Muere Ana María Matute

Ana María Matute (1925-2014) ha fallecido a los 88 años en Barcelona, según ha confirmado la Real Academia Española (RAE), donde ocupaba la silla K. La autora de «Olvidado rey Gudú», que recibió el Premio Cervantes hace tres años, trabajaba actualmente en otra novela que verá la luz en septiembre. La escritora ha muerto en el Hospital de Barcelona un mes antes de cumplir los 89 años, tras haber sufrido hace unos días una crisis cardiorrespiratoria.
La capilla ardiente con los restos de Ana María Matute se abrirá mañana, jueves 26 de julio, a las 15.00 horas en el Tanatorio Les Corts de Barcelona y el funeral se celebrará al día siguiente, desde las 13.00 horas, en el mismo tanatorio, según han informado fuentes de la editorial Destino.
Escritora... por muchos años proclamábamos en cada primavera, por cada novela. En la avenida Virgen de Montserrat, donde vivía Ana María Matute, ha quedado un sillón vacío donde ella cartografió universos remotos. Las jornadas de la escritora comenzaban con un café y el crucigrama que culminaba en ese sillón. Luego se metía en su cuarto para amasar sus harinas novelescas. Conversar con ella era un goce de humor inteligente. Recordamos una de aquellas mañanas. Desde la terraza de su sobreático identificamos el territorio Marsé: la Ronda del Guinardó y el Carmelo. En la sala de estar, un hogar de hierro forjado.
En la mesa de centro, el «Viaje en autobús» de Josep Pla. Una lámpara con una pantalla salpicada de nombres de escritores: Torrente Ballester, Camilo José Cela, Ramón J. Sender… Videos, libros de historia y abundante literatura anglosajona en las estanterías. Cuadros: uno con grabados de «Alicia en el país de las maravillas» de Lewis Carroll; otro, con un mapa de Madrid en 1635. Las gafas de la escritora reposando sobre el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, su otro sillón de las palabras.
Cuando la escritora hablaba de sí misma, lo hacía en tercera persona, como si apelara a esa niña traviesa que siempre fue: «¡Cosas de la Matute!», exclamaba. Hija de familia burguesa, el 26 de julio del 36, Matute cumplía 11 años: mientras ardían las iglesias, los anarquistas colectivizaban la fábrica de paraguas del padre, y la familia escondía un fraile y una monja con una cheka muy cerca de casa... «Intuíamos aquella guerra, pero no podíamos denominarla. Éramos la Generación de los Niños Asombrados».
Matute escribió su primera novela aquel verano del 36 en Barcelona y la tituló «Juanito». Por las noches iba con una linterna a la habitación de mis hermanos para leerles un capítulo, que acababa con un Continuará… Su obra estaba impregnada del espíritu de una infancia con más sombras que luces que abominaba de la ñoñería. La escritora era crítica con los niños de hoy. Harry Potter le parecía bien como estímulo de la imaginación. Le fastidiaban los cuentos políticamente correctos «porque no hay ángeles y las hadas están adulteradas» y denunciaba las carencias de esos chavales abducidos por las nuevas tecnologías: «Manejan el ordenador mejor que nadie, pero no saben quiénes eran Caín y Abel. Y no en el aspecto religioso, sino como expresión cotidiana. A los 15 años es peor, porque entonces se creen que saben. Y más grave todavía: personas que tienen una responsabilidad social y que cometen faltas de ortografía. De jovencita, si algún pretendiente me escribía con faltas de ortografía, aunque fuera el chico más guapo del mundo yo lo descartaba rápidamente. Me parecía horrible que un joven de 15 años cometiera faltas de ortografía. Fíjese… ¡Ahora me quedaría sin novio!».
En aquellos años, se deleitaba con «La recherche» de Proust y las «Cumbres borrascosas» de Bronte, que leyó a los 17 años. Todavía conservaba el libro en su biblioteca. Colección La Nave: «Se cae a trozos, no se puede ni tocar… A veces pienso: ‘¿Para qué escribir? ¡Que escriban otros! ¡A mí lo que me gusta es leer!» Y luego, añadía con una voz tristona, «resulta que no puedes vivir sin escribir...». El 6 de enero del 59, cuando ganó el premio Nadal con «Primera memoria», la Matute lo estaba pasando mal. Ya había publicado «Los Abel», «Fiesta al Nordeste», «Pequeño teatro», «En esta tierra» y «Los hijos muertos»… pero escribía cuentos semanales para la revista Garbo con su hijo Juan Pablo de pocos años en las rodillas y las manitas en el teclado de la máquina. Una foto de aquellos tiempos difíciles le acompañó siempre en su velador de escritora. Su matrimonio con el fantasmalRamón Eugenio Goicoechea había naufragado; en las «historias de niños», con las que algún crítico patoso le tejió un sambenito, la escritora se identificaba con esos pequeños náufragos que expresan la verdad que más duele; esa verdad que la edad adulta, haciendo honor a su nombre, adultera.

Estaba en todas sus novelas

Sus novelas no eran autobiográficas… pero ella estaba en todas ellas. Sucede con «Luciérnagas», censurada en su integridad y no publicada hasta 1993. Los niños, como lucecitas en el tenebroso apagón de la guerra civil. Luego, en la humillada Barcelona de la posguerra, la Matute veinteañera se sentía libre por la escritura. Y es que esa niña a la que cohibieron las monjas por su tartamudez nunca sintió la angustia de la página en blanco. Recordaba a su madre como una mujer buena pero muy severa que le sorprendió el día de su matrimonio… Le trajo una caja con todos los cuentos que Ana María escribió de niña: «Yo nunca sospeché que ella guardaba eso, jamás, pensé que aquellos cuentos se había perdido, o roto…».
Ignacio Agustí la contrató para escribir cuentos en el semanario Destino. En su juventud cultivó la bohemia en una ciudad de gabardinas y contactos furtivos. De los barrios altos se bajaba con sus hermanos al Barrio Chino: era la única chica del grupo. Al final de la Rambla entraban en un bar repleto de discos de la Piaf, el Pastís. En honor a la Matute ponían en el tocadiscos una canción que le emocionaba: «Petit garçon perdu». La inocencia florece también en los barrios bajos. En aquella Barcelona triste, recordaba, fue «donde yo conocí el amor y conocí la esperanza y donde lo creí todo. No sabía nada pero lo creí todo».
Empezamos a leer a la Matute en los años de Bachillerato –plan del 66- con «El Jarama» de Rafael Sánchez Ferlosio. Era la generación de las postrimerías de los manuales. Dos libros, «Pequeño teatro» y «Los niños tontos,» se asociaban a aquellos días de antologías escolares. Cuando se lo mencionábamos, la Matute exclamaba: «¡Oh! El “Pequeño teatro”… ¡Si es el peor libro que he escrito en mi vida! Lo escribí a los 17 años y se nota». Pero luego matizaba con picardía: «¡Hombre! Para haberlo escrito a esa temprana edad… Chapeau. Yo misma lo digo, ya ves que no soy nada hipócrita...».

La lengua de Cervantes

Escritora catalana en castellano, siempre reivindicó la lengua de Cervantes. De padre y abuelo catalán, su madre provenía de la Rioja: «Escribo en castellano porque mi madre nos hablaba en castellano y la madre siempre influye más en la educación. Es el idioma que pienso», proclamaba. Académica y premio Cervantes de las Letras, la Matute nunca militó en el feminismo literario. Creía en las mujeres escritoras, pero no en la literatura femenina como género diferenciado, porque tampoco creía en la literatura masculina. A los dictados del márketing editorial oponía una palabra galega «¡Judiose!». La Matute. Siempre la Matute.

(Tomado del periódico ABC.es)

Era Lunes Ayer (cuentos)



 “Máximo Vega (Santiago de los Caballeros, 1966), al escoger Era Lunes Ayer como título para este libro de ficciones, no da ninguna pista al lector que le permita siquiera suponer el contenido de la obra, en la que él demuestra con creces su dominio del género, logrado a base de estructuras y técnicas innovadoras que constituyen un verdadero aporte a la narrativa breve dominicana. En estas historias –como prefiere denominarlas su autor-, su aguda mirada transforma de continuo las realidades humanas más escabrosas a través de un lenguaje lleno de osadas propuestas. Muchos de los cuentos resultan a menudo irreverentes, mordaces, lúbricos. Son espejos en los que se reflejan la doble moral y las perversiones que corroen todo el tejido social, pero a la vez invitan a la reflexión profunda sobre el descalabro de una sociedad atrapada en el consumo, la fama o el delirio de poder. Una vez iniciada la lectura de un cuento de Vega, no podremos abandonarla, lo cual es en sí mismo un mérito, ya que un alud de palabras nos atrapa forzándonos a continuar hasta el final. Máximo Vega prueba en este libro que ahora publicamos bajo el sello de la colección bibliográfica del Banco Central que es, no sólo uno de los cuentistas más importantes del interior, sino uno de los narradores de mayor talento y proyección de nuestro país en la actualidad.”

