o dos páginas. Cuando se me pidió que fuera jurado del concurso Letras de Ultramar, organizado por el Comisionado de Cultura Dominicana de la ciudad de New York, dirigidido a escritores que viven fuera del país, se me presentó al mismo tiempo, inevitablemente, la oportunidad de premiar este libro de cuentos, al principio anónimo, puesto que los jurados no conocíamos la identidad de los autores. Sólo al final supimos que el libro premiado era del escritor Rey Andújar, a quien conocí hace ya algunos años en Santiago, cuando fue a poner a circular su novela “Candela”, publicada por la editorial Alfaguara. Este libro cuenta entonces con dos características especiales: el hecho de ser un volumen premiado, primero, y el hecho de ser un libro que representa de alguna manera la literatura de la diáspora, es decir, la literatura escrita por dominicanos fuera de la R. D.; y al mismo tiempo la literatura escrita por jóvenes dominicanos. Y me parece, claro está, que Rey Andújar representa fielmente ambas condiciones, por lo que podemos leer lo que él escribe, en este caso este libro de cuentos, tratando de responder además las preguntas acerca de cómo narra la diáspora dominicana y los jóvenes escritores dominicanos, cuáles temas les interesan y a cuáles tendencias se adhieren.

Saturnario es un libro fácil. Su mayor preocupación es contarnos las historias, su mayor preocupación es narrar. Una de sus características: introduce elementos de la cultura pop en su narración: trozos de canciones de rock en español, por ej., del compositor Andrés Calamaro, o en inglés del fallecido cantante Jhonny Cash, etc. Al mismo tiempo, introduce palabras y frases comunes en otras lenguas, sobre todo en el idioma inglés, sin avergozarse de ello, sospechando de la complicidad del lector en esta lectura bilingue. Al contrario de lo que podríamos pensar en un escritor alejado de su país de origen, sus narraciones son cada vez más universales, e incluso transcurren muchas veces en el lugar de adopción del escritor, con personajes no dominicanos: recordemos que el boom latinoamericano, que se desarrolló mayormente con escritores que hicieron vida literaria fuera de sus países de origen, sobre todo en Europa, admitía que, debido a la lejanía de sus respectivas culturas, profundizó aún más en un lenguaje particular, en una cultura particular, produciendo un tipo de literatura puramente latinoamericana. La excepción más notable a esa tendencia del boom fue Julio Cortázar, y me parece que por ahí se muestra la verdadera tendencia de Rey Andújar, y en sentido general de la mayoría de los escritores dominicanos, jóvenes o no, en el sentido no de la influencia de Cortázar en su obra, puesto que Borges, o Cortázar, o Bioy Casares, incluso el mismo Sábato o escritores argentinos no tan conocidos como Eduardo Mallea, construyeron sus narraciones a partir de una ausencia de identidad, y al mismo tiempo estos cuentos de Saturnario se muestran con una universalidad y una aceptación tal de otras culturas, que muestran esa ausencia de patria cultural, ese mestizaje, ese sincretismo, esa búsqueda de una tradición, que es tan propio de los dominicanos, puesto que nuestro país debe ser la nación con más mestizaje del mundo entero. Las historias son contemporáneas, radicalmente urbanas, actuales, con personajes que pueden ser holandeses, puertorriqueños, norteamericanos o dominicanos. El ámbito en el que se mueven las historias es la clase media, y si nos detenemos en un problema estrictamente literario, su estilo es neutral, lo cual es sumamente interesante puesto que significa un cambio en la forma de escribir del autor. En los cuentos que hemos podido leer de Andújar, y en su novela “Candela”, el autor tiene un lenguaje crudo, directo, a veces un poco hardcore, mencionando las cosas sin ambages. En este libro de cuentos, Rey cambia un poco ese estilo, y le interesan las historias menos sórdidas, más ligadas a la rutina, el sin sentido y la banalidad que mueve a la clase media en cualquier parte del mundo. Si en el cuento “Monociclo” se menciona la canción “Smells like Teen Spirit, la versión de The Bad Plus”, con esas mismas palabras, en el mismo cuento se nos menciona también a Glenn Gould y a Fernando Villalona: una mezcla que sólo puede fabricar un conocedor, alguien capaz de sorprenderse con ambos tipos de música. Se mencionan filmes norteamericanos, algunos cuentos tienen títulos en inglés como “Reflex”, “Locked”, “Caine”, etc., pero además hay un cuento titulado “Merengue”. Y esto constituye una diferencia notable entre otros escritores caribeños más o menos de su generación que han emigrado de sus respectivos países, como la escritora haitiana Edwige Danticat, por ejemplo, que emigró a los 12 años a los Estados Unidos, y que escribe en inglés, cuyas narraciones están construidas a partir de una furiosa identidad nacional. Pero Saturnario comparte esta característica con casi todos los escritores que viven fuera de nuestro país que participaron en este concurso, que al parecer representa una tendencia de este tipo de literatura que no muestra un desarraigo, sino cierta felicidad en el nomadismo, la búsqueda y la incorporación de las culturas de los países de adopción.

Yo personalmente recomendaría el primer cuento del libro, “Gangrena”, que es el que atrapa en primera instancia al lector, o el cuento “Merengue”. Como se puede apreciar a través de los títulos, la tendencia del autor es a mezclar su propia cultura con referencias a otras culturas, sobre todo la cultura norteamericana, y esto enriquece la narración, puesto que debemos recordar que la literatura está compuesta por palabras, por lenguaje. Sus cuentos se encuentran sumamente influenciados por una cultura audiovisual, tecnológica, de manera que la mayoría se encuentran estructurados como thrillers cinematográficos, como filmes de misterio o historias que pretenden una finalidad visual. Rey dejó para el final el cuento “Mierdópolis”, quizás porque no confiaba plenamente en que el jurado podría premiar un cuento con ese título. Por suerte, todo el libro ha merecido este reconocimiento y esta proyección.

Este libro viene precedido por la justa obtención de este galardón de carácter internacional –aunque realmente no debería decirlo yo, porque fui uno de los jurados, pero seamos osados-, y yo lo he acogido y lo recomiendo encarecidamente a los lectores, con los auspicios que su autor, y este libro de cuentos, se merecen con creces.

Máximo Vega.


foto: Sally Mann

A CONTRA SUERTE

Toda la soledad cayó de golpe
sobre la superficie del estanque,
las ondas generaron oleaje
que hirió la claridad de las orillas.
La espuma inmaculada al esparcirse
fue salpicando cosas definidas,
la pulcritud de la violeta fue manchada
con barro ignominioso y maloliente.
Se perdieron valores de pureza,
de espacio continente de esperanza,
donde brotaban el amor y la alegría
como magníficos ejemplos de virtud
que daban plenitud a los azogues.

Pero cayó en desgracia todo el tiempo
de los muchos relojes del ahora,
y hoy es el instante de la pena
de tener que enumerar la controversia
que duele, al encontrarse entre las manos
la luz que nos resbala entre los dedos.

J. S. del Viejo.
(escritor español)

Jean Gentil



Jean Gentil, la "peliculita" dominicana que tanto nos gustó, ganó el Festival Internacional de Cine de Las Palmas, en España. Una obra modesta, que ya empieza a tener notoriedad internacional, y que fue reseñada en el programa Días de Cine, de la televisión española. Una película que nos gustó mucho, mucho mucho.

COMUNION PLENARIA

Los nervios se me adhieren
al barro, a las paredes,
abrazan los ramajes,
penetran en la tierra,
se esparcen por el aire,
hasta alcanzar el cielo.

El mármol, los caballos
tienen mis propias venas.
cualquier dolor lastima
mi carne, mi esqueleto.
¡Las veces que me he muerto
Al ver matar un toro!

Si diviso una nube
debo emprender el vuelo.
Si una mujer se acuesta
yo me acuesto con ella.
Cuántas veces me he dicho:
¿Seré yo esa piedra?

Nunca miro un cadáver
sin quedarme a su lado.
Cuando ponen un huevo,
yo también cacareo.
Basta que alguien me piense
para ser un recuerdo.