Jorge Luis Borges

Un poquito más sobre Cien Años de Soledad



          Perdido en una selva imaginada por Gabriel García Márquez, un hombre llega con su mujer a ningún lado –el hombre es José Arcadio Buendía; la mujer, Úrsula Iguarán-, y, como el fundador en “¡Absalón, Absalón!”, de William Faulkner, crea un pueblo. En el caso de Faulkner, el pueblo crece alrededor de una casa, en el de Márquez, se crea un pueblo de la nada. Como Juan Carlos Onetti, como Faulkner, como Virgilio Díaz Grullón, como Pedro Péix, García Márquez hace transcurrir sus historias en ese pueblo, que repite su nombre en sus cuentos y sus novelas, aunque a veces, no por incapacidad sino por cierta tendencia a la infinitud, traicione la geografía; ese pueblo es un lugar imaginario, y es también un símbolo. La novela empieza con la fundación total de un mundo: ese pueblo debe ser nombrado –se le llama, ya lo sabemos, “Macondo”-, pero también debe ser llenado de objetos, de personas, de inventos, de espejos, de casas, de sueños, de mitos, de nombres, de palabras y de injusticia. Tal es la extraordinaria capacidad cosmogónica de su autor.
          ¿Qué se puede decir de Cien Años de Soledad? Acaso es la novela que ha poblado con más vigor la imaginación literaria de mi generación, muchísimo más que El Quijote de Cervantes. Su entrañable cercanía a todos los latinoamericanos, nos provee de una obra que sentimos más nuestra que aquellas desventuras modernas del hidalgo demente y su escudero materialista. Su mitología esencial, a veces prestada de las propias leyendas americanas, a veces inventada por completo por el autor, es demasiado cercana a nuestra idiosincracia o a nuestra mentalidad caribeña, para que nos deje indiferentes. Y, por supuesto, su lenguaje a caballo entre el despiadado sur de Faulkner y el realismo maravilloso de Carpentier, se ha perpetuado gracias a su amplia legión de discípulos, desde Isabel Allende hasta Eliseo Alberto. Si algún nombre literario define a Latinoamérica –como quizás Shakespeare define la literatura inglesa, Camoens a la portuguesa, Goethe a la alemana, o Dante, Petrarca y Bocaccio a la italiana; pero siempre quizás – es el de Gabriel García Márquez, cuya necesidad se encuentra fuera de toda duda. ¿Puede Latinoamérica jactarse de poseer una literatura y un lenguaje propios? Claro que sí. No deseo yo aquí, de ningún modo, disgregarme mencionando la petulancia senil de su autor, o el acoso a que Márquez ha sido sometido por escritores de su propio país, y de otros países latinoamericanos, debido a sus ínfulas de grandeza y a un supuesto amor, ya no secreto, por el dinero (en uno de sus libros, un escritor colombiano lo llama “García-márqueting”). Tampoco quiero referirme a mis trozos preferidos de la novela, obviando las mariposas amarillas, truco plástico que apenas recuerdo, aunque permanecen en mi memoria aquel sueño terrible de Aureliano Buendía, sueño sucedido en la realidad real, fuera de la novela, cuando él navega en un tren lleno de cadáveres luego de una huelga; el principio irrepetible de la creación del mundo que es la creación de un paraíso que los hombres corrompen; las presencias fatales de Rebeca y Amaranta; Pietro Crespi, el personaje más desdichado de toda la novela; la llegada del imán con el circo de Melquíades; la enfermedad del olvido; Úrsula viendo llover sobre Macondo. La vastedad y la importancia de Cien Años de Soledad, en estos tiempos en que se cumplen 40 años de la feliz publicación de ese monumento, me obligan, como fiel lector de su cosmogonía, a humillarme ante la magnitud de esa obra, y su legado imperecedero.








Los libros de la isla desierta, Carlos Ardavín

Este es el volumen "Los libros de la isla desierta", en el cual se le pidió a una serie de escritores dominicanos que hablaran un poco acerca de un libro que haya tenido algún impacto en sus vidas, o, como nos dice la portada "su libro predilecto". En mi caso elegí un libro de texto, y lamentablemente el texto tiene un error, del cual yo soy el culpable, por supuesto, y no Carlos X. Ardavín Trabanco, el compilador, que hizo un trabajo magnífico. Así que coloco aquí el texto correcto, sin una palabra que está demás en el original.






UN NOMBRE:

          Vamos a comentar un libro de texto de 7mo. Curso, ¨Nombre¨, de Carmen Pleyán para Editorial Teide, al cual deseo hacerle un pequeño homenaje debido a todo lo que he descubierto a través de él.
          Es un volumen español, de Barcelona. El sistema de ese libro es sumamente sencillo, y ha sido copiado innumerables veces: aprovechando una serie de textos literarios, se analizan las reglas gramaticales, y por extensión nuestro idioma, el español. En ese libro leí por primera vez a Pío Baroja, a Camilo José Cela, Azorín o Rabindranath Tagore. En el breve relato de Azorín, encontré a un niño que se entretenía en las noches mirando el universo a través de un telescopio, un capítulo del libro “Confesiones de un Pequeño Filósofo”, en el cual el maestro escribía quizás sobre sí mismo, acerca de un aprendiz de astrónomo que escogía el conocimiento y la soledad. En ese capítulo hallé una palabra extraña: “anemómetro”, una palabra nueva para un objeto que nunca había visto. ¿Qué era un anemómetro? El cuento “Polifemo”, de A. Palacio Valdez, probablemente el primer cuento completo que leí en mi vida, puesto que llegué tarde a la literatura, una historia melodramática sobre un niño huérfano que se encariña con un perro ajeno. Un capítulo de “Kim”, de Rudyard Kipling, un poema de Antonio Machado. Leí la historia de un niño que mira por la ventana la lluvia caer, y nos cuenta: “Anoche ha llovido de forma tal que el agua chorreaba por los vidrios”, que es un trozo de “El Retorno” de Eduardo Mallea, entonces cuando llovía encima de mi casa de madera en un barrio pobre de Santiago trataba de sentir la misma emoción de aquel niño del cuento, o releer el cuento mientras escuchaba la lluvia caer sobre el techo de cinc. Unos versos de Rafael Alberti, que escribe como un poeta que habla con el mar como si el mar fuese otra persona, y le dice:

me siento, mar, a oírte
¿te sentarás tú, mar, para escucharme?