Oliverio Girondo

OLIVERIO GIRONDO

No se me importa un pito que las mujeres...


No se me importa un pito que las mujeres

tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;

un cutis de durazno o de papel de lija.

Le doy una importancia igual a cero,

al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco

o con un aliento insecticida.

Soy perfectamente capaz de sorportarles

una nariz que sacaría el primer premio

en una exposición de zanahorias;

¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,

bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,

tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?

¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo

y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,

volaba del comedor a la despensa.

Volando me preparaba el baño, la camisa.

Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,

de algún paseo por los alrededores!

Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.

"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,

para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia

que nos aproximaba al paraíso;

durante horas enteras nos anidábamos en una nube,

como dos ángeles, y de repente,

en tirabuzón, en hoja muerta,

el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,

aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!

¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...

la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea,

¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?

¿Verdad que no hay diferencia sustancial

entre vivir con una vaca o con una mujer

que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender

la seducción de una mujer pedestre,

y por más empeño que ponga en concebirlo,

no me es posible ni tan siquiera imaginar

que pueda hacerse el amor más que volando.



¡Todo era amor!


¡Todo era amor... amor!

No había nada más que amor.

En todas partes se encontraba amor.

No se podía hablar más que de amor.

Amor pasado por agua, a la vainilla,

amor al portador, amor a plazos.

Amor analizable, analizado.

Amor ultramarino.

Amor ecuestre.

Amor de cartón piedra, amor con leche...

lleno de prevenciones, de preventivos;

lleno de cortocircuitos, de cortapisas.

Amor con una gran M,

con una M mayúscula,

chorreado de merengue,

cubierto de flores blancas...

Amor espermatozoico, esperantista.

Amor desinfectado, amor untuoso...

Amor con sus accesorios, con sus repuestos;

con sus faltas de puntualidad, de ortografía;

con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.

Amor que incendia el corazón de los orangutanes,

de los bomberos.

Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,

que arranca los botones de los botines,

que se alimenta de encelo y de ensalada.

Amor impostergable y amor impuesto.

Amor incandescente y amor incauto.

Amor indeformable. Amor desnudo.

Amor-amor que es, simplemente, amor.

Amor y amor... ¡y nada más que amor!


Llorar a lágrima viva...


Llorar a lágrima viva.

Llorar a chorros.

Llorar la digestión.

Llorar el sueño.

Llorar ante las puertas y los puertos.

Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,

las compuertas del llanto.

Empaparnos el alma, la camiseta.

Inundar las veredas y los paseos,

y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando.

Festejar los cumpleaños familiares, llorando.

Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo...

si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos

no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz, con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría.

Llorar de frac, de flato, de flacura.

Llorar improvisando, de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

PEDRO JOSE GRIS.



Estos son los dos últimos libros de poesía de Pedro José Gris. Son dos libros en uno, puesto que la portada de uno es la contraportada del otro. Tienen prólogos de José Enrique García y Bruno Rosario Candelier. Enhorabuena a Pedro José Gris, que es un poeta de libros y poemas escasos.

LIBIA

La primera vez que los norteamericanos invadieron la República Dominicana, los poetas postumistas hicieron una protesta contra los invasores. Andrés Avelino fue apresado, y a Domingo Moreno Jiménez lo metieron en un saco de henequén y lo tiraron frente a una pulpería. La segunda vez, en 1965, el poeta domínico-haitiano Jacques Viau fue asesinado por las tropas invasoras, mientras el poeta no hacía más que defender la soberanía de su propio país. Nosotros hemos sufrido dos veces lo que es una invasión de los Estados Unidos en el siglo XX. La primera vez, las tropas intervencionistas dejaron las bases para el ascenso al poder de Rafael Leonidas Trujillo, un dictador que nos gobernó por 30 años -un dictador que asesinó a Ramón Marrero Aristy, el autor de Over; que fue el responsable de los exilios de Juan Bosch, de Pedro Mir, de Juan Isidro Jiménez Grullón, y de la muerte de tantos intelectuales dominicanos-, y luego las bases para el ascenso -con un fraude electoral- de Joaquín Balaguer, que gobernó este país 12 años, apoyado por los norteamericanos, en los cuales se asesinó sistemáticamente a periodistas -entre ellos Orlando Martínez, Gregorio García Castro, etc.-, y a los principales dirigentes de la izquierda dominicana, en una labor de limpieza claramente planeada por ambos gobiernos. Esas dos intervenciones fueron inútiles, y no hicieron más que retrasar la llegada de nuestro país a la democracia y la modernidad. Y que dejaron cientos de muertos. Entonces uno sabe bien para qué invade Estados Unidos nuestros países, y uno sabe bien que Barack Obama, el flamante Premio Nobel de la Paz, acompañado de una resolución injusta de la ONU, bombardea Libia asociado con varios países europeos, pero no bombardea Arabia Saudita, que tiene una de las dictaduras religiosas más terribles de toda la historia de la humanidad (ni siquiera durante el absolutismo católico europeo de la edad media se vivió algo así), porque es socio de E. U., ni a Jordania, una monarquía religiosa, ni hace cumplir a Israel las resoluciones de la O.N.U. Porque hay dictadores que convienen, y otros que no convienen, hay países buenos y países malos, siempre y cuando apoyen o no a E.U. Muy bien. Un gran aplauso al premio nobel. Vamos a esperar que en este siglo nos invadan dos veces más, y apresen a nuestros poetas y asesinen a nuestros intelectuales. Dos veces más, también.

Libia y los Estados Unidos

Nunca vamos a estar de acuerdo con los Estados Unidos. Para derrocar a un dictador hay que bombardear un país. Esta época nos ha demostrado que la paz no es posible, que el mundo es ancho y ajeno. Estas demostraciones de muerte en Libia, forman parte de nuestra decepción de la humanidad, pero sobre todo de ese país que piensa que la democracia hay que imponerla a sangre y fuego. Europa se suma a ese juego, algunos países latinoamericanos se suman a ese juego... un juego en el que mueren cientos de personas. Bien por ellos.

EL VIEJO Y EL MAL



Yunier Riquenes García.