leyendo los textos con la inocencia de mi edad, claro, sin el prejuicio de saber quiénes son los autores, si son reconocidos como grandes escritores o si son muy famosos o no. Si una historia me gustaba, me gustaba, y si no, no, sin que tuviese ninguna importancia que fuese de Ignacio Aldecoa o de Valle Inclán, qué iba yo a saber quién era Valle Inclán. (Otra palabra rara y nueva: “guardabarrera”). Un niño ciego y enfermo juega a las damas con una amiga de su edad, en un relato de Ana María Matute; en “Polifemo”, Gasparito, un niño hospiciano, se roba un perro para que lo acompañe en las noches de la inclusa, y le lama las heridas provocadas por el palo del cocinero. ¿Cómo no llorar con una historia así?
          Y quizás he descubierto también, ahora que reflexiono escribiendo estas líneas, que me ha traicionado la nostalgia. Es el único libro escolar que aún conservo; le faltan algunas páginas, se le rompió la portada. Lo releo a veces, lo saco, lo paseo. A través de ese libro puedo llegar cada vez que quiero a mi infancia y adolescencia, como un Proust tropical que no escribe sobre aristócratas ni grandes fiestas. Si empezó alguna vez en mí el deseo de continuar buscando historias para seguir leyendo “El Conde Lucanor” de don Juan Manuel, “Perdimos el Paraíso” de Ramón Fernández de la Reguera, o “El Mecánico Malagueño” de Juan Ramón Jiménez, fue debido al encuentro con ese libro. Qué podía saber yo quién era el Conde Lucanor. Qué podía saber, a esa edad, que yo era una especie de Proust desvencijado, buscando un tiempo perdido y luego recuperado a través de la memoria, pero sobre todo a través de la literatura, que es una forma mayor de la memoria.
          Pero si el descubrimiento del lenguaje como una forma de expresión, como una manera de transmitir emociones, le llegó a un adolescente de un colegio de Santiago de los Caballeros a través de ese librito excepcional construido por alguien que amaba tan profundamente su lengua, su cultura y por lo tanto la vida, entonces supongo que debe haber alguna clase de vacío que acompaña a los adolescentes de hoy día, que no han podido hallar libros como éste, sin que yo quiera parecer de ninguna manera reaccionario. Puesto que descubrí que la alegría entregada por estos textos, y por el resto del libro, no se encuentra en los temas, en las historias, sino en el lenguaje en sí mismo. Las historias podían ser tristísimas, depresivas, oscuras, podían hacer llorar a cualquier niño de mi edad, y no tenía ninguna importancia: el truco se encuentra en la belleza del acto, en la perfección de la lengua, en la transmisión del sentimiento. Podemos ser felices incluso leyendo el Apocalipsis. Augusto Monterroso tiene un cuento acerca del recital de un poeta en un parque, en el que termina diciéndonos que al mundo solamente le falta una cosa para ser feliz. Por supuesto, eso que le hace falta es la poesía.
          Pero en esas páginas no se encuentran sólo las historias, como ya he dicho. Aunque los autores se empeñen en convencernos de lo contrario, en la propia belleza de su arte se encuentra la felicidad por la vida. Aunque específicamente para mí, todos los escritores están en este libro (incluso Cortázar, Bioy Casares, Bosch, Kafka, Melville, Faulkner, Carpentier, Kundera, Peix, Vallejo, del Cabral, cuyos textos no pueden leerse en sus páginas), toda la literatura que he podido hallar gracias a ese primer encuentro.

Máximo Vega.

los nuevos-viejos libros de José Alcántara Almánzar

Hemos recibido los libros "Viaje al otro mundo" y "Callejón sin salida", del escritor dominicano y Premio Nacional de Literatura José Alcántara Almánzar. Por supuesto, son dos libros de cuentos, puesto que José Alcántara es esencialmente cuentista, crítico y ensayista. Y lo interesante es que estos libros tienen ya muchos años de haber sido publicados, uno de ellos más de cuarenta años, y sin embargo leemos sus cuentos y parece que hubiesen sido escritos ayer. José Alcántara Almánzar, autor de dos cuentos de culto, "La reina y su secreto" y "Con papá en casa de madame Sophie", que se encuentran en sus libros "Las máscaras de la seducción" y "Testimonios y profanaciones", respectivamente, además de ser un crítico mordaz es también muy riguroso con su obra. En este caso, estas reediciones las ha realizado editorial Santuario, y nos sentimos orgullosos y privilegiados de que José Alcántara nos haya enviado dos ejemplares, los cuales comentaremos con más detenimiento más adelante. Lo que sí queremos hacer notar es que estos dos libros se encuentran en las librerías nacionales, a precios más que asequibles, y que es bueno de vez en cuando leer a un autor de factura impecable, sobre todo para aquellos jóvenes que quieren empezar a escribir leyendo a un escritor que nunca los defraudará. Así que enhorabuena a José Alcántara, a la editorial Santuario, que está haciendo un trabajo que debería hacer el ministerio de cultura, pero que no lo hace, y a los lectores de estos dos libros, que nos han atrapado nada más abrir la primera página (claro, debo consignar que ya hace mucho tiempo, cuando era mucho más joven, leí "Las máscaras de la seducción", "Testimonios y profanaciones" y "La carne estremecida", tres clásicos de la cuentística dominicana).

lista de escritores: cuentistas dominicanos

Debido a la cantidad de personas que entran a este blog buscando nombres de cuentistas dominicanos, aquí les doy una lista muy injusta de algunos cuentistas, porque es obvio que se me quedan muchos, por ignorancia o por olvido:

-Alfredo Fernández Simó.
-Fabio Fiallo.
-Pedro Henríquez Ureña.
-Tomás Hernández Franco.
-Juan Bosch.
-Virgilio Díaz Grullón.
-Manuel del Cabral.
-Hilma Contreras.
-Ramón Marrero Aristy.
-Manuel Rueda.
-Pedro Peix.
-Iván García Guerra.
-Ramón Francisco.
-Diógenes Valdez.
-Rafael Castillo.
-Miguel Alfonseca.
-René del Risco Bermúdez.
-Manuel del Cabral.
-Armando Almánzar.
-Marcio Veloz Maggiolo.
-Bonaparte Gautreaux Piñeiro.
-Arturo Rodríguez Fernández.
-José Alcántara Almánzar.
-Roberto Marcallé Abreu.
-Mario Emilio Pérez.
-Angela Hernández.
-Jeanette Miller.
-René Rodríguez Soriano.
-Rafael García Romero.
-Rafael Peralta Romero.
-Luis Arambilet.
-César Zapata.
-Emelda Ramos.
-Ligia Minaya.
-Fernando Ureña Rib.
-Enriquillo Sánchez.
-Aurora Arias.
-Manuel Llibre.
-Luis Toirac.
-Pablo Jorge Mustonen.
-Manuel García Cartagena.
-Fernando Valerio Holguín.
-Aquiles Julián.
-José Acosta.
-Pedro Valdez.
-Adón Sandoval.
-Eugenio Camacho.
-Juan Rivero.
-Julio Adames.
-Grisselle Senid.
-Luis R. Santos.
-Pedro Camilo.
-Mélida García.
-Rita Indiana Hernández.
-Avelino Stanley.
-Luis Martín Gómez.
-Noé Zayas.
-Máximo Vega.
-Johanna Díaz.
-Roberto Adames.
-Sandra Tavárez.
-Luis Córdova.
-Ubaldo Rosario.
-Nan Chevalier.
-Eric Simó
-Rubén Sánchez Félix.
-Ramón Gil.
-Rosa Silverio.
-Virgilio López Azuán.
-Juan Carlos Mieses.
-Altagracia Pérez.
-Arlyn Abreu.
-Rosa Julia Vargas.
-Eulogio Javier.
-Pastor de Moya.
-Daniela Cruz
-Kianny Antigua.

...y algunos más que se me escapan, y que los lectores de este blog pueden recomendar para aumentar la lista.

https://mega.nz/business/aff=UTvsZmdIWI4

http://mediaisla.net/revista/2015/04/maximo-vega-por-lo-menos-me-gane-una-jirafa/


Si quieres ver videos sobre arte y literatura, click a este enlace:






















https://read.amazon.com/kp/embed?asin=B00KTKI5Z8&preview=newtab&linkCode=kpe&ref_=cm_sw_r_kb_dp_eVsZAbCNRMJFV

Territorio de Espejos







Este es el libro de poesía "Territorio de Espejos", de José Rafael Lantigua, puesto a circular a finales del 2013. Una edición primorosamente impresa, en una faceta que se conoce poco de Lantigua, Ministro de Cultura que realizó una gestión extraordinaria, a quien admiramos como intelectual y gestor, una persona que le ha dedicado su vida a la cultura. Más adelante comentaremos con detalle el libro, del que se hará una puesta en circulación también en Santiago de los Caballeros.




Un poema de Territorio de Espejos:

Una desnudez que se desangra (fragmento):

Amante noche.
Diluída noche salvaje,
un lobo solivianta el paisaje y su perfume
y yo, ahora, escucho la noche
y la sublevo
hacia la bandera de tu agonía.