Era un viejo que pescaba solo en las aguas tranquilas de la presa. No tenía bote ni tampoco el mar azul intenso de sus sueños, pero siempre capturaba peces. Hacía muchos días que había ido por vez primera, pero unos pocos que sintió la necesidad de ir desde el amanecer hasta la puesta de sol o hasta la salida de la luna, para estar solo, para vivir solo. El muchacho era el único que lo acompañaba bien, que le sacaba la risa vieja, que le aguaba los ojos. Pero el muchacho, al finalizar las vacaciones, volvió para la beca.
El viejo sostenía en una mano un cordel mientras observaba otros amarrados en las estacas a la orilla. De vez en cuando, con la mano contraria, se echaba agua en la frente. No era flaco ni desgarbado, era viejo en edad, pero no había arrugas en su cara. El sol le había manchado la espalda por no ponerse camisa, por sólo humedecer la espalda y la frente. El sol le había tostado la piel en el surco, pero la pesca lo había hecho más moreno; le traqueaba el pellejo.
Par de muchachos bordeaban la presa. No cogían peces grandes. El viejo estaba seguro por su buena vista y su experiencia. De todas formas, los echaban al saco. “Ya no hace falta que los peces sean grandes”, se dijo.
Peces grandes y jicoteas cogían los de los botes y las gomas de tractor que se iban medio a medio, los que nadaban a pulmón arrastrando las redes y luego chapaleaban para atrapar las manchas de carpas y criollitas.
Esos habían invitado al viejo muchas veces a ver completo su brazo de mar, porque ya todos decían que él era el guardián.
—Anímese, véala desde dentro. Vea lo que son peces ­grandes.
El viejo les saludaba con la mano y lo dejaban en paz, mientras se perdían lentamente impulsando las gomas y remando.
Los había visto grandes al pasar cerca de las mujeres que cocinaban en fogones (dos o tres piedras juntas y leña acarreada de por allí mismo). Los había visto de cinco a diez libras con los ojos saltones. Las mujeres usaban un garrote para matarlos porque llegaban vivos afuera, y los descamaban con cuchillos casi del mismo tamaño. Llegó a sentir lástima de esas víctimas que no habían podido defenderse, ni siquiera huir, y no se habían metido en la trampa por comer.
Le gustaba la lucha hombre-pez; si no existía esta lucha tampoco existía el placer. Para él la buena pesca era con anzuelo. Sentir en sus manos las picadas y ver la sinuosidad del cordel. Al hundirse el corcho sabía que iba a encontrar la felicidad. Un halón seguro de sí mismo y lo tendría, pero lo sacaría después del juego cansémonos primero. Gozaba las embestidas a los lados aunque el pez fuera pequeño. Gozaba al sacarlo, al desprenderle la lombriz de la boca.
Jamás sintió envidia de aquellos hombres, de los peces de los hombres. Nunca se había marchado sin un pez. Quizás era el recodo donde pescaba, pero no quería abandonarlo. Allí había cogido el mejor junto a su hija. Ella velaba el nailon en las manos, el pez haló y le hizo heridas en los dedos. Ese día se comieron contentos el mejor pez.
Cuando la ensarta estaba llena la colgaba en la bicicleta. Recogía los cordeles, los lavaba y echaba las lombrices sobrantes en el recodo para que le picaran más al día siguiente. Regresaba tranquilo a la casa, sabía que le esperaban los perros, y el muchacho, si había llegado de la escuela.
El viejo amaba los perros; después de llenarlos de pescado y de un baño para quitarse el fango, se sentaba en una silla en el patio. Los perros le lamían la cara y él los besaba; los dormía en los brazos con una canción de cuna y les rascaba las tetas.
Miraba la siembra perdiéndose entre la hierba, pero se sentía cansado para trabajar, decía que se estaba poniendo viejo. Se miraba las manos llenas de callos y las piernas y los brazos llenos de arañazos y cicatrices. Había cortado caña desde los catorce para sobrevivir y ayudar la familia. Permanecía en la misma silla, cabizbajo, con el aire y el rocío de la noche, mirando.
Soñaba con las corrientes marinas y los muelles, con un barco pesquero en el Mar Caribe, con olas gigantes y caracolas. Buceaba con sus hijos: ella recogía caballitos, él golpeaba los tiburones de punchinbag. Los tres eran observados por una mujer llorosa que deseaba volver, pero ya él era feliz.