EL ARTICULO DE MARIO VARGAS LLOSA EN EL PAIS

Los parias del Caribe

PIEDRA DE TOQUE. La sentencia del Tribunal Constitucional de la República Dominicana sobre el caso de Juliana Regis Pierre es un desatino que niega la nacionalidad a los hijos de inmigrantes irregulares

 


FERNANDO VICENTE
 
 Juliana Deguis Pierre nació hace 29 años, de padres haitianos, en la República Dominicana y nunca ha salido de su tierra natal. Jamás aprendió francés ni créole y su única lengua es el bello y musical español de sabor dominicano. Con su certificado de nacimiento, Juliana pidió su carnet de identidad a la Junta Central Electoral (responsable del registro civil), pero este organismo se negó a dárselo y le decomisó su certificado alegando que sus " apellidos eran sospechosos ". Juliana apeló y el 23 de septiembre de 2013 el Tribunal Constitucional dominicano dictó una sentencia negando la nacionalidad dominicana a todos quienes, como aquella joven, sean hijos o descendientes de " migrantes " irregulares. La disposición del Tribunal ha puesto a la República Dominicana en la picota de la opinión pública internacional y ha hecho de Juliana Deguis Pierre un símbolo de la tragedia de cerca de 200.000 dominicanos de origen haitiano (según Laura Bingham, de la Open Society Justice Initiative) que, de este modo, la mayoría de ellos de manera retroactiva, pierden su nacionalidad y se convierten en apátridas.
La sentencia del Tribunal Constitucional dominicano es una aberración jurídica y parece directamente inspirada en las famosas leyes hitlerianas de los años treinta dictadas por los jueces alemanes nazis para privar de la nacionalidad alemana a los judíos que llevaban muchos años (muchos siglos) avecindados en ese país y eran parte constitutiva de su sociedad. Por lo pronto, se insubordina contra una disposición legal de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (de la que la República Dominicana forma parte) que, en septiembre de 2005, condenó a este país por negar su derecho a la nacionalidad a las niñas Dilcia Yean y Violeta Bosico, dominicanas como Juliana, e igual que ella hijas de haitianos. Con este precedente, es obvio que, si es consultada, la Corte Interamericana volverá a reafirmar aquel derecho y la República Dominicana tendrá que acatar esta decisión, a menos que decida —algo muy improbable— retirarse del sistema legal interamericano y convertirse a su vez en un país paria.
Hay que señalar, como lo hace The New York Times el 24 de Octubre, que dos miembros del Tribunal Constitucional dominicano dieron un voto disidente y salvaron el honor de la institución y de su país oponiéndose a una medida claramente racista y discriminatoria. El argumento utilizado por los miembros del Tribunal para negar la nacionalidad a personas como Juliana Deguis Pierre es que sus padres tienen una " situación irregular ". Es decir, hay que hacer pagar a los hijos (o a los nietos y bisnietos) un supuesto delito que habrían cometido sus antepasados. Como en la Edad Media y en los tribunales de la Inquisición, según esta sentencia, los delitos son hereditarios y se transmiten de padres a hijos con la sangre.
A la crueldad e inhumanidad de semejantes jueces se suma la hipocresía. Ellos saben muy bien que la migración " irregular " o ilegal de haitianos a la República Dominicana que comenzó a principios del siglo veinte es un fenómeno social y económico complejo, que en muchos períodos —los de mayor bonanza, precisamente— ha sido alentado por hacendados y empresarios dominicanos a fin de disponer de una mano de obra barata para las zafras de la caña de azúcar, la construcción o los trabajos domésticos, con pleno conocimiento y tolerancia de las autoridades, conscientes del provecho económico que obtenía el país —bueno, sus clases medias y altas— con la existencia de una masa de inmigrantes en situación irregular y que, por lo mismo, vivían en condiciones sumamente precarias, la gran mayoría de ellos sin contratos de trabajo, ni seguridad social ni protección legal alguna.
Uno de los mayores crímenes cometidos durante la tiranía de Generalísimo Trujillo fue la matanza indiscriminada de haitianos de 1937 en la que, se dice, varias decenas de miles de estos miserables inmigrantes fueron asesinados por una masa enardecida con las fabricaciones apocalípticas de grupos nacionalistas fanáticos. No menos grave es, desde el punto de vista moral y cívico, la escandalosa sentencia del Tribunal Constitucional. Mi esperanza es que la oposición a ella, tanto interna como internacional, libre al Caribe de una injusticia tan bárbara y flagrante. Porque el fallo del Tribunal no se limita a pronunciarse sobre el caso de Juliana Deguis Pierre. Además, para que no quede duda de que quiere establecer jurisprudencia con el fallo, ordena a las autoridades someter a un escrutinio riguroso todos los registros de nacimientos en el país desde el año 1929 a fin de determinar retroactivamente quiénes no tenían derecho a obtener la nacionalidad dominicana y por lo tanto pueden ser ahora privados de ella.
Si semejante paralogismo jurídico prevaleciera, decenas de miles de familias dominicanas de origen haitiano (próximo o remoto) quedarían convertidas en zombies, en no personas, seres incapacitados para obtener un trabajo legal, inscribirse en una escuela o universidad pública, recibir un seguro de salud, una jubilación, salir del país, y víctimas potenciales por lo tanto de todos los abusos y atropellos. ¿Por qué delito? Por el mismo de los judíos a los que Hitler privó de existencia legal antes de mandarlos a los campos de exterminio: por pertenecer a una raza despreciada. Sé muy bien que el racismo es una enfermedad muy extendida y que no hay sociedad ni país, por civilizado y democrático que sea, que esté totalmente vacunado contra él. Siempre aparece, sobre todo cuando hacen falta chivos expiatorios que distraigan a la gente de los verdaderos problemas y de los verdaderos culpables de que los problemas no se resuelvan, pero, hemos vivido ya demasiados horrores a consecuencias del nacionalismo cerril (siempre máscara del racismo) como para que no salgamos a enfrentarnos a él apenas asoma, a fin de evitar las tragedias que causa a la corta o a la larga.
Afortunadamente hay en la sociedad civil dominicana muchas voces valientes y democráticas —de intelectuales, asociaciones de derechos humanos, periodistas— que, al igual que los dos jueces disidentes del Tribunal Constitucional, han denunciado la medida y se movilizan contra ella. Es penoso, eso sí, el silencio cómplice de tantos partidos políticos o líderes de opinión que callan ante la iniquidad o, como el prehistórico cardenal arzobispo de Santo Domingo, Nicolás de Jesús López Rodríguez, que la apoya, sazonándola de insultos contra quienes la condenan. Yo creía que los peruanos teníamos, con el Cardenal Juan Luis Cipriani, el triste privilegio de contar con el arzobispo más reaccionario y antidemocrático de América Latina, pero veo que su colega dominicano le disputa el cetro.
Quiero mucho a la República Dominicana, desde que visité ese país por primera vez, en 1974, para hacer un documental televisivo. Desde entonces he vuelto muchas veces y con alegría lo he visto democratizarse, modernizarse, en todos estos años, a un ritmo más veloz que el de muchos otros países latinoamericanos sin que se reconozca siempre su transformación como merecería. El segundo de mis hijos vive y trabaja allá y entrega todos sus esfuerzos a apoyar los derechos humanos en ese país, secundado por muchos admirables dominicanos. Por eso me apena profundamente ver la tempestad de críticas que llueven sobre el Tribunal Constitucional y su insensata sentencia. Éste es uno de esos momentos críticos que viven todos los países en su historia. Lo fue también cuando ocurrió el terrible terremoto que devastó a su país vecino, Haití, en enero de 2010. ¿Cómo actuó la República Dominicana en esa ocasión ? El Presidente Leonel Fernández voló de inmediato a Puerto Príncipe a ofrecer ayuda y ésta se volcó con una abundancia y generosidad formidables. Yo recuerdo todavía los hospitales dominicanos repletos de víctimas haitianas y los médicos y enfermeras dominicanos que volaron a Haití a prestar sus servicios. Esa es la verdadera cara de la República Dominicana que no puede verse desnaturalizada por las malandanzas de su Tribunal Constitucional.

Periodico El Pais 2013

Juan Gelman

Murio Juan Gelman. Juan murio Gelman. Gelman murio Juan. Gelman Juan murio. Murio Gelman Juan. Juan Gelman murio.

Historia de un cronopio fantasma



Basilio Belliard

René sabe a qué ha venido. Vino de las verdes alturas de la isla a fundar una Mediaisla virtual, como atalaya para mirar el presente de las letras nacionales desde el ciberespacio. Esta bitácora funciona para medir la temperatura letrada de la atmósfera dominicana y caribeña. Desde  Constanza conquistó la ciudad capital, a golpe de cuentos y poemas, y desde el trajín publicitario demostró que se puede sobrevivir sin claudicar a los imperativos materiales de la vida cotidiana, con sus vaivenes alucinantes.  Cargado de juegos, supo -como pocos- sacarle partido a los juguetes infantiles y los trocó en materia de ficción. Lo asimiló de Cortázar, con quien aprendió a jugar con cronopios a la fama del destino. Aprendió a jugar a escribir a dos y a tres voces, con Plinio y Ramón y Rafael, hasta conformar una tribu cómplice y sensible en la invención de tramas narrativas. Es el gran sobreviviente del grupo “Y… punto”, después de formar la trilogía de las tres R con Ramón y Rafael. René supo, como un gaviero, cuando le llegó el turno de volar -o de zarpar- a tierras americanas, a conquistar la Florida y luego el sur norteamericano, como un Billy the Kid, o a sublevarse como un Jerónimo. 
René vino al mundo de las letras con armas a tomar, pues se sabía escritor, o más bien, narrador de cotidianidades. Con inusual carga de ironía y pasión melancólica, René ha tejido una obra narrativa y poética engarzada por los hilos invisibles del juego y la parodia. Sus títulos son una tomadura de pelos a la tradición y una mueca a la seriedad del oficio literario. Sus textos obedecen a un diseño narrativo que pone las letras en juego: en vilo y en jaque. Este autor ha fundado una mitología con su personalidad creativa y una autoparodia con su estilo literario, en la narrativa y la poesía dominicanas de las últimas tres décadas.
René es uno y es múltiple. O lo uno y lo otro. Empezó a jugar a tener la influencia de Cortázar, pero ya a nadie le cabe la duda de que su temperamento lúdico lo ha conducido a formar una red de cuentos, minicuentos, minificciones, hipertextos, microtextos, novelas cortas, noveletas, poemas cortos de humor largo, que lo sitúan en la arista de los autores inclasificables de nuestro parnaso literario. Acaso René es uno de los precursores de la posmodernidad literaria, pues desde los años 80 viene experimentando con recursos intertextuales y paratextuales, y demás medios visuales y gráficos, quizás imbuidos de su discurso publicitario y su imaginario mercadológico. Como un dadaísta que deshoja todo y lo trastoca todo, o un postsurrealista en estado puro, René ha experimentado con artículos de consumo masivo, como un artista del pop art, haciendo collages que emplea como recursos extraliterarios en la búsqueda de  sentidos visuales a la página escrita.      
René pertenece por derecho propio a la tribu de René del Risco, Efraim Castillo, Enriquillo Sánchez, Pedro Pablo Fernández y Adrian Javier, esos publicistas de las letras que han cabalgado a caballo entre el mundo de las agencias publicitarias y la biblioteca personal, con una antorcha vanguardista y con miradas incendiarios.
Estas pinceladas -que pretenden ser celebratorias- buscan hacer un llamado a la crítica dominicana, en el sentido de prestarle atención con mirada de entomólogo al discurso, al habla y a la obra provocadora, irónica, paródica y cínica de René, quien ha escrito siempre muerto de la risa, aunque con cara de madera y rostro infantil. Pero la ironía que maneja, y perfilan sus páginas, destilan el vinagre de la crítica irreverente a una tradición narrativa costumbrista, folclórica y rural, y luego urbana, que bosteza ya un aliento abúlico.
René siempre se renueva. Su travesía literaria se transforma y revitaliza al son  de nuevas generaciones, a tono con la respiración de la ciudad y en diálogo productivo entre ultramar y el corazón de la mediaisla. Su impronta narrativa tiene una factura que pendula entre la nostalgia y la ironía, la melancolía bucólica y la sordidez citadina, el humor negro y el desarraigo existencial. Sus páginas son un desfile de máscaras que rinden  homenaje a la radio, la TV, el comics, el rock, el jazz, la pop music y el bolero. Así pues, nos da un tono epocal, que revelan sus gustos y aficiones, preferencias y cavilaciones de su mundo onírico, con sus fantasías lúdicas y sus vigilias melancólicas.
Melómano y cinéfilo, con estatura de jugador de baloncesto (que lo fue), René ha sabido ensartar el lápiz para dibujarnos, con pulso de músico, el mapa de los avatares cotidianos, en una travesía desde la provincia hasta la ciudad, y desde la tierra nativa hasta el país del norte. Este cuentista, novelista, ensayista y poeta es un prosista desobediente, que navega en los límites de los estilos y los géneros literarios, con una libertad proverbial, con que les hace una jugarreta a los críticos. 
Músico de las palabras, que sabe jugar con los sonidos de las frases, en la búsqueda de armonía, melodía y ritmo, en su tenaz pasión por los acordes, René huye del pensamiento como el diablo a la cruz. Prefiere jugar. O jugar a pensar. No quiere tampoco jugar a la verdad, sino jugar a las palabras, en una rayuela en blanco y negro. Nada sin mojarse la piel, y prefiere jugar a escribir en un ejercicio coqueto de lectura. Escribe con una flauta en la boca y un pincel en los ojos. Su puntuación la aprendió de los dibujos pintados de Joan Miro y los bosques naif del aduanero Henri Rousseau, tirando por la borda las leyes de la perspectiva lineal para fundar así una prosa neutra. La razón dialéctica de René radica en el apotegma que descabeza al de su tocayo Descartes, y que sería algo así como: “Sueño, luego escribo”, en lugar de “Pienso, luego existo”. De ese modo, se sumerge en la ensoñación primitiva para jugar a escribir, en una prosa degenerada, es decir, sin género, pues huye de las formas, aunque no de las palabras, a las que ama y por las que se desvela como un navegante insomne.
Sus textos narrativos son una prolongación de su poesía; su prosa de imaginación posee la elaboración de una sustancia que le insufla aliento lírico a sus imágenes connotativas. René escribe con mirada y corazón de niño, en una escritura del instante, y con los materiales que evoca con su ficción nostálgica: en cuadernos, libros, anuncios, noticias, notas, libreta de apuntes, lápices, fotos, cartas, canciones, apuntes de diarios... Sus cuentos provienen de su paleta de colores. Sus composiciones narrativas son pues conciertos de instrumentos de viento, percusión y cuerda que suenan y resuenan en los intersticios de las palabras, en medio de los silencios y los timbres de su voz literaria, irreverente e inclasificable. La musicalidad de sus textos brota de su estilo preciosista. De ahí que en todos sus libros la música ocupa el centro de gravedad de su imaginario ficcional. Ludismo, erotismo y hermetismo, en los textos narrativos de René sobrevuela la memoria, con sus efluvios, fluctuaciones y reverberaciones, que van del recuerdo a la fiesta, en una contemplación alucinante de su acto verbal.
René ha sabido pues alimentarse siempre de la música de las palabras de la infancia. Muchos de sus personajes asumen la voz del pueblo, que es, en cierto sentido,  la voz de René, mediante diálogos postizos y ficticios. Sus poemas son apuntes, esbozos, borradores eternos y tachaduras que provienen de su percepción del paisaje literario, en el que las palabras maduran en un movimiento de la ensoñación. Greguerías, escritura automática, aforismos y bocetos de presencias fantásticas y reminiscencias oníricas, la obra de René Rodríguez Soriano merodea a “tientos y trotes”, como un pez en el agua, entre la poesía y la ficción, el juego y el sueño. 
Sus malabarismos poéticos, sus fraseos, sus giros fonéticos y aliteraciones sintácticas se insertan en una poética narrativa, de tono autobiográfico, en ocasiones, y, en otras, de matices dialógicos, donde desfilan personajes reales, ficticios y familiares. De su registro sensible y de su mundo creativo de personajes nos quedan en nuestras memorias Laura, Julia, Rita, Claudia, Bianca, y un rosario de voces femeninas que pueblan su nostalgia amorosa. René nos invita a escuchar los ecos y la música de sus tambores celestes, a veces en clave mallarmeana o en tonos cortazarianos.
René explota el habla dominicana y capta así su doble sentido y su humor, y funda una intrépida jerga  de vocablos inventados, invertidos y trastocados. De ese modo, crea una gramática lúdica de la pasión y una sintaxis del sueño. Inventa un lenguaje sin lengua, es decir, una expresión verbal que transgrede la forma instrumental de escritura -vale decir: un lenguaje deslenguado. En una palabra: una prosa narrativa con voluntad de estilo muy personal, y en un ritmo vertiginoso. El sueño de René reside en escribir una prosa sin silencio, o donde el silencio ha de ser llenado por la música. Su utopía narrativa consiste en ocupar el vacío de la página con la plenitud del sonido de sus palabras.
René se fue con su música a otro lado y quedó no solo su música verbal, sino además, su musa memoriosa. Este narrador-poeta urde sus tramas y sus anécdotas en un viaje fantástico a través de la niñez para matar la soledad. Si hay un autor que escribe para conjurar la soledad ese es René, pues las letras de su escritura expresan justamente la consagración de una puesta en crisis del tiempo de lo escrito. Su empresa verbal opera aquí como mecanismo de redención de su ser temporal para abolir la angustia y negar la nada, que es la razón vital de todo estado de angustia existencial.
René goza escribir y se goza la palabra. Arma y desarma los juguetes con los que inventa y crea sus artefactos verbales. Así pues, se divierte como nadie, o como solo él sabe hacerlo: haciéndole un guiño a la forma de narrar y sacándole la lengua a la expresión poética. Sus monólogos interiores y prosa poética funcionan como compases de las anécdotas cotidianas. Su arte poético reside en un acto de construcción y reconstrucción de recuerdos temporales, con que le da sentido a su mundo narrativo. La vigilia que alimenta sus elucubraciones se bifurca en impulsos de aire que se disipan en los vericuetos de la mitología de lo real.          
A la manera de los poetas románticos, René ama la noche más que el día, siente nostalgia del pasado, de la experiencia y del paraíso. “Si el día es bello, la noche es sublime”, diría con Kant. O contemporizaría con Hölderlin cuando este sentenció: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”. De ahí la huída de René al pensamiento y su refugio en el mundo del sueño. De ahí además, el pavor a la verdad adulta y su reposo en las ensoñaciones de la inocencia.
 Oigamos a René, oigamos un solo de flauta suyo y vámonos con su música a oír la melodía de su prosa, que le huye al tedio.