Siempre soñaba lo mismo y nunca le dio entrada a la mujer. Sólo quería los hijos. Por eso se despertaba, encendía el radio y lo dejaba unos minutos. Caminaba la casa viendo el polvo en los muebles, en la vitrina, en el cuadro de la hija que sonreía en la mesa de la sala, y en otro lado el hijo fajándose en un campeonato donde resultó ganador. No podía soportarlo, apagaba el radio, el bombillo, y se acostaba con la sábana sucia sobre la cabeza.
Y no dormía después de las cinco. Se levantaba a colar café y a echarle comida a los animales. Cuando el sol iba subiendo ya lo tenía todo hecho. Le buscaba lo necesario a su madre y luego cavaba debajo del fregadero o en cualquier lugar húmedo donde había colonias de lombrices. Las mejores eran las largas y gordas de la tierra negra. El viejo decía que eran serpientes. Después de llenar una lata, estaba seguro de que no se le acabarían.
A las ocho iba a la bodega a buscar el pan y a preguntar si habían llegado cartas y telegramas. Y nunca llegaba nada. Entonces lo llamaban para conversar porque era admirado por los vecinos y ellos sabían que estaba solo. Querían oír aquellas historias de cuando estuvo en la guerra y vio cagarse a uno del miedo en la trinchera, o cuando acabaron con los bandidos en la zona. Otros pedían consejos para la siembra.
Cuando Dany llegaba el viejo se ponía contento y nervioso. Contento porque tenía compañía y le daban ganas de vivir. Pero nervioso porque el muchacho le recordaba el pasado sin proponérselo. Dany se bajaba de la guagua y ya lo estaba invitando; si no estaba, sabía dónde encontrarlo con los preparativos, porque el viejo se había apegado tanto que pensaba que el muchacho llegaría todos los días.
“Mientras se pesca hay que mantener silencio, claro que sí. Pero no hay nadie que se quede callado ante el muchacho”.
—Mire pa’allá viejo —dijo señalando un grupo de jóvenes que se bañaban cerca de la compuerta—. ¿Están buenas, eh?
El viejo afirmó con la cabeza y tuvo que meterse hasta que el agua le dio por el ombligo. Recordó a su hija y salió después de mojarse la frente y la espalda.
— ¿No están buenas?
—Eso es pa’ti —dejó los cordeles amarrados a las estacas. —“Hay que dejarlos, si no entienden que se rompan la frente. Y los padres a sufrir (las muchachas retozaban con los varones). Nunca sirvió ninguno y se hizo puta”.
—No mire más el sol que ya se le están saliendo las lágrimas, y nadie ha visto llorar a Santiago. Santiago es un hombre fuerte, todos lo saben. Duro de carácter.
—Sí, vamos a ver si no nos han comido la carnada.
—Dicen que usted no lloró cuando murió su padre.
—Vamos a recoger los cordeles, ya es muy tarde.
Santiago dejaba atrás a su compañero que lo alcanzó un poco antes de desviarse para su casa.
— ¿Es verdad que tiene un hijo boxeador?
El viejo no respondió.
— ¿Y lo mandó a comprar huevos por toda la línea del tren?
El viejo no respondió.
— ¿Le amarró los zapatos para que no anduviera ­descalzo?
Santiago lo miró defraudado, queriéndose morir allí mismo. Pero no dijo nada. “La gente es mala. Dany creerá que soy un villano. No volverá”.
—Pero de todas formas sus hijos vendrán a verlo, aunque los padres sean malos los hijos vuelven, y usted no es malo.
Las bicicletas iban aparejadas, el viejo se apresuraba para no despedirse. A veces el muchacho lo palmeaba o levantaba un brazo, a veces decía hasta mañana, o quizás no decía nada y arremetía con la bicicleta a mayor velocidad, haciendo piruetas por el camino. Ese día el viejo trató de no verlo, de no hablarle (aunque no estaba molesto), pero el muchacho se desvió como siempre. Santiago pedaleó con más fuerza y creyó que Dany lo perdonaba.
Esa noche no durmió.
“Lo sabe y quizás todos lo sepan, y yo el último en saberlo”, pensaba el viejo tendido boca arriba. “No iré más a la bodega por buen tiempo, si hay cartas alguien las traerá, si no... no importa, ya nada importa”.
Oyó ladrar a los perros y no le dio importancia, y siempre que ladraban los perros se levantaba de un golpe y cogía el fusil y le daba la vuelta al patio. Se había propuesto agarrar a los ladrones que no le dejaron gallinas.
“Se despidió como otras veces, a lo mejor lo hizo por lástima, pero él sería el único que nunca llegaría a sentir lástima de este hombre (tenía la imagen del muchacho al despedirse)”. ¿Pero a quién carajo le importa mi vida?
Se volvió a un lado y escuchó los perros escarbando en el portal para echarse.