VII Feria del Libro Dominicano, Nueva York 2013

LOS MEJORES CUENTISTAS DOMINICANOS CONTEMPORANEOS


(también visitar: lista de cuentistas dominicanos)


   Para empezar, vamos a compartir con ustedes uno de los conceptos, uno de tantos, de la palabra “cultura”: Cultura es, en esencia, una visión del mundo, o un sistema de valores propio de una época o de un pueblo. La cultura es, por lo tanto, sinónimo de civilización. Ahora que se defiende con tanta vehemencia la educación formal, es decir la educación en las escuelas y las universidades, es bueno también reivindicar estos significados de la palabra “cultura”, puesto que, de acuerdo a esta definición sencilla y breve, sin cultura no hay educación. La educación, unida a la cultura, crea una visión de lo que somos, con nuestros defectos, virtudes y ambigüedades, y puede darnos una idea de lo que queremos ser, una idea de futuro, un plan. Es decir, así como defendemos a rajatabla la inversión en la educación, también debemos defender la inversión en cultura, puesto que no existe una sin la otra.
   Esto viene al caso debido a que en la noche de hoy se pone a circular un libro llamado “Los MejoresCuentistas Dominicanos”, una antología de cuentos compilada por Avelino Stanley con prólogo de Angel Lockward, que ya había sido editada anteriormente en Colombia con el nombre “Ruptura del Límite”, por Cangrejo Editores, una editorial colombiana, que también publicó otros libros de autores dominicanos. Recuerdo que ese volumen me fue entregado personalmente por Avelino Stanley el día de un concierto de Silvio Rodríguez, un libro bellamente editado, primorosamente impreso. En el caso de esta segunda edición nacional, se ha agregado una serie de escritores, cinco para ser exactos, que no se encontraban en la edición colombiana, como el propio Avelino y el señor Lockward, y otros más. El libro abre con los escritores a partir de la Generación del 60, empezando con un cuento de Armando Almánzar Rodríguez, que es el más viejo de los escritores, y termina con la más joven, de la llamada “Generación de la Internet”, Mercedes Cheheen. Realiza un periplo a través del cuento dominicano a partir de la generación del 60, como ya hemos dicho, y continúa con la generación del 80 y al final la generación de la Internet. En el estudio que realiza Avelino Stanley al principio de la obra, él explica los parámetros escogidos para dividir las diferentes generaciones, lo cual casi siempre genera polémica, puesto que divide las generaciones vivas en tres, obviando para los fines de esta antología, por ejemplo, la llamada generación del 65 o la generación de fin de siglo. Además, hace un estudio de la narrativa corta dominicana, empezando por los inicios en el siglo XIX, sus figuras representativas, etc., y nos explica cuáles han sido los criterios utilizados para la escogencia de los autores: Deben estar vivos, nos dice Avelino, deben estar activos, y deben tener por lo menos un libro publicado. Esta edición se encuentra dedicada a Arturo Rodríguez Fernández, quien lamentablemente falleció en el período entre la primera y la segunda edición y que, por lo tanto, su cuento fue eliminado de la antología actual.
   Lo que emparenta mis palabras iniciales con el contenido del libro es lo siguiente: a través de la visión profunda de los escritores, es decir, a través del manejo del lenguaje, notamos cómo ha ido cambiando la forma de escribir de nuestros autores, y podríamos decir también cómo ha ido variando la forma del ser dominicano en la sociedad, la vida, la realidad. Es decir, la conexión con la cultura, con su cultura, con nuestra civilización. Desde los escritores de la generación del 60, con sus historias muchas veces de contenido ideológico y de rebelión social, pasando por el inicio del desencanto en la generación del 80 y al final la aparición de las tecnologías y un lenguaje y una vida más crudos en la generación de la Internet. Podemos repasar la vida dominicana a través de estos cuentos, nuestras vicisitudes individuales y colectivas, incluso podemos hacer un simple ejercicio con la obra y notar que, mientras en la generación del 60 se tenía una visión más social y colectiva en las historias, en las que muchas veces aparece una vida sometida a la tiranía o a lo militar (es curioso que casi todos los cuentos de esta generación sucedan con personajes policías o militares), en la generación del 80 y en la de la Internet se escribe desde el narcisismo, la individualidad, la soledad extrema, casi como si el escritor escribiera para sí mismo, lo cual es más notable aún en los escritores mucho más jóvenes. Y también podemos notar lo siguiente, lo cual me parece sumamente importante: la tremenda calidad de los escritores dominicanos, lo que desmiente la idea equivocada, injusta, de que la literatura dominicana tiene problemas con la internacionalización debido a su poca calidad, incluso debido a sus escasos escritores. Y debemos recordar que en este libro no se encuentran René del Risco, Miguel Alfonseca, Virgilio Díaz Grullón, Juan Bosch, Tomás Hernández Franco, que también fue cuentista, Ramón Marrero Aristy, etc., etc., porque, como se divulga en las palabras de Avelino, han fallecido y no cumplen con los parámetros de la antología. Pero si pensamos en la cantidad de escritores que tiene este volumen, una cantidad extraordinaria con cuentistas que yo incluso no conocía, que nunca había leído, entonces debemos convenir en que realmente esta es una obra de envergadura. Me parece que pocas veces antes una obra había sido tan plural en el sentido de compilar a una cantidad tan grande de escritores. Aquí podemos encontrar narradores de la llamada diáspora, sobre todo cuentistas que viven en los Estados Unidos, sobre todo en Nueva York; escritores de las provincias; escritores muy jóvenes; cuentistas que tienen al menos un libro publicado y que quizás no han publicado más debido a las dificultades que presenta la labor literaria en nuestro país, pero que merecen estar en una antología de este tipo debido a su calidad. He leído cuentos magníficos de autores absolutamente desconocidos. He leído cuentos magníficos de autores conocidísimos y multipremiados, como Pedro Peix o José Alcántara Almánzar, cuentos escritos por jóvenes amigos como Johanna Díaz o Manuel Llibre o José Acosta, que vive en Nueva York, cuentos de Angel Lockward, en fin, de una serie de autores que forman parte ya de la historia de la literatura dominicana, o que muy pronto entrarán a ese círculo tan esquivo.
   Por supuesto, faltan nombres, como en toda antología. Varios nombres, lo que significa que existen más escritores de calidad. Y si faltan nombres significa que somos muchos. Por eso me gustaría repetir en estos momentos mis palabras iniciales, en cuanto a la importancia de la cultura. Este libro será entregado para ser leído en las escuelas, en las universidades, ya tiene un recorrido internacional importante. Si alguien quiere saber lo que somos, cómo somos, de qué forma actuamos, en este país mestizo, promiscuo, sin identidades arraigadas, entonces lo sabremos leyendo este libro de cuentos. Somos violentos, fantasmosos y brutales, como en el cuento de Pedro Peix. Habitantes de una sociedad absurda e injusta, como en el cuento de Martín Paulino. Sarcásticos e irónicos, como en el de Manuel Llibre. La cultura debe ser sostenida, como se sostiene la educación, como debe sostenerse todo aquello que nos hace mejores. No debemos estar siempre cojos de una pata. Todos estos escritores dominicanos nos definen a través de las palabras, a través del lenguaje. Representan una dominicanidad, aún aquellos que intentan ser universales. Definen nuestra sociedad, nuestra individualidad, y una forma específica de hacer literatura, que es la nuestra, en un país de gente que vive muy lúdicamente y que le gusta disfrutar de la vida, pero manifestando al mismo tiempo un fatalismo que es propio de todos los caribeños. Así que agradecemos a Avelino Stanley y a Angel Lockward que se hayan interesado en realizar la primera edición colombiana de este libro, y que ahora esta edición dominicana empiece su viaje a través de las escuelas, los colegios, las universidades y los lectores dominicanos. 


(Palabras en  la puesta en circulación del libro "Los Mejores Cuentistas Dominicanos Contemporáneos", compilada por Avelino Stanley).

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La Marca de los Angeles


Ojos, muchos, que miran al espectador; un corazón colgando como un pendiente; velones encendidos y enormes; imágenes religiosas, sincréticas, que tienen que ver con la idea dominicana de nuestro angelario particular. San Miguel, Ogún Balenyó, Belié Belcán, san Santiago, algunas entidades africanas mezcladas con los reales arcángeles europeos. Serafines, querubines, ángeles, espíritus celestes, heredados de los cupidos romanos y del arte menor de la Edad Media. Claudio Pacheco, luego de aquella aventura con los Quijotes Caribeños, en la cual veíamos al Ingenioso Hidalgo y a Sancho Panza paseándose por los paisajes cibaeños, nos muestra las imágenes trastocadas de estos ángeles rodeados de ojos que miran entre las nubes, como el ojo de Dios, el triángulo que representa precisamente al Creador, encima del halo católico que también representa a un santo, a una figura religiosa. Incluso nos muestra unas alas emplumadas, una figura que simboliza la religiosidad popular, observada atentamente por esos ojos que cada vez más se nos parecen a los ojos de Dios.

Con la presencia pura, viva y caliente del color que tanto identifica la pintura del artista, estos cuadros de este pintor de Santiago que crea con una intensidad febril, obsesiva, se nos aparecen simbolizando el sincretismo religioso dominicano, o lo que es lo mismo, nuestro mestizaje ancestral, decidido desde el momento en que nos invadió el Imperio Español hace más de medio milenio. A partir de ese momento los habitantes de la isla empezaron a ser otra cosa. Cambiaron a la fuerza. Esa riqueza mestiza que nos hace tan particulares, porque después de todo nos identifica como caribeños, africanos exiliados en las antillas mezclados con europeos y uno que otro indígena que ligó su sangre hasta desaparecer por completo, nos hace precisamente más ricos. No debemos olvidar que el Caribe es identificado sobre todo por la aparición del esclavo africano, por la presencia tan fuerte de sus costumbres, su mitología y su cultura expansiva, alegre y musical, llena de pompa, sonrisa y movimiento. Porque estas preocupaciones del pintor tienen que ver además con sus intereses en otras ramas del arte, como por ejemplo en la música, a la que se ha dedicado últimamente. Y si unimos esta manifestación sincrética tan poderosa en nuestra identidad con la religiosidad popular, entonces tendremos los cuadros de Claudio Pacheco, con el triángulo de Dios como el ojo protector que nos observa, y que sabe todo lo que hacemos. 

Reflexión


Reflexión sobre la miserable estandarización del mundo, que bajo la directriz de los núcleos del poder económico, ha eliminado especies e ideologías, empobreciendo el pensamiento y las costumbres de la colectividad, hasta imponer una generalizada mediocridad planetaria

Por Gonzalo Márquez Cristo

Comenzaba el verano de 2006 en Portugal y una manifestación se tomaba las calles de Lisboa con la consigna de proteger algunos frutos proscritos por la Comunidad Europea, cuyo gobierno central determinaba cuáles productos debía proveer el país a la pretendida autosuficiencia continental. Marchamos durante algunas cuadras con el poeta Casimiro de Brito acompañando una horda de seres disfrazados de semillas y de flores. Los manifestantes sospechaban que meses después eliminarían del planeta algunas de las maravillosas ofrendas de la naturaleza a esa bella tierra, preciadas durante siglos, porque existía la imposición económica inobjetable de cultivar una sola variedad de naranja (Tangelo), o una de manzana (Red Delicious), tal como en América Latina y África fuimos condenados a sembrar extensivamente la Palma Africana cuyo vil destino es la fabricación de combustible, y que como se sabe, fue una determinación errática que ha multiplicado el hambre en Nigeria y Camerún, provocando adicionalmente un gran daño a la biodiversidad planetaria.
Cuando el mundo tiende a la estandarización y se impone un patrón global que es el del medio (léase mediocridad) es importante prepararse para un culturicidio.
Cuando todo el planeta viste jean y se alimenta de comidas rápidas, cuando hordas de turistas atraviesan el Museo de Louvre siguiendo la flecha que lleva directamente a la Monalisa –sin detenerse a contemplar ninguna de las otras obras maestras que iluminan ese templo del arte–, cuando El proceso de Kafka parece un dulce sueño al lado de la incomparable pesadilla que ha erigido la burocracia obstinada en detener el mundo, cuando el pensamiento del ciudadano común ha sido secuestrado como lo demuestra la reciente encuesta convocada por History Chanel para elegir al colombiano más destacado de todos los tiempos, donde 400 mil personas votaron por uno de nuestros más aciagos políticos –mientras solo 4.000 lo hicieron por Antonio Nariño o Gabriel García Márquez–, ya no es posible creer en el advenimiento de un tiempo mejor.
Las opiniones, las costumbres y hasta las sensaciones han sido estandarizadas. Aquellas delicias que definían el espíritu de nuestras provincias son apenas materia de las evocaciones románticas pues ya han sido abolidas. Los cultivos transgénicos arrasarán muy pronto las plantas nativas cuya selección no resultó rentable para la voracidad neoliberal, y nos preparamos para sembrar sólo cereales manipulados genéticamente (en detrimento de la calidad) y muy pronto para beber –entre otras degradaciones– tequila extraído de un agave modificado, como se informó por los medios, pese a las protestas de los amantes de la planta vivaz.
En un tiempo en que las grandes tendencias son seguidas con devoción por los cazamercados y que todo se produce en China mientras las industrias occidentales han quedado como fantasmales construcciones dedicadas a la abstracción, en un mundo donde las modas culturales se imitan y los direccionamientos del consumo conducen a todos los habitantes a poseer aparatos tecnológicos provistos de los dispositivos necesarios para abolir nuestra intimidad: Redes Sociales, GPS, y todas las herramientas que la Inquisición Virtual ejercida por las potencias o los monopolios de la información deciden imponer, es fácil corroborar que el asesinato del sujeto ha sido consumado.
El “yo soy” debe ser recompuesto. El sujeto (de saber, de poder y desde luego el psicológico) necesita reflejarse, o nacer de la diferencia, y ha sido paradójicamente convertido en espejo. El exterminio de la diversidad es flagrante. Todos los individuos se replican sin encontrar una suerte distintiva, todas las ciudades comienzan a parecerse. En todas partes encontramos similares productos. Los periódicos y noticieros privilegian los mismos insulsos y crueles acontecimientos. Y si excluimos a los ignorantes y perversos políticos que nos gobiernan y a los astros del deporte y la farándula, la única forma en que un ser humano común puede escapar de su destino clonado y acceder a la visibilidad de los medios es por la vía de la violencia, como se corrobora en el matoneo que infesta las instituciones educativas y en los crímenes múltiples que se ejecutan cada vez con mayor frecuencia en los llamados países desarrollados.
Desde el núcleo del dominio se inventó una regulación de la mediocridad que no tiene antecedentes. No en vano nuestra cultura ha sido desahuciada. Las manifestaciones estéticas esenciales agonizan siendo relevadas por el frívolo espectáculo y son los más prestigiosos museos y galerías los encargados de promover sus presencias fugaces. Las editoriales sólo publican obras que cumplen el criterio del entretenimiento o los valores de un positivismo tan perverso como naïf, y la gran industria del cine, hace décadas excluyó toda desequilibrante complejidad de sus filmes.
Y como si esto no bastara, el ensayo, un género que tuvo por ascendiente a Montaigne, también ha sido secuestrado en su medianía, pues la libertad que habita en su etimología latina (que alude a “probar” y a “pesar”), ha sido regulada en nuestros días por una norma foránea, impuesta por laAmerican Psychological Association, que estandariza la imaginación y restringe su especulación crítica, desbroza su ritmo y ocluye las elipsis de este importante género productor de pensamiento.
Todo lo que no ha sido globalizado se encuentra ad portas de desaparecer bajo la “independiente” dictadura del marketing, pero no podemos olvidar que en toda permisibilidad acecha una trampa y que el clamor de libertad siempre antecede a la guillotina. La política, que es uno de los mecanismos radicales de estandarización, impone sus fantoches de turno, su ilusoria democracia, desde un infalible sitial mediático como lo descubriera el Nacional Socialismo.
Y solo nos queda el arte, aquel que no hace concesiones, ni al comercio ni a las modas ni a las ideologías; el secreto, el insumiso...