“Eso es lo que me queda, y la pesca, y el muchacho, aunque dudo que aún quiera atrapar conmigo el grandísimo pez”.
Miró la Virgen de la Caridad que le quedaba enfrente. Le mantenía agua fresca:
— ¿Qué me queda? Todo lo he perdido, Madre, y me queda la vida, solo la vida —y recordó que alguien le había dicho que mientras estuviera vivo no había problemas—. ¿Para qué quiero la vida? Es mejor estar muerto. Quizás cuando muera sea menos inconforme.
El aire fue más frío y se acomodó la sábana, no le cubría los pies. La tiró al piso y retornó la mirada a su santa.
—Al menos tú tienes tus hijos.
Comprobó que la luna no dejaba sombras y salió al cuarto de desahogo. Cogió el pico y la lata de las lombrices. Había decidido que nadie lo viera. Saldría de madrugada y volvería tarde en la noche. Estaba seguro de poder soportarlo como en la caña. Habían pasado algunos años, pero se sentía ­fuerte.
Estaba en la presa a tiempo completo, casi loco. Ya no le importaba la pesca, sólo estar enajenado esperando la señal del muchacho o sus hijos, porque había pensado tanto en lo que le había dicho Dany que se ilusionó con el regreso de los hijos: la Niña y el Negro. Él se comparaba. Después de muchos años se dio cuenta de que quería un poquito a su madre, aunque ella ya no entendiera y se pasara el tiempo llamando a los muertos de la familia y haciendo memoria para demostrar cordura.
“El que más dolor le dio en el parto y el que más la hizo sufrir”.
Hacía mucho que no veía a su madre pero estaba seguro que estaba bien. Una hermana la cuidaba y tenía ganas de estar con ella y pedirle perdón. Pero no, no había necesidad de llegar a tanto.
Incluso pensó enviarle una carta al Negro y la Niña. Pero, no escribía, por lo tanto ¿quién le iba a escribir? Porque el muchacho, que lo hacía siempre, estaba en la escuela y no sabía cómo decirle. Tampoco al bodeguero ni al delegado. No quería vérselas con nadie. Desistió rápidamente de la idea y llegó a pensar en la muerte sin verlos, sin un abrazo, sin dejarles la tierra y la casa y lo que guardaba celosamente, porque le reiteraba al muchacho que a pesar de los pesares lo suyo sería de los hijos, que él (Santiago) no valía nada, sólo quería verlos felices.
En vez de atender los cordeles miraba a su alrededor: la risa diaria de las mujeres matando peces grandes con los garrotes, haciendo caldosa y tomando ron.
—Van a acabar, llegan temprano y se van con los sacos llenos hasta la punta. Pronto prohibirán la pesca y habrá un guardia con una carabina diciendo no se puede pescar ni con anzuelo.
Observaba el par de niños que aparecía cada atardecer con las varas y el saco.
“Es obsesión lo que tienen los muchachos”. Cambió de idea al mirarles las costillas.
Aunque no quiso, tuvo que ver a la mujer del delegado (el que le resolvía los problemas a la gente) varias veces con un hombre.
“Es una descará’, mira como se deja las tetas al aire. ¡Todas son iguales!”
Cambiaba la vista, pero la pareja no estaba distante del recodo y se oían los gemidos, y él no iba a abandonar su sitio por un par de adúlteros. Entonces centraba su atención en el canto de los pájaros y los ojos en la mujer del sueño exigiéndole llegar temprano del trabajo, basta de borracheras. Una mujer controladora que no le gustaba que le hicieran trizas las vasijas ni la golpearan por gusto, una mujer que pedía atención, buena atención.
El viejo había visto sobre el cadáver de un árbol —aguas bien adentro— un grupo de pájaros.
“Parece que tendré suerte. De noche los peces se acercan a la orilla”. El sol iba apagándose. Recogió los cordeles y sacó de la bolsa el más largo y grueso, el de pescar en el mar. Había pensado regalarlo, lo usó varias veces para medir en la construcción. “Ha llegado tu momento, no es en el muelle ni frente al mar pero será...”. Las lombrices estaban espumosas, las revolvió y sacó una. “Parece una serpiente”.
Colocó la carnada y lanzó el cordel a unos cuantos metros. Se sentó a esperar con el nailon en la mano.
“El muchacho quería verme lanzando este cordel”.
Le picaron muchas y tuvo que cambiar la carnada, pero se percató de que mientras transcurría la noche las que capturaba tenían más cuerpo.
“Será como hizo el Negro en la pelea final, marcar, marcar, y luego el izquierdazo”.