Rubén Sánchez Féliz



     El libro Un Cuarto Lleno de Anguilas trata un tema común a nuestra diáspora y en sentido general a buena parte de la literatura universal, si lo pensamos bien: la historia de la novela es un viaje físico que al final se convierte en un desplazamiento existencial, un viaje iniciático del protagonista, que al mismo tiempo es el narrador de la historia, un periplo que subvierte toda su vida. El narrador nos cuenta la mudanza que ha tenido que hacer de Chicago hasta Nueva York, dos ciudades dentro de los Estados Unidos que ahora sabemos, porque hemos leído la novela, que son muy diferentes. El narrador, un estudiante que se muda de ciudad porque es necesario para continuar sus estudios, encuentra con este viaje un compromiso social que lo mueve, a la vez que mueve a sus compañeros y a toda la novela hasta el accidentado final: la necesidad de rebelarse contra la invasión norteamericana a Irak. En medio de este viaje comprenderemos las obsesiones, trivialidades y cotidianidades del protagonista, la familia que tuvo que abandonar en Chicago y sus nuevos familiares en Nueva York.
     Pero sobre todo la obra nos cuenta el hastío de un grupo de amigos que se dedican a conversar, a dialogar -prácticamente en la acepción clásica de la palabra-, sobre sus vidas, sus gustos, su pasado, sus aburrimientos y aquello en lo que creen como jóvenes académicos. La mayor parte de la novela se encuentra construida por diálogos entre los personajes, de manera tal que los conocemos muy bien a cada uno de ellos, puesto que el narrador es un oyente excepcional que se dedica a recoger cada una de las conversaciones con sus amigos para transcribirlas a los lectores. Quizás esta novela pueda representar la vida de un grupo de jóvenes estudiantes en la ciudad de Nueva York, inmigrantes o no, y debemos concluir que sus vidas no son especialmente felices. Incluso la manifestación llena de violencia al final de la novela parece tan necesaria para darle algo de excitación a las vidas aparentemente sin sentido de estos jóvenes, que pensamos que ellos se encaminan hacia esta violencia con conocimiento de causa.
     El estudiante se muda a la casa del tío Raúl, donde vive un personaje solitario y huraño llamado Alan. Aparece Amanda, sirvienta y amante. Se describe el ambiente universitario y llegan los amigos cultos. Aparece la ciudad cosmopolita como un personaje más. Por supuesto, mi función aquí no es repetir una historia que ya está contada en la novela.
     Su título original y excéntrico tiene un significado directo dentro de la obra, es decir que no es simbólico ni abstracto. En la historia se explica claramente qué es ese “Cuarto lleno de Anguilas” al cual el título se refiere. El protagonista, quizás precisamente por su ambiente eminentemente académico, se rodea de lectores obsesivos, aprendices de escritores o intelectuales jóvenes que leen a Murakami o a Philip Roth. En toda la novela aparecen una serie de citas sobre autores clásicos o contemporáneos, Dostoyevski, Niestche, Shakespeare, Kenzaburo Oé, Camus, Mishima, etc., o simplemente en algún momento se mencionan sus nombres, aunque no aparece alguna obra, alguna cita o referencia a algún autor dominicano, lo que podría significar, y en esto estoy especulando, que la diáspora dominicana en New York vive de espaldas a su reflejo literario dominicano. Edwige Danticat, por ejemplo, una escritora norteamericana de ascendencia haitiana que vive en los Estados Unidos y escribe en inglés, lo hace manifestando una rabiosa identidad que a veces incluso encuentra en la dominicanidad a un enemigo, así como Junot Díaz o Julia Alvarez que también escriben en inglés acerca de su pasado dominicano, encontrando en su país de origen y en la ruptura de su propia cultura que han tenido que soportar en el seno de la principal potencia del mundo, los temas que les han permitido tener éxito como escritores norteamericanos, pero no ocurre así con los escritores que escriben en español. En un prólogo que escribí para un libro de Rey Andujar que participó precisamente en este mismo concurso en el renglón de cuento, hacía notar cómo el dominicano que escribe en español fuera de su país absorbe la cultura que lo ha acogido, con curiosidad y con una alegría manifiesta por su nomadismo que no puede hallarse fácilmente en otros escritores latinoamericanos, que perciben el exilio económico y cultural con melancolía, incluso con dolor. En los cuentos de Rey Andujar, que apelan a la realidad dominicana tanto como a la puertorriqueña o a la de los Estados Unidos, los países que lo han acogido como ser humano, aparecen Fernandito Villalona pero también Guns N Roses, personajes puramente nacionales pero al mismo tiempo propios de la cultura pop de sus países adoptivos. En la última novela de José Acosta, La Multitud, nos encontramos con la narración de un inmigrante que ha hecho de la ciudad de Nueva York su propia ciudad, de modo que no podríamos decir exactamente si su personaje es norteamericano o latino, aunque la novela se encuentre escrita en español. Es decir, poco a poco existe un extrañamiento de su propia cultura y de su propia identidad, aunque en sus trabajos iniciales se notara la ruptura existencial ante el exilio económico en un país que no es el suyo y que nunca será el suyo. Pero de ninguna manera estoy haciendo una crítica, o estoy haciendo un juicio negativo de la novela. Yo soy un escritor santiaguero, y debo decir que en Santiago, como si se tratara de una ciudad de otro país, no hacemos referencia a escritores de Santo Domingo, lo cual se explica por razones que no son literarias sino personales, propias de un país pequeñísimo como este pero sumamente fragmentado. Más que un escritor dominicano, yo me definiría como un escritor santiaguero, así como un escritor en los Estados Unidos, en Puerto Rico o en Europa se definiría más como un escritor de la diáspora que como un escritor dominicano.
     Este extrañamiento se encuentra indirectamente en esta novela, entre líneas, lo cual parece ser entonces una constante en la literatura escrita en español por la diáspora dominicana que vive en los Estados Unidos. Debe consignarse, sí, que el autor en ningún momento ha sucumbido a la tentación de escribir en spanglish, a no ser en los diálogos, lo cual es inevitable debido a que los personajes deben conversar en una mezcla de español e inglés. Como narrador, el autor se ha cuidado de mantener la narración en español, evitando constantemente, y estoy seguro que de manera consciente, nombrar las cosas con palabras inglesas. La novela se encuentra escrita con frases cortas y descriptivas. Como mencionamos anteriormente, está escrita en primera persona. El autor se preocupa sobre todo de describir, de narrar, obviando las disgresiones innecesarias o las reflexiones inútiles, de forma tal que se encuentra garantizada la narratividad y la intensidad, más aún en una novela corta como ésta. Como lo sugiere su título diferente, la novela recorre un camino preciso hasta el final, que es abrupto, casi como un cuento largo, basado en diálogos entre los amigos, transformando situaciones perfectamente cotidianas en sucesos resaltables. Porque lo que sucede en la novela no es necesariamente extraordinario. El protagonista convierte su mudanza en un viaje existencial porque de cierta forma la ciudad en la que empieza a vivir se lo exige. Si se hubiese quedado en Chicago, lo que le sucede al final de la historia no le hubiese acontecido. La llegada a esa ciudad enorme como lo es Nueva York, la segunda ciudad con más habitantes dominicanos en el mundo, le abre una puerta que no había previsto, porque al mismo tiempo lo acerca al compromiso y a la violencia. La llegada a una casa misteriosa que debe compartir con un personaje de comportamiento extraño, aislado, huraño, provoca que se acerque aún más a sus amigos, que lo empujan hacia el acto rebelde del final, pero al mismo tiempo que se sienta atraído por el misterio intrínseco en este hombre de sesenta años que parece querer alejarse de las demás personas.
     Pero en fin, por estas y otras razones esta novela ganó el Premio Letras de Ultramar, del cual fui uno de los jurados. Saludamos esta iniciativa del Comisionado de Cultura en los Estados Unidos, recordando que este premio no es solamente para los escritores que viven allí, sino para los dominicanos fuera de su país en el mundo entero. Felicitamos encarecidamente a su autor, y saludamos la presencia de esta obra ahora publicada, que viene a enriquecer el panorama literario de la República Dominicana.

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