El viejo se levantó. Al principio fueron pequeñas picadas y no podía halar porque se le iría. Cuando el pez mordió fuerte lo haló con todas sus fuerzas hacia atrás y luego soltó un poco dejándolo libre. El nailon lo había cortado, no lo sintió al instante, sino cuando se estabilizó en el lugar porque había resbalado.
—Maldición, este gran pez me hizo lo mismo que el otro a la Niña, ya verá coño.
Pasó el nailon a la otra mano. Había estado soltando y recogiendo. Le hubiera gustado una ayuda para llegar rápido a la casa.
“El muchacho tiene razón, es posible que vuelvan”.
Para soportar las embestidas imaginó que al llegar a la casa el fogón iba a estar llameando, los muebles y la vitrina desempolvados y el patio barrido. En el radio el Benny, y la Niña esperándolo con la ropa y las sábanas limpias, y el Negro con un montón de leña para asar el pez.
Le hubiera dado gusto que alguien lo ayudase, pero sabía que tenía que mantenerse, porque los peces grandes se capturaban con redes.
—No pediré ayuda, esta es la lucha hombre-pez, entre tú y yo, y te venceré, te venceré o me arrastrarás hasta el medio, te cortaré en pedazos.
Lo tironeó durante largo rato hasta que no hubo resistencia alguna.
“El muchacho debió estar aquí para ayudarme a sacarlo”, comenzó a halarlo lentamente, “y si el Negro hubiera estado aquí hubiera enseñado al muchacho, en la beca siempre hay abusadores”.
Continuaba sacando el pez que se le hacía más pesado.
“Necesito el garrote de las mujeres cuando esté en la orilla. Ahora que está en mis manos no se me puede escapar”.
Tanteó un poco buscando un palo pero no encontró nada servible. Como la bicicleta estaba cerca (porque el viejo la ponía a su lado cuando oscurecía) cogió la bomba de echar aire y la ubicó a su lado, una bomba de camión.
Nunca había cogido uno de tantas libras. No brillaba como el del mar pero significaba mucho.
—Coletea poco, por tu bien, oíste, por tu bien, no quiero acabarte.
Cerca ya le arremetió con la bomba. El agua se tornó sanguinolenta.
Y creyó verdaderamente que sus hijos le estarían esperando, que su madre lo perdonaría antes de morir. Caminó un poco el recodo, se mojó la frente y la espalda con la reminiscencia de los niños con las varas, y las mujeres, y los hombres del tractor.
Santiago regresaba optimista con su pescado atravesado en la parrilla de la bicicleta. Traía una mano sobre el timón y la otra apretando las escamas. De vez en cuando le echaba un vistazo y pedaleaba con más energía. Saludaba a los que se quedaban observándolo. Santiago reía.
“Mis hijos se llenarán, y los perros se tendrán que echar de tanta hartura. Hasta mamá lo probará. Y la Niña, cuando la Niña lo vea me abrazará y preguntará te acuerdas. Sí, mija, este nos lo comeremos igual que aquel”.
Evocó el momento de la captura y llegó a salírsele una lágrima. ¿Por qué se le habían ido?, no le interesaba, tenía intuiciones del regreso. Aunque fuera difícil los abrazaría a los dos.
“Les prohibí bañarse en los aguaceros, jugar en los charcos... cuando uno se queda solo... uno entiende”.
Y aceleró al tomar el camino para su casa. Los perros lo esperaban en la portería y se lanzaron a su encuentro sin ladrar y a toda carrera moviendo los rabos y con las orejas gachas, asaltándole la bicicleta.
La puerta estaba cerrada, sin embargo, imaginó que estarían escondidos. Buscó en el baño y en el cuarto de desahogo. Volvió enseguida al portal y tosió, una tos crónica. Se paró mirando la siembra y la casa de su madre, ni la vieja se oía.
Retornaba otra vez a la soledad, al mismo polvo y la misma ceniza del fogón. No le hizo caso a los perros que se le tiraban encima. La bicicleta continuó recostada de la cerca con el pez amarrado. Lo contempló muy poco:
—Y es grande.
Los perros le movieron las cabezas y se echaron a sus pies.
—Mis hijos, cará.
Fue directo al cuarto, abrió la ventana y se acostó, estaba muy cansado.
A pesar de estar dormido se le notaban los ojos hinchados, como si hubiera llorado siempre. El viejo comenzó a soñar nuevamente con las corrientes marinas y los muelles.
Mayo y 2002

Yunior Riquenes es un amigo narrador cubano. Compartimos una antología de cuentos. Me escribió hace poco, y me envió este cuento para las personas que visitan este blog, y para que ustedes opinen sobre él.

Foto: Sally Mann.

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